viernes, 27 de enero de 2017

La espiritualidad y los signos de los tiempos
A semejanza de la vida humana que necesita cada día su alimento para gozar de salud y bienestar, la vida cristiana ha de alimentase continuamente. Pero ¿cómo alimentar la vida del Espíritu en nosotros? ¿cómo cultivar, nutrir, fortalecer nuestra espiritualidad? Estas preguntas son pertinentes y hemos de hacerlas para garantizar la vitalidad y frescor del seguimiento de Jesús que pretendemos vivir.
Sin duda que la oración, la vida sacramental, las virtudes cristianas, forman parte de esas mediaciones que contribuyen al crecimiento espiritual. Pero en este espacio queremos enfatizar otro aspecto que consideramos base u horizonte de estas mediaciones. Nos referimos a estar atentos a los signos de los tiempos, es decir, a descubrir la voz de Dios presente en ellos. Y esto no por un capricho o una moda, sino por coherencia con la forma como Dios se revela: “con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclamen las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” (Dei Verbum 2).
¿Qué nos dice la realidad? Salta a la vista la situación de pobreza de la mayoría y la injusticia estructural que sigue marcando nuestro mundo. También se perciben nuevas sensibilidades y comprensiones de las relaciones humanas, las costumbres, las tradiciones. El planeta tierra nos habla de su deterioro y la urgencia de cuidar de él. La experiencia nos muestra la caducidad de las instituciones, la limitación de los sistemas políticos para conseguir sus objetivos y lo ambiguo de los sentimientos humanos que no siempre responden al bien y al valor. Por el contrario, tantas veces se apropian de las oportunidades para provecho propio sin pensar en el bien común. Pero también la realidad nos habla de los esfuerzos humanos para superar las dificultades y salir adelante. Los desastres naturales sacan a la luz la capacidad de resiliencia humana para seguir creyendo en el futuro y sobreponerse a las situaciones límite. Y no menos importantes, son todas las búsquedas de trascendencia, integración, armonía interior o desarrollo espiritual que realizan nuestros contemporáneos. Todos estos aspectos y otros que se podrían nombrar, son los que pueden darle rostro, lugar, espacio, sentimiento, urgencia, desafío, respuesta, a nuestra oración y vida sacramental. En otras palabras, no basta querer cultivar unos medios de espiritualidad, hay que nutrirlos de vida y realidad para que den su mejor fruto.
De hecho cuando Juan Bautista le manda preguntar a Jesús si es él el que ha de venir o han de esperar a otro, Jesús responde: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan sanos, los muertos resucitan y una buena nueva llega a los pobres” (Mt 11,5). Es decir, en primera línea para Jesús está el ser humano y las necesidades que le afectan y es en su compromiso con ellos como muestra la realidad del reino. Esa misma dinámica de compromiso con el mundo que vivimos, es el que puede llenar de sentido y realidad, las mediaciones espirituales con que alimentamos nuestra fe.
Por tanto, una vida espiritual que no busca la voz de Dios presente en el hoy y aquí de nuestra historia, puede estar referida al Dios de las nubes pero no al anunciado por Jesús que vive pendiente de los seres humanos. Una oración que no se nutre de las urgencias de los hermanos, puede quedarse en un cumplimiento que nada tiene que ver con el seguimiento de los discípulos de Jesús. Una vivencia sacramental que no es signo de la mesa común que incluye a los más pobres, se queda en rito vacío que nada pueden decir a nuestro mundo.

La vida espiritual ha de nutrirse del Dios que sigue revelándose en la historia y que espera una respuesta comprometida con esa misma realidad. Ha de aprender a interpretar y discernir. Y ha de mantener el talante profético de todos aquellos que escuchando la voz de Dios en los signos de los tiempos, pueden decir una palabra comprometida y audaz con el presente que vivimos.

domingo, 22 de enero de 2017

Blog de Eduardo de la Serna: Comentario domingo 3A

Blog de Eduardo de la Serna: Comentario domingo 3A: El escenario está preparado para que el reino irrumpa en la historia DOMINGO TERCERO - "A" Eduardo de la Serna   ...

sábado, 14 de enero de 2017

¿Qué significa mirar con ojos de fe?

Sucedió en una facultad de teología. Un estudiante presentó el símbolo elaborado por su grupo de trabajo. Para explicar su significado hizo la siguiente aclaración: Vamos a mirar con ojos de fe, para ver en este símbolo (unos trozos de papel que formaban algo así como un farol), el globo terráqueo. Todos los presentes entendieron sus palabras. Sin embargo, uno de los participantes rompió ese consenso general y preguntó: ¿Qué significa mirar con ojos de fe? Acaso ¿ver aquello que en la realidad no existe?
La fe que consiste en imaginar lo que en la realidad no existe es aquella que mantiene en la resignación a los pobres porque en el cielo encontrarán su recompensa o aquella que se contenta con participar de los sacramentos sin comprometerse con el cambio social. Esta fe no tiene nada que ver con la fe cristiana.
Basta mirar la fe de Jesús para entender su verdadero significado. Por la fe Jesús fue capaz de ver en el judaísmo de su tiempo la exclusión de los pobres y pecadores en nombre de Dios. Por la fe fue capaz de ver en el descanso sabático la tiranía de la ley que oprime al ser humano y lo coloca a su servicio. Por la fe fue capaz de denunciar los abusos del templo que ponían precio al culto agradable a Dios. Por la fe fue capaz de enfrentar a los poderosos de su tiempo que mantienen en la opresión a muchos. Por la fe él sintió, en la cruz, todo el dolor y la soledad que produce el abandono y la traición. Por esa fe exclamó desde su ser más íntimo aquel "Padre, ¿por qué me has abandonado?" Por la fe aceptó la limitación humana que se expresa radicalmente en la muerte y se abandonó en las manos del Padre, consciente de participar de esa manera en la dimensión transcendente de todo ser humano que se abre incondicionalmente al futuro. Jesús vio, por su fe, lo que en realidad existía en las instituciones de su tiempo.
La fe cristiana no consiste, por tanto, en imaginar lo que en realidad no existe. La fe cristiana es ver la realidad tal y como ella es. La fe cristiana nos pone en el corazón del mundo y nos hace ver y denunciar lo que muchos "no ven" porque tienen ciego su corazón (porque no tienen fe). Es esta fe la que anima a tantas personas a no temer a la muerte y a denunciar todos los abusos y atropellos que se cometen a diario en nuestra sociedad. La fe cristiana es una llamada que brota, que se escucha, que interpela desde el ser mismo de la realidad. Y la respuesta no puede ser otra que el compromiso con ella.
¿De qué fe estamos hablando en nuestras comunidades eclesiales? ¿Nos empeñamos en ver la realidad que no existe? Pareciera que sí, cuando no se consideran relevantes los hechos irracionales que vivimos en nuestros países, porque "la fe no se mete en política". Pareciera que sí, cuando se insiste más en el cumplimiento de las normas que en la acogida misericordiosa y liberadora. Vale la pena pensar de qué fe hablamos.