martes, 28 de diciembre de 2021

 

¡Feliz Año!

 

Olga Consuelo Vélez

 

Es interesante constatar que lo que nos deseamos al terminar el año, es felicidad para el año que viene. ¡Feliz año! Repetimos una y otra vez y solo deseamos cosas buenas: que haya más éxito, más salud, más alegrías, más paz, nuevas perspectivas y oportunidades. Esto refleja la capacidad humana de seguir apuntando al bien y de que no nos resignamos con el mal y el fracaso, ni con la enfermedad o la muerte -aunque esta covid la haya explicitado tanto-.

Para los creyentes esta apuesta por un tiempo mejor no proviene solo de esa capacidad humana que acabamos de señalar sino también de la confianza puesta en el “Dios de la vida” en quien creemos. Nuestro Dios es el Dios de las Buenas Noticias. Es buena noticia el Dios que salió al encuentro del pueblo de Israel, no porque fueran el pueblo más grande y numeroso sino precisamente por ser un pueblo pequeño e indefenso (Dt 7,7). Es buena noticia el Dios que liberó a su pueblo del poder de los egipcios y les entregó la tierra que mana leche y miel (Ex 3, 8). Es buena noticia el Dios que, a pesar del pecado del pueblo, jamás se apartó de ellos y no revocó su promesa en ningún instante (Jer 31,33). Pero, sobre todo es buena noticia el Dios en quien creemos que se hizo ser humano en Jesús, “un Dios con nosotros” (Mt 1,23), compartiendo así, nuestra condición humana y mostrándonos que, desde la humanidad que sentimos limitada y pequeña, se puede ser un ser humano de la talla de Dios mismo.

Y ¿qué significa ser humano al estilo de Dios? Para eso hay que mirar a Jesús lo que hizo y dijo y si Él, siendo humano, pudo hacerlo, con toda seguridad podemos hacerlo también nosotros.

Si miramos los textos del Nuevo Testamento, vemos a un Jesús a quien describen como aquel que “pasó haciendo el bien” (Hc 10, 38). Una frase muy corta pero muy profunda para describir a Jesús y para invitarnos a ser como Él.

Todos podemos pasar “haciendo el bien”, cuando nos interesa la vida de los otros y no pasamos de largo frente a ellos. Cuando escuchamos su voz, su punto de vista, sus sentimientos, sus dolores y no juzgamos de antemano. Cuando nos disponemos a dar el primer paso para solucionar un problema, aclarar un desacuerdo, reconstruir una relación rota. Cuando nos dejamos tocar por las necesidades de los demás y descubrimos todo lo que somos capaces de dar de nosotros mismos para remediarlas. Cuando tenemos una actitud agradecida frente a todo lo que son los demás y cómo nos enriquecen con sus dones personales. Y así podríamos seguir enumerando tantas maneras de hacer el bien y todo el fruto que esto daría para hacer del próximo año, un año feliz.

Por supuesto no podemos olvidar las actitudes negativas que también salen de nuestro interior y que percibimos en los que nos rodean. Todo aquello que enturbia la posibilidad de hacer el bien. Tantos rencores, envidias, orgullos, y una infinita lista de actitudes que también viven en el corazón humano y con las que tenemos que lidiar a diario. Pero para eso también nos enseño Jesús con su propia vida, la liberación que da el perdonar, la fuerza que da el volver a comenzar de nuevo, la alegría que inunda la vida cuando reconociendo las propias faltas, volvemos a emprender el camino.

Ser humano es estar caminando, con sus avances y retrocesos, con sus logros y fracasos. Pero ser humano creyendo en Jesús -Dios con nosotros- es tener la certeza de que Él nos lleva por verdes prados y aguas que refrescan pero que también no se aparta de nuestro lado cuando pasamos por valles oscuros (Sal 23).

El mensaje cristiano está siendo dejado de lado por muchas personas, especialmente por los jóvenes. No logran encontrar en él una palabra que les atraiga y les convoque. Tal vez se nos ha olvidado mostrar toda la humanidad que encierra, testimoniar que no es un mensaje de normas por cumplir, de pecados por confesar, sino de vida que vivir. Vida de amor, de justicia, de paz, de compromiso, de futuro, de felicidad.

