jueves, 25 de marzo de 2021

 

¡Cuánta necesidad tenemos en la iglesia de urgentes y necesarios cambios!


 

Nos acercamos nuevamente a la celebración de la Semana Santa, pero una vez más, con muchas medidas restrictivas. La pandemia sigue confrontándonos con la vulnerabilidad humana y ni siquiera, los esfuerzos por vacunar a la población son suficientes para mitigar los contagios. En muchos lugares se han cancelado las procesiones y se pide que no haya aforos grandes en los templos. Ahora bien, como hemos dicho tantas veces, posiblemente esta situación nos ayude a interiorizar el misterio que vivimos descubriendo mejor su auténtico sentido.

De ahí que acercándose el Domingo de Ramos nos preguntamos: en un tiempo de pandemia, sin posibilidad de hacer procesiones, ¿qué nos dice Jesús entrando a Jerusalén sentado en un asno y siendo reconocido por los que le seguían como alguien que viene en nombre del Señor? (Mc 11, 1-11)

Muy fácilmente entendemos que el rey de los cielos, en Jesús, es un rey muy distinto. No entra con la pompa y honra de los reyes de la tierra sino con la sencillez que reflejan el asno y el pueblo que le sigue. No son los grandes y poderosos los que salen a su encuentro sino todos los necesitados que le piden “por favor, salva” (uno de los significados del término ‘Hosanna’ en la Biblia). ¡Cuanta necesidad de recuperar esa sencillez en la vida de la iglesia, esa humildad en su forma de actuar, esa capacidad de estar entre los últimos de cada tiempo presente!

El que Jesús entre a Jerusalén nos remite a que el anuncio del reino ahora llega al corazón de la religión de Israel. Y allí Jesús va a actuar con “autoridad” -como le van a increpar después los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos- con un signo muy cuestionador: derribando las mesas de los vendedores del templo y acusándolos de haber convertido esa casa -que debía ser de oración- en una cueva de ladrones (Mc 11, 15-19) ¡Cuánta necesidad de purificar nuestra imagen de Dios, nuestra liturgia, nuestra espiritualidad de todo aquello que se convierte en sucedáneo, justificación personal, bienestar propio, tranquilizador de conciencia, y no responde al Dios del reino anunciado por Jesús!

Como ya dijimos, las autoridades judías le reprochan a Jesús sus acciones preguntándole con que autoridad actúa (Mc 11, 27-33). Pero Él sabe que ellos no están abiertos a entender su respuesta porque no les conviene confrontarse con sus propias justificaciones. El texto muestra que evaden la pregunta de Jesús sobre el bautismo de Juan -si era del cielo o de los hombres- porque conocen muy bien que si dan las razones correctas no tienen excusa y prefieren no continuar el diálogo. ¡Cuánta necesidad en nuestra iglesia de un diálogo sincero, abierto, con las realidades actuales para dar respuestas apropiadas! En varios temas sean sobre moral sexual, sobre participación de las mujeres, sobre inclusión de las poblaciones diversas y otros desafíos actuales, ¡qué difícil es para la jerarquía y para una parte del laicado escuchar otras razones y confrontarse con maneras distintas de valorar la realidad para dar un testimonio de acogida, respeto, valoración, aceptación en sociedades cada vez más plurales en todo sentido!

A partir de este momento, las palabras de Jesús se hacen más fuertes. Sea el texto de los viñadores homicidas (Mc 12, 1-12), o la acusación que les hace a los escribas de que solo buscan “pasear con amplo ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas, y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones” (Mc 12, 38-40), todos ellos dan las razones que lo llevaran a la muerte: se atreve a denunciar aquello que no se corresponde con la fe de Israel porque se aleja del Dios del reino -misericordia sin límites e inclusión sin condiciones- y se erigen como promotores de un Dios que les beneficia y justifica su falta de amor hacia los demás. ¡Cuanta necesidad tenemos todos en la Iglesia de dejarnos interpelar por las palabras fuertes de los jóvenes -que cada vez se alejan más de la experiencia religiosa-, de las mujeres que ya están cansadas de tanta exclusión y marginación patriarcal, de las poblaciones diversas a las que les dicen que no se les juzga en nombre de Dios pero se les niegan bendiciones y, así, tantos que alguna vez conocieron el mensaje de Cristo pero no logran seguir dentro de la institución porque el testimonio que encuentran no se parece nada a lo que un día escucharon como buena noticia!

