Desmasculinizar a la Iglesia, pero ¿cómo?
Olga Consuelo Vélez
El papa Francisco está hablando de “desmasculinizar” a la Iglesia y, en la
última reunión que tuvo del grupo C9 -consejo de cardenales con quienes se
reúne periódicamente- invitó a tres mujeres para tratar de ese tema. También el
papa habla de “la dimensión femenina” de la Iglesia y, de que “la iglesia es mujer”.
Reconoce que uno de los grandes pecados que se han cometido ha sido el de
masculinizar a la Iglesia y está buscando dar mayor participación a las mujeres
en la vida eclesial.
Todo lo anterior es lo mínimo que se puede hacer en una institución que por
siglos ha marginado a las mujeres. Sin embargo, la propuesta de desmasculinizar
a la Iglesia me sugiere algunos comentarios. Por supuesto, el cambio a nivel
externo es imprescindible. Por siglos hemos estado acostumbrados/as a ver a los
varones ocupando los espacios de gobierno, de dirección, de liturgia, de
enseñanza, etc., y no se sentía ningún reparo. Pero con los cambios sociales a
favor de la mujer, “los ojos se nos abrieron” y la situación se hace cada vez
más insostenible. Últimamente en las redes sociales salen fotos de clérigos y
teólogos varones reunidos por pertenecer a una institución o porque preparan
algún evento o simplemente porque concelebran en la eucaristía y bastantes
personas dejan sus comentarios preguntándose: y ¿dónde están las mujeres?
Reunidos para hablar de sinodalidad y ¿todos varones? Y así, los comentarios se
multiplican.
Definitivamente es urgente revisar la composición de todos los estamentos eclesiales
para que haya la paridad necesaria entre varones y mujeres porque, aunque sea
un dato externo que no garantiza que esos varones y mujeres hayan dejado su
mentalidad patriarcal, “una imagen vale más que mil palabras” y si no se
propician esos cambios -aunque sean externos- no lograremos transformar la
visión androcéntrica de nuestro mundo ni crear estructuras donde,
efectivamente, las mujeres puedan participar sin que se les niegue ese derecho
por el hecho de ser mujeres.
Pero lo anterior es todavía muy superficial. El verdadero cambio es de
fondo y aquí es donde la expresión “desmasculinizar” a la iglesia no me resulta
suficiente. Francisco dice que hay que escuchar a las mujeres porque ellas
tienen otro punto de vista y, de esa manera, la iglesia se enriquece. Escuchar
a las mujeres es una tarea que tienen que “estrenar” demasiados obispos,
presbíteros, diáconos, religiosos, varones laicos y muchísimas religiosas y
mujeres laicas. Este último aspecto es bien complicado porque hay muchas
mujeres que no creen en las mujeres y, cómo dice la antropóloga Marcela
Lagarde, la mayor fuerza que tiene el patriarcado ha sido la de conseguir la
desconfianza y poca valoración entre las mujeres. Por el contrario, la
sororidad es una gran fuerza transformadora, de ahí la necesidad de cultivarla.
Ahora bien, no todo es escuchar a las mujeres. Y no estoy muy convencida de
que aportemos una visión diferente. Cada persona aporta una visión distinta en
todo grupo humano, pero no por ser del colectivo “mujeres” sino por ser esa
persona -única e irrepetible-. Lo que quiero decir es que hablar del lugar de las
mujeres en la iglesia no es para que le aporten algo que a ella le falta, sino
porque no las han tratado con la dignidad fundamental de todo bautizado y las
han marginado de los niveles de decisión y liderazgo. O sea, abrir espacios a
las mujeres en la iglesia es reconocer la injusticia que se ha cometido contra
ellas y no presentarlo simplemente cómo un “complemento” de lo que ahora
existe. La iglesia tal y como se ha configurado, con esa distancia tan fuerte
entre clero y laicado y, especialmente mujeres, ha de reconstituirse desde
dentro, pensarse de otra manera y, no simplemente, añadirle “el punto de vista
de las mujeres” que ahora se dan cuenta que “enriquecería tanto a la Iglesia”.
Y volvamos a ese “punto de vista diferente de las mujeres”. Ya dije que no
estoy tan segura de que exista por el hecho de ser mujeres. Estoy constatando
que cuando los teólogos varones, por ejemplo, entienden y asumen la hermenéutica
feminista, realizan su labor de la misma manera que las teólogas que han
asumido esa hermenéutica. Y, viceversa, las teólogas hacen su trabajo teológico
con la misma rigurosidad, cientificidad, precisión, teorización que lo hacen
los varones. No es que ellas aporten “dulzura o intuición o feminidad” a la
teología. Teólogos y teólogas, cada uno/a hace su propio trabajo por lo que
cada persona es, pero si utilizan las fuentes y las hermenéuticas adecuadas,
sus aportaciones se sitúan al mismo nivel y no se distinguen por su sexo. Es
verdad que al inicio del trabajo teológico hecho por mujeres se habló mucho de
ese aporte femenino -nunca se había pensado ni que pudiera ser posible- pero en
la medida que hay más producción teológica hecha por mujeres se confirma lo que
dije antes. Esto puede ser discutible para algunas personas, pero el fondo de
la idea no es que a la iglesia le falta la “feminidad” que aportan las mujeres,
sino que la falta la justicia para que “no haya distinción entre quien es varón
y es mujer” (cf. Gál 3, 28).
En definitiva, desmasculinizar a la Iglesia es mucho más que invitar a las
mujeres a formar parte de cuerpos directivos en ella o formadoras en seminarios
o escucharlas más -aunque todo esto es necesario-. Desmasculinizarla es plantearse
a fondo cómo recuperar la intuición original del movimiento de Jesús y hacer
posible que “lo que afecta a todos/as, sea decidido por todos/as”.
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