lunes, 30 de abril de 2018


De "populismos" y "derechos" para todos y todas

Colombia se aproxima a la contienda electoral y los candidatos están al 100% de sus campañas políticas. Pero las campañas no solo están en lo que cada uno dice en los diferentes eventos. Casi se puede decir que están más en las redes sociales donde muchas personas comparten imaginarios, prejuicios, exageraciones y hasta mentiras sobre cada uno de los candidatos, de manera bastante inconsciente pero consolidando puntos de vista que, la mayoría de las veces, no corresponden con la realidad. Ya sabemos que estamos en la era de la “postverdad”, es decir, se afirman mentiras con tanta seguridad que se llega a creer que son verdad. Y se posesionan en la mentalidad de muchos llegando a consolidarse de tal manera que no logran entender las razones que se esgrimen para mostrar que es mentira. Ya se afirmó como verdad y se perpetúa sin ningún fundamento.

Mi reflexión no es desde la política porque reconozco que no tengo mucha formación al respeto. Solamente es desde un sentido común y, por supuesto, desde mi postura creyente. Por eso tal vez alguien experto desmonte mis opiniones con facilidad. Pero me atrevo a hacerlas como búsqueda de caminos en esta coyuntura política. A lo que me quiero referir es a la dichosa palabra “populismo”. Parece que su primer significado es “discurso demagógico prometiendo solucionar demandas con el único objetivo de conseguir el poder”. Es muy posible que así lo utilicen muchos, por no decir “todos”. En época de elecciones todos los candidatos prometen muchas cosas. No solo los de izquierda –a los que parece se les estigmatiza con ese término- sino también los de la derecha. Por tanto, creo que tenemos que partir de que todos, absolutamente todos los candidatos, son populistas en ese sentido que acabo de decir.

Pero siguiendo a la teóloga y politóloga argentina, Emilce Cuda, el populismo es “ir a la realidad y tomar como unidad de análisis político la demanda popular -la necesidad- y ver la manera de satisfacerla”. Y el camino correcto es reconocer esa demanda y convertirla en un derecho: hacer de la necesidad un derecho. Es lo que tendría que hacer todo candidato: captar las necesidades de la gente y luchar por ellas, no porque se las promete ingenuamente, sino porque es un derecho. Derecho es tener comida, vivienda, educación, salud, recreación, etc. Derecho que es para todos y todas y, sin duda, a los que más les falta todo eso es a lo más pobres, por lo tanto, atender a esas necesidades es populismo pero este tipo de populismo que es un derecho y que ha de garantizarse. Al Papa Francisco, en algunos sectores le dicen populista y Emilce afirma, sin pretender interpretar el actual del Papa, que si el populismo se entiende en este sentido que acabamos de decir, el Papa es populista. De hecho, si recordamos la visita a Colombia, como muchos otros de sus discursos en otros países, el Papa pide que se escuche a los pobres, que se atiendan sus necesidades, que no se puede poner la idea por encima de la realidad. Y, en definitiva, eso es democracia participativa.

En fin, esta reflexión sobre el populismo y los derechos se me hizo imperativo escribirla cuando esta mañana una persona me dijo: “como se le ocurre a tal candidato ofrecer educación universitaria gratuita”. No me interesa el candidato en este momento. Me interesa el derecho que tenemos a una educación gratuita, como tantos otros derechos que antes señalábamos pero que, como tenemos una mente tan colonizada por un sistema que solo piensa en que el que tiene dinero tiene derechos, que nos escandaliza que se ofrezcan los derechos básicos para toda persona. El problema no es que no haya riqueza para sostener subsidios que garanticen los derechos de todos, especialmente de los más pobres. El problema es que la riqueza está concentrada en pocas manos y la mayoría se queda sin derechos. Y cuando alguien intenta repartir la riqueza más equitativamente, le llamamos populismo y no derechos o le llamamos comunismo y no fraternidad. Pero lo que me duele de verdad es que gente pobre y con muchas necesidades no pelea por sus derechos porque ya los convencieron de que no les pertenecen, es para los otros. También me duele que los que decimos seguir a Jesús también nos moleste que se atiendan las demandas de los más pobres. Y, en definitiva me duele que de cara a estas elecciones tengamos que vivir con tanto miedo de que los valores como la justicia social o la construcción de la paz no sean los que persigan muchos compatriotas y que como dijo hoy uno de los candidatos “vamos para el abismo de la guerra” si todos los actores no se empeñan en este propósito de la paz, allanando el camino y no dificultándolo. Ojala que supiéramos escoger bien al candidato que sea más populista –es decir que luche por los derechos y, especialmente, de los más pobres- y que luche por la paz que es nuestra coyuntura actual y en la que nos jugamos nuestro futuro y el de las generaciones futuras.




