lunes, 12 de julio de 2021

 

Salir de la autorreferencialidad

  

El papa Francisco ha insistido en salir de la autorreferencialidad para poder mirar más allá de nosotros mismos y responder, efectivamente, a los desafíos del presente. Pero esto no es solo un propósito personal -aunque lo supone- sino, sobre todo, fruto de encontrarse con el amor de Dios “que se derrama en nuestros corazones” (Rom 5,5) (muy linda la expresión “derramarse” porque el agua derramada ya no puede recogerse, como el amor de Dios que nunca vuelve atrás).

En la Evangelii Gaudium (n. 7), Francisco recuerda las palabras de Benedicto XVI “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” y señala que precisamente ese encuentro nos libera de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad y esa liberación nos hace ser personas más plenas -porque nuestra verdadera esencia no está en el egoísmo sino en la relación-. Además, el encuentro con Jesucristo nos hace auténticos evangelizadores porque la evangelización consiste en comunicar a otros lo que personalmente se ha experimentado (EG n.8).

Por todo esto, es urgente que la iglesia salga de su autorreferencialidad y, de una vez por todas, asuma lo que la Constitución Gaudium et Spes, de Vaticano II, marcó como camino para la iglesia de este tiempo: estar atenta a los signos de los tiempos (GS 4) y respetar la autonomía de las realidades terrestres (GS 36). Sin embargo, esta no acaba de ser la dinámica de una gran porción de la iglesia (ni jerarquía, ni laicado). Basta mirar los titulares de portales con noticias religiosas, en los que casi siempre, se refieren a la oposición de los episcopados a las cuestiones morales que ciertos sectores de la sociedad valoran de manera diferente, pero son muy pocas las noticias sobre “posturas proféticas” frente a la injusticia, las políticas neoliberales, las noticias falsas, la violación de los derechos humanos y tantas otras realidades sociales que afectan la vida de tantas personas.

La iglesia no acaba de “arriesgarse, mancharse, herirse” por defender la vida de su pueblo, sino que, muchas veces, sigue del lado más cómodo y menos arriesgado. Bajo capa de invocar la paz, la reconciliación, cae muchas veces en posturas “tan tibias” que pocos pueden descubrir en ella la Buena Noticia de la “justicia”, la “vida” o las “4T” de las que habla el papa Francisco: Tierra, Techo, Trabajo y Tecnología”.

El laicado necesita tener también otra mentalidad más abierta, más comprometida con este presente. Sin embargo, no sé qué pasa con algunos grupos apostólicos que en lugar de abrir “puertas y ventanas” para que “entre aire fresco y renueve toda la casa”, fomentan un moralismo y un tradicionalismo que asfixia y enrarece el ambiente. ¿No han tomado conciencia de las consecuencias de ese moralismo exacerbado presente en tantos fundadores/as y miembros de grupos “tan supuestamente apostólicos” pero tan llenos de podredumbre que hoy causa tanto dolor a nuestra iglesia?

También a veces esa autorreferencialidad se presenta en comunidades religiosas o grupos laicales con respecto a sus fundadores/as o en su estar en continuas reuniones para tratar de las cosas internas de la comunidad. En el primer caso, la excesiva referencia a los fundadores/as, a veces da la impresión que les hace perder la referencia al mismo Dios. Se invocan más los textos de los fundadores que el evangelio. Por supuesto que es importante mantener la particularidad del carisma que se expresa en los escritos fundacionales, pero estos no deberían perder el contexto de la iglesia en la que se inserta dicho carisma y menos en la palabra de Dios que es, en definitiva, la referencia primera y fundamental. En el segundo caso, todo grupo necesita evaluar su caminar, señalar sus prioridades, organizar sus objetivos. Pero, a veces, la vida se va en organizar una reunión detrás de la otra, en hablar y revisar, pero a la hora de la verdad, las decisiones se toman tan lentamente que el día que llegan, ya ni son útiles porque la realidad cambia.

Dejar la autorreferencialidad sería un buen propósito para recuperar lo esencial de la iglesia: ser medio para favorecer la vida y no obstáculo para impedirla. Pero hace falta más audacia y riesgo para darse cuenta que el mundo sigue su marcha -con la iglesia o sin ella- y lo que en él ocurre no todo es perdición y maldad. Por el contrario, hay mucha “bondad y bien” expresados en tantos deseos de cambio que se levantan en muchos países, en las transformaciones que, efectivamente, se consiguen y en ese deseo humano de seguir adelante a pesar de tantas dificultades que se presentan.

La Encíclica Fratelli tutti es una buena carta de navegación para concretar una iglesia que deja su autorreferencialidad y, en verdad, se dedica a caminar al ritmo de los tiempos, aportando todo lo que ella tiene, pero acogiendo todo lo que también se vive independiente de ella: “La iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que fecundan toda la vida en sociedad (…) La iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación sino que procura la promoción del ser humano y la fraternidad universal. No pretende disputar poderes terrenos sino ofrecerse como un hogar entre los hogares -esto es la iglesia- abierta para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas (…) una iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (FT n. 276).

 

 

 

 

 

 

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