sábado, 29 de diciembre de 2018

CELEBRANDO EL FIN DEL AÑO Y COMENZANDO EL NUEVO

De nuevo nos encontramos celebrando el fin del año y comenzando uno nuevo. Así lo festejamos cada 31 de Diciembre, día que no pasa desapercibido para casi nadie y que implica sentimientos de alegría por lo vivido, de nostalgia por los sucesos negativos, de esperanza porque siempre se puede intentar que las cosas cambien para bien. 

Cronológicamente no hay ningún cambio que permita esa sensación de terminar un año y comenzar otro. Pero psicológicamente si se experimenta un efecto que viene de la celebración externa y que bien aprovechada puede hacer surgir lo mejor de nosotros mismos para iniciar un nuevo comienzo. 

Situándonos en la vida cristiana -que no es otra que la misma vida humana sólo que en ese horizonte del don de la fe que “hace nuevas todas las cosas”, iniciar un año nos puede ayudar a tener buenos propósitos que hagan madurar y hacer más significativa nuestra fe. Disponernos a tener una vida de oración con más constancia y profundidad. Formarnos mejor en la vida de fe para saber dar razón de ella con argumentos sólidos que puedan dialogar con el mundo de hoy. Convencernos de la necesaria articulación entre todo lo que hacemos y la fe que profesamos. Es decir, que la honestidad, la responsabilidad y el bien común sean los rectores de todo nuestro actuar. No hacer dicotomía entre los asuntos de la vida diaria y los espacios destinados a la celebración de la fe. Que en la cotidianidad vivamos la oración y la oración contenga la vida con todos sus desafíos y posibilidades. 

En fin, cada uno sabrá lo que puede proponerse para iniciar un año nuevo que haga más significativa la vida cristiana que profesamos. Pero eso sí que todos busquemos como prioridad “no olvidarnos de los pobres” porque ellos son los preferidos de Dios y si queremos ser cristianos auténticos, no hay un propósito o mandamiento mayor que amar a todos pero, especialmente, a los más necesitados de cada momento porque en ellos habita, de manera preferencial, el Dios a quien amamos y seguimos.

martes, 18 de diciembre de 2018


Navidad: tiempo de anunciar la alegría y la paz

Desde la V Conferencia del Episcopado latinoamericano y caribeño, celebrada en Aparecida, en 2007, la iglesia quiso vivir en actitud de “permanente conversión pastoral” que la sacara de la comodidad y de lo que siempre se hizo así, para “escuchar con atención y discernir ‘lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias’ (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta (366). De la misma manera quiso “ponerse en estado permanente de misión (…) sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas” (551). Por eso animaba a recobrar “el fervor espiritual” y conservar “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (552).

Con las mismas ideas, el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium nos invita a evangelizar con la alegría que surge de quien se encuentra con Jesús: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (…) quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría e indicar caminos para la marcha de la iglesia en los próximos años” (EG, 1). Y continúa invitando a ser una iglesia en salida misionera, capaz de pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (EG 15), sin miedo a quedar “accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49).

Pues bien, llega el tiempo de adviento y navidad y es un tiempo privilegiado para la misión y para evangelizar poniendo en práctica estas orientaciones. Lo primero es confrontarnos con el hecho mismo de evangelizar. No ir a misión por hacer una tarea más, o porque se volvió una costumbre, sino porque en verdad, la experiencia de vida cristiana que llevamos dentro, se quiere compartir a los demás. Nadie puede dar lo que no tiene. De ahí que también conviene revisar la vitalidad de nuestra propia vida de fe para darnos cuenta si vibramos por el evangelio, si estamos enamorados de Jesús y esa profundidad de vida nos lleva a querer comunicarlo. Es decir, es vital que sea la propia experiencia la que con sencillez y gratuidad llevemos a los demás.

