viernes, 27 de marzo de 2020


La fuerza de la fe y la bendición papal







Fue bonito, sencillo y sentido el gesto del Papa de convocar al Pueblo de Dios a la bendición con la Eucaristía en este 27 de marzo. Realmente, esa bendición alimentó la confianza y la fe. La fe no nos va a librar de sufrir las consecuencias de la pandemia. Tampoco va a conseguir el milagro de que esto termine. Pero nos da la serenidad del corazón al sabernos en manos del dueño de la vida, la urgencia de mirar a los más necesitados para socorrerlos en medio de esta circunstancia, la paciencia histórica para esperar que esto pase y podamos seguir adelante, trabajando porque nuestro mundo sea cada vez mejor para todos y todas.

La lectura que el Papa escogió para este momento fue la de la tempestad calmada (Mc 5, 35-41). En realidad, nadie esperaba la tempestad de un virus que iba a afectar mundialmente y a todos, sin que nadie pudiera sentirse a salvo. Así lo expresó el Papa: “Al igual que a los discípulos del evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.

En el texto, Jesús calma la tempestad e interpela a sus discípulos: ¿por qué temen, hombres de poca fe? Una vez, calmada la tempestad, los apóstoles se preguntan sobre quién es Jesús que tiene poder sobre las aguas. Estamos acostumbrados a interpretar la sagrada escritura de manera literal y entonces algunos pensarán que es por falta fe, de rezar, de sacrificarnos o alguna otra realidad religiosa que Jesús no ha parado esta tempestad pero que, si redoblamos en oración y en sacrificio, Él detendrá la pandemia. Pero esa no es la interpretación del texto bíblico porque los milagros son signos del reino y no demostraciones de poder. En este caso lo que interesa ver es cómo los discípulos se preguntan sobre quién es Jesús, por qué actúa de esa manera y por qué ellos dudan de seguir ese mismo camino. La falta de fe se refiere a ese no ser capaces de seguir empeñados en el bien y en la verdad cuando vienen las dificultades, cuando afrontamos el fracaso, cuando las cosas parecen no cambiar, cuando nos superan las fuerzas para transformar una situación.

Pero, por supuesto, las tempestades nos hacen revisar lo que somos y hacemos. Por eso el Papa nos hizo ver que una tempestad así “desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades (…) también nos muestra que no hemos escuchado el grito de nuestro planeta enfermo, ni el grito de los pobres. Tampoco nos hemos despertado ante las guerras y las injusticias del mundo”. Y nos llama a la conversión en este tiempo de cuaresma en este sentido de preocupación por nuestro mundo, de sentirnos en la misma barca y de ver que nos salvamos todos o todos perecemos.

El Papa también recordó a los que hoy dan la vida controlando esa pandemia. No los conocíamos, no eran famosos y, sin embargo, hoy trabajan sin descanso por salvar vidas. Y junto al personal sanitario, también recordó a todos aquellos de servicios básicos, como los de la limpieza, del transporte, de los supermercados, que hoy siguen trabajando para librarnos a todos de mayores consecuencias. Tal vez la mayoría de ellos no pudieron asistir a la bendición del Papa, pero con su entrega en esta situación están viviendo lo único que, en definitiva, nos hace hijos e hijas de Dios: el servicio, la entrega, la generosidad.

Son tiempos de fe y de esperanza, son tiempos de confianza y generosidad. No temamos porque el Señor está con nosotros y, por eso, será posible vivir este ritmo de vida que no imaginábamos, este confinamiento que algunos ya empiezan a sentir como agobiante, este confrontarnos con lo único que está en juego a cada instante: la vida humana. Es un tiempo de cuaresma privilegiado que tal vez no olvidemos por mucho tiempo porque no tenemos que hacer cosas extraordinarias, solo mantener la fe y darnos cuenta que mientras ella esté, no hay tempestad que nos hunda.

martes, 24 de marzo de 2020


Que la pandemia del coronavirus no nos impida ver la de la pobreza estructural



Hoy comienza en Colombia la cuarentena decretada por el presidente para todo el país hasta el 13 de abril. Ya veníamos de 4 días de lo que la alcaldesa de Bogotá llamó “simulacro de cuarentena”. Sabemos que en los países donde la pandemia es grave, ya viven esa experiencia y abundan los videos de cómo lo han vivido, unos mostrando lo positivo en medio de la dificultad, otros más dramáticos por las consecuencias de tantas muertes que efectivamente se han dado. 

