lunes, 26 de julio de 2021

 

De redes sociales, posverdad y creencias religiosas

 


Este tiempo de pandemia se ha prestado para que todos hagamos más uso de las redes sociales y expresemos lo que pensamos, sentimos, creemos, etc. En este sentido, la pandemia ha favorecido la socialización del pensamiento y la interconexión de manera universal. Han sido muchos los congresos, charlas, encuentros en los que se ha podido participar de manera gratuita, posibilitando que, lo que antes era para unos pocos, sea posible para muchos.

Pero preocupa lo que últimamente se llama la “posverdad”, es decir, que se afirma cualquier cosa sin tener criterios para hacerlo y los lectores lo reciben con un grado de ingenuidad que siguen divulgando lo que, bajo apariencia de cierto, son verdaderas mentiras que se instalan en el consciente o inconsciente de las personas y resulta muy difícil desmontarlas.

Por ejemplo, esto ha pasado con las vacunas, donde los mensajes en redes sociales muestran que tienen más fuerza que las noticias oficiales y por eso mucha gente se resiste a vacunarse, repitiendo los argumentos que han leído en las redes, sin saber siquiera las bases reales que se tienen para aquella afirmación y sin molestarse ni un mínimo por indagarlas.

Igual sucede con la política donde se multiplican las afirmaciones falsas y las personas las repiten como si tuvieran toda la certeza de que eso es verdad, simplemente porque cualquiera lo escribió en la red y si está escrito parece que ha de tener credibilidad absoluta.

A nivel eclesial, las redes sociales han prestado un servicio muy bueno para alimentar la fe con las celebraciones litúrgicas y muchos otros mensajes y espacios de reflexión que se han propiciado pero, no han faltado quienes pudiendo tener tanta y tan buena influencia con sus seguidores (por ejemplo, algunos clérigos), han convertido sus publicaciones en “defensa de la fe” contra este mundo “ateo” que nos impide ir al templo o que no cree suficientemente en Dios y por eso acude a las vacunas o simplemente queriendo hablar de temas eclesiales reflejan su falta de formación o de actualización teológica lo cual conlleva a que sus seguidores, no puedan ir mucho más allá de reforzar una fe infantil, intimista, acrítica, irracional y tantos otros apelativos que hacen que el testimonio de vida cristiana sea cada vez anacrónico para los tiempos actuales.

No son tiempos de demonizar lo distinto o de creer que todo es ataque a la iglesia. Son tiempos de aceptar la pluralidad cultural y religiosa en la que vivimos y de aprender a convivir con otros que no creen lo mismo que nosotros y no por eso están atacando a la iglesia. La critican sí, por su falta de testimonio o por los escándalos de sus clérigos o por su postura ante algunas situaciones sociales, pero esto es muy distinto a creer que la atacan y promover una postura de defensa en lugar de contribuir a abrir la mente y el corazón para entender el mundo actual y ofrecer una fe que sabe caminar con otros y que no quiere imponer ni reivindicar todo para sí. Eso fue lo que hizo Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes al invitar a leer los signos de los tiempos y responder a ellos. Ya sería bueno asumir este Concilio cuando han pasado más de cincuenta años de aquel acontecimiento.

A veces también algunos clérigos que fueron ordenados en los papados anteriores se sienten tan descolocados con las palabras y acciones del papa Francisco que no saben acompañar a sus feligreses para que comprendan que la iglesia va caminando en el tiempo y debe siempre revisarse y ajustarse si quiere ser fiel al evangelio. Hay momentos en la historia en que este movimiento se nota mucho más y estamos en él. No era gratuito que en las décadas pasadas se hablara de “invierno eclesial” o de “involución” y por eso este papado ve la urgencia de una reforma eclesial. Pero tal vez estos clérigos ni se enteraron del invierno que se vivía, ni entienden porque le llaman a Francisco el papa de la “primavera”. Están tan centrados en sus propias convicciones que no acompañan los signos de los tiempos -como lo dije antes- y no saben interpretar el presente. Los clérigos podrían ser los primeros en mantener la lucidez, la formación y la capacidad de acompañar al pueblo de Dios para que, asumiendo los errores, retrocesos y escándalos de la iglesia, amplíen la visión y siempre estén buscando caminos de conversión, en aras a ser una iglesia cada vez más creíble.

