viernes, 26 de mayo de 2023

 

Que venga el Espíritu de Dios y nos transforme

Olga Consuelo Vélez

La fiesta de Pentecostés nos convoca a renovar la presencia del Espíritu en la vida de la Iglesia.  ¡Y cuanta falta hace! Porque, aunque es verdad que las sociedades han cambiado y hay menos presencia de lo religioso, también es verdad que la gente sigue buscando experiencias que le den sentido a su vida, que les permitan encontrar nuevos horizontes. Pero no parece que la institución eclesial supiera responder a estas nuevas búsquedas. ¿Será que no deja que aflore al Espíritu? Veamos algunos textos bíblicos que pueden ayudarnos a ver si de esa manera actúa el Espíritu en la vida eclesial.

El Espíritu de Dios “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Entonces, ¿por qué tanto temor a lo nuevo? La historia muestra que la Iglesia casi siempre llega tarde a los cambios. Se resiste una y otra vez a lo que la ciencia, la cultura, lo social o lo teológico postulan. Sobre todo, es muy llamativo que, teniendo una reflexión bíblica y teológica tan desarrollada, esta no se refleje en las predicaciones, en la liturgia, ni en las posturas de la Institución. Se mantiene, en algunas instancias, una teología más centrada en conceptos y dogmas que abierta al dinamismo de la historia, de la exégesis, de la hermenéutica, de lo existencial, del compromiso con lo social, como bien lo indica Vaticano II.

“Donde está el Espíritu, allí hay libertad” (2 Cor 3,17) y en la Iglesia hace falta ese espíritu de libertad que la haga ágil, transparente, sencilla, para dejar lo que se ha convertido en lastre o en irrelevante y acoger lo que puede decirle algo a la gente de hoy. Pero la institución eclesial muchas veces se apega a la letra de la ley convirtiéndola a ella en garante de fidelidad. Parece olvidar toda la praxis de Jesús frente a las instituciones religiosas de su tiempo, en la que mostró que estas han de estar al servicio del ser humano y no al contrario. Pero es más fácil justificarse con lo establecido que practicar la misericordia. Otras veces la institución eclesial vive apegada a sus estructuras, a sus obras, a sus campos de apostolado, sin permitirse pensar si no podrían ser de otra manera, si no deberían dejar algunas tareas -que  ya las atiende el estado o tantas personas del ámbito civil- y arriesgarse a comenzar de nuevo, ofertando con sencillez y en pobreza, el anuncio de la Buena Noticia del Reino.

 “Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios impulsados por el Espíritu Santo” (2 Pe 1,21). Se nota mucho la falta de profecía en la institución eclesial. Su palabra se levanta para oponerse a lo que parece la ataca a ella, pero no para defender la vida de los pobres, la dignidad de todo ser humano, la justicia social, los derechos humanos. Su palabra en estos campos es muy tímida -si es que llega a pronunciarla-. Parece que ha de ser garante del status quo establecido -así sean gobiernos neoliberales, explotadores e injustos- porque tal vez con eso asegura su propio status, olvidando que su razón de ser no es para sí misma sino para estar del lado de los más necesitados. Invoca continuamente la “neutralidad”, cuando en este mundo es imposible ser neutral porque siempre se habla, se piensa, se decide desde un lugar. Y, precisamente por eso, Jesús escogió vivir desde el lado de los últimos y esto es lo que no debería olvidarse en la institución eclesial.

“En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gal 5, 22-23). De todo esto la institución eclesial debería dar más testimonio para mostrar la vida del Espíritu en ella. Pero sus liturgias tantas veces son tristes, su paciencia y amabilidad no se nota demasiado en el trato diario, además porque los lugares eclesiásticos se han convertido en estructuras cerradas donde solo entra quien goza de algún privilegio, pero no el común de las gentes para quien, dichas estructuras, deberían estar a su servicio, ya que el pueblo de Dios son su razón de ser. Pero también la institución eclesial podría ser más humilde, no pretender imponer sus criterios a toda la sociedad sino ofrecerlos con sencillez y sin oposición. Posiblemente así sería más reconocida y aceptada.

Podríamos seguir recordando tantos textos bíblicos que nos hablan del Espíritu de Dios y su modo de actuar en el mundo. Pero basta decir que, la celebración eucarística de este domingo al conmemorar la venida del Espíritu sobre la comunidad eclesial es una magnifica ocasión de pedir nuevamente “que el espíritu sea derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5) para que todo aquello que Él nos regala se haga vida en cada uno y, sobre todo, en la institución eclesial, llamada a ser signo del Reino.  “Que riegue la tierra en sequía, sane el corazón enfermo, lave las manchas (demasiadas en este último tiempo sobre todo a raíz de la pederastia y la falta de transparencia) y de calor de vida en el hielo”. Que la luz del Espíritu pueda irradiarse sobre este mundo, no para condenarlo sino para alentarlo, acompañarlo, sanarlo, transformarlo.

domingo, 14 de mayo de 2023

 

¡Qué fácil es añorar las cebollas de Egipto!

