viernes, 30 de diciembre de 2022

 

¡Bienvenido 2023!

Olga Consuelo Vélez

Comenzar un nuevo año es una oportunidad de llenarse de esperanza, de crecer en expectativas, de propiciar cambios. Por supuesto que todo esto no viene mágicamente porque aumenta un número del calendario, pero psicológicamente, ayuda el ritmo del tiempo y acompañado por las celebraciones de fin de año, parece que esas actitudes se potencian. Por lo tanto, es cuestión de aprovechar el momento y, en verdad, abrirse a nuevas perspectivas.

En Colombia tenemos la esperanza de que el nuevo gobierno pueda seguir generando cambios. Mucha gente tiene temores y prejuicios porque la resistencia a los cambios supera la evidencia de los hechos. Pero, personalmente creo, que tenemos muchas posibilidades de dar pasos hacia una sociedad más justa y en paz. Esto último es una de las mayores urgencias para nuestra dolida tierra porque más de cincuenta años de conflicto interno, pide a gritos un horizonte de paz. Y en eso esta empeñado el nuevo gobierno y hay un gran respaldo de la Iglesia colombiana en ese proceso. Ojalá nuestra esperanza siga firme y con nuestro apoyo lo hagamos posible.

A nivel mundial las situaciones son tan diversas y complejas que también es necesario redoblar la esperanza para apoyar los cambios necesarios. Brasil comienza un nuevo gobierno, con resistencias parecidas a las que hay frente al actual gobierno colombiano, pero es necesario insistir en que mucho de lo que se acusa a gobiernos que se ocupan de lo social es más fruto de los poderes hegemónicos que instalan en el imaginario social bastantes mentiras y temores. Por supuesto, la complejidad de las situaciones permite críticas y descontentos, pero si no se intentan los cambios nunca podremos ver una nueva realidad.

A nivel personal cada uno sabe lo que podría hacer mejor, planear distinto, realizar en este nuevo año. No es fácil imaginarse cambios porque una cosa es celebrar por todo lo alto el fin de año y otra comenzar de nuevo las labores y hacerlo con renovado empeño. Casi siempre se hacen buenos propósitos y al llegar el día a día, rápidamente volvemos a lo mismo. Pero no hay que perder la esperanza. Es posible hacernos al menos un buen propósito: ser mejores personas. Amar más y servir mejor. Dejar de quedarnos en lo pequeño y relativo que tantas veces nos enreda y mirar el horizonte más amplio de que solo tenemos esta vida por delante, solo este momento para amar a los seres queridos, solo el presente para trabajar por hacer de nuestro mundo un mejor lugar. Agradecer la vida, cuidar del planeta, humanizar más nuestro mundo desde esa perspectiva cristiana que nos hace ver en toda persona, no a un desconocido y menos a un enemigo, sino a un hijo e hija de Dios. Como bien dice la primera carta de Juan “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (4, 20).

Y a nivel de la institución eclesial, creo que se ha ido apagando el empuje dado por la propuesta del papa de una Iglesia sinodal y, aunque de alguna manera el proceso seguirá su marcha y se realizarán los encuentros previstos hasta llegar a la reunión de obispos en el 2024, se requiere de renovada esperanza para que nuestra iglesia se transforme desde adentro, ofreciendo un nuevo rostro más cercano al evangelio del reino. Hay muchos dolores que transformar como los escándalos de pederastia y de abuso de mujeres por parte de clérigos, o el clericalismo persistente que el papa Francisco ha criticado tanto y la urgencia de abrir las puertas de la Iglesia a la diversidad en tantos sentidos que ya constituye nuestro mundo y que la Iglesia se resiste a incluir efectivamente. Pero un nuevo año podría ayudarnos a soñar con esa iglesia de los orígenes y revivirla en nuestros espacios locales. Nadie nos impide soñar con una iglesia más inclusiva, más participativa, más servidora, más comprometida con la realidad. “La fe sin obras es muerta” (St 2,17) y una Iglesia que no traduce lo que predica en obras de justicia y amor, no puede ser atractiva para nadie.

