jueves, 27 de mayo de 2021

 

Ante las polarizaciones políticas, diálogo y con urgencia 


 

Vivimos tiempos donde hay “urgencia” de una “mejor política” en términos de Francisco en su encíclica Fratelli Tutti (nn.154-197). Pero no es fácil conseguirla. En Chile el presidente Piñera reconoció que los partidos tradicionales habían fracasado y la nueva Constitución es ahora la esperanza para construir un país mejor, un país distinto. En Colombia, la protesta social muestra el fracaso de una clase política que asentada en el poder desde hace tanto tiempo solo ha beneficiado a unos pocos y ha sumido en la pobreza a la mayoría. Y no es muy distinta la situación de muchos otros países. Pero ¿cómo abrir camino para una mejor política que efectivamente siente las bases de un cambio que haga posible el bien común para todos?

 

El papa en la encíclica comienza denunciando lo que no ha sido una buena política y lo expresa con los términos “populismos” y “liberalismos” acusándolos a ambos de no pensar en un mundo abierto para todos, capaz de incorporar a los más débiles y respetando las diversas culturas”. Ahora bien, comúnmente, los populismos se identifican con la izquierda y los liberalismos con la derecha. Personalmente tengo mis dudas, en el sentido de que, tanto izquierdas como derechas, son populistas porque ofrecen a sus electores beneficios para conseguir sus votos. Un ejemplo concreto, la reforma tributaria que fue la gota que rebosó el vaso y levantó la protesta social en Colombia hace ya casi un mes, se vendía con un título totalmente populista: “Ley de solidaridad sostenible”. Bajo capa de sostener los planes sociales para los más pobres se buscaba empobrecer a la clase media para tal sostenibilidad, mientras que a la clase alta se le mantenía con las mayores exenciones, con otro argumento muy populista: esas exenciones llevarían a que los empresarios crearan más puestos de trabajo y más beneficios para sus trabajadores. Y, más populismos: a los bancos se les dio capital con el argumento de que ellos harían préstamos a las personas afectadas por la pandemia. Los resultados han sido que los beneficiados con tales préstamos estén ahogados por los intereses que deben pagar, mientras los bancos siguen obteniendo más ganancias. Mientras no entendamos que las izquierdas no son las populistas y las derechas las sensatas, sino que ambas corrientes -con todas las intermedias- tienen populismos y sensateces- no podremos pensar en la invitación que el papa hace de dejar esos rótulos y descubrir la “legitimidad de la noción de pueblo”. Solo si escuchamos las demandas urgentes del pueblo -de la gente- y buscamos responder a ellas, podremos hablar de “democracia” -gobierno del pueblo- y de búsqueda del bien común.

 

Pretender construir “la mejor política” supone tener en cuenta muchos aspectos. Pero hablemos de actitudes básicas para vivir en sociedad y pensar en el bien común -base de cualquier política-. No basta proponer la coexistencia pacífica sin hablar de los temas. Es decir, muchos piensan que, en las familias, o en las comunidades religiosas, o entre los amigos, lo mejor es no hablar de política y cada quien pertenecer al partido político que desee y votar por el candidato que quiera. Personalmente creo que esto no es sano ya que, como dijo el mismo papa Francisco “si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la suma de los individuos” se necesita la palabra “pueblo”. Lo mismo dice el teólogo Bernard Lonergan de una manera más sistemática: “las comunidades (familia, iglesia, sociedad) no son solamente un número de personas que viven dentro de unas fronteras geográficas. Las comunidades se constituyen por unas experiencias comunes, unas intelecciones comunes o complementarias, unos juicios semejantes, unas orientaciones de vida parecidas, semejantes, complementarias. Cuando esto no se da, las comunidades se rompen y pueden llegar a desgarrarse completamente”. ¿Esto significa que todos debemos pensar igual? Con seguridad no y además es imposible. Pero si creo que significa que debemos pensar, en cierto sentido, semejante y esto es posible cuando sinceramente nos disponemos al diálogo y a la amistad social como lo propone Francisco. Es decir, la solución para superar la polarización no es evitar el diálogo, sino justamente disponerse a ello y llevarlo hasta las últimas consecuencias. No he dicho nada nuevo, pero en lo que quiero insistir, es en la necesidad de ponerlo en práctica, en no desistir de hacerlo, en entender que no es posible que tengamos visiones antagónicas si somos parte de una misma familia, comunidad, iglesia, sociedad.

