jueves, 16 de mayo de 2024

 

Jesús Resucitado nos deja el don de su Espíritu para continuar la tarea encomendada

Comentario al evangelio del domingo de Pentecostés 19-05-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con ustedes’. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: ‘la paz con ustedes’.  Como el Padre me envío también yo los envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos (Jn 20, 19-23).

 

Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés cerrando con este acontecimiento el tiempo de Pascua. Jesús Resucitado no se presentará más a sus discípulos, pero les deja el don de su Espíritu para continuar la tarea encomendada. El evangelio de Juan que, hoy se pone a nuestra consideración, mantiene la lógica del envío del Padre al Hijo y del Hijo a nosotros. Porque el Padre envió al Hijo, el Hijo puede actuar con autoridad y enviarnos a nosotros. Y, ahora somos nosotros los que con la autoridad que nos viene del Hijo podemos seguir discerniendo y actuando conforme al impulso del Espíritu.

El texto continúa explicitando las consecuencias, para los discípulos, de recibir al Espíritu: “a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados y a los que se los retengan les quedan retenidos”. Si leemos estas palabras pensando solo en el ministerio ordenado, lo limitamos al horizonte sacramental. Pero el texto es mucho más amplio en el contexto de una iglesia Pueblo de Dios -propuesta de Vaticano II- o de una iglesia sinodal, como ha querido impulsar el papa Francisco ese modelo de Iglesia. El don del espíritu nos invita a ser gestores de perdón y reconciliación, de misericordia y acogida. Por parte de Dios siempre está la misericordia y el volver a empezar. Por parte de Dios solo existe la propuesta de salvación. De ahí que la vida cristiana ha de dar testimonio de ese amor de Dios que se desborda por la humanidad y que lo empeña todo, como lo hizo Jesús, con su propia vida, para garantizar la vida y vida en abundancia para todos y todas. Lo de “retener los pecados” que podría entenderse en un sentido dualista de dos ofertas -de salvación y de condenación-, cobra sentido cuando lo entendemos como esa denuncia profética de no ceder antes las fuerzas del anti reino, de no dejar de luchar porque el pecado, fruto de la libertad humana, se denuncie, se contrarreste, se transforme.

Previo a este don explícito del espíritu, Jesús ha saludado a sus discípulos con el don de la paz, propio también del espíritu. Pero la paz no es un logro ya alcanzado sino una tarea a seguir conquistando. La paz entre los seres humanos se construye en el día a día, se restablece todas las veces que sea necesario, se busca sin cansancio, se persigue con esperanza sabiendo que, como don escatológico prometido por Jesús, la vamos saboreando en el aquí y ahora en la medida que trabajamos por hacerla posible.

Este día se lee también la lectura de Hechos de los Apóstoles en la que el evangelista Lucas relata el acontecimiento de Pentecostés, por supuesto en un relato más teológico que histórico, mostrando como el Espíritu se derrama sobre todos los que están reunidos en Jerusalén esperando la promesa que Dios ha hecho a los suyos. Sin lugar a dudas ha llegado el tiempo de la Iglesia del que el Espíritu es el protagonista. Es muy interesante el símbolo de las lenguas. La misión de la Iglesia es continuar predicando la Buena Noticia que llegó con Jesús y, posiblemente este simbolismo de las lenguas, puede dar realce a este anuncio que se hace más allá de la propia lengua -comenzaron a hablar otras lenguas- pero también que todos entienden en su propia lengua. Los que están allí reunidos se maravillan de lo que está sucediendo, pero a la vez, el texto dice que otros solo criticaban diciendo que estaban “llenos de mosto”.

Por lo tanto, el tiempo de la Iglesia comienza, la fuerza que la sostiene es la del mismo espíritu de Jesús, no es una tarea fácil porque para muchos es algo sin sentido, pero para los que se abren a la acción del espíritu y dejan conducir su vida por él, es tiempo de alegría y paz, de anuncio y denuncia, de compromiso transformador de todas las situaciones. Es tiempo, entonces, del Espíritu en la medida que nos abrimos a su acción y damos testimonio de ello. 

miércoles, 8 de mayo de 2024

 

Ha llegado el tiempo de la Iglesia

Comentario al evangelio de la Ascensión del Señor 12-05-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Y les dijo: vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.  Con esto el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16, 15-20).

