jueves, 28 de diciembre de 2023

 

Nuevo año, nueva oportunidad para seguir creciendo en la fe

Olga Consuelo Vélez

Cada vez que comienza el año da la sensación de que todo puede ser nuevo, con resultados más positivos que los del año anterior. Sin embargo, en la medida que pasan los meses, el ritmo de las cosas va siendo más fuerte que los buenos propósitos, llega el cansancio, los muchos quehaceres y cuesta trabajo recordar los planes que habíamos trazado. Parece que solo se espera concluir con lo que se lleva entre manos y llegar nuevamente a un fin de año que descanse y fortalezca para un nuevo comienzo.

Visto así parece que nuestra vida, año tras año, es un ciclo repetitivo. Esa misma dinámica la podemos vivir en la vida de fe, marcada por el año litúrgico que nos brinda la celebración de los momentos intensos del cristianismo -navidad y pascua- y lo cotidiano, marcado por el tiempo litúrgico denominado -tiempo ordinario-.

Por una parte, esos ciclos de vida caracterizan la vida humana. Por otra, el ser humano tiene tanta capacidad de novedad y creatividad que puede recrear esa continuidad que parece marcar la vida y seguir creciendo más y más con el paso del tiempo. Precisamente es ese “crecer” en todos los sentidos, lo que nos libra de la rutina y la repetición de los ciclos vitales y nos permite adentrarnos a ricas, fecundas y reconfortantes experiencias.

En lo que respecta a la fe: ¿Qué significa crecer en la fe? Para algunos no parece que esta conlleve crecimiento porque están tan seguros de seguir unas normas de moral enseñadas por la iglesia, unos ritos litúrgicos practicados durante años, unas oraciones y tradiciones aprendidas desde infantes que no conciben que algo pueda actualizarse, modificarse o transformarse con el paso del tiempo. Pero para otros, especialmente los que cultivan la vida espiritual, la nutren con estudios teológicos, se permiten pensar, debatir, reflexionar, cuestionar sobre ella, la fe crece cada día y se va comprendiendo mejor e, incluso, admite cambios que dejan de lado comprensiones anteriores, aunque estas hayan persistido durante siglos. Esto no quiere decir que la fe sea relativa -como aducen algunos- sino que es humana y su comprensión es procesual, gradual, histórica.

La experiencia de fe no es un conjunto de normas. Es un encuentro con Dios que, como todo encuentro humano, supone conocimiento mutuo, relación, crecimiento del amor, encuentros y desencuentros. De ahí que nuestra pregunta es por el crecimiento en ese amor a Dios. Esto es lo primero y fundamental en la experiencia de fe. Las normas morales son una expresión del amor a Dios y no al contrario. Lamentablemente algunos creen que Dios es un juez que dicta normas y su forma de vivir la fe es cayendo en el legalismo de su cumplimiento sin pensar que ellas están al servicio del ser humano y no al contrario. Jesús denunció ese legalismo de la Ley vivida en su tiempo, pero a veces, da la impresión, que no se entiende el lugar que Jesús dio a la Ley y siguen pensando solo en normas por cumplir.

La fe no es un conjunto de ritos litúrgicos. Sin negar la importancia de la liturgia para celebrar la fe, ella es fruto de la experiencia humana y se ha ido consolidando según las costumbres del tiempo en que surge. La liturgia católica tiene mucho de imperial porque se fue consolidando en esos tiempos donde a Dios se le comparaba con los reyes y se le quería rendir un honor mayor que a ellos. Pero ya no son esos tiempos y no en vano, Vaticano II, decretó una liturgia que fuera entendida por la gente para que todos participaran efectivamente de lo que se celebra. Pero en este aspecto, lamentablemente algunos insisten en volver a la liturgia pre-vaticana, creyendo que dicha liturgia es la “correcta”.

La fe no es repetición ciega y sin preguntas de las respuestas del catecismo aprendidas cuando se era pequeño. Por el contrario, como dice la primera carta de Pedro: “ha de darse razón de la fe a todo aquel que nos pregunte” (1 Pe 3, 15). Aquí la interpretación bíblica, la reflexión teológica y los signos de los tiempos, continuamente preguntan, interpelan y exigen reflexiones nuevas a las realidades de la fe. Lamentablemente muchos se contentan con lo que se ha dicho desde siempre y se niegan a hacer nuevas preguntas, considerando que eso sería atentar contra la supuesta “inmutabilidad” de la fe.

Lo único inmutable, no cambiante, verdad absoluta es Dios mismo. Creemos ser creaturas suyas, creemos en su hacerse ser humano en Jesús, creemos en su presencia actual a través de las mediaciones sacramentales -la iglesia sacramento de Cristo, los siete sacramentos, sacramentos de la Iglesia-; creemos en su ser comunidad de amor -Dios Trinidad- y creemos en su designio salvador -Todos llamados a vivir la plenitud del reino que comienza aquí y llegará a su plenitud en la vida definitiva-. Podría precisarse algo más del núcleo de nuestra fe, pero lo esencial está dicho. Todo lo demás es necesario actualizarlo, renovarlo, recrearlo, contextualizarlo, hacerlo entendible para el hoy con sus nuevas comprensiones y desafíos.

En conclusión, que este 2024 sea un año para crecer en la fe preguntándonos seriamente qué formación he recibido, que tan actualizada puede estar, qué preguntas me permito hacer y hacerme sobre la propia experiencia de fe, cómo responder a los desafíos actuales desde la fe cristiana, de qué manera no encerrarnos en la actitud defensiva y temerosa de los que se apegan al fundamentalismo o a la “auto referencialidad” como lo señala el papa Francisco (Cfr. Evangelii Gaudium n. 49) sino que se mantienen en el espíritu de Vaticano II -el aggiornamento o actualización de la fe- y, hoy con términos de Francisco, en la sinodalidad, donde la fe se hace diálogo, misión, apertura, novedad, actualidad. Que el 2024 sea un año de crecimiento en la fe no solo por la parte que nos interesa a cada uno de renovar nuestra propia experiencia sino pensando en un mundo que necesita una palabra de fe, pero no aquella anquilosada y rancia que ya casi nadie entiende, sino la que es capaz de abrirse al presente y buscar responder a este con creatividad y audacia.

lunes, 18 de diciembre de 2023

Recuperar lo esencial de la Navidad

Olga Consuelo Vélez

Diciembre es un mes lleno de esperanza, alegría, fiesta, familia, novedad. A nivel social se celebra el fin de año con todo lo que esto trae de celebración, de terminar tareas y de esperar nuevos proyectos para el año que viene. A nivel religioso, para los que somos cristianos, se suma el acontecimiento que cambió la historia hace XXI siglos: la encarnación del Hijo de Dios y con ello la posibilidad de conocer a Dios a través de Jesús, de comprender lo que quiere sobre la humanidad, de experimentar que nuestro Dios no está lejos, sino que vive en medio de nosotros, porque Él es el Emanuel: “Dios con nosotros” (Mt 1, 23).

Sin embargo, en medio de nuestras sociedades cada vez más secularizadas, se hace urgente volver a recordar el significado de esta fiesta y hacer el esfuerzo de vivirla con la profundidad que ella merece. No es una tarea fácil porque el clima de fiesta que acompaña estos días, no distingue mucho entre una tradición cultural y una religiosa. No quiere decir que han de oponerse, sino que muchos viven la navidad porque la sociedad de consumo la utiliza para promocionar sus ventas, pero no entienden prácticamente nada de lo que significa.

Navidad es alegría y fiesta, pero no puede ser ajena al dolor del mundo, a la exclusión de miles de personas de una vida digna, a las víctimas de las guerras y a tantos dolores, fruto del egoísmo humano y que no logramos revertir o no ponemos el suficiente empeño para ello. De eso nos habla lo que sufrieron María y José al llegar como peregrinos a Belén y “no encontrar sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 7).

Navidad es alegrarnos porque Dios ha tomado rostro humano y podemos reconocerlo en nuestra realidad, pero esto no puede ser ajeno a que vivimos en un mundo donde no se reconoce la presencia de Dios en los más vulnerables, en los más pobres, en los más necesitados. Continuamente se cumple lo que pasó en aquella noche del nacimiento de Jesús: solo los pastores creen el anuncio de los ángeles y van a ver al Niño, reconociéndolo y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2, 15-20). Los demás habitantes de Belén ni se dan cuenta de esa presencia divina en medio de ellos.

Navidad es donación y generosidad, pero lamentablemente este tiempo es más de derroche y lujo, gastos y desborde, pero no práctica de la solidaridad, constitutiva de la vida cristiana. Algunos se contentan con comprar regalos para algunos niños pobres, pero no lo relacionan con la urgente actitud de dar y repartir no solo de lo que nos sobra sino de incluso lo que estrictamente tenemos para vivir, a imagen de la primera comunidad cristiana, donde todo lo ponían en común para que nadie pasara necesidad entre ellos” (Hc 2, 44-45).

Necesitamos volver a la simplicidad del relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-20), dejando que este texto tan conocido, tan representado, tan invocado, vuelva a conectarnos con lo esencial de la Buena Noticia que nos transmite. Es urgente recuperar lo esencial de la Navidad, liberándonos de tanta superficialidad que no tienen nada que ver con este acontecimiento. Lo esencial de la navidad es reconocer al niño Jesús entre nosotros, sentirlo en nuestro mundo, alegrarnos porque se ha hecho parte de nuestra historia y sigue viviendo entre nosotros. Lo esencial también es darnos cuenta que Jesús al encarnarse se puso de un lado de la historia: del lado de los más necesitados, de los excluidos, de los pobres. Pero también del lado de la justicia, de la misericordia, de la entrega, de la paz, de la reconciliación, del perdón, del cuidado de la creación. ¿Será que, junto a la fiesta, las luces, la música, los regalos, la comida, las novenas y todo el trajín de la navidad como tradición cultural, podremos volver a lo esencial, buscar lo esencial, querer lo esencial? Este podría ser el mejor propósito que podamos tener para este tiempo de navidad que viviremos. Vale la pena recrear, resignificar, recuperar la navidad con todo lo que ella trae para alimentar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor.

