domingo, 28 de enero de 2024

 

¿Se metió el diablo a la Iglesia?

Olga Consuelo Vélez

Tocar el tema del diablo es complicado porque la tradición eclesial lo ha personificado, tomando al pie de la letra lo que aparece en la Biblia y se habla de él como si fuera realmente un ser superior que se enfrena con Dios y continuamente ataca su obra. Los estudios bíblicos actuales aclaran muy bien lo que significa esa figura llamada diablo, distinta de demonios, pero en todos los casos, no se le atribuye una entidad personal sino una figura que representa el mal o las fuerzas del anti reino, mostrando cómo es posible la existencia del mal en el mundo y, muchas veces, ¡de demasiado mal!

Por eso en el lenguaje coloquial es válido nombrar al diablo y tener expresiones como “el diablo se metió en la Iglesia” cuando vemos que hay muchas cosas mal. Inclusive el papa Francisco habla del diablo. Pero si no hacemos la debida aclaración, podemos echarle la culpa a ese ser figurado y evadir nuestra responsabilidad. No es verdad que el diablo se metió en la Iglesia y por eso está como está. Lo que es verdad es la falta de coraje para emprender las acciones necesarias para transformar la mediocridad, el atraso y tantas otras realidades que afectan a la iglesia.

Veamos algunos ejemplos. No es verdad que el diablo se metió a la Iglesia y por eso los jóvenes están cada vez más alejados de ella. Es verdad que nuestros lenguajes, rituales, visiones, mediaciones, explicaciones, narrativas, etc., están tan caducos que los jóvenes no logran entender de qué hablamos y qué queremos decir. La juventud no es tan escéptica como creemos, ni le faltan ideales. Muchos jóvenes siguen buscando sentido a sus vidas y persiguen sueños. Pero no encuentran una iglesia que los acompañe en sus búsquedas, sino que los quiere meter a sus estructuras, a sus grupos de siempre, a lo que siempre fue así. No faltarán jóvenes que entren por ese camino, pero cada vez son muchos menos.

No es verdad que el diablo se metió a la Iglesia y por eso las mujeres se están alejando cada vez más de ella. Cuando las jóvenes van a la Iglesia no encuentran una iglesia experta en feminismo, género, derechos para las mujeres, violencia contra la mujer, etc. Y no es verdad que las mujeres se están perdiendo por esas “ideologías”, como las llama la Iglesia. Es todo lo contrario: están logrando los espacios que siempre se les negaron y la dignidad que no se les ha respetado. Pero la iglesia no se deja enseñar de ellas, sino que cree que puede enseñarles a mantenerse en los estereotipos culturales que pesan sobre ellas y así se salvarán ellas y las familias de las que, parece, son las responsables de sus descalabros.

No es verdad que el diablo se metió a la Iglesia y por eso los movimientos sociales rechazan muchas veces el estamento eclesial y ya no son los dóciles líderes que se refugian en las enseñanzas de la Iglesia. Es verdad que los movimientos sociales crecen y conquistan derechos y, muchas veces, defienden más la dignidad de las personas y los pueblos y hablan más del bien común y la solidaridad y los derechos humanos que las instancias eclesiales. Y, en muchos países casi siempre los sectores de iglesia están del lado de los gobiernos más individualistas, más capitalistas, más egoístas. Pero pareciera que con tal de que ofrezcan que van a ir en contra del aborto, es suficiente para no denunciar todas sus otras políticas de muerte contra los pobres, manteniéndose en bastante complicidad por su silencio en la compleja realidad socio política actual.

No es verdad que el diablo se metió a la Iglesia y por eso se están destruyendo las familias. Es verdad que ahora no existe exclusivamente el modelo de familia patriarcal que se mantenía hasta el final a costa de una mujer sumisa y una sociedad que no admitía ponerla en cuestión. Pero hoy en día es evidente la variedad de familias que existen y los caminos tan distintos que emprenden los seres humanos para establecer relaciones y aceptar que, muchas veces, “el para siempre” es imposible. Pero eso no significa que no se puedan emprender nuevos caminos. Sin embargo, la Iglesia propone bendecir el caminar de los seres humanos en sus múltiples maneras de vivir el encuentro y los que debieran ser testigos del amor, se rehúsan a aceptarlo porque creen que las bendiciones son propiedad del clero y no gracia infinita de Dios.

