lunes, 27 de junio de 2022

 

Cristianos ¿de Izquierda o de derecha?

 

Olga Consuelo Vélez

 

Ya pasó una semana desde las elecciones presidenciales en Colombia y parece que la hecatombe profetizada por algunos no se ha dado. Curiosamente, más de un partido que podría ser de oposición, está acercándose al Pacto Histórico para sumar fuerzas. Ojalá que todo esto sirva para llevar a cabo el programa propuesto y, verdaderamente, se puedan abrir caminos para construir una Colombia con justicia social y en paz. No faltarán las dificultades y, muy seguramente, estaremos escribiendo en estas páginas, sobre las incoherencias que encontremos. Veremos que sigue pasando.

Pero, a propósito de todo lo vivido, surge la pregunta por la línea que deben tener los cristianos en política. Algunos afirman que lo importante es Dios y por eso ellos no se meten en política y se limitan a rezar por el país. Incluso lo fundamentan en la cita en que a Jesús le presentan una moneda que tenía la imagen del César, preguntándole si hay que pagar impuestos. Él responde: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Con esta cita fundamentan que religión y política no se relacionan. Esto es un error. En realidad, la cita se refiere a que Jesús afirma que el único que merece adoración es Dios y no el César y por eso al ver la imagen del César en la moneda, denuncia la usurpación que este ha hecho del lugar que solo corresponde a Dios. Por tanto, ese argumento esta desenfocado, solo que a la Biblia se le hace decir lo que no dice, por falta de una interpretación adecuada con los avances actuales de la hermenéutica bíblica.

Lo que sí podemos afirmar que es los cristianos han de participar en política como parte de la dimensión social de su fe. No pueden ser neutrales -porque la neutralidad no existe- y porque todos, como ciudadanos, hemos de tomar alguna decisión para ejercer el derecho al voto. No hacerlo es falta de compromiso con el destino de nuestros pueblos. Más aún, como bien lo expresó el papa Francisco en su última encíclica Fratelli Tutti (n. 180), la política “es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”. Por supuesto esto no quiere decir que toda persona ha de militar en un partido, pero no puede ser ajena a discernir a quien elegir en cada contienda electoral.

Pero aquí viene la pregunta que encabeza esta reflexión: los cristianos han de ser ¿de derecha o de izquierda? La respuesta es que cada persona escogerá la postura que crea adecuada, incluidas todas las demás opciones, pero haciéndolo con los fundamentos válidos para ello. Ahora bien, lo que quiero remarcar y que, parece siguió vigente en estas elecciones, es que muchos creen que la única opción para el cristiano es ser de derecha. A la izquierda la identifican con el demonio. Así lo expresaron, insistentemente, bastantes clérigos y laicos en sus charlas, predicaciones e intervenciones en las redes sociales. Y lo ambiguo es que, en ciertos imaginarios eclesiásticos, estas intervenciones no parecen ser negativas, no se critican, no se consideran violentas, agresivas e incluso falsas. Y aquí es donde viene el cuestionamiento profundo sobre la mentalidad tan condicionada y fundamentalista que, a veces, se alimenta en ciertos sectores de Iglesia.

Escuché a varios clérigos afirmar una y otra vez que Gustavo Petro era guerrillero y por eso no se podía votar por él. Petro fue guerrillero y se reinsertó sin violar ni una sola vez esa opción. ¿Dónde queda la misericordia que proclama el evangelio? ¿qué apertura a garantizar una nueva oportunidad? ¿Cómo superar desde el diálogo las divisiones que arrastramos desde hace tantas décadas?

Ni que decir de las posturas frente a Francia Márquez. Eso de amor a los pobres, del compromiso hacia ellos, del cuidado de la casa común, no parece que fuera la agenda de la vida cristiana. Mucho clasismo, racismo, y aporofobia (desprecio a los pobres) fue lo que escuché y leí de gente que se precia de ser de Iglesia.

