martes, 29 de noviembre de 2022

 

Preparándonos para el Adviento

Olga Consuelo Vélez

Hemos comenzado adviento y los textos bíblicos de la liturgia de este tiempo nos invitan a la preparación para el acontecimiento que se avecina. En efecto, que el Hijo de Dios se encarne en nuestra historia amerita que nos dispongamos para ello y revisemos si estamos preparados. Las lecturas del segundo y tercer domingo se refieren a Juan Bautista, precursor del Mesías, quien habla claramente de esta preparación.

En el segundo domingo de adviento el evangelista Mateo (3, 1-12) se refiere a la predicación de Juan Bautista: “Conviértanse porque está cerca el reino de los cielos” Y haciendo referencia al profeta Isaías explica la misión que se le ha confiado: “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Continúa el evangelista presentándonos la figura del Bautista diciendo que vestía piel de camello con una correa en la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Después se refiere a su dedicación a bautizar, pero también de su interpelación a los que quieren cumplir con un rito, pero no como signo de verdadera conversión. A fariseos y saduceos les dice: “¡Camada de víboras! ¿quién los ha enseñado a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión”. En otras palabras, Juan Bautista, como un verdadero profeta, es signo de otros valores -con su propia persona (expresado en su modo de vestir, de comer, de actuar) y con su predicación y, especialmente esta última, en la que interpela a sus oyentes de manera directa y firme.

En el tercer domingo de adviento con otro pasaje del evangelista Mateo (11, 2-11), se nos sigue presentando la figura del Bautista. En esta ocasión, el profeta manda a sus discípulos a preguntar directamente a Jesús si él es el Mesías o deben esperar a otro. La respuesta de Jesús es clara: “Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Es decir, el profeta Jesús también manifiesta lo que avala la identidad de una vida: las obras que produce. Por eso invita a los discípulos a mirar lo que está aconteciendo y a descubrir en esas acciones la veracidad de su mesianismo. El evangelio termina con las palabras de Jesús sobre Juan el Bautista, confirmando también su profetismo y la manera como prepara el camino.

Estas lecturas también nos interpelan a nosotros frente a la vivencia de este tiempo. Aunque adviento es tiempo de alegría, de esperanza, de gozo, a la luz de estos textos bíblicos, también es tiempo de conversión, de testimonio, de acción. Pero aquí vienen las preguntas que nos hacemos, año tras año, y que parece no logramos responder con los hechos. ¿Qué distingue la vivencia cristiana de este tiempo de la manera secular de celebrar estos días? Los centros comerciales se decoran con motivos religiosos y no religiosos (árboles de navidad, Papá Noel, renos, nieve, etc.), adornos que también invaden las iglesias, las calles, los parques y los hogares. Pero ¿todos estos símbolos -que en sí mismos no son buenos ni malos- que mensaje nos transmiten? ¿a qué nos remiten? El otro aspecto que caracteriza este tiempo son los regalos. Por una parte, fomentan la sociedad de consumo porque parece que es de obligado cumplimiento comprar algo en estos días. Por otra, animan a la generosidad porque hay empresas y personas que destinan una parte de sus recursos a comprar regalos para los niños, con la motivación, como se dice, de “alegrarles la navidad”. Es decir, este tiempo de espera de la navidad tiene la ambigüedad de todo lo humano: una parte de superficialidad y consumo y otra parte de gratuidad, de compartir y de estrechar lazos con la familia y los amigos.

Pero eso no quita que no intentemos reorientar el sentido auténtico de estas fiestas y, no busquemos cómo conectarnos con lo realmente importante. Y las lecturas que hemos señalado nos dan algunas pistas. Sí Jesús es el Mesías esperado y en verdad queremos acogerlo, hemos de mirar más su actuar y ponernos en sintonía con ese horizonte. El Niño que nace trae el cambio de las situaciones injustas a situaciones justas expresadas en que los ciegos ven, los sordos oyen, etc. Este es el verdadero espíritu de adviento: transformar las situaciones, pero no mientras se viven estas fiestas, sino de manera estructural. No basta con dar regalos a los niños. Es necesario preguntarse qué hay que hacer para que todo niño tenga derecho a la salud, a la educación, a la comida, a la recreación, a la familia, todos los días de su vida. No basta con expresar el cariño en este tiempo sino convertir ese cariño en obras a lo largo de todo el año: más unión familiar, más solidaridad mutua, más compañía, verdadero amor expresado a través de los actos concretos. No basta con adornar las ciudades sino buscar que ellas pueden ser lugares de posibilidades para las personas en todos los tiempos. En otras palabras, Adviento es un tiempo cálido, colorido, festejado, pero ha de ser mucho más: tiempo de conversión a más justicia, a más solidaridad, a construir un país y un mundo donde la vida sea posible, también la vida del planeta. Un mundo donde se note que el Niño Jesús que viene y que los cristianos conmemoramos, año tras año, realiza lo que ha prometido a través de nuestro compromiso de hacerlo posible. Adviento es tiempo de ponernos en camino para transparentar con nuestras obras que el Mesías esperado efectivamente llega para “allanar todos los senderos” para “reunir el trigo en el granero y quemar la paja en la hoguera”.

