viernes, 22 de junio de 2018


Profeta y misionero: San Romero de América

Con alegría hemos recibido la noticia de la próxima canonización del Beato Monseñor Oscar Arnulfo Romero o como el pueblo latinoamericano lo ha llamado “San Romero de América” (el pueblo cristiano lo consideró santo mucho antes de esta proclamación oficial). Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por un francotirador de un comando de ultraderecha de El Salvador, su país natal, mientras oficiaba misa en una capilla. Su muerte fue consecuencia de su compromiso con los más pobres y, sobre todo, por la denuncia que hizo de la violación de los Derechos humanos que se estaba dando en el país. Pero es importante conocer su vida para entenderla. Él se hizo “profeta” o “voz de los sin voz” cuando se puso en contacto con el pueblo sufriente y se dejó tocar por sus necesidades. Fue en esa experiencia que él comprendió que la fe cristiana no puede quedarse callada frente a los atropellos contra los hermanos y, más cuando son los más pobres. Esto lo llevó a convertir su responsabilidad episcopal en un testimonio afectivo y efectivo con los que estaban siendo violentados. Como todo profeta, Monseñor Romero estaba consciente de que podía ganarse la muerte. Pero su fidelidad al evangelio le dio fuerzas para seguir adelante.

Lamentablemente su reconocimiento como Santo tardó demasiado. Y no porque el pueblo de Dios no lo hubiera hecho de antemano (como lo acabamos de decir -“San Romero de América” fue el título que le dio el pueblo después de su muerte-), sino porque los profetas son perseguidos, muchas veces, por los más cercanos. En el caso de Monseñor Romero no faltaron las sospechas, críticas, incomprensiones de parte de algún sector de la institución eclesial que retrasaron demasiado este momento. Así lo reconoció el Papa Francisco frente a un grupo de salvadoreños que tuvieron audiencia con Él, días después de la beatificación: "Quisiera añadir algo también que quizás pasamos de largo. El martirio de monseñor Romero (...) fue también posterior porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fui testigo de eso- una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado". Es así, como precisamente, ha sido el Papa Francisco quien queriendo poner a los pobres en el centro de la pastoral de la iglesia –y no como capricho personal sino como coherencia con lo más auténtico del Reino de Dios anunciado por Jesús (Lc 4, 18)-, ve en Romero un compromiso fuerte con los más pobres de su realidad y quiere que siga brillando –a través de su proclamación como santo- esa dimensión profética del anuncio del Reino.

Ahora bien la figura de San Romero de América nos convoca a vivir la misión con dos dimensiones inherentes a la vida cristiana: estar “con” la gente y “anunciar la Buena Noticia”. Dos dimensiones que orientan la misión. Cuando se está con la gente, cuando se comparte su realidad, cuando no son objetos o destinatarios de un mensaje pensado de antemano, sino que se les trata como sujetos a los que se les escucha, se les busca comprender, se les quiere conocer de verdad, la misión es muy distinta. Sucede lo que le pasó a Monseñor Romero: conocer el sufrimiento e injusticas que sufre la gente nos piden arriesgar la vida y se hace imposible no hacerlo. El dolor del otro llama insistentemente. Las situaciones inhumanas no nos dejan indiferentes. Las injusticias nos hacen levantar la voz. Y, así la vida misionera se hace profundamente profética, como debe ser todo anuncio del reino. Es profeta quien no se contenta con que las cosas sean así y anuncia que han de cambiar. Profeta es quien no se acomoda a la situación para no correr riesgo. Por el contrario, es quien como todos los profetas de la Escritura siente miedo porque la misión le supera pero pone su confianza en Dios y es incapaz de resistir su llamado, llegando a expresar de alguna manera lo mismo que dijo el profeta Isaías aunque se considerara incapaz para tal misión: “Heme aquí, Señor, envíame” (6,8).