Pero en nuestros países marcados por la desigualdad se juntan más problemas que el mismo coronavirus. Se pide que la gente “se quede en casa” para “cuidar su vida” pero las protestas, saqueos, motines, etc., que hoy se vieron en algunas ciudades muestran que la vida no solo se cuida con la cuarentena, sino que hay un segmento muy grande de la población que necesita salir de casa “todos los días” para poder “cuidar” muy precariamente su vida. Esta circunstancia permite ver la magnitud del drama de la pobreza. Hay demasiadas personas que viven del “día a día”, del “rebusque”. Hay muchos que no se pueden dar el lujo de quedarse un solo día en su casa, porque ese día no comen. En otras palabras, otra vez más, aunque el virus ha atacado a grandes personalidades y a gente con medios suficientes para vivir, los más afectados son los más pobres, los que este sistema capitalista mantiene en la exclusión, a los que no hay gobierno que responda efectivamente a sus necesidades, al cambio estructural que se necesita para que todos puedan “cuidar” efectivamente de su vida. Lamentablemente algunos gobiernos no están preocupados por estas personas sino por las “ganancias” que no van a tener los más ricos, porque, por supuesto, su riqueza no terminara.

Ojalá que el miedo al “coronavirus” no nos impide ver este problema que también es una “pandemia” para tantos, pero con la que ya vivíamos, pero a la que no le acabamos de dar la importancia suficiente porque es fácil vivir “encerrados” en nuestras comodidades, distracciones y adquisiciones, sin darnos cuenta de este “coronavirus de la miseria” que afecta a tantos y les roba la vida a diario.  

En medio de esta situación los cristianos invitan a orar, a hacer cadenas de oración, a unirnos para pedir que acabe pronto esta pandemia. Muchos sacerdotes nos ofrecen sus videos con oraciones, celebraciones eucarísticas, novenas, etc. Pero me da mucho temor que esas expresiones no nos lleven a ver la profundidad del drama que este coronavirus ha sacado a la luz, al menos en nuestros países. Es de desear que todas esas experiencias de oración no se queden en “remansos de paz” que calmen nuestra legitima preocupación por el coronavirus, sino que nos comprometan con la transformación estructural de nuestras sociedades, porque el coronavirus será controlado en algún momento -ya lo están haciendo en China- pero el de la pobreza es muy hondo y puede que, una vez más, esta circunstancia actual la dejemos pasar de largo y no demos al paso a trabajar desde nuestra fe en el Dios del reino para acabar con la injusticia, superar la pobreza, garantizar la vida digna para todos y todas.

lunes, 23 de marzo de 2020


En cuarentena… orar de verdad y como a Dios le agrada





Un texto del evangelio de Mateo nos habla de las actitudes propias para este tiempo de cuaresma: el ayuno, la limosna y la oración. En los tres casos Jesús nos invita a no hacerlo para ser vistos por los demás porque lo único que interesa es que Dios nos vea. En concreto sobre la oración, Jesús dice: “Cuando recen no hagan como los hipócritas que gustan orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que todos los vean. Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre que comparte tus secretos y tu Padre, que ve los secretos, te premiará. Al orar no multipliquen las palabras, como hacen los paganos que piensan que por mucho hablar serán atendidos. Ustedes no recen de ese modo, porque, antes que pidan, el Padre sabe lo que necesitan” (6, 5-8).

Este texto me parece muy acorde con la situación que hoy vivimos. Nunca como ahora no hay otra alternativa para orar. No se puede ir al templo y no se puede participar de la Eucaristía. Pero confinados como estamos al encierro en nuestras propias casas, podemos entrar “en la habitación” y encontrarnos con el Dios de la vida. Y es que esto es realmente la oración. No es repetir muchas palabras, no es pedir que las situaciones cambien -como lo dice el mismo texto de Mateo- porque el Señor ya sabe lo que necesitamos y como le reafirma el salmo 139, el Señor conoce todos nuestros caminos, sabe cuándo nos sentamos y nos levantamos, conoce desde lejos lo que pensamos, conoce todos nuestros pasos.

