viernes, 29 de septiembre de 2017


El Espíritu de paz, signo visible de la vida cristiana


En el Evangelio de Juan 20, 19-23, se presenta a Jesús Resucitado dándole a sus discípulos el don de la paz como señal de su presencia. Ellos lo reconocen precisamente en ese gesto y son enviados a ser sus testigos en medio del mundo.

Ese mismo Espíritu de paz sigue presente entre nosotros cada vez que nos comprometemos activamente a hacerla posible. La paz que no supone una actitud de quietud o indiferencia, sino una manera de asumir la realidad con sus luces y sombras. Una manera de discernir que nos lleva a denunciar críticamente todo aquello que hace mal a la humanidad y anunciar proféticamente el amor cristiano que “se entrega por los otros” en cada una de las circunstancias particulares que se van presentando.

En el contexto colombiano Jesús Resucitado -dador de la paz- sólo podrá estar presente en la medida que los cristianos le dejemos habitar en nuestra vida y realicemos sus obras.

Es signo del Espíritu no permanecer indiferentes ante la difícil situación política por la que atravesamos  -no sólo en nuestro país sino en otros países de América Latina- preguntándonos muy a fondo qué políticas son las que se proponen y si esas políticas benefician a los más pobres. Sólo estas merecerían nuestro apoyo incondicional. En este sentido poco se pregunta sobre las “políticas en sí” sino que nos movemos por los afectos/desafectos frente a los candidatos. Es necesario crecer en el compromiso político en este sentido.

Es signo del Espíritu comprometernos con la justicia social afrontando con valentía el modelo económico que ha dado los resultados desastrosos que hoy estamos constatando. No cerrar los ojos a los datos alarmantes que siguen existiendo de desempleo y carencia de medios básicos de muchos de nuestros compatriotas. Las cifras que se ofrecen para mostrar los avances en algunos aspectos son irrisorias ante el aumento real de desplazados, desempleados, en otras palabras, de excluidos de las posibilidades para vivir dignamente.

Es signo del Espíritu no cansarnos de construir la “cultura del encuentro” como tanto señaló el Papa Francisco. Se necesita una actitud de reconciliación sin dejar de lado el reconocimiento de la verdad y la reparación de los actos cometidos.

Es signo del Espíritu afrontar los problemas actuales que comprometen el cuidado ambiental, la sociedad plural, la coexistencia de diferentes creencias religiosas, la diversidad sexual, la articulación entre el ámbito civil y religioso. No se pueden afrontar esas realidades con lenguajes y actitudes beligerantes que cierren la posibilidad de existencia de lo diferente.

Es signo del Espíritu mantener una actitud evangelizadora que no imponga sino que ofrezca, que no condene sino que abra caminos de vida, que no defienda sino que exponga razones, que no divida sino que haga posible la unidad. Pero no hay que olvidar que también es signo del Espíritu la palabra “profética” que interpela y cuestiona y no evita los desencuentros. Pero es desde aquí que se puede construir la verdad y superar las realidades que no hacen posible la paz.

El Espíritu de paz con el que el Resucitado se presenta entre los suyos es uno de los signos que puede seguir hablando a nuestros contemporáneos. Es urgente que ese lenguaje se oiga con más fuerza y hoy somos nosotros los llamados/as a mostrar que el Espíritu de paz es signo visible de nuestro compromiso cristiano.
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jueves, 21 de septiembre de 2017


Comenzar la renovación eclesial desde los pobres




La misión es la razón de ser de la Iglesia porque ella no vive para sí sino para anunciar a Jesucristo. Por eso, a la hora de hablar de renovación, de cambio, de conversión eclesial, no podemos hacerlo sin tener presente la finalidad a la que tendemos, el para qué de esta renovación. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco señala con claridad, que el cambio es para que la iglesia “se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (n.27). Y esto es importante aclararlo porque si no se ve el para qué, no se genera ningún cambio o se realiza en la dirección equivocada.

Más aún, hoy vivimos un momento en que es difícil ver la urgencia de un cambio eclesial porque la Iglesia tiene –por lo pronto- un lugar asegurado en la sociedad. Territorialmente tiene posesiones, bien sea por sus obras apostólicas o por la identidad católica que constituye a países como el nuestro. Está presente en instancias oficiales y su voz es escuchada. Además, en el Pueblo de Dios hay la ambivalencia de querer cambios y no estar de acuerdo con muchas cosas pero, al mismo tiempo, permanecer en una mentalidad acrítica que sin darse cuenta, mantiene la realidad eclesial como está porque, de alguna manera, la iglesia le “sirve” para tener esa relación con Dios, que en cierta forma, todos buscamos. Todo esto puede llevar a trabajar por la “autopreservación” -como dice la Exhortación-, buscando mantener lo que tiene y/o recuperando espacios perdidos, pero no “sacudiéndose” profundamente para “que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual”.
El momento eclesial que vivimos apunta a esto: “a procurar que todas ellas (las estructuras) se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad”.

La conciencia de que hemos de cambiar como iglesia, existe. Más aún, es “impostergable”. Urge renovar su vocación evangelizadora, su actitud de servicio incondicional, la fuerza de su testimonio veraz, mostrando -con sus hechos y palabras- en qué consiste el Reino de Dios que anuncia, la Buena Noticia que quiere comunicar.

