Convertirse a
la misericordia de Dios sería una buena manera de comenzar esta cuaresma
Comentario al
evangelio del 1° domingo de cuaresma (18-02-2024)
Olga Consuelo Vélez
A continuación, el Espíritu empuja a Jesús al desierto y permaneció
en el desierto cuarenta días, siendo tentando por Satanás. Estaba entre los
animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado,
marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Nueva”
(Marcos 1, 12-15).
Comienza el tiempo de cuaresma y el evangelista Marcos, en cuatro
versículos, nos relata las tentaciones y el contenido de la predicación de
Jesús. Sabemos que Mateo y Lucas describen más detalladamente las tentaciones.
Aquí sólo se nos dice que Jesús fue tentado durante cuarenta días lo cual
podría ser más semejante a nuestra propia vida. Las crisis, dudas, retrocesos y
caídas no son solo en un momento puntual, superándolas en el acto. Por el
contrario, la vida es ese continuo caminar con toda la ambigüedad, dificultad, avances
y retrocesos que nuestra condición humana implica. En el caso de Jesús sabemos
que sus tentaciones son mesiánicas, es decir, respecto a su misión y no a lo
que comúnmente llamamos tentaciones en la vida cotidiana. Jesús permanece firme
en la misión encomendada, Jesús no cambia la radicalidad de la misma. De ahí
que se gane la cruz y la asuma con todas las consecuencias. Precisamente porque
se conoce el final de la vida de Jesús, el evangelista puede afirmar desde el
inicio del evangelio la fidelidad durante toda su vida. Considerar este pasaje
de la vida de Jesús es, entonces, confrontar nuestra propia fidelidad a la
misión encomendada preguntándonos seriamente si mantenemos el vigor primero o
si lo hemos acomodado a nuestros intereses o a lo socialmente aceptado para
evitar conflictos y persecuciones.
Pero ¿cuál es la misión de Jesús y, por ende, la nuestra? En otro
versículo, Marcos nos presenta a Jesús anunciando que el tiempo se ha cumplido,
es decir, lo que anunciaba Juan el Bautista ya se hace realidad con su
presencia y es hora de dar una respuesta contundente: convertirse y creer en la
buena nueva. La palabra “convertirse” no significa lo que comúnmente entendemos
de arrepentirnos de algo malo que hemos hecho. En este caso es situarse en otro
horizonte -el del reino de Dios-, cambiar de mirada, darse la vuelta para
iniciar un camino distinto. En eso consiste la vida cristiana. Es encontrar en la
vida de Jesús lo que Dios espera de la humanidad y por eso disponernos a vivir como
Él vivió, a mirar el mundo desde el horizonte que Él lo hizo.
Ese horizonte no es otro que el amor inconmensurable de Dios sobre la
humanidad. En Dios solo hay misericordia y generosidad. En Él no hay castigo,
ni reproches. Por eso mismo escandaliza y se rechaza. Nos gustaría más que Dios
castigue a los malos y premie a los buenos -entre los cuales creemos estar
nosotros- y nos cuesta creer que la metodología de Dios es transformar el
corazón humano a punta de amor y no de miedo. Y como nos cuesta creerlo y
vivirlo, el anuncio del evangelio que hacemos no tiene la fuerza de
transformación que Jesús nos dijo que tendría.
Pero la Palabra de Dios nos sigue insistiendo por dónde se hace
presente el reino. Tal vez en esta cuaresma podríamos poner el énfasis no en
sacrificios o confesiones de los pecados de siempre sino en mirar la vida de
Jesús a ver si le logramos entenderlo a fondo y convertirnos al Reino de Dios,
muy distinto de normas, liturgias, confesiones, inciensos y sermones de castigo
que surgen con tanta fuerza en este tiempo. Convertirse al amor, a la
misericordia, a la generosidad del mismo Dios sería una buena manera de
comenzar este tiempo de cuaresma.
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