martes, 31 de enero de 2023

 

Por una vida consagrada más simple, más libre, más de Dios

Olga Consuelo Vélez

Juan Pablo II, en 1997, instituyó las Jornadas Mundiales de la Vida Consagrada, a celebrarse cada  2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, con el objetivo, según lo expresó en su mensaje para la primera jornada,  de “valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca mediante la práctica de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, una ocasión para que las personas consagradas renueven los propósitos y sentimientos que han de inspirar su entrega al Señor”.

Este año será la XXVII Jornada Mundial y en el Vaticano no será presidida por el Papa Francisco ya que está en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, en su cuarto viaje apostólico al continente africano, sino por el Prefecto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el cardenal João Braz de Aviz quien en una carta que firma junto con el arzobispo secretario, José Rodríguez Carballo, invitan a la vida consagrada a “ensanchar la tienda”, con el estilo de Dios que es “cercanía, compasión y ternura” y preguntándose, entre otras cosas, “si se invoca al Espíritu con fuerza y perseverancia para que reavive en el corazón de cada persona consagrada el fuego misionero, el celo apostólico, la pasión por Cristo y por la humanidad” (Vatican News, 27-01-2023).

Por su parte la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) ha ofrecido un recurso orante con el lema “Desde el amanecer hasta el ocaso caminamos en esperanza”. La vida consagrada del continente quiere mantener la escucha al Espíritu para oír los clamores de nuestros pueblos y responder a ellos.

Efectivamente, la vida consagrada entendida como un don de Dios para el mundo es una riqueza para el mundo. Muchas son las personas que a lo largo de la historia han sentido ese llamado fuerte a dedicar su vida al servicio de los demás, desde diversos carismas, y hay miles de testimonios que edifican, animan, interpelan, convocan, impulsan a seguir esos mismos caminos. Sin embargo, en estos tiempos las vocaciones disminuyen y no dicen tanto a los contemporáneos. Muchos estudios se hacen para entender el fenómeno y muchos esfuerzos se consolidan para buscar atraer a más jóvenes.

Personalmente considero que varias cosas hay que tener en cuenta. Los tiempos cambian y eso es una realidad irreversible. Por tanto, no es de extrañar que los signos de un tiempo no significan lo mismo para otro tiempo. Y no porque el Espíritu se vaya de nuestra historia sino porque tal vez no sabemos buscarlo allí donde hoy se manifiesta con más fuerza. Y, en ese sentido, las estructuras de la vida religiosa -especialmente la femenina- cada vez dicen menos a jóvenes que en este tiempo valoran mucho más la autonomía, la globalización, la tecnología, la pluralidad, la ciencia, los derechos humanos, la justicia social, la dignidad humana. No es que el tiempo pasado sea mejor, simplemente, es distinto. De ahí que no hay que extrañar que haya cada vez menos jóvenes que se ciñen a estructuras de autoridad, a una disponibilidad entendida como renuncia a desarrollos propios, a una afectividad inmadura o a una visión del mundo uniforme. Y esto no significa que no tengan fe o no sientan un llamado al servicio de los demás. Simplemente esa llamada no logra realizarse en ese tipo de estructuras. Y aunque hay esfuerzos y algunas comunidades lo hayan conseguido, en muchos casos no acaban de transformarse. Y por eso, las tensiones comunitarias son bastantes, hay movimientos de apertura, pero también muchos miedos que producen nuevas involuciones.

Ni todo carisma puede perdurar en el tiempo sin actualizarse, ni los modelos de vida religiosa que tuvieron tanto éxito en un tiempo, permanecen vigentes para siempre. Posiblemente hay que reconocer con humildad que algunas comunidades cumplieron su ciclo y han de fusionarse (esto lo está pidiendo el Papa a varias comunidades) y que las que perduran han de centrarse más en la misión a realizar que en la autopreservación de la comunidad. Y la misión convoca a todo el pueblo de Dios -laicado, vida consagrada, clero- uniendo fuerzas para hacer presente el Reino y no gastándolas en la salvaguarda de estructuras cada vez más anquilosadas.