Pero lo que más me sorprendió fue todo lo que se tejió alrededor de las bendiciones y rituales que tanto Petro como Francia recibieron de los pueblos indígenas. Se consideraron brujería, maleficio, prácticas demoniacas, etc. Y así lo afirmaron en programas radiales y televisivos “muy católicos”. Pareciera que no conocen nada del respeto a las diferentes culturas y menos del valor y sentido de sus tradiciones ancestrales. Parece que no saben tampoco de la exigencia del diálogo interreligioso y de que un signo de los tiempos es la necesidad de aceptar, acoger y respetar la pluralidad.

Esta campaña se caracterizó como de muchos odios y actitudes violentas frente a los contrincantes. Pero de eso no se escaparon los cristianos. La violencia contra la izquierda fue demasiado grande. La benevolencia con la derecha fue también demasiado grande. Fue tanta que, por ejemplo, aunque Rodolfo Hernández dijo que apoyaba todas las políticas para favorecer las poblaciones de diversidad sexual, parece que eso ni se consideró a la hora de valorar las propuestas de la derecha, aunque siempre ese aspecto moral es el que se esgrime para no votar por las izquierdas.

Todo lo dicho es de algunos sectores y, afortunadamente muchos otros no son así. Pero si conviene tomar conciencia que aunque hay que respetar la opción política de cada persona, es necesario quitar tantos prejuicios alimentados sobre la izquierda -que casi siempre parece con más valores cercanos al evangelio, aunque haya errores y contradicciones, como en todo lo humano-, y desmitificar la bondad de la derecha que no es tan cierta como se quiere hacer ver, porque si hay un sistema económico que ha llevado a tanta pobreza, ha sido el mantenido por las derechas, no solo en Colombia sino en tantos países latinoamericanos.

En fin, los cristianos no necesariamente han de ser de derecha o de izquierda, mejor aún, han de evolucionar porque las izquierdas no son, en la actualidad, comunismo, ni el comunismo es el diablo en persona, ni la derecha es garantía de los valores cristianos, ni la ultra derecha es la postura cristiana válida. Convendría que muchos cristianos se liberaran de esa mentalidad tan cerrada, tan fundamentalista, tan conservadora, tan moralista, que tanto se alimenta y se ha visto en esta campaña, para contribuir a la construcción de un mejor país. Me parece que la gente no se aleja de la Iglesia, sino que la Iglesia se aleja de la gente y por eso no me extraña que jóvenes, intelectuales, mujeres y, especialmente, el pueblo que lucha por sus derechos, no encuentre en la Iglesia un interlocutor válido con quien puedan “caminar juntos”. La sinodalidad no es cosa de llevarnos mejor los que participamos de espacios eclesiales, es una Iglesia que sabe vivir su fe en medio del mundo y no clasifica el mundo en izquierdas trasnochadas o derechas católicas, sino que entiende el sentir del pueblo de Dios en cada momento histórico y se dispone a acompañar su caminar. Ojalá también aprendamos de estas elecciones que la política evoluciona para salir de esos prejuicios preestablecidos sobre derechas e izquierdas y, en este caso concreto, sepamos acompañar este gobierno progresista (no de izquierda, no comunista, no guerrillero, etc.), deseando que le vaya bien para que nos vaya bien a todos.

 

domingo, 19 de junio de 2022

 

¡Y ganó “El cambio por la vida”

 

Olga Consuelo Vélez

 

