lunes, 26 de febrero de 2024

Nuevas respuestas a desafíos actuales - De una fe mágica a una fe razona...


De una fe mágica a una fe razonable. Olga Consuelo Vélez
 Enlace para que se pueda ver el video: https://www.youtube.com/watch?v=kcEfOeRumeU

jueves, 22 de febrero de 2024

 

En camino hacia la segunda asamblea sinodal en Roma … ¿Qué podemos esperar?

Olga Consuelo Vélez

Se puso en marcha la etapa final del sínodo y ya sabemos las fechas de realización, en Roma, de la segunda sesión presencial. Esta será del 2 al 27 de octubre, precedida por dos días de retiro espiritual. Además, Francisco ha dispuesto que los Dicasterios de la Curia Romana, desde sus competencias específicas, colaboren con la Secretaría General del Sínodo, estableciendo grupos de estudio -utilizando el método sinodal- sobre algunos de los temas que surgieron en la primera sesión. Los grupos de estudio se conforman de mutuo acuerdo entre los dicasterios y la secretaria del sínodo y está última llevará la coordinación general. Fueron nombrados seis consultores para la secretaría que se suman a los 10 ya nombrados anteriormente, quedando compuesto por 12 varones y 4 mujeres. De los últimos nombramientos hay dos teólogas latinoamericanas, bien conocidas en nuestro contexto: María Clara Bingemer y Birgit Weiler.

Pero surgen varias dudas. Según noticias que se escuchan, una de las comisiones estudiará la sinodalidad de la iglesia. Quedó evidente en la pasada asamblea que no todos los obispos ni todos los laicos estaban de acuerdo con la propuesta de la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia. No ha bastado el documento de la Comisión Teológica Internacional sobre el tema ni la multitud de webinars, charlas y cursos que han ido ofreciendo a lo largo de este tiempo, para asumirla y caminar en esa dirección. En una entrevista que le hicieron hace poco a Rafael Luciani, teólogo participante del sínodo, respondía sobre este punto anotando que la cuestión está más en “el miedo a replantearse lo que significa el poder en la Iglesia y esto supone el ejercicio de la autoridad, no se trata de negar la autoridad en cualquier institución, que es necesaria. El problema es cómo se ejerce y en la iglesia se ejerce para servir, no para tener poder sobre los demás y hacer lo que la persona quiera”. Lo cierto, es que de nuevo será objeto de estudio, lo que llevamos tres años estudiando.

Otro tema será el diaconado femenino. Algunas noticias recientes decían que el Papa está muy abierto a este tema. El haber invitado a tres mujeres a la reunión con su consejo de obispos, parece mostrar su apertura a las cuestiones de la mujer. Incluso la religiosa que coordinó el encuentro, Sor Linda Pocher, salesiana, afirmó que Francisco está “muy a favor del diaconado femenino”. Ahora bien, la pregunta que queda es a favor ¿de qué tipo de diaconado femenino? Según se dice en muchas instancias no se está hablando del diaconado que reciben los varones sino otro tipo de diaconado de servicio a la comunidad. Todo eso puede ser muy positivo, pero lo cierto, confirmado por la misma hermana Linda, es que los ministerios ordenados son un tema cerrado para Francisco e, incluso, desapareció su formulación en el documento final de la anterior reunión sinodal. De hecho, en este documento se consignaron las diversas posturas frente al diaconado, los que lo encuentran inaceptable y los que lo ven necesario; sin embargo, la frase más extraña es sobre los que piensan que dar el diaconado a las mujeres “sería expresión de una peligrosa confusión antropológica, acogiendo la cual, la Iglesia se alinearía con el espíritu del tiempo”. Ojalá expliquen esa frase porque ¡qué confusión antropológica tiene ese sector de Iglesia que identifica sexo con ministerio ordenado! En este sentido, hace poco el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina afirmó que “la materia” del sacramento del Orden era el varón. Parece que lo que estudiamos sobre sacramentos donde nos enseñan que la materia de ese sacramento es la “imposición de manos”, es desconocido en altos ambientes vaticanos.  