¿Por dónde comenzar esta transformación radical? Aunque pueda resultar una “piedra de escándalo” –porque lamentablemente así parece vivirse en algunos ambientes- la primera conversión que tiene que hacerse es hacia los pobres. Ellos son los destinatarios privilegiados del Reino, -no porque sean buenos, como ya decía la teología de la liberación- sino porque Dios, en su infinito amor, se inclina siempre por los últimos y desde ellos llama al seguimiento a todo el Pueblo de Dios.

Este lenguaje es “duro” –como le decían los discípulos de Jesús cuando les hablaba en su vida histórica- (Jn 6,60), porque es más fácil no mirar la realidad que nos rodea, ni preocuparnos por la suerte de tantos pobres de este mundo sino solamente buscar en la religión “bienestar personal”, “seguridad emocional”, “protección divina”, etc.

Pero no hay otro camino. Nuestra fe y el amor a los pobres son inseparables (Mt 25, 31-46). El Papa lo ha expresado al decir que desea una “Iglesia pobre para los pobres”. Y es así porque en los evangelios, Jesús se puso del lado de los pobres. Salió a su encuentro y buscó devolverles su dignidad. Denunció las estructuras que impedían que ellos estuvieran incluidos en la sociedad e interpeló fuertemente a las autoridades religiosas de su tiempo que, en nombre de Dios, cerraban las puertas a muchos por no cumplir las leyes y observancias religiosas. Olvidaban así la misericordia y quedaban presos de su autosuficiencia y orgullo como el publicano de la parábola (Lc 18,9-14).

Por aquí van entonces los desafíos que tenemos. La alegría de la llamada del Señor sigue tocando nuestros corazones. No temamos, entonces, salir a las periferias para desde allí llevar adelante la conversión pastoral que el mundo de hoy espera de la Iglesia.

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viernes, 15 de septiembre de 2017


La hermenéutica o interpretación del texto bíblico


Como se ha dicho tantas veces, la Palabra de Dios requiere ser interpretada para poderla entender en su contexto, no haciéndole decir lo que no dice, y develando todo el mensaje profético que encierra. Esto no es propio de la Biblia sino de toda realidad humana porque dependiendo del tiempo, del lugar, de las circunstancias, todo toma un significado propio que necesitamos indagar bien, para evitar malos entendidos. Basta tomar como ejemplo, las sorpresas que nos llevamos cuando vamos de una región de Colombia a otra, o de un país a otro y vemos cómo las mismas palabras significan distinto y las costumbres obvias en un lugar son, muchas veces, totalmente diferentes en otros.

Pues bien, la tarea de interpretar la realidad y, por lo tanto, la Sagrada Escritura, supone mucha dedicación, esfuerzo e interés. Esta tarea se llama “hermenéutica”, palabra tomada del Dios griego Hermes, experto en el arte de interpretar los misterios ocultos. La teología se considera una ciencia hermenéutica porque su tarea es interpretar la revelación divina presente en la historia, en los signos de los tiempos y consignada, de modo privilegiado, en la Sagrada Escritura. Continuamente, por tanto, hay que preguntarse qué significa ese texto, en qué contexto se escribió, a qué situación respondía, cómo se entendían las palabras y los ejemplos usados en el texto sagrado en el tiempo que se escribieron, etc. Además, hoy en día también se está hablando de “hermenéutica de la sospecha” o de la “hermenéutica de la experiencia” o de la “hermenéutica de la imaginación” o “hermenéutica del recuerdo” y, de muchas otras clases de hermenéutica, que a veces sorprenden a quienes escuchan esos términos y hasta “escandalizan” porque cómo vamos a “sospechar” de la interpretación del texto sagrado hecha por personas que se consideran autoridad eclesiástica.

Aclaremos entonces, brevemente, cómo entender esas hermenéuticas que se van empleando cada vez más. A la raíz de esas propuestas está el asumir que las interpretaciones no son “neutras” porque siempre vienen mediadas por los intereses de quien realiza esa interpretación. Por eso, aunque el objeto de interpretación sea el texto sagrado, no está exento de intereses personales, grupales o institucionales y de ideologías sexistas, racistas, culturales o religiosas, de los que lo interpretan. Por tanto, lo que pretenden hermenéuticas como las de la sospecha o de la imaginación es develar estos intereses que muchas veces han favorecido posturas de dominación o han defendido puntos de vista que no son realmente evangélicos. Los resultados de ese trabajo incomodan a algunos (normalmente los que gozan de privilegios o de poder gracias a determinada interpretación de un texto) y, por eso, es un trabajo difícil, pero es una exigencia ética y religiosa que no se puede dejar de lado, si se quiere vivir en fidelidad al evangelio y pretende mantener el profetismo propio del evangelio.

Para la realidad de la mujer, por ejemplo, esas hermenéuticas han permitido recuperar su presencia en los textos bíblicos, darnos cuenta del papel que cumplieron en los orígenes cristianos, de su actitud mucho más proactiva en la dinámica evangelizadora de los inicios o de los ministerios que ejercieron, entre muchas otras realidades. Porque “sospechar” que puede haber otras interpretaciones, “imaginar” que las situaciones pudieron ser distintas, “recordar” la presencia de las mujeres en los orígenes del cristianismo, “experimentar” la situación existencial de quienes sufren las discriminaciones, da unos “ojos” más claros para ver y una mente más “abierta” para interpretar el sentido profundo del texto bíblico. Y así podríamos hablar de muchas otras realidades con las que hoy nos confrontamos que reclaman una interpretación mucho más integral del texto bíblico de manera que encuentren también en éste, lugar y posibilidad de vivirse por muy nuevas, audaces o distintas que parezcan.