martes, 22 de noviembre de 2022

 

25 de noviembre: ¡ni una violencia más contra las mujeres!

Olga Consuelo Vélez

Muchos aspectos se abordan sobre la mujer porque la historia universal ha sido una historia de invisibilización, subordinación y opresión del sexo femenino por razón de su género. Esto no significa que no se pueda recuperar “una historia de mujeres” en la que, a pesar de esa situación generalizada, las mujeres han sido protagonistas en todas las ciencias, en todos los ámbitos, en todas las luchas, en todas las conquistas. En este presente estamos en ese trabajo arduo, pero apasionante, de descubrir tantos nombres y tantos hechos realizados por mujeres que nos muestran la resistencia a la historia vivida y su capacidad de ser creadoras de historia a pesar de tantos obstáculos.

Pero el aspecto que hoy nos ocupa es tal vez el más doloroso que han vivido las mujeres. Nos referimos a la violencia que se ha ejercido sobre ellas y que no cesa. De ahí la necesidad de dedicar un día -el 25 de noviembre- para exigir que “se eliminen todas las formas de violencia contra las mujeres”. Sus antecedentes se remontan a 1981 cuando activistas contra la violencia de género propusieron honrar la memoria de las hermanas Mirabal, tres activistas políticas, asesinadas brutalmente por el dictador Trujillo de República Dominicana en 1960. En 1993 la ONU emitió una resolución que incluyó la “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer” pero es en el año 2000 cuando designa el 25 de noviembre como “Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la Mujer”. Desde 2008 lanzó la campaña “Únete para poner fin a la Violencia contra las mujeres”. Cada año esta conmemoración sigue fortaleciendo a más mujeres para exigir la eliminación de toda violencia y convoca también a más varones, como lo expresó el Secretario General de la ONU en vistas a este próximo 25 de noviembre: “Alcemos la voz con firmeza para defender los derechos de las mujeres. Digamos con orgullo: todos somos feministas y releguemos la violencia contra las mujeres y las niñas a los libros de historia”. Pero tristemente, según datos de la ONU, todavía hay 37 estados donde no se juzga a los violadores si están casados o si se casan después con la víctima y 49 estados donde no existe legislación que proteja a las mujeres de violencia doméstica. Además, cada once minutos, muere una mujer o una niña a manos de su pareja íntima o algún miembro de su familia.

Pero más allá de las legislaciones y los avances en este campo, siempre hay que estar alertas a los movimientos de involución y de rechazo a estas iniciativas. Existen grupos explícitamente antiderechos y antifeministas que niegan la reivindicación con argumentos tales como, que las mujeres ejercen igual violencia contra los varones, que se cae en el victimismo, que se rompe el modelo familiar que da estabilidad a la sociedad y, así, muchas otras razones que depende cómo se presenten, convencen a más de una persona.

Por supuesto que también se ejerce violencia contra los varones y esta violencia ha de ser combatida. Pero lo que no se puede negar es que la violencia contra las mujeres es una violencia institucionalizada y sostenida por la mentalidad patriarcal que considera a la mujer como su propiedad, su complemento, la portadora de lo que falta al varón pero que no debe atreverse a traspasar los límites que se le han asignado, so pena de romper con el orden establecido y este último es el que cuenta y no el respeto a los derechos de las mujeres.