Tal vez hace falta comunicar más las Bienaventuranzas que son el programa del Reino de Dios anunciado por Jesús y cómo ponerlo en práctica. Felices los “pobres de espíritu”, es decir, los que no viven llenos de sí sino que están abiertos a la relación, al otro y, sobre todo a Dios; Felices los mansos o humildes, que según Santa Teresa, son los que viven en verdad; reconociendo sus riquezas y sus limitaciones y por eso saben comprender las riquezas y limitaciones de los otros; Felices los que lloran, es decir, aquellos que se dejan afectar por el dolor del mundo, no lo rehúyen, lo asumen y buscan transformarlo. En fin, podríamos seguir con cada una de las Bienaventuranzas, pero se pueden resumir en felices lo que se arriesgan a vivir desde el amor y asumen todo lo que él implica (1 Cor 13, 4-8).

Queda poco para decir muchas veces ¡Feliz Año! Que llenemos esa palabra “felicidad” del contenido que la vida del Dios hecho ser humano en Jesús nos comunica. Atrevámonos a ser felices de la manera como lo enseñó Jesús. Seguramente así el año que pronto comenzamos será un año mucho más feliz para nosotros y para todos los que nos rodean.

 

miércoles, 22 de diciembre de 2021

 

¿Qué celebrar en esta Navidad?


 

Hace un año, por estas mismas fechas, decíamos que el año de pandemia nos había confrontado con la limitación humana y con todas las carencias que se develaron por esta situación: más pobreza, más violencia intrafamiliar, más incertidumbre, más miedos y tantas otras realidades. Esperábamos que llegará pronto el tiempo de postpandemia y que nuestro mundo fuera mejor. Pero ha pasado otro año y la pandemia no se ha ido.

Algo hemos mejorado, bien sea por las vacunas (aunque su distribución hasta hoy no ha sido equitativa para todos los países) o bien porque se han retomado las actividades ya que no había más alternativa: sin trabajo hay más pobreza y la situación estaba siendo insostenible. Además, los centros educativos han ido retomando sus actividades porque la socialización es indispensable para el desarrollo psicológico de niños y jóvenes y porque la calidad de la educación ha sido muy poca, especialmente para los más pobres, por la falta de conectividad y mediaciones tecnológicas que solo están al alcance de unos pocos.

Desde este panorama nos preguntamos: ¿Qué celebrar en esta Navidad? ¿Qué nos dice el Niño del pesebre? Posiblemente este año haya más reuniones familiares y más encuentros de fe para conmemorar este misterio. Todo dependerá de cómo estén las cosas en ese momento. Pero lo que sigue presente es lo que significa el Jesús Niño “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” del que los ángeles dijeron aquel día: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lc 2, 12-14). El Niño Jesús significa vida, esperanza, alegría, futuro.

Significa ‘vida’ porque el Dios hecho ser humano en Jesús nos habla del valor de la vida de todo ser humano. Esta vida que se impone, a pesar de tanta muerte que hemos palpado en este tiempo de covid, porque cada persona que superó la infección, fue motivo de celebración y de agradecimiento. No queremos la muerte y por eso se ponen las fuerzas en salvar todas las vidas posibles. Y no nos contentamos con la vida, sino que aspiramos a una vida digna, a una vida plena, a una vida feliz. La fe nos empuja, una y otra vez, a no decaer en este esfuerzo por lograrlo.

Significa ‘esperanza’ porque, aunque a veces da la impresión de que nada ha cambiado y no hemos aprendido lo suficiente de este tiempo de pandemia, hay más conciencia de la necesidad de hacer algo para contrarrestar el cambio climático y para garantizar una vida mejor para la humanidad.

Significa “alegría” porque el Niño que nace nos da la certeza de que Dios se ha encarnado en nuestra historia y todo lo que nos pasa, es de su interés. Más aún, hace suyas nuestras necesidades y sufrimientos y nos acompaña para superarlas. No es una alegría ingenua que proviene de afuera por una experiencia agradable sino es la alegría que viene de dentro, fruto de la confianza y de la certeza de la fe.

Significa ‘futuro’ porque con Jesús en nuestra historia se hace posible un nuevo comienzo no solo de los seres humanos sino de la creación: “Mira que hago un mundo nuevo” (Ap 21,5). El libro del Apocalipsis cierra la revelación consignada en la Sagrada Escritura con esa fe firme en el Señor de la historia que cumple su promesa de poner su morada en medio de su pueblo para que se cumpla lo dicho a los israelitas: “ellos serán su pueblo y Él, Dios con ellos, será su Dios” (Ap 21, 3).

