50 años de la Conferencia de Medellín
Hace 50 años, entre agosto y septiembre de 1968 se
celebró la segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño en
Medellín (Colombia), conferencia que representó un antes y un después para la
Iglesia del Continente. Algunos le llamaron el “paso” de Dios por estas
tierras, un paso claro, contundente, una verdadera “irrupción” del Espíritu en
esta realidad como concreción del Concilio Vaticano II –Celebrado de 1962 a
1965- que había invitado a “leer los signos de los tiempos”, invitación que los
obispos habían acogido dando como resultado las opciones emanadas de esa
Conferencia que hoy vuelven a resonar fuerte con la orientación que Francisco
le está dando a su Pontificado.
El tema de esta conferencia deja ver los objetivos que
perseguía: “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz
del Concilio”. Como resultado se pueden señalar, entre otros, los siguientes
aspectos: En primer lugar, una lectura de la realidad buscando comprometerse con
su transformación. En Medellín lo consignado en la Constitución Gaudium et Spes
(de Vaticano II) se hizo realidad. La iglesia latinoamericana miró la situación
del continente y descubrió que Dios decía su palabra y pedía una respuesta. Percibió
la injusticia estructural que mantenía en la pobreza a las mayorías del Continente,
una injusticia que “subía al cielo como un clamor” (semejante al clamor de los
israelitas oprimidos por los egipcios, Ex 3, 7-8) y Dios interpelaba de nuevo
(como a Moisés) a dar una respuesta por parte de los que dicen reunirse en su
nombre.
En segundo lugar, si las palabras de Juan XXIII al
inicio del Concilio sobre una “Iglesia de los pobres” no calaron demasiado, en
Medellín la Iglesia se sintió llamada a ser una Iglesia de los pobres, capaz de
sentir compasión por ellos y trabajar por su liberación. Las palabras de Pablo
VI en la inauguración de la Conferencia marcaron ese camino al mostrar la
necesidad de que la iglesia diera testimonio de la pobreza: “La indigencia de
la Iglesia, con la decorosa sencillez de sus formas, es un testimonio de
fidelidad evangélica; es la condición (…) imprescindible para dar crédito a su
propia misión”.
En tercer lugar, no faltó la persecución y el martirio
porque esa manera de ser iglesia molestó a los poderosos, mostrando lo profundo
de su compromiso evangélico. Fueron muchos los laicos/as, obispos y sacerdotes, religiosos/as asesinados. No se niegan las posibles desviaciones pero, contando con la
limitación humana de cualquier opción, la iglesia que surgió de Medellín fue
mucho más cercana al evangelio de Jesús y por tanto más fiel a sus orígenes.
Pero lo más novedoso fue la vitalidad de ese modelo
eclesial traducido en las CEBs (comunidades eclesiales de base) donde los
laicos y laicas tomaban la palabra y se convertían en verdaderos protagonistas
de una nueva manera de ser iglesia, verdadera comunidad, de la que surgían
cantos, símbolos, oraciones, liturgias, arte y, sobre todo, mucha solidaridad
de los pobres para con los pobres y acciones comprometidas para defender y
mejorar las condiciones de vida de los más necesitados. Obispos como Hélder
Cámara, Enrique Angelelli, Sergio Méndez Arceo, Leonidas Proaño, Oscar Arnulfo
Romero apoyaron este nuevo momento eclesial con sus homilías proféticas que les
hicieron ganar la persecución e incluso la muerte.
Como memoria de la Conferencia de Medellín quedaron
“Las Conclusiones” en dieciséis capítulos, divididos en tres secciones: (1)
Promoción humana (Justicia, Paz, Familia y demografía, Educación, Juventud) (2)
Evangelización y crecimiento de la fe (Pastoral popular, Pastoral de élites,
Catequesis, Liturgia) (3) La iglesia visible y sus estructuras (Movimientos de
laicos, Sacerdotes, Religiosos, Formación del clero, Pobreza de la Iglesia,
Pastoral de conjunto, Medios de comunicación social).
Ahora bien, todo documento eclesial es la suma de
muchos puntos de vista y por eso en sus páginas se encuentran diferentes
perspectivas que, a veces, no confluyen en la misma dirección. Pero salvando
esa realidad de todo trabajo grupal, se puede afirmar que en ese documento se
manifestaban algunas líneas fundamentales –continuidad con Vaticano II- y,
algunas especificidades, que afirmaron el espíritu latinoamericano que se fue
consolidando en el continente tanto en el quehacer teológico como en la
práctica pastoral.
Para destacar uno de los temas tratados en el
documento, fijémonos en cómo la categoría “signos de los tiempos” fue asumida
en el documento: “A la luz de la fe que profesamos como creyentes, hemos
realizado un esfuerzo por descubrir el plan de Dios en los “signos de los
tiempos”. Interpretamos que las aspiraciones y clamores de América Latina son
signos que revelan la orientación del plan divino operante en el amor redentor
de Cristo que funda aspiraciones en la conciencia de una solidaridad fraternal”
(Mensaje a los pueblos de América Latina). Se refiere también a esta categoría
al tratar la realidad juvenil y como criterio de una evangelización que “no
puede ser atemporal ni ahistórica. Más aún, la considera “un lugar teológico” y
una interpelación de Dios (Pastoral de élites, 13) y una pedagogía para los
movimientos apostólicos en su proceso de liberación y humanización de la
sociedad (Movimientos de laicos,13). Igualmente para responder a los problemas
del ser humano de ese momento se invita a los sacerdotes a discernir los signos
de los tiempos (Sacerdotes, 28) y que en la formación del seminario se aprenda
a interpretarlos para crear actitudes y mentalidades pastorales adecuadas
(Formación del clero, 26).
Este año se celebrarán varios eventos para esta
conmemoración en la que se irán desarrollando todos los aspectos tratados en
esa Conferencia. Conviene estar atentos y, en lo posible, participar de alguno
de los que se realicen. Pero sobre todo volver a recrear ese momento histórico
de “irrupción del Espíritu” manteniendo el discernimiento de este tiempo presente
y preguntándonos cómo vivir la fe hoy en nuestro mundo actual con todos sus
desafíos y posibilidades. Dejémonos influir por los frutos de Medellín para que
continuemos ese camino eclesial latinoamericano marcado por la centralidad de
los pobres y una iglesia viva y comprometida con la transformación social.
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