jueves, 2 de mayo de 2024

 

Una maternidad más allá de las condiciones fisiológicas

Olga Consuelo Vélez

Aunque falta mucho para que la igualdad de género sea una realidad en todas partes del mundo, se han hecho grandes avances y, quedan pocos lugares -legalmente- vedados para las mujeres. Digo, “legalmente” porque en los “imaginarios” -más difíciles de cambiar- aún persisten muchos prejuicios y limitaciones. Pero un aspecto que, tal vez, no se ha trabajado suficientemente es la maternidad como una posibilidad que solo tienen las mujeres y no los varones, de ahí, que se defienda que ese rasgo es lo propio de las mujeres y, en eso, debe consistir su mayor aporte a la sociedad y a la Iglesia.

En ese sentido, en varias partes del mundo, en el mes de mayo, se celebra el hecho de ser madres. Pero reflexionamos sobre algunos aspectos de la maternidad. Fisiológicamente, las mujeres tienen los órganos reproductores adecuados para llevar adelante la maternidad. Sin embargo, como en todos los aspectos humanos, ni todas las mujeres pueden ser madres por alguna razón fisiológica, ni todas llegan a serlo, bien sea por escoger un estilo de vida célibe o porque no concretaron una relación afectiva en su tiempo fértil o por opción, razón que se invoca más últimamente. Con esto quiero decir que, valorando inmensamente el hecho de poder ser portadoras de la vida, no necesariamente todas las mujeres lo son, de ahí que no es “universalmente” válido el aporte de las mujeres en relación con su maternidad.

Es verdad que muchas lo son. Sin embargo, el hecho de fisiológicamente tener la posibilidad de ser portadoras de la vida ¿las hace “buenas” madres? ¿las capacita de manera “innata” para ser madres de esa nueva criatura? Me atrevo a responder que no porque la maternidad con todo lo que ello implica de amar a un nuevo ser, de ayudarle a desarrollarse desde lo que ese bebé es y desea, de darle las suficientes alas para que despliegue todas sus potencialidades, de amarle con generosidad, sin egoísmo, sin pedir nada a cambio, etc., no es algo innato que surge por el hecho de físicamente dar a luz. Por el contrario, esa realidad exige un aprendizaje, una permanente revisión, un disponerse a crecer, a confrontarse, a corregirse, a considerarse en camino del desarrollo del amor verdadero hacia otra persona, en este caso, de ese ser que logró desarrollarse en su vientre.

Y con todo lo anterior quiero sacar dos conclusiones. Lo primero es recordar que la maternidad es mucho más que lo biológico y por eso, aunque este mes se celebre el día de las madres y surja con tanta espontaneidad y cariño festejarlas y agradecerles sus desvelos y entrega, es importante recordar que ser madre es una tarea muy difícil que no puede improvisarse. Lamentablemente, hay demasiadas madres egoístas que prácticamente acaparan a sus hijos para sus propias necesidades. Hay tantas que ven en ellos su compañía, la realización de lo que ellas no pudieron ser, los casi “objetos” en quienes descargan sus frustraciones, miedos y exigencias. No faltan las que toman a sus niños como objeto de venganza contra sus parejas -esto también ocurre mucho en los varones y hemos asistido a casos muy dolorosos de varones que matan a sus propios hijos para vengarse de sus mujeres-. Pero no faltan madres que les impiden a los hijos crecer con sus padres y privarlos de muchas oportunidades también para castigar a su pareja. Esto de ser madres a imagen “del amor materno/paterno que Dios nos revela” (Is 49, 15-17), no es nada fácil y convendría repetirlo para que el don de la maternidad de los frutos que esperamos y sea más fácil engendrar una sociedad de hermanos/as como tanto la necesitamos.

Pero la segunda conclusión es que ni siquiera este aspecto fisiológico de la maternidad es tan propio de las mujeres que las haga tan distintas a los varones. Todos los seres humanos estamos llamados a amar con el mismo amor de Dios, ese amor del que habla la cita de Isaías, en que Dios mismo reconoce que, aunque una madre pueda olvidarse del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida. Es decir, quien vive los valores del reino -sea mujer o varón- está llamado a vivir el amor incondicional del mismo Dios con todos los seres que le rodean. Esto no es cuestión de mujeres o varones. Es cuestión de humanidad.

Volvamos entonces con la igualdad de género. Las mujeres solo aportarán el amor que engendra vida y la deja desarrollar sin egoísmos ni exigencias para sí mismas, si aprenden a ser madres, revisando sus propios egoísmos y limitaciones y buscan crecer cada día en el aprendizaje de ese amor total y sin reserva. Pero no solo ellas están llamadas a vivirlo. Los varones, por ser imagen y semejanza de Dios, también pueden vivir ese amor incondicional -y de hecho hay varones que viven su paternidad con esa alta medida- aunque fisiológicamente no carguen en su seno al bebé que engendraron. No está de más recordar que la ternura, acogida, cuidado, protección no son valores por naturaleza femeninos, sino que son también masculinos y cada vez los vemos más explícitos en los varones.

Estos son tiempos de igualdad de género, pero también son tiempos de seguir en el aprendizaje del amor que construye un mundo más humano, más fraterno y sororal. Ni toda la responsabilidad es de las mujeres -es también de los varones y en la misma medida-, ni las mujeres saben hacerlo de manera innata, esencial, natural. Es evidente que no existe un instinto materno, sino que todo lo bueno que se supone debería darse, las mujeres también lo han de aprender, lo mismo que lo han de aprender los varones.

Por supuesto, celebremos en este mes de mayo el amor de tantas madres que han sabido vivir un amor generoso y entregado por sus hijos. Mucho que agradecer y mucho que reconocer. Pero, tomemos conciencia de lo mucho por aprender. En este último sentido, si a las jóvenes se les ayudara a no “idealizar” esa característica de ser madres, sino que se les mostrara la responsabilidad que supone, tal vez habría menos embarazos indeseados y, con eso, menos mujeres y varones que en lugar de amar como se esperaría lo hicieran, solo llenan el mundo de más dolor y egoísmo, al no saber amar bien ni a sus propios hijos.

No olvidemos que el amor incondicional de nuestro Dios es una llamada para mujeres y varones que, a imagen y semejanza suya, están llamados a vivirlo y a transparentarlo. No es más quien tiene las condiciones físicas para portar una nueva vida ni menos quien solo lo engendra. Ni tampoco quienes no tienen hijos por la razón que sea. Todos los seres humanos, con sus condiciones propias, pueden testimoniar el proyecto de amor de Dios sobre la humanidad, con la riqueza, particularidad y pluralidad que absolutamente cada ser humano tiene.

 

miércoles, 1 de mayo de 2024

 

La vida cristiana no es de normas o cumplimientos; es de relación, de amistad, de amor

Comentario al evangelio del 6° domingo de Pascua 5-05-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo este en ustedes y su gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. No les llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos porque todo lo que he oído de mi Padre se los he dado a conocer. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes y los he destinado para que vayan y den fruto y que ese fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda. Lo que les mando es que se aman los unos a los otros (Jn 15, 9-17).

 

En este sexto domingo de Pascua, continuamos leyendo el capítulo 15 del evangelio de Juan. El domingo pasado leímos lo correspondiente a la Vid y los sarmientos y hoy se continúa el relato haciendo énfasis en el amor de Dios que nos llega a través de Jesús. El Padre ama al Hijo y el Hijo nos sigue amando a cada uno de nosotros. De ahí se desprende el llamado de amarnos unos a otros, pero no de cualquier manera, sino como Jesús nos ha amado. Precisamente por eso, se pueden destacar aspectos irrenunciables de ese amor de Dios. Un primer aspecto, es la necesidad de permanecer en ese amor. Es como si Jesús nos estuviera abriendo su corazón y nos revelará que el amor de Dios da un gozo pleno, colmado, total. Y quien tiene ese gozo, con certeza puede amar en verdad a todos los demás.