Las redes sociales seguirán existiendo y ahora con más fuerza, por lo tanto, conviene que nos preguntemos si estamos cuidando de no caer en la falacia de la posverdad y si hemos afrontado esta circunstancia de la mejor manera, creciendo en todo sentido, pero especialmente, en la vida de fe que a veces, pareciera, no ha sido la más relevante a la hora de acompañar tanto dolor y muerte, tanta incertidumbre y soledad que ha traído la pandemia. Conviene que aprendamos a utilizar las redes sociales con una lectura crítica de cualquier información buscando que tenga fundamentos sólidos y constables, pero también que los aprovechemos para una formación cristiana a la altura de estos tiempos en los que es necesario derribar muros y construir puentes -como dice el papa Francisco-, actitud que solo es posible si salimos de lo conocido para abrirnos a lo nuevo, si no tenemos miedo al cambio y a un futuro eclesial distinto.

lunes, 19 de julio de 2021

¿Tradición o tradicionalismo?

 

El pasado 16 de julio el papa Francisco publicó la “Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Traditionis custodes” sobre el uso de la Liturgia Romana antes de la Reforma de 1970. En ella el papa recuerda que los obispos, custodios de la tradición y garantes de la unidad eclesial, han de discernir cómo vivir la fidelidad a la Tradición sin que eso se oponga al necesario aggiornamento (actualización) que la iglesia ha ido haciendo a lo largo del tiempo y que ha de seguir haciéndolo. En concreto se refiere a la liturgia que tal vez fue el mayor cambio que el pueblo de Dios notó a partir de Vaticano II porque supuso pasar de la misa en latín a la misa en la propia lengua y de un clero de espaldas a la gente a una celebración más comunitaria y participativa, por nombrar algunos de los cambios litúrgicos propuestos en la Constitución Sacrosanctum Concilium. Deja entonces, en manos de los obispos locales, el autorizar la celebración extraordinaria del rito tridentino a casos muy particulares, pero dejando claro que la liturgia promovida por Vaticano II es la única expresión de la “lex orandi” para la iglesia (lex orandi quiere decir que la forma como rezamos refleja en realidad lo que creemos).

Esta carta fue necesaria porque los grupos que actualmente celebran su liturgia con el rito tridentino no lo hacen como expresión de pluralidad eclesial, sino oponiéndose al Vaticano II, como ya lo hiciera al finalizar el concilio, Monseñor Lefebvre.

Una vez más, los hechos nos muestran lo difícil que es avanzar en el caminar eclesial y todo lo que cuesta hacer las reformas necesarias. Aunque Vaticano II fue una irrupción del Espíritu, un verdadero “aggiornamento” (actualización) de la Iglesia, no faltaron las resistencias a dichos cambios desde el inicio. Y aunque Francisco es muy delicado al referirse a los decretos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI que permitieron volver a implementar el rito tridentino, en realidad dicha vuelta a tal liturgia, ha mostrado ese buscar contentar a todos pero que, a la larga, significa un retroceso. Lamentablemente junto con el permitir el rito tridentino se fue creando un ambiente de tradicionalismo, manifestado incluso en jóvenes seminaristas a los que se les ha formado así en los seminarios o casas religiosas y que hoy se sorprenden con el pontificado actual porque, en la práctica, desconocen Vaticano II.

Todo es supremamente complejo y existen tantos argumentos como personas para justificar la adhesión a una postura u a otra. Pero, desde una lectura de sentido común sobre la reforma litúrgica de Vaticano II, es casi incomprensible que haya gente que crea que una liturgia donde el clero es prácticamente el único protagonista pueda tener más sentido que una celebración de la comunidad o que se haga en una lengua casi desconocida pueda dar más frutos que entender y participar desde la propia lengua.

