jueves, 28 de diciembre de 2023

 

Nuevo año, nueva oportunidad para seguir creciendo en la fe

Olga Consuelo Vélez

Cada vez que comienza el año da la sensación de que todo puede ser nuevo, con resultados más positivos que los del año anterior. Sin embargo, en la medida que pasan los meses, el ritmo de las cosas va siendo más fuerte que los buenos propósitos, llega el cansancio, los muchos quehaceres y cuesta trabajo recordar los planes que habíamos trazado. Parece que solo se espera concluir con lo que se lleva entre manos y llegar nuevamente a un fin de año que descanse y fortalezca para un nuevo comienzo.

Visto así parece que nuestra vida, año tras año, es un ciclo repetitivo. Esa misma dinámica la podemos vivir en la vida de fe, marcada por el año litúrgico que nos brinda la celebración de los momentos intensos del cristianismo -navidad y pascua- y lo cotidiano, marcado por el tiempo litúrgico denominado -tiempo ordinario-.

Por una parte, esos ciclos de vida caracterizan la vida humana. Por otra, el ser humano tiene tanta capacidad de novedad y creatividad que puede recrear esa continuidad que parece marcar la vida y seguir creciendo más y más con el paso del tiempo. Precisamente es ese “crecer” en todos los sentidos, lo que nos libra de la rutina y la repetición de los ciclos vitales y nos permite adentrarnos a ricas, fecundas y reconfortantes experiencias.

En lo que respecta a la fe: ¿Qué significa crecer en la fe? Para algunos no parece que esta conlleve crecimiento porque están tan seguros de seguir unas normas de moral enseñadas por la iglesia, unos ritos litúrgicos practicados durante años, unas oraciones y tradiciones aprendidas desde infantes que no conciben que algo pueda actualizarse, modificarse o transformarse con el paso del tiempo. Pero para otros, especialmente los que cultivan la vida espiritual, la nutren con estudios teológicos, se permiten pensar, debatir, reflexionar, cuestionar sobre ella, la fe crece cada día y se va comprendiendo mejor e, incluso, admite cambios que dejan de lado comprensiones anteriores, aunque estas hayan persistido durante siglos. Esto no quiere decir que la fe sea relativa -como aducen algunos- sino que es humana y su comprensión es procesual, gradual, histórica.

La experiencia de fe no es un conjunto de normas. Es un encuentro con Dios que, como todo encuentro humano, supone conocimiento mutuo, relación, crecimiento del amor, encuentros y desencuentros. De ahí que nuestra pregunta es por el crecimiento en ese amor a Dios. Esto es lo primero y fundamental en la experiencia de fe. Las normas morales son una expresión del amor a Dios y no al contrario. Lamentablemente algunos creen que Dios es un juez que dicta normas y su forma de vivir la fe es cayendo en el legalismo de su cumplimiento sin pensar que ellas están al servicio del ser humano y no al contrario. Jesús denunció ese legalismo de la Ley vivida en su tiempo, pero a veces, da la impresión, que no se entiende el lugar que Jesús dio a la Ley y siguen pensando solo en normas por cumplir.

La fe no es un conjunto de ritos litúrgicos. Sin negar la importancia de la liturgia para celebrar la fe, ella es fruto de la experiencia humana y se ha ido consolidando según las costumbres del tiempo en que surge. La liturgia católica tiene mucho de imperial porque se fue consolidando en esos tiempos donde a Dios se le comparaba con los reyes y se le quería rendir un honor mayor que a ellos. Pero ya no son esos tiempos y no en vano, Vaticano II, decretó una liturgia que fuera entendida por la gente para que todos participaran efectivamente de lo que se celebra. Pero en este aspecto, lamentablemente algunos insisten en volver a la liturgia pre-vaticana, creyendo que dicha liturgia es la “correcta”.

La fe no es repetición ciega y sin preguntas de las respuestas del catecismo aprendidas cuando se era pequeño. Por el contrario, como dice la primera carta de Pedro: “ha de darse razón de la fe a todo aquel que nos pregunte” (1 Pe 3, 15). Aquí la interpretación bíblica, la reflexión teológica y los signos de los tiempos, continuamente preguntan, interpelan y exigen reflexiones nuevas a las realidades de la fe. Lamentablemente muchos se contentan con lo que se ha dicho desde siempre y se niegan a hacer nuevas preguntas, considerando que eso sería atentar contra la supuesta “inmutabilidad” de la fe.

