jueves, 28 de septiembre de 2023

 

¿Qué pedirle al Espíritu Santo para el Sínodo?

Olga Consuelo Vélez

A puertas del sínodo retomo la frase que se invoca de que el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo. Supongo que con esto se quiere decir que del Sínodo no puede salir otra cosa sino lo que está en el horizonte del evangelio, de la praxis del reino vivida por Jesús, del querer de Dios sobre la humanidad. Pensar que el Espíritu va a conseguir “mágicamente” un resultado distinto al que proporcionen los también protagonistas del sínodo -varones y mujeres participantes-, sería pensar en el Dios que interviene por encima de nuestra voluntad y realiza incluso lo contrario de lo que nosotros posibilitamos.

Lo anterior que he dicho es complicado y más de uno debe estar cuestionando lo afirmado. Acaso ¿no creemos en la fuerza de la oración? ¿no es válida la oración al Espíritu Santo para que ilumine nuestras decisiones? Resolver por la lógica humana estos interrogantes es bastante complejo porque si damos una afirmación parece que negamos lo contrario y viceversa. La respuesta no puede darse fuera del horizonte del “misterio de Dios” que excede nuestras comprensiones pero que no niega nuestros esfuerzos de comprender y formular de la mejor manera algunas realidades. Por lo tanto, aclaro: la oración es esta actitud de apertura a Dios, de toma de conciencia de que su misterio nos supera, de aceptación de nuestra fragilidad humana que puede optar por lo contrario de lo que Dios quiere. Por eso es necesaria e imprescindible para entrar en un proceso de discernimiento que nos lleve a tomar la mejor opción dentro de lo posible. Invocar al Espíritu, pedirle que él guie nuestros pensamientos, sentimientos, decisiones, es lo más honrado que podemos hacer antes de cualquier proceso de escucha, reflexión y decisión. También lo más honrado es estar dispuestos a escucharlo, sabiendo que el evangelio nos desinstala, nos confronta, nos empuja a cambios y a sinceras conversiones.

En este último sentido, deberíamos pedirle nos ayude a reconocer y tomar conciencia del “desde dónde” hablamos y, para el caso de un sínodo, por ejemplo, del lugar eclesial que ocupamos, de la teología que manejamos, de la experiencia pastoral que tenemos, de la mentalidad que hemos cultivado, etc. Sin el reconocimiento propio de lo que nos constituye, actuaremos según eso que somos, pero tal vez, sin abrirnos suficientemente a lo que puede ser distinto o a las múltiples visiones que existen pero que no han tocado nuestro mundo y por eso somos incapaces de percibirlas, menos de entenderlas y más aún de creer que son importantes. Creo que sobre esto no se trabaja suficiente. De ahí que los diálogos tantas veces son infecundos porque cada quien defiende su postura, es lo que le constituye, pero no toma conciencia de que habla desde su lugar y desconoce los otros lugares.

Con todo lo anterior lo que quiero decir es que la mayoría de la composición del sínodo es de personas que hablarán desde el lugar eclesial que ocupan. Y la mayoría -obispos- están en los lugares de dirección eclesial y, desde ahí, están convencidos de que lo están haciendo bien y todo funciona de acuerdo al deber ser eclesial. Con seguridad lo están haciendo lo mejor que saben y pueden, pero ¿cuántos creerán que podrían pensar una organización distinta a la que ellos sustentan cada día y por la que están allí participando del sínodo? Y si pensamos en el laicado o la vida religiosa que participará, ¿cuántos están fuera de las instancias propiamente eclesiales para tener la libertad de pensar alternativas verdaderamente distintas? Y si hablamos de mujeres, ¿cuántas de las que participarán del sínodo podrán proponer la igualdad real y plena de las mujeres en la iglesia? En este tema creo que ninguno de los participantes niega la frase “mayores espacios de participación para las mujeres” pero ¿cuántos le dan contenido a esa frase con la radicalidad que debería suponer una iglesia que no excluye en razón del sexo? Por las entrevistas que he escuchado, me parece que no muchas apuntan a esto y hasta esgrimen razones para no hacerlo por aquello o de la prudencia -todavía no es el momento- o del convencimiento de que en la iglesia, mujeres y varones tienen roles distintos y eso es querido por Dios. Así pensábamos en la sociedad, pero eso va cambiando efectivamente y aunque faltan conquistas se sigue luchando por ellas con la convicción de que no tener una igualdad plena, viola los derechos humanos de las mujeres.