Hay que orar mucho el texto bíblico para que cambie nuestro corazón pero hay que interpretarlo bien para que esa oración nos haga cada vez más abiertos, comprometidos, audaces y profetas en tiempos como estos, donde la centralidad del ser humano es innegable y el reconocimiento de todos sus derechos es inseparable del seguimiento fiel a Jesucristo.
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domingo, 10 de septiembre de 2017


El Papa en Cartagena: “Esclavos de la paz para siempre”




Último día del Papa Francisco en Colombia y sus palabras siguieron igual de claras o “más claras” que todas las dichas a lo largo de su viaje. Lo primero, sus “actos”. Su entrada a la “ciudad amurallada” –orgullo turístico de los colombianos- la hizo por los lugares más pobres, aquellos que no se muestran a los turistas y de los que nadie se ocupa. San Francisco, un barrio sin transporte público, donde viven más de 8000 personas, la mayoría afrodescendientes, sumidas en la pobreza y el abandono de la administración pública. Pero allí brota la esperanza en obras sociales auspiciadas por la Arquidiócesis, como las que el Papa fue a visitar: El programa “Thalita Cum (que en arameo significa: niña, a ti te digo, levántate), obra que quiere proteger a las niñas de caer en la prostitución o ser víctimas de la trata de personas y la “Misión María revive” que busca construir casas para los habitantes de la calle. El Papa bendijo la primera piedra para estas obras.

En ese barrio le ocurrió el pequeño accidente en el que se golpeó el rostro. Creo que no le interesó mucho porque él sabe que cuando se vive “la iglesia en salida en las periferias” eso y mucho más puede pasar. Podría haber pasado en cualquier otro lugar, por supuesto, pero no es de extrañar que en un barrio de calles estrechas y con toda la gente volcada con tanta sencillez en las calles, un frenazo a destiempo, fuera lo más posible que ocurriera.

Y en ese barrio también entró a la casa de Doña Lorenza Pérez, humilde mujer que alimenta a más de 100 niños de escasos recursos de su comunidad. Así relató ella lo que ocurrió en ese encuentro. “me agarro de la mano, me abrazó fuerte, me dio un beso en la mejilla y me estrechó la mano fuerte y me dijo: usted vale mucho doña Lorenza”.

Posteriormente se dirigió a la Iglesia San Pedro Claver donde rezó el Ángelus, introduciéndolo con las preocupaciones que lleva en su corazón: los pobres que sufren exclusión y de los que Pedro Claver fue verdadero defensor. Pidió por la situación venezolana haciendo un llamado a rechazar todo tipo de violencia e invitando a buscar una solución a la grave crisis que afecta a todos pero, especialmente, a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad.

Después de bendecir a la Virgen del Carmen en la bahía de Cartagena se dirigió al área portuaria de Contecar para la celebración de la Eucaristía. Y allí, con la homilía, cerró con palabras claras, directas y exigentes el mensaje central que quería dejarnos a los colombianos: “si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia, desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz (...) Él no dejará estéril tanto esfuerzo”.

Estas palabras tienen que calar hondo en nuestra conciencia. ¡Ojalá que así sea! Son muchos los obstáculos que se han puesto a la paz. Hay muchos corazones cerrados a un nuevo comienzo. Muchos otros no quieren incluir sino excluir. Y los cristianos no han estado ajenos a estas actitudes que desdicen de su fe en Jesús y que se olvidan de que hay algo “innegociable”: la construcción de la paz.

Posiblemente al recoger todas las palabras dichas en la homilía se va abriendo el camino para poder dar ese “primer paso” que tanto hemos repetido en estos días. Cartagena desde hace 32 años es sede de los Derechos Humanos y en este contexto la palabra de Dios nos habla de perdón, corrección, comunidad y oración. Los testimonios de las víctimas interpelaron al Papa –más adelante dice que le hizo mucho bien escuchar tantos testimonios-. Y desde ahí apela a la necesidad de incorporar a muchos más actores al diálogo y dejar que prime la razón sobre la venganza, armonizar política y derecho y tener en cuenta los procesos de la gente. “No se necesita un proyecto de unos pocos para unos pocos o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie del sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”. Generar “desde abajo” un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida, del encuentro. Levantar una palabra profética contra todos aquellos que atentan contra los derechos humanos, contra la casa común y los graves problemas del narcotráfico, la explotación laboral, el blanqueo ilícito de dinero, la especulación financiera, la prostitución, la trata de seres humanos, la tragedia de los emigrantes y, en definitiva, todo aquello que vulnera la dignidad humana. Ante todo eso no se puede dejar de levantar la voz. Además, no se puede dejar de reconocer el valor de tantos defensores de derechos humanos que han perdido la vida defendiéndolos.

Y, precisamente con esa voz profética el Papa nos preguntó: ¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo? Jesús nos manda a confrontarnos con esos modos de conducta, esos estilos de vida que dañan el cuerpo social, que destruyen la comunidad. ¡Cuántas veces se «normalizan» procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente!

El Papa hizo todo lo que pudo por comprometernos con la paz. Y ahora ¿qué haremos nosotros? Nuestro empeño en esta tarea dará la respuesta. Ojala no hagamos inútiles tantos esfuerzos del Papa pero sobre todo no nos defraudemos a nosotros mismos en la construcción del futuro que nos pertenece y mucho menos al Dios de la paz que está de nuestra lado y en este paso de Francisco por nuestra tierra nos ha hablado claro y contundente: “Sean esclavos de la paz para siempre".