Un segundo aspecto es el límite de ese amor: “hasta la dar la vida”. No significa que se este invitando al sacrificio por el sacrificio sino a mantener la fidelidad, la coherencia, la verdad. Perder la vida por fidelidad es lo que produce frutos. De lo contrario es un sufrimiento inútil.

Pero tal vez algo central del evangelio de hoy es la relación que Jesús quiere establecer con los suyos: los llama amigos y no siervos. La experiencia cristiana no es de normas o cumplimientos; es de relación, de amistad, de amor. El texto leído literalmente puede desdecir lo que acabamos de afirmar porque Jesús dice que son sus amigos si hacen lo que les manda. Pero el sentido es lo que en otras ocasiones hemos insistido: la amistad lleva a la comunión de vida, de intereses, de objetivos. Es una obediencia no en el sentido de obligación sino de identificación con el amigo. En otras palabras, el amor de Dios llega gratis, total, infinito, por medio de Jesús, a la vida de cada persona. Es un don que se nos ofrece de antemano. Es una elección que Dios ha hecho por pura “gracia”, no por nuestros méritos o por nuestras capacidades. Y, precisamente por esa elección gratuita la consecuencia lógica es dar los frutos de amor correspondientes, mostrar en el amor de unos a otros que el amor de Dios recibido se hace fraternidad y sororidad en la historia concreta del aquí y el ahora.

La vida del Resucitado que seguimos conmemorando en la Pascua se encarna en el testimonio de amor de cada uno de los cristianos que han comprendido la misión encomendada y se disponen a realizarla en el amor mutuo, en la entrega recíproca, en la corresponsabilidad compartida.

Por parte del Padre todo está dado, todo está concedido. Por parte nuestra se necesita reconocer todo el amor recibido en nuestra vida y disponernos a dar gratis lo recibido gratis, a amar con esa generosidad, misericordia y entrega sin límites, como es el amor de Dios que sigue desbordándose en cada uno de nosotros.  

miércoles, 24 de abril de 2024

 

La imagen de la Vid habla más de comunidad que de individuos,

más de espiritualidad comunitaria que individualista

 

Comentario al evangelio del 5° domingo de Pascua 28-04-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí.  Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer.  Si alguno no permanece en mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los recogen, los echan al fuego y se queman.  Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho.  En esto es glorificado mi Padre, en que den mucho fruto, y así prueben que son mis discípulos (Jn 15, 1-8).

 

El domingo pasado hicimos referencias a varios textos del evangelio de Juan donde el evangelista pone en boca de Jesús la definición de lo que Él es: Pan de vida, Luz, Buen Pastor. En este texto va a decir que es “Vid verdadera”. Junto a esta definición señala elementos muy importantes: es la Vid cuidada por el Padre, es la Vid que junto a los sarmientos da fruto en abundancia, cumpliendo una sola condición: que los sarmientos permanezcan unidos a la Vid, es decir a Él mismo. Si no se está unido, no se puede dar fruto, nada se podrá realizar, no se forma parte del discipulado.

Ahora bien, esa unión entre Vid y sarmientos es otra forma de hablar de la comunidad cristiana. Su vitalidad no depende de una excelente organización o de unos objetivos muy nobles. Depende de la unión con Cristo, de la comunión con su espíritu. En otras palabras, de beber de la misma fuente, recorriendo los mismos pasos de Jesús, transitando por sus mismos caminos. Por supuesto no se refiere a la literalidad del tiempo de Jesús sino al Espíritu que lo impulsó a la misión y que ahora nos ha de impulsar a vivir en el aquí y ahora de nuestro tiempo.

Pero es importante enfatizar que la imagen de la Vid y la permanencia en ella, no debe llevarnos a una espiritualidad individualista que, lamentablemente, caracteriza la piedad de bastantes cristianos. Parece que Jesús se hiciera a nuestra medida y solo interesara relacionarse con Él. Aumentan así las devociones y las peticiones de sus bendiciones para la propia vida, sin interesarse por la vida de los demás. Precisamente la imagen de la Vid, como dijimos antes, habla más de comunidad que de individuos, más de relaciones interpersonales de todos los sarmientos entre sí que de individuos relacionándose exclusivamente con Jesús. Hace mucha falta el cultivo de una espiritualidad más comunitaria, donde la suerte de los demás no sea indiferente para nadie. Es toda la Vid la que está llamada a mantener el alimento para toda la planta. No pueden vivir unas ramas, sin preocuparse por las otras. Aunque el texto diga que las ramas que se sequen, se cortan y se queman, es una manera simbólica de alertarnos de lo que puede pasar cuando la savia no recorre toda la planta. Pero no sería de extrañar que esas ramas secas vayan debilitando a toda la planta, es decir, minen, efectivamente, la vida comunitaria, dejándola estéril para dar algún fruto.

Que este tiempo de Pascua de frutos abundantes en la vida de las comunidades eclesiales. Tal vez si miráramos más a Jesús, encontraríamos caminos de renovación y creatividad que tanta falta hacen a la Iglesia actual. Tal vez alimentándonos del mismo espíritu de Jesús tendremos más audacia para transformar “lo que siempre se hizo así”, por estructuras más ágiles, más moldeables, más plurales, más incluyentes, más diversas. Y, talvez, sería muy posible que la primavera eclesial que saboreamos con el Papa Francisco llegue a florecer decididamente, mostrando así que la unión con Cristo no defrauda, sino que da frutos abundantes de amor fraterno/sororal, de comunidades eclesiales a imagen de las comunidades de los orígenes.

 

miércoles, 17 de abril de 2024

 

Pensar en una iglesia toda ministerial en la que el servicio garantiza el cuidado mutuo,

la entrega asegura la vida en plenitud para todos

 

Comentario al evangelio del 4° domingo de Pascua 21-04-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas.  Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.  Él huye porque sólo trabaja por el pago y no le importan las ovejas.  Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen, de igual manera que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas.  Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también me es necesario traerlas, y oirán mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor.  Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo.  Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de mi Padre (Jn 10, 11-18).

 

Continuamos con los domingos de Pascua y el evangelio de Juan, que es el más elaborado teológicamente, nos ofrece discursos en los que es Jesús, quien se define a sí mismo, pareciendo conocer con claridad su misión e invitando a los suyos a reconocerlo como tal. En el capítulo 6 se define como el pan de vida (v. 35); en el capítulo 8 como luz del mundo (v.12); en el capítulo 10 como puerta de las ovejas (v.7) y, en el texto de hoy, como buen pastor (10, 11). No hay que olvidar que en el trasfondo de estos discursos ya se percibe la persecución, expresada en textos como “los judíos procuraban matarle” (Jn 7, 1); “entonces, procuraban prenderle; pero ninguno le echó mano porque aún no había llegado su hora” (Jn 7,30); “los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendiesen (Jn 7, 32). En ese contexto es fácil entender que cuando Jesús habla del lobo “que arrebata y dispersa a las ovejas”, se refiere a sus enemigos que en su vida histórica lo persiguen, pero también a los que perseguirán a sus seguidores. Jesús sabe que el anuncio del Reino trae resistencias y conflictos, trae persecución e incluso la muerte.

La comparación con el buen pastor es más que clara para aquellos ambientes campesinos donde los rebaños de ovejas eran bien conocidos con las implicaciones de cuidado absoluto por todas las ovejas y defensa de las mismas ante todos los peligros que las acechan. Aquí Jesús aclara que la misión que lleva entre manos no es la de un asalariado que tan pronto ve el peligro puede dejarla de lado. Por el contrario, su misión es dada por el Padre y si implicara dar la vida, no va a ponerlo en duda. No es simplemente que se siente en peligro y ya no tiene tiempo para huir. Es que, aunque pudiera hacerlo, su compromiso con el anuncio del Reino, lo constituye, de tal manera, que voluntariamente está dispuesto a dar la vida.

La comunidad que engendra la predicación de Jesús supone ese conocimiento mutuo entre el maestro y sus discípulos, entre el Dios Padre/Madre y todos sus hijos, buscando siempre la inclusión universal para que ninguno quede fuera.