Lo único inmutable, no cambiante, verdad absoluta es Dios mismo. Creemos ser creaturas suyas, creemos en su hacerse ser humano en Jesús, creemos en su presencia actual a través de las mediaciones sacramentales -la iglesia sacramento de Cristo, los siete sacramentos, sacramentos de la Iglesia-; creemos en su ser comunidad de amor -Dios Trinidad- y creemos en su designio salvador -Todos llamados a vivir la plenitud del reino que comienza aquí y llegará a su plenitud en la vida definitiva-. Podría precisarse algo más del núcleo de nuestra fe, pero lo esencial está dicho. Todo lo demás es necesario actualizarlo, renovarlo, recrearlo, contextualizarlo, hacerlo entendible para el hoy con sus nuevas comprensiones y desafíos.

En conclusión, que este 2024 sea un año para crecer en la fe preguntándonos seriamente qué formación he recibido, que tan actualizada puede estar, qué preguntas me permito hacer y hacerme sobre la propia experiencia de fe, cómo responder a los desafíos actuales desde la fe cristiana, de qué manera no encerrarnos en la actitud defensiva y temerosa de los que se apegan al fundamentalismo o a la “auto referencialidad” como lo señala el papa Francisco (Cfr. Evangelii Gaudium n. 49) sino que se mantienen en el espíritu de Vaticano II -el aggiornamento o actualización de la fe- y, hoy con términos de Francisco, en la sinodalidad, donde la fe se hace diálogo, misión, apertura, novedad, actualidad. Que el 2024 sea un año de crecimiento en la fe no solo por la parte que nos interesa a cada uno de renovar nuestra propia experiencia sino pensando en un mundo que necesita una palabra de fe, pero no aquella anquilosada y rancia que ya casi nadie entiende, sino la que es capaz de abrirse al presente y buscar responder a este con creatividad y audacia.

lunes, 18 de diciembre de 2023

Recuperar lo esencial de la Navidad

Olga Consuelo Vélez

Diciembre es un mes lleno de esperanza, alegría, fiesta, familia, novedad. A nivel social se celebra el fin de año con todo lo que esto trae de celebración, de terminar tareas y de esperar nuevos proyectos para el año que viene. A nivel religioso, para los que somos cristianos, se suma el acontecimiento que cambió la historia hace XXI siglos: la encarnación del Hijo de Dios y con ello la posibilidad de conocer a Dios a través de Jesús, de comprender lo que quiere sobre la humanidad, de experimentar que nuestro Dios no está lejos, sino que vive en medio de nosotros, porque Él es el Emanuel: “Dios con nosotros” (Mt 1, 23).

Sin embargo, en medio de nuestras sociedades cada vez más secularizadas, se hace urgente volver a recordar el significado de esta fiesta y hacer el esfuerzo de vivirla con la profundidad que ella merece. No es una tarea fácil porque el clima de fiesta que acompaña estos días, no distingue mucho entre una tradición cultural y una religiosa. No quiere decir que han de oponerse, sino que muchos viven la navidad porque la sociedad de consumo la utiliza para promocionar sus ventas, pero no entienden prácticamente nada de lo que significa.

Navidad es alegría y fiesta, pero no puede ser ajena al dolor del mundo, a la exclusión de miles de personas de una vida digna, a las víctimas de las guerras y a tantos dolores, fruto del egoísmo humano y que no logramos revertir o no ponemos el suficiente empeño para ello. De eso nos habla lo que sufrieron María y José al llegar como peregrinos a Belén y “no encontrar sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 7).

Navidad es alegrarnos porque Dios ha tomado rostro humano y podemos reconocerlo en nuestra realidad, pero esto no puede ser ajeno a que vivimos en un mundo donde no se reconoce la presencia de Dios en los más vulnerables, en los más pobres, en los más necesitados. Continuamente se cumple lo que pasó en aquella noche del nacimiento de Jesús: solo los pastores creen el anuncio de los ángeles y van a ver al Niño, reconociéndolo y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2, 15-20). Los demás habitantes de Belén ni se dan cuenta de esa presencia divina en medio de ellos.

