martes, 31 de octubre de 2023

 

Algunas reflexiones sobre las elecciones territoriales en Colombia

Olga Consuelo Vélez

El pasado domingo, 29 de octubre, se realizaron las elecciones territoriales en Colombia. Se eligieron concejales, ediles, alcaldes y gobernadores. No tengo una formación política como para hacer un análisis profundo de lo que sucedió. Por eso mi comentario es muy subjetivo y solo responde a mis propias interpretaciones.

Siguiendo el sentir general, los resultados se han leído como una derrota del partido de gobierno, comenzando porque no ganó la alcaldía de Bogotá y tampoco tuvo una representación muy significativa en las demás regiones. Efectivamente así fue. Y, por supuesto ha sido la gran ocasión para que los medios de comunicación -casi todos contrarios al gobierno- y todos los que no han podido asumir el triunfo de Petro en las pasados elecciones, se regocijen en afirmarlo una y otra vez. No pueden estar más felices porque es la ocasión perfecta para sacarse esa “espina” que se les clavó hace más de un año.

Soy consciente de que gobernar no es nada fácil y menos en esta realidad colombiana tan compleja y tan llena de problemas. Esta realidad no es de ahora, la hemos arrastrado prácticamente a lo largo de nuestra historia, pero con más fuerza en las últimas décadas por el conflicto armado interno y por la dificultad inmensa de construir la paz. Pero, para mí, desde que Petro asumió la presidencia ha buscado trabajar por la paz y concretar las propuestas de reformas que había prometido en su campaña. Nada de eso está siendo fácil porque ha encontrado una oposición totalmente enfilada a obstaculizar todo lo que provenga del gobierno. Y es normal esa oposición porque cualquier cambio que desinstale, que implique estrenar nuevas comprensiones, causan miedo y, aunque la evidencia de los hechos pida que haya cambios, se prefiere seguir en lo “que siempre fue así”. Pero además de esto y, es lo más decisivo, todos aquellos que están beneficiados con las estructuras actuales, no están dispuestos a perder sus privilegios y los defienden con todas sus fuerzas. Nunca vi un gobierno anterior que desde el primer día buscara llevar adelante sus promesas de campaña, sino que fueron gobernando manteniendo lo que estaba e introduciendo algunas reformas de las que ni íbamos siendo conscientes porque tenían toda la maquinaria a su favor para hacer los cambios que querían, casi siempre buscando mantener los privilegios de los mismos. Pero todas estas décadas de gobiernos incapaces de transformar la realidad no son criticados en la mayoría de los estamentos y parece que muy pocos recuerdan su inoperancia.

Hay momentos en que se logran levantar las voces y exigir cambios y eso lo vivimos en la historia reciente con todas las protestas, especialmente de los jóvenes, contra el gobierno de Duque, preparando la posibilidad de elegir, por primera vez en la historia de Colombia, un gobierno que rompía la hegemonía de los clanes políticos colombianos y sembraba la esperanza de que se podría gobernar de otra forma.

Pero estos cambios no son fáciles. Ya hablé de la oposición férrea de las clases dirigentes de siempre. También cada gobernante tiene sus limitaciones personales y sociales con las que hay que contar. Y a Petro no le faltan como a ninguno de todos los demás gobernantes. Junto a esto, hay que contar con la condición humana de todos los que acompañan cualquier gobierno. Esa condición humana que podría llegar a ser honesta y comprometida hasta el fondo con lo que se le ha encomendado, es también capaz de las mayores traiciones y de caer en las mismas contradicciones que se han criticado. Hay que asumir que varios de los cercanos a Petro, incluido su propio hijo, dejan mucho que desear.