Aunque en este día se hace especial mención de la jerarquía por su llamado a guiar al pueblo de Dios -a semejanza de un buen pastor-, en realidad, en la comunidad de discípulos, no hay pastores y ovejas en el sentido literal del término, sino comunidad de vida donde todos velan porque no haya lobos que dañen a ninguna oveja, ni haya ovejas que queden excluidas y terminen en otro redil. Resulta fácil pensar en todo lo que falta en la comunidad eclesial para vivir la inclusión de todas las personas sin permitir ninguna exclusión por ninguna causa. Hace mucha falta esa iglesia que bendice a todos sin ninguna restricción. Falta esa iglesia que no busca la uniformidad sino la vida de todas las ovejas con todas las particularidades que cada una conlleva. En realidad, el único Pastor es Cristo a quien todos estamos llamados a testimoniar viviendo ese cuidado hasta arriesgar la vida por todos y cada uno de los hermanos y hermanas.

No significa esta reflexión que no se reconozcan los diversos ministerios en la vida de la Iglesia. Pero han de estar libres de clericalismo, de superiores e inferiores, de pastores y ovejas, en el sentido literal del término. Hay que pensar en una iglesia toda ministerial en la que el servicio garantiza el cuidado mutuo, la entrega asegura la vida en plenitud para todos. Por una iglesia así vale la pena arriesgar la vida, no porque se exija, sino voluntariamente, mostrando con ese gesto, el encargo que viene de Dios mismo y no de ningún interés propio.

 

 

 

           

lunes, 15 de abril de 2024

 

¿Qué es lo que falta para una iglesia sin discriminación en razón del sexo?

Olga Consuelo Vélez

Continuamente escuchamos que a la Iglesia le hace falta la presencia de las mujeres. Pero, al mismo tiempo se dice, que son ellas las que más acuden a la Iglesia, las que realizan muchas actividades pastorales e, incluso, las que más cultivan la espiritualidad y el compromiso social. Se preguntaría uno, entonces, si en verdad a la iglesia le falta la participación de las mujeres. La respuesta que se da es que falta en los niveles de liderazgo y dirección. Es verdad que, en esos niveles, no solo falta, sino que está ausente casi absolutamente. Por eso el papa Francisco está nombrando a más mujeres en puestos de cierta relevancia en la curia romana y, en otras instancias, se está comenzando a buscar que haya más mujeres en todos los eventos, reuniones, comités, etc., que se propongan. Comienza a ser políticamente “correcto” que haya mujeres en todos los lugares. Sin embargo, afirmar tanto que a la iglesia le falta la participación de las mujeres puede esconder una afirmación más necesaria: a las mujeres les falta más conciencia de su dignidad personal y bautismal. Y, me parece que aquí, también hay mucho por trabajar. Veamos qué quiere decir lo que acabo de afirmar.

A nivel social, los derechos humanos ponen a mujeres y varones en igualdad de condiciones y la lucha es constante porque eso se reconozca y se cumpla. ¿Qué pasa entonces con las mujeres en la iglesia que consideran “normal”, “mejor”, “voluntad divina”, “no necesario” o no sé que otra razón, ser excluidas en razón del sexo de algunas instancias eclesiales? ¿qué pasa con tantas mujeres en la iglesia que sabiendo que por el bautismo tienen la dignidad fundamental de su ser cristiano, no les inquieta, no les molesta, no les duele, el no poder ser mediación de la presencia de Cristo en el servicio sacramental?

Las preguntas podrían multiplicarse: ¿qué pasa con tantas mujeres que defienden el seguir hablando en masculino aduciendo que ellas se sienten incluidas? ¿no se dan cuenta que, si solo se privilegia lo masculino en el lenguaje, lo femenino es invisibilizado? ¿qué pasa con tantas mujeres en la Iglesia que siguen fomentando el clericalismo porque consideran que lo masculino si es mediación divina para orientarlas en su espiritualidad? ¿qué pasa con tantas religiosas que consideran que no hace falta estudiar teología porque creen que eso es para los llamados al presbiterado sin darse cuenta que la labor evangelizadora supone un desarrollo intelectual adecuado a la tarea que llevan entre manos? ¿qué pasa con tantas mujeres en la iglesia que huyen de cualquier pensamiento feminista y les parece que luchar por los derechos de las mujeres les hace perder la aceptación en los círculos eclesiales que frecuentan? ¿qué pasa con tantas mujeres que no se preguntan porque solo tenemos imágenes masculinas de Dios, si varón y mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios? Algunas responderán que Jesús se encarnó en un varón. Eso es innegable. Pero ¿eso hace que el sexo masculino pueda tener privilegios? Si así fuera, no parecería que Dios respaldara la igualdad fundamental de todos los seres humanos, creados a su imagen y semejanza. Por supuesto la encarnación supuso limitarse a un sexo, a una cultura, a un tiempo, a una lengua, a unas costumbres, a un momento histórico. Pero nada de todas las otras características de la encarnación las aducimos como imprescindibles para hoy ser mediación de Dios. Solamente el sexo masculino perdura en las mentes, imaginarios y decisiones.

En definitiva, en la medida que haya más participación de las mujeres en la Iglesia, se irá cambiando el rostro masculino y clerical y los valores e imaginarios se irán transformando poco a poco. Pero es más urgente trabajar por transformar la conciencia de las propias mujeres para que se valoren como imagen de Dios y no acepten ninguna discriminación en razón del sexo. Por supuesto ni todas podemos hacer todo, ni todas se sienten llamadas a todo, pero lo que no se puede aceptar es que sigan existiendo discriminaciones en razón del sexo que pongan un límite al ser mujer en la realización de su ser personal, de su ser bautismal, de su protagonismo y compromiso con la misión evangelizadora de la Iglesia, desde todos los lugares y responsabilidades que todos los miembros de la iglesia están llamados a realizar y, a las que muchas mujeres se sienten llamadas.

Lo que acabo de decir puede parecer obvio para algunos, innecesario para otros, demasiado reivindicativo para unos cuantos, desconcertante para quienes tienen la convicción profunda que las mujeres aportamos aquello que los hombres no tienen y viceversa, pero, en la medida que se desvanece la organización patriarcal y clerical, más claridad tenemos sobre nuestro propio ser y más nos urge que las cosas sean como siempre debieron ser. Si más mujeres fueran conscientes de su propia dignidad bautismal, sería más fácil erradicar el clericalismo y, posiblemente, más rápido la iglesia de Jesús podría dar testimonio de este texto tan conocido de Pablo en la carta a los Gálatas: “no hay judío, ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer porque todos somos uno en Cristo Jesús” (3, 28).

martes, 9 de abril de 2024

 

El Jesús que cumplió su promesa de liberar a los pobres, es el mismo Resucitado

al que hemos de testimoniar

 

Comentario al evangelio del 3° domingo de Pascua 14-04-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan. Mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes. Pero ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu.  Y Él les dijo: ¿Por qué están turbados, y por qué surgen dudas en su corazón?  Miren mis manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como ven que yo tengo.  Y cuando dijo esto les mostró las manos y los pies.  Como ellos todavía no le creían a causa de la alegría y que estaban asombrados, les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer?  Entonces ellos le presentaron parte de un pescado asado. Y Él lo tomó y comió delante de ellos.  Y les dijo: Esto es lo que yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.  Ustedes son testigos de estas cosas. (Lc 24, 35-48)

 

Seguimos en estos domingos de Pascua con textos bíblicos de las apariciones de Jesús a sus discípulos. En este domingo es del evangelio de Lucas, justamente el pasaje que sigue a la aparición a los discípulos de Emaús quienes, en este texto, ya están con los demás discípulos contándoles cómo reconocieron a Jesús en el partir del pan. Pero, aunque los discípulos acaban de oír el testimonio de los de Emaús, cuando se les aparece Jesús quedan atemorizados y asustados, incapaces de recibir el don escatológico de la paz que trae el Resucitado. En esta ocasión, el diálogo entre Jesús y los suyos se centra en mostrar la identidad entre el Jesús que compartió con ellos en su vida histórica y el Resucitado que ahora está en medio de ellos.