 

Más aún, visto desde la experiencia de fe, el diálogo tendría que ser nuestra prioridad. Además, tenemos motivos de sobra para hacerlo. Lo que interesa es disponernos al servicio de los más necesitados de cada tiempo y si esa es nuestra opción, por ahí irán nuestras experiencias, intelecciones, juicios y opciones. El diálogo sincero es el que puede llevarnos a remar del mismo lado y poder llegar al puerto. Desde el evangelio, los pobres son siempre criterio auténtico de discernimiento. Si hablamos desde ellos, si vivimos entre ellos -en realidad la situación social nos afecta a todos, pero a veces los privilegios que tenemos por diversas razones nos colonizan la mente y nos desclasan del pueblo al que pertenecemos-, será más fácil darles nombre a las realidades más apremiantes y escoger las políticas que se propongan que vayan en línea de responder a esas necesidades.  La fe no se juega solo en la vida litúrgica o en la defensa de “algunos” de los valores cristianos. La fe se juega en el camino difícil, tortuoso, enredado, de la política. En ese liberarnos de slogans y falsas noticias y ser capaces de discernir lo que realmente es “bueno y valioso”, especialmente, para los más necesitados.

 

“Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo esto se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (FT n. 108). Por difícil que parezca, nuestra fe ha de dar impulsarnos a dialogar “a tiempo y a destiempo”, como decían los apóstoles respecto de la predicación porque si no hay diálogo, no habrá familia, no habrá comunidad, no habrá país posible.

 

miércoles, 19 de mayo de 2021

 

Una iglesia creíble en tiempos difíciles


 

El texto de Hechos de los Apóstoles (2, 1-12) nos relata la experiencia de Pentecostés. Los discípulos están reunidos en Jerusalén esperando la promesa que Jesús les había hecho después de su resurrección. Jerusalén es el lugar de peregrinación para los judíos en sus principales fiestas -De las tiendas, Pascua y Pentecostés-. Esta última se celebra cincuenta días después de la Pascua para conmemorar la salida de Egipto, cuando Dios le da a Moisés, en el Monte Sinaí, la Ley para Israel. También en esta fecha, se da gracias por el fruto de las cosechas.  Por esta razón no extraña que haya mucha gente en Jerusalén.

Si comparamos este pasaje bíblico con el del bautismo de Jesús, encontramos las coincidencias: el cielo se abre, viene el Espíritu sobre Él en forma corporal -como una paloma- y se oye una voz que confirma que Jesús es el elegido, en quien Dios se complace (Lc 3, 21-22). De esa manera Jesús inicia su ministerio. Pentecostés es el inicio de la Iglesia por el don del Espíritu sobre los primeros testigos y con la misión de llevar la buena noticia “hasta los confines de la tierra” (Hc 1, 8).

El texto continúa diciendo que la gente los escucha hablar en su propia lengua. El escritor sagrado quiere mostrar lo que el Espíritu produce en la comunidad de discípulos. Lo importante es que hablen de las “maravillas” de Dios y que así lo reconozcan los que escuchan. Ahora bien, para algunos estos signos no les dicen nada y, por el contrario, dicen que “están llenos de mosto”.