Especial importancia tiene también en la navidad la presencia de María por su papel en la historia de salvación. El sí que dio cuando el ángel le anunció lo planes de Dios sobre ella, hizo posible la navidad. No fue un sí ingenuo, irreflexivo, ciego. Fue un sí consciente y comprometido: ¿Cómo podrá ser esto si no conozco varón? (Lc 1, 34) y ante la respuesta del ángel, confirmó su aceptación y se dispuso a colaborar para hacerlo posible. De alguna manera, navidad también es una pregunta a cada cristiano sobre nuestra disposición a colaborar en hacer presente a Dios en la historia que vivimos. No somos espectadores de algo que pasó hace tantos siglos, sino que somos continuadores del misterio de la salvación en este presente.

Pidamos, entonces, que este tiempo navideño sea más que un tiempo festivo. Que sea la renovación de nuestro si al estilo de María, que aceptó, gestó, dio a luz y acompañó la vida de su Hijo hasta el final. Estamos llamados a trasparentar a Jesús en nuestras vidas, testimoniarlo con nuestras actitudes, hacerlo creíble con nuestras obras. Navidad es el compromiso de hacer posible un mundo donde “amor y verdad se han dado cita, justicia y paz se abrazan, la verdad brota de la tierra y de los cielos baja la justicia” (Salmo 85,10).


domingo, 10 de diciembre de 2023

 

¡Qué susto vivir en Argentina!

Olga Consuelo Vélez

No soy argentina, no conozco la situación de primera mano, no soy política, no sé hacer análisis políticos con la rigurosidad que se requiere, solo me refiero al discurso de posesión del presidente Javier Milei, según mi interpretación desde el sentido común.

Me parece que un presidente no puede pensar solo en lo económico sino en todo un proyecto de país. El discurso de Milei solo habló de lo económico, pero según logro entender, una economía basada en el individualismo, en la libre competencia, en el sálvese quien pueda. Y sin anestesia ya anunció que se vienen tiempos difíciles, la pobreza aumentará y ese “sacrificio” es totalmente necesario. Eso sí, se salvará la inversión privada porque los recortes no caerán sobre ellos sino sobre el Estado, este quien debe velar por el bien común y, especialmente por los más pobres. Y el público “aplaudiendo”. ¿Cuántos pobres estarían aplaudiendo? Posiblemente muchos porque las votaciones así lo mostraron. Casi siempre los que son sacrificados aplauden su suerte, están tan convencidos de lo que les han dicho que parece se alegran de la suerte que van a correr.

Otra cosa que me llamó la atención: anunció que los que salgan a protestar perderán los auxilios sociales. ¿No es esa la maquinaria de los llamados “populismos” para tener en su redil al pueblo? Al menos podría ser coherente de no usar los medios que critica. Pero tranquilamente lo dijo con todas las letras. Y el público aplaudiendo. Pero esto no es lo más grave: total represión a quien no acepte lo que propone. ¿dónde queda la libertad de expresión y la lucha legítima por los derechos humanos?

Cuando escribo esto todavía no se ha dado la oración interreligiosa que parece se va a dar en la catedral. No sé que Dios les estará escuchando. Por lo menos el Dios de Jesús pone en el centro a los pobres, los defiende, reivindica sus derechos, son el principal y preferencial sujeto de atención. Milei los desprecia. Son aquellos que roban al Estado con los auxilios sociales. No son la “gente de bien” que, para él, son los que tienen capital y acumulan sus grandes fortunas.

Y los políticos presentes en la posesión, comenzando por Macri, apoyando a este que les dice en la cara que todo lo que pasa ahora es culpa de todos los políticos anteriores. Pero ¿ningún político se siente afectado con esa manera de humillar a todos los que no son él? Inconcebible, pero Macri alabó el discurso y dijo que estaba 100% de acuerdo.

De verdad, me duele desde mi ser creyente que un país haya elegido a un presidente que solo piensa en lo económico, pero de esa forma individualista y egoísta, donde estorban todos los que no producen algo. Muchos dirán que justo lo económico es la solución para beneficiar a los pobres. Ojalá así fuera. Pero no creo que el Dios de Jesús vaya por esos caminos, ni que la economía vista de esa manera unilateral pueda salvaguardar el bien común, la dignidad humana, la justicia social, los derechos humanos, en fin, todo aquello que constituye lo humano.

Ese discurso libertario si que desfigura la libertad cristiana, esa que se basa en el bien común, en el amor a todos, comenzando por los más pobres. Tan cercanos a la Navidad, donde nuestro Dios se encarna entre los últimos, muestra la distancia de lo que es capaz de gestarse en esas personas, aplaudido por tantos, votado por tantos, alabado por tantos. Una vez más, aquel Niño del pesebre, solo es reconocido por los pobres y pequeños, no por estos grandes y poderosos que, lamentablemente, son bendecidos por tantos que se dicen creyentes.

Que me perdonen los argentinos por opinar sobre su país, pero me ha resultado una mañana de domingo, dolorosa, incomprensible, infinitamente alejada de mis más profundas convicciones.

 

 

martes, 5 de diciembre de 2023

 

La Inmaculada desde una mirada más actual sobre María

Olga Consuelo Vélez

El próximo 8 de diciembre celebramos la fiesta de la Inmaculada concepción de María, es decir, el reconocimiento que hace la Iglesia de que María, por ser madre de Jesús, fue preservada de todo pecado desde su nacimiento hasta su muerte. No es un dogma que tenga fundamento bíblico, pero expresa una convicción de fe que el pueblo reconoce como consecuencia de la divinidad de Jesús. Este último dato es importante: los dogmas marianos son, ante todo, dogmas cristológicos. Es decir, están vinculados a la persona de María, pero no por ella misma sino por su papel en la historia de salvación como madre de Jesús. Corremos el peligro -y así se ha vivido y se vive en algunos contextos- de pensar a María como una “semidiosa” o alguien lleno de poderes para alcanzarnos favores, casi compitiendo con Jesús en su capacidad de conceder milagros. Vaticano II corrigió esas desviaciones al hablar de ella no en un documento aparte y menos proclamándola corredentora -como algunos pretendían-, sino en el documento sobre la Iglesia -Lumen Gentium-, mostrando así su papel único como madre de Jesús, pero no aparte o desligada del pueblo de Dios.

Conviene también, a propósito de esta fiesta mariana, recordar que, aunque el amor a María es una de las devociones más fuertes del pueblo cristiano, su figura y las actitudes que se le han atribuido en su vida histórica están diciendo cada vez menos a la juventud. Se puede amar a la madre de Jesús, pero no es fácil reconocer en ella un modelo de mujer que abra caminos de realización plena para ellas hoy. De ahí la necesidad de seguir actualizando su figura para que pueda decir algo a los tiempos actuales. Esta actualización no significa que inventemos cosas sobre ella, sino que volvamos a los datos bíblicos, reconozcamos que han sido interpretados desde una mirada patriarcal -propia de la sociedad en la que se ha vivido-, haciendo que se haya puesto más atención a unos aspectos que a otros, concretamente en aquellos que la sociedad ha designado para las mujeres y que han permitido ese papel secundario y sufriente que todavía hoy tantas mujeres padecen.

Basta recordar el texto de la anunciación (Lc 1, 26-38). Se ha puesto más énfasis en la aceptación de María “Hágase en mí según tu palabra” que en la pregunta que ella dirige al ángel cuando le anuncia que será la madre de Jesús: “¿Cómo podrá ser esto si no conozco varón?”. Es decir, esa joven campesina, tiene palabra, la pronuncia, cuestiona, interpela, no importa que sea un enviado de Dios el que le está hablando. Una María así entendida, impulsa y respalda las preguntas que hoy las mujeres nos hacemos: ¿por qué tan relegadas de la Iglesia? ¿por qué no podemos tomar decisiones? ¿por qué no podemos ser mediación de Cristo?, entre muchas otras que actualmente se formulan.

Otros textos bíblicos van en la misma línea. El texto del Magnificat (Lc 1, 46-55) aunque se reza cada tarde en las vísperas, pareciera que no transmite la profundidad de esas palabras puestas por el evangelista en boca de María, mostrando cómo ella expresa lo que es el reinado de Dios: misericordia y transformación de las injusticias haciendo que los excluidos sean colmados de bienes. Ese texto tiene un hondo contenido sociopolítico, pero se ha espiritualizado de tal manera que no se conecta con la realidad y menos con una María llena de compromiso transformador.  Podríamos comentar más textos bíblicos (aunque en realidad hay muy pocos textos donde aparezca María) pero sirvan estos como ejemplos de la necesidad de una lectura que no pone el énfasis en el silencio de María, en su capacidad de sufrir y de llevar todo en su corazón (Lc 2, 19) sino que reconoce su protagonismo y liderazgo.

Volviendo a la fiesta de la Inmaculada convendría resignificarla mostrando que el Hijo de Dios se encarnó en una mujer de carne y hueso y a ella, sin dejar su humanidad, se le reconoce como llena de gracia, es decir, capaz de vivir la plenitud de vida que Dios quiere para todos sus hijos e hijas. La vida cristiana es una vida que actuando según el espíritu de Jesús crece cada día a más plenitud de amor, de misericordia, de compromiso, de generosidad, de reflexión crítica, de palabra profética, de militancia, de llegar a hacer posible el reino de Dios en nuestra historia. Todo esto es distinto a esa visión reducida de entender la Inmaculada en un sentido de separada del mundo. Por el contrario, todos y todas estamos llamados a buscar esa plenitud de vida -llena de gracia- pero en la encarnación del aquí y el ahora, con lo que tiene de alegría y tristezas, de logros y de fracasos, de avances y retrocesos, de aciertos y equivocaciones. María fue proclamada Inmaculada por su consecuente vida de gracia para ser la madre de Jesús, pero, en ningún momento, alejada de su historicidad, de su humanidad, de su ser mujer de Nazaret, pobre, sencilla, campesina, una más entre los suyos.