El Papa Francisco en Medellín: un cambio real en la vida de la iglesia



Hay mucho debate en sí el Papa cambia la doctrina o mantiene la continuidad con el magisterio anterior. Los expertos dicen que no cambia la doctrina. Los más tradicionalistas dicen que sí y “se rasgan las vestiduras” (en secreto, muchas veces, para no desentonar porque es sabido que siempre se ha respetado el magisterio pontificio) y los que desde siempre han vivido con esa inquietud profética de que la iglesia podría parecerse más a la iglesia de Jesús, no debaten si cambia o no la doctrina pero si se sienten muy alegres al oír al Papa y al verlo actuar porque su presencia trae otro estilo de Iglesia, trae otra manera de situarse ante el mundo, invita a otra forma de ser y de juzgar, de actuar y de comprometerse.

Francisco habla muy claro pero no es de extrañar que muchos quieran mantener oídos sordos. El Papa dice todo lo contrario de lo que muchos jerarcas y católicos han enfatizado por décadas. En lugar de hablar de la “pureza” de la doctrina, de los ritos, de las tradiciones, se dedica a decir que en la iglesia han de caber TODOS porque la iglesia no es una aduana que impide la entrada a nadie. Además afirma que la rigidez, las seguridades y los apegos –a lo que se cree es la ley de Dios- no es de Dios. Todo esto constituye un cambio real en la manera como algunos jerarcas y no pocos laicos viven la predicación, las actitudes y las costumbres en la iglesia.

Como ya lo dijo Benedicto XVI, no se comienza a ser cristiano por una idea sino por el encuentro con una persona. Esto es el seguimiento de Jesús. Y Francisco recuerda que seguir a Jesús es preguntarse ¿qué es lo que le agrada al Señor? en lugar de escudarse en el cumplimiento de unas normas -que son mediaciones que pueden cambiar como todo lo humano-. Ante esto el Papa propone tres actitudes fundamentales del verdadero seguidor de Jesús: (1) ir a lo esencial (2) renovarse (3) involucrarse.

Para ir a lo esencial se requiere dejar esa mentalidad farisea, apegada a la norma y lejana a la experiencia de Dios. Por lo contrario, lo esencial es escuchar la Palabra y desde ella ver las necesidades de los hermanos que nos reclaman y no podemos dejar de atender. Renovarse respondiendo al llamado del Señor que nos habla a través de sus llagas presentes en la vida de los más pobres y nos invitan a la superación de la violencia buscando caminos de reconciliación y paz. Involucrarse, saliendo de sí para encontrarse con todos y no impedirle a nadie que entre a la iglesia, no sentirse dueño sino servidor. La manera de involucrarse es haciendo uso del método latinoamericano: ver-juzgar-actuar (el Papa recordó que este método surge con la Conferencia de Medellín en 1968), “sin miopías heredadas” (¿estaría refiriéndose a todo el recelo frente al camino latinoamericano de tantos sectores eclesiales?) para examinar la realidad con los ojos de Jesús y juzgar y actuar desde esa mirada. Todo esto supone un cambio en la vida eclesial. Una nueva mirada, un nuevo juicio. Un nuevo actuar.

En el encuentro con los sacerdotes, religiosos/as, seminaristas y sus familias el Papa ahondó más en este cambio de mentalidad que se exige hoy a la Iglesia. A partir del texto bíblico de la vid y los sarmientos el Papa les propuso tres modos de hacer efectivo el permanecer: (1) Permanecer tocando la humanidad de Jesús, contemplando la realidad no como juez sino como samaritano, conmovido ante la necesidad de las personas; (2) Permanecer contemplando su divinidad, a través de las Sagradas Escrituras para conocer a Jesús y saber lo que él quiere de nosotros, (3) Permanecer en Cristo para vivir en alegría la cual es el mejor testimonio que podemos ofrecer al mundo. En el fondo, en el mensaje que el Papa quiso dar a los consagrados continuaba insistiendo en lo que él ve como esencial: contemplar a Jesús en la realidad, servirle allí asumiendo todo lo que esta conlleve, encarnar definitivamente la fe en la historia que nos toca vivir. Y en Colombia esta historia nos invita a superar los diluvios de los desencuentros y de las violencias, dando frutos de encuentro y solidaridad.

Sí, el Papa está cambiando la manera de ser iglesia. La manera de vivir el seguimiento. La manera contemplar el mundo. Pero no por un gusto personal sino porque mirando el evangelio de Jesús, quiere zarandear la iglesia para que lo asuma de una vez por todas, para que deje de estar acomodada y dé el primer paso y muchos otros pasos en el auténtico seguimiento.

¿Asumiremos esta propuesta? Sinceramente lo veo difícil. Pero no hay que perder la esperanza porque el mismo Espíritu que suscitó un Papa venido del fin del mundo que ha vuelto a lo esencial del evangelio puede hacer que la iglesia colombiana, de una vez por todas, asuma el compromiso de construir la paz y la reconciliación porque entiende que si esto no es evangelizar, ¿qué podría serlo?


sábado, 9 de septiembre de 2017


Papa Francisco: La necesaria e inaplazable “reconciliación” en Colombia





El tercer día de Francisco en Colombia comenzó encontrándose con las fuerzas armadas y la policía en el aeropuerto militar CATAM donde abordaría el avión para trasladarse a Villavicencio. A ellos les agradeció “lo que han hecho y lo que hacen por la paz poniendo en juego la vida” y les expresó su deseo de que “ojalá puedan ver consolidada la paz en este país que se lo merece”.