Este último dato es bien importante. El Resucitado no es un espíritu en el sentido de desprecio de este mundo o una presencia distinta, haciendo cosas distintas. Precisamente el afán de mostrar la identidad con el Jesús de la historia nos invita a entender que la vida del Resucitado no nos lanza a vivir en otra esfera distinta del mundo en que vivimos. Lo que hizo Jesús en su encarnación es lo que permitió que ahora esté resucitado. Sus palabras, sus signos, sus acciones simbólicas, a través de las cuales anunció el Reino de Dios, todas ellas son las que permiten que ahora se le reconozca como Hijo de Dios.

Y esta debería ser la clave para nuestra vivencia de fe. Afirmamos creer en Jesús Resucitado, pero esto significa asumir su misma vida, con el riesgo, de correr su misma suerte. A esto nos llaman estos textos de pascua: ser testigos y testigas de lo que Él hizo y dijo. De su misericordia infinita, de su inclusión de todos, de su puesta en acto del ser humano por encima de cualquier ley o institución religiosa. Ese Jesús que ahora les pide algo de comer para corroborarles su identidad, es el mismo que se sentó tantas veces a la mesa con los marginados de su tiempo, mostrando que Dios los incluye en el banquete del reino. De ahí que hoy sigue vigente testimoniar esa inclusión sin medida, esa capacidad de reconocer la presencia de Dios allí donde un ser humano está, sin que nada pueda disminuirlo en su dignidad para ser destinatario de la salvación ofrecida por Dios.

Pero es también el Jesús de la última cena donde el gesto más contracultural fue ponerse él, siendo el maestro y Señor a lavar los pies de los discípulos. Ahora es el Resucitado el que invita a ese servicio incondicional de todos para con todos.

Porque es el mismo Jesús que fue crucificado, la presencia del resucitado no es un dato inventado por sus discípulos o una proyección de una especie de ídolo que siguieron y ahora quieren encumbrar. ¡No! el que está en medio de ellos es el que no decayó en su anuncio del reino, a costa de su propia vida. Y, en ese sentido el perdón de los pecados que trae, no es una llamada a una conversión individualista o espiritualista sino a una conversión a los valores del reino, precisamente, por el testimonio que los discípulos puedan dar de lo vivido con Él en su vida histórica. El Jesús que cumplió su promesa de liberar a los pobres, devolver la vista a los ciegos, traer la vida y la dignidad a sus contemporáneos, es el mismo Resucitado que hemos de testimoniar. ¡Ojalá sepamos hacerlo!

 

viernes, 5 de abril de 2024

 

¿Y dónde quedó la “salvación de las almas”?

Olga Consuelo Vélez

Un lector de una revista misionera me escribió una carta manifestando su preocupación porque él ve que la Iglesia (con obispos incluidos) se ha convertido en una ONG que se dedica a programas sociales y a negociaciones de paz pero que no cumple su tarea fundamental que debería ser “la salvación de las almas”. Incluso se pregunta si el crecimiento de otros grupos cristianos se debe a la falta de una pastoral que hable de la fe y se ocupe de lo espiritual y no de lo terrenal.

Todas estas preocupaciones son legítimas y no es fácil abordar estos temas cuando de entrada se percibe que se está hablando desde dos horizontes diferentes, dos antropologías diferentes, dos teologías diferentes, dos pastorales diferentes, dos espiritualidades diferentes. Pero, intentaré hacer algunas reflexiones, sin ánimo de convencer a nadie sino de explicitar, un poco más, el horizonte desde el que, a partir de Vaticano II, se mueve la iglesia, la teología, la pastoral, la espiritualidad.

Comencemos con la antropología. La visión griega es dualista y esta visión fue asumida por el cristianismo porque la fe se expresa en las categorías de cada tiempo y esas eran las categorías del imperio cuando el cristianismo comenzó a expandirse. Desde esos presupuestos, el ser humano se concibió como un compuesto de cuerpo-alma y al morir se separaban esos dos elementos, destruyéndose el cuerpo y salvándose o condenándose el alma. Además, esa visión se prestó para separar lo material de lo espiritual, con el agravante de que lo material es lo malo y lo espiritual es lo bueno. Por esto se veía positivo castigar el cuerpo y mortificarlo para salvar al alma, única realidad que importaba. Ahora bien, inclusive con esta visión dualista, todos los místicos y muchos cristianos han entendido que la salvación del alma se consigue con la práctica de la caridad. Amar al prójimo, realizar obras de misericordia, preocuparse por dar de comer al hambriento y de beber al sediento, es lo que ha dado origen a la variedad de carismas que se organizan en comunidades religiosas -masculinas y femeninas- y que, hasta el día de hoy, siguiendo la inspiración carismática de la comunidad, hacen obras de caridad y de servicio a los más necesitados. A través de estas obras, evangelizan, primero que todo con el testimonio y, en segundo lugar, con la palabra explícita.

Pero gracias al desarrollo de las ciencias, entre ellas la antropología, cada vez se consolida más una visión de un ser humano integral donde la dimensión espiritual no está separada de la corporal, sino que ambas constituyen al ser humano. La corporeidad es más que lo biológico, en el sentido de que es la posibilidad de expresión de la persona y de esa sed de infinito y de trascendencia que tiene todo ser humano (lo espiritual) que no tiene otra forma de vivirse más que en la corporeidad, en el aquí y ahora de nuestra historia. Además, esa es la comprensión semita propia de la Sagrada Escritura, con lo cual, la Iglesia ha ido asumiendo esa mejor comprensión del ser humano y tiene claro que hay que salvar al ser humano “entero”, es decir, con toda su realidad social, económica, política, cultural.

Con Vaticano II se enriqueció la teología y la pastoral porque se entendió que Dios se revela en este mundo y es ahí donde hay que concretar la fe, el compromiso, el amor cristiano. La teología actual sigue mostrando cómo fe y obras -como lo dice la carta de Santiago (2, 17)- son inseparables. Por su parte, la pastoral ha comprendido la urgencia de responder a todo el ser humano porque comunicar la fe no es “adoctrinar” a las personas con las ideas religiosas sino ayudar a que cada persona descubra la presencia de Dios en su historia, en sus luchas y realizaciones, en su vida cotidiana.

La espiritualidad cristiana debe basarse en las palabras y obras de Jesús de Nazaret, consignadas en los evangelios, correctamente interpretados con la exégesis bíblica. El Jesús anunciador del Reino solo trae “buenas noticias”: “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido, para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del señor” (Lc 4, 18-19). No habla de almas, de cielos, de huida del mundo. Habla de la vida plena a la que están llamados todos los hijos e hijas de Dios, vida plena que supone la integralidad de lo que el ser humano es.

Conviene recordar que, en las curaciones que Jesús realiza, el acento está en lo que significa la enfermedad en ese contexto: se creía que era castigo de Dios por algún pecado de la propia persona o de sus padres y por eso debería excluirse a los enfermos de la comunidad. Jesús rompe esa concepción y al curarlos, los incluye a la comunidad, realizando con sus obras el amor efectivo de Dios hacia los seres humanos. Dios no castiga, no condena, no separa. Dios acude en su ayuda, rompe todas las exclusiones, supera todas las barreras, hace visible su misericordia infinita hacia toda su creación.

Sería suficiente recordar el texto de Mateo 25, 31-46 -texto que está escrito en un género literario apocalíptico en el que se usan expresiones como juicio final, premio y castigo, etc., dando la clave profunda del amor que Dios nos invita a vivir por nuestra fe: “cada vez que hiciste algo a uno de estos hermanos míos, más pequeños, a mí me lo hiciste”. Encontrar a Jesús, amarlo y servirlo es reconocerlo en “todo” ser humano, amándolo y sirviéndolo, comenzando por los más necesitados.