Junto a esto que acabamos de señalar está lo que cada uno puede traer a la celebración de esta Navidad. Este tiempo es una buena oportunidad para traer a los pies del niño Jesús lo que nos ha significado este largo tiempo de pandemia. Si los magos llevaron al niño Jesús “oro, incienso y mirra”, como dice el evangelio de Mateo (2,11) y los pastores, como dice el evangelio de Lucas, “que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño (…) fueron y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían” (2, 8.16-18); nosotros podemos llegar con todo lo que ha significado este tiempo. Algunos podrán recordar a sus familiares difuntos. Otros llevarán las secuelas del covid manifestadas en problemas de salud o en dificultades económicas o pérdidas de otro tipo. No faltarán los que llevarán los caminos abiertos en medio de esa dificultad ya que se dio la llamada ‘re-invención’, con la que muchos lograron abrir las puertas que la pandemia cerró. Pero sea lo que cada uno traiga, Navidad es ese lugar sencillo, pobre, donde esta María “guardando todo en el corazón” (Lc 2, 19) y transmitiéndonos la confianza infinita en el amor de Dios que no se va nunca de nuestra vida, sino que se encarna en ella, quedándose definitivamente entre nosotros.

Preparémonos, por tanto, para una celebración de Navidad que brote de lo que somos, vivimos, traemos en el corazón, soñamos para el futuro. Recuperemos esa alegría que caracteriza esta época y que se expresa en los villancicos, la novena, el compartir fraterno, las luces, la decoración, todo aquello que ha acompañado la navidad colombiana y que el año pasado quedo tan relegado por las circunstancias que vivíamos. No podemos perder la ‘prudencia’ que tenemos que seguir teniendo para controlar la pandemia. Pero aprovechemos esta linda fiesta navideña para alimentar profundamente la esperanza y podamos acoger el nuevo año con más fuerza, más amor mutuo, más compromiso con la realidad que vivimos. Alegrémonos, entonces porque el niño Dios nace y ¡se queda definitivamente entre nosotros! (Mt 1, 23)

sábado, 11 de diciembre de 2021

 

Adviento: tiempo de preparación y de esperanza

 

Olga Consuelo Vélez

 

Por segundo año consecutivo estamos celebrando Adviento marcados por la pandemia. Parece que la incertidumbre y la esperanza, de nuevo se dan cita para mostrar que así es la vida humana. En efecto, no dejamos de toparnos con la limitación, el sufrimiento, la enfermedad e incluso la muerte, pero al mismo tiempo, mantenemos la esperanza en un futuro mejor.

Por eso la gente, a pesar de los dolores que trae consigo la pandemia, se prepara para vivir este tiempo. Las casas se han adornado, las calles están llenas de luces, la música navideña comienza a sonar a nuestro alrededor y, ya con menos limitaciones de aforos, hay muchos más encuentros y se planean reuniones para celebrar las fiestas que se acercan.

Es un tiempo que contagia alegría, independiente de sí las personas se dicen creyentes o no. Simplemente se entra en ese ambiente que parece distinto y da la sensación de descanso, de tranquilidad, de que se acaba algo y puede empezar otra cosa nueva.

Para los que tenemos fe, este tiempo de adviento nos anuncia una buena noticia, aunque esta, a veces, se diluye entre tantas luces y fiestas. Conmemoramos el nacimiento de Jesús en quién Dios se ha hecho presente en lo humano. Desde entonces, podemos celebrar que ya Dios no es el misterio lejano y desconocido sino el ser humano cercano y solidario, que comparte todas nuestras alegrías y preocupaciones.

Si nos fijamos en las lecturas bíblicas de estos domingos de adviento, encontramos en ellas la invitación a prepararnos para este acontecimiento. En la figura de Juan el Bautista se nos anuncia que “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3, 6) en la medida que se “allanen los senderos, los barrancos se rellenen, las colinas se rebajen, lo tortuoso se haga recto” (Lc 3, 4-5). Es decir, que las situaciones cambien y sean favorables para la humanidad. Al oír la predicación del Bautista, la gente le pregunta: ¿Qué hemos de hacer? (Lc 3, 10) y Él les responde: “El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc 3, 11) y el texto continúa con las respuestas de Juan el Bautista a los publicanos y a los soldados que también parecen buscar un cambio y quieren saber cómo hacerlo. De esa manera Juan exhorta a sus contemporáneos para que orienten su vida hacia el amor, la solidaridad, el bien común, la ayuda mutua, de manera que sea posible la buena noticia de la salvación que el Niño Dios ofrece.