 

El evangelio de Marcos que retomamos en este domingo de la fiesta de la Ascensión del Señor había terminado con la ida de las mujeres al sepulcro donde un joven vestido de blanco les anuncia que Jesús ha resucitado y les manda que vayan a darle esa noticia a los discípulos. Pero, según el evangelista, ellas llenas de temor no le dicen nada a nadie. Sin embargo, el evangelio no podía terminar así y, según los especialistas, los últimos versículos de este capítulo 16, son un añadido posterior, inspirados en el evangelio de Lucas, mostrando de manera muy condensada la aparición de Jesús a María Magdalena, a los discípulos de Emaús y ya, en una última aparición, a sus discípulos donde, sentados a la mesa, les comunica el mandato que constituye el evangelio de hoy. Después de esto, Jesús sube al cielo para sentarse a la diestra del Padre. En otras palabras, el evangelio concluye con un Jesús que confía su misión a los suyos.

Es muy interesante la descripción que hace el evangelista de las señales que acompañarán la predicación: expulsar demonios, hablar lenguas nuevas, agarrar serpientes y no sufrir ninguna consecuencia si los atacan con su veneno. También curar enfermos. Leído literalmente parece que, después de la resurrección de Jesús, los discípulos se van a dedicar a hacer obras que rompen las leyes de la naturaleza. Sin embargo, no podemos leer los textos de manera literal sino desde la intencionalidad con la que fueron escritos. Estas acciones se refieren a la transformación que produce la predicación de la Buena Noticia, a la capacidad que el evangelio tiene de vencer las fuerzas del anti reino.

Después del envío, Jesús es elevado al cielo y se sienta a la diestra de Dios. Tampoco esto lo podemos tomar de manera literal sino entender cómo la comunidad cristiana valiéndose de una relectura cristológica del salmo 110, 1 (Oráculo de Yahveh a mi señor: Siéntate a mi diestra hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies), expresa la experiencia que comienzan a vivir: la misión realizada por Jesús ahora depende de ellos, guiados por su Espíritu (Pentecostés, que será la fiesta que celebremos el próximo domingo). El énfasis no está en que Jesús se va al cielo sino en que ahora los discípulos se dedican a predicar. Dicho de otra manera, ha llegado el tiempo de la Iglesia y sus miembros han de predicar a todas las gentes, en todos los lugares, confirmando dicha predicación con las obras que realizan.

Celebrar la Ascensión significa hoy para nosotros, no quedarnos mirando para el cielo -como lo relata Lucas en el libro de los Hechos (1, 11)- sino disponernos a anunciar a Jesús no solo con palabras sino respaldando dicho anuncio con obras de justicia y paz, de solidaridad y liberación, transformando el aquí y ahora de la historia que vivimos.

jueves, 2 de mayo de 2024

 

Una maternidad más allá de las condiciones fisiológicas

Olga Consuelo Vélez

Aunque falta mucho para que la igualdad de género sea una realidad en todas partes del mundo, se han hecho grandes avances y, quedan pocos lugares -legalmente- vedados para las mujeres. Digo, “legalmente” porque en los “imaginarios” -más difíciles de cambiar- aún persisten muchos prejuicios y limitaciones. Pero un aspecto que, tal vez, no se ha trabajado suficientemente es la maternidad como una posibilidad que solo tienen las mujeres y no los varones, de ahí, que se defienda que ese rasgo es lo propio de las mujeres y, en eso, debe consistir su mayor aporte a la sociedad y a la Iglesia.

En ese sentido, en varias partes del mundo, en el mes de mayo, se celebra el hecho de ser madres. Pero reflexionamos sobre algunos aspectos de la maternidad. Fisiológicamente, las mujeres tienen los órganos reproductores adecuados para llevar adelante la maternidad. Sin embargo, como en todos los aspectos humanos, ni todas las mujeres pueden ser madres por alguna razón fisiológica, ni todas llegan a serlo, bien sea por escoger un estilo de vida célibe o porque no concretaron una relación afectiva en su tiempo fértil o por opción, razón que se invoca más últimamente. Con esto quiero decir que, valorando inmensamente el hecho de poder ser portadoras de la vida, no necesariamente todas las mujeres lo son, de ahí que no es “universalmente” válido el aporte de las mujeres en relación con su maternidad.

