martes, 1 de marzo de 2022

 

Vivir la cuaresma con lo que traemos de esta pandemia

 

Olga Consuelo Vélez

 

Estamos comenzando el tiempo de cuaresma y este año podremos participar con más aforos presenciales en las celebraciones litúrgicas. Será ocasión, entonces, de avivar nuestra fe y recuperar el sentido comunitario de la experiencia eclesial. Pero no podemos volver a estas celebraciones de la misma manera que las dejamos hace dos años por la pandemia. Por el contrario, convendría que fuera un tiempo distinto, donde traigamos la experiencia vivida y proyectemos el futuro.

¿Qué podemos traer? Los miedos que nos provocó la pandemia, que fueron muchos: al contagio, a la enfermedad, a la muerte. El miedo al contagio, nos hizo alejarnos de los demás. Fue una experiencia fuerte, donde por muchos meses no pudimos estar cerca de los seres queridos. La enfermedad y la muerte trajeron preocupaciones, tristezas y dolor porque muchos parientes y amigos, aún hoy, resienten las consecuencias del covid y otras ya se fueron definitivamente dejando ese vacío profundo que nada ni nadie logra llenar y solo queda la aceptación y la confianza de que ellos ya gozan de la presencia de Dios.

Podemos traer también la incertidumbre que ha dejado toda esta situación. Aún ni sabemos si este virus ha sido derrotado, si conviviremos con él por mucho tiempo o si aparecerán otros semejantes. Lo que sabemos es que las consecuencias de todo este tiempo están ahí y hemos de asumirlas: mayor pobreza, deterioro en la salud mental de muchas personas, más violencia padecida por las mujeres, peor calidad en la educación, especialmente entre los más pobres, por la falta de conectividad y, así, muchas otras consecuencias, que cada quien podría nombrar.

Precisamente, la realidad de cada persona y la de nuestro mundo es lo que ha de estar presente en esta cuaresma. Este tiempo litúrgico, no es para “imaginar” o “recordar” la pasión del Señor sino para vivirla. De hecho, la pasión de Jesús sigue actual en todo aquello que no está acorde con el reino de Dios. Aún las cruces persisten, las que son fruto de la limitación humana y de nuestra naturaleza creatural pero, sobre todo, las que produce el egoísmo humano y la negatividad que albergan muchos corazones. Esas cruces son las que hemos de reconocer y buscar erradicar porque Dios no quiere la cruz, ni el sufrimiento, sino la vida plena para todos sus hijos e hijas.

La pasión de Jesús nos habla de su fidelidad a la buena noticia del reino. Jesús se va dando cuenta que despertaba contradictores y enemigos, incluso que se confabulan contra él para matarlo. Él habría podido huir o desistir de su misión, pero permaneció fiel porque echarse para atrás era impedir que el proyecto de Dios sobre la humanidad se hiciera posible. Por eso, a Jesús lo asesinaron los enemigos, pero “Dios lo resucitó y de eso somos testigos” (Hc 2, 32), afirmaron los discípulos los cuales, gracias a su testimonio, hicieron posible esa corriente de bien y de bondad, de triunfo de la vida sobre la muerte que ha llegado hasta nosotros, invitándonos a continuarla.

Es así como, reconociendo las cruces actuales, la cuaresma nos mueve a buscar cómo erradicarlas. Nada del sufrimiento humano nos es ajeno. Es tiempo de trabajar por la justicia social para que ni una pandemia, ni un desastre natural, ni la organización social, impidan la vida de la gente. En Colombia, en concreto, la cuaresma coincide con el tiempo de elecciones. Nuestro voto determinará hacía donde apostamos. Si escogemos políticas de muerte o de vida. Políticas que favorezcan a los más pobres o que mantengan los privilegios de algunos. Ojalá no olvidemos lo que el papa Francisco ha dicho con tanta claridad: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto los excluidos siguen esperando” (Evangelii Gaudium n. 54). Sin políticas sociales efectivas, no habrá mercado, ni libre competencia que transforme la injusticia social de nuestro mundo.

Pero también es urgente cuidar la “casa común”, porque tal y como estamos, no se augura un futuro prometedor para las próximas generaciones. Sabemos que muchos de los fenómenos naturales que nos afectan son fruto de la explotación irracional del planeta y del empeño de solo buscar ganancia en lugar de preservar el equilibrio ambiental. Una conversión “ecológica”, sería una manera muy concreta de vivir esta cuaresma.

Y por supuesto, nunca como ahora, es tarea la construcción de la paz pensando en las guerras que se desatan en nuestro mundo. Ahora bien, no podemos afrontarlas con el binomio “buenos y malos”, sino develando los intereses oscuros que se tejen de lado y lado para exigir que “de lado y lado” se den cambios sustanciales que hagan posible la paz.

Y cada cual podrá seguir definiendo, cómo y de qué manera, erradicar las cruces de nuestro mundo, cruces que necesitan ser transformadas para vivir el misterio pascual. Jesús que lo hizo posible con su propia vida, necesita de nosotros para que su resurrección dé los frutos esperados en el aquí y ahora de nuestro tiempo. De nuestra fidelidad al proyecto del reino dependerá que este año podamos celebrar el misterio pascual, no como un recuerdo de pasado sino como una realidad presente. En otras palabras, reconociendo tantas cruces que afectan a la humanidad, el tiempo de cuaresma se hace propicio para convertirnos a la justicia, a la bondad, a la solidaridad, al bien común, al cuidado de la creación, la construcción de la paz, en otras palabras, a hacer creíble la resurrección de Jesús en la historia que nos ha tocado vivir.

 

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