Otras realidades podrían comentarse para iluminar este nuevo año que comenzamos. Pero lo importante es aprovechar este acontecimiento humano que compartimos con creyentes y no creyentes -de fin de año y comienzo de un año nuevo- para escuchar esa voz de ánimo y de nuevo comienzo que siempre nos regala nuestro Dios para no desfallecer en el camino. En el libro del Cantar de los Cantares donde la imagen nupcial expresa la relación de Dios con su pueblo, estas palabras que el amado dirige a la amada podrían inspirarnos este comienzo de año: “Levántate amada mía, hermosa mía y vente. Porque, mira, ha pasado ya el invierno y han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones es llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra”. Sí, dejemos atrás los dolores vividos este año, los fracasos, las pérdidas, y potenciemos todas las experiencias positivas y, sobre todo, la posibilidad de seguir mirando el futuro con esperanza. Por parte de Dios, siempre hay la posibilidad de un nuevo comienzo, con el que él mismo se compromete desde el amor más íntimo y personal que toda persona pueda tener con él. ¡Bienvenido 2023! A vivirlo con fe, con esperanza y amor.

 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

 

Navidad como experiencia de crecimiento y sinodalidad

Llegamos a la celebración de Navidad y podríamos señalar dos aspectos que este año nos acompañan. El primero, hemos regresado a la “normalidad” porque, aunque la covid no se ha ido del todo, se logró controlar el contagio masivo y, gracias a las vacunas, a quien le da, lo más común es que no tenga complicaciones y solo parezca un leve resfriado. Pero vale la pena preguntarnos lo que tanto dijimos en tiempos de covid: ¿qué nos enseñó esa experiencia vivida? ¿nos hizo mejores seres humanos? Tal vez las personas que perdieron seres queridos tienen la dura experiencia de su partida. A otras les pudo quedar la sensación de miedo al saber que puede llegar una situación desconocida capaz de cambiar nuestras rutinas de un momento para otro. Posiblemente otros valoran más los medios digitales, a través de los cuales pudieron mantener la comunicación con los demás y simplificaron muchos procesos que se creía solo podían hacerse de manera presencial. Pero es posible que muchos no hayan aprendido nada y continúen la vida, olvidando lo que ha sucedido y viviendo la inmediatez del presente.  Esta última sería lo peor que podríamos sacar de estos más de dos años de pandemia.

Ojalá que hubiéramos aprendido que en nuestro mundo las posibilidades de responder a situaciones difíciles están muy desiguales. Los países ricos acapararon las vacunas y los pobres tuvieron muchas dificultades para adquirirlas. Muchas personas hoy en día son más pobres porque perdieron sus trabajos. Muchos niños se retrasaron en sus estudios porque no tuvieron acceso a internet y porque el confinamiento hizo más difícil el proceso de aprendizaje. Otros quedaron con una salud más frágil. De todas maneras, también hubo cosas positivas. En muchos lugares aumentó la solidaridad y el apoyo mutuo. Se desarrolló la creatividad para afrontar la pandemia tanto a nivel de nuevos emprendimientos como de sacar el mayor provecho a lo que era posible. La resiliencia (término que significa la capacidad que se tiene de superar la adversidad) se manifestó de muchas maneras. Además, la covid nos invitó a mirar la creación y a darnos cuenta que sin un cuidado real hacia ella, cualquier virus puede surgir y los desastres naturales se producen. El cambio climático que estamos viviendo con tanta intensidad, es un grito fuerte de la creación, llamando a nuestra responsabilidad.