Han sido tres semanas muy difíciles desde la primera vuelta y por fin, “ganó el pacto por la vida”. En este día no ganó una persona -Petro- sino que ganaron las periferias, las víctimas, los y las nadies, la población afro, y tantos pobres con diferentes necesidades y exclusiones. Además ganó un relato que se acerca más a la verdad (todo relato es limitado como la misma vida humana) porque no es verdad que los guerrilleros insertados no puedan acogerse a la legalidad y seguir construyendo patria, porque no es verdad que el único sistema confiable es el neoliberalismo, porque no es verdad que hay que esperar indefinidamente para empezar el cuidado de la casa común, porque no es verdad que los gobiernos progresistas son comunismo, porque no es verdad que no podamos tener un Estado de Bienestar -como tantos países del llamado primer mundo- para garantizar una educación, una salud, una pensión, una vivienda y tantas otras necesidades básicas a lo que tienen derecho todo colombiano/a. Los/as pobres, los/as nadies ¡no son vagos!, ¡no son atenidos!, -como los califican tantas personas desde su comodidad-. Ellos son víctimas de la injusticia social de la que esta parte de Colombia, hoy ganadora, se cansó y ha puesto todo de su parte para comenzar a revertirla. Que la injusticia se haga justicia, que le vida triunfe sobre la muerte, que la paz acabe con la guerra.

Espontáneamente mucha gente ha salido a la calle para celebrar este triunfo. No importa la lluvia (en Bogotá) porque es más grande la alegría del triunfo. Pero lo más interesante es la presencia masiva de tantos jóvenes. A ellos también les debemos este triunfo porque son los que hace un año protestaron en las calles porque la situación que vivimos no se puede tolerar más. Su constancia, audacia y fortaleza muestra la conciencia política de los jóvenes y su compromiso con construir nuestra patria. No es verdad que los jóvenes son vándalos -como también los califican tantas personas que solo viven en su pequeño mundo, temerosos de cualquier cambio-.

La alegría de este momento refleja un sentir del “pueblo”. Ese pueblo que se logra unir y luchar por causas comunes. De este pueblo nos habla el papa Francisco en la Fratelli Tutii, pero lamentablemente, hay una porción de Iglesia que no puede salir a celebrar con este pueblo, porque parece que nunca esta con él, aunque en teoría dice seguir al Jesús del reino, donde los pobres ocupan el primer lugar. ¡Esas son las incoherencias de nuestra fe!

Los periodistas de los medios casados con el gobierno actual, no saben muy bien cómo transmitir este triunfo. Se les ve rígidos, como a muchos de los invitados a comentar. Es que después de tantos meses contribuyendo al desprestigio de la campaña del Pacto Histórico, ahora no saben ni qué decir. Porque, aunque fue verdad que de todas las campañas hubo iniciativas de atacar personalmente al contrincante, es verdad de toda verdad que contra Petro todo eran ataques, todo era distorsión, no hubo un solo debate en que los oponentes no partieran de una mentira para atacarlo y que los periodistas no le hicieran preguntas con la intencionalidad de reforzar prejuicios infundados.

Por supuesto que las cosas no van a cambiar mágicamente. Creo también que errores no faltarán. Estaremos escribiendo en el futuro con desacuerdos frente a decisiones que tomen. Pero no olvidemos que cualquier decisión necesita la aprobación del congreso y será una “obra de arte” conseguir unir fuerzas para el bien de Colombia. No faltará la oposición férrea de los contrarios. Sin embargo, Colombia no va a ser la misma después de este triunfo. Por primera vez nuestro país se mira desde la periferia, por primera vez los que nos hablan son representantes de los indígenas, de los afro, de los campesinos, de las víctimas, de los pobres, de los nadies y las nadies, pueblo colombiano que trabaja con tanta dignidad y que por siglos ha sido víctima de tanta injusticia social.

Gracias Francia Márquez por hacer realidad que una mujer como tú -a los que tantos tienen recelo por ser negra, ser lideresa, ser valiente- ocupe este segundo cargo de la nación, rompiendo el techo para las mujeres pobres, negras, del pueblo. Desde tu maravillosa votación en las consultas nos has mostrado que existe esta porción de pueblo que levanta la voz y es capaz de encargarse de liderar el rumbo del país por la senda de la vida, vida que has defendido con el compromiso de tu propia vida.