Podríamos seguir anotando aquí la multitud de citas bíblicas donde Jesús hace presente a Dios en medio de su pueblo con gestos de servicio, de acogida, de misericordia, de romper barreras de exclusión como el acercarse a hablar con mujeres, con publicanos, con leprosos (todos aquellos que según la ley judía podían hacer impuro al que hablara con ellos) mostrando con sus actos que, efectivamente, Él vino “a dar vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Jesús sigue la línea de los profetas que denuncian el culto vacío y llaman al pueblo a vivir “la justicia y el derecho”, único culto que Dios desea: “Detesto vuestras fiestas y holocaustos … no quiero oír la salmodia de tus arpas. Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne” (Am 5, 21-14).

Mal harían los cristianos si no trabajan por la salvación del ser humano en todas sus dimensiones porque esto es lo que Dios quiere. Mal harían los obispos colombianos si no trabajan por la paz y la justicia porque esto es lo que Dios quiere. Por supuesto, la evangelización explícita, no ha de faltar, pero, aunque la evangelización no se hiciera con palabras, “las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí” (Jn 10,25) y, los cristianos podrían decir “las obras que hacemos son las que dan testimonio de la fe que profesamos”. Nuestra fe es una fe “encarnada” y, por tanto, solo haciendo obras de misericordia estamos trabajando por la salvación de las almas y, en la comprensión actual, por la salvación del ser humano.  

miércoles, 3 de abril de 2024

 

Ha llegado nuestro turno de dar testimonio de la vida que Jesús Resucitado nos trae

Comentario al evangelio del 2° domingo de Pascua 7-04-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Entonces, al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes.  Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor.  Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo.  A quienes perdonen los pecados, éstos les son perdonados; a quienes retengan los pecados, éstos les son retenidos.  Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.  Entonces los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré.  Ocho días después, sus discípulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos. Y estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y dijo: Paz a ustedes.                                                                         Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.  Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!  Jesús le dijo: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron.  Y muchas otras señales hizo también      Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero éstas se han escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, al creer, tengan vida en su nombre (Jn 20, 19-31)

 

Después de la Vigilia Pascual, los domingos que siguen nos ofrecen diversos pasajes bíblicos en los que Jesús se aparece a los suyos. De alguna manera se ofrece, pedagógicamente, el ir asumiendo la vida nueva que trae el Resucitado, las dificultades que supone, las incredulidades que suscita y las fidelidades y audacias que asumen aquellos que creen y comunican la experiencia fundante de la nueva vida que el Espíritu regala a quienes se disponen al seguimiento.

El Evangelio de Juan comienza este capítulo 20 con la aparición a María Magdalena. De ahí viene el título de Apóstola que se le ha reconocido porque ella es la primera a la que Jesús se le aparece, según este evangelio. Pero no es este el texto que se ofrece para este domingo sino el que sigue, donde Jesús se aparece a sus discípulos y, en concreto, se explicita lo que acontece con Tomás, quién no estuvo en la primera aparición y en la segunda, a pesar de sus dudas, verdaderamente cree y ofrece una confesión de fe en sintonía con la confesión de fe de Pedro en el evangelio de Mateo (16, 16) o de Marta, hermana de María y de Lázaro (Jn 11,27).

Pero notemos algunos puntos interesantes. Los discípulos están encerrados. La crucifixión y muerte de su maestro les ha mostrado el fracaso de la vida de Jesús y están asustados. No están esperando que la situación cambie. Posiblemente, están intentando pasar desapercibidos para no correr la misma suerte que el maestro. Y es en esa situación, contra toda esperanza, que Jesús se les aparece y les regala -gratuitamente- el don de su mismo espíritu, quien será el que los fortalezca para continuar la tarea que Él había comenzado. No es la valentía de los discípulos lo que les capacita para seguir adelante. Es el don de Dios, la vida del Resucitado, su Espíritu en medio de ellos, el que les dará la audacia necesaria para emprender el seguimiento del Cristo Resucitado. La paz y la alegría que acompañan esa experiencia son dones escatológicos, es decir, no dependen de que ahora las cosas comienzan a ir bien, sino de la experiencia de que la última palabra no la tiene la muerte. La resurrección de Jesús abrió esa vida resucitada que se anticipa con sus dones escatológicos para vivirla en la historia cotidiana.

La figura de Tomás que casi siempre se concibe como el incrédulo que mereció el reproche de Jesús, es señal, tal vez de lo contrario. Ahora la confesión de fe ha de ser vivida ya no por los testigos que estuvieron con Jesús sino por aquellos que creerán en la palabra de los primeros. Tomás puede ser símbolo de todos los creyentes que hemos continuado esta aventura de la vida cristiana. Hemos necesitado hacer esa confesión de fe. No hemos recibido pruebas definitivas que nos garanticen la veracidad que se nos anuncia, pero hemos visto el testimonio de tantas generaciones cristianas que, por su fe en Jesús, han hecho posible la justicia, la paz, la alegría, la solidaridad, la misericordia, la entrega. Y ha llegado nuestro turno. Creer en Jesús es más que repetir las palabras que finalmente dice Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Es seguir la línea de los testigos y testigas que nos han precedido y testimoniar con la propia vida la apuesta por la vida del espíritu.

El texto bíblico termina diciendo que todo esto se ha escrito para que se crea que Jesús es el Cristo y en Él se tenga vida eterna. Por eso, hoy el texto bíblico ha de encarnarse en nuestra propia vida, buscando hacer las obras del Reino, para que muchos crean en Jesús y tengan la vida en abundancia. Que este tiempo de pascua nos comprometa a dar un testimonio capaz de convocar a muchos a esta fe en el Jesús del Reino, en el Jesús de la vida nueva, de la paz y la alegría.

sábado, 30 de marzo de 2024

 

¡Ha resucitado! ¿Cómo entender esa experiencia hoy?

Olga Consuelo Vélez

La semana santa termina con la Vigilia Pascual, en la que celebramos el “paso” de la muerte a la vida, del fracaso al triunfo, de la tristeza a la alegría, de la guerra a la paz. En otras palabras, es un canto de esperanza activa porque, una vez más, los cristianos, no nos resignamos con que las cosas sigan mal, sino que redoblamos el esfuerzo para seguir trabajando por transformarlas.

Pero ¿esto ocurre en la vida real? Fuera de la celebración litúrgica ¿hay muestras, señales, indicios de que esta celebración abre caminos de transformación? Seguramente en la vivencia de muchas personas esto se da, pero en otras no sucede absolutamente nada. Podrían señalarse varias causas, pero intentemos centrarnos en la forma cómo se entiende (o no se entiende) la experiencia de resurrección, lo cual podría ayudarnos a proclamar “ha resucitado”, sacando más consecuencias para nuestra vida.

Partamos de una premisa fundamental. Pretender entender la resurrección del Señor “es mucha pretensión”. La vida de fe, es eso, “vida de fe”, con lo cual no tenemos todas las respuestas y mucho menos todas las explicaciones. Pero, como al mismo tiempo, somos llamados “a dar razón de nuestra fe” (1 Pe 3,15), la teología nos brinda una manera “razonable” de explicar la fe, aclarando, iluminando, dando sentido a la fe que vivimos.

La resurrección es una experiencia real (no demostrable) que tuvieron los discípulos/as, experiencia que transformó sus vidas porque del desánimo y el miedo pasaron a seguir anunciando la buena noticia que había traído Jesús. Pero, lo que nos cuentan los evangelios sobre esa experiencia, está mediado por los géneros literarios que utilizan para ello. Un primer género literario es “la tumba vacía”. Es decir, no sabemos si el cuerpo estaba en la tumba o no estaba, sabemos que ellos entendieron que a Jesús no había que buscarlo entre los muertos porque Él estaba vivo. Otro género literario es el de las “apariciones”. En ellas nos cuentan como Jesús atraviesa las puertas cerradas, es decir, contra todo pronóstico de que ellos tuvieran el coraje de seguir ese camino, la presencia de Jesús se impone y les empuja a salir de nuevo. El hecho de comer con Él, de querer ver las heridas de las manos, etc., es una forma de mostrar la continuidad entre el Jesús con quien habían compartido la vida y el resucitado, cuyo espíritu los anima y fortalece para seguir en ese mismo camino. De alguna manera, experimentan que el compromiso vivido por Jesús en su vida histórica es el mismo que ellos han de seguir en el tiempo que continua. Ya no van a anunciar el reino de Dios -como lo hizo Jesús- sino a Jesús mismo quien, con sus palabras y obras, lo encarnó, lo anunció, lo hizo presente. No tenemos muchos más datos de esa experiencia fundante. Tenemos el hecho histórico de la transmisión de la Buena Noticia -del reino de Dios hecho presencia viva en Jesús- de generación en generación con la multitud de testigos y testigas, quienes, viviendo los valores del reino, han abierto caminos de vida, de justicia, de paz, en otras palabras, de transformación de la realidad para garantizar la vida “en abundancia” (Jn 10, 10) para todos y todas.