Pues bien, ante el niño del pesebre que celebramos en este mes navideño, vale la pena acercarnos con los aprendizajes y las inadvertencias de estos años que hemos vivido de pandemia. La pobreza que rodeó su nacimiento –“Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento” (Lc 2, 7)- nos sitúa en la incerteza, la fragilidad, la incertidumbre a la que estamos continuamente abocados porque nadie tiene la asegurado nada por siempre. Pero también el pesebre nos convoca a la alegría que experimentaron los pastores cuando se les anunció que “había nacido un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 11). La alegría de que seguimos vivos y podemos trabajar por hacer de nuestro mundo un mejor mundo. Nuestro Dios se hizo ser humano para enseñarnos cómo vivir, cómo amar, cómo trabajar, cómo construir comunidad, cómo vivir la solidaridad, cómo ser hijos e hijas del mismo Dios Padre y Madre, por quien somos hermanos y hermanas de la misma familia de Dios.

Y, precisamente por todo lo anterior, Navidad es tiempo de fiesta, de reuniones, de alegría, de luces, de música, de esperanza. Pero no para que termine cuando se acaben las fiestas navideñas sino para que impulsen a comenzar un nuevo año con la fe fortalecida, la esperanza renovada y el amor más abundante. Tal vez sea posible si, como dije antes, llegamos al pesebre con una mayor conciencia de lo que hemos vivido y nos dejamos iluminar por el niño Jesús para sacar de lo vivido el mayor provecho.

El segundo aspecto al que me quiero referir es a la llamada a la sinodalidad que ha hecho el papa Francisco. Ya sabemos que sinodalidad quiere decir “caminar juntos” y esto, en concreto, es que todos los miembros de la Iglesia nos sintamos responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. En navidad, al menos en Colombia en que acostumbramos a rezar la novena en familia, podemos potenciar este espacio como experiencia de sinodalidad. Tal vez navidad es el único momento en que no esperamos a qué el sacerdote dirija la oración o marque los pasos de la celebración. Las novenas son organizadas por la familia. Son espacios en que todos participan, especialmente, los niños. Se reza con espontaneidad, se canta con alegría y se vive un bonito y sentido momento de fe y celebración. Eso es sinodalidad y navidad puede ser un tiempo para tomar conciencia de las experiencias de sinodalidad que vivimos y, a partir de estas, potenciar otro tipo de experiencias en los otros espacios de fe y celebración que tendremos a lo largo del año.

Vivamos entonces este tiempo de Navidad con la alegría que trae el Niño Jesús que nace, pero también con la profundidad que este tiempo requiere. Que nuestra vida se disponga a acoger a Jesús con lo que somos, traemos, sentimos, deseamos. Preguntémosle cómo ser mejores personas y cómo hacer de nuestro mundo un lugar mejor para vivir. Cómo crecer en justicia social para que no haya nadie que pase necesidad entre nosotros (Hc 2, 45) y como trabajar para empujar la Iglesia hacia una mayor sinodalidad, una mayor comunidad, una mayor igualdad de todos sus miembros. La sinodalidad no se conseguirá por la propuesta de Francisco sino por el compromiso de todos en irla haciendo realidad en las ocasiones en que es posible hacerlo.

 

sábado, 17 de diciembre de 2022

 

¿Y si aviváramos la esperanza?

Olga Consuelo Vélez

 

El tiempo litúrgico de Adviento se conoce como tiempo de esperanza. Y, como dice Pablo a los Romanos “la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (5, 5). En efecto, la esperanza cristiana no es una mera ilusión, una proyección, un deseo, un sueño, sino que es una persona -el mismo Jesús- quien, con su humanidad nos mostró que este mundo puede ser distinto y que todos nuestros esfuerzos pueden contribuir a la construcción de una realidad mejor. Más aún, Jesús nos dejó su mismo Espíritu para que continuemos su obra, sin desfallecer.

Sin embargo, en nuestro mundo son tantos y tan graves los problemas que nos agobian que, a veces pareciera, que la esperanza se ha ido. No logramos parar las guerras. No consolidamos sistemas políticos que garanticen la justicia social. No se consigue acabar la violencia contra las mujeres. No hay una conciencia ecológica que haga que se tomen medidas reales para frenar el cambio climático. No cambian las instituciones religiosas. Y así podríamos enumerar tantas otras realidades que nos duelen y las cuales no parecen vislumbrar un futuro distinto.