María vista desde estos horizontes más encarnados en la realidad es modelo no solo para las mujeres sino también para los varones porque en el pueblo de Dios todos estamos llamados a ser bienaventurados como ella, discípulos como ella, seguidores de Jesús como ella. La dimensión femenina de la Iglesia no la encarna solo María ni las mujeres porque en todo el pueblo de Dios reside la riqueza de los diversos dones que culturalmente se han atribuido a las mujeres, pero que, en la realidad, son dones de todos los seres humanos. ¡Que María, quien vivió la plenitud de vida desde su nacimiento hasta su muerte nos acompañe en este mismo camino de gracia y plenitud al que todos y todas somos llamados!

 

 

miércoles, 22 de noviembre de 2023

 

La homilía, un desafío pendiente

Olga Consuelo Vélez

El cristianismo no pasa por su mejor momento. Más y más personas dejan de asistir a la Iglesia y se está volviendo bastante común, en países de gran tradición cristiana, la no práctica de los sacramentos, la no asistencia a la Eucaristía y la poca o nada referencia a sus creencias religiosas. Frente a esto hay mucho que pensar, reflexionar, cambiar, innovar. Pero, por hoy, detengámonos en la homilía como ese espacio que aún influye sobre los creyentes que van a la eucaristía y que podría ser una medicación adecuada para revitalizar la experiencia de fe, tan necesitada de ello.

Ahora bien, si hay algo que a la gente le aburre de la celebración eucarística, es la homilía. Por supuesto hay presbíteros que la hacen muy bien, pero hay muchos más que no logran comunicar un mensaje significativo. Algunos se dedican a recordar la lista de pecados de la que debemos arrepentirnos y pretenden despertar el mal entendido “temor de Dios” confrontando a los presentes con su vida pecadora. No parece que eso tenga mucho éxito. Otros pretenden explicar el texto bíblico, pero dejan ver su ignorancia frente al mismo. En este punto pocos saben que el presbítero está entendiendo mal el texto bíblico -por la inmensa carencia de formación  bíblica de la mayoría del pueblo de Dios- pero quienes si saben algo de Biblia, se dan cuenta que el predicador no coloca las palabras en su contexto, no sabe identificar la idea principal del texto sino que lo usa como un trampolín para hablar de lo que ellos quieren que, desgraciadamente, casi siempre se identifica con temas de moral, arraigados en ideas tradicionalistas, incapaz de confrontarla con los desafíos actuales.

Cabe anotar que la Palabra de Dios no es un mensaje moralista. Es, ante todo, un testimonio de la manera cómo el pueblo de Dios descubre la presencia de Dios en su historia, invitándonos a encontrar su presencia en nuestro presente. La Palabra de Dios no habla de un Dios castigador sino del Dios que nos tiende su mano incondicionalmente y siempre nos abre caminos de esperanza y de buenas noticias.

En la exhortación Evangelii Gaudium, el papa Francisco dedicó un apartado a la homilía (nn.135-151) para hacer caer en cuenta el papel que juega en la evangelización y la oportunidad que se tiene cada vez que se predica. Pero no parece que muchos presbíteros lo hayan puesto en práctica. Según Francisco, “la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente de constante renovación y de crecimiento (…) Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes. Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas. Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad. Con la palabra, los apóstoles (…) atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos”

Además, Francisco recuerda que “la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza (…). La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto”.

También se refiere a cosas prácticas sobre la homilía: “no debe prolongarse demasiado porque el centro de la celebración eucarística no son las palabras del presbítero sino la buena noticia del reino. La homilía debe conecta con la cultura de los oyentes, transmitiendo ánimo, aliento, fuerza, impulso. Es necesario prestar atención al texto bíblico, que debe ser el fundamento de la predicación (…) detenerse a estudiarla con sumo cuidado y con un santo temor de manipularla (…) la preparación de la predicación requiere amor. Ha de ser consciente de la distancia que hay entre el texto bíblico y el presente para entender bien las palabras y, sobre todo el mensaje central que este texto comunica. No se puede sacar el texto de su contexto ni utilizarlo como plataforma para hablar de lo que el predicador quiere”.

En otras palabras, es urgente y necesario revisar a fondo la homilía y, al menos, ajustarse a lo dicho en esta exhortación. La homilía no es una catequesis. La homilía no es un discurso moralista. La homilía no es para asustar a los oyentes. La homilía es para ofrecer y desentrañar la “buena noticia” del reino: amor incondicional de nuestro Dios; aceptación total y definitiva de todas las personas sin ponerles ninguna condición; defensa de los derechos humanos, búsqueda de la justicia y transformación de todo lo que oprime, agobia o excluye a cualquier ser humano.

Ojalá los presbíteros tomen en serio la inmensa responsabilidad que tienen con su predicación. Pero ojalá también volvamos a aquellos esfuerzos de renovación que se dieron después de Vaticano II, donde la homilía se hacía entre todos los miembros del Pueblo de Dios, espacio de compartir y enriquecernos mutuamente. Sería una forma de poner en práctica el sensus fidei que habita en todo el pueblo de Dios y posiblemente ayudaría decisivamente a erradicar algo del clericalismo que tanto mal sigue haciendo en nuestra Iglesia. 

 

 

lunes, 13 de noviembre de 2023

 

La centralidad de los pobres en la vida cristiana

Olga Consuelo Vélez

El próximo 19 de noviembre se celebrará la VII Jornada Mundial de los pobres. Estas Jornadas fueron iniciativa del papa Francisco, durante el cierre del Año de la misericordia (2016). En aquella ocasión, el Papa celebró una eucaristía con unas 6000 personas sin hogar. Allí Francisco hizo una sentida petición de perdón: “Perdón por todas las veces que los cristianos pasamos delante de una persona pobre y miramos para otro lado”. Y no queriendo que esas palabras se quedaran en el olvido, decidió establecer que cada año la iglesia de todo el mundo tuviera una jornada exclusivamente para los pobres, en el domingo anterior al de Cristo Rey. Desde entonces se han celebrado seis jornadas y nos preparamos para la séptima. En cada jornada se ha dado un mensaje que podemos recordar aquí: I Jornada (2017): “No amemos de palabra sino con obras”; II Jornada (2018): “Este pobre gritó y el Señor lo escucho”; III Jornada (2019): “La esperanza de los pobres nunca se frustrará”; IV Jornada (2020): “Tiende tu mano al pobre” (Cfr. Si 7,32); V Jornada (2021); “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc 14,7); VI Jornada (2022): “Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (Cf. 2 Co 8,9) y VII Jornada (2023) “No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7).

El texto para esta jornada tomado del libro de Tobías se inserta en el relato del testamento espiritual que Tobías da a su hijo: “Acuérdate del Señor todos los días de tu vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni quebrantes sus mandamientos. Realiza obras de justicia todos los días de tu vida y no sigas los caminos de la injusticia (…) Haz limosna con tus bienes y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara”. Este testamento de Tobías a su hijo no era una teoría sino una vivencia propia. Por su testimonio de caridad, el rey lo había privado de todos sus bienes, dejándolo completamente pobre. Pero el Señor le permitió recuperar su puesto de administrador y Tobías siguió practicando la solidaridad con los pobres. Sin embargo, acudiendo a enterrar a un pobre, cayó sobre sus ojos estiércol y se quedó ciego. Pero esto no fue impedimento para que él siguiera comprometido con las numerosas formas de pobreza que le rodeaban. Al final, Dios le devuelve la vista y logra ver a su Hijo. Con esta referencia a Tobit se nos pide que cuando estemos ante un pobre no volvamos la mirada hacia otra parte porque esto nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Y se nos invita a fijarnos bien en la expresión “ningún pobre” sin importar el color de la piel, la condición social, la procedencia.

Francisco continúa el mensaje de este año refiriéndose al mundo actual que favorece solo el bienestar e invisibiliza las situaciones de dolor humano. Sin embargo, estas siguen creciendo y hoy podemos reconocer nuevos rostros y formas de pobreza. Todo aquello que atenta contra la dignidad de la persona como la falta de servicios básicos, de trabajo digno o de negación de cualquier derecho, constituye una interpelación fuerte a la vida cristiana porque en los pobres Dios se manifiesta de manera preferencial y es en ellos donde hemos de responderle: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 40). Francisco también recuerda lo que escribió en la Evangelii Gaudium: “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (n. 28).

Para la vida cristiana no es desconocida la realidad de las pobres y son muchas las obras apostólicas que los acogen y les sirven. Pero aún falta poner en práctica la solidaridad con el mundo de los pobres, es decir, ser testimonio de una vida sobria, único lugar desde donde nuestra ayuda no es una limosna de lo que sobra, sino una vida que se parte y se reparte como lo hizo Jesús. Y esta es la diferencia fundamental entre los que hacen obras de caridad, pero mantienen sus privilegios, su estatus, sus títulos honoríficos, su vida de lujo y comodidad, su derroche de bienes, en fin, la separación de clases que permite el escandalo de la “brecha inmensa entre ricos y pobres”, de los que entienden el mensaje del reino y comprenden que la pobreza no se transforma si la propia vida no se desacomoda, no se desinstala, no está dispuesta a dar y a darse.

Lamentablemente estas Jornadas Mundial de los pobres no han tenido la repercusión eclesial que podrían tener. No se insiste sobre ellas. No marcan a fondo la celebración dominical. Se anuncia al inicio de la liturgia, pero todo continúa como siempre se hace. Para esta jornada el Papa propone que a ejemplo de Tobit que le pide a su hijo que busque entre los hermanos deportados de Nínive a algún pobre y comparta con él su comida, nosotros invitemos también a algún pobre al almuerzo dominical, después de haber compartido la mesa eucarística porque “si en torno al altar somos conscientes de que todos somos hermanos y hermanas, ¡cuánto más visible sería esta fraternidad compartiendo la comida festiva con quien carece de lo necesario!”.

