jueves, 31 de marzo de 2022

 

Hacia la Semana Santa con la densidad histórica del misterio pascual

 

Olga Consuelo Vélez

 

Va corriendo el tiempo de cuaresma y pronto estaremos celebrando la Semana Santa. Es una semana donde se “condensan” los misterios de nuestra fe en el Misterio Pascual, es decir, la muerte y resurrección de Jesús. Pero corremos un peligro: repetir la liturgia que la Iglesia tiene tan bien diseñada, haciéndola con todas las rúbricas litúrgicas y la mayor solemnidad posible y, sin embargo, finalizando dichas celebraciones sin haber modificado absolutamente nada de nuestra vida y de nuestra iglesia. Es decir, habiendo cumplido con los ritos, pero sin haber vivido lo que conmemoramos. Por supuesto no faltarán las comunidades que viven este tiempo con mucha profundidad y gracias a ellas, la fe sigue viva y actuante y el auténtico seguimiento de Jesús se confirma. Pero me quiero referir a lo primero, a esos ritos sin vida que, me parece, son muchos más abundantes que lo segundo.

El centro de la Semana Santa es Jesucristo. Su vida y las consecuencias de la misma. Lástima que sobre los dichos y hechos de Jesús no se profundiza suficientemente en las celebraciones de esta semana mayor. Se podría decir que para esto es el tiempo de cuaresma y por eso ya llegamos directo a la última cena, a la muerte y a la resurrección del Señor. Pero, aunque en los domingos de cuaresma las lecturas nos pueden ofrecer oportunidad para ello, no me parece que tengamos la costumbre de relacionarlo suficientemente para que entendamos qué fue lo que hizo Jesús para que lo asesinaran las autoridades civiles y religiosas de su tiempo. Precisamente porque no sabemos mantener la continuidad entre la predicación del reino y su asesinato como consecuencia de esta, tal vez nos condolemos el viernes santo y nos alegramos el domingo de resurrección, pero seguimos en la semana de pascua, sin el impulso suficiente para seguir comprometidos con hacer posible el reino de Dios entre nosotros.

He utilizado antes la palabra “asesinato” porque en verdad fue así y deberíamos usar más esta palabra porque si nos referimos a que Jesús “murió” casi pareciera que fue por muerte natural y no develamos el conflicto que vivió y lo que esto supuso para él y para sus seguidores. Por eso los discípulos se dispersaron y hasta Pedro lo negó. Todos ellos vivieron un verdadero conflicto en el que Jesús arriesgó su vida y, efectivamente la perdió. Lo que se enfrentaba eran dos imágenes de Dios: la del reino que incluye a todos, comenzando por los últimos y la del dios acomodado a los intereses de los más fuertes, incluidos los de estamentos religiosos que se creen más cerca de Dios. Esto es importante tenerlo en cuenta para dejarnos interpelar en estas celebraciones que se avecinan. Lo mismo podríamos decir de la última cena. No es una cena festiva en el sentido de cantos, jolgorios y comida en abundancia. Es una cena testamentaria, es decir, de aquel que intuye que lo van a matar y quiere insistirle, una vez más a los suyos, cuál es el mensaje y la praxis que les encomienda. Aquí lo central es el gesto. Juan lo relata como lavatorio de los pies. Él, el maestro, se pone a lavar los pies de los discípulos a ver si logran comprender que el reino de Dios consiste en esa difícil pero apasionante tarea de lavarnos los pies unos a otros y, especialmente, hacerlo con los más necesitados, con los últimos de cada tiempo presente.

Los otros evangelistas nos relatan la llamada institución de la eucaristía en el que el pan es el símbolo de una vida que se parte y se reparte para hacer posible la fraternidad/sororidad, como signo inequívoco del reino. Y en estos textos el testamento se explicita nuevamente: “Hagan esto en memoria mía”. Es decir, cada vez que coman el pan y beban el vino, comprométanse con hacer posible el reino, aunque esto llegue a costarles la propia vida.

