En este espacio se consignan reflexiones sobre los hechos que suceden vistos desde la fe y con el ánimo de suscitar conciencia crítica, reflexión y compromiso cristiano.
lunes, 26 de febrero de 2024
Nuevas respuestas a desafíos actuales - De una fe mágica a una fe razona...
jueves, 22 de febrero de 2024
En camino hacia la segunda asamblea sinodal en
Roma … ¿Qué podemos esperar?
Olga Consuelo Vélez
Se puso en marcha la etapa final del sínodo y
ya sabemos las fechas de realización, en Roma, de la segunda sesión presencial.
Esta será del 2 al 27 de octubre, precedida por dos días de retiro espiritual. Además,
Francisco ha dispuesto que los Dicasterios de la Curia Romana, desde sus
competencias específicas, colaboren con la Secretaría General del Sínodo,
estableciendo grupos de estudio -utilizando el método sinodal- sobre algunos de
los temas que surgieron en la primera sesión. Los grupos de estudio se
conforman de mutuo acuerdo entre los dicasterios y la secretaria del sínodo y
está última llevará la coordinación general. Fueron nombrados seis consultores
para la secretaría que se suman a los 10 ya nombrados anteriormente, quedando
compuesto por 12 varones y 4 mujeres. De los últimos nombramientos hay dos
teólogas latinoamericanas, bien conocidas en nuestro contexto: María Clara
Bingemer y Birgit Weiler.
Pero surgen varias dudas. Según noticias que se
escuchan, una de las comisiones estudiará la sinodalidad de la iglesia. Quedó
evidente en la pasada asamblea que no todos los obispos ni todos los laicos
estaban de acuerdo con la propuesta de la sinodalidad como dimensión
constitutiva de la Iglesia. No ha bastado el documento de la Comisión Teológica
Internacional sobre el tema ni la multitud de webinars, charlas y cursos que han
ido ofreciendo a lo largo de este tiempo, para asumirla y caminar en esa
dirección. En una entrevista que le hicieron hace poco a Rafael Luciani,
teólogo participante del sínodo, respondía sobre este punto anotando que la
cuestión está más en “el miedo a replantearse lo que significa el poder en la
Iglesia y esto supone el ejercicio de la autoridad, no se trata de negar la
autoridad en cualquier institución, que es necesaria. El problema es cómo se
ejerce y en la iglesia se ejerce para servir, no para tener poder sobre los
demás y hacer lo que la persona quiera”. Lo cierto, es que de nuevo será objeto
de estudio, lo que llevamos tres años estudiando.
Otro tema será el diaconado femenino. Algunas
noticias recientes decían que el Papa está muy abierto a este tema. El haber
invitado a tres mujeres a la reunión con su consejo de obispos, parece mostrar
su apertura a las cuestiones de la mujer. Incluso la religiosa que coordinó el
encuentro, Sor Linda Pocher, salesiana, afirmó que Francisco está “muy a favor
del diaconado femenino”. Ahora bien, la pregunta que queda es a favor ¿de qué
tipo de diaconado femenino? Según se dice en muchas instancias no se está
hablando del diaconado que reciben los varones sino otro tipo de diaconado de
servicio a la comunidad. Todo eso puede ser muy positivo, pero lo cierto, confirmado
por la misma hermana Linda, es que los ministerios ordenados son un tema
cerrado para Francisco e, incluso, desapareció su formulación en el documento
final de la anterior reunión sinodal. De hecho, en este documento se consignaron
las diversas posturas frente al diaconado, los que lo encuentran inaceptable y
los que lo ven necesario; sin embargo, la frase más extraña es sobre los que
piensan que dar el diaconado a las mujeres “sería expresión de una peligrosa
confusión antropológica, acogiendo la cual, la Iglesia se alinearía con el espíritu
del tiempo”. Ojalá expliquen esa frase porque ¡qué confusión antropológica
tiene ese sector de Iglesia que identifica sexo con ministerio ordenado! En
este sentido, hace poco el secretario de la Pontificia Comisión para América
Latina afirmó que “la materia” del sacramento del Orden era el varón. Parece
que lo que estudiamos sobre sacramentos donde nos enseñan que la materia de ese
sacramento es la “imposición de manos”, es desconocido en altos ambientes
vaticanos.