Un segundo paso es ver la metodología. Ésta siempre ha de renovarse. En este punto hay mucha creatividad y nuevos planteamientos, pero no siempre se pone en práctica. Salir de la pastoral de la mera conservación no es fácil porque tanto los misioneros como los destinatarios estamos acostumbrados a lo de siempre y nos cuesta cambiar. Muchas misiones se quedan en lo litúrgico y se olvidan de la dimensión más integral de la evangelización que ha de ocuparse de todas las realidades que vivimos. Por eso hay que cuidar una formación integral que abarque lo afectivo, lo cultural, lo social, lo simbólico, etc.

Y los contenidos -lo más importante- han de ser el anuncio de la “buena noticia” y no el cumplimiento de normas y mandatos como tantas veces se fomenta. Es porque se da un encuentro con Jesucristo que tiene sentido cambiar de vida y no al contrario. Ahora bien, todo esto no ha sido fácil para una conversión pastoral ni para una experiencia de misión. Siguen existiendo muchas misiones cuyo único objetivo es celebrar los sacramentos -muy loable, pero la vida sacramental ha de ser punto de llegada, no de partida- o recriminar a todos los que no viven según las normas de la iglesia. Es decir, parece que la misericordia no existiera y se antepone la norma al amor, la ley a la misericordia.

¿Qué decir en este tiempo de adviento-navidad? Es un tiempo privilegiado para llevar la alegría del Dios que se hace ser humano, compartiendo nuestra historia. El Dios del cielo se hace como uno de nosotros con lo cual comprende absolutamente toda nuestra realidad, la ama y quiere lo mejor para ella. No viene a condenarnos sino a abrirnos caminos de esperanza. Es muy distinto invitar a la gente a descubrir este Dios humano y lleno de amor que llenar la predicación de mandamientos y leyes que ahuyentan de entrada a muchos de los participantes.

También el lugar social en el que Jesús escoge nacer, los más pobres, tiene mucho que decirnos sobre el mensaje que hemos de comunicar. Dios no quiere la pobreza sino su superación y, por eso, nace entre los más pobres para acompañarlos en la transformación de su realidad. Esto corresponde a la dimensión social de la evangelización que es central en el mensaje que anunciamos. Por eso Navidad es tiempo propicio para seguir anunciando el mundo que Dios quiere: un mundo con justicia social, con solidaridad y donde todas las pobrezas puedan ser transformadas.

Para Colombia uno de los aspectos indispensables es la consolidación de la paz. Muchos tropiezos se han ido teniendo en la implementación, pero un cristiano no puede caer en la masa que se deja vencer por las dificultades o que no cree en la paz. Hay que seguir empujándola y apostando por ella. Una misión que ayude a trabajar porque se consoliden los procesos y las actitudes frente a la paz, está en consonancia con el designio divino: “Paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14) como cantaban los ángeles cuando le anunciaban a los pastores que había nacido el Salvador, Cristo el Señor en la ciudad de Belén.

Qué esté tiempo en que celebramos la alegría del Dios hecho ser humano, sea también tiempo misionero donde comuniquemos con el propio testimonio y con las palabras esa alegría que es para todos y que, en Colombia, tiene el nombre concreto del trabajo por la paz.

miércoles, 12 de diciembre de 2018


Navidad: tiempo de afianzar la esperanza y la utopía


Terminamos el año con varias derrotas en el corazón. Una de ellas a nivel de la democracia. Siendo esta un instrumento adecuado para escoger lo que más nos conviene y sentirnos representados en nuestras opciones, la democracia ha sido, en estos últimos tiempos, escenario de profundas polarizaciones evidenciando mentalidades muy opuestas y contradictorias. Comúnmente lo clasificamos como de “izquierda” o de “derecha” (con muchos matices de por medio). Pero lo cierto es que América Latina está dando un giro a la “derecha” que, en otras palabras, significa neoliberalismo a ultranza y pérdida de las conquistas sociales.


Curiosamente la gente de iglesia casi siempre le “teme” a la “izquierda” pero parece no darse cuenta que la “derecha” también implica políticas de muerte que atentan contra los más pobres. Eso es el neoliberalismo, “esa economía que mata” de la que habló el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium: “Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil (…) Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’” (No. 53). Hemos visto manifestaciones en contra del aborto -los no nacidos- encabezadas por la jerarquía eclesiástica pero aún no vemos manifestaciones en contra de esta economía que mata y que le roba la vida a los –nacidos-. ¿Cuándo cambiaremos la mentalidad de “derecha” por la mentalidad del “evangelio”, la que se inclina decididamente por los más pobres? 


