martes, 23 de noviembre de 2021

 

La otra pandemia de nuestro tiempo: la violencia contra las mujeres

Olga Consuelo Vélez

El próximo 25 de noviembre conmemoramos nuevamente el “Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la mujer”. Lo ideal sería que ya no hubiera que conmemorarlo, ni fuera necesario seguir insistiendo en la necesidad de erradicar dicha violencia, sino que se pudiera afirmar que ya ninguna mujer sufre en razón de su sexo. Pero mientras llega ese día, sólo queda seguir insistiendo en develar tal violencia que, tantas veces, es solapada, disimulada, justificada y supone todo un esfuerzo evidenciarla y mostrar que no se puede tolerar de ninguna manera. La sociedad patriarcal en la que vivimos la ha introyectado tanto en la conciencia de varones y mujeres, jóvenes y adultos que, por mucho que se muestren las evidencias, más de uno las niega sistemáticamente.

El origen de esta conmemoración se remonta a las hermanas Mirabal -Patria, Minerva y María Teresa- dominicanas que lucharon contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo y, como a tantos que luchan, las asesinaron vilmente, pretendiendo hacer pasar su muerte como un accidente. Pero, en realidad, fueron secuestradas y asesinadas por los agentes del Servicio de Inteligencia militar dominicano el 25 de noviembre de 1960. Pero fue el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe de 1981, el que propuso que el asesinato de las hermanas Mirabal fuera recordado como día contra la violencia hacia las mujeres. Más adelante, en 1993, la ONU aprobó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer reiterando su derecho a la igualdad, la seguridad y la dignidad y en el año 2000, declaró oficialmente esta fecha como Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer.

Independiente de conmemoraciones, lo cierto es que la violencia contra las mujeres sigue, como lo constatan, entre otros, los informes de la ONU. Según este organismo, un 35% de las mujeres de todo el mundo han sufrido violencia física o sexual en algún momento de sus vidas y 137 mujeres son asesinadas cada día por miembros de la propia familia. Las mujeres y niñas representan el 72% de las víctimas globales de trata de seres humanos y las adolescentes tienen el mayor riesgo de experimentar relaciones sexuales forzadas. Con la pandemia la violencia contra las mujeres aumentó considerablemente pero solo un 40%, ha denunciado las agresiones que esta situación ha supuesto para ellas.

Las cifras nos alertan y reflejan algo del panorama mundial. Pero cada persona puede detenerse a mirar a su alrededor y darse cuenta cómo se vive esa violencia contra la mujer. Personalmente veo que muchas jovencitas están comenzando a crecer con otra forma de percibirse -exigiendo sus derechos- y eso da esperanza de que llegará el día para el cambio. Pero muchas otras repiten la historia de sus progenitoras: madres a temprana edad y viviendo la interminable cadena de violencias que se desprenden de las relaciones que se establecen en nuestras sociedades patriarcales, donde la mujer carga con la peor parte y depende en muchos sentidos del varón.

Pero, lo que más me sorprende, es la cantidad de mujeres que rondan los treinta-cuarenta años, con estudios y carreras profesionales exitosas que establecen relaciones con parejas violentas, pero no los denuncian, sino que lo disimulan y, las que llegan a separarse, guardan esa historia como un secreto y aducen que no dicen nada para no dañar la carrera profesional de la expareja o para evitar represalias.

También hay muchas mujeres profesionales que dicen no sentirse ofendidas, maltratadas, invisibilizadas, violentadas, ni con gestos, palabras, actitudes, estructuras o acciones concretas. Señalan que las mujeres pueden obtener lo que quieran y no deben existir cuotas de género porque eso es darles alguna ventaja que no deben aceptar. Seguro han vivido situaciones privilegiadas, pero también puede ser que prefieren no enfrentar esta realidad porque algo tendrían que reconocer sobre sí mismas y cuando la verdad es dolorosa, se evita fácilmente. No parece que se hubieran enterado de que la sociedad patriarcal a todos nos condiciona y, de alguna manera, todas hemos sufrido por ella.

Y, conozco también muchas otras que no sufren violencia física sino psicológica: constantemente sus parejas las critican, les exigen incluso económicamente para sostener el hogar y, aunque a simple vista parecen tan liberadas y tranquilas, solo con observar un poco, se percibe esa doble carga de la mujer en el hogar y esa violencia patriarcal expresada de tantas y variadas formas. Por supuesto, las realidades que he señalado no se cumplen en todas las mujeres y, muchas tienen una conciencia feminista muy honda y están abriendo caminos de liberación y nuevas perspectivas para las mujeres.