Dicho de otra manera, el Dios hecho ser humano en Jesús, nos viene a mostrar que la salvación consiste en el bienestar de la humanidad. Su deseo es que a nadie le falte nada para vivir. Pero eso solo se puede hacer si el que tiene más es capaz de compartir con el que tiene menos. Ese sería el sentido de los regalos navideños: repartir todo aquello que somos y tenemos. Lamentablemente los regalos se convirtieron en un acto social, más expresión del consumismo desmedido que de un compartir solidario o signo de un formalismo social de dar para recibir, de dar para quedar bien ante los otros, de dar para mostrar que se tiene poder adquisitivo.

Fuera de la figura de Juan el Bautista, el evangelio del cuarto domingo nos habla de María e Isabel y el encuentro entre ellas. Allí Isabel reconoce que, en ese niño pequeño en el seno de María, se hace carne la salvación ofrecida por Dios y alaba a María porque, gracias a su fe, se hizo posible el cumplimiento de las promesas divinas (Lc 1, 39-45).

De ahí que nuestra preparación en este tiempo de adviento no consiste en obras extraordinarias sino en mirar nuestra cotidianidad y buscar vivirla con las mejores actitudes posibles. Hay tanto bien que podemos hacer. Tantas palabras que podemos corregir, tantas actitudes que podemos mejorar, tanto pasado que podemos perdonar, tantos desencuentros que podemos superar. Adviento nos invita a toparnos con la humanidad de Dios para que nos ayude a vivir la nuestra a todos los niveles: personal y social.

Aprovechar este tiempo para crecer en las relaciones de familia, de amistad, de colegas de estudio o de trabajo, de vecinos, de todos aquellos con los que de alguna manera nos topamos cada día. Pero también aprovechar el tiempo para pensar en un país distinto en el que la vida se garantice para todos y todas. Por eso, la dimensión socio política de la vida humana, no es ajena a la buena noticia de la salvación que el Niño que nace nos anuncia. Hay que atreverse a soñar con que se puede hacer otro tipo de política, otro tipo de economía, otro tipo de sociedad. Supone riesgo y apuesta por el cambio. Pero también revela nuestros miedos y la incapacidad de pensar que las cosas pueden ser distintas. Tal vez el Niño del pesebre nos ayude a creer que de donde parece no puede surgir nada, es posible que se transforme todo. Y que la esperanza que parece más propia de este tiempo, nos siga fortaleciendo para no dejar de creer en la buena noticia del Reino: “el que tiene dos túnicas que las reparte con el que no tiene”.

 

miércoles, 1 de diciembre de 2021

 

¿Experiencia de sinodalidad en la Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe?

 

Olga Consuelo Vélez

 

Finalizada la Primera Asamblea Eclesial nos preguntamos: ¿Qué se logró en ese evento y que queda de aquí en adelante? Para los que participaron directamente en ella les queda una experiencia positiva de encuentro, esperanza, optimismo, gratitud por haber tenido esa oportunidad de estar en primera fila pensando y soñando con una Iglesia distinta. Así lo expresaron muchos de los participantes y se sienten animados para responder a los doce desafíos pastorales que la Asamblea presentó al final de la misma. Dichos desafíos destacaron la necesidad de reconocer el protagonismo de los jóvenes, de las mujeres, del laicado, de los pueblos originarios y afrodescendientes, escuchar el clamor de los pobres, excluidos, descartados, de las víctimas de las injusticias sociales, dar prioridad a una ecología integral y renovar la experiencia de Iglesia como Pueblo de Dios, erradicando el clericalismo y formando en la sinodalidad a todo el pueblo de Dios.

Pero también el desarrollo de la Asamblea mostró las dificultades de hacer un proceso verdaderamente sinodal. Aunque Francisco afirme que la sinodalidad es la forma de ser y de actuar de la Iglesia en este milenio, más valdría decir que es la forma que debe aprender a vivir porque hace mucho no es esa la praxis eclesial.

Una mirada de conjunto nos permite ver que la preeminencia de lo clerical fue notoria. Casi todos los discursos, ponencias y agradecimientos giraron en torno del clero para el clero. Yo esperaba que se destacará mucho más la presencia de la vida religiosa, del laicado, especialmente de los jóvenes, por supuesto de las mujeres, y que se viera una configuración entre los participantes de mayor pluralidad étnica y cultural. Sí hubo gestos, especialmente en los momentos de oración, que rompieron la hegemonía de lo que siempre se hace. Pero las principales celebraciones no contaron con ninguna novedad: un altar lleno de clérigos y un laicado con las pocas participaciones que le son permitidas en la liturgia tal y como hoy la tenemos.