Y en el país hemos sufrido otras derrotas. La consulta anti corrupción se perdió por muy poco. Y no se ve esperanza de que el congreso asuma algunas de esas propuestas. En realidad ellos no quieren tocar ninguno de sus privilegios. 


A nivel eclesial se hicieron muchos congresos para conmemorar los 50 años de la Conferencia de Medellín. Esa Conferencia fue la puesta en práctica del Vaticano II en nuestro continente y fue un momento de gracia y compromiso con los más pobres. De allí viene la opción preferencial por los pobres y el deseo de una iglesia pobre y para los pobres. Pero pasaron los congresos, se escucharon muy buenas conferencias pero no pareciera que la iglesia –jerarquía y pueblo de Dios- se hubiera movido un ápice hacia esas llamadas fuertes de conversión. Y, por su parte, el Papa sigue haciendo gestos proféticos de apertura eclesial, de cercanía a los pobres, de sencillez y ruptura de los protocolos y estructuras establecidas, pero las iglesias particulares no parecen cambiar en ese sentido. 


Y muchas otras realidades podrían nombrarse en la sociedad y en la iglesia que suenan a derrota, en el sentido de que no se modifican las situaciones. Pero también muchas otras pueden nombrase que engendran esperanza y que muestran que la vida puede más: Una juventud que lucha para que se le den los recursos necesarios para una educación de calidad, una JEP (Justicia especial para la paz) que sigue su tarea a pesar de todos los obstáculos que le ponen por todas partes), una Comisión de la verdad que cree que la reconciliación es posible en este país en la medida que salga a la luz cómo fueron las cosas y lleguemos a comprender lo que realmente nos pasó como sociedad para llegar a tener más de 8.000 víctimas del conflicto armado. Y sería bueno que cada uno piense en todas esas situaciones que engendran esperanza, que mantienen la fe, que mueven al amor para superar toda derrota y seguir apostando por la vida.


Con motivo de la elección del presidente de Brasil se socializó por las redes la “Samba de la utopía” que con su letra invitaba a no bajar los brazos, sino a seguir construyendo la utopía a pesar de esa locura de haber elegido a un candidato ultraderechista y lleno  de actitudes contrarias a la dignidad humana:  “Si el mundo queda pesado yo voy pedir prestada la palabra poesía, si el mundo embrutece yo voy a rezar para que llueva la palabra sabiduría, si el mundo anda para atrás voy a escribir en un poster la palabra rebeldía, si la gente se desanima yo voy a cosechar en un huerto la palabra terquedad, si al final sucede que entra en nuestro patio la palabra tiranía vamos a coger un tambor e ir a la calle para gritar la palabra utopía” (la música es linda y en portugués la letra es mucho más linda, se puede escuchar en la red).


Nuestra utopía cristiana tiene un nombre y una historia y eso es lo que celebramos en la Navidad: “Un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. ‘Maravilla de consejero’, ‘Dios fuerte’, ‘Príncipe de la paz’ (Is 9,5). Así expresa el profeta Isaías lo que en el Nuevo Testamento reconoceremos como el “Emmanuel”, “Dios con nosotros” (Mt 1, 23). Él es nuestra esperanza y la fuerza para no dejarnos vencer por la derrota.


El Niño que nace es alegría para nuestros corazones y fortaleza para luchar por cambiar las situaciones. Él es el Mesías esperado capaz de engendrar en nuestros corazones la libertad y la paz, la audacia y el compromiso, la utopía cristiana de que este mundo está llamado a ser casa para todos y todas.


Dispongámonos a celebrar la Navidad abriendo el corazón a su venida, dejándole que fortalezca nuestras luchas y alimentando la esperanza de que Él tiene la palabra de vida que puede vencer todas nuestras derrotas.  

viernes, 7 de diciembre de 2018