En definitiva, celebrar la Semana Santa no es descansar unos cuantos días, o celebrar ritos litúrgicos, o dedicarse un poco más a la oración o lamentarse por no poder ir al templo. Celebrar esta semana es preguntarse si no seremos nosotros los que hoy también matamos a Jesús con nuestra manera de actuar contraria a los valores del reino, domesticando la buena noticia sin dejarle desplegar todo el potencial liberador que encierra. ¡Cuanta necesidad tenemos en la iglesia de la profunda libertad que pone la ley y el templo al servicio de los seres humanos para testimoniar al Dios del reino, de la vida, de la libertad, de la misericordia!

 

jueves, 18 de marzo de 2021

 

Queremos “ver” a Jesús, pero el de los evangelios

 

Vamos terminando el tiempo de cuaresma y nos preparamos para la Semana Mayor. Las lecturas de estos domingos de cuaresma nos han preparado el camino para lo fundamental: reconocer en Jesús de Nazaret, en sus hechos y palabras, al Hijo de Dios. El evangelio de este próximo domingo -V de cuaresma- nos puede ayudar para reflexionar qué tanto lo reconocemos o si, por el contrario, tenemos otras imágenes de Hijo de Dios que no son las reveladas por los textos bíblicos.

El evangelio comienza diciendo que unos griegos se dirigen a Felipe, rogándole: “queremos ver a Jesús”. El relato dice que Felipe fue a decírselo a Andrés y ambos van y se lo dicen a Jesús. La respuesta de Jesús es contundente: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto. El que ama su vida la pierde y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna” (Jn 12, 20-25). No podemos entender estas palabras de manera literal en el sentido de odiar el mundo y amar la eternidad, porque esta oposición que el evangelista Juan presenta en sus escritos es la manera de la que él se sirve para manifestar lo absoluto de Dios, contrario a todo lo demás, sin que eso signifique rechazar lo humano y las contingencias de nuestra realidad.

Un análisis exegético del texto nos brindaría muchos detalles ricos e iluminadores, pero no es nuestro objetivo aquí. Lo que buscamos es encontrar en este pasaje algunas pistas de reflexión para nuestra vida cristiana. Por eso estas palabras de Jesús, en vísperas de su pasión y precedidas del “en verdad, en verdad, les digo” nos interpelan sobre la comprensión que tenemos de la manera cómo él ha anunciado el reino de Dios y las consecuencias que esto ha traído para su vida.

Jesús, después de proclamar la buena noticia de misericordia y acogida a todos -especialmente de los más pobres-, de sus cuestionamientos a un cumplimiento de la Ley que tantas veces ahoga a las personas o de unas ofrendas en el Templo que dejan a muchos por fuera, sea por su condición económica o por su condición étnica o sexual (las mujeres deben quedarse en el patio del templo), llega al momento de recoger las consecuencias de sus acciones: un gremio sacerdotal que se ha visto atacado por sus críticas, unos escribas y fariseos que no aceptan la libertad que Jesús les invita a tener frente a la Ley y hasta un pueblo que está contento cuando recibe algún beneficio pero no logra comprender a fondo la propuesta de Jesús. Y en momento de dificultad, la deserción se hace más evidente: aquellos que le siguieron empiezan a dudar de si ese sería el camino, de si no fue exagerado, si no podría haber sido más prudente, si no está llevando las cosas al extremo y con eso está rompiendo la armonía, en fin, todas aquellas dudas que ayer y hoy nos asaltan cuando emprendemos un camino de fidelidad al evangelio y, por las dificultades que conlleva, nos hacen dudar, retroceder y hasta renegar de haber emprendido dicho camino.

Pero Jesús mantiene la fidelidad al proyecto del Padre y nos invita a mantenerla: “ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Si para Marcos la “hora” de Jesús es la cruz “Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora” (14, 35), para Juan es la Pascua: “Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! (12, 27).