Ahora bien, es bueno preocuparnos porque se ha perdido la oportunidad de gobernar en muchos espacios, pero de igual forma debería preocuparnos que los clanes de siempre hayan vuelto a ganar esos espacios. Si los hubieran ganado personas que siguen proponiendo cambios, sería buenísimo. Pero muchos de los que llegaron son los mismos de antes. Muestran que supieron mover muy bien sus fuerzas para recobrar el poder perdido y también invitan a las fuerzas de gobierno a revisar tanto su gestión como las fuerzas que se oponen que son inmensas.

De todas maneras, me parece bien que se haya dado esta posible derrota. Invita a seguir redoblando esfuerzos y revisar lo hecho hasta ahora. Pero también conviene ver qué tanto logran los ganadores con su gestión. Todos han llegado diciendo que van arreglar el desastre en lo que Petro ha convertido a Colombia. Pues ojalá cumplan con lo prometido. Si lo consiguen, eso es lo que queremos, venga de las fuerzas que vengan. Pero si las cosas no cambian ojalá, reconozcamos, que estas elecciones no fueron un triunfo sobre el gobierno, sino una vuelta atrás, a lo mismo que siempre hemos tenido.

domingo, 29 de octubre de 2023

 

Documento final del sínodo: una reforma eclesial que no llega …

Olga Consuelo Vélez

No es mucho lo que se puede comentar frente al Documento Síntesis de la Asamblea Sinodal, pero ya que he comentado varios momentos del sínodo, parece coherente decir una palabra sobre este documento. En una primera mirada se puede ver que en la iglesia existen posiciones contrarias y no son menores. El hecho de que hayan podido hablar los padres y madres sinodales, expresando esas divergencias, no significa que no haya visiones muy distintas y el camino se ve demasiado largo para llegar a construir consensos.

El documento se estructura en tres partes: (1) El rostro de la Iglesia sinodal (2) Todos discípulos, todos misioneros y (3) Tejer lazos, construir comunidad. Cada parte tiene subdivisiones y en cada una de ellas el contenido se estructura en tres partes: (a) Convergencias (b) Cuestiones que deben abordarse y (3) Propuestas. No es una redacción ágil. Resulta pesada y repetitiva. En las convergencias se expresan realidades bastante obvias sobre los temas que se abordan; en las cuestiones que deben abordarse se ven las dificultades de aceptar cualquier modificación sobre esas temáticas y las propuestas consisten en seguir pensando, con comisiones, o revisando los principios teológicos, canónicos y litúrgicos sobre las dificultades que se ven en estos temas.

Se dice que el documento fue aprobado por dos tercios. Esto daría la impresión de que la asamblea estaba bastante de acuerdo, pero como dije al inicio, estaba bastante de acuerdo en que hay visiones distintas en la Iglesia. Si hubieran sido pocos los que expresaban temores sobre una temática y para aprobarlo se exigía los dos tercios, esos apartados no hubieran pasado. Pero si están, es porque hay una amplia mayoría que ve la dificultad.

Después de leerlo lo que vino a mi mente fue la cita de la Evangelii Gaudium donde el papa Francisco dice: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada por una maraña de obsesiones y procedimientos” (n. 49). Lamentablemente me parece que el documento refleja una Iglesia más preocupada por no dejar sus seguridades que por enterarse seriamente por donde el Espíritu sopla en los signos de los tiempos actuales. Y esto se ve desde el inicio con el mismo tema de la sinodalidad. El documento dice que este término “causa confusión y preocupación entre algunos. Entre los temores está el de que se cambie la enseñanza de la Iglesia, alejándose de la fe apostólica de nuestros padres y traicionando las expectativas de quienes aún tienen hambre y sed de Dios”. Por supuesto se afirma también que muchos están convencidos de que este término es “una expresión de la Tradición viva”. Pero al final del documento vuelven a presentarse dudas de si los sínodos de obispos deben tener presencia de otros miembros no obispos porque podría poner en riesgo el papel especifico de los obispos.