No sé qué otras comisiones se crearán, estaremos
atentas a las noticias. Ahora bien, quiénes estarán en las comisiones, hacia dónde
orientarán la reflexión solo lo saben los mismos que están en los altos cargos
vaticanos y a los que no les conviene demasiado desinstalarse.
A la segunda sesión del sínodo se llegará sin
que las iglesias locales hayan sido consultadas de nuevo y hayan enviado sus
aportes. De lo que conozco no se ha hecho absolutamente nada y los aportes han
de enviarse a mediados de mayo. Con certeza las conferencias episcopales de
cada país mandarán las reflexiones que ellas mismas hagan o que tomen de sus
más cercanos colaboradores no de ninguna consulta hecha al pueblo de Dios y,
menos de personas que estén más alejadas de la Iglesia como fue la intención
inicial. Esperemos que algunos lugares sí hayan realizado el proceso.
También se llegará con un camino sinodal
interrumpido y cuestionado. La Iglesia alemana que se había adelantado al
sínodo propuesto por Francisco y que concluyó su experiencia con la decisión de
crear un comité compuesto por clero y laicado para tomar decisiones sobre temas
álgidos, fuera de haber sido puesta bajo sospecha durante todo el proceso y de
que el mismo Francisco hubiera escrito el año pasado prohibiendo la creación de
un comité sinodal, ahora recibe una carta firmada por el secretario de Estado
Parolin y los cardenales Fernández y Prevost pidiendo detener el proceso que se
llevaría estos días de aprobar los estatutos de dicho Comité sinodal.
No es fácil el camino sinodal. Demasiados
miedos, demasiados retrocesos, demasiados argumentos para no desinstalarse,
demasiadas reuniones para no avanzar casi nada. Ahora bien, casi nunca los
cambios vienen de arriba para abajo porque se necesita demasiada apertura al Espíritu
de Dios para desinstalarse a sí mismo y perder los privilegios alcanzados. Hay
que continuar remando de abajo hacia arriba. Seguir construyendo sinodalidad en
nuestros espacios locales -casi siempre al borde de las estructuras eclesiales-
y seguir hablando “a tiempo y a destiempo”. Toda militancia por una causa ha
costado demasiado tiempo, trabajo, descalificaciones, exclusiones, rechazos y
hasta pérdida de la propia vida. Pero ¡cuántos cambios se han logrado a nivel
social en muchos aspectos! y ¡cuántos a nivel eclesial! Más lentos, más
tímidos, bien retrasados pero algún día llegan. Por eso seguimos acompañando el
camino sinodal, aunque las expectativas sean bien pocas. Algún día, desde abajo
y, por la fuerza de los hechos, lo conseguiremos.
miércoles, 14 de febrero de 2024
Convertirse a
la misericordia de Dios sería una buena manera de comenzar esta cuaresma
Comentario al
evangelio del 1° domingo de cuaresma (18-02-2024)
Olga Consuelo Vélez
A continuación, el Espíritu empuja a Jesús al desierto y permaneció
en el desierto cuarenta días, siendo tentando por Satanás. Estaba entre los
animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado,
marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Nueva”
(Marcos 1, 12-15).
Comienza el tiempo de cuaresma y el evangelista Marcos, en cuatro
versículos, nos relata las tentaciones y el contenido de la predicación de
Jesús. Sabemos que Mateo y Lucas describen más detalladamente las tentaciones.
Aquí sólo se nos dice que Jesús fue tentado durante cuarenta días lo cual
podría ser más semejante a nuestra propia vida. Las crisis, dudas, retrocesos y
caídas no son solo en un momento puntual, superándolas en el acto. Por el
contrario, la vida es ese continuo caminar con toda la ambigüedad, dificultad, avances
y retrocesos que nuestra condición humana implica. En el caso de Jesús sabemos
que sus tentaciones son mesiánicas, es decir, respecto a su misión y no a lo
que comúnmente llamamos tentaciones en la vida cotidiana. Jesús permanece firme
en la misión encomendada, Jesús no cambia la radicalidad de la misma. De ahí
que se gane la cruz y la asuma con todas las consecuencias. Precisamente porque
se conoce el final de la vida de Jesús, el evangelista puede afirmar desde el
inicio del evangelio la fidelidad durante toda su vida. Considerar este pasaje
de la vida de Jesús es, entonces, confrontar nuestra propia fidelidad a la
misión encomendada preguntándonos seriamente si mantenemos el vigor primero o
si lo hemos acomodado a nuestros intereses o a lo socialmente aceptado para
evitar conflictos y persecuciones.