¿Qué signos serían creíbles hoy para que la gente que nos escucha pueda descubrir las maravillas de Dios? El papa Francisco, en la Exhortación Evangelii Gaudium, señala algunos signos que contribuirían al proyecto de reforma de la Iglesia si en verdad se pusieran en práctica:

- Ser una Iglesia “pobre y para los pobres”. Algunos no entienden esta afirmación porque aducen que la Iglesia ha de ser para todos. Lo que significa es que la Iglesia tiene que ser signo de desprendimiento y de libertad frente al tener y el poder -una Iglesia pobre- y ha de acoger, en primera instancia, a los pobres de cada tiempo presente, porque ella no será una Iglesia de todos/as y para todos/as, si no comienza por la inclusión de aquellos más necesitados, aquellos que en la sociedad son dejados de lado, los “descartados”. (n. 198; n. 53)

- Ser una Iglesia que no tema “ser accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (…) Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Dadles vosotros de comer!” (n. 49). La Iglesia tiene que arriesgarse más, mostrar que está atenta a los signos de los tiempos y no teme afrontarlos. Dejar los miedos y los “tradicionalismos” para vivir la libertad del espíritu que en fidelidad a la “tradición” abre nuevos caminos.

- Ser una iglesia sinodal. El papa ha afirmado que la iglesia del tercer milenio ha de ser una iglesia sinodal, es decir que “caminen juntos” -laicado, vida consagrada y ministros ordenados-, es decir, todo el Pueblo de Dios. Aún faltan muchas estructuras eclesiales que hagan posible este signo. Solo los ministros ordenados tienen los niveles de decisión, dirección y organización. Eso se contradice con la acción del Espíritu: “Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe -sensus fidei- que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios” (n. 119).

En la realidad colombiana que sigue en Paro Nacional por las múltiples deudas pendientes del gobierno con la población, la iglesia será creíble en la medida que se haga del lado de las justas reivindicaciones y levante su voz hasta que los cambios se hagan realidad. Muy importante la mediación que está prestando en las negociaciones entre el Gobierno y los del Comité del Paro, -señal de la autoridad moral que ella representa- pero que tiene que mantener sin miedo a perder la “neutralidad” que algunas veces invoca. En realidad, nadie puede ser neutral en ninguna situación ni es suficiente invocar la paz y la reconciliación sin afrontar las causas que crean las confrontaciones y sin buscar verdaderos caminos de transformación. La parcialidad por la justicia, por la defensa de los derechos humanos, por el respeto a la vida es fruto del Espíritu que “derriba a los poderos de sus tronos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 52-53).

Que el Espíritu de Jesús nos guíe para que la reforma de la Iglesia se acelere y pueda ser creíble en el hoy de nuestra historia tan llena de dificultades pero con inagotable esperanza de un futuro distinto, sostenido principalmente por la inmensa cantidad de jóvenes que en Colombia siguen movilizándose a pesar de la represión que los persigue. Una juventud así, es signo del Espíritu que, con certeza, nos está hablando en esta fiesta de Pentecostés que conmemoramos.

 

 

 

 

viernes, 14 de mayo de 2021

 

“He escuchado el clamor de mi pueblo” (Ex 3,7)


Llevamos más de quince días de Paro Nacional en Colombia y las noticias tienen diversos enfoques. Por una parte, se reconoce el derecho a la “protesta social”. Por otra se invoca que no se haga con violencia. De otro lado, se denuncian los excesos de las fuerzas del Estado en aras de contener la protesta y, aunque esto se ha reconocido internacionalmente, algunos le quitan importancia porque les puede más el miedo de que algo les afecte que exigir que no se cometan tales atropellos. Sin duda, hay infiltrados y desadaptados que aprovechan la coyuntura para desbordarse en excesos. Ahora bien, no es imposible que algunos infiltrados sean hasta de las mismas fuerzas del orden porque en un país donde se han dado “falsos positivos” (asesinar a jóvenes inocentes, haciéndolos pasar por guerrilleros para ganar reconocimientos dentro del ejército) o de montar campañas sobre el miedo para desprestigiar a los contendores (sin sustento para ello), no sería de extrañar que estén buscando formas para desprestigiar la protesta. De hecho, durante los primeros siete días el presidente solo habló de vándalos y de la necesidad de poner orden, sin reconocer de ninguna manera que el levantamiento popular era un hecho y expresaba un clamor que lleva mucho tiempo, al menos, explícitamente desde antes de comenzar la pandemia.

