lunes, 31 de agosto de 2020

La triste y dura realidad que vivimos en Colombia

 

Colombia tiene una larga, triste, dura, horrenda, historia de violencia que no cesa porque, entre otras razones, no hay voluntad política del actual gobierno para afrontarla y cambiar el rumbo de país. Y hay mucha ceguera en una buena parte de los colombianos porque o tienen intereses propios en esta situación y no les interesa que cambie o viven encerrados en su pequeño mundo sin prestar atención a la realidad o son borregos acríticos de los discursos oficiales o de algunos medios de comunicación que interpretan la situación de manera simplista aduciendo que todos los males vienen de los guerrilleros o de los disidentes del Acuerdo de paz firmado en 2016 con las FARC o del narcotráfico o del “castrochavismo” que está a la vuelta de la esquina esperando apoderarse de nuestro país a través de los líderes sociales o de cualquiera que se atreva a denunciar lo que en realidad pasa y urgir los cambios que se necesitan.

Este año han sucedido más de 43 masacres en Colombia con más de 181 personas asesinadas. En este mes ya van 9, con más de 43 muertos. La mayoría de los asesinados son jóvenes, indígenas, campesinos y población afrodescendiente. Muchos de ellos líderes sociales. Pero el gobierno responde no llamándole “masacres” sino “homicidios colectivos” y para el ministro de defensa todo es culpa del narcotráfico. Y por eso, la solución que anuncia es reanudar la fumigación con glifosato de los cultivos de coca. No denuncia la vinculación de los grupos de narcotráfico con los paramilitares ni tiene en cuenta las múltiples protestas que los campesinos llevan haciendo por los daños que causa el glifosato en su región, pero sobre todo porque la sustitución de cultivos y la atención a su realidad no parece tener ningún interés para el gobierno.

Si en varios países de América Latina las derechas ganan espacios y echan por la borda conquistas de otras orientaciones políticas, en Colombia una derecha muy bien posicionada, ahoga la vida de los más pobres con sus políticas neoliberales -comandadas por el nefasto ministro de Hacienda que desde su llegada no ha hecho sino beneficiar a los más poderosos-. Además, todas las promesas de campaña del actual presidente, las está incumpliendo descaradamente y cada vez ahoga más la democracia porque el uribismo ha logrado ocupar todos los poderes del Estado. En este momento, la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría -órganos de control- están en manos del partido de gobierno, además de tener un congreso que se pliega sin vergüenza a sus deseos.  

Pero todo lo anterior se calla e incluso algunas autoridades eclesiásticas descalifican a los pocos obispos que levantan la voz para denunciar tantos atropellos. Afortunadamente, hay también una porción de colombianos que no deja de apostarle a la paz y de exigir respuestas efectivas. Entre muchas iniciativas, ayer domingo, un grupo de artistas levantó su voz para que no nos acostumbremos a la violencia o a que se le naturalice y no pase desapercibida tanta muerte y dolor. No se puede aceptar que sigan ocurriendo las masacres, menos que los niños y jóvenes sean asesinados y que la vida en Colombia no valga nada.

Al relatar esta situación, mi pretensión no es hacer un análisis político porque no tengo la competencia suficiente para ello. Mi interés también es levantar la voz para decir que estas masacres no pueden seguir ocurriendo y esto no solo por el derecho a la vida que se ha de garantizar en un estado de derecho sino también porque la fe no puede ser ajena a todo esto. ¿Qué hacemos los creyentes? ¿nos duelen estas masacres? ¿las denunciamos? ¿exigimos que se investiguen? ¿pedimos respeto por la vida de nuestros jóvenes? No veo a muchos creyentes comprometidos con esta realidad. Los veo afanados por volver a los templos -lo cual es legítimo- pero parece que la espiritualidad que les está haciendo tanta falta es la de celebrar ritos para pedir la protección divina ante el virus pero no echan en falta la espiritualidad de la vida, esa a la que “le duele desde las entrañas” la realidad del prójimo asaltado en el camino -como lo relata la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 29-37) y se detiene ante ello y no sigue adelante hasta que cura sus heridas y garantiza que efectivamente se recupere.