Pero, precisamente ante ese panorama de nuestro mundo, los cristianos estamos llamados a aportar lo que vivimos y celebramos. Mejor aún, como dice la primera Carta de Pedro, los cristianos hemos de estar “dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos lo pida” (3,15). De ahí la pregunta que encabeza este escrito: ¿y si aviváramos la esperanza?

Tal vez si los cristianos aviváramos la esperanza sería más fácil que los conflictos se arreglaran con el diálogo y el encuentro. Lamentablemente, a veces los cristianos son los que menos creen en el diálogo y solo piden el castigo para los malos. No parece que esto tuviera que ver con el Niño del pesebre que desde el lugar de los últimos anuncia la paz para todos los pueblos (Lc 2, 14).

Tal vez si los cristianos aviváramos la esperanza sería más fácil trabajar por la justicia social. La injusticia es fruto del ansia de tener, de acaparar, de llenar los graneros -como lo dijo Jesús en la parábola narrada por Lucas- en la que el rico acumula y construye graneros más grandes, diciéndose a sí mismo que tiene muchos bienes en reserva y por eso puede descansar, comer y beber. Pero Dios le dice: “Necio, esta misma noche te pedirán el alma y las cosas que tienes ¿para quién serán? Así es el que tiene riquezas para sí y no se enriquece en orden a Dios” (12, 16-21). El Niño del pesebre aviva la esperanza de que la felicidad no está en el tener sino en el compartir. Por eso los pastores que llegan al pesebre pueden sentir “una inmensa alegría” (Lc 2, 10) porque sin tener nada, saben reconocer al Salvador del mundo. Lástima que, muchas veces, tantos cristianos no viven desde estos valores sino buscando más riquezas y más poder.

Tal vez si los cristianos aviváramos la esperanza sería más fácil hacer realidad la fraternidad y la sororidad donde todos pueden sentarse en la misma mesa. El Niño del pesebre no pudo nacer en el mesón porque no había lugar para ellos (Lc 2, 7). Pero desde el pesebre abrió las puertas a la verdadera hermandad, esa que se construye desde abajo, desde los últimos. La vida cristiana podría aportar esa sencillez de vida, esa capacidad de acoger a todos por lo que son y no por lo que poseen. Pero en tantas instancias eclesiales los títulos honoríficos siguen siendo los que marcan las distancias entre los hermanos e impiden la comunión de mesa a la que estamos llamados. O, con las palabras de hoy, solo desde la esperanza que brota del pesebre es posible una iglesia sinodal, donde todos caminan juntos porque “nadie se considera el primero entre ellos” (Jn 13, 14)

Tal vez si los cristianos aviváramos la esperanza sería más fácil cuidar de la casa común porque ella es parte integrante de la fe que profesamos. No somos seres aislados sino en comunión con Dios, con los demás y con la creación. El texto del Génesis nos permite ver cómo el autor sagrado relata la creación del mundo donde todo lo creado ha sido querido por Dios: “vio Dios que era bueno” (Gn 1, 31). Pero en esa creación y en comunión con ella se da el aliento de vida para el ser humano a quien le confía su cuidado. Lamentablemente se entendió el verbo “dominar la tierra” (Gn 1, 28) como explotarla irracionalmente. Y así, muchos creyentes no se disponen a reorientar el progreso para que el objetivo no sea producir más sino garantizar la sostenibilidad. El Niño del pesebre nos habla de esa capacidad de vivir en armonía con la creación y encontrar en ella la fuerza de un anuncio de vida.