Ahora bien, cuando esto lo contextualizamos en nuestro momento presente, adquiere la densidad histórica que la conmemoración de la Semana Santa implica. Si no lo hacemos, serán ritos vacíos que no agradan a Dios. Muchas realidades de nuestro mundo desdicen del reino de Dios. La injusticia estructural de nuestros pueblos clama al cielo pidiendo una verdadera transformación del modelo político y económico que no garantiza la vida de las mayorías. Y junto a esto, no es menos importante el cuidado de la creación y la decisión definitiva de parar la explotación irracional de los recursos naturales. Y tantas otras cuestiones sociales que no son ajenas a la fe sino, precisamente, los lugares donde esta se vive y se realiza. Cada uno podrá nombrar las que vea más urgentes pero lo que es indispensable, es que la Semana Santa nos deje con dolor de patria o con dolor de mundo y con fuerzas para seguir buscando salidas a todas las injusticias de nuestro tiempo, para que en verdad exprese nuestra fe en el Jesús del reino, en el compromiso con su causa, en el seguimiento fiel a su llamada.

Solo entonces, el domingo de resurrección será una celebración del triunfo de la vida sobre la muerte, de la justicia sobre la injusticia, de la fe viva sobre los ritos vacíos. La resurrección de Jesús nos rememora que ahora es el Espíritu de Jesús el que, a través de cada uno de nosotros, sigue actuando para hacer posible el sueño de Dios sobre la humanidad: una gran familia donde no hay padres, ni señores, ni amos, ni explotadores, ni opresores, ni nadie que este por encima de los otros, sino hermanos y hermanas que se lavan los pies unos a otros porque escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.

 

 

martes, 22 de marzo de 2022

 

De la reforma de la curia romana y otras reformas

Olga Consuelo Vélez

Por fin se publicó la Constitución Apostólica Predicate Evangelium con la que el papa Francisco da directrices para la reforma de la curia. Ha sido uno de los propósitos de su pontificado y, aunque han pasado nueve años y parecía que nunca salía, al final la tenemos. Siendo sincera, conozco tan poco de la curia vaticana que al leer esta constitución no sé qué cosas cambian efectivamente. Por supuesto podría leer la anterior constitución y señalar los cambios, pero mejor dejar eso a los especialistas.

Sin embargo, a propósito de esa reforma, se pueden hacer algunos comentarios que ayuden a reflexionar sobre el servicio que ha de prestar la necesaria estructura de cualquier institución para garantizar su funcionamiento. Comencemos por el título: “Predicar el evangelio”. Es un título muy sugerente para marcar una intencionalidad: la estructura debe estar al servicio de lo esencial. En efecto, la razón de ser de la Iglesia no es ella misma, sino el ser sacramento del reino. Su tarea es anunciar la buena noticia, el amor de Dios por toda la humanidad. ¿Cómo hacerlo? Ante todo, con el testimonio -de palabra y de obra- y este testimonio ha de ser el de la “misericordia”, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo, estando del lado de los más débiles, más enfermos, más sufridos. Por esto, la evangelización implica la opción preferencial por los pobres y de ahí, que la Jornada Mundial de los pobres que el papa instituyó en 2016, fue encargada al Dicasterio de la Evangelización. Pero también se señala que este Dicasterio ha de discernir los signos de los tiempos y estudiar las condiciones socioeconómicas y ambientales de los destinatarios. Muy importantes estas intencionalidades porque la evangelización no es un conjunto de doctrinas a transmitir sino un discernimiento de la voz de Dios que se revela en la historia.

Todo lo anterior puede iluminar el sentido de todas las obras de la Iglesia que surgieron con esa perspectiva evangelizadora. Ellas nacen del compromiso con una realidad y van creciendo y consolidándose, garantizando así su permanencia. Pero no siempre ese crecimiento mantiene la sencillez del evangelio, la agilidad de la vida sobre la norma, la significatividad que esa obra puede tener para la realidad actual. Hay colegios, hospitales, universidades, casas de la tercera edad, guarderías y, en fin, un sin número de obras llamadas “apostólicas” que ya no son signo del reino. Son una gran empresa que funciona muy bien y sirve a muchas personas, pero que no testimonian el evangelio porque sus costos, su prestigio, su seguridad, las hace inaccesibles para algunos, especialmente, para los más pobres. Siempre habría que hacer un discernimiento profundo sobre ellas para ser capaz de soltarlas cuando no prestan un servicio evangelizador y emprender otras que mantengan la buena noticia del reino.

