Vivir la cuaresma
con lo que traemos de esta pandemia
Olga Consuelo Vélez
Estamos comenzando el tiempo de cuaresma y este año podremos
participar con más aforos presenciales en las celebraciones litúrgicas. Será
ocasión, entonces, de avivar nuestra fe y recuperar el sentido comunitario de
la experiencia eclesial. Pero no podemos volver a estas celebraciones de la
misma manera que las dejamos hace dos años por la pandemia. Por el contrario,
convendría que fuera un tiempo distinto, donde traigamos la experiencia vivida
y proyectemos el futuro.
¿Qué podemos traer? Los miedos que nos provocó la pandemia, que
fueron muchos: al contagio, a la enfermedad, a la muerte. El miedo al contagio,
nos hizo alejarnos de los demás. Fue una experiencia fuerte, donde por muchos meses
no pudimos estar cerca de los seres queridos. La enfermedad y la muerte trajeron
preocupaciones, tristezas y dolor porque muchos parientes y amigos, aún hoy,
resienten las consecuencias del covid y otras ya se fueron definitivamente
dejando ese vacío profundo que nada ni nadie logra llenar y solo queda la
aceptación y la confianza de que ellos ya gozan de la presencia de Dios.
Podemos traer también la incertidumbre que ha dejado toda
esta situación. Aún ni sabemos si este virus ha sido derrotado, si conviviremos
con él por mucho tiempo o si aparecerán otros semejantes. Lo que sabemos es que
las consecuencias de todo este tiempo están ahí y hemos de asumirlas: mayor
pobreza, deterioro en la salud mental de muchas personas, más violencia
padecida por las mujeres, peor calidad en la educación, especialmente entre los
más pobres, por la falta de conectividad y, así, muchas otras consecuencias, que
cada quien podría nombrar.
Precisamente, la realidad de cada persona y la de nuestro
mundo es lo que ha de estar presente en esta cuaresma. Este tiempo litúrgico,
no es para “imaginar” o “recordar” la pasión del Señor sino para vivirla. De
hecho, la pasión de Jesús sigue actual en todo aquello que no está acorde con
el reino de Dios. Aún las cruces persisten, las que son fruto de la limitación
humana y de nuestra naturaleza creatural pero, sobre todo, las que produce el
egoísmo humano y la negatividad que albergan muchos corazones. Esas cruces son
las que hemos de reconocer y buscar erradicar porque Dios no quiere la cruz, ni
el sufrimiento, sino la vida plena para todos sus hijos e hijas.
La pasión de Jesús nos habla de su fidelidad a la buena
noticia del reino. Jesús se va dando cuenta que despertaba contradictores y
enemigos, incluso que se confabulan contra él para matarlo. Él habría podido
huir o desistir de su misión, pero permaneció fiel porque echarse para atrás
era impedir que el proyecto de Dios sobre la humanidad se hiciera posible. Por
eso, a Jesús lo asesinaron los enemigos, pero “Dios lo resucitó y de eso somos
testigos” (Hc 2, 32), afirmaron los discípulos los cuales, gracias a su
testimonio, hicieron posible esa corriente de bien y de bondad, de triunfo de
la vida sobre la muerte que ha llegado hasta nosotros, invitándonos a
continuarla.
Es así como, reconociendo las cruces actuales, la cuaresma
nos mueve a buscar cómo erradicarlas. Nada del sufrimiento humano nos es ajeno.
Es tiempo de trabajar por la justicia social para que ni una pandemia, ni un
desastre natural, ni la organización social, impidan la vida de la gente. En
Colombia, en concreto, la cuaresma coincide con el tiempo de elecciones.
Nuestro voto determinará hacía donde apostamos. Si escogemos políticas de
muerte o de vida. Políticas que favorezcan a los más pobres o que mantengan los
privilegios de algunos. Ojalá no olvidemos lo que el papa Francisco ha dicho
con tanta claridad: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías
del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la
libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión
social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos,
expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder
económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante.
Mientras tanto los excluidos siguen esperando” (Evangelii Gaudium n. 54).
Sin políticas sociales efectivas, no habrá mercado, ni libre competencia que
transforme la injusticia social de nuestro mundo.
Pero también es urgente cuidar la “casa común”, porque tal y
como estamos, no se augura un futuro prometedor para las próximas generaciones.
Sabemos que muchos de los fenómenos naturales que nos afectan son fruto de la
explotación irracional del planeta y del empeño de solo buscar ganancia en
lugar de preservar el equilibrio ambiental. Una conversión “ecológica”, sería
una manera muy concreta de vivir esta cuaresma.
Y por supuesto, nunca como ahora, es tarea la construcción
de la paz pensando en las guerras que se desatan en nuestro mundo. Ahora bien,
no podemos afrontarlas con el binomio “buenos y malos”, sino develando los
intereses oscuros que se tejen de lado y lado para exigir que “de lado y lado” se
den cambios sustanciales que hagan posible la paz.
Y cada cual podrá seguir definiendo, cómo y de qué manera,
erradicar las cruces de nuestro mundo, cruces que necesitan ser transformadas
para vivir el misterio pascual. Jesús que lo hizo posible con su propia vida,
necesita de nosotros para que su resurrección dé los frutos esperados en el
aquí y ahora de nuestro tiempo. De nuestra fidelidad al proyecto del reino
dependerá que este año podamos celebrar el misterio pascual, no como un
recuerdo de pasado sino como una realidad presente. En otras palabras, reconociendo
tantas cruces que afectan a la humanidad, el tiempo de cuaresma se hace
propicio para convertirnos a la justicia, a la bondad, a la solidaridad, al
bien común, al cuidado de la creación, la construcción de la paz, en otras
palabras, a hacer creíble la resurrección de Jesús en la historia que nos ha
tocado vivir.
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