El mensaje termina haciendo referencia al 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús quien en su profunda experiencia espiritual comprendió que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón, sino que ha de alumbrar y alegrar, no sólo a los más queridos sino a todos, sin exceptuar a nadie. Y la invoca para que ella nos ayude en esta Jornada Mundial, a “no apartar el rostro del pobre” porque ellos son la faz humana y divina de nuestro Señor Jesucristo.

martes, 31 de octubre de 2023

 

Algunas reflexiones sobre las elecciones territoriales en Colombia

Olga Consuelo Vélez

El pasado domingo, 29 de octubre, se realizaron las elecciones territoriales en Colombia. Se eligieron concejales, ediles, alcaldes y gobernadores. No tengo una formación política como para hacer un análisis profundo de lo que sucedió. Por eso mi comentario es muy subjetivo y solo responde a mis propias interpretaciones.

Siguiendo el sentir general, los resultados se han leído como una derrota del partido de gobierno, comenzando porque no ganó la alcaldía de Bogotá y tampoco tuvo una representación muy significativa en las demás regiones. Efectivamente así fue. Y, por supuesto ha sido la gran ocasión para que los medios de comunicación -casi todos contrarios al gobierno- y todos los que no han podido asumir el triunfo de Petro en las pasados elecciones, se regocijen en afirmarlo una y otra vez. No pueden estar más felices porque es la ocasión perfecta para sacarse esa “espina” que se les clavó hace más de un año.

Soy consciente de que gobernar no es nada fácil y menos en esta realidad colombiana tan compleja y tan llena de problemas. Esta realidad no es de ahora, la hemos arrastrado prácticamente a lo largo de nuestra historia, pero con más fuerza en las últimas décadas por el conflicto armado interno y por la dificultad inmensa de construir la paz. Pero, para mí, desde que Petro asumió la presidencia ha buscado trabajar por la paz y concretar las propuestas de reformas que había prometido en su campaña. Nada de eso está siendo fácil porque ha encontrado una oposición totalmente enfilada a obstaculizar todo lo que provenga del gobierno. Y es normal esa oposición porque cualquier cambio que desinstale, que implique estrenar nuevas comprensiones, causan miedo y, aunque la evidencia de los hechos pida que haya cambios, se prefiere seguir en lo “que siempre fue así”. Pero además de esto y, es lo más decisivo, todos aquellos que están beneficiados con las estructuras actuales, no están dispuestos a perder sus privilegios y los defienden con todas sus fuerzas. Nunca vi un gobierno anterior que desde el primer día buscara llevar adelante sus promesas de campaña, sino que fueron gobernando manteniendo lo que estaba e introduciendo algunas reformas de las que ni íbamos siendo conscientes porque tenían toda la maquinaria a su favor para hacer los cambios que querían, casi siempre buscando mantener los privilegios de los mismos. Pero todas estas décadas de gobiernos incapaces de transformar la realidad no son criticados en la mayoría de los estamentos y parece que muy pocos recuerdan su inoperancia.

Hay momentos en que se logran levantar las voces y exigir cambios y eso lo vivimos en la historia reciente con todas las protestas, especialmente de los jóvenes, contra el gobierno de Duque, preparando la posibilidad de elegir, por primera vez en la historia de Colombia, un gobierno que rompía la hegemonía de los clanes políticos colombianos y sembraba la esperanza de que se podría gobernar de otra forma.

Pero estos cambios no son fáciles. Ya hablé de la oposición férrea de las clases dirigentes de siempre. También cada gobernante tiene sus limitaciones personales y sociales con las que hay que contar. Y a Petro no le faltan como a ninguno de todos los demás gobernantes. Junto a esto, hay que contar con la condición humana de todos los que acompañan cualquier gobierno. Esa condición humana que podría llegar a ser honesta y comprometida hasta el fondo con lo que se le ha encomendado, es también capaz de las mayores traiciones y de caer en las mismas contradicciones que se han criticado. Hay que asumir que varios de los cercanos a Petro, incluido su propio hijo, dejan mucho que desear.

Ahora bien, es bueno preocuparnos porque se ha perdido la oportunidad de gobernar en muchos espacios, pero de igual forma debería preocuparnos que los clanes de siempre hayan vuelto a ganar esos espacios. Si los hubieran ganado personas que siguen proponiendo cambios, sería buenísimo. Pero muchos de los que llegaron son los mismos de antes. Muestran que supieron mover muy bien sus fuerzas para recobrar el poder perdido y también invitan a las fuerzas de gobierno a revisar tanto su gestión como las fuerzas que se oponen que son inmensas.

De todas maneras, me parece bien que se haya dado esta posible derrota. Invita a seguir redoblando esfuerzos y revisar lo hecho hasta ahora. Pero también conviene ver qué tanto logran los ganadores con su gestión. Todos han llegado diciendo que van arreglar el desastre en lo que Petro ha convertido a Colombia. Pues ojalá cumplan con lo prometido. Si lo consiguen, eso es lo que queremos, venga de las fuerzas que vengan. Pero si las cosas no cambian ojalá, reconozcamos, que estas elecciones no fueron un triunfo sobre el gobierno, sino una vuelta atrás, a lo mismo que siempre hemos tenido.

domingo, 29 de octubre de 2023

 

Documento final del sínodo: una reforma eclesial que no llega …

Olga Consuelo Vélez

No es mucho lo que se puede comentar frente al Documento Síntesis de la Asamblea Sinodal, pero ya que he comentado varios momentos del sínodo, parece coherente decir una palabra sobre este documento. En una primera mirada se puede ver que en la iglesia existen posiciones contrarias y no son menores. El hecho de que hayan podido hablar los padres y madres sinodales, expresando esas divergencias, no significa que no haya visiones muy distintas y el camino se ve demasiado largo para llegar a construir consensos.

El documento se estructura en tres partes: (1) El rostro de la Iglesia sinodal (2) Todos discípulos, todos misioneros y (3) Tejer lazos, construir comunidad. Cada parte tiene subdivisiones y en cada una de ellas el contenido se estructura en tres partes: (a) Convergencias (b) Cuestiones que deben abordarse y (3) Propuestas. No es una redacción ágil. Resulta pesada y repetitiva. En las convergencias se expresan realidades bastante obvias sobre los temas que se abordan; en las cuestiones que deben abordarse se ven las dificultades de aceptar cualquier modificación sobre esas temáticas y las propuestas consisten en seguir pensando, con comisiones, o revisando los principios teológicos, canónicos y litúrgicos sobre las dificultades que se ven en estos temas.

Se dice que el documento fue aprobado por dos tercios. Esto daría la impresión de que la asamblea estaba bastante de acuerdo, pero como dije al inicio, estaba bastante de acuerdo en que hay visiones distintas en la Iglesia. Si hubieran sido pocos los que expresaban temores sobre una temática y para aprobarlo se exigía los dos tercios, esos apartados no hubieran pasado. Pero si están, es porque hay una amplia mayoría que ve la dificultad.

Después de leerlo lo que vino a mi mente fue la cita de la Evangelii Gaudium donde el papa Francisco dice: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada por una maraña de obsesiones y procedimientos” (n. 49). Lamentablemente me parece que el documento refleja una Iglesia más preocupada por no dejar sus seguridades que por enterarse seriamente por donde el Espíritu sopla en los signos de los tiempos actuales. Y esto se ve desde el inicio con el mismo tema de la sinodalidad. El documento dice que este término “causa confusión y preocupación entre algunos. Entre los temores está el de que se cambie la enseñanza de la Iglesia, alejándose de la fe apostólica de nuestros padres y traicionando las expectativas de quienes aún tienen hambre y sed de Dios”. Por supuesto se afirma también que muchos están convencidos de que este término es “una expresión de la Tradición viva”. Pero al final del documento vuelven a presentarse dudas de si los sínodos de obispos deben tener presencia de otros miembros no obispos porque podría poner en riesgo el papel especifico de los obispos.

Los temas que señala el documento son importantes y podríamos decir que es un paso adelante el que se afirme que han de considerarse. Se refiere a la opción por los pobres, el ecumenismo, la identidad misionera de la Iglesia, el abrir espacios a las mujeres en la Iglesia, el discernimiento, la comunión eclesial, la importancia de la escucha y el acompañamiento a los jóvenes, las voces de las víctimas y supervivientes de abusos sexuales, espirituales, económicos, instituciónelas, de poder y de conciencia por parte de miembros del clero o de personas con nombramientos eclesiales. También habla de escuchar y acompañar a los marginados o excluidos de la iglesia por su situación matrimonial, su identidad y su sexualidad, sin dejar de lado a los pobres, los presos, los ancianos, los enfermos, etc.

Además de los cuestionamientos a la sinodalidad -centro y base de todo este proceso- también resulta llamativo los temores a hablar de una Iglesia totalmente ministerial -dicen que se puede prestar a malentendidos-. Pero nada más llamativo que las reflexiones que la iglesia hace sobre las mujeres. Está muy clara en la urgencia de darle más participación, pero hablar del acceso al ministerio ordenado está totalmente borrado del documento -y eso salió en los documentos de las etapas previas a este encuentro- y al hablar del diaconado sigue la división o polarización que parece insuperable. Ya se han propuesto dos comisiones y no se ha encontrado una salida y, tal vez hay que esperar a esta tercera vez, aunque el documento dice que “algunos expresan el temor de que esta petición sea expresión de una peligrosa confusión antropológica que es fruto más de una iglesia que cede “al espíritu de los tiempos actuales” y no a la fidelidad a la tradición. Además, según algunos informes, los numerales que se referían al diaconado femenino fueron los que contaron con más votos en contra. Realmente las mujeres somos un tema no resuelto en la Iglesia y no parece que el clero -y también parte del laicado, incluidas mujeres- estén dispuestos a dar un paso al frente.