No sé qué otras comisiones se crearán, estaremos atentas a las noticias. Ahora bien, quiénes estarán en las comisiones, hacia dónde orientarán la reflexión solo lo saben los mismos que están en los altos cargos vaticanos y a los que no les conviene demasiado desinstalarse.

A la segunda sesión del sínodo se llegará sin que las iglesias locales hayan sido consultadas de nuevo y hayan enviado sus aportes. De lo que conozco no se ha hecho absolutamente nada y los aportes han de enviarse a mediados de mayo. Con certeza las conferencias episcopales de cada país mandarán las reflexiones que ellas mismas hagan o que tomen de sus más cercanos colaboradores no de ninguna consulta hecha al pueblo de Dios y, menos de personas que estén más alejadas de la Iglesia como fue la intención inicial. Esperemos que algunos lugares sí hayan realizado el proceso.

También se llegará con un camino sinodal interrumpido y cuestionado. La Iglesia alemana que se había adelantado al sínodo propuesto por Francisco y que concluyó su experiencia con la decisión de crear un comité compuesto por clero y laicado para tomar decisiones sobre temas álgidos, fuera de haber sido puesta bajo sospecha durante todo el proceso y de que el mismo Francisco hubiera escrito el año pasado prohibiendo la creación de un comité sinodal, ahora recibe una carta firmada por el secretario de Estado Parolin y los cardenales Fernández y Prevost pidiendo detener el proceso que se llevaría estos días de aprobar los estatutos de dicho Comité sinodal.

No es fácil el camino sinodal. Demasiados miedos, demasiados retrocesos, demasiados argumentos para no desinstalarse, demasiadas reuniones para no avanzar casi nada. Ahora bien, casi nunca los cambios vienen de arriba para abajo porque se necesita demasiada apertura al Espíritu de Dios para desinstalarse a sí mismo y perder los privilegios alcanzados. Hay que continuar remando de abajo hacia arriba. Seguir construyendo sinodalidad en nuestros espacios locales -casi siempre al borde de las estructuras eclesiales- y seguir hablando “a tiempo y a destiempo”. Toda militancia por una causa ha costado demasiado tiempo, trabajo, descalificaciones, exclusiones, rechazos y hasta pérdida de la propia vida. Pero ¡cuántos cambios se han logrado a nivel social en muchos aspectos! y ¡cuántos a nivel eclesial! Más lentos, más tímidos, bien retrasados pero algún día llegan. Por eso seguimos acompañando el camino sinodal, aunque las expectativas sean bien pocas. Algún día, desde abajo y, por la fuerza de los hechos, lo conseguiremos.

miércoles, 14 de febrero de 2024

 

Convertirse a la misericordia de Dios sería una buena manera de comenzar esta cuaresma

Comentario al evangelio del 1° domingo de cuaresma (18-02-2024)

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

A continuación, el Espíritu empuja a Jesús al desierto y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentando por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1, 12-15).

 

Comienza el tiempo de cuaresma y el evangelista Marcos, en cuatro versículos, nos relata las tentaciones y el contenido de la predicación de Jesús. Sabemos que Mateo y Lucas describen más detalladamente las tentaciones. Aquí sólo se nos dice que Jesús fue tentado durante cuarenta días lo cual podría ser más semejante a nuestra propia vida. Las crisis, dudas, retrocesos y caídas no son solo en un momento puntual, superándolas en el acto. Por el contrario, la vida es ese continuo caminar con toda la ambigüedad, dificultad, avances y retrocesos que nuestra condición humana implica. En el caso de Jesús sabemos que sus tentaciones son mesiánicas, es decir, respecto a su misión y no a lo que comúnmente llamamos tentaciones en la vida cotidiana. Jesús permanece firme en la misión encomendada, Jesús no cambia la radicalidad de la misma. De ahí que se gane la cruz y la asuma con todas las consecuencias. Precisamente porque se conoce el final de la vida de Jesús, el evangelista puede afirmar desde el inicio del evangelio la fidelidad durante toda su vida. Considerar este pasaje de la vida de Jesús es, entonces, confrontar nuestra propia fidelidad a la misión encomendada preguntándonos seriamente si mantenemos el vigor primero o si lo hemos acomodado a nuestros intereses o a lo socialmente aceptado para evitar conflictos y persecuciones.