Pero esto que parece tan obvio, no lo es para aquella porción de clero que quiere ser el único protagonista. Y, por desgracia eso les interesa a muchos y hoy en día a bastantes jóvenes. Revestirse con casullas, estolas y demás ornamentos litúrgicos que los “separan” literalmente del resto de pueblo, es un honor que muchos buscan. Además, ser los únicos que dirigen y realizan todo el culto los pone de protagonistas y eso lo busca más de uno. Pero nada de eso tiene que ver con el Jesús pobre, cercano y compasivo, del evangelio (Hb 4, 15).

Pero también la otra deformación es sobre la espiritualidad que se fomenta en muchos ambientes. Parece que, entre más solemne, con más incienso, con más ritos, con más misterio, con más majestuosidad, más cerca se está de Dios. Pero en este caso tampoco nada de esto tiene que ver con el Dios hecho ser humano en Jesús que nos mostró con hechos y palabras que el culto que a Dios le agrada es el de la justicia y el derecho, es el de la compasión y la misericordia (Mateo 9,13; 12,7; 23,23).

Muchos apelan a la “belleza” de la liturgia o al respeto a lo sagrado. Por supuesto no hay que dejarlo de lado, pero siempre habrá que hacerse la pregunta sobre la integración de esos elementos en la dinámica que el Espíritu de Jesús va suscitando en la iglesia.

Francisco está en sintonía con Vaticano II y eso es un horizonte de esperanza. Pero faltan muchos cambios estructurales para lograr desmontar toda la burocracia vaticana y todo ese estilo tan tradicionalista que se fue consolidando en las últimas décadas. Pero es un alivio que se afirme nuevamente que no es lo mismo el rito tridentino que la reforma litúrgica de Vaticano II. Con esto se sigue mirando hacia adelante, aunque haya tantos que se aferran al pasado creyendo que es Tradición eclesial cuando solo es tradicionalismo e incapacidad de cambio.

 

 

 

 


lunes, 12 de julio de 2021

 

Salir de la autorreferencialidad

  

El papa Francisco ha insistido en salir de la autorreferencialidad para poder mirar más allá de nosotros mismos y responder, efectivamente, a los desafíos del presente. Pero esto no es solo un propósito personal -aunque lo supone- sino, sobre todo, fruto de encontrarse con el amor de Dios “que se derrama en nuestros corazones” (Rom 5,5) (muy linda la expresión “derramarse” porque el agua derramada ya no puede recogerse, como el amor de Dios que nunca vuelve atrás).

En la Evangelii Gaudium (n. 7), Francisco recuerda las palabras de Benedicto XVI “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” y señala que precisamente ese encuentro nos libera de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad y esa liberación nos hace ser personas más plenas -porque nuestra verdadera esencia no está en el egoísmo sino en la relación-. Además, el encuentro con Jesucristo nos hace auténticos evangelizadores porque la evangelización consiste en comunicar a otros lo que personalmente se ha experimentado (EG n.8).

Por todo esto, es urgente que la iglesia salga de su autorreferencialidad y, de una vez por todas, asuma lo que la Constitución Gaudium et Spes, de Vaticano II, marcó como camino para la iglesia de este tiempo: estar atenta a los signos de los tiempos (GS 4) y respetar la autonomía de las realidades terrestres (GS 36). Sin embargo, esta no acaba de ser la dinámica de una gran porción de la iglesia (ni jerarquía, ni laicado). Basta mirar los titulares de portales con noticias religiosas, en los que casi siempre, se refieren a la oposición de los episcopados a las cuestiones morales que ciertos sectores de la sociedad valoran de manera diferente, pero son muy pocas las noticias sobre “posturas proféticas” frente a la injusticia, las políticas neoliberales, las noticias falsas, la violación de los derechos humanos y tantas otras realidades sociales que afectan la vida de tantas personas.

La iglesia no acaba de “arriesgarse, mancharse, herirse” por defender la vida de su pueblo, sino que, muchas veces, sigue del lado más cómodo y menos arriesgado. Bajo capa de invocar la paz, la reconciliación, cae muchas veces en posturas “tan tibias” que pocos pueden descubrir en ella la Buena Noticia de la “justicia”, la “vida” o las “4T” de las que habla el papa Francisco: Tierra, Techo, Trabajo y Tecnología”.