Navidad es donación y generosidad, pero lamentablemente este tiempo es más de derroche y lujo, gastos y desborde, pero no práctica de la solidaridad, constitutiva de la vida cristiana. Algunos se contentan con comprar regalos para algunos niños pobres, pero no lo relacionan con la urgente actitud de dar y repartir no solo de lo que nos sobra sino de incluso lo que estrictamente tenemos para vivir, a imagen de la primera comunidad cristiana, donde todo lo ponían en común para que nadie pasara necesidad entre ellos” (Hc 2, 44-45).

Necesitamos volver a la simplicidad del relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-20), dejando que este texto tan conocido, tan representado, tan invocado, vuelva a conectarnos con lo esencial de la Buena Noticia que nos transmite. Es urgente recuperar lo esencial de la Navidad, liberándonos de tanta superficialidad que no tienen nada que ver con este acontecimiento. Lo esencial de la navidad es reconocer al niño Jesús entre nosotros, sentirlo en nuestro mundo, alegrarnos porque se ha hecho parte de nuestra historia y sigue viviendo entre nosotros. Lo esencial también es darnos cuenta que Jesús al encarnarse se puso de un lado de la historia: del lado de los más necesitados, de los excluidos, de los pobres. Pero también del lado de la justicia, de la misericordia, de la entrega, de la paz, de la reconciliación, del perdón, del cuidado de la creación. ¿Será que, junto a la fiesta, las luces, la música, los regalos, la comida, las novenas y todo el trajín de la navidad como tradición cultural, podremos volver a lo esencial, buscar lo esencial, querer lo esencial? Este podría ser el mejor propósito que podamos tener para este tiempo de navidad que viviremos. Vale la pena recrear, resignificar, recuperar la navidad con todo lo que ella trae para alimentar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor.

Especial importancia tiene también en la navidad la presencia de María por su papel en la historia de salvación. El sí que dio cuando el ángel le anunció lo planes de Dios sobre ella, hizo posible la navidad. No fue un sí ingenuo, irreflexivo, ciego. Fue un sí consciente y comprometido: ¿Cómo podrá ser esto si no conozco varón? (Lc 1, 34) y ante la respuesta del ángel, confirmó su aceptación y se dispuso a colaborar para hacerlo posible. De alguna manera, navidad también es una pregunta a cada cristiano sobre nuestra disposición a colaborar en hacer presente a Dios en la historia que vivimos. No somos espectadores de algo que pasó hace tantos siglos, sino que somos continuadores del misterio de la salvación en este presente.

Pidamos, entonces, que este tiempo navideño sea más que un tiempo festivo. Que sea la renovación de nuestro si al estilo de María, que aceptó, gestó, dio a luz y acompañó la vida de su Hijo hasta el final. Estamos llamados a trasparentar a Jesús en nuestras vidas, testimoniarlo con nuestras actitudes, hacerlo creíble con nuestras obras. Navidad es el compromiso de hacer posible un mundo donde “amor y verdad se han dado cita, justicia y paz se abrazan, la verdad brota de la tierra y de los cielos baja la justicia” (Salmo 85,10).


domingo, 10 de diciembre de 2023

 

¡Qué susto vivir en Argentina!

Olga Consuelo Vélez

No soy argentina, no conozco la situación de primera mano, no soy política, no sé hacer análisis políticos con la rigurosidad que se requiere, solo me refiero al discurso de posesión del presidente Javier Milei, según mi interpretación desde el sentido común.

Me parece que un presidente no puede pensar solo en lo económico sino en todo un proyecto de país. El discurso de Milei solo habló de lo económico, pero según logro entender, una economía basada en el individualismo, en la libre competencia, en el sálvese quien pueda. Y sin anestesia ya anunció que se vienen tiempos difíciles, la pobreza aumentará y ese “sacrificio” es totalmente necesario. Eso sí, se salvará la inversión privada porque los recortes no caerán sobre ellos sino sobre el Estado, este quien debe velar por el bien común y, especialmente por los más pobres. Y el público “aplaudiendo”. ¿Cuántos pobres estarían aplaudiendo? Posiblemente muchos porque las votaciones así lo mostraron. Casi siempre los que son sacrificados aplauden su suerte, están tan convencidos de lo que les han dicho que parece se alegran de la suerte que van a correr.

