viernes, 21 de octubre de 2016


Busquen primero el reino de Dios

Hemos hablado en varias ocasiones de entender bien el mensaje de la Sagrada Escritura y hoy reflexionaremos sobre un conocido versículo que invocamos muchas veces, en la Misa, antes de la lectura del evangelio. Me refiero al texto de Mateo: “Busquen primero el reino y la justicia de Dios y todas esas cosas vendrán por añadidura” (6, 33). “Esas cosas” a las que se refiere este pasaje según lo que dice el mismo texto, versículos antes, son las preocupaciones básicas para una vida digna tales como el comer, el beber, el vestido, y no las “riquezas y lujos” que, en la situación de pobreza que vive nuestro mundo, constituyen un escándalo y contradicción con nuestro ser cristiano (Documento de Puebla, 28). 

Sin embargo, en más de una ocasión he escuchado a personas aplicarse a sí mismas este pasaje porque entienden por “reino” el ser muy “piadoso”, es decir, rezar mucho, frecuentar los sacramentos, invocar el nombre de Dios muchas veces al día, y, como ellas se perciben así, se sienten seguras de estar “buscando el reino”. Pero ahí no acaba todo. Concluyen que las riquezas que poseen –que generalmente son bastantes - son la bendición que Dios les da por esa fe tan grande que tienen (esto, sin duda, remite fácilmente al fariseo del evangelio que podía gloriarse ante Dios por no ser como el publicano -Lc 18,9-14 y hace pensar por qué será que Dios no bendice a tantos pobres que lo invocan continuamente…).

Pero volviendo a nuestro tema, en esa manera de interpretar las cosas, es que se puede distinguir entre una fe al servicio de justificar el status social –que casi siempre corresponde a un nivel alto económicamente hablando- de la fe que surge del seguimiento al Jesús de los evangelios. Cuando Mateo no habla del reino de Dios se refiere a la praxis de Jesús que, conviene recordar, sus mismos contemporáneos rechazaban: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,2). Más aún, lo criticaban duramente diciendo: “Ahí tienen a un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7, 33-34). Y es que Jesús se dedicaba a sentarse a la mesa con los despreciados de la sociedad, bien fuera por estar enfermos, por ser pobres, por ser pecadores, por no ser judíos, por ejercer una profesión considerada no digna, por ser mujer, etc., y esto lo hacía porque la mejor imagen del reino que El anunciaba era la de la “mesa común” donde todos pueden sentarse en condiciones de igualdad por ser hijos e hijas del mismo Dios Padre-Madre.

Para Jesús el reino nunca fue rezar todo el día. Oraba y, muchas veces, pero para no decaer en el anuncio del reino que, como acabamos de ver, le traía tantas críticas e incomprensiones. Rezaba para no dejar de ver a los excluidos de su tiempo como hijos e hijas de Dios. Rezaba para dedicarse a la construcción de la fraternidad, de la inclusión, de la casa común, de la justicia social, como lo único “absoluto”. Y porque se dedicaba a lo único absoluto, no tenía tiempo para dedicarse a otras realidades, por buenas que sean, comenzando por el garantizar las condiciones básicas para vivir o el formar una familia o dedicarse a una profesión.

Es a eso a lo que el texto de Mateo se refiere. Buscar “primero” el reino, por lo tanto, más que remitirnos a tener un tipo de piedad intimista nos remite a esa dedicación real y efectiva “con toda la mente, corazón y fuerzas” (Dt 6,4) al amor al prójimo y al servicio de los más débiles. Nos compromete con la justicia social. Nos hace imposible pensar en nuestro propio bienestar cuando la pobreza está tan presente en nuestra realidad. Nos hace proclamar que no se puede ser cristiano y no velar por la suerte de los más pobres. La consecuencia de esa dedicación exclusiva al reino –a éste, al anunciado por Jesús- nunca serán riquezas materiales y menos lujos excesivos, será la misma suerte de Jesús y la de tantos otros santos y santas que han entregado su vida por la dedicación exclusiva al reino de Dios.

Ojala que el encuentro con el Jesús de la historia, con el que se encarnó en nuestra realidad, con el que se jugó la vida por los últimos de su tiempo, llene de contenido y significado el “reino” y, se note entonces, que tenemos libertad efectiva de las cosas porque nuestro corazón esta acaparado, dedicado, entregado a la construcción de la mesa común, lugar donde Dios, efectivamente, reina.

lunes, 17 de octubre de 2016

Blog de Eduardo de la Serna: Ideología de género

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domingo, 16 de octubre de 2016

Blog de Eduardo de la Serna: Comentario domingo 29C

Blog de Eduardo de la Serna: Comentario domingo 29C: Dios har á justicia a sus amigos DOMINGO VIGESIMONOVENO - "C Eduardo de la Serna Lectura del libro del Exodo     1...