En otras palabras, Adviento nos invita a avivar la esperanza, dando cuenta de ella con nuestras obras. Que esto se haga realidad en estas fiestas que ya estamos celebrando.

jueves, 8 de diciembre de 2022

 

Adviento: Tiempo de espera “esperanzada” para las mujeres

Olga Consuelo Vélez

Las lecturas de la liturgia de este tiempo de Adviento nos invitan a la preparación, a la alegría, a la esperanza. Sobre todo, la figura de María, que es central en estos días (en los tres ciclos de adviento el primer domingo se dedica a la segunda venida del Señor, el segundo y tercero a Juan El Bautista y el cuarto a María), nos abre a la posibilidad de esperar la novedad del “Niño que viene” lleno de dones y bendiciones. De hecho, la palabra Adviento significa que alguien llega y en la antigüedad siempre que llegaba el rey, podía conceder favores a los que lograban verlo. Con la venida del Niño se esperaría que sus dones nos alcancen a todos.

Pero si pensamos en la realidad de las mujeres, ¿hay adviento -hay esperanza- para ellas? Por supuesto que sí. Aunque falta tanto para que en la sociedad y en la Iglesia sea real la igualdad entre varones y mujeres y que en todas partes del mundo se respeten los derechos de las mujeres y no haya ningún tipo de violencia contra ellas por el hecho de ser mujeres, muchas son también las conquistas y logros que se han adquirido en estos últimos tiempos y eso abre la puerta a seguir “esperando”, “esperanzadamente” en que los cambios continúen y se afirmen definitivamente.

Hay esperanza en la realidad social porque las leyes se consolidan y cobijan mucho más a las mujeres. La tipificación del feminicidio -asesinato de mujeres de la mano de hombres por machismo o misoginia- se va implementando cada vez más en los diferentes países y, efectivamente, se afianzan las penas correspondientes a ese tipo de delito. La igual remuneración laboral para mujeres y varones también está siendo una realidad. El que la mujer ocupe más espacios públicos y sea gestora de decisiones sociopolíticas va aumentando y en el imaginario colectivo comienza a ser más natural que todos los lugares puedan ser ocupados por varones y mujeres indistintamente. Lo que todavía sigue con una brecha muy grande es la violencia de género que se ejerce en los espacios públicos porque aún hay demasiada explotación sexual de la mujer y los medios de comunicación todavía utilizan el cuerpo femenino o el estereotipo de sus atributos para comercializar sus productos y avivar una sociedad de consumo, donde la mujer es un producto más. Pero la conciencia de que eso no debe ser así, crece y eso da esperanza.

En la realidad familiar se comienza a ver una nueva manera de constituirse como familia, con más igualdad, más respeto, más equidad, más distribución de tareas para ser hechas por todos en casa. Aunque hay ambientes -especialmente religiosos- que consideran que esta nueva manera de posesionarse de la mujer es la causa de la inestabilidad familiar, esto se desmiente fácilmente porque la crisis de la familia no viene del reconocimiento de los derechos de las mujeres sino de la falta de madurez humana y afectiva de varones y mujeres y la forma de entender las relaciones. De hecho, cualquier subordinación o sumisión o violencia contra la mujer no permite una familia estable, aunque aparentemente se crea que es así.

A nivel eclesial crece también la conciencia de que, sin abrir espacios de participación a nivel de decisión para las mujeres, la iglesia desdice de su ser sinodal, al que está llamada. Pero en este ámbito las mujeres no están simplemente esperando que se abran las puertas. La formación teológica que han adquirido tantas mujeres y los espacios de reflexión, celebración y sororidad que se han abierto, las han empoderado para saberse iglesia y hablar en su nombre. En realidad, todo el pueblo de Dios es sujeto eclesial y las mujeres han tomado la palabra creando espacios eclesiales que, a fuerza de su existencia, se van reconociendo y aceptando.