Otra cosa que me llamó la atención: anunció que los que salgan a protestar perderán los auxilios sociales. ¿No es esa la maquinaria de los llamados “populismos” para tener en su redil al pueblo? Al menos podría ser coherente de no usar los medios que critica. Pero tranquilamente lo dijo con todas las letras. Y el público aplaudiendo. Pero esto no es lo más grave: total represión a quien no acepte lo que propone. ¿dónde queda la libertad de expresión y la lucha legítima por los derechos humanos?

Cuando escribo esto todavía no se ha dado la oración interreligiosa que parece se va a dar en la catedral. No sé que Dios les estará escuchando. Por lo menos el Dios de Jesús pone en el centro a los pobres, los defiende, reivindica sus derechos, son el principal y preferencial sujeto de atención. Milei los desprecia. Son aquellos que roban al Estado con los auxilios sociales. No son la “gente de bien” que, para él, son los que tienen capital y acumulan sus grandes fortunas.

Y los políticos presentes en la posesión, comenzando por Macri, apoyando a este que les dice en la cara que todo lo que pasa ahora es culpa de todos los políticos anteriores. Pero ¿ningún político se siente afectado con esa manera de humillar a todos los que no son él? Inconcebible, pero Macri alabó el discurso y dijo que estaba 100% de acuerdo.

De verdad, me duele desde mi ser creyente que un país haya elegido a un presidente que solo piensa en lo económico, pero de esa forma individualista y egoísta, donde estorban todos los que no producen algo. Muchos dirán que justo lo económico es la solución para beneficiar a los pobres. Ojalá así fuera. Pero no creo que el Dios de Jesús vaya por esos caminos, ni que la economía vista de esa manera unilateral pueda salvaguardar el bien común, la dignidad humana, la justicia social, los derechos humanos, en fin, todo aquello que constituye lo humano.

Ese discurso libertario si que desfigura la libertad cristiana, esa que se basa en el bien común, en el amor a todos, comenzando por los más pobres. Tan cercanos a la Navidad, donde nuestro Dios se encarna entre los últimos, muestra la distancia de lo que es capaz de gestarse en esas personas, aplaudido por tantos, votado por tantos, alabado por tantos. Una vez más, aquel Niño del pesebre, solo es reconocido por los pobres y pequeños, no por estos grandes y poderosos que, lamentablemente, son bendecidos por tantos que se dicen creyentes.

Que me perdonen los argentinos por opinar sobre su país, pero me ha resultado una mañana de domingo, dolorosa, incomprensible, infinitamente alejada de mis más profundas convicciones.

 

 

martes, 5 de diciembre de 2023

 

La Inmaculada desde una mirada más actual sobre María

Olga Consuelo Vélez

El próximo 8 de diciembre celebramos la fiesta de la Inmaculada concepción de María, es decir, el reconocimiento que hace la Iglesia de que María, por ser madre de Jesús, fue preservada de todo pecado desde su nacimiento hasta su muerte. No es un dogma que tenga fundamento bíblico, pero expresa una convicción de fe que el pueblo reconoce como consecuencia de la divinidad de Jesús. Este último dato es importante: los dogmas marianos son, ante todo, dogmas cristológicos. Es decir, están vinculados a la persona de María, pero no por ella misma sino por su papel en la historia de salvación como madre de Jesús. Corremos el peligro -y así se ha vivido y se vive en algunos contextos- de pensar a María como una “semidiosa” o alguien lleno de poderes para alcanzarnos favores, casi compitiendo con Jesús en su capacidad de conceder milagros. Vaticano II corrigió esas desviaciones al hablar de ella no en un documento aparte y menos proclamándola corredentora -como algunos pretendían-, sino en el documento sobre la Iglesia -Lumen Gentium-, mostrando así su papel único como madre de Jesús, pero no aparte o desligada del pueblo de Dios.