martes, 24 de abril de 2018

CRISTOLOGÍA Y MUJER 
Una reflexión necesaria para una fe incluyente


La Facultad de Teología de la Javeriana acaba de publicar mi libro “Cristología y Mujer. Una reflexión necesaria para una fe incluyente”. Fue fruto de un semestre sabático pero sobre todo es fruto de mi experiencia teológica y existencial de los últimos años. Como mujer teóloga no he podido ser ajena a una realidad que es fácil de comprobar en la sociedad y en la iglesia: la situación de la mujer ha cambiado en los últimos tiempos pero todavía falta mucho para que, en todas partes, sea realidad que por el hecho de “ser mujer” no se nos considere en una posición subordinada o en un segundo lugar o, peor aún, como objeto sexual o propiedad de alguien. De ahí la preocupación por contribuir a seguir cambiando esa situación y, concretamente desde el campo de la teología y la experiencia de fe. De hecho la revelación cristiana no ha propiciado esta situación: en el libro del Génesis se afirma la igualdad fundamental de varón y mujer: “a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (1,27) pero sí la ha permitido y la ha mantenido por una mala interpretación del texto bíblico y por un acomodo a los patrones sociales donde el modelo ha sido lo masculino.
Como dice la carátula del libro, enfatizó lo cristológico, porque es un campo central en la teología y, por lo tanto, de una buena comprensión cristológica que promueva a la mujer se puede desprender una transformación de todos los demás campos teológicos. Muchos aspectos se pueden tratar en la cristología, en el libro me fijo en algunos que considero relevantes. En primer lugar me detengo a contextualizar la perspectiva desde la cual se aborda la cristología. Esa perspectiva la llamamos teología feminista. Esta afirmación tiene algunos prejuicios. La palabra “feminista” muchas veces se identifica exclusivamente con posiciones contra la vida o con pérdida de la feminidad. Pero hay que repetirlo “muchas veces” a ver si logra entenderse: hay muchos feminismos y nos referimos al fundamental: aquel movimiento que permitió que las mujeres hoy seamos ciudadanas y de ahí que podamos estudiar, ocupar puestos reservados a los varones por siglos y aportemos todo lo que somos a la construcción de la sociedad y de la iglesia en verdaderas condiciones de reciprocidad e igualdad fundamental.
Una vez planteada esta perspectiva defino algunos términos fundamentales: movimiento feminista, sexismo, patriarcado, androcentrismo, kyriarcado, feminidad y género y luego me detengo en los desarrollos que ya se han dado en la llamada “cristología feminista”, una historia ya larga, de décadas, pero bastante desconocida en nuestro contexto. Uno de los valores de este libro es acercar con un lenguaje sencillo –como es mi estilo- ese trabajo ya realizado en Norteamérica y Europa- pero, como acabo de decir, muy desconocido en nuestros centros teológicos.
En segundo lugar retomo lo que es más cercano a nuestra reflexión y al que ya muchos teólogos y teólogas se refieren: la actitud de Jesús con las mujeres en quien ya se reconoce su opción por ellas y su inclusión en el grupo de los suyos de manera bastante significativa. Posteriormente me refiero al lenguaje inclusivo que permita nombrar a Dios en masculino y femenino: ese es su verdadero rostro y el lenguaje -como entidad viva- ha de expresarlo. En este sentido el título “Sabiduría de Dios” que fue dejado de lado privilegiando títulos en masculino como Logos, Señor, Salvador, etc., puede contribuir a enriquecer una comprensión del Dios revelado en Jesús, incluyente de los dos géneros.
Otro capítulo del libro se refiere a la masculinidad de Jesús. No se niega que Jesús fue varón, sin duda y eso no se pretende cambiar. Pero si se necesita liberar esa masculinidad de una visión exclusivamente masculina para permitir que las mujeres también nos identifiquemos con Jesús y podamos ser imagen suya, sin que se nos diga que por no ser varones no podemos ocupar los lugares que ocupan los varones porque Jesús fue varón. Es una discusión interesante porque enriquece mucho la visión cristológica y se desprenden nuevos horizontes de comprensión para varones y mujeres.
El último capítulo se refiere a la cruz de Cristo, tema tan central en la experiencia de fe cristiana pero que teniendo que ser un signo redentor y transformador, a veces se ha quedado en un signo de aguante pasivo y aceptación resignada de la violencia que se sufre. En el caso de las mujeres ha sido una historia repetida del llamado al aguante para salvar a los miembros de la familia –llámense padre, madre, hermanos, esposo o hijos- sin tener en consideración que la mujer tiene derecho a su propia vida y no por eso deja de ser buena madre o buena esposa y mucho menos buena cristiana. Recuperamos la cruz de Cristo en su sentido más auténtico, mostrando como la cruz denuncia todas las violencias contra las mujeres y, en ningún momento, contribuye a su resignación y negación de su dignidad fundamental.
En la contratapa del libro se dice que este va dirigido a las mujeres que ya se conciben a sí mismas de manera distinta, capaces de cuestionar los roles asumidos tradicionalmente y proponer otra manera de ser y de actuar. Pero, por supuesto, el libro también va dirigido a los varones porque ante la nueva manera de posicionarse las mujeres, necesitan replantear su identidad y sentirse llamados a contribuir a esta nueva configuración social que rompe con los roles establecidos en razón del sexo biológico y construye identidades genéricas incluyentes y de auténtica reciprocidad entre los sexos.
La invitación, por tanto, es a leer este libro pero especialmente a comprender a fondo esta realidad patriarcal y machista que nos ha constituido y de la que hoy todavía todos y todas somos deudores –como lo afirma el Papa Francisco- y buscar caminos de transformación. Ojala que estas reflexiones -que son limitadas y que solo exploran algunos campos-, puedan seguir profundizándose pero, sobre todo, puedan vivirse para construir una sociedad y una iglesia verdaderamente incluyente, liberadora, creadora de comunión y reciprocidad entre todos y todas.



