Salir de la autorreferencialidad
El papa Francisco ha insistido en salir de la
autorreferencialidad para poder mirar más allá de nosotros mismos y responder,
efectivamente, a los desafíos del presente. Pero esto no es solo un propósito
personal -aunque lo supone- sino, sobre todo, fruto de encontrarse con el amor
de Dios “que se derrama en nuestros corazones” (Rom 5,5) (muy linda la
expresión “derramarse” porque el agua derramada ya no puede recogerse, como el
amor de Dios que nunca vuelve atrás).
En la Evangelii Gaudium (n. 7), Francisco recuerda las
palabras de Benedicto XVI “No se comienza a ser cristiano por una decisión
ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”
y señala que precisamente ese encuentro nos libera de nuestra conciencia
aislada y de la autorreferencialidad y esa liberación nos hace ser personas más
plenas -porque nuestra verdadera esencia no está en el egoísmo sino en la
relación-. Además, el encuentro con Jesucristo nos hace auténticos evangelizadores
porque la evangelización consiste en comunicar a otros lo que personalmente se
ha experimentado (EG n.8).
Por todo esto, es urgente que la iglesia salga de su autorreferencialidad
y, de una vez por todas, asuma lo que la Constitución Gaudium et Spes, de
Vaticano II, marcó como camino para la iglesia de este tiempo: estar atenta a
los signos de los tiempos (GS 4) y respetar la autonomía de las realidades
terrestres (GS 36). Sin embargo, esta no acaba de ser la dinámica de una gran
porción de la iglesia (ni jerarquía, ni laicado). Basta mirar los titulares de
portales con noticias religiosas, en los que casi siempre, se refieren a la
oposición de los episcopados a las cuestiones morales que ciertos sectores de
la sociedad valoran de manera diferente, pero son muy pocas las noticias sobre “posturas
proféticas” frente a la injusticia, las políticas neoliberales, las noticias
falsas, la violación de los derechos humanos y tantas otras realidades sociales
que afectan la vida de tantas personas.
La iglesia no acaba de “arriesgarse, mancharse, herirse” por
defender la vida de su pueblo, sino que, muchas veces, sigue del lado más cómodo
y menos arriesgado. Bajo capa de invocar la paz, la reconciliación, cae muchas
veces en posturas “tan tibias” que pocos pueden descubrir en ella la Buena
Noticia de la “justicia”, la “vida” o las “4T” de las que habla el papa
Francisco: Tierra, Techo, Trabajo y Tecnología”.
El laicado necesita tener también otra mentalidad más
abierta, más comprometida con este presente. Sin embargo, no sé qué pasa con algunos
grupos apostólicos que en lugar de abrir “puertas y ventanas” para que “entre
aire fresco y renueve toda la casa”, fomentan un moralismo y un tradicionalismo
que asfixia y enrarece el ambiente. ¿No han tomado conciencia de las
consecuencias de ese moralismo exacerbado presente en tantos fundadores/as y miembros
de grupos “tan supuestamente apostólicos” pero tan llenos de podredumbre que
hoy causa tanto dolor a nuestra iglesia?
También a veces esa autorreferencialidad se presenta en
comunidades religiosas o grupos laicales con respecto a sus fundadores/as o en
su estar en continuas reuniones para tratar de las cosas internas de la
comunidad. En el primer caso, la excesiva referencia a los fundadores/as, a
veces da la impresión que les hace perder la referencia al mismo Dios. Se
invocan más los textos de los fundadores que el evangelio. Por supuesto que es importante
mantener la particularidad del carisma que se expresa en los escritos
fundacionales, pero estos no deberían perder el contexto de la iglesia en la
que se inserta dicho carisma y menos en la palabra de Dios que es, en
definitiva, la referencia primera y fundamental. En el segundo caso, todo grupo
necesita evaluar su caminar, señalar sus prioridades, organizar sus objetivos.
Pero, a veces, la vida se va en organizar una reunión detrás de la otra, en
hablar y revisar, pero a la hora de la verdad, las decisiones se toman tan
lentamente que el día que llegan, ya ni son útiles porque la realidad cambia.
Dejar la autorreferencialidad sería un buen propósito para
recuperar lo esencial de la iglesia: ser medio para favorecer la vida y no obstáculo
para impedirla. Pero hace falta más audacia y riesgo para darse cuenta que el
mundo sigue su marcha -con la iglesia o sin ella- y lo que en él ocurre no todo
es perdición y maldad. Por el contrario, hay mucha “bondad y bien” expresados
en tantos deseos de cambio que se levantan en muchos países, en las
transformaciones que, efectivamente, se consiguen y en ese deseo humano de
seguir adelante a pesar de tantas dificultades que se presentan.
La Encíclica Fratelli tutti es una buena carta de navegación
para concretar una iglesia que deja su autorreferencialidad y, en verdad, se
dedica a caminar al ritmo de los tiempos, aportando todo lo que ella tiene,
pero acogiendo todo lo que también se vive independiente de ella: “La iglesia no
puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar
de despertar las fuerzas espirituales que fecundan toda la vida en sociedad (…)
La iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de
asistencia y educación sino que procura la promoción del ser humano y la
fraternidad universal. No pretende disputar poderes terrenos sino ofrecerse
como un hogar entre los hogares -esto es la iglesia- abierta para testimoniar al
mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con
predilección. Una casa de puertas abiertas (…) una iglesia que sirve, que sale
de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías para acompañar la
vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper
muros, sembrar reconciliación” (FT n. 276).
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