Llegado a la región llanera celebró la misa en Catama con unas 600.000 personas presentes. Se destacó en el evento, la ropa blanca que usaron la mayoría de los asistentes, la presencia de las comunidades indígenas que rodearon el Papa y le dieron sus regalos autóctonos y todo el ambiente alegre y festivo al ritmo de música llanera mostrando la pujanza y valentía de esa tierra tan bellamente bendecida por Dios con su naturaleza exuberante.


La celebración de la Eucaristía inició con la beatificación del obispo de Arauca, monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, asesinado por el ELN en 1989 y la del sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, conocido como “el cura de Armero” masacrado en este municipio tolimense en 1948.


En la Homilía el papa volvió a clamar por la reconciliación con Dios, con los colombianos y con la creación. Partiendo de la festividad que se celebra este día (8 de septiembre: el nacimiento de la Virgen María) el Papa invitó a ver en María “la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie puede romper”.  Se centró después en la lectura de Mateo que relata la genealogía de Jesús según Mateo haciendo caer en cuenta que la historia de salvación es “una historia viva, historia de un pueblo con Dios caminando (…) no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, de vida que camina”. Y en esa historia la “mención de las mujeres –ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento- nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento”. Y a partir de esas palabras aprovecha para denunciar los estilos patriarcales y machistas que oprimen a las mujeres pero, a su vez, la capacidad que ellas han mostrado a lo largo de la historia para cambiarla y abrir nuevos caminos. Y la historia de José frente al embarazo de María es contracultural y capaz de defender la dignidad de María por encima de cualquier otra normatividad que pudiera existir en su tiempo.


Aquí el Papa conecta con la realidad colombiana: aquí también hay muchas historias de amor y de luz como de desencuentros, agravios y de muerte. Y es en esa realidad donde ha de entrar la luz recorriendo el camino de la reconciliación. Y aclara: “La reconciliación no es una palabra abstracta (…) es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto colombiano. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de paz (…) La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir futuro y hace crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso”. En otras palabras estamos llamados a decir un sí a la paz, un sí a la reconciliación entre nosotros y con la creación que hemos explotado tan irracionalmente.


Ahora bien, el momento más emotivo, otro tipo de “eucaristía” viviente, fue el encuentro con las víctimas. Con mucha atención Francisco escuchó a Juan Carlos Murcia Perdomo y Deisy Sánchez Rey, excombatientes (guerrillero y autodefensas) y a Luz Dary Landazury quien pisó una mina antipersonal que plantó la Farc y Pastora Mira García quien perdió a su padre a la edad de seis años, asesinado por los paramilitares. Posteriormente su primer esposo fue asesinado, en el 2001 su hija fue desaparecida y solo encontró su cadáver siete años después. Finalmente su hijo fue asesinado por los paramilitares. Esos testimonios marcaron las palabras del Papa: “Desde el primer día he deseado que llegara este momento de nuestro encuentro. Ustedes llevan en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva y reciente de su pueblo (…) vengo aquí con respeto y una conciencia clara de estar, como Moisés, pisando tierra sagrada”. Precisamente por esa conciencia, el Papa añadió que estaba allí no tanto para hablar como para escuchar y junto a ellos pedir perdón para poder mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza.


El Cristo de Bojayá presidió ese encuentro como testigo de la masacre cometida contra tantas personas en 2002. Su imagen “mutilada y herida nos interpela” y nos muestra “que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia”. Francisco invocó el Salmo 85: “El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán” para reafirmar lo que el testimonio de Pastora Mira había dicho: “tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación”. Igualmente el testimonio de Luz Dary hizo afirmar a Francisco: “te has dado cuenta de que no se puede vivir del rencor, de que sólo el amor libera y construye”.


El testimonio de Deisy y Juan Carlos le permitió hablar de que hasta los victimarios son víctimas “inocentes o culpables” pero a fin de cuentas “víctimas”, que necesitan una oportunidad aunque resulte “tan difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines”. “Es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se puede dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero”.


Apelando bellamente a la parábola del trigo y la cizaña, invitó a “no perder la paz por la cizaña”. Se ha de trabajar por “la verdad compañera inseparable de la justicia y de la misericordia (…) la verdad no debe conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón”.


La petición del Papa al pueblo de Colombia fue contundente: “Colombia, abre tu corazón de Pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad y a la justicia (…) no teman pedir perdón y ofrecer perdón. No se resistan a la reconciliación”.


Este día tal vez puede contarse como el paso de Dios por esta tierra, clamando nuevamente para que demos un paso adelante a la construcción de la paz desde la verdad, la justicia, el perdón y la reconciliación. ¿Escucharemos definitivamente su voz? Son muchos años de sordera, es mucha la cizaña que crece aquí y allá y nos confunde. Pero la vida sigue clamando como lo hizo al caer la noche en la puerta de la nunciatura el testimonio de María Cecilia Mosquera, víctima de Machuca, quien abiertamente la pidió al Papa que rezara por ella para que pudiera perdonar. Pero el Papa, valiéndose de las palabras que ella había dicho antes “Dios perdona en mí”, las invocó para que toda Colombia las ponga en práctica: “Basta dejar que Él haga y toda Colombia tendría que abrir sus puertas”.