martes, 17 de abril de 2018




Trabajar por una iglesia más creíble

Pasa el tiempo y el Papa Francisco sigue suscitando esperanza en muchos personas en la Iglesia. Cada día hay una noticia -sencilla- pero que alegra el corazón de la gente. Sea su vida austera o su cercanía con contextos pobres, o su día a día rodeado de la gente del lugar donde escogió vivir o sus intervenciones donde habla de los pobres, de la sencillez, de cero corrupción, de evangelizar, de la misión, de la centralidad del evangelio, entre muchos otros gestos que podríamos enumerar. Todo esto parece haber devuelto frescura, simplicidad, descomplicación, aires nuevos a la iglesia. Además ha sido un pontífice capaz de reconocer sus errores y los de la Iglesia y pedir perdón por ello -lo que se está viviendo en la Iglesia chilena es una nueva manera de actuar- y por supuesto su insistencia en la “alegría” y, en su última Exhortación “Gaudete et Exsultate” (GE), el hablarnos de la santidad en lo cotidiano y en los “santos de la puerta de al lado” (GE 6-9).

Pero surgen algunas preguntas: ¿cuándo nos perdimos tanto, para que gestos tan simples y normales despierten tanta alegría? ¿qué nos había pasado en la iglesia para sorprendernos porque el Papa salude con un “Buenos días” o simplemente sonría y hable de cosas cotidianas como el futbol? ¿dónde habíamos dejado la pobreza de Belén, la cotidianidad de Nazaret, la profecía del ministerio público de Jesús? ¿qué contenido le hemos dado a la muerte y resurrección de Jesús que no la vinculamos con su compromiso histórico con los más pobres? En otras palabras, ¿qué iglesia hemos ido viviendo que lo “normal” hoy nos resulta “sorprendente” y el evangelio nos asombra?