Pero en lo que me quiero fijar ahora es en las voces -especialmente de iglesias y personas creyentes- invocando la “reconciliación”, el “diálogo”, la “paz”, la “fraternidad”, etc. Por supuesto esto es lo que deseamos y son los caminos que hay que recorrer. Pero eso no se consigue con las palabras sino con procesos que lleguen a las causas de las situaciones y busquen salidas reales a los problemas. Por eso la cita del Éxodo que bien conocemos me hace pensar que cuando Dios escucha el clamor del pueblo, busca un liberador -Moisés- para que vaya donde el faraón y libere al pueblo. El texto bíblico dice que Moisés reconoce que él no tiene fuerzas para hacer semejante cambio. La respuesta de Dios es “Yo estaré contigo y está será para ti la señal de que yo te envío: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto darás culto a Dios en este monte” (Ex 3, 12).

La liberación que Dios ofrece a su pueblo es histórica: liberación de los egipcios. No es algo espiritual sino un enfrentarse al opresor para conseguir la liberación. No fue nada fácil, una larga travesía por el desierto, muchos desertores por el camino, Moisés solo vio de lejos la tierra prometida y el pueblo por fin llega a ella, reconociendo que, siendo un pueblo pobre e indefenso, Dios caminó con ellos y les fortaleció en esta búsqueda de libertad. Con Jesús no es menos histórica la liberación que anunció, siguiendo las palabras del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha unido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Históricamente Jesús puso en el centro al ser humano y no a la Ley, se sentó a la mesa -signo de la comunión con Dios- con aquellos que la Ley excluía en nombre de Dios, revelando el rostro de Dios como misericordia sin límites. Fue asesinado por los representantes del poder y así nuestra fe es en el Dios Salvador que escucha siempre el clamor de su pueblo y responde efectivamente a él.

Porque nuestra fe se funda en este Dios liberador “de todos los males que nos aquejan y, por supuesto, del pecado raíz de todos ellos”, deberíamos dar nombre a las situaciones que impiden la vida de la gente y trabajar por transformarlas. Solo haciendo ese trabajo paciente, concreto, continuo, eficaz se puede aspirar a la reconciliación, a la paz, a ser una nación de hermanos y hermanas. Pero hay tanto temor a dar nombre a las luchas que deben librarse, a perder los privilegios, a perder el “buen” nombre, a que te tilden de “comunista” o alguno de estos términos que se invocan para generar miedo (…), que muchos miembros de las iglesias -incluidas sus autoridades- se quedan en esos discursos globales que solo pretenden acallar la lucha sin resolver a fondo las situaciones. Estas se llaman hambre, desempleo, educación, salud, en otras palabras, poner a los seres humanos en el centro de las opciones y no al sistema financiero, a la lógica del mercado, del individualismo, del sálvese quien pueda. ¿Cuándo nos atreveremos a implicar nuestra fe en la búsqueda de la lógica de Dios, en la lógica del bien común?

Dos anotaciones a tener en cuenta: (1) Todos invocan la protesta pacífica. Pero ¿cuántas veces se han conseguido las cosas por las buenas? Siete días para que el presidente Duque quitará la reforma tributaria y cuántos días (meses, años …) faltarán para que responda, efectivamente, a las demandas de la población. ¿Por qué hay tanta “sordera” para escuchar el clamor del pueblo? ¿Cuántos gritos desesperados hay que seguir dando para que se escuche el sufrimiento del pueblo? Por supuesto mucha gente queda afectada por los bloqueos y demás situaciones que hemos visto pero ¿por qué el gobierno no da el paso a arreglar las cosas que ya sabe de sobra que se están pidiendo? Esperan “conversar” con la gente que protesta … pero ¿acaso no saben de sobra lo que se pide?