Pero volvamos a la Constitución Predicate Evangelium. Tal vez lo más interesante es lo de abrir las funciones de gobierno y de responsabilidad a todo el pueblo de Dios. Es decir, ahora el laicado y la vida religiosa pueden ocupar los puestos de dirección que hasta ahora eran solamente para el clero. Para que esto sea posible ha sido necesario aclarar que el oficio de gobierno no necesariamente está asociado al ministerio del orden, como lo ha sido hasta el presente. Será maravilloso que se introduzca ese rostro plural en la curia vaticana. Sin embargo, pasarán muchas décadas para verlo hecho realidad. ¿Será que el clero soltará el poder? No es fácil. ¿Será que el laico cuando ocupe algún puesto de responsabilidad querrá que muchos otros laicos estén allí, perdiendo el privilegio de ser de los pocos laicos en tan importantes puestos? ¿será que la jerarquía cumplirá las disposiciones que el laicado tome? Debería ser porque la iglesia es un pueblo de Dios, todos con la misma dignidad, pero ejerciendo ministerios distintos -no mejores, ni de mayor rango- sino distintos, todos ellos para la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Pero la mentalidad piramidal con base en el ministerio del orden está tan introyectada en todo el pueblo de Dios que necesitamos un ejercicio de conversión profunda para que algún día sea realidad. ¡Muy difícil cambiar el rostro clerical de la Iglesia! Pero no imposible si buscamos empujarlo.

La reforma también está en la dinámica de la descentralización para que tengan más protagonismo las Conferencias Episcopales y de mayor corresponsabilidad entre todos los Dicasterios. No tengo la menor idea cómo funcionan esas oficinas. Pero la impresión que se tiene es que son lugares casi inaccesibles y que después de que allí se pronuncie alguna decisión, revertirla será muy difícil. Conocemos el papel inquisidor de la Doctrina de la fe -que con Francisco ha cambiado bastante su cara- pero también de las dificultades para que allí se entienda la dinámica de la vida de las comunidades y contribuyan a que las normas se ajusten a la vida y no la vida a las normas preconcebidas. Conozco casos muy cercanos en los que las consultas a dichos Dicasterios han traído más complicaciones que facilidades porque eso de que la ley es para el ser humano y no al contrario, se ha quedado en los pasajes del evangelio, pero muy poco en la praxis de la Iglesia.

Los que conocen más de cerca la intencionalidad del papa con esta Reforma de la curia, anotan que hay que leerla en la dinámica de la Exhortación Evangelii Gaudium con todo lo que allí se propone de una Iglesia en salida, de la dimensión social de la fe, de la opción por los pobres, del protagonismo del laicado, etc. Y también hay que leerla en la línea de la sinodalidad de la que estamos hablando en este último tiempo. Por tanto, no podemos quedarnos en leer las normas que allí se describen para cada dicasterio sino hacerlo en ese horizonte para sacar consecuencias más relevantes. De hecho, en la Predicate Evangelium se afirma que cualquier cambio de estructuras no depende solo de disposiciones organizativas sino de los sujetos que realizan esas funciones. Verdaderamente es así, la mejor organización fracasa si los sujetos que están en ella no responden a los objetivos que se persiguen, aunque también es verdad que por muy buenas intenciones que tengan los sujetos si las estructuras no contribuyen, tampoco se pueden realizar muchas cosas.

Ojalá que este documento mueva en algo a la curia romana pero no sobraría que cada uno, en la estructura eclesial en que se encuentra, revise su organización eclesial y proponga reformas a la luz de esta intencionalidad evangelizadora. Lamentablemente, la estructura esclerotizada que tiene hoy nuestra iglesia no solo se vive en esos espacios universales sino también en espacios eclesiales más pequeños, allí donde se debería vivir la libertad del espíritu de Dios y de donde podría surgir más vida que hiciera posible la tan anhelada reforma de la Iglesia.

 

 

lunes, 14 de marzo de 2022

 

La mejor política: A propósito de las elecciones en Colombia

 

Olga Consuelo Vélez

 

Ayer Colombia vivió una jornada electoral que llevó a elegir al Congreso para los próximos años y a definir a algunos de los candidatos que participarán en la elección para presidente que se llevará a cabo en el mes de mayo. En términos generales, hay buenas noticias para celebrar.