Por supuesto servir al Reino de Dios ha de hacerse “ligero de equipaje”, pero lamentablemente, el paso de los años ha dado tantos bienes a las comunidades religiosas que ya no se sabe si se trabaja para preservarlos o para la misión y, por otra parte, muchas veces el criterio para el trabajo pastoral de la comunidad no es la necesidad de la gente sino los intereses de la comunidad que tiene sus planes preconcebidos.

Creo que estos tiempos reclaman esa vuelta a los orígenes -de lo que ya se habló con Vaticano II- donde las comunidades pequeñas surgían respondiendo a las necesidades concretas del momento y se hacían con la frescura, libertad y disposición que da la libertad de estructuras y las relaciones interpersonales que son posibles en grupos pequeños, que confluyen en similares sentires ante los clamores que escuchan.

Muchas otras cosas es necesario seguir pensando para la renovación de la vida consagrada. Pero digamos una más: la vida consagrada femenina si no camina al ritmo de la conciencia que hoy tienen las mujeres sobre ellas mismas, sus demandas y sus búsquedas, no creo que tenga demasiado futuro. Feminismo y vida consagrada han de ir de la mano porque esas “Mujeres del Alba” (como ha denominado la CLAR su horizonte inspirador 2022-2025) han de ser mujeres de este presente, con esa conciencia clara de su dignidad, de sus derechos, de su liberación frente a los estereotipos que la sociedad patriarcal les ha atribuido y que también están presentes en la iglesia clerical de la que forman parte.

“El dueño de la mies” (Lc 10,2) sigue presente en cada persona que trabaja por el bien común y en tantos jóvenes que en nuestros países latinoamericanos están comprometidos con el cambio y la justicia social. Tal vez son tiempos en que la vida consagrada camine más de cerca de los movimientos sociales que, a fin de cuentas, son los que hacen posible que saboreemos el reino de Dios en el aquí y ahora de nuestra historia. Una espiritualidad de ojos abiertos es imprescindible y la dedicación al reino, lo único esencial. Tal vez desde allí se transformen las estructuras y la vida consagrada se haga más simple, más pobre, más de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 25 de enero de 2023

 

Una palabra sobre Benedicto XVI

Olga Consuelo Vélez

Se han escrito muchas cosas a raíz de la muerte de Benedicto XVI y, como de cualquier persona, hay mucho que señalar en positivo y en negativo. Nadie está exento de equivocarse en muchas de sus decisiones, también es posible que haya actitudes que voluntariamente se toman con plena conciencia, aunque objetivamente no sean las más adecuadas y hay muchas otras realizaciones buenas porque, el ser humano tiende al bien, haciendo así posible este mundo bueno que tantas veces experimentamos.

De Benedicto XVI se reconoce el aporte de su teología antes de ser prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe y su honestidad para renunciar como Papa cuando se dio cuenta de qué los problemas de la iglesia le superaban. Desde mi experiencia personal me gustó mucho oírle decir en la inauguración de la Conferencia de Aparecida, en 2007, que “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”. Con estas palabras, desde mi punto de vista, respaldaba el quehacer teológico latinoamericano y la opción preferencial por los pobres de la porción de iglesia de este continente que buscó hacer vida las conferencias de Medellín y Puebla. Pero no se puede olvidar que, como Prefecto, cuestionó el quehacer teológico de muchos teólogos y teólogas, favoreciendo ese ambiente de persecución y miedo a decir o a hacer cualquier cosa que no fuera lo “eclesiásticamente correcto”, lo que permitía que fácilmente se levantaran acusaciones que, efectivamente, eran escuchadas en aquellas instancias vaticanas. Con Francisco, ese ambiente de vigilar la ortodoxia se ha ido desvaneciendo y no porque no sea importante vivir la fe de forma adecuada, pero esto no se logra apegados a normas y reglas sino manteniendo el espíritu del evangelio que siempre sabe abrirse a nuevas realidades y responder a los signos de los tiempos.