(2) Muchas voces han criticado a la minga indígena, evidenciando así, el racismo y la ceguera ante una historia contada por los vencedores. Pero ellos siguen resistiendo y reclamando su dignidad negada. Y derribar estatuas es un símbolo -entre muchos otros- de sus reclamos. ¿Cuántas estatuas más hay que tumbar a la fuerza para que revisemos nuestra historia y la contemos desde los vencidos? No apoyo en absoluto ningún tipo de violencia, pero, como ya lo dije antes, está en manos de los que pueden cambiar las cosas que cese la violencia, atendiendo de verdad y a fondo, todos los reclamos.

No quiero terminar sin reconocer la voz profética y clara del arzobispo de Cali, Darío Monsalve. Ya tiene bastantes enemigos por darle nombre a las situaciones. Ojalá todos los creyentes tuvieran ese valor. Otra seria la historia de nuestros pueblos, si las personas que se precian de su fe, actuarán en consecuencia. 

 

 

 

viernes, 7 de mayo de 2021

 En Colombia se exige un nuevo comienzo, pero este ha de ser desde los últimos

“Quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto, ‘sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad -local, nacional o mundial- abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad’. Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos” (Francisco, Fratelli Tutti n.235).
Estas palabras de la última encíclica de Francisco describen con gran acierto lo que está pasando estos días en Colombia. Llevamos diez días de Paro Nacional como fruto de una larga cadena de demandas que desde el 2016 -exigiendo el cumplimiento de los Acuerdos de paz- se han llevado a cabo. Fue inmenso el clamor popular en la manifestación del 21 de noviembre de 2019 que, lamentablemente, la situación de la pandemia le quito algo de visibilidad pero que se retomó en septiembre y octubre de 2020 (está última liderada por las organizaciones indígenas) y que este pasado 28 de abril volvió a hacerse inmenso, fuerte, contundente.
Pero el Estado ha seguido sordo a tantos clamores y pretende acallar estos gritos con la represión violenta que se ha dado y que internacionalmente ha quedado evidenciada. Aunque las cifras varían (y están en verificación), no se puede negar que se ha dado una represión brutal por parte de las fuerzas del Estado, violando los derechos humanos consagrados en la Constitución.
Las protestas son legítimas. Un país donde la pobreza raya en el 42.5%, de las cuales un 15.1% en pobreza extrema, sin oportunidades de trabajo, de estudio, de paz, con un gobierno cuyo propósito ha sido acabar con los acuerdos de paz y no hace nada para evitar el asesinato de tantos desmovilizados ni tampoco de tantos líderes/lideresas sociales que siguen luchando en sus territorios por una vida digna, no es de extrañar que cada vez más personas se unan a esta protesta social y exijan un cambio de verdad y a fondo. En palabras de Francisco, en su encíclica, exigiendo “un nuevo comienzo”.
El papa continúa diciendo que si se ha de comenzar “ha de ser por los últimos”. Efectivamente esta es la lógica del evangelio y debería ser la lógica de este mundo tan golpeado por la pobreza y la injusticia social, no solo en Colombia sino en tantas partes. Pero no ha sido la lógica de este gobierno ni de todos los anteriores. La Reforma Tributaria que fue la gota que rebosó el vaso, comienza por los grandes capitales asegurándoles exención de impuestos -bajo el sofisma de que esas exenciones, los empresarios las convertirán en oportunidades de empleo-. Frente a esto, otras palabras de Francisco en la Evangelii Gaudium aplican perfectamente: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’ que suponen que todo crecimiento económico favorecido por la libertad de mercado logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando” (n. 54).
El gobierno ha iniciado diálogos con diversas instancias, pero ha comenzado por su propio grupo. Parece que se rodea de los mismos de siempre para seguir fortaleciendo su visión hegemónica y sus oídos sordos. Ojalá las palabras del papa tuvieran más eco: “Hay que comenzar por los últimos”, aquellos que traen la experiencia en su propia carne y los que pueden quebrar la visión dominante que impide ver las cosas desde ese otro lugar.
Los cambios son difíciles pero una vez iniciados siguen moviéndose. Un dato -entre tantos otros de estas marchas- es la conciencia indígena que crece en Colombia y que con orgullo se levanta a reclamar una narrativa de la historia desde ellos, no desde los conquistadores. Por eso las estatuas que han derribado en Cali y hoy en Bogotá son un signo claro de la necesidad de contar nuestra historia desde los últimos. Y esto no nos es fácil. Quebrar el status quo establecido nos desinstala profundamente y surgen muchas actitudes de rechazo. Pero hay que hacerlo y más rápido que tarde.
Muchas voces se levantan diciendo que “haya reconciliación, diálogo, paz, etc.”, pero no le dan nombre a los que causan las rupturas ni a los cambios que hay que darse. Eso no es suficiente. Quedan en la retórica de volver a la normalidad de antes y esto no es posible. Así lo demuestran los que hoy nuevamente están marchando -los escucho mientras escribo estas líneas-. No son vándalos, ni infiltrados de grupos armados, son jóvenes que han comprendido la fuerza de levantar la voz para construir un futuro distinto.
Lástima que algunos cristianos están en la línea de aquellos que solo se asustan por la violencia y anhelan lo que siempre fue así. No, Colombia como tantos países, exige cambios profundos y las protestas lo muestran. Es hora de romper la visión miope y hegemónica que nos acompaña para construir ese “otro mundo posible” que hace tanto se persigue en estas tierras latinoamericanas.