Gracias Gustavo Petro por no haberte cansado a pesar de tanta oposición. Tu vida vale la pena ¡y sin duda! Como dijo algún periodista o comentador, has sabido interpretar el sentir del pueblo y merecías ser nuestro presidente. Tus primeras palabras, después de este triunfo, son las que necesitamos: una política del diálogo, del amor, de la reconciliación, de la paz y, sobre todo, abrir las puertas del cambio. No estamos bien y tenemos derecho a estarlo. Confiamos que estos cuatro años que vienen sigamos trabajando por la unidad y la paz, por la justicia social y la inclusión de todos/as, por superar tanta violencia que no tenemos porque vivir. ¡Tenemos derecho a vivir en paz! ¡Tenemos derecho a ser felices! ¡Tenemos derecho a vivir sabroso!

miércoles, 15 de junio de 2022

 

Que sea lo que Dios quiera

 

Olga Consuelo Vélez

 

Cuando uno ha puesto todo lo que puede para apoyar una causa y siente que no hay nada más que hacer, brota, espontáneamente, la siguiente frase: “Que sea lo que Dios quiera”. Sin embargo, es bueno reflexionar sobre esta expresión porque tiene su sentido positivo y su sentido negativo. Como positivo está el hecho de que uno deja en manos de Dios el futuro que no puede controlar y confía que Él siga presente, venga lo que venga. Pero lo negativo es que parece que Dios será el artífice de lo que suceda y esto, en realidad, no es así. Y, en este sentido podemos hacer preguntas en torno a la oración de petición, a la figura de Dios, a la responsabilidad humana. Sobre esto quiero decir alguna palabra.

 

Sobre la oración de petición, teniendo esta oración, el profundo sentido de reconocer la limitación humana y la apertura confiada a Dios, es la más manipulada y deformada porque puede evadir la responsabilidad humana y, por otra parte, se convierte en medio de pedirle a Dios las cosas más absurdas. Conocemos las muchas peticiones que se hacen a Dios para que gane un equipo de futbol u otro. Lo mismo para que ganemos la lotería o cualquier concurso en el que se participa. O en la política, para que gane un candidato u otro. Si hiciéramos un mínimo de reflexión crítica, nos daríamos cuenta de lo irracional de estas peticiones porque Dios no puede manipular la realidad para que suceda lo que le pedimos, máximo cuando los peticionarios están pidiendo cosas opuestas. Si creyéramos que Dios intervino por la fuerza de nuestras oraciones en esos asuntos, podríamos quedar rápidamente decepcionados porque gana el contradictor y, entonces parecería, que Dios no está de nuestra parte. Otras peticiones como por la salud, el trabajo, la paz, los seres queridos, etc., son más razonables porque, en verdad, son situaciones que las intentamos vivir desde la fe, reconociendo la presencia de Dios en todas ellas. Pero, en todos los casos, hemos de tener claro el sentido de la oración de petición que se conecta directamente con la imagen de Dios que tenemos y con la responsabilidad humana que no podemos evadir.

 

El conocido texto de Mateo (7,7): “Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá, porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama, se le abrirá” parece que justifica que pidamos mucho y que al final ganará el que más haya pedido. Esto se usa bastante para manipular con la psicología de masas a muchas personas que reunidas en las llamadas vigilias de oración o reuniones similares, el dirigente incita a los participantes a que griten con más fuerza, oren con más intensidad, pidan con más convencimiento, en fin, mueve las masas a esos estados de histeria colectiva que, sinceramente, tienen muy poco que ver con la experiencia cristiana y si mucho con la manipulación colectiva que se hace en nombre de muchos asuntos, pero lamentablemente, también en nombre de Dios.

 

Las cosas que resultan de cualquier situación que vivimos, no son “lo que Dios quiere” sino lo que nosotros hemos querido que sean. Por supuesto hay algo de azar como un partido de futbol, pero eso no exime que entre mejor jueguen, hay mucha más probabilidad de ganar. En los juegos de azar, son precisamente eso, “azar”. A veces pareciera que hay gente más afortunada que otra, pero no por ser mejor, sino por el azar que así lo determina. En la política, saldrá el candidato que elijamos, de eso no hay duda. Si fuera así, Dios tendría la culpa de tanto dictador o presidente nefasto que se ha tenido en la historia.