Conviene también, a propósito de esta fiesta mariana, recordar que, aunque el amor a María es una de las devociones más fuertes del pueblo cristiano, su figura y las actitudes que se le han atribuido en su vida histórica están diciendo cada vez menos a la juventud. Se puede amar a la madre de Jesús, pero no es fácil reconocer en ella un modelo de mujer que abra caminos de realización plena para ellas hoy. De ahí la necesidad de seguir actualizando su figura para que pueda decir algo a los tiempos actuales. Esta actualización no significa que inventemos cosas sobre ella, sino que volvamos a los datos bíblicos, reconozcamos que han sido interpretados desde una mirada patriarcal -propia de la sociedad en la que se ha vivido-, haciendo que se haya puesto más atención a unos aspectos que a otros, concretamente en aquellos que la sociedad ha designado para las mujeres y que han permitido ese papel secundario y sufriente que todavía hoy tantas mujeres padecen.

Basta recordar el texto de la anunciación (Lc 1, 26-38). Se ha puesto más énfasis en la aceptación de María “Hágase en mí según tu palabra” que en la pregunta que ella dirige al ángel cuando le anuncia que será la madre de Jesús: “¿Cómo podrá ser esto si no conozco varón?”. Es decir, esa joven campesina, tiene palabra, la pronuncia, cuestiona, interpela, no importa que sea un enviado de Dios el que le está hablando. Una María así entendida, impulsa y respalda las preguntas que hoy las mujeres nos hacemos: ¿por qué tan relegadas de la Iglesia? ¿por qué no podemos tomar decisiones? ¿por qué no podemos ser mediación de Cristo?, entre muchas otras que actualmente se formulan.

Otros textos bíblicos van en la misma línea. El texto del Magnificat (Lc 1, 46-55) aunque se reza cada tarde en las vísperas, pareciera que no transmite la profundidad de esas palabras puestas por el evangelista en boca de María, mostrando cómo ella expresa lo que es el reinado de Dios: misericordia y transformación de las injusticias haciendo que los excluidos sean colmados de bienes. Ese texto tiene un hondo contenido sociopolítico, pero se ha espiritualizado de tal manera que no se conecta con la realidad y menos con una María llena de compromiso transformador.  Podríamos comentar más textos bíblicos (aunque en realidad hay muy pocos textos donde aparezca María) pero sirvan estos como ejemplos de la necesidad de una lectura que no pone el énfasis en el silencio de María, en su capacidad de sufrir y de llevar todo en su corazón (Lc 2, 19) sino que reconoce su protagonismo y liderazgo.

Volviendo a la fiesta de la Inmaculada convendría resignificarla mostrando que el Hijo de Dios se encarnó en una mujer de carne y hueso y a ella, sin dejar su humanidad, se le reconoce como llena de gracia, es decir, capaz de vivir la plenitud de vida que Dios quiere para todos sus hijos e hijas. La vida cristiana es una vida que actuando según el espíritu de Jesús crece cada día a más plenitud de amor, de misericordia, de compromiso, de generosidad, de reflexión crítica, de palabra profética, de militancia, de llegar a hacer posible el reino de Dios en nuestra historia. Todo esto es distinto a esa visión reducida de entender la Inmaculada en un sentido de separada del mundo. Por el contrario, todos y todas estamos llamados a buscar esa plenitud de vida -llena de gracia- pero en la encarnación del aquí y el ahora, con lo que tiene de alegría y tristezas, de logros y de fracasos, de avances y retrocesos, de aciertos y equivocaciones. María fue proclamada Inmaculada por su consecuente vida de gracia para ser la madre de Jesús, pero, en ningún momento, alejada de su historicidad, de su humanidad, de su ser mujer de Nazaret, pobre, sencilla, campesina, una más entre los suyos.

María vista desde estos horizontes más encarnados en la realidad es modelo no solo para las mujeres sino también para los varones porque en el pueblo de Dios todos estamos llamados a ser bienaventurados como ella, discípulos como ella, seguidores de Jesús como ella. La dimensión femenina de la Iglesia no la encarna solo María ni las mujeres porque en todo el pueblo de Dios reside la riqueza de los diversos dones que culturalmente se han atribuido a las mujeres, pero que, en la realidad, son dones de todos los seres humanos. ¡Que María, quien vivió la plenitud de vida desde su nacimiento hasta su muerte nos acompañe en este mismo camino de gracia y plenitud al que todos y todas somos llamados!