Los temas que señala el documento son importantes y podríamos decir que es un paso adelante el que se afirme que han de considerarse. Se refiere a la opción por los pobres, el ecumenismo, la identidad misionera de la Iglesia, el abrir espacios a las mujeres en la Iglesia, el discernimiento, la comunión eclesial, la importancia de la escucha y el acompañamiento a los jóvenes, las voces de las víctimas y supervivientes de abusos sexuales, espirituales, económicos, instituciónelas, de poder y de conciencia por parte de miembros del clero o de personas con nombramientos eclesiales. También habla de escuchar y acompañar a los marginados o excluidos de la iglesia por su situación matrimonial, su identidad y su sexualidad, sin dejar de lado a los pobres, los presos, los ancianos, los enfermos, etc.

Además de los cuestionamientos a la sinodalidad -centro y base de todo este proceso- también resulta llamativo los temores a hablar de una Iglesia totalmente ministerial -dicen que se puede prestar a malentendidos-. Pero nada más llamativo que las reflexiones que la iglesia hace sobre las mujeres. Está muy clara en la urgencia de darle más participación, pero hablar del acceso al ministerio ordenado está totalmente borrado del documento -y eso salió en los documentos de las etapas previas a este encuentro- y al hablar del diaconado sigue la división o polarización que parece insuperable. Ya se han propuesto dos comisiones y no se ha encontrado una salida y, tal vez hay que esperar a esta tercera vez, aunque el documento dice que “algunos expresan el temor de que esta petición sea expresión de una peligrosa confusión antropológica que es fruto más de una iglesia que cede “al espíritu de los tiempos actuales” y no a la fidelidad a la tradición. Además, según algunos informes, los numerales que se referían al diaconado femenino fueron los que contaron con más votos en contra. Realmente las mujeres somos un tema no resuelto en la Iglesia y no parece que el clero -y también parte del laicado, incluidas mujeres- estén dispuestos a dar un paso al frente.

Valioso resulta del documento preocuparse de la formación del clero y de seguir denunciando el clericalismo. También proponer estructuras dedicadas a la prevención de abusos. Pide que haya una consulta más amplia para la elección de obispos y se promueva una cultura de rendición de cuentas. Recuerda que la curia romana ha de estar al servicio de las iglesias locales y no convertirse en un obstáculo entre ellas y el pontífice. Llama la atención la insistencia en reflexionar sobre la relación entre el amor y la verdad por el impacto que tiene en muchas cuestiones controvertidas. Lo que yo alcanzo a entender es que la Iglesia está tan acostumbrada a afirmar “verdades” que está muy asustada con este mundo actual que las hace tambalear y con motivos más serios de lo que creemos.

En conclusión, en este encuentro sinodal no se tomó ninguna decisión y este documento síntesis lo confirma. Habrá que esperar un año para ver si algo se avanza. Personalmente no lo veo probable. Pero como otras veces he dicho, ojalá me equivoque en absolutamente todo lo que he dicho porque, en verdad, quiero una reforma de la Iglesia que la haga creíble para el mundo de hoy. Sólo que, remitiéndome a los hechos concretos, me parece que está bastante difícil.

miércoles, 25 de octubre de 2023

 

Se va terminando esta etapa del sínodo … ¿qué queda de esta experiencia?

Olga Consuelo Vélez

A muy pocos días de la clausura de esta primera etapa del sínodo, la expectativa crece sobre los frutos de este encuentro. Pero, como los mismos participantes lo han repetido muchas veces en las ruedas de prensa que se han ofrecido cada día, coordinadas por Paolo Ruffini, prefecto del Dicasterio para la Comunicación, no debemos esperar cambios estructurales en la Iglesia -porque para eso no se convocó el sínodo-, ni ninguna modificación doctrinal -porque no están allí para abordar temas y discutirlos-, ni ningún avance en algún aspecto concreto de los que el pueblo de Dios explicitó en la primera fase del sínodo -porque el método elegido para el sínodo no es para elaborar nuevas comprensiones sino para “conversar en el espíritu”-, etc. Es decir, tal vez la única respuesta que vamos a encontrar de esta primera reunión sinodal es lo que ha quedado expresado en la Carta al Pueblo de Dios que se ha publicado el 25 de octubre: “la iglesia se siente llamada a escuchar”.