Pero la reflexión que quiero hacer es sobre todo desde el punto de vista creyente. Todavía no hay muchas voces que se levanten en nombre de la fe denunciando toda la violencia ejercida sobre las mujeres. No hay una autocrítica sobre la espiritualidad que se vive, permitiendo tanta violencia sin que se exija un cambio. Es importante incorporar esta realidad como un compromiso cristiano ineludible en aras de coherencia con la dignidad inviolable de todo ser humano, en este caso, de las mujeres. Y no solo levantar la voz frente a las violencias que se viven en la sociedad sino también las de dentro de la Iglesia porque mantener esquemas asimétricos entre varones y mujeres en su seno, es también violencia ejercida contra ellas, contrario al plan divino de salvación que no admite ninguna diferencia en razón del sexo: “(…) ya hay diferencia entre varón y mujer porque todos son uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28).

lunes, 15 de noviembre de 2021

 

Y las mujeres siguen pidiendo lo que les pertenece 

¿cuándo se les devolverá lo que es suyo?

 

Olga Consuelo Vélez

 

Se ha dado a conocer el “Documento para el Discernimiento comunitario” de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe que fue inaugurada el 24 de enero de 2021, seguida por una fase de escucha cuyo resultado ha sido este Documento y que tendrá su encuentro presencial y virtual en la semana del 21 al 28 de noviembre próximos en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en México. Recordemos que esta Asamblea tiene como novedad que no es sólo Episcopal sino de todo el Pueblo de Dios. El propósito de esta Primera Asamblea es hacer memoria de los aportes teológicos y pastorales de la V Conferencia de Aparecida, celebrada en 2007 y formular las orientaciones pastorales prioritarias que animarán nuestro caminar para los próximos años.

 

El Documento para el Discernimiento comunitario tiene cuatro capítulos. El primero presenta el horizonte y propósito de la Asamblea recordando que desde las Conferencias de Medellín y Puebla la opción preferencial por los pobres ha sido una característica central de la Iglesia del Continente. El segundo capítulo muestra el entronque de esta Asamblea con la Conferencia de Aparecida resumiéndolo en la afirmación de “Todos somos discípulos misioneros en salida”. El capítulo tercero se refiere a los signos de nuestro tiempo que nos interpelan: la pandemia, el cuidado de la Casa Común, la creciente violencia en nuestras sociedades, el fortalecimiento de la democracia y la defensa y promoción de los derechos humanos y la educación integral y transformadora. Finalmente, el capítulo cuarto, trata los signos eclesiales que más nos interpelan: la Iglesia sinodal, el reto de anunciar el evangelio a las familias hoy, los jóvenes protagonistas de la sociedad y de la Iglesia hoy, de la pastoral en la ciudad a la pastoral urbana, un nuevo lugar para la mujer en la Iglesia y en la sociedad, el clericalismo, los casos de abuso en la Iglesia y el movimiento evangélico-pentecostal. En cada uno de estos signos se recoge lo expresado en la fase de escucha. Con seguridad no todos los participantes en esa fase expresaron las mismas inquietudes, ni las plantearon desde la misma perspectiva. Pero el Documento hace una síntesis que nos permite ver lo que preocupa, interpela, pide una respuesta.

 

En lo que me quiero fijar es en el signo eclesial sobre las mujeres que es uno de los temas pendientes en la Iglesia y en el que no se acaban de dar todos los pasos necesarios. Si recordamos, en el Documento final del Sínodo sobre la Amazonía (2019), documento que el papa Francisco dice que hay que tener en cuenta junto con la Exhortación Querida Amazonía (2020), se hicieron peticiones muy concretas sobre conferir ministerios a las mujeres y a los varones de forma equitativa e incluso se solicita el diaconado para las mujeres. El papa responde en Querida Amazonía que los ministerios ordenados están reservados a los varones. De todas maneras, hay que reconocer pequeños pasos que se han dado desde entonces. Por una parte, se modificó, por petición del papa, el canon del Derecho Canónico que restringía los ministerios de lectorado y acolitado solo a varones. Ahora ya no hay excusa para que algunos presbíteros impidan que la mujer ejerza esos ministerios. Por otra parte, el papa ha nombrado a varias mujeres en algunos puestos de responsabilidad.