Santa Teresa definía la oración como un “tratar de amistad con quien sabemos nos ama” y también decía que la oración “no es pensar mucho sino amar mucho”. “Entrar en la habitación” es esta experiencia de estar las 24 horas en el mismo lugar y saber que no puedes salir; es mirar hacia la calle y ver tan poca gente; es extrañar el ruido de la ciudad y sentir que hay demasiado silencio; es hablar con la gente, pero darse cuenta de que no se puede planear ningún encuentro presencial; en otras palabras, es tomar conciencia de este momento presente y vivirlo con el Señor. A su lado y de su mano contemplar lo que ahora es posible hacer y esperar que todo esto pase. No hacen falta muchas palabras, solo estar con “Él”, confiando que jamás se va de nuestro lado.

sábado, 21 de marzo de 2020


Y ¿dónde está Dios en estos tiempos de coronavirus?


En poco tiempo el mundo cambió de rumbo. Lo que creíamos imposible, sucedió. El ritmo acelerado de la vida, la falta de tiempo para tantas cosas, las prisas y la aglomeración cada vez mayor, se detuvieron. Y ahora, en muchos países, estamos experimentando la cuarentena en casa. ¿Qué pensar en esta situación? Creo que es una experiencia que nos confronta con la limitación humana. Somos creaturas vulnerables y limitadas. Aunque el progreso y el dinero parecen abrirnos todas las puertas y hacernos creer que lo dominamos todo, la misma realidad se encarga de recordarnos que el “misterio” de la vida y de la muerte, siempre nos desborda y no podemos agarrarlo en nuestras manos y determinar completamente el presente y menos el futuro. 

Y ¿dónde está Dios mientras pasa todo esto? Es la pregunta que nos hacemos siempre que topamos con momentos límite y algunos aprovechan para interpretar esa realidad como un “castigo divino”. Ya escuché a un clérigo decir que Dios nos estaba castigando porque la gente no estaba celebrando las Semana Santa, sino que se iba a pasear. Por supuesto, esto es falso, aunque bastante gente se lo cree y más todavía cuando se nos invita a hacer oraciones casi tipo exorcismos como “espantando” ese mal que ahora nos ha caído encima.

En realidad, Dios está acompañando este momento y acompañándonos a cada uno/a para que asumamos esta realidad y salgamos adelante. Él muere con cada víctima del contagio, se cura con todos los que se han podido recuperar, tiene miedo con todos los que están llenos de temor a contagiarse, sufre con las consecuencias que trae esta situación, especialmente, a nivel económico, para los más pobres. Pero ¿acaso Dios no tiene poder para librarnos de este mal definitivamente? Una vez más podemos constatar cómo es el Dios del reino, anunciado por Jesús: no es un Dios de poder que cambia por arte de magia las cosas, sino es el Dios encarnado en esta humanidad que cuenta con cada uno/a de sus hijos e hijas para llevar adelante la historia humana. Para salir de la pandemia necesitamos del esfuerzo humano a nivel de la ciencia para detener el virus y producir una vacuna y necesitamos de la generosidad de todas las personas para sobrellevar esta dificultad y vencerla. Así lo ha dispuesto Dios en su manera de crear este mundo y confía que sepamos hacerlo. 

Muchas cosas podemos aprender de esta situación, pero es necesario estar atentos a lo que pasa y aprender de ello. Entre muchas, nombremos algunas que se me ocurren ahora.
Que importante es que se destinen recursos para la salud, para la investigación, para la ciencia. Pero ya sabemos de las trabas que ponen los gobiernos para disponer de esos recursos. Como no dan ganancias económicas, no se les presta el debido interés. Que importante es también, crecer en generosidad y en eso de que “nadie pase necesidad”. En situaciones como estas es que se verá que tanto somos capaces de compartir. Los gobiernos lanzan algunas medidas para aliviar los pagos, los créditos y dar alguna bonificación a los que se sabe no tendrán ingresos económicos. Pero hay mucho que no se alivia con estos recursos y cada persona debería ver donde hay necesidad, para salir al paso. Por supuesto quienes tienen salario fijo son los que pueden hacer esto. Todos aquellos que viven del día a día y los que tienen negocios son los más afectados. A todos ellos hemos de buscar cómo ayudarlos y, exigir, por supuesto, que los gobiernos dispongan recursos para ello, aunque las reservas del país disminuyan. Aquí podríamos invocar aquella parábola del rico insensato (Lc 12, 16-21) que tuvo una abundante cosecha y en lugar de pensar en repartirla, se puso a construir graneros para almacenarla para sí. ¡Rico insensato! Dice el evangelio y así se podrá decir de todos aquellos gobiernos que no decretaron rápidamente la cuarentena porque solo pensaban en que no se detuviera la producción de riqueza para acumular más y más y en todos los que ahora se encierran en su pequeño mundo y no quedan atentos a las necesidades de sus semejantes. 