Y podríamos seguir poniendo ejemplos para al menos preguntarnos si el diablo se metió a la iglesia o la iglesia no acaba de cambiar su horizonte y se mete de una vez por todas en el devenir del mundo, para comprenderlo, entenderlo, acompañarlo, curarlo, aceptarlo, participar de sus discernimientos y contribuir con su visión de defensa, siempre y en todo momento, de los últimos de cada tiempo presente.

Por supuesto hay también muchos ejemplos de sectores de iglesia comprometidos con la realidad tal y como ella es y que se juegan la vida con su compromiso frente a realidades concretas. Muchos sectores de iglesia que ya no hablan de diablos y demonios sino de corresponsabilidad y discernimiento. Pero duele pensar como todavía hay esos sectores de Iglesia, a los que nos referíamos antes, que son mayoritariamente la cara visible de la Iglesia y frente a los cuales la gente hoy se retira más y más. Es urgente dejar de poner los problemas en entidades figurativas o ajenas a la iglesia y asumir que el mal lo originamos los seres humanos, desde nuestra libertad y en la Iglesia la presencia del mal no es culpa del diablo que se entró a ella sino de nuestras resistencias, miedos y excusas para secundar al Espíritu de Dios que aletea en este presente -porque Dios no se va de la historia- pero tal vez ya no encuentra cabida en el corazón de esa iglesia que culpa al diablo de sus propios males.

 

 

 

miércoles, 24 de enero de 2024

 

Fidelidad a los valores del Reino para vencer el mal de nuestro mundo

Comentario al evangelio del domingo 28-01-2024

4° Domingo del Tiempo Ordinario

 

 

Olga Consuelo Vélez

 

Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo que se puso a gritar: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿has venido a destruirnos?”. Sé quién eres tú: el Santo de Dios. Jesús, entonces, le conminó diciendo: “Cállate y sal de él”. Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto?” ¡una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen. Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea (Mc 1, 21-28).

 

Jesús anuncia el reino de Dios mediante palabras y hechos. Estos últimos también se llaman milagros. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en el lenguaje popular por milagros se entiende la realización de algo “extraordinario” que altera las leyes de la naturaleza. No es ese el sentido bíblico. Milagro es un “signo” de otra realidad, signo que algunos interpretan positivamente y otros negativamente. Por eso entre los que ven las acciones de Jesús, unos le siguen y otros le rechazan. En este mismo horizonte se podría hablar de los exorcismos o expulsión de demonios. En el argot popular se identifica con las películas sobre exorcismos donde los ministros sagrados tienen que sacar a la fuerza al diablo que se ha apoderado de la persona y que rechaza lo sagrado, librándose una batalla entre esa fuerza del mal y los símbolos y palabras usadas en los exorcismos, las cuales finalmente vencen al diablo, expulsándolo. No es ese tampoco el sentido bíblico de los relatos de personas poseídas. En esos tiempos donde la ciencia no se había desarrollado, muchos fenómenos se entendían como fuerzas del mal o del bien, según los resultados que presentaran. Algunas enfermedades y estados mentales alterados se interpretaban como posesión de espíritus del mal. Los evangelistas no pretenden, entonces, presentarnos actos de exorcismos realizados por Jesús -de hecho, Jesús no sigue ningún ritual, con lo cual no realiza exorcismos-, sino a través de esos recursos literarios presentarnos la lucha entre las fuerzas del reino y del anti reino.