Pero ¿cuál es la misión de Jesús y, por ende, la nuestra? En otro
versículo, Marcos nos presenta a Jesús anunciando que el tiempo se ha cumplido,
es decir, lo que anunciaba Juan el Bautista ya se hace realidad con su
presencia y es hora de dar una respuesta contundente: convertirse y creer en la
buena nueva. La palabra “convertirse” no significa lo que comúnmente entendemos
de arrepentirnos de algo malo que hemos hecho. En este caso es situarse en otro
horizonte -el del reino de Dios-, cambiar de mirada, darse la vuelta para
iniciar un camino distinto. En eso consiste la vida cristiana. Es encontrar en la
vida de Jesús lo que Dios espera de la humanidad y por eso disponernos a vivir como
Él vivió, a mirar el mundo desde el horizonte que Él lo hizo.
Ese horizonte no es otro que el amor inconmensurable de Dios sobre la
humanidad. En Dios solo hay misericordia y generosidad. En Él no hay castigo,
ni reproches. Por eso mismo escandaliza y se rechaza. Nos gustaría más que Dios
castigue a los malos y premie a los buenos -entre los cuales creemos estar
nosotros- y nos cuesta creer que la metodología de Dios es transformar el
corazón humano a punta de amor y no de miedo. Y como nos cuesta creerlo y
vivirlo, el anuncio del evangelio que hacemos no tiene la fuerza de
transformación que Jesús nos dijo que tendría.
Pero la Palabra de Dios nos sigue insistiendo por dónde se hace
presente el reino. Tal vez en esta cuaresma podríamos poner el énfasis no en
sacrificios o confesiones de los pecados de siempre sino en mirar la vida de
Jesús a ver si le logramos entenderlo a fondo y convertirnos al Reino de Dios,
muy distinto de normas, liturgias, confesiones, inciensos y sermones de castigo
que surgen con tanta fuerza en este tiempo. Convertirse al amor, a la
misericordia, a la generosidad del mismo Dios sería una buena manera de
comenzar este tiempo de cuaresma.
jueves, 8 de febrero de 2024
Desmasculinizar a la Iglesia, pero ¿cómo?
Olga Consuelo Vélez
El papa Francisco está hablando de “desmasculinizar” a la Iglesia y, en la
última reunión que tuvo del grupo C9 -consejo de cardenales con quienes se
reúne periódicamente- invitó a tres mujeres para tratar de ese tema. También el
papa habla de “la dimensión femenina” de la Iglesia y, de que “la iglesia es mujer”.
Reconoce que uno de los grandes pecados que se han cometido ha sido el de
masculinizar a la Iglesia y está buscando dar mayor participación a las mujeres
en la vida eclesial.
Todo lo anterior es lo mínimo que se puede hacer en una institución que por
siglos ha marginado a las mujeres. Sin embargo, la propuesta de desmasculinizar
a la Iglesia me sugiere algunos comentarios. Por supuesto, el cambio a nivel
externo es imprescindible. Por siglos hemos estado acostumbrados/as a ver a los
varones ocupando los espacios de gobierno, de dirección, de liturgia, de
enseñanza, etc., y no se sentía ningún reparo. Pero con los cambios sociales a
favor de la mujer, “los ojos se nos abrieron” y la situación se hace cada vez
más insostenible. Últimamente en las redes sociales salen fotos de clérigos y
teólogos varones reunidos por pertenecer a una institución o porque preparan
algún evento o simplemente porque concelebran en la eucaristía y bastantes
personas dejan sus comentarios preguntándose: y ¿dónde están las mujeres?
Reunidos para hablar de sinodalidad y ¿todos varones? Y así, los comentarios se
multiplican.