En la carta nos comparten que la experiencia vivida no había tenido precedentes: “Por primera vez, por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de Obispos”. Es verdad que escuchar es indispensable para generar cualquier cambio. Se espera que esto marque la experiencia eclesial en las iglesias locales. Que todos los miembros de la Iglesia se sienten -en igualdad de condiciones- a escucharse mutuamente. Las fotos que se presentaron en muchos momentos, de los círculos menores, pueden servir para que en nuestros imaginarios se vaya cultivando una forma de ser iglesia diferente: todos sentados alrededor de la mesa, sin plataformas que coloquen a unos por encima de los otros o sin distancias que marquen la diferencia entre unos y otros.

La carta continúa diciendo que han estado “tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia de hoy”. Han sentido el dolor del mundo en crisis, han rezado por las víctimas de la violencia y han garantizado la solidaridad y compromiso con las mujeres y los hombres de cualquier lugar del mundo que actúan como artesanos de justicia y de paz. Han visto la importancia del silencio para favorecer la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu. Han encomendado a Cristo la casa común donde resuena el clamor de la tierra y el clamor de los pobres y han sentido el apremiante llamamiento a la conversión pastoral y misionera.

Ante la pregunta de cómo seguir hasta la reunión de 2024, se invita a que cada participante participe del dinamismo de la comunión misionera indicada en la palabra “sínodo”. Se aclara que esto no es una “ideología” sino una experiencia arraigada en la Tradición Apostólica (esta aclaración hace pensar que hay resistencias a la dinámica sinodal dentro de los participantes del sínodo). Se avisa que “la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo continuar el trabajo”. En este aspecto hemos de espera a que salga ese documento.

Finaliza la carta señalando que la Iglesia necesita “absolutamente escuchar a todos, comenzando con los más pobres”. Escuchar a los que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia. Escuchar a las personas víctimas del racismo, a pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas y, sobre todo, a las víctimas de los abusos cometidos por miembros de la Iglesia. También a las mujeres, a los hombres, a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los catequistas, a los ancianos. Además, a los que desean ser involucrados en ministerios laicales o en organismos participativos de discernimiento y de decisión, sin olvidar a los ministros ordenados, a los diáconos, a la voz profética de la vida consagrada y a los que no comparten su fe. Termina la carta afirmando que “no debemos tener miedo de responder a esta llamada”.

Todo esto ayuda a pensar que se podría instalar esta práctica de la escucha en todos los estamentos eclesiales. Pero bien conocemos que no en todos los lugares se llevaron a cabo las etapas de escucha, ni la mayoría del pueblo de Dios ha estado pendiente de este acontecimiento, con lo cual es difícil que ahora se implemente. Además, la pregunta es cómo van a escuchar lo que el Espíritu quiere de la Iglesia si en el aula sinodal no hay suficientes voces plurales, distintas, disonantes (Hay voces distintas en la concepción de modelos eclesiales, pero no voces distintas sobre la pluralidad de la realidad actual). No hay representantes de los pobres, de los jóvenes alejados de la iglesia, de la pluralidad de familias que hoy existen, de la cantidad de mujeres que se sitúan muy distinto del papel que el patriarcado designa a las mujeres y que más de una de las mujeres presentes en el sínodo, defiende. No hay intelectuales que hablen desde otros horizontes distintos al eclesial, ni hay victimas de los abusos clericales, ni representantes de la diversidad sexual. Hay muy pocas teólogas -con lo cual sigue vigente ese desconocimiento de toda la producción teológica hecha por mujeres y que permite decir a los estamentos eclesiales que hace falta una teología sobre la mujer-. No hay indígenas ni poblaciones afro que exijan ser reconocidos con sus culturas propias en la liturgia, en el quehacer teológico, en su experiencia eclesial. Y si no hay estas voces ¿cómo podrán escucharlas? Es verdad que “el espíritu sopla donde quiere” (Jn 3,8) pero no puede hablar de lo que los padres y madres sinodales no conocen, no quieren ver, no les interesa escuchar, no se enteran que existe, no se preocupan por atender.