Este es el caso del evangelio de hoy de Marcos. Jesús enseña, incluso en las sinagogas. Es decir, está llevando adelante su misión y comienza a tener éxito por la autoridad con la que habla. Pero no tardan en aparecer los opositores al anuncio del reino. En este caso, reflejados en el hombre poseído por un espíritu inmundo quien increpa a Jesús por lo que enseña, tan contrario a lo que la mayoría vive. Y aquí es donde la autoridad de las palabras de Jesús, superan las críticas que su mensaje suscita y el hombre poseído por el espíritu inmundo queda liberado. En otras palabras, para el evangelio de Marcos este será el primer milagro de Jesús donde se pone en juego el mensaje del reino. En este caso, gana la partida y las repercusiones se extienden más allá de Galilea. Sin embargo, sabemos que la misión no siempre tendrá este éxito y las fuerzas del anti reino irán presionando hasta conseguir la muerte de Jesús.

De alguna manera con este primer milagro, el evangelio de hoy nos invita a reconocer la misión que se nos confía. Anunciar la buena noticia del reino es denunciar las malas noticias que trae el anti reino y, al denunciarlas, no quedamos excluidos de la persecución. Pero, igual que lo hizo Jesús, solo con la autoridad de la coherencia de vida y con la fidelidad a los valores del evangelio se logra vencer el mal de nuestro mundo. Muchos espíritus inmundos increparán, una y otra vez, los valores del reino con la lógica del mercado, de la mayor ganancia, de la competencia individual, del sálvese quien pueda. Y, dependerá de nuestra fidelidad a la misión encomendada por Jesús que la expulsión de los espíritus inmundos que ahogan la vida, socavan la justicia, corrompen la solidaridad, sean conminados y acallados, de manera que la vida de todos y todas, empezando por los últimos, sea garantizada.

miércoles, 17 de enero de 2024

 

Mantener el “amor primero” de cuando recibimos su llamada

Comentario al evangelio del domingo 21 de enero de 2024

Ciclo B

Marcos 1, 14-20

 

Olga Consuelo Vélez

 

Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la buena Nueva”. Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Vengan conmigo y los haré llegar a ser pescadores de personas”. Al instante, dejando las redes le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo y a su hermano Juan, estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

 

Dijimos el domingo anterior que cada evangelista nos presenta la llamada de Jesús a sus discípulos de manera diferente. El domingo pasado son Juan y Pedro los que van a donde vive Jesús. Hoy, el evangelio de Marcos nos presenta a Jesús anunciando la Buena noticia del reino, un anuncio que supone descubrir que con Él se están cumpliendo las promesas hechas a los padres, pero es necesario convertirse y creer en esa buena noticia. En ese contexto de predicación, Jesús ve en el mar de Galilea a Simón y a Andrés y más adelante a Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, todos ellos pescadores y los llama explícitamente para que vengan con él, prometiéndoles que los hará pescadores de personas. La respuesta de todos es inmediata: lo dejan todo, incluido, los hijos de Zebedeo, a su padre y se van tras Jesús. Por tanto, hay diferentes relatos de vocación, según cada evangelista y no debemos fijarnos tanto en la historicidad rigurosa de los hechos, sino en la forma como los evangelistas nos relatan el impacto que causa Jesús entre sus contemporáneos y la comunidad que se va formando en torno suyo a medida que los llama. Además, no hay relatos de vocación en la que Jesús llame explícitamente a las mujeres, pero ya sabemos que los evangelistas responden a su contexto y, de diversas maneras, invisibilizan el protagonismo de las mujeres. Sin embargo, el que ellas lo siguieron esta testimoniado en los mismos evangelios y el que Jesús las envió a anunciar su resurrección también está presente. Por lo tanto, es totalmente válido juntar a los nombres de estos cuatro varones, los nombres de las mujeres que luego conoceremos en los evangelios.

Por eso, hoy este texto sigue vigente en los que decimos seguir a Jesús, mujeres y varones. Hemos escuchado su llamada -cada uno de muy diferentes formas-, nos ha hecho detener el paso, revisar nuestra propia vida, ajustarla mejor al evangelio y comunicarla a los que nos rodean. Pero siempre es bueno examinar si mantenemos “ese amor primero” de cuando recibimos la llamada. Posiblemente el paso del tiempo y el cúmulo de tareas nos hace vivirla rutinariamente, sin mayor entusiasmo ni coraje para hacer cambios en la propia vida, según cada tiempo actual nos vaya demandando.

