Profeta y misionero:
San Romero de América
Con alegría hemos recibido la noticia de la
próxima canonización del Beato Monseñor Oscar Arnulfo Romero o como el pueblo
latinoamericano lo ha llamado “San Romero de América” (el pueblo cristiano lo
consideró santo mucho antes de esta proclamación oficial). Fue asesinado el 24
de marzo de 1980 por un francotirador de un comando de ultraderecha de El
Salvador, su país natal, mientras oficiaba misa en una capilla. Su muerte fue
consecuencia de su compromiso con los más pobres y, sobre todo, por la denuncia
que hizo de la violación de los Derechos humanos que se estaba dando en el
país. Pero es importante conocer su vida para entenderla. Él se hizo “profeta” o
“voz de los sin voz” cuando se puso en contacto con el pueblo sufriente y se
dejó tocar por sus necesidades. Fue en esa experiencia que él comprendió que la
fe cristiana no puede quedarse callada frente a los atropellos contra los
hermanos y, más cuando son los más pobres. Esto lo llevó a convertir su responsabilidad
episcopal en un testimonio afectivo y efectivo con los que estaban siendo
violentados. Como todo profeta, Monseñor Romero estaba consciente de que podía
ganarse la muerte. Pero su fidelidad al evangelio le dio fuerzas para seguir
adelante.
Lamentablemente su reconocimiento como Santo
tardó demasiado. Y no porque el pueblo de Dios no lo hubiera hecho de antemano (como
lo acabamos de decir -“San Romero de América” fue el título que le dio el
pueblo después de su muerte-), sino porque los profetas son perseguidos, muchas
veces, por los más cercanos. En el caso de Monseñor Romero no faltaron las
sospechas, críticas, incomprensiones de parte de algún sector de la institución
eclesial que retrasaron demasiado este momento. Así lo reconoció el Papa
Francisco frente a un grupo de salvadoreños que tuvieron audiencia con Él, días
después de la beatificación: "Quisiera añadir algo también que quizás
pasamos de largo. El martirio de monseñor Romero (...) fue también posterior
porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fui testigo de eso- una vez
muerto fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirio se continuó incluso por
hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado". Es así, como
precisamente, ha sido el Papa Francisco quien queriendo poner a los pobres en
el centro de la pastoral de la iglesia –y no como capricho personal sino como
coherencia con lo más auténtico del Reino de Dios anunciado por Jesús (Lc 4,
18)-, ve en Romero un compromiso fuerte con los más pobres de su realidad y
quiere que siga brillando –a través de su proclamación como santo- esa
dimensión profética del anuncio del Reino.
Ahora bien la figura de San Romero de América
nos convoca a vivir la misión con dos dimensiones inherentes a la vida
cristiana: estar “con” la gente y “anunciar la Buena Noticia”. Dos dimensiones que
orientan la misión. Cuando se está con la gente, cuando se comparte su
realidad, cuando no son objetos o destinatarios de un mensaje pensado de
antemano, sino que se les trata como sujetos a los que se les escucha, se les
busca comprender, se les quiere conocer de verdad, la misión es muy distinta. Sucede
lo que le pasó a Monseñor Romero: conocer el sufrimiento e injusticas que sufre
la gente nos piden arriesgar la vida y se hace imposible no hacerlo. El dolor
del otro llama insistentemente. Las situaciones inhumanas no nos dejan
indiferentes. Las injusticias nos hacen levantar la voz. Y, así la vida
misionera se hace profundamente profética, como debe ser todo anuncio del
reino. Es profeta quien no se contenta con que las cosas sean así y anuncia que
han de cambiar. Profeta es quien no se acomoda a la situación para no correr
riesgo. Por el contrario, es quien como todos los profetas de la Escritura
siente miedo porque la misión le supera pero pone su confianza en Dios y es
incapaz de resistir su llamado, llegando a expresar de alguna manera lo mismo
que dijo el profeta Isaías aunque se considerara incapaz para tal misión: “Heme
aquí, Señor, envíame” (6,8).
Unámonos a esta fuerte corriente
latinoamericana que celebra la canonización de Monseñor Romero renovando
nuestro compromiso misionero en su dimensión profética. Estamos llamados a no
rebajar la radicalidad del Evangelio pero no a la manera legalista o ritualista
que algunas veces se evoca sino a la manera que Jesús, en primer lugar, y los
santos y santas de nuestra Iglesia, en ese caso Monseñor Romero, han sabido
hacerlo. Nos referimos a la radicalidad del amor, de la misericordia, del
perdón, de la esperanza, del encuentro, de la alegría, del nuevo comienzo.
Estas actitudes son las que el Profeta Isaías invoca al referirse a los que
anuncian la Buena noticia del Reino: “¡Qué
hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que
anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas de gozo, del que anuncia la
salvación, y dice a Sion: Tu Dios reina!” (52,7). Dios reina en nuestra
realidad cuando los profetas como Monseñor Romero no callan su voz y siguen
anunciando que Dios está del lado de los pobres y desvalidos. Que su
canonización nos inspire y, mejor aún, nos comprometa a no temer ser profetas
misioneros en la realidad concreta a donde el Señor nos llama.
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