Por lo tanto, no sé si en la vigilia pascual se sientan muchas emociones. No sé si con tanta “Feliz Pascua” que damos en este día, tengamos un ambiente alegre y festivo, animador para nuestra vida. No sé si con tanta liturgia, retiros, oraciones, celebraciones que se hacen en estos días hayamos avivado el espíritu de recogimiento y oración. Todo lo que nos sirva ¡bienvenido sea! Pero lo que no debería faltar es revisarnos a la luz de la vida de Jesús, buscando entenderlo mejor para que su resurrección se haga presente a través de nuestras vidas y muchas personas puedan creer en Él. Solo trabajando por un mundo más justo y en paz la resurrección de Jesús seguirá dando frutos. Y mucho depende de qué entendamos nosotros y, cómo eso que entendemos, lo pongamos en práctica.

martes, 26 de marzo de 2024

 

Comentario a las lecturas del Triduo Pascual (28 a 31-03-2024)

 

Olga Consuelo Vélez

 

JUEVES SANTO

 

Cuando el discípulo siente el amor incondicional de Dios hacia su propia vida,

es capaz de testimoniar ese mismo amor de Dios a los demás

 

 

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.  Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.  Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida.  Entonces llegó a Simón Pedro. Éste le dijo: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?  Jesús respondió, y le dijo: Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás después.  8 Pedro le contestó: ¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.  Jesús le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y ustedes están limpios, pero no todos.  Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No todos están limpios.  Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo: ¿Saben lo que he hecho con ustedes?  Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.  Pues si yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.  Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes (Jn 13, 1-15)

 

Muchas veces decimos que “una imagen vale más que mil palabras” y la lectura de hoy podría encarnar el contenido de esa frase. Lavar los pies era propio de los esclavos en esos tiempos y Jesús, precisamente asume ese papel. Podemos darle todas las explicaciones racionales al cristianismo para justificar una u otra práctica, una u otra estructura eclesial, una u otra norma litúrgica pero todo eso pierde peso ante este gesto del lavatorio, gesto de servicio, de generosidad, de abajarse ante la dignidad de todo ser humano.

Si algo proclama el cristianismo es el amor incondicional de Dios hacia la humanidad, amor que Jesús manifiesta a lo largo de toda su vida con sus palabras y acciones y que concentra en esta última cena (para Juan no es la cena pascual, es un día antes) en la que, como en un intento de volver a confiar a sus amigos su legado, se ciñe el vestido, toma la toalla y lava los pies de cada uno de sus discípulos, entre los que sabemos estaba Judas quien lo entregaría más adelante. Es que así es el amor servicial del reinado de Dios: se da a todos no en virtud de su bondad sino en razón de su ser hijo de Dios, destinatario de la misericordia infinita de Dios.

Muy posiblemente Jesús esperaría que ese gesto convenciera tan profundamente a sus discípulos que pudiera darse un vuelco a la situación que, Él ya intuía, le esperaba. O, por lo menos, que todos ellos le siguieran sin titubeos. Pero si Judas lo traicionará, Pedro lo negará. Este último ya muestra la postura equivocada con la que está siguiendo a Jesús. No sé si Pedro no se sentía digno de ser lavado por Jesús, pero, lo más seguro, es que no acababa de entender que ese amor total de Dios también es para los que se creen perfectos o que creen estar más cerca de Jesús que los demás. Pareciera que el reino es para los otros, los que no forman el círculo de Jesús. Sin embargo, Jesús les muestra que, si no se comienza con ellos, si no cambian su forma de ser y actuar, si no pasan a vivir en el horizonte del Reino, ellos no podrán dar testimonio de este. Precisamente, porque cada discípulo siente el amor incondicional de Dios hacia su propia vida, será capaz de testimoniar ese mismo amor. Quien no se siente frágil no puede comprender la fragilidad de los demás. Quien no se siente perdonado, no podrá perdonar a otros. Quien no se siente con una segunda oportunidad, no podrá dársela a ninguno de sus semejantes.

Por todo lo anterior, las palabras de Jesús aclaran el significado profundo de ese gesto: si yo, siendo el Maestro, les he lavado los pies a cada uno, con más razón ustedes han de lavarse los pies unos a otros.

Participemos, entonces, de este lavatorio de los pies, con la actitud de quien se deja lavar los pies y, la vida entera, por Jesús, pidiéndole que el amor recibido nos haga amor para los demás, sin límite, sin medida. Solo desde esta actitud de necesidad reconocida se pondrá entender que la Eucaristía no es para los perfectos sino para los pecadores y que, participar de esa mesa compartida supone acoger e incluir a toda persona, comenzando por los más pobres y necesitados, por los más discriminados social y religiosamente. El lavatorio de los pies no fue solo un gesto del pasado, sino también un gesto necesario para este presente que precisa mostrar el amor incondicional de nuestro Dios para todas las personas.

 

 

VIERNES SANTO

 

El viernes santo es día de silencio, de estupor, de dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía. Ojalá estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.

 

El Viernes Santo no se celebra la Eucaristía porque Jesús ha muerto. Pero se hace una celebración en la que se lee el texto de la pasión, según el Evangelio de Juan. Por razones de espacio no transcribimos aquí todo el texto, sólo señalamos los momentos que acontecen: Prendimiento de Jesús; Jesús ante Anás y Caifás; Negaciones de Pedro; Jesús ante Pilato; Condenación a muerte; La crucifixión; Reparto de los vestidos; Jesús y su madre; Muerte de Jesús; La lanzada; La sepultura (Jn 18, 1 - 19, 42)

 

El relato de la pasión nos lo cuentan los cuatro evangelistas cada uno con sus características propias. En el caso del evangelio de Juan -lectura del viernes santo- ya conocemos que es un evangelio más elaborado teológicamente y por eso aquí Jesús se muestra mucho más conocedor de lo que va a pasar y con mucha más serenidad ante los acontecimientos que le esperan. Por eso el relato comienza con el prendimiento y en el, Jesús no teme decir que es el nazareno y pedir que dejen a sus discípulos tranquilos ya que Él se está entregando. En la escena aparece Judas con los guardas de los sumos sacerdotes y fariseos, entregándole. Y más adelante Pedro quien busca defender a Jesús cortándole la oreja al siervo del sumo sacerdote. Pero Jesús le reprende y con la tranquilidad con la que el evangelista Juan presenta a Jesús, le hace caer en cuenta a Pedro que Él no va a traicionar la tarea encomendada, aunque esto conlleve la muerte: “La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?”.

Continua el relato con los interrogatorios ante Anás y Caifás. Jesús habla con autoridad frente a ellos como quien reafirma lo que ha hecho porque todo fue público, en la sinagoga y en el Templo y reta a Anás a que pregunte a la gente sobre sus obras. No tiene nada que ocultar. Esa actitud molesta a la guardia y uno de ellos da una bofetada en Jesús. Jesús continua sereno y la confronta: ¿Qué he dicho mal para que me pegues? Como no se encuentran los cargos contra Jesús, Anás lo envía a Caifás y de allí lo llevan ante Pilato. Mientras pasa lo anterior, Pedro consigue entrar a la casa del sumo sacerdote y ahí la portera le reconoce como uno de los de Jesús. Pedro lo niega. Y sigue negándolo frente a los guardias, completando tres negaciones. El gallo canta como lo había dicho Jesús, mostrando con este relato que todo se va cumpliendo según se había dicho. Recordemos que el evangelio de Juan pone en el inicio del mismo las bodas de Caná donde Jesús le dice a María que no ha llegado su hora, mientras que en el lavatorio de los pies se afirma que ha llegado la hora. Esa hora se está cumpliendo con estos acontecimientos de la pasión.