sábado, 15 de octubre de 2016

Recordando la memoria de Santa Teresa y Santa Teresita
El 1 de Octubre celebramos la memoria de Santa Teresita del Niño Jesús y el 15 de octubre la de Santa Teresa de Jesús. Ambas, religiosas carmelitas de clausura, de épocas distintas –Santa Teresita nace en 1873 y muere a la edad de 24 años. Santa Teresa en 1515 y muere en 1582. La primera francesa, la segunda española. Las dos proclamadas “Doctoras de la Iglesia” lo cual significa que las dos dejaron un legado espiritual para la humanidad. Santa Teresita sin salir del convento fue nombrada patrona de las misiones. Santa Teresa conocida como la “andariega” porque aunque era de clausura su espíritu renovador la llevó a muchas correrías apostólicas fundando más de 12 Carmelos más fieles a los orígenes. Las dos, personas de oración profunda y de confianza absoluta en Dios y ambas capaces de enseñarnos cómo vivir la espiritualidad con audacia y espíritu renovador.
De la mano de Teresa de Jesús podemos introducirnos en el camino de oración. Para ella la oración es “tratar de amistad muchas veces, a solas, con quien sabemos nos ama”. Es decir la oración es un encuentro de amigos, un encuentro asiduo, un encuentro basado en la confianza y en el amor. Un encuentro íntimo que no significa individualismo ni intimismo, un encuentro a solas con Dios que no significa lejanía de los otros ni del mundo. En estos tiempos en que se buscan experiencias espirituales de recogimiento, silencio, comunión con la naturaleza, armonía interior, escucha del yo profundo el legado de santa Teresa recobra todo su vigor. Pero hay que practicarlo para comunicarlo, hay que disfrutarlo para mostrar sus posibilidades. Los cristianos estamos en deuda de aportar al mundo la capacidad de silencio y oración. De encuentros con Dios que transforme nuestra vida y de experiencias de oración que nos comprometan con el mundo mejor que deseamos.
Con Teresita del Niño Jesús podemos aprender la dinámica de la confianza. Esta actitud nos permite relacionarnos auténticamente con el Dios de Jesús porque no es una confianza que cae en la pasividad o la resignación sino es la confianza activa de quien sabe que realmente el amor de Dios es total y gratuito y no depende de nuestros méritos. Cuando se confía en el otro se encuentran las fuerzas necesarias para empeñarse en el trabajo diario sabiendo que “Él cuida de los lirios del campo y si hace esto con las flores ¿no hará mucho más por nosotros?” (Mt 6,28.30). La confianza de Teresita la llevó a hacer todo como si sólo dependiera de ella pero sabiendo que todo dependía de Dios. Para un mundo que vive desconfiado y una sociedad basada en la ganancia que se obtiene, una espiritualidad que confía y se entrega puede aportar otra lógica para las relaciones, otra manera de valorar y producir fruto.
La vida de estas dos santas ha sido muy fecunda a nivel de reflexiones, estudios, escritos. Pero, lo más importante, ha sido luz y camino para la vida de muchas personas a lo largo de los siglos. Las dos supieron vivir con Dios y no tuvieron su esperanza defraudada. Las dos siguen dando fruto y por eso “maestras y doctoras” para la humanidad. Las dos invitándonos nuevamente a vivir el seguimiento de Jesús con riesgo y audacia, con confianza y generosidad.

Que su recuerdo, como el de tantas otras mujeres y hombres que celebramos a lo largo del año litúrgico, nos atraiga y entusiasme a “ser de Jesús como Jesús es de Teresa” (Santa Teresa) o a vivir la “confianza en el amor” (Santa Teresita). Nuestro mundo necesita personas de fuerte y sólida espiritualidad, de mirada amplia y corazón confiado, de deseo apostólico y un seguimiento que convoque a otros y de fruto por generaciones.

sábado, 8 de octubre de 2016


¿Cómo continuar después de que perdió el SI en el Plebiscito?
El Plebiscito nos ha mostrado con claridad cómo es de difícil llegar a consensos y estar todos apuntando en la misma dirección. Aunque hubiera razones para una postura o para la otra, la capacidad de tener un consenso común y tomar decisiones que abrieran caminos que favorecieran a los más afectados por la guerra, no parece haber sido la predominante. Lógicamente no se pierde la esperanza y hay que seguir trabajando por la construcción de la paz. Pero se ha producido un retraso que no sabemos bien que otras consecuencias conlleva y de nuevo estamos a la espera de poder fijar el camino y emprenderlo definitivamente. Ahora bien, desde nuestra fe, es el momento de comprometernos mucho más con la situación del país. Si nos habíamos acostumbrado a una guerra de más de 50 años sin que la fe se viera profundamente desafiada por ella, esta circunstancia nos invita a que no podemos seguir así. Hay que seguir adelante abriendo caminos de paz. Esto no puede volver para atrás. Y nuestra fe ha de desafiarnos cada día a acompañar el desarrollo de esta situación y expresarlo en todas las dimensiones de nuestra vida. La eucaristía no puede ser más un sacramento ajeno a la construcción de la paz. La oración mucho menos. Y la praxis cristiana no puede tener otro objetivo que callar definitivamente las armas y volver a reconstituir a todas las personas que participaron directamente de esta guerra fratricida. Las periferias del país que tan claramente expresaron que querían ya un acuerdo de paz, merecen ser escuchadas y atendidas en todas sus necesidades. Y el centro del país que se inclinó por seguir pensando cómo hacer la paz, no puede poner palos en la rueda, sino agilizar el proceso para que pronto, la tan anhelada paz, pueda ser una realidad. Que el Señor nos de la capacidad de no detener la marcha sino de apurarnos para que la meta llegue pronto y la esperanza no quede defraudada.  

domingo, 2 de octubre de 2016

Blog de Eduardo de la Serna: La difícil y fascinante artesanía de la paz

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