De la reforma de
la curia romana y otras reformas
Olga Consuelo Vélez
Por fin se publicó la
Constitución Apostólica Predicate Evangelium con la que el papa
Francisco da directrices para la reforma de la curia. Ha sido uno de los
propósitos de su pontificado y, aunque han pasado nueve años y parecía que
nunca salía, al final la tenemos. Siendo sincera, conozco tan poco de la curia
vaticana que al leer esta constitución no sé qué cosas cambian efectivamente.
Por supuesto podría leer la anterior constitución y señalar los cambios, pero
mejor dejar eso a los especialistas.
Sin embargo, a propósito de esa
reforma, se pueden hacer algunos comentarios que ayuden a reflexionar sobre el
servicio que ha de prestar la necesaria estructura de cualquier institución para
garantizar su funcionamiento. Comencemos por el título: “Predicar el evangelio”.
Es un título muy sugerente para marcar una intencionalidad: la estructura debe
estar al servicio de lo esencial. En efecto, la razón de ser de la Iglesia no
es ella misma, sino el ser sacramento del reino. Su tarea es anunciar la buena
noticia, el amor de Dios por toda la humanidad. ¿Cómo hacerlo? Ante todo, con
el testimonio -de palabra y de obra- y este testimonio ha de ser el de la
“misericordia”, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo, estando del
lado de los más débiles, más enfermos, más sufridos. Por esto, la evangelización
implica la opción preferencial por los pobres y de ahí, que la Jornada Mundial
de los pobres que el papa instituyó en 2016, fue encargada al Dicasterio de la
Evangelización. Pero también se señala que este Dicasterio ha de discernir los
signos de los tiempos y estudiar las condiciones socioeconómicas y ambientales
de los destinatarios. Muy importantes estas intencionalidades porque la
evangelización no es un conjunto de doctrinas a transmitir sino un
discernimiento de la voz de Dios que se revela en la historia.
Todo lo anterior puede iluminar
el sentido de todas las obras de la Iglesia que surgieron con esa perspectiva
evangelizadora. Ellas nacen del compromiso con una realidad y van creciendo y
consolidándose, garantizando así su permanencia. Pero no siempre ese
crecimiento mantiene la sencillez del evangelio, la agilidad de la vida sobre
la norma, la significatividad que esa obra puede tener para la realidad actual.
Hay colegios, hospitales, universidades, casas de la tercera edad, guarderías
y, en fin, un sin número de obras llamadas “apostólicas” que ya no son signo
del reino. Son una gran empresa que funciona muy bien y sirve a muchas
personas, pero que no testimonian el evangelio porque sus costos, su prestigio,
su seguridad, las hace inaccesibles para algunos, especialmente, para los más
pobres. Siempre habría que hacer un discernimiento profundo sobre ellas para
ser capaz de soltarlas cuando no prestan un servicio evangelizador y emprender
otras que mantengan la buena noticia del reino.
Pero volvamos a la Constitución Predicate
Evangelium. Tal vez lo más interesante es lo de abrir las funciones de
gobierno y de responsabilidad a todo el pueblo de Dios. Es decir, ahora el
laicado y la vida religiosa pueden ocupar los puestos de dirección que hasta ahora
eran solamente para el clero. Para que esto sea posible ha sido necesario
aclarar que el oficio de gobierno no necesariamente está asociado al ministerio
del orden, como lo ha sido hasta el presente. Será maravilloso que se
introduzca ese rostro plural en la curia vaticana. Sin embargo, pasarán muchas
décadas para verlo hecho realidad. ¿Será que el clero soltará el poder? No es
fácil. ¿Será que el laico cuando ocupe algún puesto de responsabilidad querrá que
muchos otros laicos estén allí, perdiendo el privilegio de ser de los pocos
laicos en tan importantes puestos? ¿será que la jerarquía cumplirá las disposiciones
que el laicado tome? Debería ser porque la iglesia es un pueblo de Dios, todos
con la misma dignidad, pero ejerciendo ministerios distintos -no mejores, ni de
mayor rango- sino distintos, todos ellos para la edificación del Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia. Pero la mentalidad piramidal con base en el
ministerio del orden está tan introyectada en todo el pueblo de Dios que
necesitamos un ejercicio de conversión profunda para que algún día sea
realidad. ¡Muy difícil cambiar el rostro clerical de la Iglesia! Pero no
imposible si buscamos empujarlo.
La reforma también está en la
dinámica de la descentralización para que tengan más protagonismo las
Conferencias Episcopales y de mayor corresponsabilidad entre todos los
Dicasterios. No tengo la menor idea cómo funcionan esas oficinas. Pero la
impresión que se tiene es que son lugares casi inaccesibles y que después de
que allí se pronuncie alguna decisión, revertirla será muy difícil. Conocemos
el papel inquisidor de la Doctrina de la fe -que con Francisco ha cambiado bastante
su cara- pero también de las dificultades para que allí se entienda la dinámica
de la vida de las comunidades y contribuyan a que las normas se ajusten a la
vida y no la vida a las normas preconcebidas. Conozco casos muy cercanos en los
que las consultas a dichos Dicasterios han traído más complicaciones que facilidades
porque eso de que la ley es para el ser humano y no al contrario, se ha quedado
en los pasajes del evangelio, pero muy poco en la praxis de la Iglesia.
Los que conocen más de cerca la
intencionalidad del papa con esta Reforma de la curia, anotan que hay que
leerla en la dinámica de la Exhortación Evangelii Gaudium con todo lo
que allí se propone de una Iglesia en salida, de la dimensión social de la fe,
de la opción por los pobres, del protagonismo del laicado, etc. Y también hay
que leerla en la línea de la sinodalidad de la que estamos hablando en este
último tiempo. Por tanto, no podemos quedarnos en leer las normas que allí se
describen para cada dicasterio sino hacerlo en ese horizonte para sacar
consecuencias más relevantes. De hecho, en la Predicate Evangelium se afirma
que cualquier cambio de estructuras no depende solo de disposiciones
organizativas sino de los sujetos que realizan esas funciones. Verdaderamente
es así, la mejor organización fracasa si los sujetos que están en ella no responden
a los objetivos que se persiguen, aunque también es verdad que por muy buenas
intenciones que tengan los sujetos si las estructuras no contribuyen, tampoco
se pueden realizar muchas cosas.
Ojalá que este documento mueva en
algo a la curia romana pero no sobraría que cada uno, en la estructura eclesial
en que se encuentra, revise su organización eclesial y proponga reformas a la
luz de esta intencionalidad evangelizadora. Lamentablemente, la estructura esclerotizada
que tiene hoy nuestra iglesia no solo se vive en esos espacios universales sino
también en espacios eclesiales más pequeños, allí donde se debería vivir la
libertad del espíritu de Dios y de donde podría surgir más vida que hiciera
posible la tan anhelada reforma de la Iglesia.
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