Y si hablamos de otros temas de doctrina, de praxis sacramental, etc., las dificultades para entender otros lugares es igual de grande. No me parece que en el sínodo haya demasiada presencia de diferentes etnias, de la sociedad civil, de jóvenes, de intelectuales, de diversidad sexual, e incluso de teólogos y teólogas con visiones más abiertas al diálogo con los desafíos contemporáneos.

En conclusión, todos tenemos que pedirle al Espíritu Santo que acompañe el caminar eclesial porque no son tiempos buenos para el cristianismo (su mensaje y convocatoria se está quedando en las márgenes, aunque todavía persista una gran estructura) y se necesita de nuevo (como lo fue en tiempos de Vaticano II) un aggiornamiento (actualización), un caminar más rápido para tener una palabra eficaz y significativa para los tiempos que vivimos. Pero, sin olvidar, que tal vez la mejor petición, es que el Espíritu ayude a los participantes del sínodo a reconocer el lugar desde dónde hablan y les impulse a salir a los otros lugares, esos que existen en la sociedad civil, en las corrientes teológicas más actualizadas, en los jóvenes, en fin, a todos esos lugares, que nos negamos a ver, a reconocer, a acoger porque estamos seguros, conformes, a gusto en el lugar en el que estamos y cambiarlo nos afectaría, en primer lugar, a nosotros mismos y, en este sentido, pocos están dispuestos a aceptarlo.

 

 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

 

Se acerca la fase universal del Sínodo de la Sinodalidad

Olga Consuelo Vélez

Estamos a puertas del inicio de la fase universal del Sínodo de la sinodalidad. Las fechas previstas son del 4 al 29 de octubre. En los días previos, los participantes, tendrán un retiro de preparación al evento. Sabemos que esta será la primera reunión porque habrá otra en octubre del próximo año. De ahí que no se pueden esperar conclusiones definitivas al final de este encuentro, pero esperamos que se avance en algunos aspectos y esto vaya afirmándose en la vida de la Iglesia. Veremos sí así es.

Ya conocemos el número de participantes: 364, de los cuales 70 miembros no serán obispos (serán religiosos/as, presbíteros y laicado) y, dentro de estos últimos, un 50% serán mujeres. Fuera de esta novedad de la participación de no obispos en el sínodo de obispos, será que estos invitados tendrán voz y voto. También conocemos el Instrumentum laboris, estructurado en dos partes, la primera sobre las notas de una Iglesia sinodal y la segunda sobre los tres temas prioritarios para la Iglesia sinodal: comunión, misión y participación. Estas tres partes se desarrollan a manera de preguntas que serán abordadas en el sínodo. El método de trabajo se ha presentado como la “conversación en el espíritu” que consta de una dinámica donde en ambiente de oración se propone el tema, se escucha a los participantes, se comparte alguna resonancia sobre lo que los demás dijeron y se intenta sintetizar las coincidencias y divergencias, buscando que pasos dar para caminar juntos. Como todo método, tiene sus aspectos positivos y sus límites. Personalmente me hace falta la parte del debate, de la fundamentación, de la reflexión. El Espíritu es el protagonista, sin duda, pero no suple la responsabilidad humana de hacer juicios críticos y válidos para avanzar en cualquier dimensión humana, incluida la eclesial.

Creo que la experiencia de los participantes será positiva tanto por la responsabilidad que deben sentir de estar allí y tratar temas actuales para el futuro de la Iglesia como por el enriquecimiento mutuo frente a la universalidad allí presente con sus distintas visiones y prioridades. Seguramente algunos participantes tendrán una postura más crítica y una voz más profética, otros serán más receptores sin demasiada audacia para dar su contribución o sin demasiado pensamiento crítico para plantear temas cruciales. No faltarán los que estarán atentos a que no salgan demasiadas divergencias para evitar debates. Al final del mes sabremos algo de lo vivido allí o de las conclusiones que se ofrezcan después de ese primer encuentro.