¿Habremos entendido la manera cómo Jesús ha puesto en acto el reinado de Dios y su fidelidad a pesar de todas las incomprensiones e incluso de la muerte en cruz que se avecina? ¿Queremos “ver” a este Jesús del evangelio o esperamos otro Jesús, aquel que nos bendiga nuestra manera de ser y de actuar y que no nos desinstale de nuestros propios beneficios? La respuesta no vendrá de un sí o un no que pronunciemos sino de las implicaciones que el tiempo que vivimos esté dejando en nuestra vida. Como se ha dicho tantas veces, si esta experiencia de pandemia no nos está transformando, habremos perdido la oportunidad de leer este signo de los tiempos, a través del cual Dios nos interpela. La pandemia reveló una estructura socio económica muy precaria, en la mayoría de los países, un sistema de salud demasiado frágil y una estructura privada capaz de controlar las vacunas desde las farmacéuticas y mantener la desigualdad en su adquisición. La universalidad de los derechos y la inclusión de todas las personas en ellos no es algo conseguido en nuestro mundo, falta demasiado. A nivel eclesial, hemos constatado que la vida cristiana estaba (o sigue estando) demasiado centrada en el culto y que el protagonismo del laicado aún es un ideal por conseguir ya que en tiempos de pandemia parece haberse quedado huérfano por la falta de templos abiertos a los cuales acudir. Todo lo anterior no quita el que también se ha dado una creatividad inmensa y una generosidad desbordante desde diferentes instancias para responder a la realidad social y para seguir alimentando la fe.

Pero es importante preguntarnos: ¿Cómo prepararnos para vivir el misterio pascual con los retos y compromisos que la pandemia nos ha traído? Podemos dejarlos de lado, acostumbrarnos a vivir con esa llamada “nueva normalidad” o repensar a fondo como transformar lo negativo que la pandemia ha revelado, sabiendo que si queremos cambios hemos de morir como el grano de trigo, conscientes de que no es una tarea fácil, pero sí inaplazable. Ojalá nos dispongamos con Jesús y como Él para no huir de la hora definitiva, sino disponernos a ella, sabiendo que en esto se juega la fidelidad al Jesús de los evangelios, nuestra verdadera pascua.

 

viernes, 12 de marzo de 2021

 

Una llamada al diálogo interreligioso entre los hijos e hijas de Abraham 



El viaje del papa Francisco a Irak no tuvo la trascendencia mediática que han tenido otros viajes por razones conocidas -la situación de pandemia- y también porque su itinerario fue sin encuentros multitudinarios y en una tierra muy difícil donde los cristianos son una minoría. Pero los que acompañaron de cerca el viaje, resaltaron el valor de este, especialmente, lo que significa para impulsar el diálogo interreligioso, diálogo que en la actualidad no es algo insignificante sino urgente e imprescindible porque, entre otras cosas, crece la presencia de las otras religiones en los países tradicionalmente católicos. También fue importante la presencia del papa como pastor cercano y solidario con esa pequeña comunidad católica tan golpeada por la violencia.

 

Sobre el impulso al diálogo interreligioso fue muy importante el encuentro que el papa tuvo en 2019 con el jeque Ahmed el-Tayeb, gran imán de Al-Azhar en Egipto, con quien firmó un documento sobre la fraternidad humana y, en esta ocasión, con el gran ayatolá Ali al-Sistani en Najaf, considerado el líder más influyente de los musulmanes chiítas. Los líderes religiosos cada vez son más conscientes de que la religión tiene mucho que aportar a la paz mundial y estos encuentros impactan positivamente para reforzar este mensaje.

 

En el capítulo octavo de la Encíclica Fratelli Tutti, titulado, “Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”, Francisco señaló la importancia del acercamiento entre las religiones: “el diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o tolerancia (…), el objetivo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencia morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor’” (n. 271). Más aún, señaló el fundamento creyente para la vivencia de esta fraternidad: “Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que ‘sólo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros’. Porque la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad” (n. 272). En la encíclica el papa llama a establecer dicho diálogo desde la propia identidad, vivida con responsabilidad y apertura, buscando caminos para “conversar y actuar por el bien común y la promoción de los más pobres” (n. 282) y reconociendo “los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterio fanático del odio” (n. 283).