Por una parte, se logró desinstalar la hegemonía de algunos sectores en el congreso y ahora las fuerzas van a quedar un poco más equilibradas. Por supuesto, algunos congresistas que alcanzaron altas votaciones siguen mostrando que hay un sector de Colombia que prefiere la continuidad y que tienen mucho poder para mantenerse. Pero también las votaciones mostraron que hay un deseo de cambio y eso es suficiente para celebrar. Un pueblo que no aspira a vivir mejor, que no sueña con otras maneras de organizarse y garantizar la vida para todos y todas, no tiene mucho futuro. Pero un buen sector de Colombia sigue mostrando que hay futuro y no nos resignamos con “más de lo mismo”.

Cabe resaltar la alta votación que tuvo en la consulta del Pacto Histórico, la candidata Francia Márquez. Ella, mujer, negra, líderesa social, víctima del conflicto armado, contra muchos pronósticos, obtuvo la tercera votación más alta entre los candidatos que participaban en las consultas. Durante la campaña no faltaron las descalificaciones racistas y clasistas. Personalmente oí decir con gran desprecio, cuando se estaban dando los resultados, que esa mujer negra e inculta no tenía capacidad de responder a esa votación. Hoy la escuché respondiendo a los periodistas que quieren enrarecer el ambiente preguntándole que si no le dolía que el candidato ganador en esa coalición no la nombrara como fórmula vicepresidencial, y ella respondió con la honestidad que la caracteriza: lo que me duele es la realidad social -describiendo todas las características de pobreza y no vida que se dan el país- y porque quiero cambiarlas, sigo trabajando por ello.

No sabemos todavía cómo continuará esta carrera hacia la presidencia, pero si sabemos que será un pulso muy difícil para el que pueda llegar. A todos nos gustaría que la política fuera un juego limpio y que todos votáramos a conciencia pensando en el bien común. Pero la política, como toda realidad humana, está condicionada por los amores y desamores que todos sentimos en el corazón, por la tensión entre las verdades y los estereotipos, por las simpatías y las antipatías, y por el contexto en el que cada uno vive que nos condiciona bastante porque se sabe que decir lo que se piensa te puede llevar a perder la aceptación del grupo de referencia y es mejor pertenecer a él que asumir las propias convicciones.

Por eso no sobra recordar lo que el Papa Francisco escribió sobre la política en su encíclica Fratelli Tutti (2020). El capítulo quinto de este documento comienza diciendo que la mejor política es la que se pone al servicio del bien común. Pero reconoce que, “desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marchan de un mundo distinto”. Estas palabras me hacen recordar muchas de las conversaciones que he tenido en este tiempo sobre la política, con personas que tienen una opción política distinta a la mía. Hay realidades como las pensiones o la salud que no funcionan bien -solo funciona para quien puede pagarlo privadamente- pero si un candidato propone reformas, las llaman de populismos. Entonces, ¿cómo buscar mejores alternativas? El miedo al cambio es mucho y se prefiere quedar con lo que no funciona. Es la complejidad de la realidad humana que se aferra a lo conocido y se muere de miedo ante lo nuevo.

El papa continúa en este documento desmitificando los estereotipos que nos venden los medios de comunicación y el lenguaje en general sobre los populismos. Aclara que hay populismos de todo lado cuando se utiliza a los pobres para sus propios fines. Pero deja muy claro que eso no debe opacar lo realmente importante en la política. Y para el papa esto es lo “popular”, es decir, el pueblo y sus demandas. Así lo expresa: “Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística, si lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una categoría angelical”. Pero recalca que “ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturares. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil … hacia un proyecto común”. Personalmente creo que esto lo encarna Francia Márquez a la que antes me referí y así deberían ser todos los candidatos, sin embargo, como el papa lo dice, es difícil sentirse pueblo, es decir, busca el bien común por encima de los intereses personales.

Otro párrafo de la encíclica es bien luminoso: “La categoría pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defienden los derechos de los más débiles de la sociedad”. Y así continúa ese capítulo muy útil para iluminar la política, concluyendo que la política es la mejor forma de la caridad porque no bastan las obras de asistencia -necesarias e imprescindibles- sino unas estructuras que garanticen la vida del pueblo.