Ahora bien, la esperanza no está puesta en el evento en sí porque conocemos que mover estructuras es una tarea tan difícil que necesitaremos demasiado tiempo para ver algún efecto práctico. Por otra parte, aunque el sínodo ha intentado ser una propuesta para movilizar a la Iglesia universal, el alcance no ha sido demasiado significativo. Hay una inmensa parte del pueblo de Dios que no ha acompañado en lo más mínimo todo este proceso, ni está interesado en lo que se está viviendo. Además, aunque hay muchas preguntas muy válidas para retomarlas en este proceso, algunas temáticas son muy generales o muy matizadas o incluso bastante invisibilizadas. En lo que respecta a las mujeres, por ejemplo, el tema de los ministerios ordenados no aparece explícitamente. Hay un apartado del que podría inferirse, pero es tan general que no creo que se piense en ello al leerlo: “Todas las Asambleas continentales piden que se aborde la cuestión de la participación de las mujeres en el gobierno, la toma de decisiones, la misión y los ministerios a todos los niveles de la Iglesia, con el apoyo de las estructuras adecuadas para que esto no se quede en una mera aspiración general”. También se nombra el diaconado femenino frente al cual se pregunta, si es posible plantearlo y de qué modo. En realidad, el diaconado femenino ya se ha planteado y no existen razones teológicas o históricas para no concederlo. Falta la voluntad de hacerlo. Daría la impresión al leer estas breves referencias sobre estos temas en relación con las mujeres o que, efectivamente no se pidió en las consultas al pueblo de Dios, o se fue diluyendo en las sucesivas síntesis de los aportes. Sea lo que sea, lo cierto es que todo este esfuerzo por una iglesia sinodal va posicionando estos y muchos otros desafíos eclesiales y llegará el tiempo de no poder retrasar más las respuestas necesarias.

Pero lo que más me interesa comentar es que junto al proceso sinodal, muchas mujeres de todo el mundo han liderado iniciativas para responder a preguntas fundamentales de su participación eclesial. Una de estas iniciativas está siendo liderada por el Consejo de Mujeres Católicas (Catholic Women Council, CWC), quienes desde el inicio del sínodo iniciaron una “peregrinación mundial”, articulando diversas redes y grupos de mujeres para numerosas conversaciones, debates, reuniones virtuales, etc., sobre cinco ejes temáticos: (1) La situación de las mujeres en la Iglesia; (2) Poder, participación y representación; (3) Estructuras y rendición de cuentas (4) La vida sacramental y (5) Resistencia y esperanza. Los resultados de esos trabajos se llevaron al Sínodo, terminada la etapa de consulta (o sea, más aportes llegaron de los que parecen reflejarse en el Instrumentum laboris). El trabajo de esta red continúa. Por eso un grupo representativo de estas mujeres llevará a cabo en Roma, los días 10 y 11 de octubre diversas actividades de reflexión, diálogo y celebraciones litúrgicas para seguir mostrando la urgencia de reconocer la plena dignidad e igualdad de las mujeres en la Iglesia y su plena participación en todos los niveles.

Otra iniciativa similar está liderada por otra red de mujeres, Spririt Unbonded, red global de reforma católica y de otros grupos cristianos ecuménicos que trabaja para incluir a los grupos marginados por la Iglesia católica, buscando hacer plenos los “Derechos Humanos en la Iglesia Católica”. Esta red también realizará diversos eventos del 8 al 14 de octubre de manera online pero también de forma presencial el 13 y 14 de octubre en Roma (Italia) y Bristol (Reino Unido).