Tal vez exagero con lo dicho anteriormente pero no es exagero que el Papa sigue sorprendiendo en positivo. Pero ahora viene lo más difícil: Y esos gestos ¿cómo están confrontando nuestra realidad eclesial? ¿por dónde está renovándose nuestra pastoral? ¿qué conversión nos está suscitando toda esta nueva realidad? Una iglesia tan preocupada por la doctrina, por el culto, por la liturgia ¿cómo se confronta hoy con una mirada pastoral –sin duda es la que tiene el Papa Francisco- más preocupada por llegar a la gente, por responder a sus necesidades, por apoyar sus iniciativas, por buscar nuevos caminos de evangelización? ¿Vamos a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos y poner en práctica lo que el Papa dice y hace? No es fácil este cambio. De hecho también hay muchas críticas sobre el Papa procedentes de algún sector del clero y de algunos laicos que no ve con buenos ojos ese proceder. Y es normal. Ese testimonio cuestiona una praxis eclesial centrada en la ley y una vivencia ministerial más preocupada por la ostentación del poder que por el servicio.

El Papa sigue con muchos desafíos. ¿Reformará realmente la curia romana? ¿Se abrirán las puertas para otra manera de vivir el ministerio episcopal y sacerdotal? ¿Habrá otro lugar para las mujeres? ¿cómo responderá a los cuestionamientos que vienen de tantos desafíos actuales? No todo pueden ser gestos sino que se esperan acciones que hagan creíble la Iglesia de Jesús. Hay que rezar porque pueda seguir haciendo mucho y lo haga muy bien. Pero no es tarea exclusiva del Papa. Todos estamos llamados a hacer más creíble la Iglesia de Jesús. Hemos de buscar vientos nuevos que devuelvan a la iglesia juventud, alegría, esperanza porque la estructura ha ahogado mucha creatividad, el peso de la costumbre ha impedido más flexibilidad y apertura.

Son tiempos de misión pero una misión no al estilo del modelo de cristiandad –queriendo aumentar el número de miembros y uniformizando todo bajo los preceptos cristianos- sino una misión anunciando lo que posee: un mensaje liberador como es el evangelio con buenas noticias para todos. La buena noticia del Dios que ama a todos sin condiciones porque su amor es gratuito y verdadero. Ese Dios que quiere el bien de todos sus hijos y no coloca cargas pesadas sobre ellos. Por el contrario invita al descanso, a la fiesta, a la alegría y, por supuesto, a la santidad. Esa santidad que se concreta en la vivencia de las Bienaventuranzas (GE 63-94) y en la práctica del amor al otro como lo propone el texto de Mateo 25, 31-46 en el que todo lo que hacemos a un necesitado se lo hacemos al mismo Dios (GE 95). De ese amor surge el compromiso fraterno, la responsabilidad cívica y ecológica, la solidaridad con los más necesitados.

Urge una conversión pastoral capaz de sorprender a los destinatarios, haciéndoles descubrir ese rostro amable y amoroso de nuestro Dios. Una pastoral más centrada en la vida que en los preceptos, en las personas que en las leyes, porque nuestro Dios es un Dios de vida, un Dios de amor, que quiere para todos sus hijos, vida y vida en abundancia (Jn 10,10).


lunes, 9 de abril de 2018


Dar testimonio de fe en estos tiempos distintos


Vivimos en un mundo pluricultural y religioso cada vez más evidente. Por mucho que queramos evitarlo y que busquemos estadísticas y cifras para mostrar que el cristianismo sigue creciendo, no se puede negar que otras religiones también crecen y, el número de “indiferentes” –porque hoy en día no se preocupan tanto por decir sí son ateos o no- crece aún más. Entre los jóvenes, especialmente, este fenómeno es relevante. Por ejemplo, de un grupo de 40 estudiantes de una universidad católica, solo uno se confiesa católico practicante, otro se confiesa seguidor de un maestro espiritual de los “hare Krishna”, y el resto sin negar la tradición católica en que crecieron por su familia y colegio, afirman no prestar ninguna atención a lo que pasa en la institución eclesial y no estar interesados en nada que tenga que ver con la fe. Posiblemente estas cifras pueden variar en otros grupos pero sí parece ser cierto que el indiferentismo gana cada vez más espacio y la configuración de nuestro mundo cambia a pasos acelerados.

