viernes, 7 de abril de 2023

 

Vigilia Pascual: alegría, anuncio, compromiso

Olga Consuelo Vélez

La Vigilia Pascual es el momento de mayor solemnidad y de mayor significado en la vida cristiana. En una confesión de fe, condensamos aquello que nos convoca y que estamos dispuestos a testimoniar. Con palabras del Apóstol Pedro, según Hechos de los Apóstoles, afirmamos que “a este Jesús, Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos” (2, 32). También con palabras de Pablo, hacemos esta misma confesión de fe, mostrando las consecuencias de que Cristo no hubiera resucitado: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe (1 Cor 15, 14). Es decir, proclamamos que la muerte no fue la vencedora y la resurrección, ratificó la praxis de Jesús, mostrándonos que hacer lo que Jesús hizo, permite la vida, posibilita la vida, asegura la vida.

En efecto, cuando como Jesús nos disponemos a amar a todos sin condiciones, ni medidas, se hace más fácil la convivencia, la aceptación mutua, el respeto. Cuando como Jesús nos disponemos a fijarnos en los últimos, en los que más sufren por diversas realidades, nuestra vida se llena de proyectos a realizar, buscando transformar la injusticia en la justicia del reino. Cuando como Jesús no buscamos el poder, ni el prestigio, la vida se vuelve ágil y libre, sin temor a perder nada. Cuando como Jesús levantamos la voz para denunciar lo que debía ser de otra manera, se va entendido el proyecto del reino y todo se va enfocando hacia hacerlo posible. Simplemente, cuando intentamos vivir como Jesús vivió, amar como él lo hizo, servir como él nos enseñó, los signos de resurrección se hacen más claros, más fuertes, más ciertos.

Ahora bien, no significa que todo será fácil y fluirá sin ningún tropiezo. Por el contrario, muchas veces las dificultades llegan más rápido de lo que esperamos. Buscando amar, encontramos malentendidos. Buscando servir, encontramos desaires. Buscando aportar, encontramos poco reconocimiento. Y así podríamos enumerar tantas situaciones que no logramos cambiar. Sin embargo, esto es lo que nos permite entender que el misterio pascual no quedó ya vivido en esta semana santa, sino que constituye la dinámica del día a día. La muerte y la vida van de la mano, la dificultad y la solución se van sucediendo, la bondad y el servicio se tropiezan con la realidad humana que no siempre responde a lo esperado. Pero en esa situación es que la confesión de fe en Cristo resucitado nos sostiene una y otra vez, permitiéndonos mantener la esperanza, la fortaleza, la confianza.

Que el pregón pascual nos llene de alegría y nos lance a la misión de compartir la buena noticia del reino, pero con los pies en la tierra -como lo he descrito antes- porque, aunque abundan los obstáculos, hay mucha tarea por hacer, muchos caminos por estrenar, mucha esperanza por mantener. De la misma manera que los discípulos de Jesús se pusieron en camino, superando sus miedos y convocando a otros, el pregón pascual nos recuerda que hoy la posta -como en una carrera de relevos- está en nuestras manos y dependerá de nuestro empeño en que avance mucho más.

¡Si! La Vigilia Pascual enciende el corazón y renueva las fuerzas porque el Espíritu de Jesús Resucitado se hace presente en nuestras vidas y nos lanza hacia adelante. Secundemos su impulso para que un mundo con muchos signos de resurrección se haga posible en el aquí y ahora de nuestra historia a todos los niveles: es posible cuidar de nuestra “casa común”, es posible amar más y mejor a los pobres, es posible hacer una política que privilegie el bien común por encima de los intereses individuales, es posible construir un mundo donde haya lugar para todos, es posible un mundo más cercano a lo que Dios ha soñado desde siempre para la humanidad y, por supuesto, es posible una Iglesia que dejando sus lujos y privilegios, su clericalismo y exclusión de los laicos -y entre ellos las mujeres-, su doble moral y su lentitud para denunciar los abusos de todo tipo, se arriesgue a ser una iglesia de puertas abiertas, una iglesia servidora, una iglesia misericordiosa, una iglesia donde el “caminar juntos” sea la práctica cotidiana. Todo esto es posible porque Cristo ha resucitado y nuevamente en esta pascua del 2023, lo creemos y lo anunciamos.

 

jueves, 6 de abril de 2023

 

En este Viernes Santo: ¿qué cruces podríamos erradicar?