Francisco dijo que había aprendido mucho de esos testimonios. Ojala que todos los colombianos aprendamos mucho más para ser capaces de “perdonar lo imperdonable”, no por nuestras fuerzas sino por las de Dios en nosotros. Todos y todas estamos llamados a construir la Colombia en paz. Tal vez algunos se cansen pero, los cristianos, no podemos hacerlo. La autenticidad de nuestra fe se juega en nuestra capacidad de perdón y reconciliación. Si Dios camina con nosotros, ¿qué nos puede detener? Dios no decae en su empeño de hacernos una nación libre y en paz. ¿Secundaremos su deseo? Demos el primer paso para hacerlo posible.

viernes, 8 de septiembre de 2017


Papa Francisco en Bogotá: La paz, la cultura del encuentro y la vida para todos

El segundo día del Papa en Colombia fue intenso, como lo serán todos los que siguen. Inició con las palabras dirigidas a las autoridades colombianas en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño. De ahí se desplazó a la catedral primada donde rezó frente a la Virgen de Chiquinquirá, patrona de Colombia. Después, recibió de manos del Alcalde las llaves de la ciudad. Se dirigió a los jóvenes reunidos en la Plaza de Bolívar desde el balcón del Palacio cardenalicio. Allí mismo se reunió con los obispos. En la tarde se encontró con la presidencia del CELAM y, más tarde, celebró la Eucaristía en el parque Simón Bolívar a la que acudieron más de un millón de personas, finalizando con el regreso a la nunciatura en cuya puerta tuvo otro encuentro con un grupo de jóvenes que le ofrecieron su canto y su danza, junto con unas palabras que fueron muy bien acogidas por el pontífice.

Imposible resumir en este espacio la riqueza de cada una de las palabras y de los gestos del Papa. Cada discurso merecería un comentario largo y detallado. Por ahora basta decir que sin duda el Papa muestra con todos sus actos el lugar desde el que habla, los énfasis que sostiene, la visión de Dios, de Iglesia, de misión que tiene y de lo que quiere hablar una y otra vez, “a tiempo y a destiempo” como dice la segunda carta a Timoteo (4,2).

El Papa lleva en su corazón a los pobres. Y esto, no por su propio gusto, sino porque ellos son el corazón del evangelio. De ahí que en el discurso en la casa de Nariño, después de insistir en el tema fundamental que atraviesa nuestro país – la paz y la reconciliación- pide que por favor “escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, y de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—“. Animó también “a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”

Lo mismo dijo en su discurso a los jóvenes: “ustedes los jóvenes tienen una sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de los otros (…) para dejarse conmover por las necesidades de los más frágiles y dedicarse a ellos”. A los obispos les invitó a hospedarse “en la humildad de su gente para darse cuenta de sus secretos recursos humanos y de fe, escuchen cuánto su despojada humanidad brama por la dignidad que solamente el Resucitado puede conferir”. Con los del CELAM refuerza la idea de que la misión de una iglesia en salida es “salir para encontrar, sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo. Se trata de que se metan día a día en el trabajo de campo, allí donde vive el Pueblo de Dios que se les ha confiado. No nos es lícito dejarnos paralizar por el aire acondicionado de las oficinas, por las estadísticas y las estrategias abstractas. Es necesario dirigirse al hombre en su situación concreta; de él no podemos apartar la mirada. La misión se realiza siempre cuerpo a cuerpo”. Llamando a mantener la esperanza dice: “la esperanza debe siempre mirar al mundo con los ojos de los pobres y desde la situación de los pobres”.

Y como ya dijimos, el tema central de su visita es la paz y la reconciliación en Colombia. Por eso en sus palabras a las autoridades del país valoró todos los esfuerzos dados para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En estos caminos propuso la cultura del encuentro que debe superar las visiones distintas que se tienen en la construcción de la paz. Esta cultura del encuentro “exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común”.  

Y siguió insistiendo en la cultura del encuentro en su reunión con los del Celam diciendo que, en el contexto latinoamericano, se valorara su diversidad como una riqueza y se ha de prestar “el humilde servicio al verdadero bien del hombre latinoamericano. Se debe trabajar sin cansarse para construir puentes, abrir muros, integrar la diversidad, promover la cultura del encuentro y del diálogo, educar para al perdón y a la reconciliación, al sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al coraje de la paz”. También lo hizo en su discurso a las autoridades: “Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de ‘pura sangre’ sino con todos”. A los jóvenes les dice que para ellos es fácil encontrarse y por eso “pueden enseñarnos a los grandes que la cultura del encuentro no es pensar, vivir, ni reaccionar todos del mismo modo –no es eso- la cultura del encuentro es saber que más allá de nuestras diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos transciende, somos parte de este maravilloso país. ¡Ayúdennos a entrar, a los grandes, en esta cultura del encuentro que ustedes practican tan bien!”.

El Papa sabe que la superación de la violencia no depende solo de un acuerdo de paz frente al conflicto armado sino de resolver las causas estructurales que generan toda violencia. Estas son la inequidad y la injusticia social. Por eso llama la atención de que las leyes no deben ser solo para garantizar un orden social sino que “deben resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia (…) no olvidemos que la inequidad es la raíz de los malos sociales” (Discurso a las autoridades). Insiste nuevamente en la homilía de la misa de este día: “hay densas nieblas que amenazan y destruyen la vida. las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas”.

