viernes, 10 de abril de 2015


Pascua: tiempo de anuncio y compromiso evangelizador

El tiempo litúrgico de Pascua nos habla de la esencia de la vida cristiana: la experiencia del Resucitado que haciéndose presente en nuestra vida nos invita a entrar en comunión con él y a anunciar su presencia a todos los demás. Esto se ve con claridad en los relatos de resurrección del Nuevo Testamento. El texto de Juan 20, 11-18, por ejemplo, nos presenta la figura de María Magdalena (primera testigo de la resurrección), con quien Jesús establece una dinámica de encuentro personal y envío misionero. Ella no le reconoce por los signos externos -en los que sólo ve vacío y soledad-: “se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto”, solo lo descubre cuando se entabla el diálogo personal: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?. El relato dice que al principio lo confunde con el hortelano pero cuando la llama por su nombre: “María” no hay ninguna duda y, por tanto, ella también se dirige a él de manera personal: “Rabbuni” (Maestro). Pero el encuentro no termina allí. Inmediatamente viene la misión que surge de una experiencia a comunicar: “Ve donde mis hermanos y diles que subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”.  Y María Magdalena se pone en camino y comunica a sus hermanos lo que ha visto y oído.

Este relato, además de mostrar la dinámica del tiempo pascual, resalta la figura de la mujer como primera destinataria de esta experiencia y encargada de anunciarla. Por la mentalidad patriarcal que nos ha acompañado en la sociedad y en la Iglesia, el protagonismo femenino se ha invisibilizado y solo, en las últimas décadas, se ha tomado conciencia de esta realidad y ha venido cambiando, aunque no sin dificultades. Por eso el Obispo de Roma, Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium (103), no duda en reconocer este hecho y llamar al cambio: “Pero todavía es necesario ampliar los espa­cios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”.

Ahora bien, en la tarea evangelizadora, no solo falta más protagonismo de la mujer sino de todo el Pueblo de Dios. Muchos católicos son “practicantes” de los sacramentos y celebraciones litúrgicas pero poco comprometidos con el anuncio de la Buena Noticia del Evangelio. Pareciera que faltara ese “fuego que quema dentro” del que hablaba el profeta Jeremías: “Pero había en mi corazón algo así como un fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo no podía” (20,9). En efecto, el anuncio del Evangelio surge de la experiencia del Resucitado en nuestras vidas. De su gracia y misericordia infinita actuando en nosotros. Si esto no se vive, no hay nada que comunicar porque, como acabamos de relatar, María Magdalena va y cuenta a los discípulos lo que “ha visto y oído”. De igual manera los discípulos de Emaús, vuelven a Jerusalén y al encontrarse con los otros discípulos les cuentan “lo que había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús en la fracción del pan” (Lc 24, 13-35).

El tiempo pascual es un momento propicio para avivar la llama del amor de Dios en nuestros corazones y preguntarnos lo mismo que los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” Es tiempo de vivir nuestra propia experiencia pascual para comunicarla con convicción y libertad. Experiencia de Dios que ha pasado, posiblemente, por superar las propias dificultades pero también por sentirnos conmovidos y movidos al compromiso con los demás. De esa toma de conciencia de la acción del Señor en nuestra vida, surge el anuncio sincero de la Buena Noticia del Resucitado: la vida triunfa sobre la muerte, el amor sobre el odio, la justicia sobre la injusticia.

En nuestro país la experiencia pascual no puede ser ajena a la consecución de la paz. Por el contrario, el anuncio del Evangelio va de la mano de nuestro compromiso personal y comunitario por hacerla posible. Es verdad que la paz no es un punto de llegada, ni se consigue por firmar un tratado. Pero sin esto, tampoco se logrará y los colombianos necesitamos mucha apertura de mente y corazón, mucha generosidad y mucho compromiso para optar por el bien común. Que la vida del Resucitado nos haga capaces de anunciar que la paz es posible y que, con la gracia de Dios, podremos alcanzarla.