Sería bueno que hoy escucháramos nuevamente este llamado de Jesús a sus primeros discípulos/as y, como ellos/as, nos sintiéramos invitados/as a dejar todo lo que sea lastre, cansancio, rutina, acomodo de nuestra vida de fe y, puestos en camino, nos dejáramos sorprender por la Buena noticia del Reino. Sigamos, pues, tras Jesús quién siempre continúa llamándonos y no deja de confiar en nuestra respuesta generosa y comprometida.  

sábado, 13 de enero de 2024

De ataques y defensas contra y a favor de Francisco

Olga Consuelo Vélez

Ante los ataques contra el Papa Francisco y contra el prefecto del Dicasterio para la doctrina de la Fe, Víctor Fernández, se ha propuesto escribir algunos artículos de apoyo. No sé si mi artículo es propiamente de apoyo porque me parece que no hace falta defender lo obvio. Es obvio que este pontificado está mirando para el lado correcto de la historia. Precisamente por eso levanta tantas críticas, tanto malestar, tanta controversia. Algunos piensan que lo cristiano es no suscitar ningún enfrentamiento creyendo que siempre se debería mantener la unidad de pensamiento, de criterio, de valores. Pero si miramos a Jesús, causa y razón de ser de la experiencia cristiana, encontramos que fue una persona que interpeló, cuestionó, incomodó a sus contemporáneos. A tal punto fue la incidencia de su palabra y acción que se ganó la enemistad, la persecución y la cruz. Muchos podrían decir que podría haber sido más prudente y debería haber cuidado su lenguaje y sus actos para que nadie se sintiera ofendido o se sintiera atacado. Pero Jesús no hizo mucho caso. Entonces ¿fue una persona terca y le falto más tacto, más prudencia, más diplomacia? ¿Hubiera conseguido mejores resultados? Personalmente creo que tal vez hubiera evitado la muerte, pero los valores del Reino no habrían sido anunciados y, mucho menos, puestos en práctica.

Este es el gran dilema con el que nos encontramos todos los días. Bajo la supuesta “unidad” se invoca que todo se diga de manera suave. Se repite que lo primero es cuidar que nadie se sienta mal o se incomode. Y a todos aquellos que se atreven a decir las cosas por su nombre, los van dejando de lado en su comunidad, congregación, parroquia o incluso en los ámbitos laborales. Los consideran incomodos y los van marginando. Comienzan a vivir la misma suerte de Jesús.

Pero no podemos olvidar en qué consiste la predicación de la buena noticia del Reinado de Dios. Es un mensaje de misericordia y de inclusión, pero también es una palabra profética que denuncia todo aquello que impide la vivencia del amor. Las parábolas no son bellos cuentos casi inofensivos sino un género literario que involucra al oyente y, de alguna manera, lo deja al desnudo frente a la actitud que ha asumido, contraria a los valores del reino. Y qué decir de los milagros que no son curaciones de enfermos -lo cual hubiera sido algo para alabar y respetar- sino actos de inclusión porque los enfermos eran excluidos en razón de su enfermedad; actos de contradicción con los que los contemporáneos creían ser el designio de Dios -la enfermedad como castigo por su pecado o el de sus padres. Es decir, el hacer y el decir de Jesús fue el de un profeta -por eso una de las primeras interpretaciones de su muerte fue la de la suerte de todo profeta- que confronta, interpela, denuncia y actúa en coherencia con todas esas palabras pronunciadas.

Ahora bien, hemos domesticado tanto el cristianismo, lo hemos vaciado tanto de su contenido liberador que muchos ministros y laicos/as se han vuelto custodios de formas litúrgicas, de rubricas, de costumbres y tradiciones que, teniendo un lugar en la vida cristiana, en ningún momento, son esenciales ni constitutivas de ella, sino mediaciones históricas que han de actualizarse en cada tiempo presente. Y, lo que es peor se han obsesionado con todo lo que tiene que ver con la moral sexual como si Jesús hubiera hecho de ello el contenido del Reino. No parecen entender la centralidad de los pobres, la misericordia inconmensurable de Dios y la salvación ofrecida a todos sin límites, ni reservas.

