miércoles, 29 de marzo de 2023

 

Conocer más la vida de Jesús para vivir mejor el Misterio Pascual

Olga Consuelo Vélez

Semana Santa siempre se ha considerado un tiempo fuerte de vivencia de la fe, participación litúrgica y compromiso cristiano. No ha de ser menos este año en que, controlada la pandemia, ya no existe restricción para la presencialidad plena. Sin embargo, estas condiciones externas no garantizan que la vivencia de esta Semana Mayor se realice con la intensidad que debería tener. Por eso, reflexionar sobre el significado de los momentos centrales de estos días, puede ayudarnos a profundizar en su significado.

La Semana Santa no podemos vivirla independiente de la predicación del Reino de Dios hecha por Jesús y de las acciones proféticas de su vida pública. Si no hacemos esta conexión, nos encontramos conmemorando un asesinato -el de Jesús- sin saber los motivos de tal atrocidad y lo que, en realidad, significa para nosotros. Lamentablemente esta conexión, muchas veces, no se hace. En la catequesis comúnmente se explica que Judas traicionó a Jesús, las autoridades romanas le dieron muerte, de esa manera Él nos salvó de nuestros pecados -perdonando a sus verdugos- y con su resurrección nos abrió la puerta para la resurrección que esperamos. Pero esa historia no implica mucho nuestra vida, solo despierta sentimientos de dolor y compasión por todo el sufrimiento que tuvo Jesús y sentimientos de alegría porque, al final, Jesús venció la muerte.

Por el contrario, cuando nos preguntamos por las causas del asesinato de Jesús y nos remitimos a su vida pública, podemos entender mejor lo que significa ser cristiano. Jesús predicó el reino de Dios para todas las personas. Sus curaciones y encuentros con los que se consideraban excluidos en su tiempo -mujeres, publicanos, niños, extranjeros, enfermos, etc., hacían presente el reino que anunciaba, mostrando con sus hechos que la visión de Dios sobre la humanidad es de total inclusión, sin aceptar ninguna razón para dejar a alguien al margen. Además, Jesús enseñó, con sus curaciones en sábado, que la Ley debe estar al servicio de las personas y no al contrario. Pero esto último es bien difícil que se ponga en práctica. Hay demasiado rigorismo moral y muy poca misericordia. Precisamente, la misericordia, es la actitud fundamental del Dios predicado por Jesús. El padre misericordioso de la parábola -que tanto se medita en este tiempo- no pone ninguna condición para acoger al Hijo, no le exige absolutamente nada y solo hace fiesta por su regreso. Pero, muchas veces, cuando se predica esta parábola se hace énfasis en que el hijo se arrepintió y no en la misericordia absoluta de nuestro Dios. Y casi no se explica que la parábola estaba dirigida para el hijo mayor, quien representa a los escribas y fariseos, los cuales no se alegran con la bondad del Padre de la parábola (Lc 15, 11-32). La predicación de Jesús, de un Dios que es amor y solo amor, le lleva a ganarse la persecución de los “maestros de la ley” y de los “sacerdotes del templo”, aquellos que creían conocer a Dios y no aceptaban que Jesús les mostrara, con sus hechos, que el Dios del reino no es a la medida de los criterios de la justicia humana -ojo por ojo, diente por diente- sino de la bondad infinita de Dios.

El Jueves Santo, Jesús se reúne con los suyos para decirles -una vez más- cómo es el Dios Padre/Madre que Él predica. Por eso les lava los pies y se pone como servidor de todos (Jn 13, 1-13). Pero sus discípulos no acaban de entender y el viernes santo huyen porque no quieren correr la suerte del Maestro. Así es como Jesús se enfrenta a la muerte, incomprendido hasta por los suyos, pero manteniendo su fidelidad a su misión. Él no vino a cumplir un plan determinado por Dios para salvarnos sino a mostrarnos cómo es Dios y cómo nosotros podemos ser ese “otro Cristo” -como diría San Pablo (Flp 3, 7-11), viviendo la comunión con Él en este presente y, esperando la plenitud definitiva, en la eternidad.