Valioso resulta del documento preocuparse de la formación del clero y de seguir denunciando el clericalismo. También proponer estructuras dedicadas a la prevención de abusos. Pide que haya una consulta más amplia para la elección de obispos y se promueva una cultura de rendición de cuentas. Recuerda que la curia romana ha de estar al servicio de las iglesias locales y no convertirse en un obstáculo entre ellas y el pontífice. Llama la atención la insistencia en reflexionar sobre la relación entre el amor y la verdad por el impacto que tiene en muchas cuestiones controvertidas. Lo que yo alcanzo a entender es que la Iglesia está tan acostumbrada a afirmar “verdades” que está muy asustada con este mundo actual que las hace tambalear y con motivos más serios de lo que creemos.

En conclusión, en este encuentro sinodal no se tomó ninguna decisión y este documento síntesis lo confirma. Habrá que esperar un año para ver si algo se avanza. Personalmente no lo veo probable. Pero como otras veces he dicho, ojalá me equivoque en absolutamente todo lo que he dicho porque, en verdad, quiero una reforma de la Iglesia que la haga creíble para el mundo de hoy. Sólo que, remitiéndome a los hechos concretos, me parece que está bastante difícil.

miércoles, 25 de octubre de 2023

 

Se va terminando esta etapa del sínodo … ¿qué queda de esta experiencia?

Olga Consuelo Vélez

A muy pocos días de la clausura de esta primera etapa del sínodo, la expectativa crece sobre los frutos de este encuentro. Pero, como los mismos participantes lo han repetido muchas veces en las ruedas de prensa que se han ofrecido cada día, coordinadas por Paolo Ruffini, prefecto del Dicasterio para la Comunicación, no debemos esperar cambios estructurales en la Iglesia -porque para eso no se convocó el sínodo-, ni ninguna modificación doctrinal -porque no están allí para abordar temas y discutirlos-, ni ningún avance en algún aspecto concreto de los que el pueblo de Dios explicitó en la primera fase del sínodo -porque el método elegido para el sínodo no es para elaborar nuevas comprensiones sino para “conversar en el espíritu”-, etc. Es decir, tal vez la única respuesta que vamos a encontrar de esta primera reunión sinodal es lo que ha quedado expresado en la Carta al Pueblo de Dios que se ha publicado el 25 de octubre: “la iglesia se siente llamada a escuchar”.

En la carta nos comparten que la experiencia vivida no había tenido precedentes: “Por primera vez, por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de Obispos”. Es verdad que escuchar es indispensable para generar cualquier cambio. Se espera que esto marque la experiencia eclesial en las iglesias locales. Que todos los miembros de la Iglesia se sienten -en igualdad de condiciones- a escucharse mutuamente. Las fotos que se presentaron en muchos momentos, de los círculos menores, pueden servir para que en nuestros imaginarios se vaya cultivando una forma de ser iglesia diferente: todos sentados alrededor de la mesa, sin plataformas que coloquen a unos por encima de los otros o sin distancias que marquen la diferencia entre unos y otros.

La carta continúa diciendo que han estado “tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia de hoy”. Han sentido el dolor del mundo en crisis, han rezado por las víctimas de la violencia y han garantizado la solidaridad y compromiso con las mujeres y los hombres de cualquier lugar del mundo que actúan como artesanos de justicia y de paz. Han visto la importancia del silencio para favorecer la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu. Han encomendado a Cristo la casa común donde resuena el clamor de la tierra y el clamor de los pobres y han sentido el apremiante llamamiento a la conversión pastoral y misionera.

Ante la pregunta de cómo seguir hasta la reunión de 2024, se invita a que cada participante participe del dinamismo de la comunión misionera indicada en la palabra “sínodo”. Se aclara que esto no es una “ideología” sino una experiencia arraigada en la Tradición Apostólica (esta aclaración hace pensar que hay resistencias a la dinámica sinodal dentro de los participantes del sínodo). Se avisa que “la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo continuar el trabajo”. En este aspecto hemos de espera a que salga ese documento.

Finaliza la carta señalando que la Iglesia necesita “absolutamente escuchar a todos, comenzando con los más pobres”. Escuchar a los que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia. Escuchar a las personas víctimas del racismo, a pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas y, sobre todo, a las víctimas de los abusos cometidos por miembros de la Iglesia. También a las mujeres, a los hombres, a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los catequistas, a los ancianos. Además, a los que desean ser involucrados en ministerios laicales o en organismos participativos de discernimiento y de decisión, sin olvidar a los ministros ordenados, a los diáconos, a la voz profética de la vida consagrada y a los que no comparten su fe. Termina la carta afirmando que “no debemos tener miedo de responder a esta llamada”.

Todo esto ayuda a pensar que se podría instalar esta práctica de la escucha en todos los estamentos eclesiales. Pero bien conocemos que no en todos los lugares se llevaron a cabo las etapas de escucha, ni la mayoría del pueblo de Dios ha estado pendiente de este acontecimiento, con lo cual es difícil que ahora se implemente. Además, la pregunta es cómo van a escuchar lo que el Espíritu quiere de la Iglesia si en el aula sinodal no hay suficientes voces plurales, distintas, disonantes (Hay voces distintas en la concepción de modelos eclesiales, pero no voces distintas sobre la pluralidad de la realidad actual). No hay representantes de los pobres, de los jóvenes alejados de la iglesia, de la pluralidad de familias que hoy existen, de la cantidad de mujeres que se sitúan muy distinto del papel que el patriarcado designa a las mujeres y que más de una de las mujeres presentes en el sínodo, defiende. No hay intelectuales que hablen desde otros horizontes distintos al eclesial, ni hay victimas de los abusos clericales, ni representantes de la diversidad sexual. Hay muy pocas teólogas -con lo cual sigue vigente ese desconocimiento de toda la producción teológica hecha por mujeres y que permite decir a los estamentos eclesiales que hace falta una teología sobre la mujer-. No hay indígenas ni poblaciones afro que exijan ser reconocidos con sus culturas propias en la liturgia, en el quehacer teológico, en su experiencia eclesial. Y si no hay estas voces ¿cómo podrán escucharlas? Es verdad que “el espíritu sopla donde quiere” (Jn 3,8) pero no puede hablar de lo que los padres y madres sinodales no conocen, no quieren ver, no les interesa escuchar, no se enteran que existe, no se preocupan por atender.

Ojalá que el Documento final desmienta todo esto que acabo de plantear, pero por lo que he escuchado en las ruedas de prensa de todos estos días, supongo que se le quitará importancia a algunas de las peticiones del Instrumentum laboris, se volverá a plantear lo que hace demasiado tiempo se está pidiendo en la Iglesia y a lo que nada que se responde, se evitará afrontar aquello que se percibe conflictivo y seguiremos en vilo, un año más, esperando que para entonces se tenga la audacia de dar un paso al frente, mostrando una verdadera escucha a los signos de los tiempos, a este mundo para el que la Iglesia, tal y como está hoy, dice demasiado poco.

 

lunes, 16 de octubre de 2023

 

Algunas anotaciones de la experiencia del Sínodo en Roma

Olga Consuelo Vélez

Después de compartir una semana con algunas de las personas que están en el sínodo y con las mujeres que hicieron diversas actividades para reforzar lo que concierne a la mujer y que también se juega en este sínodo, puedo compartir algunas impresiones que no recogen la riqueza que se ha dado estos días ni pretenden interpretar los sentimientos de todos los allí presentes.

Con respecto a las personas presentes en el sínodo, pude hablar de manera informal con laicos y laicas, religiosas, algunos obispos y cardenales, facilitadores y expertos. Para todos ellos la experiencia está siendo muy enriquecedora. Es muy grato sentirse en medio de la Iglesia universal representada por personas de tantos lugares del mundo y, en general, todos dispuestos a vivir el encuentro, con disposición para la oración, el compartir y el deseo de contribuir a que el sínodo pueda ser un momento significativo para la Iglesia. De algunas de las personas que plantearon las reflexiones sobre los temas de determinado día, se puede destacar su valor para expresarse con claridad, aunque al terminar su exposición, alguno de los presentes hiciera comentarios del tipo: “te excediste, exageras, eso no pasa en mi diócesis, mucha reivindicación”, etc. Es el precio que se paga siempre que se tiene el valor de decir las cosas con suficiente claridad. Aún faltan 15 días y serán en los que los temas más complejos serán puestos a consideración. No sé que tanto lo harán. La tentación de no afrontar lo más difícil está siempre presente y el esfuerzo por quitarle importancia, también es fácil que se imponga. En concreto, algunos bajo una causa muy legítima como es la preocupación por los pobres, han expresado que eso es lo importante y que otros temas son deseos individuales o conquistas particulares que no merecen tanta atención. Por supuesto la centralidad de los pobres en la vida de la Iglesia no se pone en cuestión y si está causa no atraviesa las reflexiones sinodales, este no tendría sentido. Pero hay que cuidar que se justifique bajo esa motivación tan central, el no dar respuesta a los temas que le impiden a la Iglesia dar testimonio de igualdad, de inclusión, de respecto por la dignidad de todas las personas y, sobre todo, del rostro de infinita misericordia por encima de cualquier ley, del Dios que amamos, seguimos y anunciamos los cristianos.