Unámonos a esta fuerte corriente latinoamericana que celebra la canonización de Monseñor Romero renovando nuestro compromiso misionero en su dimensión profética. Estamos llamados a no rebajar la radicalidad del Evangelio pero no a la manera legalista o ritualista que algunas veces se evoca sino a la manera que Jesús, en primer lugar, y los santos y santas de nuestra Iglesia, en ese caso Monseñor Romero, han sabido hacerlo. Nos referimos a la radicalidad del amor, de la misericordia, del perdón, de la esperanza, del encuentro, de la alegría, del nuevo comienzo. Estas actitudes son las que el Profeta Isaías invoca al referirse a los que anuncian la Buena noticia del Reino: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas de gozo, del que anuncia la salvación, y dice a Sion: Tu Dios reina!” (52,7). Dios reina en nuestra realidad cuando los profetas como Monseñor Romero no callan su voz y siguen anunciando que Dios está del lado de los pobres y desvalidos. Que su canonización nos inspire y, mejor aún, nos comprometa a no temer ser profetas misioneros en la realidad concreta a donde el Señor nos llama.

domingo, 17 de junio de 2018


De votaciones, ganadores y otras reflexiones

Ya está consolidado el triunfo de Duque como presidente de Colombia. Y los que lo rodean, ya sabemos quiénes son. ¡Qué susto! Desde el exprocurador Ordoñez hasta el “teflón” Uribe (como se le ha dicho porque miles de acusaciones comprobadas le han resbalado). Pero nada de esto era impredecible. El triunfo de David frente a Goliat (1 Sam 17) ocurre muy pocas veces pero la semilla que crece por sí sola, sea que durmamos, sea que trabajemos (evangelio de hoy, Mc 4, 26-34) es una realidad invencible. Es decir, el seguir trabajando en todas las instancias porque las políticas sean las mejores para el pueblo colombiano nos convoca a todos y ese trabajo continúa sea que no hablemos de esto, sea que lo hagamos.

Colombia se alinea con la vuelta a la derecha de muchos países de Latinoamérica que después de haber tenido gobiernos de corte más social (con luces y sombras como “absolutamente todos los gobiernos”) han vuelto a votar por personajes de derecha (aunque no todos han llegado por votación sino también por imposición). Y la “cuestión social” sigue mal y muy mal en esos países. La solución no es la derecha ni la izquierda sino la capacidad de mirar a los más pobres y trabajar porque se cambien todas las políticas que los oprimen y no les dan oportunidades. Es urgente la justicia social, la inclusión y, en Colombia, la consolidación de la paz. Mucho trabajo le espera a Duque. Vamos a acompañar lo que vaya llevando a la práctica y vamos a denunciar todo lo que traiga peores condiciones de vida y todo lo que favorezca sólo a los que tienen más.

Ahora bien, lo que más me preocupa y de lo que en realidad tengo un poquito de más formación para hablar es del compromiso que deberíamos tener las personas de fe con la justicia social.  Sobre esto ¡cuánto trabajo hay todavía por hacer! En una conversación sostenida hace días con gente conocida, recordábamos la década 70/80 con todo lo que trajo de bueno para la vida de la Iglesia. Fueron los tiempos del auge de las comunidades eclesiales de base, de juntar vida y fe, de trabajar por mejorar las condiciones de vida de los más pobres y todo eso se vivía con alegría, testimonio y se expresaba en reflexiones, oraciones, canciones,  marchas, liturgias, etc. Pero todo eso fue contrarrestado con mucha fuerza por los “Goliat” (porque esos también existen en el  seno de la iglesia) de algunos establecimientos eclesiales, acusando de sociologismo a la fe y ahogando por todos los medios esas iniciativas. Pero un pequeño “David”, venido del “fin del mundo” (no es que el Papa sea David pero a través suyo se hace presente un cambio) ha reivindicado ese camino y felicita a Gustavo Gutiérrez (uno de los padres de la teología de la liberación) por sus noventa años y le dice que su contribución ha sido totalmente benéfica a la vida de la iglesia, acelera la canonización de Romero y va por la de Angelelli, todos ellos representantes idóneos de esa iglesia pobre y para los pobres que se compromete con la justicia social. Ahora bien, lamentablemente esa oposición hizo que la iglesia (entendida como sectores de la jerarquía) perdiera esa oportunidad de fe viva y auténtica y hoy nos encontramos con un panorama distinto: una iglesia cada vez más alejada de la realidad, con muchos menos jóvenes participando de ella, herida muy gravemente por tantos abusos sexuales comprobados y la manera como procedió frente a ello, buscando remontar pero sin conseguirlo de fondo. Si, en la iglesia hay crisis y es otra realidad por la cual trabajar.