¿Cómo vivir nuestra fe en esta nueva realidad compleja, distinta, interpelante, angustiante –en ciertos sentidos- llena de “trasgresiones” como llaman algunos a todo lo que se sale de lo “correctamente” establecido y aceptado durante siglos? ¿Cuáles son los caminos más apropiados para enfrentar todo esto nuevo y desconcertante?

Para unos el camino es el de replegarse sobre sí mismos y satanizar todo lo distinto. Sienten que el mismo demonio en persona nos visita y hay que enfrentarlo a como dé lugar, sin detenerse a discernir lo que realmente es malo de lo que simplemente es diferente. Ven necesario reforzar la identidad religiosa y vuelven a asumir símbolos, tradiciones, expresiones y prácticas religiosas que creen hacen más visible y explicita la fe que profesan. En algunos sectores de la vida consagrada esto se hace evidente: o bien por los hábitos y costumbres un tanto extravagantes que asumen o por la mentalidad con la que están formando a las nuevas vocaciones. Al dialogar con estos jóvenes en lugar de encontrar los típicos valores juveniles de creatividad, ilusión, riesgo, audacia para nuevas propuestas, se encuentran mentes cerradas, plegadas al “deber ser” y con prejuicios frente a los movimientos teológicos y pastorales, concretamente con lo latinoamericano, yendo en contravía de lo que afirmó la conferencia de Aparecida refiriéndose al método teológico ver-juzgar-actuar-: este método “ha colaborado a vivir más intensamente nuestra vocación y misión en la Iglesia, ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral y en general ha motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones concretas de nuestro continente” (n. 19).

Pero no todo va por ahí y hay cristianos y comunidades religiosas que siguen por la senda de los “primeros cristianos”: insertos en el mundo, sin diferenciarse de él pero viviendo de manera distinta. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de ese estilo de vida centrado en la fraternidad, en la oración y en el compartir los bienes (2, 43-47; 4, 32-35). De esa manera daban testimonio de su fe en el Resucitado, viviendo entre los paganos, sin parecer distintos por la extravagancia de lo externo, sino aportando lo peculiar que viene del Espíritu: su caridad, su alegría, su hacer bien a todos, su estar dispuestos a dar la vida por el bien común, especialmente, la vida de los más pobres.
Ante los cambios que vivimos, hemos de creer en la fuerza del “testimonio”. Un testimonio de amor verdadero y a fondo a todo y a todos; una oración que nos abra a las necesidades de los demás antes que a la búsqueda de los propios intereses, un compromiso sincero y audaz con la construcción de una sociedad y una historia donde “todos quepan” –como decía Gustavo Gutiérrez refiriéndose a los pobres- pero ahora extendiendo el arco hacia todos esos nuevos rostros con los que hemos de convivir desde diferentes posturas, credos, horizontes.

El testimonio no pasa desapercibido. Puede ser lenta su siembra como tantas veces las parábolas del reino lo expresan, pero con la certeza que dará su fruto. El testimonio no se impone, sino que se comparte. No juzga pero interpela. No avasalla pero transforma sin darnos cuenta. Seamos, pues, testigos del Resucitado con sencillez y sin pretensiones, confiados en el Espíritu que nos anima e impulsa en esta apasionante tarea.


domingo, 1 de abril de 2018


En el tiempo de Pascua vivir el programa del Reino



¡Cristo ha resucitado! Esta es la afirmación central de nuestra fe porque como dice San Pablo, “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, y vana también nuestra fe” (1 Cor 15,14). En otras palabras, llega el momento de la verdad: ya terminaron las celebraciones de Semana Santa y ahora queda el día a día en el que se ha de mostrar que todo lo expresado en la liturgia de esos días, tuvo sentido. Y esto no se refiere solamente a las fidelidades personales: cultivar una vida de oración, servir a los demás, mantener los principios morales que se derivan de nuestra fe, etc., sino que también implica la dimensión socio-política de la fe que con tanta urgencia hemos de vivir para comprometernos con el devenir del mundo que Dios nos ha confiado, transformándolo hacia el mayor bien para todos y todas.