Sobre las actividades paralelas al sínodo solo se puede hablar de una riqueza en contenidos, actitudes, claridad y, sobre todo, el testimonio de la vida de tantas mujeres que desde diferentes organizaciones viven con tanta conciencia su fe y están comprometidas con la mayor presencia de la mujer en la Iglesia, como con toda seguridad, Dios la quiere. Son personas que llevan muchos años reflexionando, trabajando, manifestándose, enviando comunicaciones al Vaticano, pero sus voces no se escuchan. Incluso algunas que llevaron pancartas fueron retiradas por la policía del Vaticano, siendo reseñadas con sus datos por manifestarse públicamente. No parece esto lo más acertado en una Iglesia que quiere acoger a todos, que quiere escuchar la voz del espíritu que se manifiesta en todos o que reclama que los países respeten los derechos humanos, incluido el derecho a manifestar sus peticiones, expectativas y demandas. Como tantas veces se hace broma de la presencia del espíritu en el Vaticano diciendo que tal vez no lo dejan entrar a los concilios por la seguridad que tienen de que todo lo saben, lo manejan y lo organizan, no sería de extrañar que algo parecido vuelva a suceder en el sínodo porque la riqueza de lo expresado en estos encuentros de mujeres con fundamentos experienciales, cristológicos, eclesiales, ministeriales, etc., son ese alimento sólido necesario para aquellos que, en verdad, quieren escuchar al espíritu ya que este, aunque supera todas nuestras afirmaciones y se manifiesta en lo más pobre y humilde, también necesita de una reflexión seria desde la fe para poder entender los signos de los tiempos, para no llegar tarde a lo que cada momento histórico demanda. Me temo que algunos sinodales no han escuchado la profundidad de estas reflexiones.

Puedo decir al final de esta semana que me alegra el proceso sinodal de la iglesia porque permitirá que se abran caminos que, sin estos procesos, aunque sean tan lentos, no se pueden realizar. Con todas las limitaciones que conlleva, con la realidad de los allí presentes -más de un obispo no había seguido nada del sínodo en su diócesis-, con la dificultad para proponer cualquier cambio en la Iglesia, esto hace historia y saldrán cosas buenas de este proceso. Pero me alegra mucho más la Iglesia de a pie, esta que se compromete con las causas y las empuja de muchas maneras, esta iglesia que sigue insistiendo, pidiendo, demandando, creyendo, manteniendo la esperanza. Esta Iglesia es la que está abriendo camino a las nuevas generaciones que ya casi no se acercan a la Iglesia, pero como dijeron las jóvenes allí presentes, si no fuera por estos compromisos explícitos de esta Iglesia de las periferias eclesiales, los y las jóvenes no estarían ni un poquito interesados en conocer de estos procesos, ni en enterarse de lo que se vive en la Iglesia. Aunque se haya dado un sínodo sobre los jóvenes, aunque haya Jornadas Mundiales de la Juventud y algunos jóvenes participen de grupos muy conservadores, lo cierto es que el éxodo de jóvenes de la iglesia crece más y más.

Confiemos que todo este movimiento eclesial -de dentro y de fuera- siga abriendo caminos para la Iglesia que soñamos: una iglesia ágil, libre, pobre, misericordiosa, inclusiva, pero, sobre todo, que camine al ritmo de los tiempos para que siga siendo significativa para las personas de hoy, especialmente, para las nuevas generaciones que son quienes pueden mantener la continuidad de la Buena Noticia del reino. De este presente depende el futuro eclesial y en este presente nuestro compromiso es irrenunciable.

 

miércoles, 4 de octubre de 2023

 

Laudate Deum: Fe y cuidado de la casa común, dos realidades inseparables

Olga Consuelo Vélez

Esperábamos la publicación de la Exhortación Laudate Deum -sobre la crisis climática-, anunciada hace unos días por Francisco. Acompañó el inicio del Sínodo de la sinodalidad. Es un buen presagio que invita a la iglesia a mirar la realidad actual, llamar las cosas por su nombre y pedir cambios reales y prontos. La exhortación consta de 73 numerales y 6 apartados. Los cinco primeros son dirigidos a todas las personas de “buena voluntad” y, el último apartado, a los creyentes (las motivaciones espirituales). El lenguaje es claro, directo, dando nombre a los responsables de tal crisis. Al ser un documento corto, será fácil apropiarse de él. Sin embargo, quiero hacer algunos subrayados que pueden ayudar a tenerlos más en cuenta.

En la introducción Francisco constata que pasados ocho años de la publicación de la Encíclica Laudato si, no se ven reacciones suficientes para afrontar la crisis climática. Yo me pregunto si a nivel eclesial hubo suficiente recepción de dicha encíclica. Se han dado algunas acciones y movimientos eclesiales, pero a nivel del pueblo de Dios en general, no me parece que se haya avanzado demasiado. Ojalá esta exhortación tenga mayor recepción. Una afirmación importante que se hace en la introducción se refiere a lo que dijeron los obispos de África sobre el cambio climático: “es un impactante ejemplo de pecado estructural” (n. 3).

El primer apartado muestra cómo no se puede negar la urgencia de afrontar el cambio climático. Algunos pretender negar, esconder, disimular o relativizar los signos del cambio climático pero los fenómenos que vivimos, muestran la evidencia irrefutable. Algo muy importante de este apartado es la línea que atraviesa las reflexiones del pontífice, es decir, su defensa de los pobres. En esta ocasión señala que “no falta quienes responsabilizan a los pobres porque tienen muchos hijos (…) como siempre, pareciera que la culpa es de los pobres. Pero la realidad es que un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial y que la emisión per cápita de los países más ricos es muchas veces mayor que la de los más pobres. ¿Cómo olvidar que África, que alberga más de la mitad de los más pobres del planeta, es responsable de una mínima parte de las emisiones históricas?” (n. 9). Añade que otra excusa es que al pretender mitigar el cambio climático se van a reducir los puestos de trabajo. El papa exhorta a los políticos y empresarios que se ocupen de gestionar esa transición la cual no lleva a esa consecuencia si lo hacen bien (n. 10).

Este apartado sigue describiendo los cambios que se han dado y la urgencia de responder a ellos. Pero, con voz profética, denuncia cómo la crisis climática “no es un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda” (n.13). Y aprovecha para decir que “ciertas opiniones despectivas y poco racionales se encuentran incluso dentro de la Iglesia católica” (n.14).

Sobre el paradigma tecnocrático, tema del segundo apartado, recuerda lo que ya había dicho en la Laudato si (n. 107): “En el fondo consiste en pensar como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. Como lógica consecuencia, de aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos” (n.20). Para Francisco “el mayor problema es la ideología que subyace a una obsesión: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad humana es un mero recurso a su servicio” (n. 22). Y, más grave aún: “¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad” (n.23). Para contrarrestar este peligro de un poder tan peligroso, no podemos olvidar que “el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada. Ni siquiera podemos decir que la naturaleza es un mero ‘marco’ donde desarrollamos nuestra vida y nuestros proyectos, porque estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados de manera que el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro” (n. 25). En este sentido, las culturas indígenas pueden enseñarnos de esa interacción del ser humano con el ambiente (n. 27). Por tanto, es indispensable “repensar la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites” (n. 28).

Con seguridad esta exhortación va a molestar a más de una persona (o gobierno) porque Francisco no habla en abstracto. Se refiere a lo que continuamente está pasando en tantas partes del mundo: se llega a las poblaciones, se les hace creer que todo será mejor para ellos y lo que en realidad sucederá es que pasado el tiempo de explotación de esos recursos naturales, aquel territorio quedará arrasado, con condiciones más desfavorables para vivir y prosperar, territorios menos habitables para sus pobladores (n. 29). Esa “lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad (…) a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos (n. 31).

En el tercer apartado sigue llamando por su nombre a los responsables de la crisis climática. Se refiere a la “debilidad de la política internacional”. Francisco plantea la necesidad de organizaciones mundiales más eficaces dotadas de autoridad (real) para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria y la defensa cierta de los derechos humanos elementales. Son necesarios acuerdos multilaterales entre todos los Estados que no dependan de las circunstancias políticas cambiantes o de los intereses de unos pocos (n. 34-35). En este sentido, pide reconocer el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil que “ayudan a paliar las debilidades de la comunidad internacional” (n. 37) pero, la realidad actual exige “un marco diferente de cooperación efectiva. No basta pensar en los equilibrios de poder sino también en la necesidad de dar respuesta a los nuevos desafíos y de reaccionar con mecanismos globales ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales y al cuidado de la casa común (n. 42). Urge el surgimiento de instituciones que preserven los derechos de todos y no solo de los más fuertes (n. 43).

A las conferencias sobre el clima dedica el cuarto apartado mostrando la ineficacia de sus decisiones porque “evidentemente, no se cumplen” (n. 44). Las diferentes conferencias que se han dado, ratifican algunas políticas, pero a la larga no hay sanciones para el incumplimiento de lo acordado ni instrumentos eficaces para asegurarlos (n. 47). En definitiva, “los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos (…) También que las negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global (n. 52).

El quinto apartado lo dedica a responder a la pregunta sobre lo que se espera de la COP28 de Dubái que se realizará en el próximo mes de diciembre. Francisco no se atreve a afirmar que no sucederá nada porque eso sería un acto suicida exponiendo “a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los peores impactos del cambio climático” (n. 53). Por eso “no podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromiso efectivos y susceptibles de un monitoreo permanente” (n. 54). Para Francisco es “imprescindible insistir en que buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial (…) Suponer que cualquier problema futuro podrá ser resuelto con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo homicida” (n. 57).

Muy importante es la afirmación que hace la exhortación sobre “las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, ‘verde’, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos” (n. 58). Además, valora los grupos que ejercen presión sobre el tema y que algunos critican como “radicalizados”. En realidad, esos grupos cubren el vacío de la sociedad que debería ser la que ejerza “presión” para garantizar el futuro de sus hijos (n. 58). La COP28 tendrá sentido si es capaz de proponer transiciones energéticas que sean eficientes, obligatorias y puedan monitorearse (n. 59).

Finalmente, el apartado sexto, se dirige a los fieles católicos y a todos los creyentes de otras religiones, recordándoles que “la fe auténtica no sólo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado” (n. 61). Francisco recuerda como la Biblia señala esa relación con la tierra y la responsabilidad del ser humano con ella (n. 62). Jesús también muestra su conexión con la creación (n.64) y por su resurrección toda la creación participa también de ella, conduciéndola a su plenitud (n. 65).

Muy importante es la actualización que debe darse de la cosmovisión judeocristiana para estos tiempos. Si esta defiende el valor peculiar y central del ser humano en el concierto de la creación, hoy es necesario reconocer un ‘antropocentrismo situado’, es decir, reconocer que “la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas, porque todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (n. 67).