Olga Consuelo Vélez

El viernes santo se dedica a confrontarnos con el hecho más escalofriante que ha realizado la humanidad: al mismo Hijo de Dios, los seres humanos lo crucificaron: sin piedad, sin justicia, sin causas suficientes, sin posibilidad de apelación. Se puede aducir que quienes lo crucificaron no sabían que era el Hijo de Dios. Es verdad en sentido estricto, pero toda la vida de Jesús había sido un anuncio de quien es Dios, quién es el ser humano para Él, cuál es la realización de la humanidad, de qué forma vivir, amar, rezar, gozar, para ser felices. Pero los contemporáneos de Jesús no lograron, no quisieron o no pudieron entenderle y decidieron asesinarlo. Lo mismo se sigue repitiendo a lo largo de la historia de la humanidad. La Buena Noticia del reino continua anunciándose a través de tantas personas que de alguna manera son la presencia de Cristo hoy en medio de nuestro mundo -personas amorosas, transparentes, serviciales, libres, comprometidas, misericordiosas, justas, líderes y lideresas sociales, “santos de la puerta de al lado”, pero seguimos dejándolas de lado y, muchas veces, asesinando tantos brotes de bien y bondad que surgen en nuestro mundo.

Por lo tanto, sería bueno preguntarnos qué tanto nuestra vida no sigue crucificando a Jesús en este presente y qué podríamos hacer para no quedarnos contemplando el hecho, tal vez sintiendo compasión por esa historia de dolor, posiblemente agradeciendo que Él “haya muerto por nuestros pecados” -como lo repite insistentemente la liturgia de hoy- pero sin una determinación de no ser cómplices de más cruces, denunciándolas y poniendo todo lo que está de nuestra parte para que no se sigan dando.

Cada uno sabrá qué cruces podría confrontar e intentar erradicar. Pero se podrían nombrar algunas que son evidentes y que no acabamos de afrontar.

Es una cruz actual este sistema neoliberal que mete en nuestra mente la lógica del más consumir, del más ganar, del más producir, del más controlar, del más poder. Un sistema que no permite reformas que favorezcan a los más pobres porque es mejor que ellos vivan de migajas a que las ganancias disminuyan. Lo dijo el papa Francisco claramente en su primera exhortación: “En este contexto, algunos todavía defien­den las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mis­mo mayor equidad e inclusión social en el mun­do. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e in­genua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sos­tener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia “(Evangelii Gaudium n. 54).

Es una cruz actual el patriarcado y el clericalismo -que en una combinación perversa- siguen modelando este mundo en masculino donde la mujer no logra garantizar una vida libre de violencias. Sea en casa, en el trabajo, en la política, en la economía, en la Iglesia, lo femenino ocupa un segundo lugar y vive bajo la sospecha de no alcanzar el nivel adecuado para erigirse en igualdad con lo masculino. Por supuesto hay muchos avances gracias a la insistencia de muchas mujeres valientes y lúcidas, pero sigue siendo un movimiento social mirado con sospecha, con temor, con desprecio, incluso por las mismas mujeres.

Es una cruz actual el racismo y toda clase de exclusión por razón de etnia, de condición social, de nivel de estudios, de títulos honoríficos, de orientación sexual, de opción religiosa, es decir, es una cruz actual el que no se ha instalado en la sociedad ni en la iglesia que la pluralidad existe y no se puede vivir ya más en sociedades hegemónicas. Aquella ética de mínimos es necesaria para lograr convivir en las diferencias, sin que eso niegue la ética de máximos que en contextos concretos se quiera vivir, pero sin ninguna imposición universal.

Es una cruz actual la explotación que vive nuestra “casa común” y a la que le seguimos dando largas para tomar medidas correctivas. Basta ver las resistencias que se dan en el mundo entero para implementar políticas que cambien la lógica de la explotación por la del cuidado del mundo que habitamos.

Es una cruz actual la suerte de los migrantes, condenados a ser expulsados de todos lados o a vivir en los bordes, recibiendo migajas porque solo son bienvenidos los que tienen poder, honor y riqueza. Un mundo en el que no deberían existir fronteras porque la tierra es la casa de todos pero que sigue condenado a ver reforzadas las leyes migratorias y a tener cada vez más pánico de viajar porque cualquiera puede ser impedido de entrar por la simple razón de provenir de un país de segunda, tercera o cuarta categoría.

Es una cruz actual una cotidianidad que no puede vivir con naturalidad, sin consumismo, favoreciendo el encuentro, la alegría, el servicio, el cuidado, la amabilidad, porque el ritmo de vida casi siempre es de prisas, de desconfianza hacia los otros, sin detenernos a mirar lo bueno que tiene toda persona y la riqueza que puede comunicarnos.

En conclusión, en la liturgia de hoy se hablará del dolor del mundo, se recordarán muchas situaciones difíciles que vivimos, se traerán a la memoria muchas situaciones inhumanas, pero para que no se quede entre los muros de las iglesias, conviene hacerse preguntas similares a lo que aquí propongo. Qué tanto me decido a contrarrestar las cruces de este mundo y hasta dónde llega mi compromiso con esas urgencias. Si no logramos implicarnos personalmente, habremos vivido un viernes santo más, como meros espectadores, una vez más como el pueblo indiferente de tiempos de Jesús, que no supo exigir su liberación o su indulto, porque lo inmediato les impidió ver lo esencial, lo único que importa: la dignidad del ser humano y su derecho, como lo formulan los pueblos ancestrales, a tener “un buen vivir”, donde nadie sea excluido y la vida se garantice para todos, todas y todes, comenzando con los últimos de este tiempo presente.