 

Pero la urgencia de una participación plena de las mujeres en la Iglesia sigue pendiente y es así como se expresa en el Documento para el Discernimiento comunitario de la Asamblea eclesial. En el numeral correspondiente a este ítem se estructura con las siguientes expresiones: lo que más duele, lo que nos da esperanza, lo más ausente, lo más presente y propuestas. Se refiere al ámbito social en el que se pide, especialmente, erradicar todas las violencias contra las mujeres y cómo la Iglesia también ha de levantar su voz para denunciar y exigir un cambio en este aspecto. Pero en el ámbito eclesial se sigue insistiendo en lo que todavía falta: que se acabe la desigualdad en razón del género, fruto del machismo, la falta de escucha y el no reconocimiento del empoderamiento de la mujer. Además, se recuerda, que la verdadera Iglesia de Jesucristo será aquella que reconozca en plenitud el trabajo de las mujeres y así contribuya también como institución social, a un mundo sin misoginia ya que, en no pocos casos, algunas autoridades son conservadoras, machistas y clericalistas dificultando el acceso de las mujeres a roles de liderazgo o dirección en una Iglesia dominada por varones, cuando ellas son la gran mayoría del pueblo de Dios. Refiriéndose a las religiosas llama la atención la conciencia, cada vez mayor, de que muchas veces se les relega al servicio doméstico de los varones, supeditadas al sacerdote o diácono permanente, ignorando o minimizando su voz. En ámbitos eclesiales la teología sigue siendo patriarcal, no liberadora, sin considerar el pensamiento de la mujer. La Iglesia no se abre seriamente a la reflexión sobre la posibilidad de recepción de ministerios ordenados para las mujeres cuando la Iglesia está poblada mayoritariamente por mujeres y duele que la mujer no pueda votar en algunas de las estructuras formales de la Iglesia.

 

Como puede verse, las mujeres siguen pidiendo lo que les pertenece. En efecto, los estudios sobre la praxis de Jesús -su anuncio del reinado de Dios y el discipulado que se formó en torno suyo- y la organización de las primeras comunidades cristianas muestran la inclusión efectiva de las mujeres en roles de decisión, liderazgo y ministerial. O sea, las mujeres no están pidiendo algo inédito para ellas sino lo que les pertenece pero que la institucionalización y sacerdotalización posterior de la Iglesia fue quitándoles. Y, lamentablemente, la resistencia a hacer cambios es muy grande, expresándose en la creación de comisiones para estudiar si hubo diaconas en los orígenes de la Iglesia -vamos por la segunda comisión con el papa Francisco pero este tema ya había sido abordado antes, sin resultados positivos- y también en la resistencia de muchos cristianos, no solo clérigos sino varones y muchas mujeres, que no logran entender el sistema patriarcal en el que vivimos y se refleja en una iglesia encarnada en la historia y por eso, el documento para el discernimiento, afirma explícitamente: “falta a la mujer una mayor educación para cambiar el paradigma de sí misma y de su aporte a la sociedad y a la Iglesia”.

 

En definitiva, la Asamblea ya está a puertas de realizarse y esperemos dé frutos abundantes de renovación no solo para esta deuda pendiente con las mujeres sino para todos los otros signos sociales y eclesiales que interpelan y exigen una respuesta desde la fe. No me cabe la mejor duda de todo el esfuerzo, dedicación y compromiso que han puesto los organizadores. Pero mirando la dinámica de lo propuesto para su realización ya se ven ciertas ausencias del protagonismo laical: los saludos de bienvenida y discursos iniciales serán hechos por el clero. Las tres charlas sobre temas de reflexión están a cargo de presbíteros. La secretaria general la encabezan los clérigos. Sólo en algunos paneles y en ayudas para las síntesis y discernimiento aparecen algunos laicos/as y religiosas. Por supuesto los grupos de discusión contarán con la presencia fuerte del laicado, pero sigue la pregunta: ¿cuándo la estructura de la Iglesia y la de los eventos eclesiales comenzará a reflejar una Iglesia sinodal? Esperemos que algo se avance aquí y el Sínodo sobre la sinodalidad continue trabajando hacia ello.