Francisco está convencido de que el núcleo del anuncio del evangelio es la alegría y es lo que se ha de comunicar. A los del Celam les recuerda que la misión continental propuesta en la Conferencia de Aparecida, “no es la suma de iniciativas programáticas que llenan agendas (…) sino el esfuerzo para poner la misión de Jesús en el corazón de la misma Iglesia, transformándola en criterio para medir la eficacia de las estructuras, los resultados de su trabajo, la fecundidad de sus ministros y la alegría que ellos son capaces de suscitar. Porque sin alegría no se atrae a nadie”

Otra de las preocupaciones de Francisco ha sido la reforma de la Iglesia y entre ellas la del clericalismo que la ha acompañado durante tantos siglos y por eso a los del Celam les dijo: “Me detuve en las tentaciones todavía presentes, de la ideologización del mensaje evangélico, del funcionalismo eclesial y del clericalismo”. Más aún “no se puede reducir el evangelio a un programa al servicio del gnosticismo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una concepción de la Iglesia como una burocracia que se autobeneficia, como tampoco esta se puede reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por una casta clerical”

Finalmente, en Discurso a los obispos les hace una llamada fuerte a que “sostengan” el paso hacia la paz definitiva, la reconciliación, “la abdicación de la violencia como método, la superación de las desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos, la renuncia al camino fácil pero sin salida de la corrupción, la paciente y perseverante consolidación de la ‘res pública’ que requiere la superación de la miseria y de la desigualdad”. Les recuerda que su misión es singular en la construcción de esta nación: “ustedes no son técnicos ni políticos, son pastores (…)” y por eso deben predicar la palabra de la reconciliación “no solamente en los púlpitos, en los documentos eclesiales o en los artículos de periódicos, sino más bien en el corazón de las personas, en el secreto sagrario de sus conciencias”.

El día terminó, como ya dijimos con el encuentro con unos jóvenes en situación de discapacidad en el que una de las niñas leyó unas palabras que impactaron al Papa: “Queremos un mundo en el que la vulnerabilidad sea reconocida como esencial en lo humano. Que lejos de debilitarnos nos fortalece y dignifica. Un lugar de encuentro común que nos humaniza”. Francisco no dudó en retomarlas, en repetirlas y decirles que “todos somos vulnerables (…) por eso no se puede descartar a nadie”.

Los pontífices siempre han despertado lo mejor de los sentimientos de los católicos y ya tuvimos dos experiencias hace ya muchos años que se recuerdan con gratitud. Pero lo notorio, lo increíble, lo que distingue este pontificado es que el evangelio se hace vivo, cercano, concreto, entendible a todos los que se encuentran con el Papa y escuchan su mensaje. Solo queda decir que ojala a partir de esta experiencia todos en la iglesia colombiana (jerarcas y laicos) nos esforcemos por dar un testimonio así de creíble y evangélico que pueda atraer a todos.

jueves, 7 de septiembre de 2017


Multitudinario recibimiento de los colombianos a Francisco
Como estaba previsto, el Papa llegó a Bogotá a las 4:30 p.m., y fue recibido por miles de colombianos que cubrieron todo el trayecto papal desde el aeropuerto hasta la Nunciatura. Se cumplieron todos los protocolos pero, por la personalidad que el Papa ha mostrado en todo su pontificado, cada momento resultó lleno de calor humano, de fiesta, de alegría, de la Colombia que en realidad somos, la de una juventud con esperanza y alegría pero que tiene que afrontar muchos obstáculos para conseguir sus sueños, la de unas víctimas del conflicto armado que nos ha marcado por más de 50 años pero capaces de mantener la esperanza y la de ese pueblo creyente que no le importa gastar muchas horas esperando al Papa porque sabe que su presencia aviva la fe e invita a construir la paz y la reconciliación que tanto necesitamos.


Después de saludar al presidente y a su esposa, el Papa recibió de manos de Emanuel -quien nació en cautiverio cuando su madre, Clara Rojas, estaba secuestrada por la guerrilla-, una paloma de la paz. Así quedaba explicito que este viaje papal es inseparable de su deseo de afianzar la paz “estable y duradera” en este país.

Al caluroso recibimiento de todos los que estaban en el aeropuerto, el Papa respondió, en un primer momento, levantando el dedo pulgar. Pequeño gesto que duro segundos, pero que mostró esa espontaneidad de Francisco en todo lo que hace y dice. Saludando a los soldados heridos en combate fue llamativa la atención que el Papa prestaba a cada uno. Por eso, cuando el soldado profesional Juan José Florián Valencia, víctima de un artefacto explosivo que le quito sus dos brazos y una de sus piernas, se acercó a saludarlo, el Papa inmediatamente vio que no tenía brazos y le dio un caluroso abrazo. Gesto que, sin duda, vale más que mil palabras.

El obispo de Roma no dudó en quedarse de pie en el Papamóvil durante todo el recorrido por la Calle 26, repartiendo bendiciones y acercándose a la gente que podía romper la barrera de seguridad y alcanzaba a darle la mano. Pero el momento más emocionante fue su llegada a la nunciatura donde lo esperaban los jóvenes del IDIPRON (entidad pública que atiende a niños/as y jóvenes en situación de vulnerabilidad) quienes con su música -rap y cumbia-, su alegría y los regalos que le hicieron al Papa (una ruana, una vela y un vitral) mostraron esta Colombia joven, envuelta en muchas dificultades pero con capacidad de sobreponerse a las mayores adversidades. Ellos afirmaron que quieren “dar el primer paso” para sobreponerse a todo lo que les ha llevado a las drogas y a otros vicios y le pidieron que reconociera la santidad del fundador del Idipron, P. Javier de Nicoló, verdadero apóstol entre estos jóvenes. El Papa visiblemente emocionado, se puso la ruana que le regalaron, e interactúo con los jóvenes haciéndoles repetir que no se dejaran robar la alegría, ni se dejaran robar la esperanza. Y les pidió que rezaran por él.