 

Este viaje, por tanto, ayudó a poner en práctica lo expresado en la Encíclica y a visibilizar a ese país que a pesar de todas las dificultades que ha vivido, sigue con esperanza y alegría, creyendo que un futuro mejor es posible. Cabe destacar las palabras del papa antes de rezar por todas las víctimas de la guerra en la ciudad de Mosul: “Si Dios es el Dios de la vida -y lo es- a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre. Si Dios es el Dios de la paz -y lo es- a nosotros no nos es licito hacer la guerra en su nombre. Si Dios es el Dios del amor -y lo es- a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos”. Dichas palabras hemos de reflexionarlas una y otra vez porque se aplican igualmente para nuestros propios contextos donde sigue habiendo muerte -de muchas formas- entre quienes deberían sentirse y vivirse como hermanos.

 

En su encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos/as, seminaristas y catequistas, les recordó lo que ha sido insistencia en sus discursos a estos miembros de la iglesia: “Sabemos que nuestro servicio conlleva también una parte administrativa, pero esto no significa que debamos pasar todo nuestro tiempo en reuniones o detrás de un escritorio. Es importante que estemos en medio de nuestro rebaño y que ofrezcamos nuestra presencia y nuestro acompañamiento a los fieles de las ciudades y de los pueblos (…) Sean pastores, servidores del pueblo y no administradores públicos, clérigos funcionarios. Siempre con el pueblo de Dios, nunca separados como si fueran una clase privilegiada. No renieguen de esta “estirpe” noble que es el santo pueblo de Dios.”. Terminó su viaje encontrándose con el padre de Aylan, el niño encontrado muerto en la playa turca en 2015, víctima como tantos migrantes de unas rutas peligrosas para tocar otras tierras que les hagan posible una vida digna.

 

Una palabra final sobre la “fraternidad de los hijos de Abraham” -como titularon algunos diarios el encuentro del papa con los líderes musulmanes-. Las imágenes (fotos) (las cuales hablan más que mil palabras) siguen mostrando que los líderes religiosos son varones y las mujeres son invitadas para decir algunas palabras -en los itinerarios y actividades que ellos organizan- y también pueden ser reconocidas en su labor, en su entrega, como el papa lo expresó dirigiéndose a los responsables de la iglesia: “no se olviden de sus madres y de sus abuelas, que los han “amamantado” en la fe, como diría san Pablo (cf. 2 Tm 1,5)”. Pero aún sigue interpelándonos aquel pasaje de la mujer encorvada en el que el jefe de la sinagoga le reprocha a Jesús por haberla curado en sábado y Él le responde: “Y esta que ES HIJA DE ABRAHAM, a la que ató Satanás, hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día sábado?” (Lc 13, 16). Todas las religiones siguen teniendo esta deuda pendiente con la mujer, no solo de desatarlas de sus circunstancias dolorosas (expresadas generalmente como “violencia de género”) sino reconocerlas, en verdad, como verdaderas hijas de Abraham, con lo cual no podría haber espacios negados para ellas en razón de su sexo.

 

lunes, 1 de marzo de 2021

 

Hasta que la igualdad se haga costumbre en todo lugar y tiempo

 

Hace poco un amigo muy querido me dio un consejo: “me gustan tus escritos, pero sería mejor no escribir tan seguido sobre la mujer porque la gente te va a encasillar en ese tema y, de pronto, algunos van a dejar de leerte”. Por supuesto mi amigo lo hizo desde la mejor buena voluntad y, en el fondo, tiene razón, porque comprometerse con una causa trae muchos problemas. En realidad, molestas a los que no quieren cambiar o a los que no ven la necesidad de cambiar y corres el riesgo de perder algunas oportunidades que esas personas podrían ofrecerte. Pero, al mismo tiempo, sabiendo que vas a contrariar a algunos (o a muchos), las realidades que nos llaman al compromiso despiertan en nosotros una sensibilidad que no se puede dejar de lado. Se comienzan a ver las cosas con otros ojos y descubres lo que para muchos pasa desapercibido. Creo que la experiencia podría compararse, de alguna manera, con lo que dijeron Pedro y Juan cuando fueron llevados ante el Sanedrín para que dejaran de predicar en nombre de Jesús. Su respuesta fue contundente: “no podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído” (Hc 4, 20) y, yo diría lo mismo: no puedo dejar de hablar de aquello que a diario constato como subordinación, maltrato, exclusión y violencia contra las mujeres, contrario a los derechos humanos y muy contrario al plan de Dios sobre la humanidad.