Es verdad que muchas lo son. Sin embargo, el hecho de fisiológicamente tener la posibilidad de ser portadoras de la vida ¿las hace “buenas” madres? ¿las capacita de manera “innata” para ser madres de esa nueva criatura? Me atrevo a responder que no porque la maternidad con todo lo que ello implica de amar a un nuevo ser, de ayudarle a desarrollarse desde lo que ese bebé es y desea, de darle las suficientes alas para que despliegue todas sus potencialidades, de amarle con generosidad, sin egoísmo, sin pedir nada a cambio, etc., no es algo innato que surge por el hecho de físicamente dar a luz. Por el contrario, esa realidad exige un aprendizaje, una permanente revisión, un disponerse a crecer, a confrontarse, a corregirse, a considerarse en camino del desarrollo del amor verdadero hacia otra persona, en este caso, de ese ser que logró desarrollarse en su vientre.

Y con todo lo anterior quiero sacar dos conclusiones. Lo primero es recordar que la maternidad es mucho más que lo biológico y por eso, aunque este mes se celebre el día de las madres y surja con tanta espontaneidad y cariño festejarlas y agradecerles sus desvelos y entrega, es importante recordar que ser madre es una tarea muy difícil que no puede improvisarse. Lamentablemente, hay demasiadas madres egoístas que prácticamente acaparan a sus hijos para sus propias necesidades. Hay tantas que ven en ellos su compañía, la realización de lo que ellas no pudieron ser, los casi “objetos” en quienes descargan sus frustraciones, miedos y exigencias. No faltan las que toman a sus niños como objeto de venganza contra sus parejas -esto también ocurre mucho en los varones y hemos asistido a casos muy dolorosos de varones que matan a sus propios hijos para vengarse de sus mujeres-. Pero no faltan madres que les impiden a los hijos crecer con sus padres y privarlos de muchas oportunidades también para castigar a su pareja. Esto de ser madres a imagen “del amor materno/paterno que Dios nos revela” (Is 49, 15-17), no es nada fácil y convendría repetirlo para que el don de la maternidad de los frutos que esperamos y sea más fácil engendrar una sociedad de hermanos/as como tanto la necesitamos.

Pero la segunda conclusión es que ni siquiera este aspecto fisiológico de la maternidad es tan propio de las mujeres que las haga tan distintas a los varones. Todos los seres humanos estamos llamados a amar con el mismo amor de Dios, ese amor del que habla la cita de Isaías, en que Dios mismo reconoce que, aunque una madre pueda olvidarse del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida. Es decir, quien vive los valores del reino -sea mujer o varón- está llamado a vivir el amor incondicional del mismo Dios con todos los seres que le rodean. Esto no es cuestión de mujeres o varones. Es cuestión de humanidad.

Volvamos entonces con la igualdad de género. Las mujeres solo aportarán el amor que engendra vida y la deja desarrollar sin egoísmos ni exigencias para sí mismas, si aprenden a ser madres, revisando sus propios egoísmos y limitaciones y buscan crecer cada día en el aprendizaje de ese amor total y sin reserva. Pero no solo ellas están llamadas a vivirlo. Los varones, por ser imagen y semejanza de Dios, también pueden vivir ese amor incondicional -y de hecho hay varones que viven su paternidad con esa alta medida- aunque fisiológicamente no carguen en su seno al bebé que engendraron. No está de más recordar que la ternura, acogida, cuidado, protección no son valores por naturaleza femeninos, sino que son también masculinos y cada vez los vemos más explícitos en los varones.

Estos son tiempos de igualdad de género, pero también son tiempos de seguir en el aprendizaje del amor que construye un mundo más humano, más fraterno y sororal. Ni toda la responsabilidad es de las mujeres -es también de los varones y en la misma medida-, ni las mujeres saben hacerlo de manera innata, esencial, natural. Es evidente que no existe un instinto materno, sino que todo lo bueno que se supone debería darse, las mujeres también lo han de aprender, lo mismo que lo han de aprender los varones.