Olga Consuelo Vélez

Hace nueve meses cuando ganó el actual gobierno manifesté mi beneplácito y mi confianza en sus propuestas. Hoy en día lo reafirmo porque me sigue entusiasmando la visión de país que se proyecta y los pasos que poco a poco se van dando. Pero últimamente crece la sensación -en gran parte alimentada por los medios de comunicación- de que vamos camino al fracaso y de que solo hay errores en lo que se va haciendo. Por eso quiero hacer algunos comentarios, no con la pretensión de hacer un análisis político del momento, sino desde el sentido común.

La actual situación me hace pensar en la experiencia de liberación del pueblo hebreo. Según relata el libro del Éxodo, Dios con mano poderosa hizo pasar a los israelitas el mar rojo, liberándolos de la esclavitud a la que los tenían sometidos los egipcios. Pero una vez comenzaron la travesía por el desierto, entraron los miedos y las añoranzas. El pueblo comenzó a decir: “¿Quién nos dará carne para comer? ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! En cambio, ahora tenemos el alma seca” (Núm 11, 4-6). Era tal la queja del pueblo que Moisés le reclama a Dios porque no sabe de dónde va a sacar carne para alimentarlo y siente que esa situación es demasiado pesada para él (Núm 11, 10-15).

Lo que me interesa subrayar de esa comparación con el pueblo de Israel, es la experiencia de miedo ante cualquier propuesta transformadora que se presenta. Con seguridad, las reformas que se proponen no son las mejores y contarán con muchas falencias. Sin embargo, son un intento de buscar la justicia social. Pero hay demasiadas resistencias. Por poner un ejemplo, me asombra escuchar cómo tantas personas se quejan por el mal servicio que reciben de las prestadoras de salud y que no consiguen citas con los especialistas, ni les dan las medicinas más especializadas, pero ante la propuesta de acabar con ellas, salen a defenderlas cómo si fueran suyas o fueran la única posibilidad de ofrecer un servicio de salud. O, ante la reforma laboral, que busca garantizar una remuneración justa para los trabajadores, nos asustan con que se acabarán muchos empleos porque los empresarios no van a pagar ese salario. Es decir, hemos de contentarnos con un salario injusto para que se creen puestos de trabajo. Son lógicas bastante extrañas, pero funcionan perfectamente en gran parte de la población y así se convierten en esas fuerzas resistentes ante cualquier cambio.

Creo que este gobierno desde el primer día se puso en camino con las promesas hechas en campaña y no es de extrañar que lleguen las experiencias de desierto. No hay que olvidar que son muchos los problemas que tenemos en nuestro país y demasiados los frentes que se tienen que atender. El conflicto armado, la delincuencia, el narcotráfico, la injusticia social, no llegó con este gobierno. Todos estos problemas los arrastramos hace mucho y es normal que cada vez quieran ganar más terreno. De ahí que la tarea sea tan ardua. Ni este gobierno, ni ningún otro, lograra cambiar las cosas de un momento para otro. Pero este gobierno tiene una desventaja: se alimentan continuamente los imaginarios de que todo lo está haciendo mal. Y aunque la prensa se queja de que el presidente les quiere quitar la libertad de expresión, basta leer los titulares para entender que las noticias que presentan tienen el sesgo de lo que falta -y muchas veces aumentado-, y no de lo alcanzado. La oposición al gobierno no es principalmente por el contenido mismo de las reformas, sino por ese ánimo perverso de que le vaya mal, porque no logran soportar que un cambio venga de las clases populares, de un exguerrillero, de una mujer negra y pobre, en definitiva, del corazón del pueblo al que siempre han manipulado.

Que bien haría a la llamada oposición y a tanta gente del común que se adhiere a esa perspectiva, volver sobre las palabras de Francisco, cuando se refiere al contexto sociopolítico. Por lo menos podrían entender algo de los profundos cambios que se necesitan. Por ejemplo, en su primera exhortación, Evangelii Gaudium, refiriéndose a la realidad económica afirma las falacias de las políticas del libre mercado: “algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’ que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por si mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”. (n. 54). O en la Encíclica Fratelli Tutti, refiriéndose a la propiedad privada, dice: “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada (…) El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica” (n. 120).

En definitiva, ¡Qué fácil es añorar las cebollas de Egipto! Esto es lo que está pasando en varios países que giran a la ultraderecha, cuando sus gobiernos progresistas inician reformas. No sería raro que pasara eso también en este país. Pero vale la pena seguir apoyando los cambios todo lo que se pueda. Habrá que reconocer errores, desaciertos y equivocaciones. Pero también se podrán abrir caminos que tarde o temprano darán buenos frutos. Esta es la esperanza que acompaña mi perspectiva de país y no quiero dejar de alimentarla.