Pero donde veo que sí se pueden notar avances en la sinodalidad es en aquellas voces que se levantaron a lo largo de la Asamblea para hacer caer en cuenta que algo no estaba funcionando como se esperaba. De lo que tuve conocimiento, la Conferencia de Religiosos/as del Perú, envió una carta a la Asamblea Eclesial demandando una metodología en continuidad con el proceso de escucha: “Súbitamente experimentamos que este proceso se frenó para dar paso a una lista de afirmaciones, sensatas y razonables, pero que no corresponden al proceso desarrollado, a lo vivido anteriormente desde la convocatoria de esta I Asamblea Eclesial. De manera particular, queremos llamar la atención a lo ocurrido entre el segundo y el tercer día. En muchas conversaciones de grupo del miércoles hubo voces absortas por el descarrilamiento que tuvo lugar en la redacción de la síntesis. Es como si el proceso de escucha hubiera culminado con la premura de arribar a las cuarenta y tantas afirmaciones y estas quedaron descarriladas de todo lo vivido en las etapas previas. ¿qué ocurrió?”. Fue una interpelación muy clara, directa y oportuna.

En un sentido parecido, los asambleístas de Chile también expresaron disconformidad porque en la Asamblea no se le dio el puesto que se debía a la crisis de abusos en la Iglesia. En su comunicado también expresan la falta de continuidad entre el proceso de escucha y lo que se comenzó a hacer en la Asamblea. Parecía que el Documento para el discernimiento no hubiera sido el punto de partida, sino que comenzaran todo de nuevo.

Pero tal vez lo más significativo fue la comunicación de los jóvenes quienes también expresaron sus sentimientos y reflexiones sobre el camino que habían hecho. Primero reconocieron todo lo positivo que supuso la Asamblea y su experiencia en ella, pero expresaron de manera muy clara lo que habían notado a lo largo de la misma: “hemos notado que muchos mayores quieren liderar y no nos dejan soñar. De 1000 asambleístas es inadmisible que sólo 82 sean jóvenes laicos (menores de 35 años) (…) ha faltado que se nos involucre en los espacios de planificación y toma de decisiones de esta Asamblea (…) existen dificultades para participar como: (…) la anulación de la voz juvenil en algunos grupos de discernimiento. (…) Pareciera que a veces se pidiera la integración de las voces jóvenes de manera infantil o demandante (…) el aporte de los jóvenes queda condicionado al discernimiento, proyecciones y decisiones de alguien más y pierde la vida que hay detrás. Reiteramos, el camino recorrido hasta ahora es muy bonito, pero todavía no hemos superado pasar la estructura episcopal en la que los discursos y espacios se conceden a obispos y presbíteros, las voces de los laicos, las mujeres, los jóvenes y los religiosos no han sido escuchadas”.

De otras apreciaciones que leí en las redes sociales de personas que habían participado, supe que algunos clérigos quedaron molestos con algunas de las intervenciones porque claramente se pedía que el clero dejara su protagonismo y también que algunos invocaban que no deberían levantarse críticas para “no romper la sinodalidad”. Este último comentario es muy interesante porque es algo que es necesario reflexionar. A veces se cree que, para vivir la comunión, la sinodalidad, el amor fraterno, etc., se ha de abandonar la actitud crítica y aceptar las cosas como son, sin exigir nada, sin denunciar nada, sin pedir nada. A los que se atreven a levantar la voz se les mira con recelo y se les acusa de entorpecer los procesos. Personalmente creo que es todo lo contrario y que si podemos rescatar algo de sinodalidad en esta Asamblea Eclesial son los testimonios que acabé de señalar porque son esas voces las que en verdad confrontan el ser y actuar de la Iglesia y son ellas las que contribuyen decisivamente a que algún día, la sinodalidad sea una experiencia más real en la Iglesia.

En conclusión, ¿qué queda de esta Asamblea? Ojalá que los episcopados asuman estos desafíos y se preocupen por responder a ellos, pero, sobre todo, ojalá que reflexionen sobre lo que quedó evidente que no fue sinodalidad para que sean capaces de una conversión y las siguientes experiencias puedan seguir abriendo caminos en esa dirección. No es un camino fácil, pero sin duda es lo que “Dios quiere para la Iglesia” y ya que se habló tanto en la Asamblea de “desborde del Espíritu”, que ese desborde se note en una actitud de conversión de fondo, acogiendo las voces que se levantan para mostrar qué las cosas no están funcionando como deberían porque es en esas voces donde el camino de la sinodalidad comienza a ser posible.