Ante las
polarizaciones políticas, diálogo y con urgencia
Vivimos tiempos donde hay “urgencia” de una “mejor política”
en términos de Francisco en su encíclica Fratelli Tutti (nn.154-197). Pero no
es fácil conseguirla. En Chile el presidente Piñera reconoció que los partidos
tradicionales habían fracasado y la nueva Constitución es ahora la esperanza para
construir un país mejor, un país distinto. En Colombia, la protesta social muestra
el fracaso de una clase política que asentada en el poder desde hace tanto
tiempo solo ha beneficiado a unos pocos y ha sumido en la pobreza a la mayoría.
Y no es muy distinta la situación de muchos otros países. Pero ¿cómo abrir
camino para una mejor política que efectivamente siente las bases de un cambio
que haga posible el bien común para todos?
El papa en la encíclica comienza denunciando lo que no ha
sido una buena política y lo expresa con los términos “populismos” y “liberalismos”
acusándolos a ambos de no pensar en un mundo abierto para todos, capaz de
incorporar a los más débiles y respetando las diversas culturas”. Ahora bien, comúnmente,
los populismos se identifican con la izquierda y los liberalismos con la derecha.
Personalmente tengo mis dudas, en el sentido de que, tanto izquierdas como
derechas, son populistas porque ofrecen a sus electores beneficios para
conseguir sus votos. Un ejemplo concreto, la reforma tributaria que fue la gota
que rebosó el vaso y levantó la protesta social en Colombia hace ya casi un mes,
se vendía con un título totalmente populista: “Ley de solidaridad sostenible”. Bajo
capa de sostener los planes sociales para los más pobres se buscaba empobrecer
a la clase media para tal sostenibilidad, mientras que a la clase alta se le
mantenía con las mayores exenciones, con otro argumento muy populista: esas exenciones
llevarían a que los empresarios crearan más puestos de trabajo y más beneficios
para sus trabajadores. Y, más populismos: a los bancos se les dio capital con
el argumento de que ellos harían préstamos a las personas afectadas por la pandemia.
Los resultados han sido que los beneficiados con tales préstamos estén ahogados
por los intereses que deben pagar, mientras los bancos siguen obteniendo más
ganancias. Mientras no entendamos que las izquierdas no son las populistas y
las derechas las sensatas, sino que ambas corrientes -con todas las
intermedias- tienen populismos y sensateces- no podremos pensar en la invitación
que el papa hace de dejar esos rótulos y descubrir la “legitimidad de la noción
de pueblo”. Solo si escuchamos las demandas urgentes del pueblo -de la gente- y
buscamos responder a ellas, podremos hablar de “democracia” -gobierno del
pueblo- y de búsqueda del bien común.
Pretender construir “la mejor política” supone tener en
cuenta muchos aspectos. Pero hablemos de actitudes básicas para vivir en sociedad
y pensar en el bien común -base de cualquier política-. No basta proponer la
coexistencia pacífica sin hablar de los temas. Es decir, muchos piensan que, en
las familias, o en las comunidades religiosas, o entre los amigos, lo mejor es
no hablar de política y cada quien pertenecer al partido político que desee y
votar por el candidato que quiera. Personalmente creo que esto no es sano ya
que, como dijo el mismo papa Francisco “si no se quiere afirmar que la sociedad
es más que la suma de los individuos” se necesita la palabra “pueblo”. Lo mismo
dice el teólogo Bernard Lonergan de una manera más sistemática: “las
comunidades (familia, iglesia, sociedad) no son solamente un número de personas
que viven dentro de unas fronteras geográficas. Las comunidades se constituyen
por unas experiencias comunes, unas intelecciones comunes o complementarias,
unos juicios semejantes, unas orientaciones de vida parecidas, semejantes,
complementarias. Cuando esto no se da, las comunidades se rompen y pueden
llegar a desgarrarse completamente”. ¿Esto significa que todos debemos pensar igual?
Con seguridad no y además es imposible. Pero si creo que significa que debemos
pensar, en cierto sentido, semejante y esto es posible cuando sinceramente nos
disponemos al diálogo y a la amistad social como lo propone Francisco. Es
decir, la solución para superar la polarización no es evitar el diálogo, sino
justamente disponerse a ello y llevarlo hasta las últimas consecuencias. No he
dicho nada nuevo, pero en lo que quiero insistir, es en la necesidad de ponerlo
en práctica, en no desistir de hacerlo, en entender que no es posible que
tengamos visiones antagónicas si somos parte de una misma familia, comunidad,
iglesia, sociedad.
Más aún, visto desde la experiencia de fe, el diálogo
tendría que ser nuestra prioridad. Además, tenemos motivos de sobra para hacerlo.
Lo que interesa es disponernos al servicio de los más necesitados de cada
tiempo y si esa es nuestra opción, por ahí irán nuestras experiencias, intelecciones,
juicios y opciones. El diálogo sincero es el que puede llevarnos a remar del
mismo lado y poder llegar al puerto. Desde el evangelio, los pobres son siempre
criterio auténtico de discernimiento. Si hablamos desde ellos, si vivimos entre
ellos -en realidad la situación social nos afecta a todos, pero a veces los
privilegios que tenemos por diversas razones nos colonizan la mente y nos desclasan
del pueblo al que pertenecemos-, será más fácil darles nombre a las realidades
más apremiantes y escoger las políticas que se propongan que vayan en línea de responder
a esas necesidades. La fe no se juega
solo en la vida litúrgica o en la defensa de “algunos” de los valores
cristianos. La fe se juega en el camino difícil, tortuoso, enredado, de la política.
En ese liberarnos de slogans y falsas noticias y ser capaces de discernir lo
que realmente es “bueno y valioso”, especialmente, para los más necesitados.
“Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar
de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo esto se resume en el verbo “dialogar”.
Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta
decir para qué sirve el diálogo paciente de tantas personas generosas que han
mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo
no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente
al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (FT n. 108).
Por difícil que parezca, nuestra fe ha de dar impulsarnos a dialogar “a tiempo
y a destiempo”, como decían los apóstoles respecto de la predicación porque si
no hay diálogo, no habrá familia, no habrá comunidad, no habrá país posible.
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