La vida política es más que la participación en los comicios electorales pero también pasa por ellos. Y en Colombia estamos en tiempos de elecciones para determinar quién gobernará los próximos 4 años. Ya votamos por los congresistas y en mayo lo haremos por el presidente. ¿Cuál ha sido nuestra responsabilidad en estos procesos? La indiferencia no es propia de quien se compromete con la construcción del mundo en que vive. Es difícil involucrarse porque exige tiempo y dedicación. Además se nos ha enseñado a vivir una fe, muchas veces, con rasgos intimistas –Dios y yo- y mi beneficio personal, y pensando sólo en la alabanza y adoración dejando de lado el compromiso y la transformación social. Pero lo vivido en Semana Santa nos ayuda a cambiar esa perspectiva. A Jesús no lo matan por enseñar a rezar, ni por ser fiel cumplidor de la ley. Lo matan porque su comportamiento denunciaba la injusticia social y religiosa y sus palabras exigían un cambio real de las situaciones. No podemos hablar de que era un político porque en aquella época no tenían esa distinción de aspectos pero si era un fiel religioso que vivía en su tiempo y buscaba transformarlo.

El Jesús que creció y desarrolló su ministerio público en Palestina y fue ajusticiado en Jerusalén habló de la realidad, lanzó juicios críticos sobre ella y anuncio la Buena Noticia del Reino: “la liberación que trae la vida en el Espíritu y que lo transforma todo” (Lc 4, 18ss).


A Jesús lo matan por el “Programa del Reino” que no es otro que las bienaventuranzas: “Felices los que son pobres de corazón, los que lloran, los mansos y los que tienen hambre y sed de justicia. Felices los misericordiosos, los limpios de corazón y los que trabajan por la paz. Felices lo sufren persecución por causa de la justicia” (Mt 5, 3-10). Si miramos con atención este programa del reino, no nos extraña que lo mataran: proponía una felicidad basada en el amor, la solidaridad, la coherencia, el servicio, la misericordia, la autenticidad, la justicia y el trabajo incansable por la paz. Todo esto muy distinto de la felicidad que nos ofrece la sociedad de consumo basada en el tener más y en el aparentar a costa de cualquier precio. También distinta de la felicidad que solo busca el propio beneficio y no le interesa nada que tenga que ver con los demás.


Pues bien, dar testimonio del Resucitado supone vivir el programa del Reino. Darle en verdad una vuelta a las prioridades que tenemos y poner nuestra escala de valores en consonancia con el evangelio. Y esa manera de ser y de vivir se ha de expresar en todas las dimensiones de nuestra vida: lo social, lo político, lo cultural, etc., y, en este semestre de decisiones políticas en nuestro país, hemos de apostar por la justicia, la misericordia, la paz, especialmente para los más pobres, para que se pueda hacer realidad en las estructuras humanas con lo que implican de medios, recursos, proyectos, por limitados que sean.


Ojala apoyemos a los candidatos que en verdad vayan por estos caminos. A los que más les preocupen los pobres y lo social. Los que valoren el bien humano y no la ganancia desenfrenada del sistema neoliberal que gana cada vez más terreno en nuestra América Latina. Pero sobre todo aquellos que apoyen la paz. En el proceso de paz que vivimos está casi todo por hacer. Lo acordado no se realiza al ritmo que debiera y no faltan las situaciones que desalientan como el asesinato de varios líderes sociales y los desertores que vuelven al negocio de la guerra. Pero no podemos volver atrás. Falta mucho pero faltará más si no apoyamos a aquellos que en verdad van a seguir poniendo esfuerzos para superar las dificultades y abrir caminos que la hagan realidad.


En definitiva, la vida del Resucitado se hace presente a través de la nuestra y la Pascua es tiempo de mostrarlo. Preguntémosle a Él por dónde han de ir nuestras opciones, cuáles han de ser nuestros compromisos, de qué manera contribuimos a la construcción de un país donde la vida de los más pobres tenga futuro y la paz sea nuestro gran empeño. Cuando Jesús resucitado se apareció a sus discípulos los saludo con el don de la paz: “Paz para ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío” (Jn 20, 21). Acojamos este envío siento testigos de la paz que Él nos da pero no solo en el espacio privado de nuestra paz interior sino en el difícil pero indispensable espacio de lo socio-político donde hemos de hacerla realidad por nosotros mismos y por las generaciones futuras que merecen un país distinto al que hemos tenido en estos más de 50 años de conflicto armado. Vivamos, entonces, el programa del reino para ser testigos del Resucitado en el aquí y ahora de nuestra historia.