Jesús es ajusticiado y los poderosos de su tiempo se sienten satisfechos de haber podido eliminar a quien les incomodaba. Pero la vida triunfa sobre la muerte y ese es el anuncio que las mujeres valientes y fuertes que van el sábado al sepulcro, comunican a los discípulos, los cuales están temerosos y convencidos del fracaso de Jesús. Por eso no creen en las palabras de María Magdalena, Juana, María la de Santiago y las demás que estaban con ellas (Lc 24, 9-11) (También no creen por el hecho de ser mujeres). Sin embargo, poco a poco la vida sigue imponiéndose sobre la muerte y por la fuerza del Espíritu de Jesús esas primeras mujeres y varones testigos de la resurrección de Jesús, continúan transmitiendo su experiencia de fe y así, de generación en generación, ha llegado hasta nosotros la Buena Noticia del pregón pascual porque, efectivamente, a Jesús Nazareno, al que mataron los que se creían guardianes de la Ley, “Dios lo resucitó” (Hc 2, 22-24).

Sería necesario profundizar más en la vida de Jesús y en el significado de esta para nuestro presente buscando que la liturgia de estos días no se quede en el rito y en la solemnidad, sino que este cargada de la vida concreta que llevamos entre manos. De esta manera, el misterio pascual no será un recuerdo del pasado sino la actitud presente para asumir la realidad, confiados en que nuestra fidelidad al proyecto del reino, hará posible los frutos del Misterio Pascual: la paz, la justicia, en otras palabras, un mundo capaz de defender la vida plena de todas las personas y en todas las situaciones.

viernes, 24 de marzo de 2023

 

Algunos comentarios sobre cómo va Colombia con el gobierno Petro

Olga Consuelo Vélez

El año pasado elegimos al presidente actual de Colombia, Gustavo Petro. Digo “elegimos” porque, en realidad, participé activamente en esas elecciones, estuve muy entusiasmada con el programa propuesto por este gobierno y recuerdo la posesión presidencial, también la de Francia Márquez, como vicepresidenta, como un hecho de alegría, de afirmación de una narrativa distinta a la que habíamos manejado hasta ahora en los gobiernos anteriores y como el comienzo de un nuevo momento para Colombia.

Pasados ya ocho meses de este gobierno, sigo entusiasmada con esta propuesta y, cada vez que puedo, escucho los discursos del presidente o de la vicepresidenta, porque me sigue gustando la visión de país que proponen y creo en la posibilidad de hacerlo realidad. Por supuesto, no tengo la suficiente competencia para hacer una evaluación de lo realizado en este tiempo y, con toda seguridad, muchas afirmaciones se podrán rebatir y hasta tendrán razón los que lo hagan. Pero quiero compartir lo que veo de este tiempo de gobierno y por qué sigo creyendo en sus propuestas.

Nunca había visto un gobierno que, acabando de posesionarse, comenzará a buscar caminos para hacer realidad sus propuestas. Me parece que ha habido diligencia, compromiso y decisión por llevar a cabo lo prometido. Pero tampoco había visto un gobierno que fuera tan perseguido, tan calumniado, tan enfrentado, tan atacado. Monseñor Darío Monsalve lo expresó muy bien hace pocos días: “Sí, es el Gobierno más frágil porque tiene a los organismos del Estado en contra de una forma impresionante. Eso no se había visto en la historia del país; una procuraduría y una fiscalía en su contra, tiene a unas fuerzas políticas poderosísimas con gran poder económico y a un andamiaje mediático en contra. Los colombianos tenemos que recurrir a los canales internaciones para conocer un poco más lo que pasa dentro del país porque ya no vemos sino una sola cara de la moneda”. En efecto, personalmente he dejado de ver los canales de televisión con más audiencia e incluso algunos programas de radio que han tenido prestigio, porque el periodismo que ejercen no es objetivo. Es contra el gobierno actual. Pareciera que los periodistas disfrutan de hablar mal del gobierno y no parecen tener otras noticias para desarrollar. Ahora bien, estos medios ahora dicen que se les está violando su libertad o se les quiere poner mordaza. Creo que no es eso, sino la razonable necesidad de decir que los titulares y las noticias que desarrollan solo buscan desacreditar al gobierno y que omiten demasiadas cosas que, en un periodismo honesto, deberían comunicarse para tener todos los elementos de la realidad ante los hechos que se van sucediendo.