Definitivamente a nuestra fe católica le falta algo. No es posible que una historia tan dolorosa se siga escribiendo en un país creyente. O tal vez es posible porque el gobierno que banaliza las masacres es el que invoca a la Virgen de Chiquinquirá en sus trinos o participa de la misa en la Catedral con la complacencia de la jerarquía eclesiástica. Tal vez un gran porcentaje de creyentes viven así su fe. Definitivamente no es el Covid-19 el que impide vivir la fe, son esas comprensiones de espiritualidad, alejadas de la vida concreta, las que permiten que en el país del “sagrado corazón”, la vida valga tan poco y no haya muchas más voces que se levanten a defenderla y protegerla.

domingo, 23 de agosto de 2020


Aborto ¿de quién?

Hace algunos días la Conferencia episcopal de Brasil, algunos, religiosos/as y laicado de diferentes corrientes lamentaron el aborto practicado a una niña de 10 años, en Recife, Brasil, quien estaba de cinco meses de embarazo, fruto de la violación de su tío, quien desde que ella tenía 6 años la había hecho objeto de sus abusos y la tenía amenazada para que no dijera nada. La niña había sido abandonada por su mamá, su papá está preso y por eso vivía con su abuela. La llevaron al hospital porque “le dolía el estómago”. No parece que supiera muy bien que le ocurría. Uno de los obispos dijo que “es infame y horrendo el dolor que causa la violación y el abuso sexual pero la muerte de un ser inocente e indefenso por el aborto es igual de terrible. Ambos son delitos”. Algunas noticias decían que los que fueron a defender a la niña para que no le practicaran el aborto, le gritaban a la pequeña de 10 años “asesina”, igual que a los médicos que lo practicaron y al juez que lo autorizó. Se aducía que había posibilidad de acompañar las dos vidas y garantizar sus cuidados. Un obispo dijo: “Hoy hago una oración por todos los niños que quisieran nacer, jugar, llorar y vivir, ¡pero fueron asesinados antes de nacer! Esperamos explicaciones y respuestas sobre este caso”.

Personalmente me gustaría que no hubiera ningún aborto y más me gustaría que no hubiera ninguna violación. Pero eso es en el mundo ideal. El mundo real, no cesa de dar noticias parecidas a esta, y son muchas, demasiadas, las niñas, jóvenes y mujeres adultas violadas, abusadas, maltratadas, explotadas no en una ocasión, sino muchas de ellas, múltiples veces y, de maneras aberrantes, como la de esta niña que llevaba 4 años viviendo esa situación en manos de alguien que todos pensaríamos, sería de confianza: su tío.

No veo, en general, a muchos jerarcas o a los llamados grupos “provida” levantar su voz y salir a protestar para proteger efectivamente a las niñas, jóvenes y mujeres adultas para que no sean abusadas. Por el contrario, estos que dicen defender la vida, catalogan de “ideología de género” o de “pro abortistas” a los que denuncian la violencia contra las mujeres, violencia que ha sido sostenida por una visión patriarcal del mundo, pero también por una visión religiosa que muchas veces culpa a las mujeres de los que les pasa.

Aquellos que dicen defender la vida deberían trabajar sin descanso para que tantas niñas pueden jugar y reír y no se les “aborte” su infancia siendo víctimas de abusos desde tan temprana edad. No sé porque no defienden el cuerpo de tantas niñas que no están preparadas ni física, ni psicológica, ni afectivamente para un embarazo que ellas ni pueden entender en qué consiste.

En verdad, creo que estas personas que se dicen de iglesia tienen un desenfoque muy grande para afrontar una realidad tan evidente. Parece que nunca leyeron el pasaje de la mujer adúltera (Jn 8, 2-11) frente a la cual los fariseos y escribas “celosos de la ley” le llevaron a Jesús una mujer sorprendida en adulterio aduciendo que según la ley había que apedrearla. Ya la sola pregunta nos hace inferir que Jesús actuaba, no conforme a la “letra de la ley” sino al “espíritu” de esta: poniendo a la persona en el centro y toda ley a su servicio. Pero que duros de corazón fueron algunos contemporáneos de Jesús (justamente los más religiosos) y que duros son también algunos cristianos de hoy. Ellos solo miraban la ley -del mundo ideal- y no la realidad de las personas. Para el caso de la adúltera, no sabemos por qué había cometido el adulterio, pero por supuesto, no se dijo nada del varón adúltero que estaba con ella. Y Jesús prefiere callar porque ya conoce la ceguera de esos corazones y solo por su insistencia les responde: “Aquel que este libre de pecado, que tire la primera piedra”. Para el caso que nos ocupa -la violación y abuso de una niña desde los 6 años- no hay nadie libre de pecado frente a tanta violencia física, sexual y psicológica que históricamente se ejerce contra las mujeres. Es una situación que exige que todos/as levantemos la voz. Es una realidad que llevaría a que todo caso que ocurra merezca nuestra atención, defensa y, sobre todo, unas respuestas adecuadas al mundo real y con derroche de misericordia.