 

Por lo tanto, “que sea lo que Dios quiera” nos puede evadir de nuestra responsabilidad en cada una de las situaciones que vivimos. Hasta el último momento, lo que cuenta son nuestras acciones. El bien común depende de nosotros. El cambio climático es consecuencia de nuestros comportamientos. Los resultados electorales dependerán de la conciencia con que se haya votado, pero también de la pasividad, la indiferencia, la falta de conciencia crítica, los intereses propios y tantas otras realidades humanas que son las que, en definitiva, producen unas consecuencias u otras.

Y, entonces ¿tiene sentido la oración de petición? Tiene sentido si es para pedirle a Dios que nos haga responsables, comprometidos, generosos, auténticos. Tiene sentido para que nos ayude con su presencia a realizar todo lo que esta en nuestros manos hacer. Tiene sentido para que purifique nuestros intereses egoístas y podamos hacer cada vez mayor bien. Hay que “pedir”, pero no que Dios mande mágicamente del cielo algo sino pedir que no nos cansemos de hacer todas las acciones necesarias para que las cosas sean mejores para todos. Hay que “buscar” nuevas maneras de mirar la realidad para cambiar todo aquello que no ha funcionado, hay que “llamar” a la conciencia humana para que no se canse de hacer el bien. De esa manera “se recibe, se encuentra, se halla” (retomando el texto de Mateo que señalamos antes) un mundo más justo, un mundo más fraterno/sororal, un mundo no excluyente, en otras palabras, un mundo como Dios quiere.

 

Lo que Dios quiere es que prime la justicia y la vida digna para todos. Lo que Dios quiere es que no haya exclusiones, marginaciones, opresiones por razón de sexo, género, etnia, condición socioeconómica, etc. Lo que Dios quiere es que construyamos la paz, que haya reconciliación y posibilidad de comenzar de nuevo. Lo que Dios quiere es que en este mundo se les garantice la vida a todos los seres humanos. Pero cuenta absolutamente con la libertad humana para hacerlo posible. La oración nos introduce en este horizonte donde el querer de Dios se confía al querer humano y el querer humano cree que Dios no lo deja de su mano y lo expresa en la oración de petición, sin esperar una intervención mágica de Dios ni muchos menos sin dejar de sentirse responsable por cada una de sus acciones.

martes, 7 de junio de 2022

Una Iglesia con Espíritu

Consuelo Vélez

 

Con el papa Francisco hemos soñado con una Iglesia distinta. Ya desde el inicio de su pontificado, nos animó con sus palabras: “quiero una Iglesia pobre y para los pobres”. Después nos ha ido enriqueciendo con sus escritos:  Evangelii Gaudium en la que destaca la dimensión social de la fe; Laudato Si, y Querida Amazonia, en los que, el compromiso con una ecología integral, nos interpelan profundamente sobre el cuidado de la casa común. También Amoris laetitia sobre el amor en la familia, Gaudete et exsultate sobre “los santos de la puerta de al lado”, Christus vivit sobre los jóvenes y Fratelli tutti sobre la fraternidad/sororidad y la amistad social, destacando la política como la forma más alta de la caridad. Fuera de estos documentos están las muchas cartas apostólicas y las constituciones, la última de las cuales, Praeticate Evangelium, entró en vigor el pasado 5 de junio, en la que propone la reforma de la curia a partir de la misión esencial de la Iglesia: predicar el evangelio. Cada uno de estos documentos merecen una lectura detenida para entender y poner en práctica todo lo que proponen para cambiar el rostro de la Iglesia.