La situación de las mujeres no es la misma de hace cincuenta años y mucho menos de hace tantos siglos como tenemos de historia. Las jóvenes de hoy están encontrando un mundo mejor del que tuvieron sus madres y sus abuelas. Y la perspectiva de su realización y el cumplimiento de sus sueños se vislumbra mucho más. Todo lo anterior no significa que no falte demasiado, en todos los ámbitos descritos, para que la realidad de sufrimiento, exclusión y opresión de las mujeres se mire solo como algo del pasado. Pero el estar en camino, el constatar logros, el palpar un nuevo horizonte posible para las mujeres, garantiza que esta espera no es pasiva, no es resignación, no es aceptación, sino que es una espera “esperanzada” porque los logros alcanzados fortalecen para seguir alcanzando muchos otros.

En este sentido, la nueva manera de comprender la figura de María, gracias a los aportes de la teología feminista, puede seguir fortaleciendo desde la fe, estas conquistas de las mujeres y llevarlas a la realidad. Hoy entendemos que María no es la mujer pasiva que acepta sin réplica, sin preguntas, su colaboración en el plan de salvación. María pregunta ¿cómo podrá ser aquello? (Lc 1, 34) y ante la respuesta del ángel de que “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37), María no teme asumir el protagonismo de gestar a un Hijo que será la salvación para todos los pueblos. María es la mujer libre y fuerte que asume la responsabilidad que se le confía y lo hace con todas las consecuencias. Por eso, como dice el evangelista Juan, está al pie de la cruz (19, 25) -momento donde se pone en juego la posibilidad de dicha salvación-, reafirmando la fe por la que su prima Isabel la alabo, en el evangelio de Lucas: “Feliz tú porque has creído” (1, 45). ¡Cuántas mujeres han vivido un protagonismo capaz de abrir caminos de liberación para las mujeres! ¡Cuántas mujeres han conseguido derechos para las mujeres! ¡Cuántas se han mantenido de pie ante las dificultades y los retrocesos de algunos logros conquistados por las mujeres! La figura de María engrandece las luchas de tantas mujeres en la sociedad y en la Iglesia y las fortalece para no decaer en sus esfuerzos.

El texto del Magnificat, que el evangelista Lucas pone en boca de María, puede seguir avivando la espera “esperanzada” de que la situación de las mujeres puede dar un vuelco total y un mundo libre de violencia contra ellas, es posible. María afirma que Dios “despliega la fuerza de su brazo para dispersar a los soberbios y exaltar a los humildes, para colmar de bienes a los hambrientos y despedir vacíos a los ricos” (Lc 1, 52-53). Es decir, Dios está de parte de los que sufren y despliega su fuerza para cambiar las situaciones. Por eso, no está lejos de la situación de las mujeres, sino que, con certeza, ha sido su primer protagonista. De hecho, la praxis de Jesús con respecto a las mujeres fue una praxis de liberación, de inclusión, de igualdad. La llamada cristología feminista ha mostrado claramente que la Buena Noticia del Reino, anunciado por Jesús, es también para las mujeres y él mismo contribuyó a generar y sostener ese dinamismo.

Situarnos en Adviento con estos elementos que hemos reseñado nos permite vivir este tiempo como un verdadero adviento para las mujeres. El Niño que se espera es el mismo que con su praxis histórica y con la palabra de Dios consignada en la Sagrada Escritura, avala las llamadas “olas del feminismo” que han conseguido derechos civiles, sociales, políticos, culturales para las mujeres. Es el mismo que hoy continúa avalando el trabajo de las teologías feministas que enriquecidas con las categorías de análisis de las teorías feministas, han permitido apoyar y empujar los cambios necesarios para la vida digna y plena para las mujeres.

Adviento es tiempo de recoger tantos logros y esperar que sigan aconteciendo. Adviento es tiempo de avivar la esperanza de que un mundo donde varones y mujeres gocen plenamente de todos sus derechos es posible y que la opresión vivida por el género femenino ya no exista más. Que en este presente se pueda vivir que ¡ni una mujer más sufre ningún tipo de violencia, ningún tipo de discriminación ni de subordinación! ¡Ven, Señor Jesús! y consolida el regalo de un mundo libre de violencias de género, un mundo de hijos e hijas del mismo Dios Padre/Madre.