Con respecto a este pontificado desde el principio se habló de “primavera eclesial” porque vivíamos en el “invierno” de una involución del concilio vaticano II y del surgimiento de tantos llamados “nuevos movimientos eclesiales” que, en realidad son movimientos anti Vaticano II, anti eclesiología del pueblo de Dios, anti centralidad del Jesús histórico y, así, muchas otras realidades que siguen promoviéndose desde una mirada muy distinta al aggiornamento eclesial propuesto por Vaticano II. No es de extrañar, por tanto, que Francisco represente un cambio y aquellos que consideraban que ya se había conseguido frenar el impulso del concilio, no logran aceptar que vuelva a proponerse con tanto empeño.

Y no son pocos los contradictores de los valores que promueve este pontificado. Están más cerca de nosotros de lo que pensamos. Justamente ayer, una amiga fue a la celebración eucarística a una parroquia de Chía, un municipio cercano a Bogotá, y el espectáculo de involución era de asombrarse: un clérigo joven que le negó la comunión porque no se arrodilló y la recibió en la boca, como todos los fieles de aquella parroquia lo hicieron. O sea, un clérigo que se siente dueño no solo para no repartir bendiciones a las personas que las pidan sino capaz de negar la comunión a un laicado consciente de su fe, pero libre de formas que no son más que señales de involución y retroceso.

En conclusión, no es cuestión de defender a Francisco o a Víctor Fernández por los rechazos que esa porción de Iglesia les está haciendo. No es cuestión de decirles que los apoyamos. Es cuestión de ser coherentes con todo esto que ellos van siendo capaces de plantear y actuar en consecuencia. Es cuestión de retornar al evangelio, a la profecía, a la coherencia, a la autenticidad. Aquí no está en juego modos o maneras de actuar. Lo que está en juego es la Buena Noticia del Reino. Lo que está en juego es la imagen del Dios que anunciamos y de la iglesia sinodal que estamos llamados a vivir. Las palabras de Jesús (no tomadas al pie de la letra sino situadas en la interpelación que suscita el anuncio del Reino de Dios) siguen vigentes: “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra la suegra, los enemigos de cada cual serán los de la propia familia” (Mt 10, 34-36). Sí, el evangelio interpela, denuncia, incomoda, desinstala y hoy como ayer, surgen los promotores del anti reino y ¡con que fuerza actúan! Nuestro mejor apoyo, entonces, es mantener la fidelidad a los valores del Reino, sabiendo que la cruz llega de muchas maneras, pero la resurrección tiene la última palabra. Y la primavera eclesial de este pontificado (a la que no le faltan algunos inviernos que quisiéramos que se superaran -la cuestión de las mujeres y otros asuntos) ¡la seguimos apoyando!

viernes, 5 de enero de 2024

 

Comentario al evangelio del domingo 7 de enero de 2024

Ciclo B

BAUTISMO DEL SEÑOR

Marcos 1, 7-11

 

Olga Consuelo Vélez

 

Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo”. Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret a Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tu eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.

 

Este año iniciamos el ciclo litúrgico del Tiempo Ordinario, como todos los años, con la fiesta del Bautismo del Señor. Precisamente este es el inicio que el evangelista Marcos da a su evangelio (recordemos que este evangelista no tiene ningún relato sobre el nacimiento de Jesús), mostrándolo en contraste con Juan Bautista que representa el tiempo de espera del Mesías que termina con su llegada. El bautismo de agua de Juan se reemplaza con el bautismo en el Espíritu de Jesús.

El bautismo de Jesús señala el inicio de su misión, confirmada por el descenso del Espíritu sobre Él y las palabras que se escuchan desde los cielos: Jesús es el Hijo en quien el Padre se complace.

