sábado, 23 de diciembre de 2017

viernes, 15 de diciembre de 2017


Navidad: agradecer el 2017 y disponernos al 2018

Termina el 2017 y podríamos hacer la larga lista de los acontecimientos vividos. Recordemos algunos que, desde la experiencia de fe, marcaron nuestra vivencia. El primero, la visita del Obispo de Roma con la alegría y entusiasmo que suscitó no solo entre católicos sino en gran parte del pueblo colombiano. Esa visita ya la hemos comentado en estas páginas. Sin embargo, no sobra decir de nuevo una palabra que ayude a no perder esa experiencia. ¿Cómo podemos mantener en el tiempo los gestos y pronunciamientos del Papa Francisco que tanto bien nos hicieron? No hay otra alternativa: hacerlos vida en nuestro día a día, empeñándonos, en dar testimonio de ellos. Podríamos resumirlo así: seguir trabajando por la paz y ponernos del lado de los más pobres a la hora de tomar una decisión que afecte el bien común. Recordemos que esto fue lo que el Papa le dijo a las autoridades colombianas: “Escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes”. Y eso mismo les dijo a los obispos: “hospédense en la humildad de su gente y escuchen su despojada humanidad que brama por la dignidad que solo el Resucitado puede dar”.

Otro acontecimiento que tal vez vivimos con menos intensidad, fue la celebración de los 500 años de la Reforma protestante. El 31 de octubre se cerró el año de conmemoración con una declaración conjunta entre católicos y luteranos en la cual pidieron perdón por las ofensas mutuas desde el inicio de la Reforma hasta ahora. Así mismo celebraron los esfuerzos por vivir el ecumenismo desde hace 50 años, cuando con Vaticano II se abrieron las puertas para ello. Desde entonces ha sido real el diálogo ecuménico a partir de celebraciones conjuntas, colaboraciones solidarias y acuerdos teológicos. Desde esa experiencia, los acontecimientos que llevaron a la ruptura en el siglo XVI, se ven con otra perspectiva, favoreciendo la comunión más que la separación.

Recordemos que en 1999 se firmó una declaración conjunta sobre la “Justificación” entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica Romana, declaración que fue asumida en 2006 por el Consejo Metodista Mundial y, en este año de conmemoración, por la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas y por la Comunión Anglicana. El compromiso asumido ahora es el de continuar discerniendo sobre la comprensión de Iglesia, Eucaristía y Ministerio, buscando un consenso sustancial que permita superar las diferencias que existen. Estos acuerdos quedan distantes del pueblo creyente que expresa su fe en iglesias particulares y que, lamentablemente, a veces se alimenta más de marcar las diferencias entre los credos que la comunión. Nuestro compromiso, en este sentido, es divulgar estos pasos dados y con mucha paciencia seguir tejiendo lazos ecuménicos entre algunos católicos que aún consideran a todas las demás iglesias como “sectas” y entre algunas iglesias que se fundamentan en las críticas a la iglesia católica pero, falsas, como el decir que se adora a la Virgen o a los santos, cuando bien sabemos que eso no es verdad.

Otros acontecimientos de carácter más político han sido la elección –contra todo pronóstico- de Donald Trump porque para nadie era desconocida su orientación profundamente neoliberal, su marcado etnocentrismo queriendo favorecer solo la clase blanca y alta de su país y su personalidad donde parecen primar los caprichos del que se sabe dueño del mundo que la perspectiva del bien común para todos. También la situación de Venezuela que aún sigue en vilo, con un sistema político atacado por todas partes y totalmente debilitado pero con una oposición que no sabe ofrecer sino “más de lo mismo” al pueblo venezolano que por décadas ha vivido en la miseria. También otras realidades políticas mundiales donde el neoliberalismo sigue triunfando, ahogando más y más las políticas sociales y las conquistas que favorecerían a los más pobres.

No han faltado tampoco los desastres naturales: Mocoa, México, Puerto Rico, por citar algunos, en los que se ha visto la inmensa solidaridad pero también los retrasos gubernamentales que no cumplen todo lo que prometen y, en los que no se descarta que los daños climáticos tengan mucho que ver con la magnitud de tales desastres. De otro lado, hay que nombrar también los ataques terroristas que hacen de nuestro mundo un lugar inseguro en todo sentido, borrando la línea entre el bien y el mal, haciendo muy compleja la manera efectiva de enfrentarlos.

Muchas otras situaciones podríamos recordar. Cada uno tendrá otros acontecimientos más significativos. Pero lo que interesa señalar es que con todo lo que cada uno ha vivido, llegamos nuevamente a la celebración de Navidad. Allí un niño pobre, envuelto en pañales, en un pesebre a las afueras de la ciudad, rodeado de unos pocos pastores que en su sencillez acogen las maravillas de Dios que pocos comprenderían, nos dice que con Él “ha llegado la salvación al mundo” (Lc 2, 11).