Por eso al acercarse el 8 de marzo, “Día Internacional de la mujer”, es necesario, una vez más, seguir apostando por la causa. Aunque muchas leyes ya han cambiado para garantizar la igualdad de mujeres y varones, los imaginarios y las prácticas aún están lejos de modificarse. Además, todos los procesos son muy lentos y toca seguir empujándolos para que algún día se “hagan costumbre”. Justamente con ese lema se vienen convocando varios eventos y se intensificarán este mes con respecto a la situación de las mujeres en la Iglesia: “Revuelta de mujeres. Hasta que la igualdad se haga costumbre en la iglesia”. Seguramente a muchos/as no les gusta la palabra “revuelta”. Otros/as invocarán que hay que tener mucha cautela para que no se rompa la comunión en la Iglesia. Por supuesto, hay que evitar todo tipo de violencia, pero levantar la voz, exigir derechos, insistir en el cambio, develar tantas actitudes ocultas, no es contrario a la comunión eclesial sino exigencia de la misma. La comunión se basa en el respeto, valoración, acogida e igualdad mutua. De lo contrario la comunión está rota, aunque externamente parezca que no pasa nada.

Sobre muchos detalles se podría reflexionar en este mes para seguir cambiando la realidad de las mujeres. Pero quedemos con dos que hablan de las leyes que favorecen o discriminan a las mujeres. En Colombia, por estos días se está volviendo a estudiar -por petición de un joven universitario- que se derogue un artículo del Código sustantivo del Trabajo que obliga a las empresas a establecer en su reglamento los oficios que no pueden ser desempeñados por mujeres. Seguramente cuando se formuló ese artículo estaba el imaginario de evitar trabajos pesados para las mujeres porque se cree que ellas son más débiles físicamente. Ya está de sobra comprobado que en realidad no debe haber limitaciones por ser mujer o por ser varón, sino por condiciones particulares de cada persona, pero independiente del sexo. Mantener leyes de ese tipo es discriminatorio y se presta para una remuneración menor para las mujeres, como todavía sucede en muchos campos. Cabe anotar que es muy interesante que no fue una mujer sino un varón -tal vez, educado con otra visión-, quien interpone la demanda para conseguir el cambio, porque en realidad la justicia en todos los campos no la tienen que pedir solo los afectados, sino cualquier ser humano que lucha por un mundo justo e inclusivo para todos, todas y todes.

A nivel eclesial ya se ha comentado el cambio que oficializó el papa Francisco, con el motu proprio Spiritus Domini, del canon 230 del Derecho Canónico que limitaba los ministerios del acolitado y lectorado a los varones. Al quitar esa restricción, se ayuda a cambiar el imaginario patriarcal y se abren nuevas posibilidades que beneficiaran a toda la iglesia, haciendo posible un modelo eclesial donde mujeres y varones ejerzan funciones ministeriales (por supuesto, de servicio; no de poder -este último es el que engendra el clericalismo) y haya así mucha más corresponsabilidad en la Iglesia. Es verdad que las leyes no cambian la realidad automáticamente. pero sin ellas es más difícil conseguirlo.

Sigamos pensando en este mes de marzo cómo avanzar en la igualdad de género para tener un mundo inclusivo que refleje mucho más el sueño de Dios sobre la humanidad: “Creó, pues Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 27). Cultivemos la sensibilidad por la justicia, esa que no deja pasar la multitud de sutilezas que nos impiden avanzar en los cambios necesarios, pero sobre todo la sensibilidad por tantas mujeres que siguen hoy en pleno siglo XXI sufriendo violencia de todo tipo, discriminación y exclusión en el ámbito familiar, laboral, social y eclesial, todo esto sin olvidar todas las transversalidades que se juntan y hacen más fuerte la violencia de género: si eres negra o indígena, si eres pobre o rica, si has tenido estudios o no, etc. Es un mes para alegrarnos por tanto conseguido, pero para seguir caminando tras todo lo que aún hace falta, “hasta que la igualdad se haga costumbre en todo lugar y tiempo” (Es justo decir que el amigo al que hice referencia al comienzo leyó este artículo e insistió en que le gustó mucho).