En otras palabras, me atrevo a decir que en esta carrera hacia la presidencia, los creyentes tenemos una urgente necesidad de sentirnos pueblo, es decir, ponernos del lado de los más pobres, entender sus luchas, sus necesidades, sus sueños (en realidad nosotros somos pueblo pero le tenemos miedo a esa palabra porque parece nos desprestigia) y escoger a aquel candidato -que sin pretender que tenga una “pureza política” -lo cual es imposible en este mundo limitado y falible, proponga políticas que nos permitan visualizar un país donde sea posible la paz, la justicia, la participación equitativa de las mujeres, el reconocimiento de los indígenas y afros, donde sea posible exigir derechos sin ser condenados de antemano, un país que siga valorando la voz de los y las jóvenes que tanto se ha sentido en los últimos tiempos, en fin, un país donde se visualice un cambio porque tal y como vamos, la vida se hace imposible para muchos, la paz se aleja cada vez más con tanto asesinato de líderes sociales y de los desmovilizados y con tanta represión frente a los que exigen sus derechos. El reino de Dios es esto, aunque algunos crean que es “mantener lo que siempre fue así”. Que el Espíritu nos ayude a discernir “con la mansedumbre de las palomas, pero con la astucia de las serpientes” (Mt 10,16) porque el mal está ahí y es necesario enfrentarlo.

 

lunes, 7 de marzo de 2022

 

Todavía falta mucho para que cambie la situación de las mujeres

 

Olga Consuelo Vélez

 

Llega de nuevo la conmoración del “Día Internacional de la mujer” y se esperaría que las cosas ya fueran diferentes. Por supuesto hay muchos cambios: a nivel legal se han ganado los derechos negados por tantos siglos y algunos “techos de cristal” se han roto. Hay muchísimas más mujeres profesionales y su liderazgo y presencia en distintos ámbitos es innegable. Otra imagen de mujer emerge, con más conciencia de sus derechos y con voz firme para exigirlos. Pero junto a estos logros siguen pendientes demasiados cambios.

Me atrevo a nombrar algunos. Las mujeres ya ocupan muchos campos en el ámbito civil pero cuando cierran la puerta de su casa, las cosas no siempre han cambiado. Así lo describía una mujer hace pocos días mostrando como el doble trabajo para la mujer sigue siendo una realidad. No siempre es porque los varones no realicen taras domésticas. También es porque está tan metido el imaginario de la mujer encargada de la casa, que muchas de ellas no logran repartir tareas porque creen que por “ser mujer” lo hacen mejor, o les toca o sin ellas todo se haría un caos. Algunas dicen que en su casa no hay machismo porque su marido “ayuda” en las tareas de la casa. Esas expresiones muestran que la paridad en el hogar es todavía algo a conquistar, en los actos, pero sobre todo en la mentalidad.

Otro aspecto que muestra todo lo que falta son los llamados “micromachismos” que se dan en todos los ambientes. Como ya las mujeres están más conscientes de la sociedad patriarcal, notan mucho más la cantidad de gestos, palabras, comentarios, chistes, etc., que siguen manteniendo la discriminación hacia las mujeres. Pero los varones se molestan cuando se les hace caer en cuenta de que esas expresiones no son las adecuadas y dicen que prefieren a las mujeres que no se fijan en eso. Y no faltan las mujeres que caen en ese juego sutil y afirman que ellas no viven ninguna opresión. En realidad, con eso reflejan, que la mentalidad patriarcal esta tan introyectada en las mujeres y que el miedo a perder algún tipo de aceptación es tan fuerte, que eluden estas reflexiones y así se fortalece el patriarcalismo.

En la televisión es llamativo ver que hay mujeres muy valiosas en su papel de periodistas, conductoras de programas, etc., pero si se observa con atención, tienen una exigencia tan alta de lucir su belleza y mostrarlo con su maquillaje, vestido, zapatos, etc., que se nota fácilmente lo acartonadas que tienen que estar mientras que sus compañeros varones que ejercen el mismo rol, se visten de manera cómoda. Pero a los varones no se les exige de la misma manera la apariencia física, mostrando así que la mujer sigue siendo de alguna manera un objeto estético que contribuye al posicionamiento de ese programa no tanto por sus capacidades sino por la belleza que pueda ostentar. Por supuesto también esta el mundo de los “galanes” pero a las mujeres se les exige, como en casi todo, el doble.