Ante Pilato la conversación es sobre “la verdad” pero no como un discurso filosófico sino la manera del evangelista Juan de expresar el contraste entre la verdad que viene de Dios y la mentira que viene del mundo. Pilato está representando esa mentira que no se deja transformar por la verdad. Pilato pregunta a Jesús ¿qué es la verdad? Pero no escucha su respuesta. La hora ha llegado y la suerte de Jesús está echada. Solo, si Él se retracta, podrá darse un cambio en la decisión, pero supondría perder la fidelidad al proyecto del reino. Si los poderosos de este mundo no quieren acoger la verdad, Jesús no va a renunciar a ella, aunque le cueste la vida.

Pilato libera a Barrabás y entrega a Jesús para ser azotado, burlándose de él con el manto, la corona y el cetro que le colocan para dejar en evidencia que los reyes de este mundo no ceden ante el anuncio de un Reino que cuestiona todos sus valores. Pilato sigue desafiándole diciéndole que en sus manos está soltarlo, pero Jesús también lo cuestiona directamente: “No tendrías ningún poder si no se te hubiera dado de arriba”.

La condena a muerte es evidente no solo por decisión de las autoridades judías y romanas sino por el mismo pueblo que pide que lo crucifiquen porque afirman está yéndose contra el César. Jesús carga con su cruz y lo crucifican en medio de dos que, el evangelio de Lucas, dirá que son ladrones (Juan no lo dice).

Juan relata la presencia de María y de Juan al pie de la cruz haciendo esa conexión con la llegada de la hora a la que ya nos referimos. En esa hora final, está de nuevo María a quien Jesús llamó “mujer” en las bodas de Caná y aquí llama de la misma forma. También están las otras mujeres y el discípulo Juan. La comunidad del reino está allí de pie, sosteniendo, tal vez, la fidelidad de Jesús hasta el final. O Jesús sosteniendo la fidelidad de esa primera comunidad.

Juan señala una palabra de Jesús en la cruz: “Tengo sed”, a lo que sus enemigos responden dándole vinagre. En ese momento Jesús afirma: “Todo está cumplido” y muere. Pero los enemigos, hasta después de muerto siguen agrediéndole: le introducen la lanza en el costado.

Pero siguen apareciendo aquellos que en su vida histórica tuvieron un encuentro con él. Nicodemo que se encontró con Jesús, según el evangelista Juan, por la noche y José de Arimatea que seguía a Jesús en secreto, se encargan de embalsamarlo y sepultarlo en un huerto a semejanza del huerto donde lo prendieron al inicio del relato de la pasión. Jesús fue crucificado y murió, efectivamente.

Hasta aquí no he hecho sino relatar, desde mi estilo, lo dicho por el evangelista Juan, historia que ya conocemos. Podemos recordarla de nuevo como un relato conocido desde hace tantos años. Pero también podemos actualizarlo y preguntarnos cómo sigue actual esa pasión de Jesús. La mentira del mundo, es decir, la injusticia, la desigualdad, la competencia, la discriminación, la indiferencia y tantas otras realidades que muestran el mal de nuestro mundo siguen allí porque los que tenemos que vencer esas mentiras con la verdad del amor incondicional de Dios, seguimos siendo espectadores y no actores, seguimos negando a Jesús como Pedro, aunque luego nos entren arrepentimientos sin que supongan una conversión definitiva. Nos quedamos al margen de la cruz y no estamos ahí, como esa incipiente comunidad, al pie de ella. Posiblemente queramos embalsamar y sepultar a Jesús, es decir, hacer alguna obra buena o comprometernos con algunas cosas, pero no nos empeñamos en “bajar los crucificados de la historia” -como se ha dicho tanto en nuestra América Latina, en denunciar las cruces de nuestro mundo, en no resignarnos a que existan, sino buscar caminos para que llegue la resurrección y la vida. Por supuesto, la vida y la verdad son don de Dios, pero sin discípulos que no teman correr la misma suerte que Jesús, no llegará el tercer día que cambie la mentira en verdad, la muerte en vida.

El viernes santo es día de silencio, de estupor, de dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía. Ojalá estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.  

 

 

VIGILIA PASCUAL

 

El pregón pascual es más que un pregón litúrgico. Es la vida resucitada

que podemos testimoniar en todos nuestros actos

 

Pasado el día de reposo, María Magdalena, María, la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle.  Y muy de mañana, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro cuando el sol ya había salido.  Y se decían unas a otras: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?  Cuando levantaron los ojos, vieron que la piedra, aunque era sumamente grande, había sido removida. Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, vestido con ropaje blanco; y ellas se asustaron.  Pero él les dijo: No se asusten; buscan a Jesús nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; miren el lugar donde le pusieron.  Pero vayan y digan a sus discípulos y a Pedro: "Él va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán, tal como les dijo (Mc 16, 1-7)

 

La vigilia pascual es central en nuestra fe. Pablo escribía a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 14). El viernes santo nos dejó en el sepulcro. El primer día de la semana nos coloca en la vida y, una vida para siempre. Eso fue lo que supieron hacer las mujeres del evangelio, comenzando por María Magdalena, en compañía de las otras mujeres. Muy de mañana van al sepulcro dispuestas a superar las dificultades que conocen encontrarán, como la pesada piedra de la entrada al sepulcro. Y, tal vez su persistencia les permite ser las primeras en encontrar esa vida nueva: la piedra ya está removida y el joven vestido de blanco les da la buena noticia: “Ha resucitado, no está aquí”. Primeras testigas de la resurrección, primeras anunciadoras de la buena noticia del Reino. Aunque el texto propuesto para hoy, termina en la el mensaje del joven a las mujeres, si siguiéramos leyendo más versículos, veríamos que el evangelista Marcos dice que las mujeres tuvieron miedo y no dijeron nada. Otros evangelistas visibilizan más el protagonismo de las mujeres en la transmisión de esa buena noticia y, por eso, podemos recuperar esa presencia activa de ellas en los orígenes cristianos.

De todas maneras, lo que nos interesa considerar hoy es que la vida cristiana consiste en comunicar esta buena noticia. El pregón pascual es más que un pregón litúrgico. Es la vida resucitada que podemos testimoniar en todos nuestros actos. Pero ¿en qué consiste esa vida resucitada? En que a nadie se le niegue su dignidad. Se tengan los medios para vivir. Se goce de oportunidades para progresar. Se garantice la tierra, el techo y el trabajo, como dije el papa Francisco. Se cuide la casa común. Se viva la igualdad entre varones y mujeres. No exista la misoginia ni la homofobia. Haya más diálogo interreligioso e intercultural. Y cada uno podría seguir añadiendo todas aquellas realidades que mostrarían que el Reinado de Dios se va haciendo presente entre nosotros. La oración cristiana nos compromete con todas estas realidades y el compromiso nos permite orar con el Jesús del Reino. La vigilia pascual renueva la vida del Resucitado en nosotros. Por eso: ¡demos testimonio de tanta gracia recibida!

martes, 19 de marzo de 2024

 

Por una Semana Santa más comprometida con la realidad

Olga Consuelo Vélez

Estamos terminando el tiempo de cuaresma y llega la celebración de la Semana Santa o Semana Mayor. En efecto, conmemorar la muerte y resurrección de Jesús es la razón y sentido de nuestra fe. De ahí que sea necesario que en la liturgia de esos días se vuelva a leer todo el relato de la pasión, de manera que no olvidemos el origen de la fe que profesamos. Lamentablemente, la historia de Jesús es un relato tan conocido, tan presentado en el cine, en la catequesis, en las predicaciones, pero -de una manera literal- que resulta difícil liberarnos de la historia un fantástica o desencarnada que nos han transmitido para entender la hondura de lo vivido por Jesús, el compromiso a fondo de Dios con la humanidad, a través de las palabras y hechos de Jesús.