El laicado necesita tener también otra mentalidad más abierta, más comprometida con este presente. Sin embargo, no sé qué pasa con algunos grupos apostólicos que en lugar de abrir “puertas y ventanas” para que “entre aire fresco y renueve toda la casa”, fomentan un moralismo y un tradicionalismo que asfixia y enrarece el ambiente. ¿No han tomado conciencia de las consecuencias de ese moralismo exacerbado presente en tantos fundadores/as y miembros de grupos “tan supuestamente apostólicos” pero tan llenos de podredumbre que hoy causa tanto dolor a nuestra iglesia?

También a veces esa autorreferencialidad se presenta en comunidades religiosas o grupos laicales con respecto a sus fundadores/as o en su estar en continuas reuniones para tratar de las cosas internas de la comunidad. En el primer caso, la excesiva referencia a los fundadores/as, a veces da la impresión que les hace perder la referencia al mismo Dios. Se invocan más los textos de los fundadores que el evangelio. Por supuesto que es importante mantener la particularidad del carisma que se expresa en los escritos fundacionales, pero estos no deberían perder el contexto de la iglesia en la que se inserta dicho carisma y menos en la palabra de Dios que es, en definitiva, la referencia primera y fundamental. En el segundo caso, todo grupo necesita evaluar su caminar, señalar sus prioridades, organizar sus objetivos. Pero, a veces, la vida se va en organizar una reunión detrás de la otra, en hablar y revisar, pero a la hora de la verdad, las decisiones se toman tan lentamente que el día que llegan, ya ni son útiles porque la realidad cambia.

Dejar la autorreferencialidad sería un buen propósito para recuperar lo esencial de la iglesia: ser medio para favorecer la vida y no obstáculo para impedirla. Pero hace falta más audacia y riesgo para darse cuenta que el mundo sigue su marcha -con la iglesia o sin ella- y lo que en él ocurre no todo es perdición y maldad. Por el contrario, hay mucha “bondad y bien” expresados en tantos deseos de cambio que se levantan en muchos países, en las transformaciones que, efectivamente, se consiguen y en ese deseo humano de seguir adelante a pesar de tantas dificultades que se presentan.

La Encíclica Fratelli tutti es una buena carta de navegación para concretar una iglesia que deja su autorreferencialidad y, en verdad, se dedica a caminar al ritmo de los tiempos, aportando todo lo que ella tiene, pero acogiendo todo lo que también se vive independiente de ella: “La iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que fecundan toda la vida en sociedad (…) La iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación sino que procura la promoción del ser humano y la fraternidad universal. No pretende disputar poderes terrenos sino ofrecerse como un hogar entre los hogares -esto es la iglesia- abierta para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas (…) una iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (FT n. 276).

 

 

 

 

 

 

martes, 6 de julio de 2021

En medio de las dificultades, muchos signos de “esperanza”

 

Cuando miramos la realidad latinoamericana se perciben muchas dificultades, con las particularidades específicas de cada país. Pero también hay muchos signos de esperanza que vale la pena explicitar porque, muchas veces, los medios de comunicación despliegan insistentemente lo negativo y pasan casi desapercibido lo positivo.

No me voy a referir a todos los signos, ni tal vez a los más significativos, sino a los que tengo presentes en este momento. Cada persona podrá recordar muchos otros o considerar que algunos de los que señalaré no son signos de esperanza para ellos, pero lo que interesa es darnos cuenta que “no todo pasado fue mejor” y que cada presente tiene grandes dificultades, pero también infinitas esperanzas.