Jesús le pudo decir a la mujer: “¿dónde están? Nadie te ha condenado. Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no peques más”. Para la situación de la interrupción del embarazo no se puede acudir a la biblia para encontrar allí la norma explicita. Pero si es clara la praxis de Jesús sobre la ley al servicio de la vida y no al revés.

Creo que en lugar de algunos pronunciamientos se necesita gran dosis de humildad para no hablar tanto y comprender más. Para seguir buscando las soluciones reales -no ideales- frente a estas barbaridades que vivimos. Es exigencia cristiana protestar contra la vida de tantas niñas, jóvenes y mujeres adultas a las que la violencia sexual, les arrebata sus sueños y las coloca en situaciones que no buscaron, no están preparadas y no merecen. Esto también es un aborto y me parece que mucho más grave y doloroso.

 

 

martes, 18 de agosto de 2020

“Devuelvan a Dios lo que es de Dios”

La conocida cita de Mateo: “Dar (la traducción correcta es “devuelvan”) al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-22) se emplea muchas veces para justificar que la fe no tiene que meterse en la política. Pero no es ese el sentido del texto.

A Jesús le quieren poner una trampa (como tantas veces se ve en el evangelio) y por eso le preguntan: ¿Es lícito dar tributo al César? La pregunta surge de los herodianos que están a favor del tributo, pero el texto dice que fueron enviados por los fariseos que no lo están. Jesús se da cuenta de las intenciones que persiguen porque si contesta que sí, contentará a los herodianos y dejará enfadados a los fariseos y si contesta que no, quedará bien con estos últimos, pero podrá ser acusado por los herodianos de estar en contra del César. Jesús responde -consciente de esa trampa-, situando las cosas como deben ser. El César, en el imperio romano, ha sido divinizado y esa divinización se ve en la moneda, la cual tiene la imagen del César -para los judíos las imágenes son idolatría- y una inscripción que dice: “César, hijo de Dios”.  Por eso Jesús les pregunta: ¿qué imagen ven ahí?, ellos dicen, del César. Entonces Jesús responde “devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Es decir, el César se ha apropiado de un lugar que solo pertenece a Dios.

Su respuesta es totalmente coherente con el reino que anuncia: sólo Dios ha de reinar y se han de denunciar todas las usurpaciones que se dan y que impiden que la vida digna y plena llegue a todos y todas. En otras palabras, la respuesta de Jesús fue mucho más política de lo que nos han hecho creer -con la lectura ingenua del texto- y muestra la dimensión profético-política que tiene la vida cristiana.

A los cristianos, en este tiempo, no nos hacen ese tipo de preguntas que le hicieron a Jesús, pero si nos manipulan de muchas maneras. Cuando conviene que no se diga nada, se nos dice que no debemos meternos en política. Cuando en la campaña electoral se necesitan votos, se nos vende la idea de que debemos apoyar al candidato que este a favor de algún principio cristiano, pero casi siempre, no se hace un análisis completo y a fondo de todo su proyecto político para tomar una decisión adecuada. Lamentablemente, más de un político que se dice cristiano, apoya políticas neoliberales que dejan en la miseria a la mayoría del pueblo y políticas de guerra que hacen imposible construir la paz. Pero todo esto lo enmascaran y manipulan, como lo querían hacer con Jesús, y muchos electores caen en ese juego.