Ojalá que el Documento final desmienta todo esto que acabo de plantear, pero por lo que he escuchado en las ruedas de prensa de todos estos días, supongo que se le quitará importancia a algunas de las peticiones del Instrumentum laboris, se volverá a plantear lo que hace demasiado tiempo se está pidiendo en la Iglesia y a lo que nada que se responde, se evitará afrontar aquello que se percibe conflictivo y seguiremos en vilo, un año más, esperando que para entonces se tenga la audacia de dar un paso al frente, mostrando una verdadera escucha a los signos de los tiempos, a este mundo para el que la Iglesia, tal y como está hoy, dice demasiado poco.

 

lunes, 16 de octubre de 2023

 

Algunas anotaciones de la experiencia del Sínodo en Roma

Olga Consuelo Vélez

Después de compartir una semana con algunas de las personas que están en el sínodo y con las mujeres que hicieron diversas actividades para reforzar lo que concierne a la mujer y que también se juega en este sínodo, puedo compartir algunas impresiones que no recogen la riqueza que se ha dado estos días ni pretenden interpretar los sentimientos de todos los allí presentes.

Con respecto a las personas presentes en el sínodo, pude hablar de manera informal con laicos y laicas, religiosas, algunos obispos y cardenales, facilitadores y expertos. Para todos ellos la experiencia está siendo muy enriquecedora. Es muy grato sentirse en medio de la Iglesia universal representada por personas de tantos lugares del mundo y, en general, todos dispuestos a vivir el encuentro, con disposición para la oración, el compartir y el deseo de contribuir a que el sínodo pueda ser un momento significativo para la Iglesia. De algunas de las personas que plantearon las reflexiones sobre los temas de determinado día, se puede destacar su valor para expresarse con claridad, aunque al terminar su exposición, alguno de los presentes hiciera comentarios del tipo: “te excediste, exageras, eso no pasa en mi diócesis, mucha reivindicación”, etc. Es el precio que se paga siempre que se tiene el valor de decir las cosas con suficiente claridad. Aún faltan 15 días y serán en los que los temas más complejos serán puestos a consideración. No sé que tanto lo harán. La tentación de no afrontar lo más difícil está siempre presente y el esfuerzo por quitarle importancia, también es fácil que se imponga. En concreto, algunos bajo una causa muy legítima como es la preocupación por los pobres, han expresado que eso es lo importante y que otros temas son deseos individuales o conquistas particulares que no merecen tanta atención. Por supuesto la centralidad de los pobres en la vida de la Iglesia no se pone en cuestión y si está causa no atraviesa las reflexiones sinodales, este no tendría sentido. Pero hay que cuidar que se justifique bajo esa motivación tan central, el no dar respuesta a los temas que le impiden a la Iglesia dar testimonio de igualdad, de inclusión, de respecto por la dignidad de todas las personas y, sobre todo, del rostro de infinita misericordia por encima de cualquier ley, del Dios que amamos, seguimos y anunciamos los cristianos.