Siempre conviene recordar que los evangelios, como toda la Sagrada Escritura, acude a recursos literarios para transmitir el mensaje. Por tanto, el énfasis no está en tomar al pie de la letra el relato ni dejarnos sorprender por aquello que parece extraordinario: cielos que se rasgan o voces que se escuchan. Lo importante es entender cómo la comunidad de Marcos percibe al Jesús del que están dando testimonio: Él es el enviado del Padre, sustituye la ley antigua representada en Juan el Bautista e inicia el camino del amor inconmensurable de Dios (el Espíritu Santo), camino que complace a Dios porque lo hace presente.

Conmemorar el bautismo de Jesús nos invita, entonces, a dejar lo antiguo para abrazar lo nuevo, tal vez hoy podría traducirse en dejar las estructuras caducas, las leyes rigoristas, los tradicionalismos esclavizantes para abrirnos a la comprensión de los tiempos actuales, a la renovación de toda estructura para que apoye la vida, a la actualización de la buena noticia del reino para el mundo de hoy que no es ni el mismo mundo de Jesús, ni el mismo de nuestros abuelos y, posiblemente, ni el mismo de nuestros padres. Los cambios son reales y están allí para ser acogidos e integrados en nuestra realidad. La diversidad de todo tipo es un hecho irreversible. La urgencia del cuidado de la casa común es una tarea inaplazable. La inclusión de todos, todas y todes (a tantos les incomoda este lenguaje, pero, por ahora, es la mediación que se ha encontrado para reconocer la diversidad sexual y genérica) es inherente a la experiencia del Dios amor para con la humanidad.

Muchos otros cambios podríamos señalar de nuestro presente, pero es el mismo Espíritu de Jesús el que nos permite acogerlos y responder a ellos. Dejémonos conducir por su Espíritu para que su presencia fecunde, transforme y llene de amor, de misericordia y de paz este mundo tan necesitado de sus dones. 

 

                                                                        

jueves, 4 de enero de 2024

 

Las bendiciones que brotan de la vida sin necesidad de mediación eclesial

Olga Consuelo Vélez

Mucha tinta ha corrido comentando el Decreto “Fiducia supplicans”, publicado el pasado 18 de diciembre, por el Dicasterio la Doctrina de la fe sobre la posibilidad de dar una bendición a parejas que conviven y no están casadas por la iglesia y a parejas del mismo sexo. Para algunos, el Decreto es un escándalo porque parece cambiar la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio la cual no admite, ni situaciones irregulares y, mucho menos, que el matrimonio no sea entre un varón y una mujer. Además de considerar que la única forma de ejercer la sexualidad cristiana es en el contexto del matrimonio. Para otros, el Decreto es una concreción de los cambios promovidos por Francisco que no suponen modificar la doctrina sino promover una apertura pastoral, campo en el cual, no se puede negar ninguna bendición. Hay un sector de iglesia que, aunque tienen una mentalidad tradicionalista y han defendido a “capa y espada” lo que siempre se ha dicho de la moral cristiana, están intentando estar del lado de Francisco y por eso hacen “malabares” para apoyar una declaración de este tipo, sin renunciar a lo que siempre han defendido. Algunos de los escritos en este último sentido tienen tales recovecos en su argumentación para mantenerse en esa cuerda floja que, personalmente, me dan pena tantos esfuerzos inútiles, ya que, en el fondo, son incapaces de soltar la ley que les da seguridad en su vida cristiana, para abrirse a la misericordia inherente a la Buena Noticia del Reino.