Esto no significa que no quiera escuchar críticas a este gobierno, ni que no reconozca que es un gobierno tan “humano”, como todo lo que está formado por personas de “carne y hueso”. Seguramente más de una propuesta podría tener otras posibilidades que serían mejores. Con toda certeza, más de uno de los que participan del gobierno no responderá a la tarea confiada, no solo porque no sabrá hacerlo, sino también porque los intereses personales nublan los ideales nobles que dijeron apoyar. Por eso no hay que extrañarse de decepciones frente a nombramientos o de traiciones al proyecto trazado. Pero este gobierno va recomponiendo lo que no ha salido bien y, sobre todo, ha dado señales claras de que sí es capaz de dialogar y de lograr consensos.

No podemos esperar que las cosas cambien de un día para otro porque cualquier transformación social lleva demasiado tiempo. ¿Podrá iniciarse al menos el camino con este gobierno? Por mi parte se está haciendo el esfuerzo, pero como ya dijimos, las oposiciones son mucho más que los apoyos. Además, la presencia de este gobierno no significa que la violencia armada, la desigualdad social, el narcotráfico y tantos otros problemas que hemos vivido por décadas, desaparezcan de la noche a la mañana. Es muy posible que haya problemas que se agudicen más y responder a ellos no será fácil. Pero ninguno de estos problemas comenzó con este gobierno, pero ha de responder a ellos y no siempre podrá acertar como desearíamos.

Una de las propuestas que me parecen más importantes es la de la “Paz total”. Estamos tan acostumbrados a ser un país con tanta violencia que preferimos seguir en ella que buscar caminos para construir la paz. No parece que hubiéramos aprendido nada de tantas décadas de querer vencer a los enemigos por la fuerza, sin conseguirlo, porque muchos siguen pidiendo que sigamos en esa misma lógica y no se busquen caminos de diálogo, de acuerdos, de reconciliación. Estos valores tan inherentes a la vida cristiana, parece que son defendidos por un gobierno que no ostenta una filiación eclesial y no por el pueblo colombiano que se declara creyente y que, todavía hoy, constituye un número representativo de la población. Precisamente en la visita que los Obispos colombianos están haciendo al Papa en estos días, Francisco les dijo que había que apoyar la paz “venga de donde venga”. Es verdad que la iglesia institucional está apoyando la paz-hay dos obispos en los diálogos con la guerrilla del ELN- pero hay un grueso del pueblo de Dios que parece alegrarse con los tropiezos que este proyecto va teniendo y no apoya para nada los avances. ¡Extraña fe que no apuesta por la paz!

En conclusión, sigo creyendo que los caminos trazados por este gobierno van en sintonía con la fe que profeso porque buscan cambios estructurales que garanticen los derechos de todos -y no solo de una minoría privilegiada- y lo veo trabajando en ello. No me extraña ni un poquito que haya tanta oposición. Me incomodan muchísimo los medios de comunicación que instalan en el imaginario social tanta cizaña frente a este gobierno. Me duelen los creyentes que, no logran reconocer lo bueno que este gobierno está tratando de realizar y se empeñan en destruirlo para seguir “con más de lo mismo”: gobiernos que solo defienden los derechos de los poderosos y justifican muy hábilmente la situación de pobreza estructural que tienen que vivir la mayoría.

No es un apoyo ciego a un gobierno sino un apoyo razonable al primer gobierno que me habla de defender a los pobres, buscando cómo garantizar sus derechos, cómo poner a la persona por encima del lucro, cómo tener una mirada integral con la creación, proponiendo detener su explotación irracional, un gobierno que apuesta por la paz, en definitiva, un gobierno capaz de recordarme que es posible soñar con una Colombia donde la vida, la justicia y la paz sean posibles. Seguimos manteniendo la esperanza de que “vivir sabroso” puede ser posible.