Sobre las actividades paralelas al sínodo solo se puede hablar de una riqueza en contenidos, actitudes, claridad y, sobre todo, el testimonio de la vida de tantas mujeres que desde diferentes organizaciones viven con tanta conciencia su fe y están comprometidas con la mayor presencia de la mujer en la Iglesia, como con toda seguridad, Dios la quiere. Son personas que llevan muchos años reflexionando, trabajando, manifestándose, enviando comunicaciones al Vaticano, pero sus voces no se escuchan. Incluso algunas que llevaron pancartas fueron retiradas por la policía del Vaticano, siendo reseñadas con sus datos por manifestarse públicamente. No parece esto lo más acertado en una Iglesia que quiere acoger a todos, que quiere escuchar la voz del espíritu que se manifiesta en todos o que reclama que los países respeten los derechos humanos, incluido el derecho a manifestar sus peticiones, expectativas y demandas. Como tantas veces se hace broma de la presencia del espíritu en el Vaticano diciendo que tal vez no lo dejan entrar a los concilios por la seguridad que tienen de que todo lo saben, lo manejan y lo organizan, no sería de extrañar que algo parecido vuelva a suceder en el sínodo porque la riqueza de lo expresado en estos encuentros de mujeres con fundamentos experienciales, cristológicos, eclesiales, ministeriales, etc., son ese alimento sólido necesario para aquellos que, en verdad, quieren escuchar al espíritu ya que este, aunque supera todas nuestras afirmaciones y se manifiesta en lo más pobre y humilde, también necesita de una reflexión seria desde la fe para poder entender los signos de los tiempos, para no llegar tarde a lo que cada momento histórico demanda. Me temo que algunos sinodales no han escuchado la profundidad de estas reflexiones.

Puedo decir al final de esta semana que me alegra el proceso sinodal de la iglesia porque permitirá que se abran caminos que, sin estos procesos, aunque sean tan lentos, no se pueden realizar. Con todas las limitaciones que conlleva, con la realidad de los allí presentes -más de un obispo no había seguido nada del sínodo en su diócesis-, con la dificultad para proponer cualquier cambio en la Iglesia, esto hace historia y saldrán cosas buenas de este proceso. Pero me alegra mucho más la Iglesia de a pie, esta que se compromete con las causas y las empuja de muchas maneras, esta iglesia que sigue insistiendo, pidiendo, demandando, creyendo, manteniendo la esperanza. Esta Iglesia es la que está abriendo camino a las nuevas generaciones que ya casi no se acercan a la Iglesia, pero como dijeron las jóvenes allí presentes, si no fuera por estos compromisos explícitos de esta Iglesia de las periferias eclesiales, los y las jóvenes no estarían ni un poquito interesados en conocer de estos procesos, ni en enterarse de lo que se vive en la Iglesia. Aunque se haya dado un sínodo sobre los jóvenes, aunque haya Jornadas Mundiales de la Juventud y algunos jóvenes participen de grupos muy conservadores, lo cierto es que el éxodo de jóvenes de la iglesia crece más y más.

Confiemos que todo este movimiento eclesial -de dentro y de fuera- siga abriendo caminos para la Iglesia que soñamos: una iglesia ágil, libre, pobre, misericordiosa, inclusiva, pero, sobre todo, que camine al ritmo de los tiempos para que siga siendo significativa para las personas de hoy, especialmente, para las nuevas generaciones que son quienes pueden mantener la continuidad de la Buena Noticia del reino. De este presente depende el futuro eclesial y en este presente nuestro compromiso es irrenunciable.

 

miércoles, 4 de octubre de 2023

 

Laudate Deum: Fe y cuidado de la casa común, dos realidades inseparables

Olga Consuelo Vélez

Esperábamos la publicación de la Exhortación Laudate Deum -sobre la crisis climática-, anunciada hace unos días por Francisco. Acompañó el inicio del Sínodo de la sinodalidad. Es un buen presagio que invita a la iglesia a mirar la realidad actual, llamar las cosas por su nombre y pedir cambios reales y prontos. La exhortación consta de 73 numerales y 6 apartados. Los cinco primeros son dirigidos a todas las personas de “buena voluntad” y, el último apartado, a los creyentes (las motivaciones espirituales). El lenguaje es claro, directo, dando nombre a los responsables de tal crisis. Al ser un documento corto, será fácil apropiarse de él. Sin embargo, quiero hacer algunos subrayados que pueden ayudar a tenerlos más en cuenta.