Pensando en Colombia, aunque casi todo está por resolverse -después de estos dos últimos meses de marchas y demandas sociales- quedará para la historia una juventud que ha sido capaz de levantarse y exigir lo que les corresponde. Algunos se quedan atrapados en los desmanes y destrozos que causan algunos -lo más seguro infiltrados- pero el énfasis no puede ponerse en eso. La seguridad con la que los jóvenes hablan y exigen sus derechos es conmovedora. Frente a opiniones que se escuchan de que la juventud no tiene ideales, que es apática, que son superficiales, etc., la movilización juvenil que se ha dado en Colombia las deja sin piso. Habrá jóvenes apáticos y desinteresados frente a la realidad que viven, pero lo más cierto, es que con la juventud viene el deseo de un futuro posible para ellos y, siempre hay jóvenes dispuestos a luchar por conseguirlo. Justamente el 4 de julio conmemoramos los treinta años de la Constitución que rige actualmente el país, la cual fue también fruto de las iniciativas juveniles que creyeron que el cambio podía llegar por esa vía constitucional. Según se ha recordado estos días, la Constitución es muy buena pero aún falta reglamentarla suficientemente y vigilar porque no sigan aprobándose modificaciones que, en realidad, son retrocesos promovidos por aquellos que empujan la historia para atrás en aras de defender sus privilegios o intereses particulares. Pero eso no impide que también quede en la historia el hecho de haber conseguido una nueva Constitución y de los cambios que ella ha permitido.

Chile ha comenzado el proceso de redactar una nueva Constitución y, por lo menos, los inicios, parecen muy esperanzadores. Las palabras de la presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncon, indígena, reconocida activista de la causa de su pueblo, con una preparación intelectual muy sólida, mostró en su discurso de posesión, unos horizontes muy valiosos: “… Felices por esta fuerza que nos dan, pero esta fuerza es para todo el pueblo de Chile, para todos los sectores (…) para todos los pueblos de las naciones originarias que nos acompañan (…). Este saludo y agradecimiento es también para la diversidad sexual, este saludo es para las mujeres que caminaron en contra de todo sistema de dominación (…) agradecer que estamos instalando aquí, una manera de ser plurales, una manera de ser democráticos, una manera de ser participativos (…) Esta convención que hoy me toca presidir transformará esta nación en un Chile plurinacional, en un Chile intercultural, en un Chile que no atente contra los derechos de las mujeres (…) en un Chile que cuide la madre tierra (…)”. Desde mi punto de vista esto es un avance inmenso en un país que lideraba una visión muy distinta -neoliberal- y que parecía nunca llegaría a su fin.

Sobre este protagonismo de los indígenas, es bueno reconocer cómo se levanta su voz en el Continente. Bolivia es un Estado plurinacional y las constituciones de otros países también subrayan la pluralidad étnica. En Colombia por Constitución se garantiza su representación en el congreso. Pero bien sabemos que no es suficiente que quede escrito en las leyes, sino que la transformación de las mentalidades es más lenta y requiere de mayor esfuerzo. Es así como la práctica de derrumbar estatuas de los conquistadores se ha convertido en un signo -que molesta a muchos- pero que interpela suficientemente la mentalidad colonial que llevamos introyectada y la urgencia de reescribir la historia desde los vencidos, desde los pueblos originarios quienes sufrieron la crueldad de una colonización hecha con la “cruz y la espada” al mismo tiempo.

Muchos otros signos se podrían anotar porque en cada país, a pesar de sus problemas, no dejan de levantarse voces, exigir derechos y conquistar avances, lamentablemente tantas veces a costa de mucha sangre y sufrimiento. Pero ojalá que los cristianos sepamos alimentar y mantener esta mirada de esperanza. La resurrección que “esperamos” no es solo para después de esta vida, sino que comienza aquí y ahora, en las circunstancias que vivimos. Hay resurrección cuando los jóvenes, los indígenas, las mujeres, los negros, la población de diversidad sexual y tantos otros, hoy levantan su voz pidiendo igualdad, inclusión, respeto, derechos, etc., y creyendo que los cambios pueden ser posibles.

Nuestra fe no puede ser ajena a estos procesos. Más aún, se valida en ellos. Que si tantas veces en la historia algunos sectores eclesiales han estado del lado equivocado -dictaduras, statu quo, poderosos, etc.- hoy procuremos estar del lado correcto: allí donde se lucha por la vida, la dignidad para todos los hijos e hijas de nuestro Dios y que los signos de esperanza que se van constatando, nos sostengan para seguir adelante, apostando más y más por un futuro distinto, difícil pero posible.