También el discurso de que las mujeres deben dejar su papel de víctima y simplemente sobreponerse y seguir adelante, es un discurso que atrapa a más de una porque parece algo positivo. Pero hay que distinguir entre una víctima en sentido de refugio psicológico para conseguir compasión a la denuncia de una víctima que exige la reivindicación de sus derechos. Denunciar toda violencia y no cansarse de hacerlo, es el camino para reivindicar derechos y soñar con que algún día nuestro mundo esté libre de la violencia de género.

La violencia de género existe y se manifiesta de muchas formas -aunque se disimule de tantas otras formas-. Hay violencia física, sexual, psicológica, laboral. Hay demasiado acoso sexual, callejero, cibernético. Aún existe la mutilación genital y el matrimonio infantil. Hay demasiado impunidad frente a los perpetradores y muchísima estigmatización y vergüenza padecida por las víctimas porque sus denuncias no se escuchan con el respeto y la diligencia que ameritan en los espacios privados y públicos y, por supuesto, en la legislación existente.

Pero sobre todo hay pasividad por parte de las iglesias y muy poco compromiso con la denuncia y la acción positiva frente a esta realidad. No pareciera que el Jesús de los evangelios fuera suficientemente conocido por los creyentes. Parecen olvidar que Jesús, ante la mujer adúltera, interpela a todos los que la acusan mostrándoles que ellos no están libres de pecado para convertirse en jueces de nadie (Jn 8, 1-11); o que se deja enseñar por la mujer siriofenicia cuando ella le pide que extienda los limites de su acción, más allá de las fronteras judías, solicitándole la curación de su hija (Mc 7, 24-30) o que se apareció en primer lugar a María Magdalena haciéndola portadora de la Buena Noticia de la Resurrección (Jn 20, 11-18), en una sociedad donde el testimonio de las mujeres no era creíble. Gracias a la teología feminista se ha recuperado el protagonismo de las mujeres en los orígenes cristianos, contando ya con mucha producción bibliográfica que, lamentablemente, no se ha incorporado suficientemente en los ámbitos académicos. Pero todavía se está lejos de que una praxis de igualdad, reconocimiento y defensa de los derechos de las mujeres sea una prioridad en las iglesias y en las personas de fe. Entre la figura de la mujer sumisa, callada y sacrificada que se ha valorado durante siglos en los ámbitos eclesiales y las posturas actuales que siendo algo más abiertas son temerosas de perder “la feminidad” o atacar “a los varones” o “crear división”, etc., se avanza tan poco que no podemos decir que las iglesias tengan una postura profética y comprometida con la eliminación de todas las formas de violencia contra la mujer. Ojalá este 25 de noviembre sea ocasión de sacudir tantos temores y miedos frente a las demandas feministas y las Iglesias y las personas creyentes acompañen decisivamente esta urgente y evangélica opción por los derechos humanos de todas las mujeres en todas las circunstancias: ¡Ni una violencia más!

lunes, 14 de noviembre de 2022

 

¿Orar por las vocaciones?

Olga Consuelo Vélez


 

Cada vez más, constatamos una realidad: las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, decrecen. A veces, se ven despuntes que animan. También en Asia y África hay más esperanza. Pero algunas llamadas “nuevas comunidades”, aunque parece que atraen un número significativo de jóvenes, muchas de ellas tienen una línea tradicionalista y moralista que desdice bastante del Vaticano II y los escándalos de sus fundadores no parecen garantía de esos carismas. Además, el papa Francisco insiste en que los seminarios se unan para que haya un número más razonable de seminaristas y se les pueda brindar una mejor formación. En conclusión, la crisis de vocaciones es real.

Pero este problema no es nuevo. Ha sido una preocupación constante expresada en las Conferencias del Episcopado Latinoamericano y Caribeño. En la Conferencia de Río de Janeiro (1955) se anotaba como un angustioso problema del continente la escasez de clero y por eso el Documento conclusivo considera el tema de “Las vocaciones y formación del clero secular” en el primero y segundo capítulo.

En el documento de la Conferencia de Medellín (1968) también se constata “la escasez numérica de los presbíteros, más aún cuando se pondera en relación con el crecimiento demográfico” (Sacerdotes, 3) y de la vida religiosa: “La crisis en las comunidades religiosas toma grandes proporciones, mientras disminuye el número de los que se presentan para ingresar en las mismas (Religiosos, 10).