Pero ¿cuál es la misión de Jesús y, por ende, la nuestra? En otro versículo, Marcos nos presenta a Jesús anunciando que el tiempo se ha cumplido, es decir, lo que anunciaba Juan el Bautista ya se hace realidad con su presencia y es hora de dar una respuesta contundente: convertirse y creer en la buena nueva. La palabra “convertirse” no significa lo que comúnmente entendemos de arrepentirnos de algo malo que hemos hecho. En este caso es situarse en otro horizonte -el del reino de Dios-, cambiar de mirada, darse la vuelta para iniciar un camino distinto. En eso consiste la vida cristiana. Es encontrar en la vida de Jesús lo que Dios espera de la humanidad y por eso disponernos a vivir como Él vivió, a mirar el mundo desde el horizonte que Él lo hizo.

Ese horizonte no es otro que el amor inconmensurable de Dios sobre la humanidad. En Dios solo hay misericordia y generosidad. En Él no hay castigo, ni reproches. Por eso mismo escandaliza y se rechaza. Nos gustaría más que Dios castigue a los malos y premie a los buenos -entre los cuales creemos estar nosotros- y nos cuesta creer que la metodología de Dios es transformar el corazón humano a punta de amor y no de miedo. Y como nos cuesta creerlo y vivirlo, el anuncio del evangelio que hacemos no tiene la fuerza de transformación que Jesús nos dijo que tendría.

Pero la Palabra de Dios nos sigue insistiendo por dónde se hace presente el reino. Tal vez en esta cuaresma podríamos poner el énfasis no en sacrificios o confesiones de los pecados de siempre sino en mirar la vida de Jesús a ver si le logramos entenderlo a fondo y convertirnos al Reino de Dios, muy distinto de normas, liturgias, confesiones, inciensos y sermones de castigo que surgen con tanta fuerza en este tiempo. Convertirse al amor, a la misericordia, a la generosidad del mismo Dios sería una buena manera de comenzar este tiempo de cuaresma.

jueves, 8 de febrero de 2024

 

Desmasculinizar a la Iglesia, pero ¿cómo?

Olga Consuelo Vélez

El papa Francisco está hablando de “desmasculinizar” a la Iglesia y, en la última reunión que tuvo del grupo C9 -consejo de cardenales con quienes se reúne periódicamente- invitó a tres mujeres para tratar de ese tema. También el papa habla de “la dimensión femenina” de la Iglesia y, de que “la iglesia es mujer”. Reconoce que uno de los grandes pecados que se han cometido ha sido el de masculinizar a la Iglesia y está buscando dar mayor participación a las mujeres en la vida eclesial.

Todo lo anterior es lo mínimo que se puede hacer en una institución que por siglos ha marginado a las mujeres. Sin embargo, la propuesta de desmasculinizar a la Iglesia me sugiere algunos comentarios. Por supuesto, el cambio a nivel externo es imprescindible. Por siglos hemos estado acostumbrados/as a ver a los varones ocupando los espacios de gobierno, de dirección, de liturgia, de enseñanza, etc., y no se sentía ningún reparo. Pero con los cambios sociales a favor de la mujer, “los ojos se nos abrieron” y la situación se hace cada vez más insostenible. Últimamente en las redes sociales salen fotos de clérigos y teólogos varones reunidos por pertenecer a una institución o porque preparan algún evento o simplemente porque concelebran en la eucaristía y bastantes personas dejan sus comentarios preguntándose: y ¿dónde están las mujeres? Reunidos para hablar de sinodalidad y ¿todos varones? Y así, los comentarios se multiplican.