Por supuesto, celebremos en este mes de mayo el amor de tantas madres que han sabido vivir un amor generoso y entregado por sus hijos. Mucho que agradecer y mucho que reconocer. Pero, tomemos conciencia de lo mucho por aprender. En este último sentido, si a las jóvenes se les ayudara a no “idealizar” esa característica de ser madres, sino que se les mostrara la responsabilidad que supone, tal vez habría menos embarazos indeseados y, con eso, menos mujeres y varones que en lugar de amar como se esperaría lo hicieran, solo llenan el mundo de más dolor y egoísmo, al no saber amar bien ni a sus propios hijos.

No olvidemos que el amor incondicional de nuestro Dios es una llamada para mujeres y varones que, a imagen y semejanza suya, están llamados a vivirlo y a transparentarlo. No es más quien tiene las condiciones físicas para portar una nueva vida ni menos quien solo lo engendra. Ni tampoco quienes no tienen hijos por la razón que sea. Todos los seres humanos, con sus condiciones propias, pueden testimoniar el proyecto de amor de Dios sobre la humanidad, con la riqueza, particularidad y pluralidad que absolutamente cada ser humano tiene.

 

miércoles, 1 de mayo de 2024

 

La vida cristiana no es de normas o cumplimientos; es de relación, de amistad, de amor

Comentario al evangelio del 6° domingo de Pascua 5-05-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo este en ustedes y su gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. No les llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos porque todo lo que he oído de mi Padre se los he dado a conocer. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes y los he destinado para que vayan y den fruto y que ese fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda. Lo que les mando es que se aman los unos a los otros (Jn 15, 9-17).

 

En este sexto domingo de Pascua, continuamos leyendo el capítulo 15 del evangelio de Juan. El domingo pasado leímos lo correspondiente a la Vid y los sarmientos y hoy se continúa el relato haciendo énfasis en el amor de Dios que nos llega a través de Jesús. El Padre ama al Hijo y el Hijo nos sigue amando a cada uno de nosotros. De ahí se desprende el llamado de amarnos unos a otros, pero no de cualquier manera, sino como Jesús nos ha amado. Precisamente por eso, se pueden destacar aspectos irrenunciables de ese amor de Dios. Un primer aspecto, es la necesidad de permanecer en ese amor. Es como si Jesús nos estuviera abriendo su corazón y nos revelará que el amor de Dios da un gozo pleno, colmado, total. Y quien tiene ese gozo, con certeza puede amar en verdad a todos los demás.

Un segundo aspecto es el límite de ese amor: “hasta la dar la vida”. No significa que se este invitando al sacrificio por el sacrificio sino a mantener la fidelidad, la coherencia, la verdad. Perder la vida por fidelidad es lo que produce frutos. De lo contrario es un sufrimiento inútil.

Pero tal vez algo central del evangelio de hoy es la relación que Jesús quiere establecer con los suyos: los llama amigos y no siervos. La experiencia cristiana no es de normas o cumplimientos; es de relación, de amistad, de amor. El texto leído literalmente puede desdecir lo que acabamos de afirmar porque Jesús dice que son sus amigos si hacen lo que les manda. Pero el sentido es lo que en otras ocasiones hemos insistido: la amistad lleva a la comunión de vida, de intereses, de objetivos. Es una obediencia no en el sentido de obligación sino de identificación con el amigo. En otras palabras, el amor de Dios llega gratis, total, infinito, por medio de Jesús, a la vida de cada persona. Es un don que se nos ofrece de antemano. Es una elección que Dios ha hecho por pura “gracia”, no por nuestros méritos o por nuestras capacidades. Y, precisamente por esa elección gratuita la consecuencia lógica es dar los frutos de amor correspondientes, mostrar en el amor de unos a otros que el amor de Dios recibido se hace fraternidad y sororidad en la historia concreta del aquí y el ahora.

La vida del Resucitado que seguimos conmemorando en la Pascua se encarna en el testimonio de amor de cada uno de los cristianos que han comprendido la misión encomendada y se disponen a realizarla en el amor mutuo, en la entrega recíproca, en la corresponsabilidad compartida.

Por parte del Padre todo está dado, todo está concedido. Por parte nuestra se necesita reconocer todo el amor recibido en nuestra vida y disponernos a dar gratis lo recibido gratis, a amar con esa generosidad, misericordia y entrega sin límites, como es el amor de Dios que sigue desbordándose en cada uno de nosotros.