Pero también preocupa esa relación iglesia-estado que es usada por el estado para ganar prestigio y buenos réditos y, por parte de la iglesia, o se presta para esa manipulación o cae ingenuamente o le interesa estar en esos estamentos, creyendo que así podrá ganar respaldo para las obras que emprende. Esto es lo que, a mi juicio, me parece se vio en la misa que se celebró en la catedral de Bogotá, el pasado domingo, 16 de agosto. Por parte de la iglesia hubo durante toda la semana una peregrinación del Señor de Monserrate por las catedrales de las diferentes diócesis de la ciudad. Fue un gesto simbólico para animar al pueblo de Dios que tantos domingos sube a pie a Monserrate para visitar al Señor caído, de que, en esta situación de pandemia, no está solo y Dios camina a su lado. Pero finalizar ese gesto con la misa a la que asistió el presidente, la vicepresidenta, el ministro de salud y sus respectivas familias, da mucho que pensar. Se convierte en un gesto muy ambiguo más cuando el presidente, recientemente, ha mostrado que no respeta la independencia de poderes al criticar a las cortes por su decisión frente a su mentor político. Él, como presidente, no puede tener esa postura. Pero justamente aparece al lado de las autoridades religiosas, con la mayor solemnidad y rezando frente a los colombianos como en una campaña de fervor y rectitud. Esto sin nombrar que no están autorizadas las misas con público. En fin, este acto, como tantos otros, no contribuyen a la postura profética que la iglesia podría tener queriendo ser fiel a Jesús.

Gracias a Dios otros pastores no callan su voz, como el arzobispo de Cali, Darío Monsalve, que a pesar de haber sido desautorizado por el Nuncio hace unas semanas cuando utilizó el término “genocidio” para referirse a la actitud que tiene el actual gobierno frente al proceso de paz, nuevamente levanta su voz para denunciar el “genocidio generacional” que envuelve hoy a los jóvenes y adolescentes caleños, condenados al exterminio por la falta de oportunidades en su vida. “Cali y Colombia no pueden dejar que avance este genocidio generacional urbano, bajo ninguna justificación”. Este comunicado lo hizo el pasado 13 de agosto ante el asesinato de cinco jóvenes que residían en el sector de Llano verde. El sábado 15 de agosto masacraron a otros 8 jóvenes en Samaniego (Nariño). El arzobispo de Bogotá, Luis José Rueda, sacó un comunicado rechazando la masacre y pidiendo la paz y la reconciliación. Pero como dijeron los dirigentes de ese departamento, el gobierno tiene que apoyar el proceso de paz y hacer efectiva su presencia allí, si quiere parar esa violencia. Pero este gobierno está más preocupado por mantener sus privilegios que por construir la paz. La iglesia no puede mantener una postura ambigua cuando la situación colombiana está marcada por tanto dolor.

Es urgente no dejarnos manipular por los “César” de este tiempo y seguir anunciando que Dios reina cuando se levanta la voz por la vida, la justicia, la paz y se realizan gestos que respaldan las palabras que decimos.  

 

 

 

 

martes, 11 de agosto de 2020


Pedro Casaldáliga y su amor a María


Desde la muerte de Pedro Casaldáliga, el pasado 8 de agosto, son muchos y muy buenos los escritos y reconocimientos que se han hecho sobre este gran pastor, profeta y santo. ¡Y lo merece! ¡Qué profundidad de vida! ¡Que testimonio más valioso! ¡Qué visión tan de Dios sobre la realidad y sobre la iglesia! Por esto es imposible no decir alguna palabra y no por mero cumplido sino por agradecimiento sincero por lo que su experiencia espiritual ha tocado en mi propia vida.

Lo más valioso para mí, fue su testimonio de cercanía con los pobres, su solidaridad efectiva con ellos y el vivir esa iglesia sencilla y con tanto sabor a “evangelio”: “por mitra, un sombrero de paja sertanejo; por báculo, un remo; por cruz, una de madera y por anillo, uno de tucum” (un tipo de pequeño coco de la región) que se convirtió en el símbolo del compromiso con los pobres y con la iglesia latinoamericana y que hasta el día de hoy muchos cristianos llevan. Pero no son demasiados los que llegan a ser tan fieles al evangelio. Por eso está “iglesia pobre y para los pobres” es todavía un deseo grande, pero a la que le falta mucho para hacerse realidad.