No puede dejar de mencionarse las resistencias a la puesta en marcha del vaticano II llevadas a cabo en el pontificado de Juan Pablo II, con Ratzinger como prefecto y, posteriormente de este, como Benedicto, en su pontificado. El volver a permitir la misa en latín, entre otras cosas, mostraron su contradicción con el espíritu de Vaticano II. Por todo esto se hablaba del “invierno eclesial” que se vivió en las últimas décadas y que hizo llamar al pontificado de Francisco de “primavera eclesial”, al notar que desde sus inicios volvió a poner en el centro de la vida de la Iglesia, el dinamismo que engendró Vaticano II y ha buscado impulsarlo decididamente. No le está siendo fácil, pero efectivamente, en algunos aspectos si ha vuelto a entrar aire fresco a la Iglesia.

La muerte de Benedicto XVI deja, de alguna manera, sin respaldo a esa porción de Iglesia que se ha opuesto a Francisco. Son conocidos algunos cardenales y personajes vaticanos. Pero también hay un grupo bastante grande de presbíteros jóvenes que se han alineado más con Benedicto que con Francisco lo mismo que un sector del laicado que perteneciendo a movimientos laicales fundados no hace demasiado tiempo, están impregnados de un cristianismo “de cristiandad”, acompañado de una visión tradicionalista, rigorista y moralista. Ojalá que la muerte de Benedicto les confronte con el actual pontificado y sean capaces de descubrir el Kairós que significó Vaticano II para seguir implementándolo. No hay duda de que la historia de la Iglesia se realiza a través de las vicisitudes de las personas, las circunstancias, los acontecimientos que cada momento trae. Pero nuestra responsabilidad consiste en hacer estas relecturas para discernir el hilo conductor que las ha ido tejiendo, valorando lo positivo que siempre se ha seguido dando y reconociendo lo negativo para transformarlo.

Además, los tiempos actuales nos demandan más audacia, más creatividad, más apertura, más dinamismo. Lo que Francisco denominó, “iglesia en salida” no es un slogan sino una realidad que es urgente poner en práctica. Si con Vaticano II la iglesia salió de su actitud de defensa y condena de todo lo nuevo; hoy en día es necesario vivir esa actitud con todas las consecuencias. La Iglesia en salida es la que vuelve a practicar lo más esencial del evangelio: la vida digna para todos, la apertura al diálogo y al encuentro, la aceptación de la diferencia, la capacidad de aportar su palabra como “signo del reino” en medio de muchas otras visiones y perspectivas, la construcción de la paz, el cuidado de la creación, un mundo donde haya lugar para todos y todas. No son tiempos de añorar el rigor y la solemnidad de Benedicto sino de vivir la sencillez, la espontaneidad, la humanidad de Francisco para que el evangelio pueda seguir siendo hoy una palabra fresca, encarnada en la historia, significativa para este presente que ya no entiende de poderes y dogmatismos sino de compromiso con el bien común desde la diversidad, la interculturalidad, la diferencia, la misericordia.

 

viernes, 6 de enero de 2023

 

Un año nuevo para trabajar por nuestros sueños sociales

Consuelo Vélez

Comenzar un año da la sensación de poder estrenar realidades nuevas, no porque cambien mágicamente las circunstancias, pero sí porque el calendario nos ayuda a tener la experiencia de que algo termina y algo comienza. ¿Qué deseamos que termine? ¿Qué soñamos que comience? A nivel personal cada uno tendrá muchos sueños. Pero a nivel social también podemos compartir muchos otros.