En la conferencia de Puebla se afirma lo siguiente: “La escasez de sacerdotes es alarmante, aunque en algunos países se da un resurgimiento de vocaciones” (n. 116). “A pesar del reciente aumento de vocaciones, hay una preocupante escasez de ministros, debida -entre otras causas- a una deficiente conciencia misionera (n. 674).

En la Conferencia de Santo Domingo (1992) aunque se reconoce “un aumento en las vocaciones sacerdotales” (n. 79) se vuelve a señalar “la escasez de ministros” (n. 68) y por eso se propone “la pastoral vocacional como una prioridad” (n. 79).

En la Conferencia de Aparecida (2007) también se habla de la “relativa escasez de vocaciones al ministerio y a la vida consagrada (n. 100e; 185) y por eso “ante la escasez en muchas partes de América Latina y el Caribe de personas que respondan a la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada, es urgente dar un cuidado especial a la promoción vocacional (n. 315).

Junto a esta realidad no se ha dejado de orar por las vocaciones, pero pareciera que Dios no escuchara porque la situación no cambia. ¿vale entonces la pena orar por las vocaciones? Se invoca la cita de: “Rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38) para darle valor a tal pedido. Pero ¿qué pasa que los ruegos no parecen tener efecto en el dueño de la mies?

Aclaremos algunos aspectos para intentar responder estas preguntas. Por supuesto que la oración de petición es válida porque ella expresa el reconocimiento de nuestra limitación e impotencia ante muchas realidades y la confianza que ponemos en el Señor para seguir trabajando por conseguir aquello que necesitamos. Esto es muy distinto de la concepción más generalizada que tenemos de esta oración en la que por nuestras súplicas conseguimos que Dios se compadezca y “milagrosamente” intervenga para cambiar las cosas según se lo pedimos. Este Dios mágico no es el Dios de Jesús, aunque se enseñe, tantas veces, de esa manera.

Por otra parte, la petición por los obreros para la mies, no se refiere a las vocaciones sacerdotales y religiosas sino a todo el pueblo de Dios, llamado a anunciar el reino de Dios. Lo que esperamos no termine -y hemos de pedirlo- es el acoger la llamada de Dios a vivir el reino y a dar testimonio para que más y más personas reciban esta “buena noticia” y se dispongan a construir este mundo de hermanos y hermanas, hijas e hijos del mismo Dios Padre y Madre, donde se viva la igualdad fundamental y “nadie pase necesidad” (Hc 2, 45). Pero las estructuras -no el ministerio- de vida sacerdotal y religiosa, pueden terminar -como de hecho algunas comunidades se han acabado-, y, tal vez, es urgente que terminen en las formas y modos que hoy tienen para que puedan ser atrayentes para la juventud.

Se habla mucho de que la juventud no tiene ideales o no se compromete con nada o no le interesa lo que pasa en nuestro mundo, pero eso no es verdad. Al menos en América Latina, la juventud está siendo protagonista de las demandas sociopolíticas de nuestros pueblos. La conciencia ecológica es muy fuerte entre los jóvenes. Y basta con estar en las universidades para ver que la juventud sigue teniendo ideales y proyectos en lo que emplea todas sus fuerzas. Lamentablemente para muchos jóvenes esto no es posible pero no porque no tengan sueños sino porque la injusticia estructural no les permite realizarlos.

Tal vez no tengamos que pedir por las vocaciones sino porque descubramos en qué carismas, en qué ministerios, en que estructuras hoy la mies es abundante y allí podrían llegar los segadores. Hay carismas que ya no tienen sentido porque las necesidades que los suscitaron, hoy están cubiertas por el Estado o ya no tienen ningún sentido -por ejemplo, comunidades femeninas al servicio doméstico del clero-. El ministerio ordenado sería más fecundo si se abriera a las mujeres, a los casados -estas son peticiones constantes en muchas instancias eclesiales: sínodo de Amazonía, Asamblea Eclesial, Sínodo de la sinodalidad- pero no se quiere dar el paso. Y, definitivamente, las estructuras eclesiales necesitan una conversión radical para que cumplan su única razón de ser: estar al servicio de reino.

La vitalidad de nuestra fe no depende de mantener estructuras que están mostrando su insignificancia para el momento actual sino de escuchar al Espíritu que todo lo renueva (Ap 21,5). Pedir que sepamos escucharlo no debe estar lejos de pedir obreros para la mies allí donde efectivamente hoy el Señor está llamando pero que, tal vez, no queremos escucharlo.