En la introducción Francisco constata que pasados ocho años de la publicación de la Encíclica Laudato si, no se ven reacciones suficientes para afrontar la crisis climática. Yo me pregunto si a nivel eclesial hubo suficiente recepción de dicha encíclica. Se han dado algunas acciones y movimientos eclesiales, pero a nivel del pueblo de Dios en general, no me parece que se haya avanzado demasiado. Ojalá esta exhortación tenga mayor recepción. Una afirmación importante que se hace en la introducción se refiere a lo que dijeron los obispos de África sobre el cambio climático: “es un impactante ejemplo de pecado estructural” (n. 3).

El primer apartado muestra cómo no se puede negar la urgencia de afrontar el cambio climático. Algunos pretender negar, esconder, disimular o relativizar los signos del cambio climático pero los fenómenos que vivimos, muestran la evidencia irrefutable. Algo muy importante de este apartado es la línea que atraviesa las reflexiones del pontífice, es decir, su defensa de los pobres. En esta ocasión señala que “no falta quienes responsabilizan a los pobres porque tienen muchos hijos (…) como siempre, pareciera que la culpa es de los pobres. Pero la realidad es que un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial y que la emisión per cápita de los países más ricos es muchas veces mayor que la de los más pobres. ¿Cómo olvidar que África, que alberga más de la mitad de los más pobres del planeta, es responsable de una mínima parte de las emisiones históricas?” (n. 9). Añade que otra excusa es que al pretender mitigar el cambio climático se van a reducir los puestos de trabajo. El papa exhorta a los políticos y empresarios que se ocupen de gestionar esa transición la cual no lleva a esa consecuencia si lo hacen bien (n. 10).

Este apartado sigue describiendo los cambios que se han dado y la urgencia de responder a ellos. Pero, con voz profética, denuncia cómo la crisis climática “no es un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda” (n.13). Y aprovecha para decir que “ciertas opiniones despectivas y poco racionales se encuentran incluso dentro de la Iglesia católica” (n.14).

Sobre el paradigma tecnocrático, tema del segundo apartado, recuerda lo que ya había dicho en la Laudato si (n. 107): “En el fondo consiste en pensar como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. Como lógica consecuencia, de aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos” (n.20). Para Francisco “el mayor problema es la ideología que subyace a una obsesión: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad humana es un mero recurso a su servicio” (n. 22). Y, más grave aún: “¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad” (n.23). Para contrarrestar este peligro de un poder tan peligroso, no podemos olvidar que “el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada. Ni siquiera podemos decir que la naturaleza es un mero ‘marco’ donde desarrollamos nuestra vida y nuestros proyectos, porque estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados de manera que el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro” (n. 25). En este sentido, las culturas indígenas pueden enseñarnos de esa interacción del ser humano con el ambiente (n. 27). Por tanto, es indispensable “repensar la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites” (n. 28).

Con seguridad esta exhortación va a molestar a más de una persona (o gobierno) porque Francisco no habla en abstracto. Se refiere a lo que continuamente está pasando en tantas partes del mundo: se llega a las poblaciones, se les hace creer que todo será mejor para ellos y lo que en realidad sucederá es que pasado el tiempo de explotación de esos recursos naturales, aquel territorio quedará arrasado, con condiciones más desfavorables para vivir y prosperar, territorios menos habitables para sus pobladores (n. 29). Esa “lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad (…) a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos (n. 31).

En el tercer apartado sigue llamando por su nombre a los responsables de la crisis climática. Se refiere a la “debilidad de la política internacional”. Francisco plantea la necesidad de organizaciones mundiales más eficaces dotadas de autoridad (real) para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria y la defensa cierta de los derechos humanos elementales. Son necesarios acuerdos multilaterales entre todos los Estados que no dependan de las circunstancias políticas cambiantes o de los intereses de unos pocos (n. 34-35). En este sentido, pide reconocer el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil que “ayudan a paliar las debilidades de la comunidad internacional” (n. 37) pero, la realidad actual exige “un marco diferente de cooperación efectiva. No basta pensar en los equilibrios de poder sino también en la necesidad de dar respuesta a los nuevos desafíos y de reaccionar con mecanismos globales ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales y al cuidado de la casa común (n. 42). Urge el surgimiento de instituciones que preserven los derechos de todos y no solo de los más fuertes (n. 43).