Algunos afirman que hoy son tiempos no de religión, ni de institución, sino de espiritualidad. Sí, me parece que sí pero lamentablemente es una espiritualidad sin articulación con la justicia social. Hay muchas búsquedas de integración personal, de relajación, de armonía, etc., pero no de justicia social. Por todo esto creo que necesitamos trabajar mucho porque nuestra fe sea comprometida con la realidad como lo anunció Jesús en su discurso programático: “He venido para anunciar la liberación a los cautivos…” (Lc 4, 16-18).

Y volvamos a la política: 8 millones de votantes por otra visión que no sea la de esas fuerzas “camaleónicas” como quedo tan evidente con Gaviria, dan mucha esperanza. ¡Si se puede pensar distinto! Y la semilla que parece no verse, da su fruto y lo podemos saborear. De nuevo otras semillas se siembran para seguir apoyando los cambios que se necesitan en cada momento histórico, mientras que el árbol de Goliat proclama su triunfo en la boca de aquellos personajes de terror que ya señalamos al inicio. Confiemos que las distintas visiones de país hagan fuerza para que Duque no haga barbaridades sino que pueda gobernar para el bien de todos y todas.



jueves, 7 de junio de 2018


50 años de la Conferencia de Medellín

Hace 50 años, entre agosto y septiembre de 1968 se celebró la segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño en Medellín (Colombia), conferencia que representó un antes y un después para la Iglesia del Continente. Algunos le llamaron el “paso” de Dios por estas tierras, un paso claro, contundente, una verdadera “irrupción” del Espíritu en esta realidad como concreción del Concilio Vaticano II –Celebrado de 1962 a 1965- que había invitado a “leer los signos de los tiempos”, invitación que los obispos habían acogido dando como resultado las opciones emanadas de esa Conferencia que hoy vuelven a resonar fuerte con la orientación que Francisco le está dando a su Pontificado.

El tema de esta conferencia deja ver los objetivos que perseguía: “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”. Como resultado se pueden señalar, entre otros, los siguientes aspectos: En primer lugar, una lectura de la realidad buscando comprometerse con su transformación. En Medellín lo consignado en la Constitución Gaudium et Spes (de Vaticano II) se hizo realidad. La iglesia latinoamericana miró la situación del continente y descubrió que Dios decía su palabra y pedía una respuesta. Percibió la injusticia estructural que mantenía en la pobreza a las mayorías del Continente, una injusticia que “subía al cielo como un clamor” (semejante al clamor de los israelitas oprimidos por los egipcios, Ex 3, 7-8) y Dios interpelaba de nuevo (como a Moisés) a dar una respuesta por parte de los que dicen reunirse en su nombre.

En segundo lugar, si las palabras de Juan XXIII al inicio del Concilio sobre una “Iglesia de los pobres” no calaron demasiado, en Medellín la Iglesia se sintió llamada a ser una Iglesia de los pobres, capaz de sentir compasión por ellos y trabajar por su liberación. Las palabras de Pablo VI en la inauguración de la Conferencia marcaron ese camino al mostrar la necesidad de que la iglesia diera testimonio de la pobreza: “La indigencia de la Iglesia, con la decorosa sencillez de sus formas, es un testimonio de fidelidad evangélica; es la condición (…) imprescindible para dar crédito a su propia misión”.

