miércoles, 1 de diciembre de 2021

 

¿Experiencia de sinodalidad en la Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe?

 

Olga Consuelo Vélez

 

Finalizada la Primera Asamblea Eclesial nos preguntamos: ¿Qué se logró en ese evento y que queda de aquí en adelante? Para los que participaron directamente en ella les queda una experiencia positiva de encuentro, esperanza, optimismo, gratitud por haber tenido esa oportunidad de estar en primera fila pensando y soñando con una Iglesia distinta. Así lo expresaron muchos de los participantes y se sienten animados para responder a los doce desafíos pastorales que la Asamblea presentó al final de la misma. Dichos desafíos destacaron la necesidad de reconocer el protagonismo de los jóvenes, de las mujeres, del laicado, de los pueblos originarios y afrodescendientes, escuchar el clamor de los pobres, excluidos, descartados, de las víctimas de las injusticias sociales, dar prioridad a una ecología integral y renovar la experiencia de Iglesia como Pueblo de Dios, erradicando el clericalismo y formando en la sinodalidad a todo el pueblo de Dios.

Pero también el desarrollo de la Asamblea mostró las dificultades de hacer un proceso verdaderamente sinodal. Aunque Francisco afirme que la sinodalidad es la forma de ser y de actuar de la Iglesia en este milenio, más valdría decir que es la forma que debe aprender a vivir porque hace mucho no es esa la praxis eclesial.

Una mirada de conjunto nos permite ver que la preeminencia de lo clerical fue notoria. Casi todos los discursos, ponencias y agradecimientos giraron en torno del clero para el clero. Yo esperaba que se destacará mucho más la presencia de la vida religiosa, del laicado, especialmente de los jóvenes, por supuesto de las mujeres, y que se viera una configuración entre los participantes de mayor pluralidad étnica y cultural. Sí hubo gestos, especialmente en los momentos de oración, que rompieron la hegemonía de lo que siempre se hace. Pero las principales celebraciones no contaron con ninguna novedad: un altar lleno de clérigos y un laicado con las pocas participaciones que le son permitidas en la liturgia tal y como hoy la tenemos.

Pero donde veo que sí se pueden notar avances en la sinodalidad es en aquellas voces que se levantaron a lo largo de la Asamblea para hacer caer en cuenta que algo no estaba funcionando como se esperaba. De lo que tuve conocimiento, la Conferencia de Religiosos/as del Perú, envió una carta a la Asamblea Eclesial demandando una metodología en continuidad con el proceso de escucha: “Súbitamente experimentamos que este proceso se frenó para dar paso a una lista de afirmaciones, sensatas y razonables, pero que no corresponden al proceso desarrollado, a lo vivido anteriormente desde la convocatoria de esta I Asamblea Eclesial. De manera particular, queremos llamar la atención a lo ocurrido entre el segundo y el tercer día. En muchas conversaciones de grupo del miércoles hubo voces absortas por el descarrilamiento que tuvo lugar en la redacción de la síntesis. Es como si el proceso de escucha hubiera culminado con la premura de arribar a las cuarenta y tantas afirmaciones y estas quedaron descarriladas de todo lo vivido en las etapas previas. ¿qué ocurrió?”. Fue una interpelación muy clara, directa y oportuna.

En un sentido parecido, los asambleístas de Chile también expresaron disconformidad porque en la Asamblea no se le dio el puesto que se debía a la crisis de abusos en la Iglesia. En su comunicado también expresan la falta de continuidad entre el proceso de escucha y lo que se comenzó a hacer en la Asamblea. Parecía que el Documento para el discernimiento no hubiera sido el punto de partida, sino que comenzaran todo de nuevo.

Pero tal vez lo más significativo fue la comunicación de los jóvenes quienes también expresaron sus sentimientos y reflexiones sobre el camino que habían hecho. Primero reconocieron todo lo positivo que supuso la Asamblea y su experiencia en ella, pero expresaron de manera muy clara lo que habían notado a lo largo de la misma: “hemos notado que muchos mayores quieren liderar y no nos dejan soñar. De 1000 asambleístas es inadmisible que sólo 82 sean jóvenes laicos (menores de 35 años) (…) ha faltado que se nos involucre en los espacios de planificación y toma de decisiones de esta Asamblea (…) existen dificultades para participar como: (…) la anulación de la voz juvenil en algunos grupos de discernimiento. (…) Pareciera que a veces se pidiera la integración de las voces jóvenes de manera infantil o demandante (…) el aporte de los jóvenes queda condicionado al discernimiento, proyecciones y decisiones de alguien más y pierde la vida que hay detrás. Reiteramos, el camino recorrido hasta ahora es muy bonito, pero todavía no hemos superado pasar la estructura episcopal en la que los discursos y espacios se conceden a obispos y presbíteros, las voces de los laicos, las mujeres, los jóvenes y los religiosos no han sido escuchadas”.

De otras apreciaciones que leí en las redes sociales de personas que habían participado, supe que algunos clérigos quedaron molestos con algunas de las intervenciones porque claramente se pedía que el clero dejara su protagonismo y también que algunos invocaban que no deberían levantarse críticas para “no romper la sinodalidad”. Este último comentario es muy interesante porque es algo que es necesario reflexionar. A veces se cree que, para vivir la comunión, la sinodalidad, el amor fraterno, etc., se ha de abandonar la actitud crítica y aceptar las cosas como son, sin exigir nada, sin denunciar nada, sin pedir nada. A los que se atreven a levantar la voz se les mira con recelo y se les acusa de entorpecer los procesos. Personalmente creo que es todo lo contrario y que si podemos rescatar algo de sinodalidad en esta Asamblea Eclesial son los testimonios que acabé de señalar porque son esas voces las que en verdad confrontan el ser y actuar de la Iglesia y son ellas las que contribuyen decisivamente a que algún día, la sinodalidad sea una experiencia más real en la Iglesia.

En conclusión, ¿qué queda de esta Asamblea? Ojalá que los episcopados asuman estos desafíos y se preocupen por responder a ellos, pero, sobre todo, ojalá que reflexionen sobre lo que quedó evidente que no fue sinodalidad para que sean capaces de una conversión y las siguientes experiencias puedan seguir abriendo caminos en esa dirección. No es un camino fácil, pero sin duda es lo que “Dios quiere para la Iglesia” y ya que se habló tanto en la Asamblea de “desborde del Espíritu”, que ese desborde se note en una actitud de conversión de fondo, acogiendo las voces que se levantan para mostrar qué las cosas no están funcionando como deberían porque es en esas voces donde el camino de la sinodalidad comienza a ser posible.

 

 

 

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