Jesús no fue un hacedor de milagros en sentido mágico, con poderes sobrenaturales para curar enfermedades, calmar las aguas, expulsar demonios o multiplicar los panes. Jesús fue un hacedor de signos que desconcertaban a sus contemporáneos o los interpelaban. Jesús acoge a los enfermos y les dice que su enfermedad no es castigo de Dios como decían en aquella sociedad y, por tal razón, no tenían que vivir escondidos, excluidos o injuriados. Jesús les dice que ellos pueden y deben estar con los demás: les da la mano, los levanta, los conforta, es decir, les devuelve la dignidad que su entorno social les negaba por estar enfermos.

Jesús no hizo gestos extraordinarios como calmar las aguas o multiplicar los panes en el sentido literal de la palabra. Si así lo hubiera hecho ¿por qué todos los que lo vieron no quedaban convencidos de sus poderes extraordinarios? ¿por qué no estaban en los días de la pasión defendiéndolo y liberándolo de la muerte? Jesús fue un hacedor de solidaridad, de comunión, de ayuda, de benevolencia, de dar desde lo poco que se tiene -cinco panes y dos peces- para que nadie pase necesidad. Además, Jesús hizo de la comida -que para el pueblo judío era central como presencia de Dios entre ellos- el lugar donde Dios está con los “últimos” aquellos que la sociedad desprecia y nunca invita a compartir la mesa. En el tiempo de Jesús eran los pobres, publicanos, mujeres, niños, enfermos, etc. En nuestro tiempo siguen siendo los pobres, los migrantes, los de diferente etnia o religión, los de la diversidad sexual, las mujeres en muchos niveles y, tantos otros, que en cada realidad podrían nombrarse.

Jesús no fue un exorcista que sacaba demonios de las personas. Jesús fue un predicador que, con la autoridad de su Palabra y su coherencia de vida, liberaba a sus contemporáneos de tantos males psíquicos y emocionales que hacen que las personas tengan manifestaciones corporales extravagantes, agresivas, violentas. “Hasta los demonios se le someten”, decían sus discípulos, porque comprendían, con el actuar de Jesús, que no hay mal que no pueda ser vencido con el bien.

Algunos dirán que estamos quitándole la divinidad a Jesús con las afirmaciones anteriores. Pero no es así. Los estudios bíblicos actuales nos han ayudado a comprender la Sagrada Escritura y, por ende, la persona de Jesús, entendiendo el contexto en Él que vivió, la forma cómo se interpretaban las situaciones, las creencias, valores y actitudes de aquellos tiempos. Y, por supuesto, los géneros literarios en que se escribió la Biblia, géneros que permiten expresar la convicción fundamental de nuestra fe: ese Jesús que se hizo ser humano -no en apariencia- sino realmente, por la manera cómo amó y se comprometió con los suyos es, efectivamente, “Hijo de Dios”. Esta confesión de fe, fue la que hicieron sus discípulos y discípulas, convencidos de que la muerte no había vencido el amor de Dios transparentado en Jesús, por el contrario, había resucitado y seguía vivo en los primeros seguidores, quienes se sentían llenos del Espíritu de Jesús.

Las preguntas para esta Semana Santa que llega podrían ir por ese camino: ¿hemos entendido el actuar de Jesús? ¿comprendemos que Dios no mandó a su Hijo para que cumpliera una historia predeterminada sino para que viviera entre nosotros y nos enseñará como amar y servir en el mundo creado por Él? ¿seremos capaces de vivir como Jesús vivió? ¿amar como Él amó? ¿servir como Él sirvió?

Ojalá no volvamos a repetir la liturgia que, año tras año celebramos, sin una conversión de la propia vida. Jesús no necesita inciensos, ornamentos, velas, sermones, representaciones teatrales o coros clásicos que el pueblo no puede seguir. Todo esto bien empleado puede ayudar, pero es accesorio de cara a lo esencial. Lo que urge es ponernos en el camino de Jesús -eso es convertirse, no confesarse de los mismos pecados de siempre- y seguirle. ¿Por dónde caminaría hoy Jesús? ¿Qué milagros haría y con quién compartiría la presencia de Dios? Los pobres siguen siendo el camino privilegiado, es decir, trabajar por la justicia social. El cuidado de la casa común es innegociable. La reforma eclesial no puede postergarse más. Y, así, cada persona en su realidad concreta puede nombrar esas urgencias de su propio contexto a las que hoy Jesús respondería y, por lo tanto, las urgencias a las que hoy debemos responder nosotros. Tal vez habría que ir menos al templo para contemplar más la realidad buscando que la fe que profesamos y el evangelio que comunicamos llegue a la vida concreta de las personas. Solo con obras así, podemos testimoniar que el triduo pascual no es un rito vacío sino una fuente de vida y compromiso inagotable.

 

miércoles, 13 de marzo de 2024

 

Ver al Jesús de los evangelios y seguirle con todas las consecuencias

Comentario al evangelio del 5° domingo de cuaresma (17-03-2024)

 

Olga Consuelo Vélez

 

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. (Jn 12, 20-33)

 

Cercanos al triduo pascual, el evangelio de Juan nos presenta a Jesús confirmando que “ha llegado la hora”. Recordemos que en este evangelio está también el texto de las bodas de Caná, donde Jesús le dice a María que “no ha llegado su hora” (Jn 2, 4). Ahora, por la petición de los griegos que quieren verlo, Jesús ratifica la llegada de su hora, señalando en qué consiste: “para que el Hijo de hombre sea glorificado ha de ser enterrado como el grano de trigo, ha de morir y, solo entonces, dará mucho fruto”.

La elaboración teológica de este evangelio es manifiesta y por eso el evangelista coloca en boca de Jesús los hechos ya consumados. Pero en su vida histórica, Jesús no tuvo estas certezas. Tuvo que afrontar el hecho de ser perseguido, mal interpretado, calumniado, rechazado y asesinado. Su muerte en cruz no fue un designio divino sino una decisión humana de aquellos que se sentían interpelados, cuestionados, confrontados y prefirieron sacarlo del camino antes que reconocer sus malas acciones. Y, en efecto, en el momento en que transcurrían esos hechos, Jesús experimentó la posibilidad de decir: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero no lo hizo porque supo mantener la fidelidad a la misión encomendada. Y es esta fidelidad la que merecerá el “si” de Dios a toda su vida, en otras palabras, el que la muerte no tenga la última palabra, sino la vida resucita que Dios le concede.

Si aquellos griegos quieren ver a Jesús, han de verlo como Él es, confrontando al “príncipe de este mundo”, mediante la fidelidad a los valores del Reino, asumiendo, incluso, el perder la propia vida. Será esa fidelidad la que podrá atraer a muchos hacia Él y no la propaganda de sus milagros o la abundancia de panes o cualquier signo extraordinario que entusiasma a la gente. Por el contrario, si han de seguirlo ha de ser por el camino del servicio, del profetismo, de la lealtad, de la capacidad de no rehusar la muerte si ella es consecuencia de la fidelidad a la misión encomendada.

Hoy también muchas personas quieren ver a Jesús y muchos cristianos quieren anunciarlo. Pero cabe la pregunta de a cuál Jesús se presenta, de que evangelio se anuncia. La posibilidad de dar un mensaje de auto satisfacción, de beneficios personales, de signos externos que produzca tranquilidad de conciencia, abunda. E incluso, ante la necesidad de atraer más fieles porque comienzan a escasear, no importa qué espiritualidad se promueve, que grupo se apoye, que movimiento se difunde. Parece que el número es lo que importa y no hay discernimiento sobre los fundamentos de algunos grupos, contrarios a Vaticano II y, por supuesto, al papa Francisco, permitiendo que, a la larga, hagan más mal que bien. A puertas de terminar el tiempo de cuaresma, ojalá queramos ver al Jesús de los evangelios para seguirle con todas las consecuencias, sin temor a correr su misma suerte. Testigos del reino es lo que necesita nuestro mundo para que haya más bien que mal, más justicia que inequidad, más paz que guerras, más misericordia que juicio.