Pero mirándolo desde el punto de vista cristiano, además de contrastar la imagen de Dios que tenemos -como lo señalamos arriba-, esta realidad nos confronta con esa mentalidad de algunos cristianos que ponen toda su vivencia de fe en los sacramentos, en el “cumplimiento estricto” de las normas litúrgicas, en las fiestas religiosas, en el clérigo, etc. En Colombia algunos cristianos protestaron porque se había dado la directriz de recibir la comunión en la mano. Ahora ya no es solo esa directriz, sino que no habrá celebración ni de eucaristías dominicales ni de Semana Santa. Ojalá que la circunstancia sirva para que abran las mentes y sobre todo los corazones y entiendan aquello de que el ser humano va antes que el cumplimento de la ley. 

Sin duda, no son tiempos fáciles porque el sentirnos confinados en casa desgasta, por mucho ánimo que pongamos. También porque las salidas que hacemos para comprar lo básico, van con el temor de ser contagiados y el otro parece más un peligro que un hermano. Pero tenemos la oportunidad de vivir todo desde la fe, no en el Dios mágico -que no es el Dios cristiano- pero si la fe en el Dios que encarnado en nuestra historia nos mueve a vivir -una vez más- una situación que nos sobrepasa, pero en la que -de la mano del Señor- saldremos adelante. La limitación humana no nos ahorrará sufrimiento, desconcierto y miedo, pero la fe nos fortalecerá para seguir adelante, superando todos los obstáculos. 

También es esperanzador comprobar que tanta gente que no tiene fe o no lo dice explícitamente, cuando se trata de comprometerse con la vida humana, lo hacen y ¡en qué medida! Todo el personal de la salud, pero también los jóvenes que en Europa y en China se han ofrecido a ayudar a las personas mayores o que han alegrado con sus músicas y símbolos estos días de soledad y encierro. No celebraremos litúrgicamente la Semana Santa, pero la estamos viviendo en este presente y cuando todo esto se controle y supere, llegará la Pascua de la vida, en la que podremos proclamar desde dentro: El Señor ha resucitado y, una vez más, Su vida en nuestra vida, ha ganado la partida.

viernes, 13 de marzo de 2020


Algunas reflexiones a propósito del 8 de marzo



Pasó el 8 de marzo, “Día Internacional de la mujer”, pero no pasó la situación de las mujeres en busca de sus derechos. Las marchas fueron nutridas en muchos países como, por ejemplo, en España, México, Chile, Argentina, Colombia. Los medios informativos no les dieron mucha relevancia. Pareciera que no hay una voluntad política de apoyar estas demandas. Lo que transmitieron y repitieron varias veces, fue un video en que se veía a un grupo de encapuchadas rompiendo vidrios, atacando monumentos y haciendo destrozos en ciudad de México. Por supuesto que no estoy de acuerdo con la violencia, pero conviene reflexionar más esos hechos. En realidad, casi ningún cambio se ha conseguido por las buenas. Hay que gritar “muy alto” para ser escuchado. Además, hay muchas maneras de enfocar las demandas y, para algunas, esta es una vía. No las justifico, pero respeto su visión y me hacen seguir trabajando a favor de las mujeres, para que dejen de existir los motivos que las llevan a ese tipo de manifestaciones.

Otro aspecto que parece coaptar las marchas de las mujeres en la mayoría de los países, es la petición de la legalización del aborto en todos los casos. Hay que partir aclarando que la mayoría de las mujeres no están a favor del aborto, sino de la despenalización. Eso ya pone el diálogo a otro nivel. Y, aunque no estoy a favor del aborto, cuando veo los mensajes con la que algunos católicos “no dialogan” sino que “atacan” esas demandas, no puedo menos que sentir que hay una postura que no toma en serio la complejidad del asunto y el respeto por todas las personas. Al menos la frase “El aborto: Pena de muerte contra los inocentes”, no tiene en cuenta otra realidad que es muy dura: la violencia ejercida contra tantas mujeres -y la mayoría niñas- al ser violadas. Esa frase no permite entender el drama que también se ha cometido contra otra inocente, no hay cabida para ello en esas frases que siguen culpabilizando a las mujeres y les impiden asumir a fondo que pasa con la realidad que viven y cómo encontrar caminos para superar lo que les ha sucedido. Por supuesto este tema merece un largo y hondo debate, pero mientras no haya una postura de apertura, de respeto y de entender que cada vez se vive más en estados laicos, la palabra de la Iglesia en lugar de animar a defender la vida, parece que provoca más rechazo y radicalización de la postura contraria. 