Pero nada de lo anterior se compara con la violencia física, sexual, psicológica, social, cultural que siguen sufriendo las mujeres. Los feminicidios no paran, sino que aumentan. Y en el ámbito público la violencia sexual camuflada sigue siendo una realidad. Se van destapando poco a poco dichas violencias en las empresas, en la política, e incluso en los colegios, como sucedió hace poco en Bogotá con un colegio de prestigio que tuvo mucha repercusión mediática pero que deja ver que las jóvenes que denunciaron lo hicieron cuando ya habían salido del colegio. ¿En cuantos colegios y en instituciones universitarias suceden cosas semejantes y cuántas niñas y jóvenes siguen sin denunciar por temor al estigma social? Es mejor quedarse calladas e intentar olvidarlo para no ser parte de esa larga lista de mujeres que han padecido tantas clases de violencia, especialmente sexual, pero que la sociedad patriarcal no denuncia, ni castiga, sino que estigmatiza y elude la responsabilidad.

Y, en todo esto, es imposible no mencionar a la iglesia que todavía no abre las puertas para que las mujeres tengan voz en los niveles de decisión. Últimamente se ha anunciado el nombramiento de algunas mujeres en cargos directivos en Roma. Pero cuando se escudriña un poco más el papel que juegan dichas mujeres en esos cargos, se ve que casi siempre -por no decir siempre- comparten dicho cargo con un varón. Anteriormente no era así, solo un varón ocupaba ese cargo. Resulta extraño que pareciera que la condición para nombrar mujeres es que también haya un varón en ese mismo nivel de responsabilidad. De todas maneras, son tan contadas las mujeres que están en esos niveles de decisión que se comprueba, una vez, más que todavía falta mucho para que haya esa paridad real entre varones y mujeres.

Por todo esto, conmemorar este día no solo es importante sino necesario. Ahora bien, hace falta tener coraje para seguir insistiendo en este cambio porque crece también el rechazo a quienes lo seguimos promoviendo. Sin duda es más fácil contentarse con lo que hay. Gloriarse por lo que se ha alcanzado. No arriesgarse a ser enlistadas en el grupo de mujeres que rompen la armonía que tiene la sociedad patriarcal frente a varones y mujeres. Mejor proponer que se tenga paciencia y no se levante demasiado la voz porque va a incomodar y eso puede ser peor. Tal vez puedan ser válidas esas actitudes. Pero si tantas mujeres levantan su voz desde los ámbitos sociales, no menos podemos dejar de hacerlo las que estando en los ámbitos religiosos decimos seguir a Jesús. De no hacerlo estaremos mostrando que no hemos entendido nada del reino de Dios que exige la inclusión efectiva de todas, todos y todes.

Que esta conmemoración siga develando la persistencia de la sociedad patriarcal y se continúe trabajando por esta causa, hasta que “la igualdad se haga costumbre”, como bien lo proclaman las mujeres de España participantes en la llamada “Revuelta de las mujeres en la Iglesia” que por estos días siguen levantando su voz con la esperanza de que se logren los cambios inaplazables para las mujeres de hoy y de mañana.

 

martes, 1 de marzo de 2022

 

Vivir la cuaresma con lo que traemos de esta pandemia

 

Olga Consuelo Vélez

 

Estamos comenzando el tiempo de cuaresma y este año podremos participar con más aforos presenciales en las celebraciones litúrgicas. Será ocasión, entonces, de avivar nuestra fe y recuperar el sentido comunitario de la experiencia eclesial. Pero no podemos volver a estas celebraciones de la misma manera que las dejamos hace dos años por la pandemia. Por el contrario, convendría que fuera un tiempo distinto, donde traigamos la experiencia vivida y proyectemos el futuro.

¿Qué podemos traer? Los miedos que nos provocó la pandemia, que fueron muchos: al contagio, a la enfermedad, a la muerte. El miedo al contagio, nos hizo alejarnos de los demás. Fue una experiencia fuerte, donde por muchos meses no pudimos estar cerca de los seres queridos. La enfermedad y la muerte trajeron preocupaciones, tristezas y dolor porque muchos parientes y amigos, aún hoy, resienten las consecuencias del covid y otras ya se fueron definitivamente dejando ese vacío profundo que nada ni nadie logra llenar y solo queda la aceptación y la confianza de que ellos ya gozan de la presencia de Dios.