Hemos de emprender “un camino de reconciliación con el mundo que nos alberga” (n. 69) porque el cuidado de la casa común “tiene que ver con la dignidad personal y con los grandes valores” (n. 69). Esto no significa que no sean necesarias las grandes decisiones en la política nacional e internacional. No obstante, los esfuerzos individuales son necesarios y todo esfuerzo por reducir la contaminación ayuda a crear una nueva cultura (n. 71), tan necesaria para asegurar que los cambios sean duraderos (n. 70).

La exhortación termina señalando que, si “las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China y cerca de siete veces más respecto a la media de los países más pobres, podemos afirmar que un cambio generalizado en el estilo de vida irresponsable ligado al modelo occidental tendría un impacto significativo a largo plazo. Así junto con las indispensables decisiones políticas, estaríamos en la senda del cuidado mutuo” (n.72). Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para si mismo” (n. 73).

En resumen, esta exhortación aborda nuevamente el cambio climático, mostrando como la fe cristiana tiene consecuencias sociales inherentes a ella que hemos de tomar con toda responsabilidad. Es necesario el compromiso individual y, sobre todo, seguir presionando para que las políticas internacionales den respuestas efectivas para el cuidado de nuestra casa común. Esto responde al querer de Dios, garantizando la vida de la humanidad, especialmente, la de los más pobres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 28 de septiembre de 2023

 

¿Qué pedirle al Espíritu Santo para el Sínodo?

Olga Consuelo Vélez

A puertas del sínodo retomo la frase que se invoca de que el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo. Supongo que con esto se quiere decir que del Sínodo no puede salir otra cosa sino lo que está en el horizonte del evangelio, de la praxis del reino vivida por Jesús, del querer de Dios sobre la humanidad. Pensar que el Espíritu va a conseguir “mágicamente” un resultado distinto al que proporcionen los también protagonistas del sínodo -varones y mujeres participantes-, sería pensar en el Dios que interviene por encima de nuestra voluntad y realiza incluso lo contrario de lo que nosotros posibilitamos.

Lo anterior que he dicho es complicado y más de uno debe estar cuestionando lo afirmado. Acaso ¿no creemos en la fuerza de la oración? ¿no es válida la oración al Espíritu Santo para que ilumine nuestras decisiones? Resolver por la lógica humana estos interrogantes es bastante complejo porque si damos una afirmación parece que negamos lo contrario y viceversa. La respuesta no puede darse fuera del horizonte del “misterio de Dios” que excede nuestras comprensiones pero que no niega nuestros esfuerzos de comprender y formular de la mejor manera algunas realidades. Por lo tanto, aclaro: la oración es esta actitud de apertura a Dios, de toma de conciencia de que su misterio nos supera, de aceptación de nuestra fragilidad humana que puede optar por lo contrario de lo que Dios quiere. Por eso es necesaria e imprescindible para entrar en un proceso de discernimiento que nos lleve a tomar la mejor opción dentro de lo posible. Invocar al Espíritu, pedirle que él guie nuestros pensamientos, sentimientos, decisiones, es lo más honrado que podemos hacer antes de cualquier proceso de escucha, reflexión y decisión. También lo más honrado es estar dispuestos a escucharlo, sabiendo que el evangelio nos desinstala, nos confronta, nos empuja a cambios y a sinceras conversiones.

En este último sentido, deberíamos pedirle nos ayude a reconocer y tomar conciencia del “desde dónde” hablamos y, para el caso de un sínodo, por ejemplo, del lugar eclesial que ocupamos, de la teología que manejamos, de la experiencia pastoral que tenemos, de la mentalidad que hemos cultivado, etc. Sin el reconocimiento propio de lo que nos constituye, actuaremos según eso que somos, pero tal vez, sin abrirnos suficientemente a lo que puede ser distinto o a las múltiples visiones que existen pero que no han tocado nuestro mundo y por eso somos incapaces de percibirlas, menos de entenderlas y más aún de creer que son importantes. Creo que sobre esto no se trabaja suficiente. De ahí que los diálogos tantas veces son infecundos porque cada quien defiende su postura, es lo que le constituye, pero no toma conciencia de que habla desde su lugar y desconoce los otros lugares.

Con todo lo anterior lo que quiero decir es que la mayoría de la composición del sínodo es de personas que hablarán desde el lugar eclesial que ocupan. Y la mayoría -obispos- están en los lugares de dirección eclesial y, desde ahí, están convencidos de que lo están haciendo bien y todo funciona de acuerdo al deber ser eclesial. Con seguridad lo están haciendo lo mejor que saben y pueden, pero ¿cuántos creerán que podrían pensar una organización distinta a la que ellos sustentan cada día y por la que están allí participando del sínodo? Y si pensamos en el laicado o la vida religiosa que participará, ¿cuántos están fuera de las instancias propiamente eclesiales para tener la libertad de pensar alternativas verdaderamente distintas? Y si hablamos de mujeres, ¿cuántas de las que participarán del sínodo podrán proponer la igualdad real y plena de las mujeres en la iglesia? En este tema creo que ninguno de los participantes niega la frase “mayores espacios de participación para las mujeres” pero ¿cuántos le dan contenido a esa frase con la radicalidad que debería suponer una iglesia que no excluye en razón del sexo? Por las entrevistas que he escuchado, me parece que no muchas apuntan a esto y hasta esgrimen razones para no hacerlo por aquello o de la prudencia -todavía no es el momento- o del convencimiento de que en la iglesia, mujeres y varones tienen roles distintos y eso es querido por Dios. Así pensábamos en la sociedad, pero eso va cambiando efectivamente y aunque faltan conquistas se sigue luchando por ellas con la convicción de que no tener una igualdad plena, viola los derechos humanos de las mujeres.

Y si hablamos de otros temas de doctrina, de praxis sacramental, etc., las dificultades para entender otros lugares es igual de grande. No me parece que en el sínodo haya demasiada presencia de diferentes etnias, de la sociedad civil, de jóvenes, de intelectuales, de diversidad sexual, e incluso de teólogos y teólogas con visiones más abiertas al diálogo con los desafíos contemporáneos.

En conclusión, todos tenemos que pedirle al Espíritu Santo que acompañe el caminar eclesial porque no son tiempos buenos para el cristianismo (su mensaje y convocatoria se está quedando en las márgenes, aunque todavía persista una gran estructura) y se necesita de nuevo (como lo fue en tiempos de Vaticano II) un aggiornamiento (actualización), un caminar más rápido para tener una palabra eficaz y significativa para los tiempos que vivimos. Pero, sin olvidar, que tal vez la mejor petición, es que el Espíritu ayude a los participantes del sínodo a reconocer el lugar desde dónde hablan y les impulse a salir a los otros lugares, esos que existen en la sociedad civil, en las corrientes teológicas más actualizadas, en los jóvenes, en fin, a todos esos lugares, que nos negamos a ver, a reconocer, a acoger porque estamos seguros, conformes, a gusto en el lugar en el que estamos y cambiarlo nos afectaría, en primer lugar, a nosotros mismos y, en este sentido, pocos están dispuestos a aceptarlo.

 

 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

 

Se acerca la fase universal del Sínodo de la Sinodalidad

Olga Consuelo Vélez

Estamos a puertas del inicio de la fase universal del Sínodo de la sinodalidad. Las fechas previstas son del 4 al 29 de octubre. En los días previos, los participantes, tendrán un retiro de preparación al evento. Sabemos que esta será la primera reunión porque habrá otra en octubre del próximo año. De ahí que no se pueden esperar conclusiones definitivas al final de este encuentro, pero esperamos que se avance en algunos aspectos y esto vaya afirmándose en la vida de la Iglesia. Veremos sí así es.

Ya conocemos el número de participantes: 364, de los cuales 70 miembros no serán obispos (serán religiosos/as, presbíteros y laicado) y, dentro de estos últimos, un 50% serán mujeres. Fuera de esta novedad de la participación de no obispos en el sínodo de obispos, será que estos invitados tendrán voz y voto. También conocemos el Instrumentum laboris, estructurado en dos partes, la primera sobre las notas de una Iglesia sinodal y la segunda sobre los tres temas prioritarios para la Iglesia sinodal: comunión, misión y participación. Estas tres partes se desarrollan a manera de preguntas que serán abordadas en el sínodo. El método de trabajo se ha presentado como la “conversación en el espíritu” que consta de una dinámica donde en ambiente de oración se propone el tema, se escucha a los participantes, se comparte alguna resonancia sobre lo que los demás dijeron y se intenta sintetizar las coincidencias y divergencias, buscando que pasos dar para caminar juntos. Como todo método, tiene sus aspectos positivos y sus límites. Personalmente me hace falta la parte del debate, de la fundamentación, de la reflexión. El Espíritu es el protagonista, sin duda, pero no suple la responsabilidad humana de hacer juicios críticos y válidos para avanzar en cualquier dimensión humana, incluida la eclesial.

Creo que la experiencia de los participantes será positiva tanto por la responsabilidad que deben sentir de estar allí y tratar temas actuales para el futuro de la Iglesia como por el enriquecimiento mutuo frente a la universalidad allí presente con sus distintas visiones y prioridades. Seguramente algunos participantes tendrán una postura más crítica y una voz más profética, otros serán más receptores sin demasiada audacia para dar su contribución o sin demasiado pensamiento crítico para plantear temas cruciales. No faltarán los que estarán atentos a que no salgan demasiadas divergencias para evitar debates. Al final del mes sabremos algo de lo vivido allí o de las conclusiones que se ofrezcan después de ese primer encuentro.