Me gustaría detenerme -ya que estamos tan cerca del 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María-, en el amor que Casaldáliga tenía por la Virgen. Según dicen los que lo conocían de cerca “arrastraba fama de ‘mariano’ y hasta de ser un ‘chiflado’ por la Virgen desde que era seminarista”. Pero también algún obispo llegó a decir que Él no creía en la Virgen María. Y, eso último no me extraña, porque todo depende de la manera cómo se hable de Ella.

A propósito de lo anterior, hace unos años participé en una reunión de preparación a la Conferencia de Aparecida y me encomendaron hacer un taller sobre María. Propuse que todos (la mayoría era clero) leyéramos el poema de Casaldáliga “Romance Guadalupano”. Todavía me acuerdo del rostro de algunos de los participantes cuando les pedí que lo leyeran, creo que pensaban que estaban diciendo herejías. Y no me extraña, en el poema se presenta esa virgen morenita, india, la guadalupana, patrona de las Américas, esta tierra tan sufrida, tan explotada, con esa pobreza escandalosa que como ya se dijo en la Conferencia de Puebla (n. 28): “Vemos a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe”, situación de pobreza que continúa desafiando nuestro compromiso cristiano hasta el día de hoy.

Casaldáliga en ese romance a la Guadalupana es capaz de mostrar ese rostro de María tan cercano al Jesús de los evangelios. Una mujer que sabe correr la suerte de su pueblo y no lo deja nunca de lado: “Señora de Guadalupe, patrona de estas Américas: por todos los indiecitos que viven muriendo, ruega. ¡Y ruega gritando, madre! La sangre que se subleva, es la sangre de tu Hijo, derramada en esta tierra a cañazos de injusticia en la cruz de la miseria. ¡Ya bastan de procesiones mientras se caen las piernas! Mientras nos falten pinochas ¡te sobran todas las velas!”

Y así sigue ese bello poema mostrando a esa María del pueblo, dolida por sus hijos, cargando sobre ella la situación de miseria que viven: “Ponte la mano en la cara, carne de india morena: ¡la tienes llena de esputos, de mocos y de vergüenza! La justicia y el amor: ¡ni la paz, ni la violencia!”

Pero, como ya dije, no es de extrañar que, para algunos de los participantes en aquel taller, todas esas palabras les resultarán ajenas a la figura de María. De hecho, algunos pintan a la virgen de Guadalupe con rostro blanco porque a ella, como a tantas otras realidades eclesiales, se les intenta “domesticar” para que no levanten la voz frente a las injusticias, sino que bendigan el “status quo”, sin importar si este causa la pobreza de tantos.

Pero la María asunta a los cielos no puede tener otro rostro que el de este bello romance que finaliza así: “Señora de Guadalupe: por aquellas rosas nuevas, por esas armas quemadas, por los muertos a la espera, por tantos vivos muriendo, ¡salva a tu América!”

Esas palabras nos hacen mirar a la María del sí, la mujer de cada día, negra, indígena, campesina, comadre de suburbio, señora de la ciudad, madre de los ausentes, señora de la esperanza, vencedora de la muerte y, sobre todo, la María del Magnificat, profeta de la liberación de los pobres y gestora de un mundo nuevo.

Que al conmemorar la fiesta de la Asunción veamos a la Virgen con los ojos del gran profeta y ¡santo! Pedro Casaldáliga porque Él nos acerca al evangelio y esa figura de María, ¡bien vale la pena amar y celebrar!

 

martes, 4 de agosto de 2020


No parece haber avances en la urgente reforma de la iglesia


Con la llegada del Papa Francisco en 2013 al pontificado, nuevos vientos llegaron a la iglesia. Empezó a respirarse un aire más descomplicado en las formas externas y se vio un Papa más cercano a la gente. Su lenguaje sencillo y sin pretender decir la última palabra, abrió muchas puertas de aceptación porque invitaba a escuchar y a enriquecerse con la visión de otros. Su cercanía a los pobres -tan en consonancia con lo esencial del evangelio- ha reivindicado el discurso teológico latinoamericano y la porción de iglesia que siempre ha estado más comprometida con ellos. No se han vuelto a escuchar condenas contra teólogos/as sino que, al contrario, ha recibido incluso a algunos en el Vaticano.