A las conferencias sobre el clima dedica el cuarto apartado mostrando la ineficacia de sus decisiones porque “evidentemente, no se cumplen” (n. 44). Las diferentes conferencias que se han dado, ratifican algunas políticas, pero a la larga no hay sanciones para el incumplimiento de lo acordado ni instrumentos eficaces para asegurarlos (n. 47). En definitiva, “los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos (…) También que las negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global (n. 52).

El quinto apartado lo dedica a responder a la pregunta sobre lo que se espera de la COP28 de Dubái que se realizará en el próximo mes de diciembre. Francisco no se atreve a afirmar que no sucederá nada porque eso sería un acto suicida exponiendo “a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los peores impactos del cambio climático” (n. 53). Por eso “no podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromiso efectivos y susceptibles de un monitoreo permanente” (n. 54). Para Francisco es “imprescindible insistir en que buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial (…) Suponer que cualquier problema futuro podrá ser resuelto con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo homicida” (n. 57).

Muy importante es la afirmación que hace la exhortación sobre “las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, ‘verde’, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos” (n. 58). Además, valora los grupos que ejercen presión sobre el tema y que algunos critican como “radicalizados”. En realidad, esos grupos cubren el vacío de la sociedad que debería ser la que ejerza “presión” para garantizar el futuro de sus hijos (n. 58). La COP28 tendrá sentido si es capaz de proponer transiciones energéticas que sean eficientes, obligatorias y puedan monitorearse (n. 59).

Finalmente, el apartado sexto, se dirige a los fieles católicos y a todos los creyentes de otras religiones, recordándoles que “la fe auténtica no sólo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado” (n. 61). Francisco recuerda como la Biblia señala esa relación con la tierra y la responsabilidad del ser humano con ella (n. 62). Jesús también muestra su conexión con la creación (n.64) y por su resurrección toda la creación participa también de ella, conduciéndola a su plenitud (n. 65).

Muy importante es la actualización que debe darse de la cosmovisión judeocristiana para estos tiempos. Si esta defiende el valor peculiar y central del ser humano en el concierto de la creación, hoy es necesario reconocer un ‘antropocentrismo situado’, es decir, reconocer que “la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas, porque todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (n. 67).

Hemos de emprender “un camino de reconciliación con el mundo que nos alberga” (n. 69) porque el cuidado de la casa común “tiene que ver con la dignidad personal y con los grandes valores” (n. 69). Esto no significa que no sean necesarias las grandes decisiones en la política nacional e internacional. No obstante, los esfuerzos individuales son necesarios y todo esfuerzo por reducir la contaminación ayuda a crear una nueva cultura (n. 71), tan necesaria para asegurar que los cambios sean duraderos (n. 70).

La exhortación termina señalando que, si “las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China y cerca de siete veces más respecto a la media de los países más pobres, podemos afirmar que un cambio generalizado en el estilo de vida irresponsable ligado al modelo occidental tendría un impacto significativo a largo plazo. Así junto con las indispensables decisiones políticas, estaríamos en la senda del cuidado mutuo” (n.72). Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para si mismo” (n. 73).

En resumen, esta exhortación aborda nuevamente el cambio climático, mostrando como la fe cristiana tiene consecuencias sociales inherentes a ella que hemos de tomar con toda responsabilidad. Es necesario el compromiso individual y, sobre todo, seguir presionando para que las políticas internacionales den respuestas efectivas para el cuidado de nuestra casa común. Esto responde al querer de Dios, garantizando la vida de la humanidad, especialmente, la de los más pobres.