Pero, lo que es más valioso de estas marchas es constatar que las mujeres siguen pidiendo sus derechos y cada vez con más fuerza, convicción y decisión. Porque en realidad sigue faltando mucho para que las cosas estén como deben estar. Precisamente una religiosa benedictina de Pensilvania (EEUU), Joan Chittister, escribió que a 25 años de la Conferencia de Beijing (1995) muchas de las demandas de esa conferencia permanecían “en espera”. Esta religiosa participó de ese evento y lo relata como una de las mejores experiencias de su vida. Pero, precisamente por haber sido testiga de ese momento tan importante para las mujeres donde pidieron con fuerza la igualdad, la visibilidad, la no exclusión y el empoderamiento al que tienen derecho, puede afirmar que, a veinte cinco años de ese acontecimiento, muy poco se ha conseguido. Y hace una distinción que bien vale la pena reflexionar. Ella diferencia feminismo de sexismo. Constata que el feminismo ha avanzado -leyes en muchos sentidos para favorecer la participación de las mujeres- pero lo que parece inamovible es el sexismo. Las puertas pueden estar abiertas pero los temores, rechazos, descalificaciones, exigencias, etc., para las mujeres continúan. 

Y eso fue lo que constate el propio 8 de marzo en mi conversación con algunas mujeres. Me decían que ya era hora que las mujeres acabaran con las marchas. Que no debían quejarse más. Que ya se les había dado mucho. Y alertaban que ahora las víctimas eran los “varones” porque las mujeres los demandaban por cualquier cosa y ellos no lograban defenderse. Aunque fue un pequeño grupo el que opinaba esto, en realidad, muchas mujeres todavía viven sin ninguna conciencia sobre el sexismo que ellas mismas sufren a diario. Están acomodadas a vivir en la rutina del día a día -lógicamente con más derechos que sus abuelas por las conquistas realizadas en estos años a nivel legal- pero sin darse cuenta del sexismo vigente en la sociedad, incluida la violencia física que ellas naturalizan o disimulan y retrasan así, con sus comentarios, actitudes, valoraciones y acciones esta lucha tan difícil y compleja como es “reconocer y entender” la sociedad patriarcal en la que vivimos y la violencia tan grande, brutal, inhumana y absurda que por siglos han vivido las mujeres. 

Definitivamente, los cambios se logran gracias a “pocas” personas que entienden lo qué realmente pasa y lo dan todo por esa causa. Esas personas se ganan, muchas veces, el desprecio o la crítica del común de las gentes que no quieren ir más allá. Pero esas mujeres que marchan, piensan, exigen, actúan, convocan, reflexionan, interpelan son, en verdad, personas audaces, profetas, valientes que abren caminos de transformación y, poco a poco, hacen posible un mundo más humano que garantice la dignidad y vida para todas y todos. Mi admiración y agradecimiento a esas “muchas mujeres” pero a la vez “pocas” (si se mira la proporción) que salieron a marchar y que siguen en el día a día luchando desde el feminismo para que el sexismo sea erradicado de la faz de la tierra.


miércoles, 4 de marzo de 2020


¿Conmemorar otra vez el 8 de marzo?






Llega otro 8 de marzo, “Día internacional de la mujer”, y no conviene pasar desapercibida esta conmemoración -aunque algunos y algunas crean que ya no hay que hablar más de esa realidad- porque -se dice- las mujeres ya tienen todo lo que necesitan y seguir con esas demandas es “cansar a la sociedad y a la iglesia” y convertirse en esos estereotipos de mujeres que se rechazan porque pierden la llamada “feminidad”.