sábado, 1 de mayo de 2021

Paro Nacional en Colombia: clamor por la justicia y la vida

  

Colombia atraviesa por un momento muy difícil -como muchos otros países- por la pandemia del Covid-19 y la pandemia del hambre. Según los datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE) durante el 2020 la pobreza del país llego al 42,5% para un aumento de 6,8% frente a los indicadores del 2019. En otras palabras, 3,6 millones de personas entraron a la línea de pobreza. Se entiende la magnitud trágica de estos datos cuando se concreta en que cada vez más colombianos solo comen dos veces al día y muchos otros solo una vez; que el desempleo golpea a las mayorías y, entre ellas, más a los jóvenes y a las mujeres. La ironía, sin embargo, es que el sector que más creció fue el financiero lo cual muestra cómo el capital se concentra en los intereses de unos pocos -muy apoyados por el gobierno-, mientras la mayoría no logra encontrar resonancia gubernamental para impulsar la producción nacional y defender los intereses de la nación frente a los depredadores internacionales.

Viviendo esta situación, el gobierno ha presentado una Reforma Tributaria que bajo un título muy llamativo -Ley de solidaridad sostenible- grava los intereses de la clase media y pobre -sin tocar los intereses de los grandes capitales- y simplemente sigue la lógica del recaudar recursos -de manera técnica- pero “sin alma” como lo expresó muy bien la Conferencia Episcopal Colombiana en su comunicado del pasado 29 de abril. Esta reforma tributaria fue lo que “rebosó la gota” del descontento social -descontento que se vivía mayoritariamente antes de comenzar la pandemia pero que había quedado postergado por la gravedad de la situación-. Por esto, sabiendo el peligro que se corría al salir a marchar a la calle por estar viviendo el tercer pico de la pandemia, la gente ya no aguantó más y se realizó un Paro Nacional el pasado 28 de abril que convocó a muchísimas personas -especialmente con el clamor de retirar esa Reforma Tributaria- y que ha seguido hasta hoy con diversas manifestaciones.