 

domingo, 12 de marzo de 2023

 

Una conmemoración del pontificado de Francisco que interpele más la vida de la Iglesia

Olga Consuelo Vélez

El 13 de marzo, se cumplen los diez años del pontificado de Francisco. Muchos son los escritos y acontecimientos que están acompañando esta conmemoración, en general, bastante positivos y esperanzadores, lo cual muestra que buenas cosas han ido sucediendo en esta década. Quiero añadir una palabra más a este hecho.

De la extrañeza de ese nombramiento -por primera vez un Papa latinoamericano- y por los hechos que se habían vivido en Argentina, tanto como provincial de los jesuitas como en su ministerio como arzobispo de Buenos Aires -no todos tan gloriosos-, pronto se pasó a una gran aceptación en los círculos de Iglesia más comprometidos con el cambio, con los pobres, con la perspectiva latinoamericana. Efectivamente, el Papa despejó los posibles desconciertos, con la sencillez que manifestó desde el primer día de su pontificado y la orientación que marcó para la Iglesia, orientación que, a paso lento, ha ido manteniendo y, algunos frutos, se pueden señalar.

Pero esa buena acogida que la porción de Iglesia más cercana a los pobres le ha dado al pontífice no se ha logrado instalar en los otros círculos eclesiales. Incluso, dentro de los que han participado de estas conmemoraciones por los diez años, se logra ver que no acaban de estar muy convencidos. Por ejemplo, algunos en sus intervenciones, han nombrado más el magisterio de los anteriores Papas que el de Francisco y máximo se ponen a comentar la Carta Encíclica Lumen Fidei que, en realidad, es de Benedicto, aunque Francisco la haya publicado al inicio de su pontificado. Sus palabras, aunque intentan ser amables con Francisco no dejan de develar su desconfianza frente al mismo.

Lo que quiero decir con esa realidad que vi en algunas de las conmemoraciones es que, sin duda, Francisco ha buscado nuevos caminos eclesiales que estaban haciendo mucha falta, no solo a nivel de evangelización -de lo que ha tratado en su magisterio escrito- sino también a nivel de su estructura pasando por finanzas, por nombramientos, por acciones, por cambios en algunas leyes eclesiásticas. Pero la pregunta que quiero hacer es si, todo lo que ha intentado hacer el Papa y que en estas conmemoraciones se ha reconocido, ha permeado el caminar eclesial y hoy nuestras comunidades locales se ven renovadas. Y mi respuesta, con preocupación, es que no. En muchos de los eventos en los que participo, el pueblo de Dios -laicado, jerarquía- sigue actuando cómo si a nada hubiéramos sido llamados en estos diez años. Ni siquiera el sínodo de la sinodalidad ha logrado mover “lo que siempre se ha hecho así”. El sínodo avanza en sus reuniones y los que participan de esos encuentros quedan muy comprometidos, pero el pueblo fiel de Dios -como dice Francisco- continúa caminando en paralelo y, casi diría, tomando más distancia del caminar eclesial. En las parroquias no se vibra por el Sínodo como no se vibró por la Asamblea Eclesial Latinoamericana. El magisterio de Francisco, aunque está escrito con un lenguaje tan cercano que puede ser entendido por más personas, no es material de estudio, de reflexión, de apropiación en la formación cristiana. En las predicaciones no se escucha demasiada referencia a esos textos.

Por otra parte, los y las jóvenes religiosos/as y los seminaristas no parecen estar formándose en el estilo de una Iglesia sinodal. Desde la formalidad exterior que cada día parece crecer más en hábitos, sotanas, clérimans, hasta la mentalidad, espiritualidad y demás recursos de su vida religiosa, no parece que estos jóvenes sean más abiertos, más comprometidos con la realidad, más deseosos de una iglesia en salida y, sobre todo, con más amor a los pobres. No pareciera que el pontificado de Francisco estuviera influyendo decisivamente en estos procesos formativos. Quiero señalar que tanto la CLAR (Conferencia Latinoamericana de Religiosos) y el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) están siendo motores activos del proceso sinodal pero no veo que sus esfuerzos permeen significativamente la vida cotidiana de las casas religiosas, de las parroquias, de las diócesis, de las arquidiócesis.