Definitivamente es urgente revisar la composición de todos los estamentos eclesiales
para que haya la paridad necesaria entre varones y mujeres porque, aunque sea
un dato externo que no garantiza que esos varones y mujeres hayan dejado su
mentalidad patriarcal, “una imagen vale más que mil palabras” y si no se
propician esos cambios -aunque sean externos- no lograremos transformar la
visión androcéntrica de nuestro mundo ni crear estructuras donde,
efectivamente, las mujeres puedan participar sin que se les niegue ese derecho
por el hecho de ser mujeres.
Pero lo anterior es todavía muy superficial. El verdadero cambio es de
fondo y aquí es donde la expresión “desmasculinizar” a la iglesia no me resulta
suficiente. Francisco dice que hay que escuchar a las mujeres porque ellas
tienen otro punto de vista y, de esa manera, la iglesia se enriquece. Escuchar
a las mujeres es una tarea que tienen que “estrenar” demasiados obispos,
presbíteros, diáconos, religiosos, varones laicos y muchísimas religiosas y
mujeres laicas. Este último aspecto es bien complicado porque hay muchas
mujeres que no creen en las mujeres y, cómo dice la antropóloga Marcela
Lagarde, la mayor fuerza que tiene el patriarcado ha sido la de conseguir la
desconfianza y poca valoración entre las mujeres. Por el contrario, la
sororidad es una gran fuerza transformadora, de ahí la necesidad de cultivarla.
Ahora bien, no todo es escuchar a las mujeres. Y no estoy muy convencida de
que aportemos una visión diferente. Cada persona aporta una visión distinta en
todo grupo humano, pero no por ser del colectivo “mujeres” sino por ser esa
persona -única e irrepetible-. Lo que quiero decir es que hablar del lugar de las
mujeres en la iglesia no es para que le aporten algo que a ella le falta, sino
porque no las han tratado con la dignidad fundamental de todo bautizado y las
han marginado de los niveles de decisión y liderazgo. O sea, abrir espacios a
las mujeres en la iglesia es reconocer la injusticia que se ha cometido contra
ellas y no presentarlo simplemente cómo un “complemento” de lo que ahora
existe. La iglesia tal y como se ha configurado, con esa distancia tan fuerte
entre clero y laicado y, especialmente mujeres, ha de reconstituirse desde
dentro, pensarse de otra manera y, no simplemente, añadirle “el punto de vista
de las mujeres” que ahora se dan cuenta que “enriquecería tanto a la Iglesia”.
Y volvamos a ese “punto de vista diferente de las mujeres”. Ya dije que no
estoy tan segura de que exista por el hecho de ser mujeres. Estoy constatando
que cuando los teólogos varones, por ejemplo, entienden y asumen la hermenéutica
feminista, realizan su labor de la misma manera que las teólogas que han
asumido esa hermenéutica. Y, viceversa, las teólogas hacen su trabajo teológico
con la misma rigurosidad, cientificidad, precisión, teorización que lo hacen
los varones. No es que ellas aporten “dulzura o intuición o feminidad” a la
teología. Teólogos y teólogas, cada uno/a hace su propio trabajo por lo que
cada persona es, pero si utilizan las fuentes y las hermenéuticas adecuadas,
sus aportaciones se sitúan al mismo nivel y no se distinguen por su sexo. Es
verdad que al inicio del trabajo teológico hecho por mujeres se habló mucho de
ese aporte femenino -nunca se había pensado ni que pudiera ser posible- pero en
la medida que hay más producción teológica hecha por mujeres se confirma lo que
dije antes. Esto puede ser discutible para algunas personas, pero el fondo de
la idea no es que a la iglesia le falta la “feminidad” que aportan las mujeres,
sino que la falta la justicia para que “no haya distinción entre quien es varón
y es mujer” (cf. Gál 3, 28).
En definitiva, desmasculinizar a la Iglesia es mucho más que invitar a las
mujeres a formar parte de cuerpos directivos en ella o formadoras en seminarios
o escucharlas más -aunque todo esto es necesario-. Desmasculinizarla es plantearse
a fondo cómo recuperar la intuición original del movimiento de Jesús y hacer
posible que “lo que afecta a todos/as, sea decidido por todos/as”.