En tercer lugar, no faltó la persecución y el martirio porque esa manera de ser iglesia molestó a los poderosos, mostrando lo profundo de su compromiso evangélico. Fueron muchos los laicos/as, obispos y sacerdotes, religiosos/as asesinados. No se niegan las posibles desviaciones pero, contando con la limitación humana de cualquier opción, la iglesia que surgió de Medellín fue mucho más cercana al evangelio de Jesús y por tanto más fiel a sus orígenes.

Pero lo más novedoso fue la vitalidad de ese modelo eclesial traducido en las CEBs (comunidades eclesiales de base) donde los laicos y laicas tomaban la palabra y se convertían en verdaderos protagonistas de una nueva manera de ser iglesia, verdadera comunidad, de la que surgían cantos, símbolos, oraciones, liturgias, arte y, sobre todo, mucha solidaridad de los pobres para con los pobres y acciones comprometidas para defender y mejorar las condiciones de vida de los más necesitados. Obispos como Hélder Cámara, Enrique Angelelli, Sergio Méndez Arceo, Leonidas Proaño, Oscar Arnulfo Romero apoyaron este nuevo momento eclesial con sus homilías proféticas que les hicieron ganar la persecución e incluso la muerte.

Como memoria de la Conferencia de Medellín quedaron “Las Conclusiones” en dieciséis capítulos, divididos en tres secciones: (1) Promoción humana (Justicia, Paz, Familia y demografía, Educación, Juventud) (2) Evangelización y crecimiento de la fe (Pastoral popular, Pastoral de élites, Catequesis, Liturgia) (3) La iglesia visible y sus estructuras (Movimientos de laicos, Sacerdotes, Religiosos, Formación del clero, Pobreza de la Iglesia, Pastoral de conjunto, Medios de comunicación social).
Ahora bien, todo documento eclesial es la suma de muchos puntos de vista y por eso en sus páginas se encuentran diferentes perspectivas que, a veces, no confluyen en la misma dirección. Pero salvando esa realidad de todo trabajo grupal, se puede afirmar que en ese documento se manifestaban algunas líneas fundamentales –continuidad con Vaticano II- y, algunas especificidades, que afirmaron el espíritu latinoamericano que se fue consolidando en el continente tanto en el quehacer teológico como en la práctica pastoral.

Para destacar uno de los temas tratados en el documento, fijémonos en cómo la categoría “signos de los tiempos” fue asumida en el documento: “A la luz de la fe que profesamos como creyentes, hemos realizado un esfuerzo por descubrir el plan de Dios en los “signos de los tiempos”. Interpretamos que las aspiraciones y clamores de América Latina son signos que revelan la orientación del plan divino operante en el amor redentor de Cristo que funda aspiraciones en la conciencia de una solidaridad fraternal” (Mensaje a los pueblos de América Latina). Se refiere también a esta categoría al tratar la realidad juvenil y como criterio de una evangelización que “no puede ser atemporal ni ahistórica. Más aún, la considera “un lugar teológico” y una interpelación de Dios (Pastoral de élites, 13) y una pedagogía para los movimientos apostólicos en su proceso de liberación y humanización de la sociedad (Movimientos de laicos,13). Igualmente para responder a los problemas del ser humano de ese momento se invita a los sacerdotes a discernir los signos de los tiempos (Sacerdotes, 28) y que en la formación del seminario se aprenda a interpretarlos para crear actitudes y mentalidades pastorales adecuadas (Formación del clero, 26).

Este año se celebrarán varios eventos para esta conmemoración en la que se irán desarrollando todos los aspectos tratados en esa Conferencia. Conviene estar atentos y, en lo posible, participar de alguno de los que se realicen. Pero sobre todo volver a recrear ese momento histórico de “irrupción del Espíritu” manteniendo el discernimiento de este tiempo presente y preguntándonos cómo vivir la fe hoy en nuestro mundo actual con todos sus desafíos y posibilidades. Dejémonos influir por los frutos de Medellín para que continuemos ese camino eclesial latinoamericano marcado por la centralidad de los pobres y una iglesia viva y comprometida con la transformación social.