Pedro Casaldáliga
y su amor a María
Desde la muerte de Pedro Casaldáliga, el pasado 8 de agosto,
son muchos y muy buenos los escritos y reconocimientos que se han hecho sobre
este gran pastor, profeta y santo. ¡Y lo merece! ¡Qué profundidad de vida! ¡Que
testimonio más valioso! ¡Qué visión tan de Dios sobre la realidad y sobre la
iglesia! Por esto es imposible no decir alguna palabra y no por mero cumplido sino
por agradecimiento sincero por lo que su experiencia espiritual ha tocado en mi
propia vida.
Lo más valioso para mí, fue su testimonio de cercanía con
los pobres, su solidaridad efectiva con ellos y el vivir esa iglesia sencilla y
con tanto sabor a “evangelio”: “por mitra, un sombrero de paja sertanejo; por báculo,
un remo; por cruz, una de madera y por anillo, uno de tucum” (un tipo de
pequeño coco de la región) que se convirtió en el símbolo del compromiso con
los pobres y con la iglesia latinoamericana y que hasta el día de hoy muchos cristianos
llevan. Pero no son demasiados los que llegan a ser tan fieles al evangelio. Por
eso está “iglesia pobre y para los pobres” es todavía un deseo grande, pero a la
que le falta mucho para hacerse realidad.
Me gustaría detenerme -ya que estamos tan cerca del 15 de agosto,
fiesta de la Asunción de María-, en el amor que Casaldáliga tenía por la Virgen.
Según dicen los que lo conocían de cerca “arrastraba fama de ‘mariano’ y hasta
de ser un ‘chiflado’ por la Virgen desde que era seminarista”. Pero también algún
obispo llegó a decir que Él no creía en la Virgen María. Y, eso último no me
extraña, porque todo depende de la manera cómo se hable de Ella.
A propósito de lo anterior, hace unos años participé en una reunión
de preparación a la Conferencia de Aparecida y me encomendaron hacer un taller
sobre María. Propuse que todos (la mayoría era clero) leyéramos el poema de
Casaldáliga “Romance Guadalupano”. Todavía me acuerdo del rostro de algunos de
los participantes cuando les pedí que lo leyeran, creo que pensaban que estaban
diciendo herejías. Y no me extraña, en el poema se presenta esa virgen
morenita, india, la guadalupana, patrona de las Américas, esta tierra tan sufrida,
tan explotada, con esa pobreza escandalosa que como ya se dijo en la
Conferencia de Puebla (n. 28): “Vemos a la luz de la fe, como un escándalo y
una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y
pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las
grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe”,
situación de pobreza que continúa desafiando nuestro compromiso cristiano hasta
el día de hoy.
Casaldáliga en ese romance a la Guadalupana es capaz de mostrar
ese rostro de María tan cercano al Jesús de los evangelios. Una mujer que sabe
correr la suerte de su pueblo y no lo deja nunca de lado: “Señora de Guadalupe,
patrona de estas Américas: por todos los indiecitos que viven muriendo, ruega.
¡Y ruega gritando, madre! La sangre que se subleva, es la sangre de tu Hijo,
derramada en esta tierra a cañazos de injusticia en la cruz de la miseria. ¡Ya
bastan de procesiones mientras se caen las piernas! Mientras nos falten
pinochas ¡te sobran todas las velas!”
Y así sigue ese bello poema mostrando a esa María del
pueblo, dolida por sus hijos, cargando sobre ella la situación de miseria que
viven: “Ponte la mano en la cara, carne de india morena: ¡la tienes llena de
esputos, de mocos y de vergüenza! La justicia y el amor: ¡ni la paz, ni la
violencia!”
Pero, como ya dije, no es de extrañar que, para algunos de
los participantes en aquel taller, todas esas palabras les resultarán ajenas a
la figura de María. De hecho, algunos pintan a la virgen de Guadalupe con
rostro blanco porque a ella, como a tantas otras realidades eclesiales, se les
intenta “domesticar” para que no levanten la voz frente a las injusticias, sino
que bendigan el “status quo”, sin importar si este causa la pobreza de tantos.
Pero la María asunta a los cielos no puede tener otro rostro
que el de este bello romance que finaliza así: “Señora de Guadalupe: por
aquellas rosas nuevas, por esas armas quemadas, por los muertos a la espera,
por tantos vivos muriendo, ¡salva a tu América!”
Esas palabras nos hacen mirar a la María del sí, la mujer de
cada día, negra, indígena, campesina, comadre de suburbio, señora de la ciudad,
madre de los ausentes, señora de la esperanza, vencedora de la muerte y, sobre
todo, la María del Magnificat, profeta de la liberación de los pobres y gestora
de un mundo nuevo.
Que al conmemorar la fiesta de la Asunción veamos a la Virgen
con los ojos del gran profeta y ¡santo! Pedro Casaldáliga porque Él nos acerca
al evangelio y esa figura de María, ¡bien vale la pena amar y celebrar!
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