Jesús
transforma la exclusión en nombre de Dios en acogida sin reparos, ni límites
Comentario al
evangelio del domingo 11-02-2024
6° del Tiempo Ordinario
Olga Consuelo Vélez
Se le acerca un leproso, suplicándole y, puesto de rodillas, le
dice: “si quieres, puedes limpiarme”. Compadecido de él, extendió su mano, le
tocó y le dijo: “quiero, queda limpio” y al instante, le desapareció la lepra y
quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: “Mira, ni
digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación
la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio”. Pero él,
así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de
modo que ya no podía Jesús presentare en público en ninguna ciudad, sino que se
quedaba a las afueras, en lugares solitarios y acudían a él de todas partes
(Mc 1,40-45).
Hay muchos relatos de curación en los evangelios y este es uno de los
más conocidos. Sin embargo, casi siempre el texto se toma al pie de la letra,
pensando en la enfermedad física curada por Jesús y no se pasa al plano de su
significado. Las enfermedades en esos tiempos se consideraban castigo de Dios
y, enfermedades como la lepra, añadían la connotación de impureza que exigía la
exclusión del individuo de todos sus entornos. Es importante hacer esta
aclaración para entender bien el texto. Jesús pone en marcha el reino de Dios
curando enfermos para mostrar la inclusión, acogida, misericordia que Dios
trae. El énfasis no está en la salud física sino en las consecuencias sociales
y religiosas de la enfermedad. Es interesante que Jesús “toca” al leproso. Al
tocarlo, Jesús queda impuro como el leproso y, aunque el texto no hace alusión
a esto, conociendo el contexto bien puede señalarse. Es decir, Jesús no tiene
miedo a “mancharse o herirse” -como invita el papa Francisco a la Iglesia para
ser en verdad una Iglesia en salida-, con tal de que el reino de Dios se haga
realidad entre los suyos.
El leproso es el quien pide a Jesús que lo limpie -es decir lo libre de
la impureza ritual que su enfermedad significa- y la respuesta de Jesús es más
que un prestarle atención. El texto dice “compadecido”, o sea, la situación del
leproso afecta a Jesús desde “sus entrañas”, “se conmueve” y, precisamente, por
esa capacidad de sentir con los otros, no duda en responder a su petición. Es
tan verdadera y sincera está actitud de Jesús que “al instante”, señala el
texto, el leproso quedó limpio. No se está hablando de tiempo cronológico
simplemente sino de transformación de la situación, de inclusión decidida y sin
reparos a aquel que todos colocaban al margen, en nombre de Dios.
Muy distinta es la realidad eclesial en algunos contextos. ¡Cuánta duda
para ofrecer las bendiciones a todos! ¡Cuántos escrúpulos y temores y preguntas
de si lo merecen o no! Esta manera de actuar es muy distinta a la que tuvo
Jesús y a la dinámica de la misericordia infinita que supone la buena noticia
que hemos de comunicar.
Jesús manda al leproso a presentarse ante el sacerdote para que lo
libere “institucionalmente” de la exclusión que pesaba sobre él y le pide no
decirlo a nadie más. Pero ha sido tal la liberación experimentada que no consigue
mantenerlo en secreto. Por su parte, Jesús prefiere no quedar tan visible para
poder seguir su misión porque le interesa comunicar la misericordia infinita de
Dios sin quedar atado a los halagos de la multitud.
Conviene pensar qué buena noticia estamos llamados a anunciar a todos
aquellos que también hoy viven la exclusión, incomprensión o rechazo en nombre
de Dios. Bajo una supuesta “pureza” exigida a nuestros contemporáneos se
esconden tantos juicios que nada tienen que ver con el amor de Dios. Ojalá
miremos a Jesús y aprendamos a realizar la misión como Él la realiza. Hoy en
día no se necesitan guardianes de las normas sino constructores de inclusión,
acogida y respeto a la diversidad y pluralidad de nuestro mundo que, la mayoría
de veces, no significa pérdida de valores sino apertura a la riqueza del ser
humano -imagen y semejanza de Dios- que excede en mucho nuestras comprensiones
y pequeños entornos.