Ha sido bonito este primer día especialmente porque los que recibieron al Papa son los que él ha puesto en el centro de su pontificado: los pobres, los necesitados, los que se les quiere ocultar para que no interpelen desde sus necesidades la conciencia de los que se dicen cristianos. Ojala siempre fuera así la vida de la Iglesia. Que los más pobres ocuparan los primeros lugares. Que todos los jerarcas se acercaran con esa sencillez a ellos. Y que la vida, la fiesta, la alegría ocupara la dedicación de la iglesia entre los pobres y para ellos. Mañana continuara esta peregrinación papal y, con certeza, nos seguirá sorprendiendo con ese sabor a evangelio que tienen sus palabras y sus gestos.

martes, 5 de septiembre de 2017


Llegó la tan esperada visita del Papa



En pocas horas Francisco embarca rumbo a Colombia. Ya conocemos las ciudades que el Papa visitará y los actos que en cada una de ellas se realizarán. Tal vez podamos participar de algunos presencialmente o siguiendo las transmisiones que se harán por los medios de comunicación. Pero lo más importante es preguntarnos, qué está significado este pontificado para la vida de la iglesia y para nuestra propia vida.

Cada pontificado trae su huella y sus prioridades y este, por supuesto, también las trae. Y se pueden nombrar muchas cosas que han venido con el Papa Francisco pero tal vez se puedan resumir en que con él se está dando una vuelta a “lo esencial” del evangelio. El Papa Francisco nos habla continuamente de la alegría, la sencillez, la misericordia, la realidad social y, en ella, especialmente destaca la preocupación por la suerte de los más pobres; nos habla también de la urgencia de una “Iglesia pobre y para los pobres”, de la “economía que mata” –refiriéndose al sistema económico imperante en el mundo hoy cuyo único valor es la ganancia y no el garantizar la vida humana-, de la crisis ambiental, cuyos efectos afectan especialmente a los más pobres, del amor a la familia pero desde un horizonte de “acompañar, discernir e integrar la fragilidad” (Amoris Laetitia) y, en definitiva, de una fe que se compromete con este presente y busca responder a sus desafíos.

Con Francisco se desbloquearon procesos como la beatificación de Monseñor Romero, que no había podido prosperar por prejuicios frente a su compromiso social, se ha podido volver a hablar de la teología de la liberación o de la teología del pueblo sin miedo a ser puesto bajo la mira de la censura eclesiástica, se recuperó la expresión “Pueblo de Dios”, tan central en la eclesiología de Vaticano II, acallada en las últimas décadas, se comenzó a hablar del diaconado de las mujeres y se va buscando –lento como todo cambio de estructuras lo es- una renovación del colegio cardenalicio y de las congregaciones de la curia vaticana. No han faltado esfuerzos por purificar las finanzas de la Iglesia y por llamar a todos sus miembros a una vida más austera y por mantener la política de “cero tolerancia” en pecados/delitos tan graves como la pedofilia.

Tal vez muchas personas del pueblo de Dios no alcanzan a comprender lo que todo lo anterior significa porque son cristianos que viven con sinceridad su fe pero no están acompañando el desarrollo histórico de la vida eclesial ni conocen muchas de las situaciones internas que se viven y que unas veces se expresan como avance y otras como retroceso. Pero lo que la mayoría de las personas tal vez si capta, es que a muchas personas de dentro y de fuera de la iglesia este aire renovador, sencillo, cercano y de más compromiso social les encanta. Aman a Francisco y están muy contentos de que la Iglesia oficial –en cabeza del Papa- este mostrando ese rostro con “sabor a evangelio”. Pero, lamentablemente, a algunos miembros del clero y a algunos cristianos supuestamente muy comprometidos con la vida eclesial, el Papa les incomoda. Sienten que nos les habla de lo que a ellos les interesa: que se cumplan las normas, que se garantice o que se imponga –en cierto sentido- la moral cristiana, que les aseguren que lo que ellos hacen está bien y son poseedores de la verdad, que la salvación está de su lado y los demás tienen que convertirse. Que pueden mantener títulos honoríficos y acumular más bienes económicos de los que necesitan por su opción vocacional.

¿Qué significa todo lo anterior para la vida de la iglesia colombiana y para nuestra propia vida? Sin duda, un llamado muy fuerte a la conversión. Nada de lo anterior hay que ponerlo en práctica porque lo diga el Obispo de Roma, sino porque está mucho más acorde con el evangelio, con el Jesús anunciador del Reino, con el Dios Padre/Madre misericordioso que tiene como única norma el amor y como único título de honor el servicio.

Y en nuestra realidad colombiana el proceso de paz que estamos viviendo no es ajeno a la fe y, por tanto, no lo es para el Papa Francisco. Y esto no es politizar la venida del Papa. Es volver a preguntarnos si no es más acorde al evangelio de Jesús apostar por la paz siempre y de todas las maneras. Lamentablemente, hay mucha confusión en los ciudadanos y, por ende en los cristianos, porque hay fuerzas políticas que se empeñan en sus intereses personales y no en el bien común. Pero el Papa dijo que vendría cuando se firmará el acuerdo de Paz y cumple su palabra. No porque crea que un acuerdo nos trae la paz mágicamente pero sí porque sin un acuerdo nunca empezaremos el camino. Como dice el lema de la venida del Papa, ojala “demos el primer paso” hacia la conversión del evangelio con todo lo que antes anotamos y, por supuesto, hacia la construcción de la paz que es una tarea difícil pero necesaria en nuestra querida Colombia y en la cual, sin duda, Dios está de nuestro lado.

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