Por supuesto se han dado desmanes, vandalismo, exceso de fuerza de lado y lado. Con mucha seguridad algunos o muchos pueden ser infiltrados para sabotear las marchas. También debe haber desadaptados sociales y otros serán oportunistas para sacar alguna ventaja -saqueos de almacenes, por ejemplo- Y, lamentablemente esto es lo que sacan los titulares de prensa y lo que repiten incesantemente los noticieros de televisión. Prácticamente se invisibilizan los grandes núcleos de marchas pacíficas en las que con los carteles o arengas se exigen los cambios requeridos -voces que el gobierno se niega a escuchar-. Por eso, aunque toda violencia es reprochable, también es violencia la no escucha, la terquedad, la ceguera, la incapacidad de atender las demandas del pueblo quien, en estados democráticos, son los que tienen derecho a hablar, pedir, exigir que los representantes elegidos respondan a sus demandas y no vivan de espaldas a quienes confiaron en ellos.

Retomando el comunicado de la Conferencia Episcopal Colombiana, allí se pide “Propiciar mecanismos socio-económicos humanizantes para toda la sociedad”. Afirman, retomando al Papa Francisco la necesidad de buscar un “pacto” para “cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del mañana”. En efecto, la economía actual ha producido “el desempleo y subempleo, la falta de recursos básicos para la subsistencia, las limitaciones de los servicios de salud, la pobreza cada vez más generalizada, la inequidad social y la marginación de tantos colombianos. Hay que pensar en los obreros, en los campesinos, en los indígenas y afrocolombianos, en los jóvenes, en las familias, en los estudiantes y docentes, en quienes sufren las consecuencias de la violencia que se ha recrudecido en casi todo el territorio nacional” (Así describen la realidad los obispos en su comunicado).

La Reforma Tributaria propuesta sigue la misma lógica capitalista que está condenando a los países de América Latina a un aumento de la desigualdad e inequidad social. Pero se sigue invocando que un sacrificio más traerá la solución. Ahora bien, el pueblo colombiano ya no acepta esa lógica imperante y exige que se retire dicha Reforma y se escuchen todas las demandas que no han logrado ser escuchadas. Van cuatro días de protestas y el gobierno aún no reacciona positivamente. Se empeña en mantener su propuesta bajo el escudo de que no permitirá los vandalismos de la población. Parece que no ve la cantidad de gente marchando y exigiendo lo obvio. Cabe destacar que los jóvenes han sido protagonistas de primera línea de estos días de marcha. Crece la conciencia en la juventud de su responsabilidad ciudadana y del papel que tienen en construir una Colombia distinta.

Principios como la economía solidaria, la inversión social, la ética en la economía, la austeridad en el gasto publico y el bien común, son propuestos por los obispos para pensar otra economía posible que no agraven más las condiciones de las personas menos favorecidas. Este comunicado tuvo algún eco en los medios de comunicación, pero sería mejor que tuviera más. Es importante que la Iglesia hable en estos momentos de crisis porque de no hacerlo, no queda en posición neutra sino en posición de defensa del status quo o de indiferencia frente a lo que sucede. Lástima que antes de iniciar el paro del día 28, los obispos sacaron otro comunicado desincentivando las marchas porque consideraban que era necesario “anteponer el derecho fundamental a la vida y el deber de proteger la salud de todos”. Por supuesto que recordar ese derecho primario y fundamental es importantísimo y valioso, pero me quedaron dos dudas: primero, en el esfuerzo porque se abrieran los templos, parece que ese derecho no se recordó en todos los momentos y, segundo, los jóvenes cada día se alejan más de la iglesia y cuando los he visto marchar en este Paro Nacional, me pregunto si como iglesia no hace falta, precisamente, estar allí donde ellos se están jugando la vida. Tal vez esa cercanía real con el sentir del pueblo y de los jóvenes daría un mejor testimonio de esa “iglesia en salida”, “con olor a oveja” que, en verdad, no teme accidentarse si de estar con los más pobres se trata, como lo dijo el papa Francisco. Esperemos que esta situación nos comprometa a todos con la construcción de la justicia y la “vida abundante” (Jn 10,10) para todos y todas en esta Colombia tan rica en valores, pero tan pobre en estructuras que hagan viable ponerlos en práctica.