 

miércoles, 5 de abril de 2023

 

En este Jueves Santo: ¿A quiénes podríamos lavar los pies?

Olga Consuelo Vélez

Comenzamos el Triduo Pascual y el evangelio de Juan (13, 1-15) nos coloca en el centro de esta celebración: el amor entendido como servicio, como igualdad, como reciprocidad, como sencillez, como ponerse en el lugar de los últimos. Hay que tener cuidado que la liturgia de estos días -tan llena de símbolos, lecturas, inciensos y solemnidad- no opaque lo único importante de la vida cristiana -el amor-, razón por la cual Jesús da la vida y llega a este momento crucial.

En efecto, Jesús en su vida histórica no se distinguió por mucha liturgia (o mejor por ninguna), nos invitó a la oración de esa manera sencilla con el Dios Padre/Madre de todos –“cuando vayas a orar, entra en tu aposento y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto” (Mt 6, 6), pero sobre todo nos mostró que el reino consiste en el amor real, concreto, situado, encarnado en cada momento presente. Por eso, esta podría ser una pregunta que ayudara a nuestra vivencia de fe en este día: ¿a quién lavaría los pies Jesús en este momento histórico? ¿a quiénes deberíamos lavárselos nosotros hoy? No es tanto el gesto externo sino la actitud interior de acogida a los otros, poniéndonos en su lugar.

En Colombia, por ejemplo, sería bueno lavar los pies a tantas personas excluidas por el racismo que sigue tan vivo en todos los ambientes. Nuestras palabras, nuestras actitudes y nuestros pensamientos, develan muchas veces ese racismo introyectado por la cultura y que se manifiesta de muchas maneras en nuestra cotidianidad. Revisar si la poca valoración hacia el otro o inclusive el desprecio, no tiene entre, otras causas, su color de piel o la etnia a la que pertenece.

Sería bueno lavar los pies a tantas personas excluidas por ser migrantes pobres (porque como dice Adela Cortina, los migrantes ricos no causan ningún problema) y a los que fácilmente podemos culpar de la inseguridad en nuestras calles o explotarlos con menor pago aprovechando su condición de ilegal. Tendríamos que repetir, una y otra vez, lo que el código de la alianza proponía a los israelitas: “No maltratarás al forastero, ni lo oprimirás, porque ustedes también fueron forasteros en la tierra de Egipto” (Ex 22, 21).

Sería bueno lavar los pies de tantas mujeres víctimas de la violencia de género a las que se les ha aconsejado que sigan callando para, supuestamente, “salvar a la familia”. Todo lo que atenta contra la dignidad de una persona no puede ser justificado, ni tolerado. Y falta demasiado para entender el sistema patriarcal que nos ha constituido tan profundamente, para la denuncia contundente frente a toda violencia, por pequeña que parezca.

Sería bueno lavar los pies de la multitud de pobres de la sociedad que no gozan de un trabajo digno, un sistema de salud que garantice su vida, un sistema pensional que los pueda cobijar hasta el final de los días, y tantos otros derechos como vivienda, alimentación, educación, recreación, etc., del que deberían disfrutar todos plenamente y no solo recibiendo “algunas migajas” con la excusa de que darles más es poner el sistema económico en aprietos porque no se podrá sostener. Si los que reciben la mayoría de ganancia repartieran efectivamente sus abundantes riquezas, no habría temores.

Sería bueno lavar los pies de tantas víctimas de la violencia que en este país siguen pidiendo la paz, sin sed de venganza. Aprender de ellos para no cansarnos de intentar construir la paz, no con la fuerza de la guerra -que solo engendra más guerra-, sino con la mediación humana por excelencia: el diálogo, el respeto, la paciencia, la comprensión, la disponibilidad para soltar algo, la capacidad de valorar los pasos dados por pequeños que parezcan.

Y así podríamos seguir enumerando a quienes sería bueno hoy lavar los pies, dependiendo cada cual del contexto en que vive y de las situaciones que le parezcan más pertinentes. Pero lo que quería señalar es que de nada servirá ir a la liturgia del jueves santo y quedar tranquilos porque en algunas celebraciones lavarán los pies de laicos, mujeres, niños, etc., (en otras esto no se hará porque les parece que no es litúrgicamente “correcto”) sin implicar toda nuestra vida en esta celebración. Recordemos que Dios no quiere el culto vacío que se contenta con repetir gestos y palabras, sino la justicia y el derecho y, en este jueves santo, la disposición efectiva de lavar los pies de los últimos de nuestro tiempo presente. Solo así, los frutos de este primer día del triduo pascual podrán tener la coherencia que Jesús mismo les dijo a los discípulos: “Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes”.