Navidad es entonces tiempo de esperanza porque nuestra historia está acompañada por nuestro Dios a  tal punto que se hace ser humano en ella. El Hijo de Dios, el Jesús histórico, se enfrentó a los acontecimientos de su tiempo y respondió con el anuncio del Reino que pone a los últimos en primera fila y desde ellos no desiste de la solidaridad, la misericordia, la vida para todos. Hoy ese Dios hecho Niño sigue presente a través de nuestra vida. ¿Qué tanto estamos dispuestos a encarnar los valores del Reino en nuestro aquí y ahora? Que a los pies del pesebre pongamos el 2018 para que el Niño Jesús nos fortalezca y nos haga capaces de ser testimonio de su amor, de su paz, de su misericordia, del don de Dios que no cesa de derramarse en nuestro mundo pero que necesita de nuestra fidelidad para que llegue a todos.

miércoles, 6 de diciembre de 2017


A propósito de la Fe

Poco se habló de la Encíclica Lumen Fidei (julio 2013) del Papa Francisco que como bien sabemos asume lo que ya había escrito Benedicto XVI, añadiéndole algo de su propio pensamiento. En este espacio no pretendo hacer un comentario a fondo de la Encíclica. Simplemente señalar algunos aspectos de la fe que me parece no se abordan suficientemente en esta encíclica. Pero antes es muy importante destacar la rigurosidad conceptual y profundidad teológica propia de Benedicto XVI, la importancia de apostar por la verdad que se descubre a la luz de la fe, en estos tiempos de más secularización y relativismo, lo mismo que el dinamismo de relación personal con el Señor que supone la fe porque ésta “es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (No. 8).

Otros aspectos podrían destacarse haciendo una reflexión más detallada. Por ahora basta decir que lo dicho ilumina nuestro caminar y es importante seguir profundizándolo. Sin embargo, desde nuestra realidad latinoamericana, me parece importante señalar dos realidades que son más propias de la fe que vivimos.

Lo primero es constatar que la manera como se vive la secularización en Europa, no es la misma que en América Latina. Aquí hay aspectos parecidos pero no se puede pensar que la gente no cree en Dios. Basta ver la religiosidad popular expresada de tan diversas maneras, lo mismo que la búsqueda de espiritualidad y experiencia de lo trascendente que también se vive. Estos dos aspectos nos hacen caer en cuenta que lo que está en crisis no es tanto la fe sino la pertenencia a la institución y la acogida de la doctrina. Por eso se necesita hablar de la fe en términos que entiendan los que se aventuran en otras búsquedas. Y hemos de resaltar dos aspectos: La fe en nuestro Señor Jesucristo se vive en el seno de la comunidad eclesial y ella es su garante, pero no se identifica con algunos modelos eclesiales que privilegian la norma por encima de la persona o que en aras de una autoridad mal entendida, no permite un protagonismo mayor de todos los miembros de la iglesia. Cuando se hacen esas distinciones, mucha gente redescubre el sentido de la fe en Jesucristo y se anima a vivir con más responsabilidad su fe porque sabe que los defectos de algunos miembros de la institución no se identifican con Jesús quien trajo un mensaje de libertad y vida para todos y anunció un rostro de Dios misericordioso y compasivo, Padre y Madre, dispuesto a entregarse incondicionalmente por cada uno de su hijos e hijas.

El segundo aspecto tan propio de la realidad latinoamericana, es la articulación de la fe con la práctica de la justicia. Aunque hay muchas personas que prefieren la fe intimista que les relaciona con Dios pero que no les modifica otros aspectos de su vida, o el Dios que les hace milagros para su propio beneficio, muchos otros tienen una conciencia social fuerte y no les convence un Dios que no compromete con la transformación de la realidad social y sobretodo con la suerte de los más pobres. La buena nueva anunciada por Jesús vincula indisolublemente la fe con los hermanos y por eso en el juicio final la pregunta decisiva es por la compasión frente a los necesitados (Mt 25,31-46). Y en la encíclica se afirma: “precisamente por su conexión con el amor, la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz” (No. 51).

En importante reflexionar sobre la fe, buscando avivarla y haciéndola significativa para el mundo de hoy, donde no es suficiente un discurso exhortativo sino un testimonio que convenza, mostrando que la fe cristiana es una fe encarnada que nos coloca en el corazón del mundo y nos hace responsable de su devenir histórico. Con la Encíclica sobre la fe, completamos las encíclicas sobre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (Spe Salvi, 2007; Caritas in Veritate, 2009, Benedicto XVI), virtudes que son don de Dios y con las cuales nuestra vida cristina se vitaliza y fortalece. En América Latina urge potenciar ese don precioso de la fe con una atención profunda a la religiosidad popular pero también con ese compromiso con la justicia porque como bien dice el profeta Jeremías “conocer a Yahvé es practicar la justicia” (22,16).