En conclusión, hay una porción de Iglesia muy ajena a todo este proceso, pero también hay otra porción de Iglesia muy comprometida con este camino sinodal. Por una parte, los convocados directamente por el proceso sinodal y, por otra, todas estas redes que en su compromiso de fe y de amor a la Iglesia trabajan incansablemente por una reforma eclesial que abarque tantos aspectos urgentes, entre ellos, la inaplazable participación plena de las mujeres en ella. Sería muy importante que estas voces extra oficiales fueran más escuchadas por el sínodo “oficial” porque sin duda, el Espíritu también habla fuerte en las márgenes, en los bordes, en las periferias, allí donde se gestan tantas verdades que no quieren ser escuchadas para no desestabilizar los centros de poder que, muchas veces, se sienten poseedores únicos de la verdad. Esperemos que este próximo mes de octubre, con tanto movimiento eclesial, de los frutos esperados. La reforma eclesial no es opcional, es indispensable para que la Iglesia pueda ser significativa para este momento presente.

lunes, 11 de septiembre de 2023

 

Rezar ¿cómo? ¿para qué?

Olga Consuelo Vélez

Muchas veces oímos decir “hace falta oración”, “la oración es la única fuerza”, “sin oración no se sostiene nuestra vida espiritual”, “recemos por la paz de Colombia, por la paz del mundo, por los pobres, etc.”. Pero nuestro mundo más o menos sigue igual y, por ejemplo, en Colombia llevamos una historia de violencia que podríamos concluir o que no hemos rezado suficiente o, definitivamente, la oración no produce ningún efecto. Por eso podríamos preguntarnos ¿rezar cómo? ¿rezar para qué?

La oración -que no es patrimonio de los cristianos sino de todas las religiones- es la manera como alimentamos, mantenemos, profundizamos en nuestra relación con lo divino. Cuando somos capaces de detenernos para intuir, contemplar, dialogar, adorar, reconocer, ese misterio que llamamos Dios, estamos viviendo lo que comúnmente llamamos “oración”. Ahora bien, la forma de hacerlo, los tiempos, las expresiones, etc., son tantas como culturas, personas o religiones existen. Por supuesto cada religión tiene sus propias maneras de orar, permitiendo a los miembros de cada grupo, identificarse como pertenecientes a ella y sentir que se pueden expresar comunitariamente. No sobra recordar el peligro de querer uniformizar dicha experiencia, de creer que solo un modo de oración es el auténtico o, más grave aún, afirmar, en nombre de Dios, una forma única con unos ritos concretos, los cuales se identifican cómo universales y que han de seguirse por todos.

Si miramos los evangelios encontramos en Jesús una disposición para ese encuentro con su ABBA y, como lo relata Mateo (6, 5-15), Jesús se refiere a la oración diciéndole a sus discípulos que cuando oren no sean como los hipócritas que gustan de orar en las sinagogas para ser vistos, sino que, en lo secreto, oren al Padre; sin mucha palabrería -como hacen los gentiles, creyendo que así serán más escuchados; ya que Dios sabe lo que necesitan. En ese contexto, enseña el Padre Nuestro que ya de entrada señala el carácter comunitario de la oración -al decir “nuestro” y la disposición a acoger el reino de Dios, don suyo que al recibirlo nos compromete a hacerlo posible, asegurando el pan para todos y el perdón mutuo, condición necesaria para caminar con los demás.

Todo lo anterior nos responde, de alguna manera, al cómo y al para qué de la oración. Las maneras de orar son plurales y cada uno podrá ir configurando la suya desde lo recibido, desde su sensibilidad, sus disposiciones, su cultura, el grupo religioso al que pertenece, etc. El para qué de la oración corresponde a ese encuentro con lo divino que nos permite sentir su amor, entender el reino que nos regala y buscar la manera de realizarlo en nuestra historia personal y comunitaria.

