jueves, 2 de mayo de 2024

 

Una maternidad más allá de las condiciones fisiológicas

Olga Consuelo Vélez

Aunque falta mucho para que la igualdad de género sea una realidad en todas partes del mundo, se han hecho grandes avances y, quedan pocos lugares -legalmente- vedados para las mujeres. Digo, “legalmente” porque en los “imaginarios” -más difíciles de cambiar- aún persisten muchos prejuicios y limitaciones. Pero un aspecto que, tal vez, no se ha trabajado suficientemente es la maternidad como una posibilidad que solo tienen las mujeres y no los varones, de ahí, que se defienda que ese rasgo es lo propio de las mujeres y, en eso, debe consistir su mayor aporte a la sociedad y a la Iglesia.

En ese sentido, en varias partes del mundo, en el mes de mayo, se celebra el hecho de ser madres. Pero reflexionamos sobre algunos aspectos de la maternidad. Fisiológicamente, las mujeres tienen los órganos reproductores adecuados para llevar adelante la maternidad. Sin embargo, como en todos los aspectos humanos, ni todas las mujeres pueden ser madres por alguna razón fisiológica, ni todas llegan a serlo, bien sea por escoger un estilo de vida célibe o porque no concretaron una relación afectiva en su tiempo fértil o por opción, razón que se invoca más últimamente. Con esto quiero decir que, valorando inmensamente el hecho de poder ser portadoras de la vida, no necesariamente todas las mujeres lo son, de ahí que no es “universalmente” válido el aporte de las mujeres en relación con su maternidad.

Es verdad que muchas lo son. Sin embargo, el hecho de fisiológicamente tener la posibilidad de ser portadoras de la vida ¿las hace “buenas” madres? ¿las capacita de manera “innata” para ser madres de esa nueva criatura? Me atrevo a responder que no porque la maternidad con todo lo que ello implica de amar a un nuevo ser, de ayudarle a desarrollarse desde lo que ese bebé es y desea, de darle las suficientes alas para que despliegue todas sus potencialidades, de amarle con generosidad, sin egoísmo, sin pedir nada a cambio, etc., no es algo innato que surge por el hecho de físicamente dar a luz. Por el contrario, esa realidad exige un aprendizaje, una permanente revisión, un disponerse a crecer, a confrontarse, a corregirse, a considerarse en camino del desarrollo del amor verdadero hacia otra persona, en este caso, de ese ser que logró desarrollarse en su vientre.

Y con todo lo anterior quiero sacar dos conclusiones. Lo primero es recordar que la maternidad es mucho más que lo biológico y por eso, aunque este mes se celebre el día de las madres y surja con tanta espontaneidad y cariño festejarlas y agradecerles sus desvelos y entrega, es importante recordar que ser madre es una tarea muy difícil que no puede improvisarse. Lamentablemente, hay demasiadas madres egoístas que prácticamente acaparan a sus hijos para sus propias necesidades. Hay tantas que ven en ellos su compañía, la realización de lo que ellas no pudieron ser, los casi “objetos” en quienes descargan sus frustraciones, miedos y exigencias. No faltan las que toman a sus niños como objeto de venganza contra sus parejas -esto también ocurre mucho en los varones y hemos asistido a casos muy dolorosos de varones que matan a sus propios hijos para vengarse de sus mujeres-. Pero no faltan madres que les impiden a los hijos crecer con sus padres y privarlos de muchas oportunidades también para castigar a su pareja. Esto de ser madres a imagen “del amor materno/paterno que Dios nos revela” (Is 49, 15-17), no es nada fácil y convendría repetirlo para que el don de la maternidad de los frutos que esperamos y sea más fácil engendrar una sociedad de hermanos/as como tanto la necesitamos.

Pero la segunda conclusión es que ni siquiera este aspecto fisiológico de la maternidad es tan propio de las mujeres que las haga tan distintas a los varones. Todos los seres humanos estamos llamados a amar con el mismo amor de Dios, ese amor del que habla la cita de Isaías, en que Dios mismo reconoce que, aunque una madre pueda olvidarse del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida. Es decir, quien vive los valores del reino -sea mujer o varón- está llamado a vivir el amor incondicional del mismo Dios con todos los seres que le rodean. Esto no es cuestión de mujeres o varones. Es cuestión de humanidad.

Volvamos entonces con la igualdad de género. Las mujeres solo aportarán el amor que engendra vida y la deja desarrollar sin egoísmos ni exigencias para sí mismas, si aprenden a ser madres, revisando sus propios egoísmos y limitaciones y buscan crecer cada día en el aprendizaje de ese amor total y sin reserva. Pero no solo ellas están llamadas a vivirlo. Los varones, por ser imagen y semejanza de Dios, también pueden vivir ese amor incondicional -y de hecho hay varones que viven su paternidad con esa alta medida- aunque fisiológicamente no carguen en su seno al bebé que engendraron. No está de más recordar que la ternura, acogida, cuidado, protección no son valores por naturaleza femeninos, sino que son también masculinos y cada vez los vemos más explícitos en los varones.

Estos son tiempos de igualdad de género, pero también son tiempos de seguir en el aprendizaje del amor que construye un mundo más humano, más fraterno y sororal. Ni toda la responsabilidad es de las mujeres -es también de los varones y en la misma medida-, ni las mujeres saben hacerlo de manera innata, esencial, natural. Es evidente que no existe un instinto materno, sino que todo lo bueno que se supone debería darse, las mujeres también lo han de aprender, lo mismo que lo han de aprender los varones.

Por supuesto, celebremos en este mes de mayo el amor de tantas madres que han sabido vivir un amor generoso y entregado por sus hijos. Mucho que agradecer y mucho que reconocer. Pero, tomemos conciencia de lo mucho por aprender. En este último sentido, si a las jóvenes se les ayudara a no “idealizar” esa característica de ser madres, sino que se les mostrara la responsabilidad que supone, tal vez habría menos embarazos indeseados y, con eso, menos mujeres y varones que en lugar de amar como se esperaría lo hicieran, solo llenan el mundo de más dolor y egoísmo, al no saber amar bien ni a sus propios hijos.

No olvidemos que el amor incondicional de nuestro Dios es una llamada para mujeres y varones que, a imagen y semejanza suya, están llamados a vivirlo y a transparentarlo. No es más quien tiene las condiciones físicas para portar una nueva vida ni menos quien solo lo engendra. Ni tampoco quienes no tienen hijos por la razón que sea. Todos los seres humanos, con sus condiciones propias, pueden testimoniar el proyecto de amor de Dios sobre la humanidad, con la riqueza, particularidad y pluralidad que absolutamente cada ser humano tiene.

 

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