Definitivamente es urgente revisar la composición de todos los estamentos eclesiales para que haya la paridad necesaria entre varones y mujeres porque, aunque sea un dato externo que no garantiza que esos varones y mujeres hayan dejado su mentalidad patriarcal, “una imagen vale más que mil palabras” y si no se propician esos cambios -aunque sean externos- no lograremos transformar la visión androcéntrica de nuestro mundo ni crear estructuras donde, efectivamente, las mujeres puedan participar sin que se les niegue ese derecho por el hecho de ser mujeres.

Pero lo anterior es todavía muy superficial. El verdadero cambio es de fondo y aquí es donde la expresión “desmasculinizar” a la iglesia no me resulta suficiente. Francisco dice que hay que escuchar a las mujeres porque ellas tienen otro punto de vista y, de esa manera, la iglesia se enriquece. Escuchar a las mujeres es una tarea que tienen que “estrenar” demasiados obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, varones laicos y muchísimas religiosas y mujeres laicas. Este último aspecto es bien complicado porque hay muchas mujeres que no creen en las mujeres y, cómo dice la antropóloga Marcela Lagarde, la mayor fuerza que tiene el patriarcado ha sido la de conseguir la desconfianza y poca valoración entre las mujeres. Por el contrario, la sororidad es una gran fuerza transformadora, de ahí la necesidad de cultivarla.

Ahora bien, no todo es escuchar a las mujeres. Y no estoy muy convencida de que aportemos una visión diferente. Cada persona aporta una visión distinta en todo grupo humano, pero no por ser del colectivo “mujeres” sino por ser esa persona -única e irrepetible-. Lo que quiero decir es que hablar del lugar de las mujeres en la iglesia no es para que le aporten algo que a ella le falta, sino porque no las han tratado con la dignidad fundamental de todo bautizado y las han marginado de los niveles de decisión y liderazgo. O sea, abrir espacios a las mujeres en la iglesia es reconocer la injusticia que se ha cometido contra ellas y no presentarlo simplemente cómo un “complemento” de lo que ahora existe. La iglesia tal y como se ha configurado, con esa distancia tan fuerte entre clero y laicado y, especialmente mujeres, ha de reconstituirse desde dentro, pensarse de otra manera y, no simplemente, añadirle “el punto de vista de las mujeres” que ahora se dan cuenta que “enriquecería tanto a la Iglesia”.

Y volvamos a ese “punto de vista diferente de las mujeres”. Ya dije que no estoy tan segura de que exista por el hecho de ser mujeres. Estoy constatando que cuando los teólogos varones, por ejemplo, entienden y asumen la hermenéutica feminista, realizan su labor de la misma manera que las teólogas que han asumido esa hermenéutica. Y, viceversa, las teólogas hacen su trabajo teológico con la misma rigurosidad, cientificidad, precisión, teorización que lo hacen los varones. No es que ellas aporten “dulzura o intuición o feminidad” a la teología. Teólogos y teólogas, cada uno/a hace su propio trabajo por lo que cada persona es, pero si utilizan las fuentes y las hermenéuticas adecuadas, sus aportaciones se sitúan al mismo nivel y no se distinguen por su sexo. Es verdad que al inicio del trabajo teológico hecho por mujeres se habló mucho de ese aporte femenino -nunca se había pensado ni que pudiera ser posible- pero en la medida que hay más producción teológica hecha por mujeres se confirma lo que dije antes. Esto puede ser discutible para algunas personas, pero el fondo de la idea no es que a la iglesia le falta la “feminidad” que aportan las mujeres, sino que la falta la justicia para que “no haya distinción entre quien es varón y es mujer” (cf. Gál 3, 28).

