Conocer más la
vida de Jesús para vivir mejor el Misterio Pascual
Olga Consuelo Vélez
Semana Santa siempre se ha
considerado un tiempo fuerte de vivencia de la fe, participación litúrgica y
compromiso cristiano. No ha de ser menos este año en que, controlada la
pandemia, ya no existe restricción para la presencialidad plena. Sin embargo,
estas condiciones externas no garantizan que la vivencia de esta Semana Mayor
se realice con la intensidad que debería tener. Por eso, reflexionar sobre el
significado de los momentos centrales de estos días, puede ayudarnos a
profundizar en su significado.
La Semana Santa no podemos
vivirla independiente de la predicación del Reino de Dios hecha por Jesús y de las
acciones proféticas de su vida pública. Si no hacemos esta conexión, nos
encontramos conmemorando un asesinato -el de Jesús- sin saber los motivos de
tal atrocidad y lo que, en realidad, significa para nosotros. Lamentablemente
esta conexión, muchas veces, no se hace. En la catequesis comúnmente se explica
que Judas traicionó a Jesús, las autoridades romanas le dieron muerte, de esa
manera Él nos salvó de nuestros pecados -perdonando a sus verdugos- y con su
resurrección nos abrió la puerta para la resurrección que esperamos. Pero esa
historia no implica mucho nuestra vida, solo despierta sentimientos de dolor y
compasión por todo el sufrimiento que tuvo Jesús y sentimientos de alegría
porque, al final, Jesús venció la muerte.
Por el contrario, cuando nos
preguntamos por las causas del asesinato de Jesús y nos remitimos a su vida
pública, podemos entender mejor lo que significa ser cristiano. Jesús predicó el
reino de Dios para todas las personas. Sus curaciones y encuentros con los que
se consideraban excluidos en su tiempo -mujeres, publicanos, niños,
extranjeros, enfermos, etc., hacían presente el reino que anunciaba, mostrando
con sus hechos que la visión de Dios sobre la humanidad es de total inclusión, sin
aceptar ninguna razón para dejar a alguien al margen. Además, Jesús enseñó, con
sus curaciones en sábado, que la Ley debe estar al servicio de las personas y
no al contrario. Pero esto último es bien difícil que se ponga en práctica. Hay
demasiado rigorismo moral y muy poca misericordia. Precisamente, la
misericordia, es la actitud fundamental del Dios predicado por Jesús. El padre
misericordioso de la parábola -que tanto se medita en este tiempo- no pone
ninguna condición para acoger al Hijo, no le exige absolutamente nada y solo
hace fiesta por su regreso. Pero, muchas veces, cuando se predica esta parábola
se hace énfasis en que el hijo se arrepintió y no en la misericordia absoluta
de nuestro Dios. Y casi no se explica que la parábola estaba dirigida para el
hijo mayor, quien representa a los escribas y fariseos, los cuales no se
alegran con la bondad del Padre de la parábola (Lc 15, 11-32). La predicación
de Jesús, de un Dios que es amor y solo amor, le lleva a ganarse la persecución
de los “maestros de la ley” y de los “sacerdotes del templo”, aquellos que creían
conocer a Dios y no aceptaban que Jesús les mostrara, con sus hechos, que el
Dios del reino no es a la medida de los criterios de la justicia humana -ojo
por ojo, diente por diente- sino de la bondad infinita de Dios.
El Jueves Santo, Jesús se reúne
con los suyos para decirles -una vez más- cómo es el Dios Padre/Madre que Él
predica. Por eso les lava los pies y se pone como servidor de todos (Jn 13,
1-13). Pero sus discípulos no acaban de entender y el viernes santo huyen
porque no quieren correr la suerte del Maestro. Así es como Jesús se enfrenta a
la muerte, incomprendido hasta por los suyos, pero manteniendo su fidelidad a
su misión. Él no vino a cumplir un plan determinado por Dios para salvarnos
sino a mostrarnos cómo es Dios y cómo nosotros podemos ser ese “otro Cristo”
-como diría San Pablo (Flp 3, 7-11), viviendo la comunión con Él en este
presente y, esperando la plenitud definitiva, en la eternidad.
Jesús es ajusticiado y los
poderosos de su tiempo se sienten satisfechos de haber podido eliminar a quien
les incomodaba. Pero la vida triunfa sobre la muerte y ese es el anuncio que
las mujeres valientes y fuertes que van el sábado al sepulcro, comunican a los
discípulos, los cuales están temerosos y convencidos del fracaso de Jesús. Por
eso no creen en las palabras de María Magdalena, Juana, María la de Santiago y
las demás que estaban con ellas (Lc 24, 9-11) (También no creen por el hecho de
ser mujeres). Sin embargo, poco a poco la vida sigue imponiéndose sobre la
muerte y por la fuerza del Espíritu de Jesús esas primeras mujeres y varones testigos
de la resurrección de Jesús, continúan transmitiendo su experiencia de fe y
así, de generación en generación, ha llegado hasta nosotros la Buena Noticia
del pregón pascual porque, efectivamente, a Jesús Nazareno, al que mataron los
que se creían guardianes de la Ley, “Dios lo resucitó” (Hc 2, 22-24).
Sería necesario profundizar más
en la vida de Jesús y en el significado de esta para nuestro presente buscando
que la liturgia de estos días no se quede en el rito y en la solemnidad, sino
que este cargada de la vida concreta que llevamos entre manos. De esta manera,
el misterio pascual no será un recuerdo del pasado sino la actitud presente
para asumir la realidad, confiados en que nuestra fidelidad al proyecto del
reino, hará posible los frutos del Misterio Pascual: la paz, la justicia, en
otras palabras, un mundo capaz de defender la vida plena de todas las personas
y en todas las situaciones.
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