Ahora bien, en ese encuentro con Dios el diálogo puede versar sobre agradecer lo recibido -comenzando con el don de la vida-, reconocer el misterio insondable de nuestro Dios -oración de alabanza-, dolor de nuestros pecados y, la tan conocida oración de petición. Y, aquí es donde viene una pregunta crucial que ya señalamos al inicio: ¿nos faltará rezar más para que cambien las situaciones o será que Dios no nos escucha? La respuesta ya la adelantamos antes, pero intentemos explicarla más. La oración no es para pedir “cosas” o “cambio de situaciones”. La oración es para pedir el “Espíritu Santo”, como muy bien lo expresa Lucas en el ejemplo que pone sobre el padre que siempre dará cosas buenas a sus hijos, deduciendo fácilmente que el Padre del cielo “dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc 11, 11-13). Efectivamente, lo que nos da -si hablamos en estos términos de pedir y dar- es el espíritu de Dios para vivir el compromiso cristiano que implica nuestro seguimiento de Jesús. Su espíritu es el que nos iluminará, fortalecerá, conducirá para trabajar por hacer posible todo aquello que pedimos.

En otras palabras, la oración de petición no nos alcanza “cosas”. La oración de petición no tiene más eficacia frente a Dios porque se haga con más frecuencia o con menos. La oración de petición es para tomar conciencia de todas nuestras necesidades -personales y del mundo- y pedir a Dios la fuerza de su espíritu para trabajar por superarlas, aceptarlas, transformarlas. Sobre el ejemplo que pusimos de pedir a Dios por la paz de Colombia, si es una oración en la que pedimos realmente esa paz, las consecuencias se verían en la medida que nuestros corazones en el encuentro con el Dios de la paz, se vaya transformando para ser promotores de esta, para exigir la justicia social -una de las grandes causas de la violencia-, para desarmar los corazones y hacer posible el perdón y la reconciliación. La oración por la paz nos fortalecería para conceder una nueva oportunidad, incluso para los actores de la guerra. La oración por la paz de Colombia supone una conversión hacia la paz de todos los que hacemos esa oración. No puede ir de la mano de una negativa al diálogo, como lo hacen tantos que se dicen cristianos. Pedir por la paz, si no somos "artesanos de la paz", se asemeja más a la magia que a la verdadera "oración”. El papa Francisco lo afirmó, varias veces, en la encíclica Fratelli tutti: “una verdadera paz solo puede lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo, persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo” (n. 229); “La verdadera reconciliación no escapa del conflicto, sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente” (n. 244).

Sí, es muy necesaria la petición por la paz de Colombia y por la de tantas necesidades que tenemos. Pero solo es posible si pedimos lo fundamental e imprescindible: el espíritu del Señor que transforme nuestro corazón para ser instrumentos de su paz, constructores de la justicia, comprometidos hasta el fondo con la transformación de todo aquello que nos afecta. El Dios mágico no es el Dios de Jesús. El Dios que nos regala su espíritu para hacer posible el reino es a quien necesitamos encontrar en la oración para que esta, efectivamente, de sus frutos abundantes en la historia que vivimos.

lunes, 4 de septiembre de 2023

 

Pensando en voz alta sobre la vida religiosa

Olga Consuelo Vélez

La formación para la vida religiosa masculina y femenina se ha constituido en todo un desafío. Por una parte, hay menos vocaciones, con lo cual, tener uno o dos formandos/as resulta más difícil porque se puede volver algo demasiado focalizado en ese pequeñísimo grupo y hasta agobiante al no tener otros de su edad con quien caminar. Por otra parte, para aliviar la situación que acabo de describir, las comunidades están agrupando a todos los/as jóvenes de diversos países, pero en esa situación surgen otros problemas: demasiada diversidad de culturas, visiones, grado de formación, etc., que pudiendo resultar enriquecedor, también puede prestarse a privilegiar solo un punto de vista -casi siempre el de la persona encargada de la formación-, dejando de lado todas las otras particularidades del grupo más amplio de formandos/as.

Otra situación difícil es que, ante la escasez de vocaciones se puede caer en literalmente “pescar” en todo lugar donde se pueda. No quiere decir esto que todos no estén llamados y que la diferencia de condición socio económica o cultural o de cualquier otro tipo vaya a impedir que se sienta el llamado. Pero si quiere decir que no es tan aconsejable que se invite a los jóvenes con motivaciones de estudios, de viajes, de ocupaciones varias, creyendo que, al entrar a la casa de formación, la vocación a este estilo de vida llegará como consecuencia inevitable. No parece que eso pase en la mayoría de los casos. Y, entonces, es muy probable que los que entraron atraídos por otras razones, vayan dejando la comunidad porque no sienten el llamado a esa vocación específica.