Sinceramente eso del “olor a oveja” del clero lo veo poco; solo sigue presente en los que siempre lo mantuvieron a pesar de la persecución a la Iglesia latinoamericana, pero no veo a muchos más en esa línea. Lo de un laicado que se involucra en el “caminar juntos” porque se sienten consultados, reconocidos, incluidos, etc., no veo que se esté dando. Y en lo que respecta a las mujeres, las cosas se hacen tan confusas -y en esto hasta Francisco no acaba de plantearlo bien- que en estas conmemoraciones algunas de las intervenciones hechas por mujeres, siguen jugando con ese imaginario de que somos lo mejor de la Iglesia porque la Virgen María es la Madre de Jesús, con lo cual, nuestras quejas no tienen mucho sentido o con aquello de que la Iglesia es femenina, cosa que es verdad en la imagen esponsal que se usa para hablar de ella, la cual, correctamente entendida significa que solo hay un esposo -Cristo- y una esposa -todo el pueblo de Dios: jerarquía y laicado; varones y mujeres-. El lugar de la mujer en la Iglesia va mucho más allá de esas explicaciones que se nos dan -no del todo correctas- porque supone una participación plena en la vida eclesial y no un simple reconocimiento de que lo “femenino” es lo más querido por Dios y por eso somos una maravilla. Nada de esto tiene que ver con la justicia con las mujeres que ha de pasar por su participación en los niveles de decisión.

En conclusión, mi mirada es parcial, desde mi horizonte que es más académico que pastoral, mucho más local que universal. Pero quiero decir que me alegra profundamente el conmemorar los diez años de un pontífice que ha marcado un caminar eclesial mucho más cercano a Vaticano II, al caminar latinoamericano y, sobre todo, a los más pobres y excluidos, Sin embargo, también me preocupa profundamente el no ver a la Iglesia como institución dando ese giro que tanto necesita hacia las líneas impulsadas por este pontificado: una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia en salida, una Iglesia que no teme herirse, ni mancharse, una Iglesia liberada de la autorreferencial y de tantos honores, poderes y riquezas que dan seguridad pero no permiten testimoniar el evangelio.

Ojalá que además de alegrarnos por esta conmemoración, nos preguntemos por la puesta en práctica de la renovación eclesial propuesta por Francisco. Allí donde se esté dando, que siga con más fuerza y, donde no ha comenzado que comience la marcha de una vez por todas.

miércoles, 1 de marzo de 2023

 

Preparándonos para la Conmemoración del Día Internacional de la Mujer, también en la Iglesia

Olga Consuelo Vélez

Muchas mujeres creen que por el hecho de tener oportunidades laborales o de que en la cotidianidad se vea a tantas mujeres actuando a nivel social en múltiples esferas y logrando tantas realizaciones personales y sociales, ya no hay discriminación hacia ellas. Pero eso no es así. Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla. En Colombia se registraron más de 600 feminicidios el año pasado y en lo que va corrido de este año, ya van diez.

La violencia contra la mujer no se ejerce solo en los feminicidios. Hay demasiadas violencias en múltiples esferas. Todavía se oye decir que se prefiere un varón para muchas profesiones o se pone en tela de juicio lo que provenga del género femenino. Esto no significa que todo lo que las mujeres realizan esté bien. Habrá que descalificar a esta o aquella -con razones justificadas, por supuesto- pero no a todas las mujeres, como si fueran un grupo homogéneo, con las mismas cualidades -en la que se destaca el rol materno, servicial, cuidador- y con los mismos defectos -que se asocian, muchas veces, a querer salir del rol que la sociedad patriarcal les asignó- cuestionando cualquier intento de ser reconocidas en su igual dignidad con los varones y, por tanto, con los mismos derechos.