Ahora bien, la esperanza no está puesta en el evento en sí porque conocemos que mover estructuras es una tarea tan difícil que necesitaremos demasiado tiempo para ver algún efecto práctico. Por otra parte, aunque el sínodo ha intentado ser una propuesta para movilizar a la Iglesia universal, el alcance no ha sido demasiado significativo. Hay una inmensa parte del pueblo de Dios que no ha acompañado en lo más mínimo todo este proceso, ni está interesado en lo que se está viviendo. Además, aunque hay muchas preguntas muy válidas para retomarlas en este proceso, algunas temáticas son muy generales o muy matizadas o incluso bastante invisibilizadas. En lo que respecta a las mujeres, por ejemplo, el tema de los ministerios ordenados no aparece explícitamente. Hay un apartado del que podría inferirse, pero es tan general que no creo que se piense en ello al leerlo: “Todas las Asambleas continentales piden que se aborde la cuestión de la participación de las mujeres en el gobierno, la toma de decisiones, la misión y los ministerios a todos los niveles de la Iglesia, con el apoyo de las estructuras adecuadas para que esto no se quede en una mera aspiración general”. También se nombra el diaconado femenino frente al cual se pregunta, si es posible plantearlo y de qué modo. En realidad, el diaconado femenino ya se ha planteado y no existen razones teológicas o históricas para no concederlo. Falta la voluntad de hacerlo. Daría la impresión al leer estas breves referencias sobre estos temas en relación con las mujeres o que, efectivamente no se pidió en las consultas al pueblo de Dios, o se fue diluyendo en las sucesivas síntesis de los aportes. Sea lo que sea, lo cierto es que todo este esfuerzo por una iglesia sinodal va posicionando estos y muchos otros desafíos eclesiales y llegará el tiempo de no poder retrasar más las respuestas necesarias.

Pero lo que más me interesa comentar es que junto al proceso sinodal, muchas mujeres de todo el mundo han liderado iniciativas para responder a preguntas fundamentales de su participación eclesial. Una de estas iniciativas está siendo liderada por el Consejo de Mujeres Católicas (Catholic Women Council, CWC), quienes desde el inicio del sínodo iniciaron una “peregrinación mundial”, articulando diversas redes y grupos de mujeres para numerosas conversaciones, debates, reuniones virtuales, etc., sobre cinco ejes temáticos: (1) La situación de las mujeres en la Iglesia; (2) Poder, participación y representación; (3) Estructuras y rendición de cuentas (4) La vida sacramental y (5) Resistencia y esperanza. Los resultados de esos trabajos se llevaron al Sínodo, terminada la etapa de consulta (o sea, más aportes llegaron de los que parecen reflejarse en el Instrumentum laboris). El trabajo de esta red continúa. Por eso un grupo representativo de estas mujeres llevará a cabo en Roma, los días 10 y 11 de octubre diversas actividades de reflexión, diálogo y celebraciones litúrgicas para seguir mostrando la urgencia de reconocer la plena dignidad e igualdad de las mujeres en la Iglesia y su plena participación en todos los niveles.

Otra iniciativa similar está liderada por otra red de mujeres, Spririt Unbonded, red global de reforma católica y de otros grupos cristianos ecuménicos que trabaja para incluir a los grupos marginados por la Iglesia católica, buscando hacer plenos los “Derechos Humanos en la Iglesia Católica”. Esta red también realizará diversos eventos del 8 al 14 de octubre de manera online pero también de forma presencial el 13 y 14 de octubre en Roma (Italia) y Bristol (Reino Unido).

En conclusión, hay una porción de Iglesia muy ajena a todo este proceso, pero también hay otra porción de Iglesia muy comprometida con este camino sinodal. Por una parte, los convocados directamente por el proceso sinodal y, por otra, todas estas redes que en su compromiso de fe y de amor a la Iglesia trabajan incansablemente por una reforma eclesial que abarque tantos aspectos urgentes, entre ellos, la inaplazable participación plena de las mujeres en ella. Sería muy importante que estas voces extra oficiales fueran más escuchadas por el sínodo “oficial” porque sin duda, el Espíritu también habla fuerte en las márgenes, en los bordes, en las periferias, allí donde se gestan tantas verdades que no quieren ser escuchadas para no desestabilizar los centros de poder que, muchas veces, se sienten poseedores únicos de la verdad. Esperemos que este próximo mes de octubre, con tanto movimiento eclesial, de los frutos esperados. La reforma eclesial no es opcional, es indispensable para que la Iglesia pueda ser significativa para este momento presente.

lunes, 11 de septiembre de 2023

 

Rezar ¿cómo? ¿para qué?

Olga Consuelo Vélez

Muchas veces oímos decir “hace falta oración”, “la oración es la única fuerza”, “sin oración no se sostiene nuestra vida espiritual”, “recemos por la paz de Colombia, por la paz del mundo, por los pobres, etc.”. Pero nuestro mundo más o menos sigue igual y, por ejemplo, en Colombia llevamos una historia de violencia que podríamos concluir o que no hemos rezado suficiente o, definitivamente, la oración no produce ningún efecto. Por eso podríamos preguntarnos ¿rezar cómo? ¿rezar para qué?

La oración -que no es patrimonio de los cristianos sino de todas las religiones- es la manera como alimentamos, mantenemos, profundizamos en nuestra relación con lo divino. Cuando somos capaces de detenernos para intuir, contemplar, dialogar, adorar, reconocer, ese misterio que llamamos Dios, estamos viviendo lo que comúnmente llamamos “oración”. Ahora bien, la forma de hacerlo, los tiempos, las expresiones, etc., son tantas como culturas, personas o religiones existen. Por supuesto cada religión tiene sus propias maneras de orar, permitiendo a los miembros de cada grupo, identificarse como pertenecientes a ella y sentir que se pueden expresar comunitariamente. No sobra recordar el peligro de querer uniformizar dicha experiencia, de creer que solo un modo de oración es el auténtico o, más grave aún, afirmar, en nombre de Dios, una forma única con unos ritos concretos, los cuales se identifican cómo universales y que han de seguirse por todos.

Si miramos los evangelios encontramos en Jesús una disposición para ese encuentro con su ABBA y, como lo relata Mateo (6, 5-15), Jesús se refiere a la oración diciéndole a sus discípulos que cuando oren no sean como los hipócritas que gustan de orar en las sinagogas para ser vistos, sino que, en lo secreto, oren al Padre; sin mucha palabrería -como hacen los gentiles, creyendo que así serán más escuchados; ya que Dios sabe lo que necesitan. En ese contexto, enseña el Padre Nuestro que ya de entrada señala el carácter comunitario de la oración -al decir “nuestro” y la disposición a acoger el reino de Dios, don suyo que al recibirlo nos compromete a hacerlo posible, asegurando el pan para todos y el perdón mutuo, condición necesaria para caminar con los demás.

Todo lo anterior nos responde, de alguna manera, al cómo y al para qué de la oración. Las maneras de orar son plurales y cada uno podrá ir configurando la suya desde lo recibido, desde su sensibilidad, sus disposiciones, su cultura, el grupo religioso al que pertenece, etc. El para qué de la oración corresponde a ese encuentro con lo divino que nos permite sentir su amor, entender el reino que nos regala y buscar la manera de realizarlo en nuestra historia personal y comunitaria.

Ahora bien, en ese encuentro con Dios el diálogo puede versar sobre agradecer lo recibido -comenzando con el don de la vida-, reconocer el misterio insondable de nuestro Dios -oración de alabanza-, dolor de nuestros pecados y, la tan conocida oración de petición. Y, aquí es donde viene una pregunta crucial que ya señalamos al inicio: ¿nos faltará rezar más para que cambien las situaciones o será que Dios no nos escucha? La respuesta ya la adelantamos antes, pero intentemos explicarla más. La oración no es para pedir “cosas” o “cambio de situaciones”. La oración es para pedir el “Espíritu Santo”, como muy bien lo expresa Lucas en el ejemplo que pone sobre el padre que siempre dará cosas buenas a sus hijos, deduciendo fácilmente que el Padre del cielo “dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc 11, 11-13). Efectivamente, lo que nos da -si hablamos en estos términos de pedir y dar- es el espíritu de Dios para vivir el compromiso cristiano que implica nuestro seguimiento de Jesús. Su espíritu es el que nos iluminará, fortalecerá, conducirá para trabajar por hacer posible todo aquello que pedimos.

En otras palabras, la oración de petición no nos alcanza “cosas”. La oración de petición no tiene más eficacia frente a Dios porque se haga con más frecuencia o con menos. La oración de petición es para tomar conciencia de todas nuestras necesidades -personales y del mundo- y pedir a Dios la fuerza de su espíritu para trabajar por superarlas, aceptarlas, transformarlas. Sobre el ejemplo que pusimos de pedir a Dios por la paz de Colombia, si es una oración en la que pedimos realmente esa paz, las consecuencias se verían en la medida que nuestros corazones en el encuentro con el Dios de la paz, se vaya transformando para ser promotores de esta, para exigir la justicia social -una de las grandes causas de la violencia-, para desarmar los corazones y hacer posible el perdón y la reconciliación. La oración por la paz nos fortalecería para conceder una nueva oportunidad, incluso para los actores de la guerra. La oración por la paz de Colombia supone una conversión hacia la paz de todos los que hacemos esa oración. No puede ir de la mano de una negativa al diálogo, como lo hacen tantos que se dicen cristianos. Pedir por la paz, si no somos "artesanos de la paz", se asemeja más a la magia que a la verdadera "oración”. El papa Francisco lo afirmó, varias veces, en la encíclica Fratelli tutti: “una verdadera paz solo puede lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo, persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo” (n. 229); “La verdadera reconciliación no escapa del conflicto, sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente” (n. 244).

Sí, es muy necesaria la petición por la paz de Colombia y por la de tantas necesidades que tenemos. Pero solo es posible si pedimos lo fundamental e imprescindible: el espíritu del Señor que transforme nuestro corazón para ser instrumentos de su paz, constructores de la justicia, comprometidos hasta el fondo con la transformación de todo aquello que nos afecta. El Dios mágico no es el Dios de Jesús. El Dios que nos regala su espíritu para hacer posible el reino es a quien necesitamos encontrar en la oración para que esta, efectivamente, de sus frutos abundantes en la historia que vivimos.