 

Efectivamente, esta iglesia necesita con urgencia una reforma, un cambio. Si confrontamos lo que Vaticano II trazó para ella según la Constitución Lumen Gentium -una Iglesia Pueblo de Dios-, constatamos que falta mucho para hacerlo realidad. Con la propuesta de la sinodalidad -una iglesia donde todos caminan juntos- el papa volvió a impulsar este esfuerzo de reformar la Iglesia. Pero los logros no parecen ser demasiados. Especialmente los jóvenes se van alejando más y más y esto no es un dato menor. De ahí que sea importante seguir pensando qué hacer para que la reforma de la Iglesia sea una realidad. En este sentido, si miramos los evangelios, encontramos la respuesta contundente: necesitamos una Iglesia con Espíritu, es decir, una Iglesia donde Él pueda ser el protagonista, conduciéndola por los caminos de la sencillez, el testimonio y el compromiso decidido con los pobres de la tierra.

 

Pero ¿acaso la Iglesia actual no está guiada por el Espíritu? ¿acaso no es Él quien nos anima e impulsa en nuestro compromiso cristiano? Por supuesto que sí y, afortunadamente, hay mucha gente abierta a su acción, haciendo posible tanta bondad y bien. Pero las estructuras eclesiales no parecen muy llenas del Espíritu. Se ven rígidas, inmóviles, excluyentes, apegadas a lo que siempre se hizo de una manera, recargadas de lujos, protocolos, reverencias. Y los que se empeñan en mantener ese tipo de estructuras invocan que lo sagrado ha de ser así. No parece que ese estilo tenga algo que ver con el Espíritu de Jesús. Los evangelios nos muestran a un Jesús que vive lo sagrado en medio de la gente. Lo que le interesa es la misericordia y la inclusión, la solidaridad y el compromiso, la liberación de todas las esclavitudes: “El Espíritu me ha ungido para anunciar la Buena Nuevas a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Jesús anuncia el reino de Dios con palabras y signos que siempre van a favorecer a la gente. Las curaciones (Mc 5, 21-43; 6, 53-56) liberan a los enfermos, sobre todo, del estigma social que suponía la enfermedad en el contexto judío. La multiplicación de los panes (Mc 6, 30-44; 8, 1-10), que podríamos interpretar como un gesto eucarístico, muestra claramente que ese pan repartido no es para los puros sino para la población hambrienta por las carencias que cada persona puede tener. Y así, toda la praxis de Jesús habla de cercanía y misericordia, contrastando a los fariseos y escribas de su tiempo que solo se fijan en los mandatos de la ley, olvidando que la persona es quien debe ser el centro y la ley ha de estar a su servicio.

 

Una Iglesia con Espíritu es la Iglesia que recupera la praxis de Jesús. Que pone a las personas en primer lugar. La Iglesia con Espíritu es la que no condena, no excluye, no discrimina, no ataca, no sataniza lo distinto. La Iglesia con Espíritu es la que se detiene en el camino como el buen samaritano (Lc 10, 29-37) para curar a todos los caídos en el camino. Es la que sabe que su misión es abrir caminos de esperanza siempre y en todas las circunstancias. Es la que desde su sencillez ofrece lo que tiene, sin pretensión de ser la única que sabe o la que tiene la última palabra. La Iglesia con Espíritu es la que sabe estar en camino discerniendo los signos de los tiempos de cada momento histórico para responder a lo que las situaciones hoy demandan. Es la iglesia que abre puertas y ventanas para que el Espíritu limpie, renueve, transforme, cambie, desinstale. Es la Iglesia en salida, es la Iglesia misionera, es la Iglesia sinodal. Es la Iglesia pobre y para los pobres donde ellos se pueden sentir en casa porque no hay clases sociales o moralismos excluyentes. Es la Iglesia donde los clérigos no están en puestos de honor sino sirviendo a los demás, conforme a la vocación que han escogido. Es la iglesia donde el laicado puede tener voz y protagonismo y se corresponsabiliza de la misión evangelizadora que el mismo Jesús le ha confiado. Es la Iglesia en la que la vida religiosa se convierte en un símbolo claro de la vida que se entrega al servicio sin atarse al poder, al honor, a los privilegios. A esta Iglesia estamos invitados y, está en nuestra apertura al Espíritu, hacerla posible.

 


domingo, 5 de junio de 2022

 

Elecciones presidenciales ¿hacia cuál cambio?