Con respecto a los estudios que se realizan -casi siempre de filosofía y teología- existe una grave dificultad que no siempre se asume en las casas de formación. Lo que estudian no parece ir acompañado de las prácticas eclesiales, litúrgicas, sacramentales o pastorales que llevan en sus casas formativas. En la academia se insiste en un modelo de iglesia circular y en las comunidades, a veces se vive un modelo más piramidal. Se insiste en una vida sacramental expresión de la fe vivida en lo cotidiano y en la formación se puede volver un cumplimiento rutinario. Se insiste en una preparación seria y fundamentada de la acción pastoral y en la formación se envía a los jóvenes a improvisar experiencias o a plegarse a los modelos pastorales tradicionales vividos muchas veces en los lugares de misión a los que son enviados. En definitiva, no parece que se propiciaran diálogos en las casas de formación sobre lo que aprenden en las clases y cómo eso ha de dinamizar, transformar o afianzar lo que se vive en la cotidianidad formativa.

También referido a los estudios, especialmente en las comunidades femeninas, se percibe mucho temor de enviar a estudiar a las jóvenes porque sienten que la academia las induce a dejar la vocación. Se opta entonces por programas a distancia o porque no estudien demasiado como evitando que el estudio les haga cuestionar lo que viven. También hay temor a que, una vez terminada la carrera universitaria, abandonen la comunidad. Y sí, es verdad que eso pasa. Pero creo que no siempre se asume la pregunta de fondo de si son los estudios los que quitan la vocación o es la confrontación de estos con las estructuras formativas no muy actualizadas las que les empujan a dejar la comunidad.

Desde mi experiencia de compartir con tantos y tantas jóvenes en formación, puedo constatar que tienen muchos valores y muchos deseos de responder al camino en el que se encuentran. Pero tropiezan demasiado con las estructuras en las que están desarrollando el proceso formativo y sin afirmar que todo el problema está en dichas estructuras -también cada joven tiene sus propias historias, limitaciones, retrocesos y dobleces- si pareciera que el mayor problema está en la estrechez del “deber ser” de la formación, incapaz de asumir otros estilos, otras experiencias, otras posibilidades que vayan más acordes con los tiempos actuales. Especialmente en las comunidades femeninas, no caben mentalidades patriarcales y esquemas de subordinación o sometimiento, cuando en la sociedad las mujeres han adquirido tanta conciencia de su dignidad y sus derechos. Y, en general, no es posible infantilizar a los formandos/as -muchas veces no tan jóvenes sino en el arco de los 25 a los 35 años-, marcándoles el camino sin contar con sus iniciativas, sus puntos de vista e, incluso sus críticas, para sentirse caminando juntos en procesos formativos que no han de ser unidireccionales -del formador al formando- sino de grupos humanos donde todos, de alguna manera, están en camino de formación porque el espíritu se manifiesta en todos los miembros de la comunidad.

Ahora bien, posiblemente es el momento de mirar la pertinencia de tantos carismas -que en realidad se despliegan en los mismos campos de misión- porque posiblemente se podrían unir intercongregacionalmente para mejores resultados. O de repensar el significado profético que la vida religiosa ha de tener -porque esa fue la intencionalidad en sus orígenes- para no caer en activismos o en multitud de campos de misión, sin que sean verdaderamente necesarios o testimoniales. Y, en definitiva, sentirnos más Iglesia donde la vocación al seguimiento de Jesús es patrimonio de todos y talvez estamos en un momento histórico en el que la vocación al seguimiento de Jesús es de todos y, por eso, no es que falten vocaciones, sino que el espíritu las está suscitando en el corazón del laicado. Que haya seguidores de Jesús, es lo que interesa, no necesariamente que surjan vocaciones para la vida religiosa o para el ministerio ordenado de hombres célibes. Quien quita que la realidad histórica esté abriendo nuevos caminos para una iglesia más vocacionada y unos ministerios más plurales. Escuchar al espíritu podría ser la opción más razonable.