Es verdad que para un sector de la iglesia más “oficial” esa figura de Papa le ha chocado y prefieren no hablar demasiado de Él -solo lo necesario porque no pueden mostrar su no adhesión al Papa-. También los grupos más conservadores que surgieron en las últimas décadas se sienten incómodos con este Papa porque no centra su discurso en lo que ellos tanto cuidan: el culto, la moral, la norma, etc. Los que si están bien impresionados son los alejados de la iglesia o los no creyentes los cuales no se interesaban por ningún pontífice y, sin embargo, Francisco despertó interés y lo vieron más capaz de comprender el mundo actual. 

Pero han pasado siete años y las reformas estructurales de la iglesia no llegan. El Consejo de Cardenales que nombró el Papa al inicio de su pontificado para responder a las necesidades de reforma dentro de la iglesia, comenzando por revisar la constitución apostólica Pastor Bonus (texto legislativo publicado por Juan Pablo II en 1988, que regula la composición y competencia de los distintos departamentos y organismos de la Curia Romana), no parece terminar sus trabajos.

Los sínodos sobre la familia, los jóvenes y sobre todo el de la Amazonía despertaron muchas expectativas porque se dio un proceso de consultas muy valioso que permitió presentar a los padres sinodales temas de actualidad. Pero las exhortaciones post sinodales de Francisco después de estos acontecimientos, aunque tienen aspectos muy valiosos no han modificado la praxis eclesial. La Exhortación Querida Amazonia (2020) ha sido la más reciente y los comentarios sobre ella todavía resuenan, mucho más por la situación de pandemia que vivimos actualmente y que no puede dejar de relacionarse con el cuidado de la “casa común”. Pero de dicho documento quedo el “sin sabor” del “cuarto sueño” -sobre la iglesia- en el que se esperaban algunos pasos con relación a los presbíteros casados o el diaconado de las mujeres, pero no se dieron, más bien, parece que hubo retrocesos. Esto del diaconado femenino parece ser un tema que cada vez se empantana más, desdibujando aquel momento tan significativo en el que las Superioras Generales reunidas en su asamblea plenaria en 2016 le dijeron a Francisco: “Santo Padre, en la Iglesia existe el oficio del diaconado permanente, pero está abierto sólo a los hombres, casados o solteros. ¿Qué impide a la Iglesia incluir mujeres entre los diáconos permanentes, al igual que ocurría en la Iglesia primitiva? ¿Por qué no crear una comisión oficial que pueda estudiar el tema?” Y el papa respondió que establecería una comisión oficial porque sería bueno para la iglesia aclarar ese punto. Es increíble que sea tan difícil aclarar un punto sobre el que ya existen tantos documentos con tan buenos y sólidos fundamentos para dar un paso adelante.

Y, la reciente publicación de la Instrucción “La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la iglesia” (julio 2020) de la Congregación para el clero y aprobada por el Papa Francisco comienza abriendo caminos esperanzadores de una renovación parroquial -tan urgida de tal renovación- y, sin embargo, pasados los primeros párrafos, el documento se centra en lo que dice el Derecho Canónico sobre varios aspectos relacionados con las parroquias pero, especialmente, llama la atención el interés por dejar claro que el párroco tiene que ser presbítero y eso sin ninguna excepción así no haya sacerdotes (n. 66). Todo lo dicho por el Papa de la sinodalidad en la iglesia está totalmente ausente, la palabra ni siquiera aparece.

Se podrían nombrar muchas otras cosas, pero el objetivo no es hacer una evaluación de lo hecho por el Papa sino ahondar en la pregunta: ¿y llegará la tan esperada reforma eclesial? Personalmente, creo que no, pero deseo, sinceramente, equivocarme. Nos quedará la buena experiencia de poder acudir a su magisterio y a algunos de sus discursos en los que llama las cosas por su nombre -clericalismo, economía que mata, lugar para la mujer en la iglesia, pueblo de Dios, iglesia en salida, etc., y el recordar muchas de sus actitudes -que han sido muy especiales y evangélicas, pero me parece que tendremos que seguir aguantando por mucho más tiempo, la estructura eclesial tan rígida y tan llena de temores que no se arriesga a ser una iglesia en salida, una iglesia misionera, una iglesia pueblo de Dios, donde clérigos, laicado, vida consagrada viven la corresponsabilidad de la misión evangelizadora y se la juegan todo por parecerse cada vez más a la iglesia que Jesús quería.