Ahora bien, mientras corren estas argumentaciones en diversos espacios eclesiales, la mayoría de personas siguen su vida sin prestar ni un mínimo de atención a polémicas de este tipo, sin entender siquiera de qué es lo que se habla, pero lo más grave, alejándose más y más de la iglesia como institución. Basta salir a las calles y comprobar que parejas del mismo sexo inundan nuestras ciudades, viviendo cada vez con más libertad sus opciones. Ya muchísimas familias cuentan en su seno con miembros de la diversidad sexual y, aunque haya algunas que los rechacen, muchas más los acogen con todo amor y respeto, aceptando esas nuevas situaciones con la mayor naturalidad. Las personalidades públicas ya no tienen reparos en hablar de su orientación sexual y, en muchos países, ya tenemos gabinetes conformados por parejas de muy distintos tipos. En los colegios los jóvenes exigen ser respetados en sus derechos y las instituciones ya autorizan que una niña vaya con uniforme (u otras prendas o modificaciones externas) de niño (o viceversa) porque está haciendo la transición al otro género. Más de un docente es homosexual o lesbiana o transgénero y son muy respetados y valorados por los estudiantes. Y esto sin contar con que la conformación de las familias desde siempre han sido de lo más variadas. Cuántos clérigos y religiosos/as vienen de hogares -llamados por la Iglesia de “irregulares” (a los que se les dice “que viven en pecado”), cuantos más no son hijos de madres solteras o sus familias han tenido la más diversa conformación: abuelas, tías, primos, etc. Pero, curiosamente, algunos de estos mismos miembros de la Iglesia siguen negando la comunión a quienes no han recibido el sacramento del matrimonio.

Algunos miembros de la Iglesia, al mirar la realidad como ella se presenta, endurecen sus posturas y se creen poseedores y defensores de la doctrina recta, considerando que todo lo que se da en la sociedad es relativismo y origen de todos los males. Pero olvidan que también del legalismo religioso y del tradicionalismo anquilosado han venido muchos males que se han infringido a los que se salen de lo establecido: penas de muerte, excomuniones, exclusiones, condenas, caza de brujas, cruzadas, colonialismo, entre muchas otras situaciones que han sido apoyadas por la Iglesia y que han sido fuente de males para la humanidad. Juan Pablo II pidió perdón por la violencia, persecución y errores por parte de la Iglesia contra los judíos, herejes, mujeres, gitanos, culturas originarias, lo mismo hizo Francisco por los crímenes cometidos contra los pueblos originarios y, así, en algunos momentos se ha reconocido el mal que también la institución ha generado, pero no parece que se aprendiera demasiado de esa memoria histórica. Hay demasiado empeño en no aceptar la complejidad del mundo de la vida y en disponerse a entenderlo, comprenderlo y ayudarlo para que tenga su mejor desarrollo, sino que seguimos aferrados a una doctrina que ya no tiene ninguna recepción, a una tradición que ha sido superada con creces de muy diversas formas en la vida ordinaria, a una fundamentación bíblica literalista o acomodada que no tiene nada que ver con la exégesis ni con los desarrollos actuales de la teología moral.

Ojalá fuéramos capaces de mirar a las personas y sus situaciones de vida con los mismos ojos con los que Jesús miró a los publicanos, a los enfermos, a las mujeres, a los niños, a las prostitutas, a los samaritanos, en definitiva, a todos los personajes que aparecen en el evangelio de los cuales prácticamente ninguno (ni siquiera los apóstoles) cumplían con lo establecido por el judaísmo de aquel tiempo y, a los que Jesús les anunció la Buena Noticia del reino, o en otras palabras, la misericordia infinita de Dios, secundando así la vida concreta de sus contemporáneos y permitiendo que la bendición divina se hiciera presente en todos ellos.

En definitiva, hay mucha más bendición en la vida concreta de la gente con sus complejidades y diversidades que en la reflexión eclesial sobre si dar o no la bendición, si darle en 3 segundos o en media hora, si en decir una palabra o esta otra, si darla en el templo o en la calle, si corriendo o pausada, si con ornamentos o sin ellos. La bendición es la gracia de Dios que vive entre nosotros, permitiendo que haya tanto bien en el mundo, no dependiendo de que la institución eclesial la quiera dar o no. Pero que bien haría la gente de iglesia si entendiera el mundo de hoy y no le negara nada de la gracia divina de la cual ella no es dueña sino mediadora, no es juez sino enviada por el único dueño de la gracia: Dios mismo que ya, de antemano, ha bendecido a toda la humanidad “con una medida buena, apretada, remecida, rebosante” (Lc 6, 38).