Recuperar lo esencial de la Navidad
Olga Consuelo Vélez
Diciembre es un mes lleno de esperanza, alegría, fiesta, familia, novedad.
A nivel social se celebra el fin de año con todo lo que esto trae de
celebración, de terminar tareas y de esperar nuevos proyectos para el año que viene.
A nivel religioso, para los que somos cristianos, se suma el acontecimiento que
cambió la historia hace XXI siglos: la encarnación del Hijo de Dios y con ello
la posibilidad de conocer a Dios a través de Jesús, de comprender lo que quiere
sobre la humanidad, de experimentar que nuestro Dios no está lejos, sino que
vive en medio de nosotros, porque Él es el Emanuel: “Dios con nosotros” (Mt 1,
23).
Sin embargo, en medio de nuestras sociedades cada vez más secularizadas, se
hace urgente volver a recordar el significado de esta fiesta y hacer el
esfuerzo de vivirla con la profundidad que ella merece. No es una tarea fácil
porque el clima de fiesta que acompaña estos días, no distingue mucho entre una
tradición cultural y una religiosa. No quiere decir que han de oponerse, sino
que muchos viven la navidad porque la sociedad de consumo la utiliza para
promocionar sus ventas, pero no entienden prácticamente nada de lo que significa.
Navidad es alegría y fiesta, pero no puede ser ajena al dolor del mundo, a
la exclusión de miles de personas de una vida digna, a las víctimas de las
guerras y a tantos dolores, fruto del egoísmo humano y que no logramos revertir
o no ponemos el suficiente empeño para ello. De eso nos habla lo que sufrieron
María y José al llegar como peregrinos a Belén y “no encontrar sitio para ellos
en el mesón” (Lc 2, 7).
Navidad es alegrarnos porque Dios ha tomado rostro humano y podemos
reconocerlo en nuestra realidad, pero esto no puede ser ajeno a que vivimos en
un mundo donde no se reconoce la presencia de Dios en los más vulnerables, en
los más pobres, en los más necesitados. Continuamente se cumple lo que pasó en
aquella noche del nacimiento de Jesús: solo los pastores creen el anuncio de
los ángeles y van a ver al Niño, reconociéndolo y alabando a Dios por lo que
habían visto y oído (Lc 2, 15-20). Los demás habitantes de Belén ni se dan
cuenta de esa presencia divina en medio de ellos.
Navidad es donación y generosidad, pero lamentablemente este tiempo es más de
derroche y lujo, gastos y desborde, pero no práctica de la solidaridad,
constitutiva de la vida cristiana. Algunos se contentan con comprar regalos
para algunos niños pobres, pero no lo relacionan con la urgente actitud de dar
y repartir no solo de lo que nos sobra sino de incluso lo que estrictamente tenemos
para vivir, a imagen de la primera comunidad cristiana, donde todo lo ponían en
común para que nadie pasara necesidad entre ellos” (Hc 2, 44-45).
Necesitamos volver a la simplicidad del relato de Lucas sobre el nacimiento
de Jesús (Lc 2, 1-20), dejando que este texto tan conocido, tan representado,
tan invocado, vuelva a conectarnos con lo esencial de la Buena Noticia que nos transmite.
Es urgente recuperar lo esencial de la Navidad, liberándonos de tanta
superficialidad que no tienen nada que ver con este acontecimiento. Lo esencial
de la navidad es reconocer al niño Jesús entre nosotros, sentirlo en nuestro
mundo, alegrarnos porque se ha hecho parte de nuestra historia y sigue viviendo
entre nosotros. Lo esencial también es darnos cuenta que Jesús al encarnarse se
puso de un lado de la historia: del lado de los más necesitados, de los
excluidos, de los pobres. Pero también del lado de la justicia, de la
misericordia, de la entrega, de la paz, de la reconciliación, del perdón, del
cuidado de la creación. ¿Será que, junto a la fiesta, las luces, la música, los
regalos, la comida, las novenas y todo el trajín de la navidad como tradición
cultural, podremos volver a lo esencial, buscar lo esencial, querer lo
esencial? Este podría ser el mejor propósito que podamos tener para este tiempo
de navidad que viviremos. Vale la pena recrear, resignificar, recuperar la
navidad con todo lo que ella trae para alimentar nuestra fe, nuestra esperanza,
nuestro amor.
Especial importancia tiene también en la navidad la presencia de María por
su papel en la historia de salvación. El sí que dio cuando el ángel le anunció
lo planes de Dios sobre ella, hizo posible la navidad. No fue un sí ingenuo,
irreflexivo, ciego. Fue un sí consciente y comprometido: ¿Cómo podrá ser esto
si no conozco varón? (Lc 1, 34) y ante la respuesta del ángel, confirmó su
aceptación y se dispuso a colaborar para hacerlo posible. De alguna manera,
navidad también es una pregunta a cada cristiano sobre nuestra disposición a
colaborar en hacer presente a Dios en la historia que vivimos. No somos
espectadores de algo que pasó hace tantos siglos, sino que somos continuadores
del misterio de la salvación en este presente.
Pidamos, entonces, que este tiempo navideño sea más que un tiempo festivo.
Que sea la renovación de nuestro si al estilo de María, que aceptó, gestó, dio
a luz y acompañó la vida de su Hijo hasta el final. Estamos llamados a
trasparentar a Jesús en nuestras vidas, testimoniarlo con nuestras actitudes,
hacerlo creíble con nuestras obras. Navidad es el compromiso de hacer posible un
mundo donde “amor y verdad se han dado cita, justicia y paz se abrazan, la
verdad brota de la tierra y de los cielos baja la justicia” (Salmo 85,10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.