Podemos traer también la incertidumbre que ha dejado toda esta situación. Aún ni sabemos si este virus ha sido derrotado, si conviviremos con él por mucho tiempo o si aparecerán otros semejantes. Lo que sabemos es que las consecuencias de todo este tiempo están ahí y hemos de asumirlas: mayor pobreza, deterioro en la salud mental de muchas personas, más violencia padecida por las mujeres, peor calidad en la educación, especialmente entre los más pobres, por la falta de conectividad y, así, muchas otras consecuencias, que cada quien podría nombrar.

Precisamente, la realidad de cada persona y la de nuestro mundo es lo que ha de estar presente en esta cuaresma. Este tiempo litúrgico, no es para “imaginar” o “recordar” la pasión del Señor sino para vivirla. De hecho, la pasión de Jesús sigue actual en todo aquello que no está acorde con el reino de Dios. Aún las cruces persisten, las que son fruto de la limitación humana y de nuestra naturaleza creatural pero, sobre todo, las que produce el egoísmo humano y la negatividad que albergan muchos corazones. Esas cruces son las que hemos de reconocer y buscar erradicar porque Dios no quiere la cruz, ni el sufrimiento, sino la vida plena para todos sus hijos e hijas.

La pasión de Jesús nos habla de su fidelidad a la buena noticia del reino. Jesús se va dando cuenta que despertaba contradictores y enemigos, incluso que se confabulan contra él para matarlo. Él habría podido huir o desistir de su misión, pero permaneció fiel porque echarse para atrás era impedir que el proyecto de Dios sobre la humanidad se hiciera posible. Por eso, a Jesús lo asesinaron los enemigos, pero “Dios lo resucitó y de eso somos testigos” (Hc 2, 32), afirmaron los discípulos los cuales, gracias a su testimonio, hicieron posible esa corriente de bien y de bondad, de triunfo de la vida sobre la muerte que ha llegado hasta nosotros, invitándonos a continuarla.

Es así como, reconociendo las cruces actuales, la cuaresma nos mueve a buscar cómo erradicarlas. Nada del sufrimiento humano nos es ajeno. Es tiempo de trabajar por la justicia social para que ni una pandemia, ni un desastre natural, ni la organización social, impidan la vida de la gente. En Colombia, en concreto, la cuaresma coincide con el tiempo de elecciones. Nuestro voto determinará hacía donde apostamos. Si escogemos políticas de muerte o de vida. Políticas que favorezcan a los más pobres o que mantengan los privilegios de algunos. Ojalá no olvidemos lo que el papa Francisco ha dicho con tanta claridad: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto los excluidos siguen esperando” (Evangelii Gaudium n. 54). Sin políticas sociales efectivas, no habrá mercado, ni libre competencia que transforme la injusticia social de nuestro mundo.

Pero también es urgente cuidar la “casa común”, porque tal y como estamos, no se augura un futuro prometedor para las próximas generaciones. Sabemos que muchos de los fenómenos naturales que nos afectan son fruto de la explotación irracional del planeta y del empeño de solo buscar ganancia en lugar de preservar el equilibrio ambiental. Una conversión “ecológica”, sería una manera muy concreta de vivir esta cuaresma.

Y por supuesto, nunca como ahora, es tarea la construcción de la paz pensando en las guerras que se desatan en nuestro mundo. Ahora bien, no podemos afrontarlas con el binomio “buenos y malos”, sino develando los intereses oscuros que se tejen de lado y lado para exigir que “de lado y lado” se den cambios sustanciales que hagan posible la paz.

Y cada cual podrá seguir definiendo, cómo y de qué manera, erradicar las cruces de nuestro mundo, cruces que necesitan ser transformadas para vivir el misterio pascual. Jesús que lo hizo posible con su propia vida, necesita de nosotros para que su resurrección dé los frutos esperados en el aquí y ahora de nuestro tiempo. De nuestra fidelidad al proyecto del reino dependerá que este año podamos celebrar el misterio pascual, no como un recuerdo de pasado sino como una realidad presente. En otras palabras, reconociendo tantas cruces que afectan a la humanidad, el tiempo de cuaresma se hace propicio para convertirnos a la justicia, a la bondad, a la solidaridad, al bien común, al cuidado de la creación, la construcción de la paz, en otras palabras, a hacer creíble la resurrección de Jesús en la historia que nos ha tocado vivir.