Pero no parece razonable callar o quitar dicha conmemoración del calendario por muchas causas. En primer lugar, todavía muchas personas no se enteran de que “el día internacional de la mujer” no es una celebración, sino un día para mantener viva la memoria de que unas trabajadoras textileras de New York, en 1908, fueron capaces de reclamar condiciones justas de trabajo, costándoles la vida a 146 de ellas, ya que los dueños de la fábrica lanzaron bombas incendiarias, para reprimir sus peticiones. Se conmemora el valor de esas mujeres, que abrió el camino para seguir pidiendo que la mujer goce de todos sus derechos en la sociedad y en la iglesia y no sufra ningún atropello, por el hecho de ser mujer. Antes de estas mujeres ya muchas otras habían levantado su voz, con consecuencias de represión para la mayoría de ellas, pero es este hecho el que sirvió para establecer y conmemorar un día internacional de la mujer. 

En segundo lugar, la violencia física y psicológica contra la mujer continúa. Se pensaría que la preparación académica o la condición socioeconómica de las mujeres hoy, no permitiría que se siguiera dando ese fenómeno, al menos en estas capas de la sociedad. Pero no es así. Sigue vigente el crecido número de mujeres que son violentadas y la incapacidad de estas para levantar su voz y cortar con esa situación. Además, la sociedad patriarcal en la que viven, las cobija para que callen, para que acepten que, en cierto sentido es normal que suceda. Se escucha a veces decir que “te golpea porque te quiere” o “tú llegarás a cambiarlo algún día”. Además, no hay todavía la suficiente sanción social para los varones maltratadores. Ellos siguen gozando de privilegios, prestigio, estima, por parte de sus círculos familiares y laborales. Por otra parte, en los ambientes más pobres, tampoco ha parado la violencia. Los golpes contra las mujeres continúan y, en todos los estratos sociales, el peligro del feminicidio está a la vuelta de la esquina. 

En tercer lugar, aún los varones no caen en cuenta de que no es a ellos a los que se les ataca sino a la sociedad patriarcal en la que han sido educados. Pero que ellos y ellas han de tomar conciencia de esa realidad y disponerse a cambiar esa cultura de muerte. En verdad, la sociedad patriarcal es una cultura de muerte, tanto física como psicológica. ¿Cuántas mujeres siguen “soportando” un matrimonio por condiciones económicas en desventaja y por “culpas introyectadas” de que no pueden separarse porque serían ellas las responsables de que se acabe la familia y los hijos queden sin padre? ¿Qué clase de padre? Sería una pregunta legítima para estos casos.

En cuarto lugar, es evidente que todavía los puestos de liderazgo, las mejores remuneraciones y, sobre todo, la confianza social en que algo se hará bien sigue estando en manos de varones y, cuando está en manos de mujeres, éstas deben esforzarse el doble para no ser criticadas por cualquier actitud, palabra o decisión que tomen y para “probar” que efectivamente sí tienen las competencias requeridas para ejercer algún cargo. A los varones, raramente, se les hace esa misma exigencia. 

Pero, tal vez lo más doloroso, es que la institución eclesial que tendría que dar testimonio de esa lucha decidida por los derechos de las mujeres es, a veces, más misógina y desigual que muchas otras instituciones civiles. Por eso no faltan las voces que se levantan para pedir esta igualdad en la iglesia. Por ejemplo, este año en España, se organizó el pasado 1 de marzo, una “Revuelta de las mujeres en la Iglesia hasta que la igualdad se haga costumbre”. Algunos/as no entienden esta queja aduciendo que la Virgen María fue mujer y ya esto es suficiente para que las mujeres sientan que tienen un papel importante en la iglesia. Pero, conviene aclarar algo: ¿Acaso la Virgen María no es la primera creyente y la primera discípula para que mujeres y varones sigamos su ejemplo? En realidad, aducir esa razón, es más una excusa, fruto del clericalismo que no quiere compartir los niveles de decisión. Por supuesto, en algunos espacios, hay ministros que tienen otra actitud y están comprometidos con el cambio, pero no es lo habitual y frecuente.

Por no alargar más esta reflexión, no aducimos más razones, pero tal vez, ni hagan falta porque hay que estar muy ciegos para no afirmar que aún la equidad de género no es una realidad. Ojalá este 8 de marzo tengamos un espacio de reflexión personal y nos preguntemos a fondo si en verdad hemos entendido que las mujeres aún no gozan de todos sus derechos y todos, varones y mujeres, tenemos que seguir trabajando por alcanzarlos. Y, ojalá tengamos el valor, cada uno, en nuestra propia vida, de reconocer esa mentalidad patriarcal que a todos nos permea, para cambiarla y no permitir que las cosas sigan como están. Eso es un compromiso humano y, con más razón, un compromiso de fe.