Por eso la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con las mujeres. Ese día recuerda las largas y difíciles luchas que a lo largo de la historia se han dado para conseguir el reconocimiento de la dignidad de las mujeres, con los derechos que conlleva y, mientras esto no sea realidad en todas las circunstancias y en todos los lugares, es necesario seguir trabajando por ello.

A nivel social los movimientos feministas siguen defendiendo los derechos de las mujeres. Pero la pregunta que podemos hacernos es, si a nivel eclesial, hay una consonancia con esas luchas o, si por el contrario, la iglesia se desentiende de esa realidad e incluso la retrasa. Cada vez es más evidente que la práctica de Jesús en su tiempo, fue la inclusión de las mujeres en su círculo de discípulos y defendió su dignidad en múltiples ocasiones. Las mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida pública (L 8, 1-3), entre las que se destaca María Magdalena, muestran que Jesús incluyó en su grupo a las mujeres y, ellas, dejando sus roles asignados por la sociedad, lo siguieron a la par con los discípulos. Fue tal su protagonismo que, Jesús después de resucitado, se aparece a una mujer, María Magdalena, y le confía el anuncio de esa Buena Noticia (Jn 20, 11-18). Además, varios son los relatos de curación donde las mujeres dialogan con Jesús -cosa inaudita en la sociedad judía de ese tiempo-, entre ellos la mujer cananea que prácticamente “le exige” a Jesús que cure a su hija, aunque ella no sea judía (Mt 15, 21-28). La exégesis bíblica actual no tiene duda de la comunidad de varones y mujeres que surgió en torno a Jesús y la igualdad de roles y servicios que desempeñaron.

Sin embargo, la iglesia se acomodó a la sociedad patriarcal e introdujo dentro de ella, las mismas limitaciones que dicha sociedad establece para la mujer. Por eso, dentro de la Iglesia, también se han de revisar los estereotipos femeninos y transformarlos. No está bien que no se denuncie desde los altares, toda la violencia contra las mujeres. La justicia de género hay que impulsarla desde los púlpitos, no por moda o acomodo a la sociedad, sino porque es una de las buenas noticias del reino anunciado por Jesús. Pero también en los altares no debería haber ninguna discriminación contra las mujeres. Un ejemplo que sigue mostrando que no se acepta por igual la presencia de la mujer, es la actitud frente a las ministras de la comunión. Los fieles que se acercan a recibir la comunión con ellas, son muy pocos; mientras que las filas de los presbíteros son interminables. Y no debería extrañarnos que cada vez más los altares, los púlpitos, las clases de teología, las homilías, las administraciones parroquiales y muchos otros ministerios, fueran ocupados por mujeres y su palabra y acción tuviera el mismo valor que la de los ministros ordenados. Aunque la mayoría de fieles que asisten a la liturgia y que realizan las pastorales parroquiales son mujeres, no son la mayoría de los que deciden, ni son reconocidas como tales en el servicio eclesial.

Francisco, desde el inicio de su pontificado, ha sido consciente de la necesidad de que las mujeres ocupen puestos de decisión en la Iglesia. Ha intentado hacer algunos cambios, nombrando a mujeres en la curia vaticana, en lugares que antes solo eran ocupados por clérigos. Pero su esfuerzo todavía es demasiado pequeño para desmontar la mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece. La iglesia ha de ser “Pueblo de Dios”, donde todos han de ser corresponsables de su devenir y, ninguno, por cuestión de género, debe ser excluido o no reconocido en su protagonismo eclesial.

Por todo esto, la conmemoración del Día internacional de la mujer ha de permear también la vida eclesial y llevarnos a una revisión del lugar que ocupan las mujeres en la Iglesia; de los discursos y prácticas que de allí surgen con respecto a las mujeres y; sobre todo, del testimonio que la Iglesia da de que en la comunidad eclesial las mujeres ocupan un lugar igual con los varones y no existe ninguna discriminación en razón de su sexo. Esta es una difícil tarea por todos los cambios que habría que dar para hacerlo realidad, pero las transformaciones han comenzado y no podemos detenernos hasta conseguirlo.