 

Olga Consuelo Vélez

 

La segunda vuelta en las elecciones presidenciales en Colombia, han mostrado que el sentimiento de cambio frente al actual gobierno se ha manifestado. Sin embargo, esto nos lleva a un momento crucial: ¿hacia cuál cambio? Sería maravilloso que pudiéramos construir ese cambio entre todos, pero así no funciona la democracia. Tenemos que escoger entre las dos opciones que ganaron, nos guste o no nos guste. Ninguna es completa, pero sinceramente, no creo que sean dos opciones de igual peso y, por eso, invocar razones y ayudar a un buen discernimiento es nuestra tarea en estos días.

Afirmo que no son dos opciones del mismo peso porque la del Pacto Histórico es una propuesta pensada y con una articulación de todas sus partes a partir de un horizonte distinto al que tenemos hoy. Y, precisamente, esto es lo que causa resistencias. No porque no sea válida, coherente y posible, sino porque nos obliga a mirar desde otra orilla y, lamentablemente, cuesta demasiado “salir de lo que siempre fue así”. Y, para completar, tenemos la mente tan colonizada que tantas personas que viven con lo mínimo y luchan día a día por sobrevivir, son los primeros en temer al cambio y defender el sistema neoliberal que los mantiene sumidos en sus condiciones precarias. No salgo de mi asombro al escuchar a personas a las que las EPS no les cumplen con la salud a la que tienen derecho y temen que las reformen; a personas que teniendo estudios universitarios no logran conseguir trabajo y llaman de vagos a los que piden oportunidades laborales; otros han fracasado en sus pequeños emprendimientos porque el sistema neoliberal les hizo imposible competir con los grandes empresarios y siguen defendiendo este sistema; a los que han pagado abogados para pasar de los sistemas de pensión privados a Colpensiones porque saben que aquellos fondos no les darán sino lo mínimo, pero defienden a los fondos privados; en fin, los ejemplos son infinitos y estas mismas personas llaman de vándalos o vagos a estas personas, especialmente jóvenes, que están empeñados en conseguir cambios y, gracias a su conciencia política, su generosidad y su lucha, van abriendo caminos distintos (nadie niega que haya algunos grupos que se exceden pero con estas ambigüedades se han hecho todas las luchas y son inevitables).

La opción de Hernández no es un cambio. Son consignas atractivas sin ningún horizonte que las sostenga porque la respuesta casi mayoritaria que él da cuando le preguntan “cómo va a hacer eso”, es que acabará con los corruptos. O sea, para él parece que todos los problemas sociales derivan de que los corruptos se apropian del dinero y cuando se les quite se acabará el problema. Por supuesto que hay que ir contra la corrupción, pero esta no es la única causa y no se soluciona de esa manera. Sin nombrar que él forma parte de la clase corrupta que aprovechándose de circunstancias que se le presentan, se queda con la mejor parte a costa de los demás. Abundan los videos en este sentido.

Finalmente, conozco gente muy sincera que votó por Fajardo porque les parecía que era la opción más “honesta”. En verdad me da pena que, según parece por sus acciones, tanto Fajardo como Robledo y Amaya serán capaces de quedarse en sus odios y resentimientos, antes que optar por el bien común. Y no salgo de mi asombro como todos los llamados “antipetristas”, defienden lo “indefendible” al referirse a Hernández. Minimizan, justifican y hasta alaban a Hernández, aunque se les muestre las evidencias de lo contrario, con tal de no reconocer que, en este momento, la opción real, concreta y posible es Gustavo Petro.

Ojalá gane el Pacto Histórico. Será una señal de que lo razonable se impuso ante lo irracional, que el bien común triunfo sobre la visión individualista, pero sobre todo que la política seria, reflexionada y planificada triunfó sobre el populismo y la insensatez que parece que tantos, en este momento histórico, enarbolan sin darse cuenta del daño real que harán a Colombia por seguir anclados en sus odios infundados y razonamientos mentirosos.