En definitiva, desmasculinizar a la Iglesia es mucho más que invitar a las mujeres a formar parte de cuerpos directivos en ella o formadoras en seminarios o escucharlas más -aunque todo esto es necesario-. Desmasculinizarla es plantearse a fondo cómo recuperar la intuición original del movimiento de Jesús y hacer posible que “lo que afecta a todos/as, sea decidido por todos/as”.

 

 

Jesús transforma la exclusión en nombre de Dios en acogida sin reparos, ni límites

Comentario al evangelio del domingo 11-02-2024

6° del Tiempo Ordinario

Olga Consuelo Vélez

 

Se le acerca un leproso, suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: “si quieres, puedes limpiarme”. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: “quiero, queda limpio” y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: “Mira, ni digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio”. Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentare en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios y acudían a él de todas partes (Mc 1,40-45).

 

Hay muchos relatos de curación en los evangelios y este es uno de los más conocidos. Sin embargo, casi siempre el texto se toma al pie de la letra, pensando en la enfermedad física curada por Jesús y no se pasa al plano de su significado. Las enfermedades en esos tiempos se consideraban castigo de Dios y, enfermedades como la lepra, añadían la connotación de impureza que exigía la exclusión del individuo de todos sus entornos. Es importante hacer esta aclaración para entender bien el texto. Jesús pone en marcha el reino de Dios curando enfermos para mostrar la inclusión, acogida, misericordia que Dios trae. El énfasis no está en la salud física sino en las consecuencias sociales y religiosas de la enfermedad. Es interesante que Jesús “toca” al leproso. Al tocarlo, Jesús queda impuro como el leproso y, aunque el texto no hace alusión a esto, conociendo el contexto bien puede señalarse. Es decir, Jesús no tiene miedo a “mancharse o herirse” -como invita el papa Francisco a la Iglesia para ser en verdad una Iglesia en salida-, con tal de que el reino de Dios se haga realidad entre los suyos.

El leproso es el quien pide a Jesús que lo limpie -es decir lo libre de la impureza ritual que su enfermedad significa- y la respuesta de Jesús es más que un prestarle atención. El texto dice “compadecido”, o sea, la situación del leproso afecta a Jesús desde “sus entrañas”, “se conmueve” y, precisamente, por esa capacidad de sentir con los otros, no duda en responder a su petición. Es tan verdadera y sincera está actitud de Jesús que “al instante”, señala el texto, el leproso quedó limpio. No se está hablando de tiempo cronológico simplemente sino de transformación de la situación, de inclusión decidida y sin reparos a aquel que todos colocaban al margen, en nombre de Dios.

Muy distinta es la realidad eclesial en algunos contextos. ¡Cuánta duda para ofrecer las bendiciones a todos! ¡Cuántos escrúpulos y temores y preguntas de si lo merecen o no! Esta manera de actuar es muy distinta a la que tuvo Jesús y a la dinámica de la misericordia infinita que supone la buena noticia que hemos de comunicar.

Jesús manda al leproso a presentarse ante el sacerdote para que lo libere “institucionalmente” de la exclusión que pesaba sobre él y le pide no decirlo a nadie más. Pero ha sido tal la liberación experimentada que no consigue mantenerlo en secreto. Por su parte, Jesús prefiere no quedar tan visible para poder seguir su misión porque le interesa comunicar la misericordia infinita de Dios sin quedar atado a los halagos de la multitud.

Conviene pensar qué buena noticia estamos llamados a anunciar a todos aquellos que también hoy viven la exclusión, incomprensión o rechazo en nombre de Dios. Bajo una supuesta “pureza” exigida a nuestros contemporáneos se esconden tantos juicios que nada tienen que ver con el amor de Dios. Ojalá miremos a Jesús y aprendamos a realizar la misión como Él la realiza. Hoy en día no se necesitan guardianes de las normas sino constructores de inclusión, acogida y respeto a la diversidad y pluralidad de nuestro mundo que, la mayoría de veces, no significa pérdida de valores sino apertura a la riqueza del ser humano -imagen y semejanza de Dios- que excede en mucho nuestras comprensiones y pequeños entornos.