¿Experiencia de
sinodalidad en la Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe?
Olga Consuelo Vélez
Finalizada la Primera Asamblea Eclesial nos preguntamos:
¿Qué se logró en ese evento y que queda de aquí en adelante? Para los que participaron
directamente en ella les queda una experiencia positiva de encuentro,
esperanza, optimismo, gratitud por haber tenido esa oportunidad de estar en
primera fila pensando y soñando con una Iglesia distinta. Así lo expresaron
muchos de los participantes y se sienten animados para responder a los doce
desafíos pastorales que la Asamblea presentó al final de la misma. Dichos
desafíos destacaron la necesidad de reconocer el protagonismo de los jóvenes,
de las mujeres, del laicado, de los pueblos originarios y afrodescendientes,
escuchar el clamor de los pobres, excluidos, descartados, de las víctimas de
las injusticias sociales, dar prioridad a una ecología integral y renovar la
experiencia de Iglesia como Pueblo de Dios, erradicando el clericalismo y formando
en la sinodalidad a todo el pueblo de Dios.
Pero también el desarrollo de la Asamblea mostró las
dificultades de hacer un proceso verdaderamente sinodal. Aunque Francisco
afirme que la sinodalidad es la forma de ser y de actuar de la Iglesia en este
milenio, más valdría decir que es la forma que debe aprender a vivir porque
hace mucho no es esa la praxis eclesial.
Una mirada de conjunto nos permite ver que la preeminencia
de lo clerical fue notoria. Casi todos los discursos, ponencias y agradecimientos
giraron en torno del clero para el clero. Yo esperaba que se destacará mucho
más la presencia de la vida religiosa, del laicado, especialmente de los
jóvenes, por supuesto de las mujeres, y que se viera una configuración entre
los participantes de mayor pluralidad étnica y cultural. Sí hubo gestos,
especialmente en los momentos de oración, que rompieron la hegemonía de lo que
siempre se hace. Pero las principales celebraciones no contaron con ninguna
novedad: un altar lleno de clérigos y un laicado con las pocas participaciones
que le son permitidas en la liturgia tal y como hoy la tenemos.
Pero donde veo que sí se pueden notar avances en la
sinodalidad es en aquellas voces que se levantaron a lo largo de la Asamblea
para hacer caer en cuenta que algo no estaba funcionando como se esperaba. De
lo que tuve conocimiento, la Conferencia de Religiosos/as del Perú, envió una
carta a la Asamblea Eclesial demandando una metodología en continuidad con el
proceso de escucha: “Súbitamente experimentamos que este proceso se frenó para
dar paso a una lista de afirmaciones, sensatas y razonables, pero que no
corresponden al proceso desarrollado, a lo vivido anteriormente desde la
convocatoria de esta I Asamblea Eclesial. De manera particular, queremos llamar
la atención a lo ocurrido entre el segundo y el tercer día. En muchas
conversaciones de grupo del miércoles hubo voces absortas por el
descarrilamiento que tuvo lugar en la redacción de la síntesis. Es como si el
proceso de escucha hubiera culminado con la premura de arribar a las cuarenta y
tantas afirmaciones y estas quedaron descarriladas de todo lo vivido en las
etapas previas. ¿qué ocurrió?”. Fue una interpelación muy clara, directa y
oportuna.
En un sentido parecido, los asambleístas de Chile también expresaron
disconformidad porque en la Asamblea no se le dio el puesto que se debía a la
crisis de abusos en la Iglesia. En su comunicado también expresan la falta de
continuidad entre el proceso de escucha y lo que se comenzó a hacer en la
Asamblea. Parecía que el Documento para el discernimiento no hubiera sido el
punto de partida, sino que comenzaran todo de nuevo.
Pero tal vez lo más significativo fue la comunicación de los
jóvenes quienes también expresaron sus sentimientos y reflexiones sobre el
camino que habían hecho. Primero reconocieron todo lo positivo que supuso la
Asamblea y su experiencia en ella, pero expresaron de manera muy clara lo que
habían notado a lo largo de la misma: “hemos notado que muchos mayores quieren
liderar y no nos dejan soñar. De 1000 asambleístas es inadmisible que sólo 82
sean jóvenes laicos (menores de 35 años) (…) ha faltado que se nos involucre en
los espacios de planificación y toma de decisiones de esta Asamblea (…) existen
dificultades para participar como: (…) la anulación de la voz juvenil en
algunos grupos de discernimiento. (…) Pareciera que a veces se pidiera la
integración de las voces jóvenes de manera infantil o demandante (…) el aporte
de los jóvenes queda condicionado al discernimiento, proyecciones y decisiones
de alguien más y pierde la vida que hay detrás. Reiteramos, el camino recorrido
hasta ahora es muy bonito, pero todavía no hemos superado pasar la estructura
episcopal en la que los discursos y espacios se conceden a obispos y
presbíteros, las voces de los laicos, las mujeres, los jóvenes y los religiosos
no han sido escuchadas”.
De otras apreciaciones que leí en las redes sociales de
personas que habían participado, supe que algunos clérigos quedaron molestos
con algunas de las intervenciones porque claramente se pedía que el clero
dejara su protagonismo y también que algunos invocaban que no deberían
levantarse críticas para “no romper la sinodalidad”. Este último comentario es
muy interesante porque es algo que es necesario reflexionar. A veces se cree que,
para vivir la comunión, la sinodalidad, el amor fraterno, etc., se ha de
abandonar la actitud crítica y aceptar las cosas como son, sin exigir nada, sin
denunciar nada, sin pedir nada. A los que se atreven a levantar la voz se les
mira con recelo y se les acusa de entorpecer los procesos. Personalmente creo
que es todo lo contrario y que si podemos rescatar algo de sinodalidad en esta
Asamblea Eclesial son los testimonios que acabé de señalar porque son esas
voces las que en verdad confrontan el ser y actuar de la Iglesia y son ellas
las que contribuyen decisivamente a que algún día, la sinodalidad sea una
experiencia más real en la Iglesia.
En conclusión, ¿qué queda de esta Asamblea? Ojalá que los
episcopados asuman estos desafíos y se preocupen por responder a ellos, pero,
sobre todo, ojalá que reflexionen sobre lo que quedó evidente que no fue
sinodalidad para que sean capaces de una conversión y las siguientes
experiencias puedan seguir abriendo caminos en esa dirección. No es un camino
fácil, pero sin duda es lo que “Dios quiere para la Iglesia” y ya que se habló
tanto en la Asamblea de “desborde del Espíritu”, que ese desborde se note en
una actitud de conversión de fondo, acogiendo las voces que se levantan para
mostrar qué las cosas no están funcionando como deberían porque es en esas
voces donde el camino de la sinodalidad comienza a ser posible.
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