Ojalá termine la injusticia social de nuestro mundo donde la pobreza se agudiza y las condiciones de infrahumanidad se están volviendo normales. Esto no es querido por Dios. La buena noticia del reino anunciado por Jesús supone la transformación de estas situaciones: “Que los ciegos vean, se liberen los oprimidos, se proclame el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Pero esto no se puede hacer realidad sin el compromiso de todos buscando estructuras sociopolíticas que lo hagan realidad. En Colombia estamos estrenando un gobierno que tiene esta intencionalidad de justicia. No es fácil concretarla y mucho menos cambiar una manera de funcionar muy injusta que ha sido la ejercida en toda nuestra historia. Pero sí podemos apoyar todo aquello que favorece a los más pobres, defenderlo y exigirlo. La transformación de la injusticia no se logrará mágicamente ni porque recemos mucho por ello. Será posible si vivimos una ciudadanía activa, capaz de discernir lo que signifique justicia social, apoyándolo decididamente.

Ojalá termine la irresponsabilidad ecológica. Hemos vivido en los últimos tiempos una inclemencia del tiempo muy grande. O lluvias copiosas o calores inaguantables. Y todo se debe al calentamiento global. No somos las grandes potencias que pueden tomar decisiones para impedir que continue el deterioro ambiental, pero si podemos convertirnos en líderes ambientales que, desde nuestras prácticas cotidianas, actuemos de otro modo, y con nuestro testimonio convoquemos a más personas a comprometerse con el cuidado de la creación. En este aspecto el papa Francisco ha hecho un aporte fundamental con la Encíclica Laudato si (2015) donde propone la ecología integral en estos términos: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, para cuidar la naturaleza” (n. 139).

Ojalá terminen los conflictos y las guerras en todas las partes del mundo. La propuesta de “Paz total” del actual gobierno es un horizonte muy propicio para conseguir esta realidad. Lamentablemente más de uno se opone a esta propuesta porque se espera vencer al enemigo por la fuerza y hacerle pagar “con creces” por todos sus delitos. Es normal que se tengan estas expectativas, pero más humano y más cristiano es entender que a los enemigos no se les “vence” sino que se les “convence”. Es decir, solo el diálogo puede lograr la superación de todos los conflictos. En esto también el papa Francisco en su Encíclica Fratelli tutti (2020) nos señala el camino que se espera de la vida cristiana: “La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque aún las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosle la buena batalla del encuentro!” (n. 217).

Ojalá terminen todas las violencias contra las mujeres. Hay violencias físicas, psicológicas, sexuales, simbólicas. Se dan en todos los ámbitos, en los espacios públicos y privados; en la sociedad y en las iglesias. Pero va creciendo la conciencia feminista y cada vez se hace más clara la reivindicación de todos sus derechos porque el respeto a la dignidad de las mujeres es una exigencia ética y cristiana. La praxis de Jesús muestra con creces su manera de ver a las mujeres al convertirlas en sus interlocutoras. Por ejemplo, la mujer sirofenicia dialoga con Jesús sobre el dar las migajas a los perritos, contrarrestando así la postura de Jesús de solo atender a las ovejas perdidas de Israel y consigue cambiarle su visión (Mc 7, 24-30) y después de su resurrección a la primera que se le aparece y le confía el llevar el anuncio al resto de los discípulos es a María Magdalena. Lamentablemente no se ha valorado suficientemente ese protagonismo femenino y por el contrario se le infravaloró, identificando a María Magdalena con la pecadora arrepentida, presentándola como prostituta perdonada por Jesús. Hoy en día esa confusión se ha aclarado, reconociendo en María Magdalena una mujer enferma, curada por Jesús, pero en ningún caso prostituta y, como ya dijimos, depositaria, en primer lugar, de la misión confiada por Jesús a sus discípulos (Jn 20, 11-18).

Ojalá la iglesia clerical y piramidal se vuelva cosa del pasado y vivamos una iglesia sinodal donde laicado y clero participen de manera conjunta y, especialmente, la voz del laicado sea escuchada, valorada y respetada. El Espíritu Santo reside en todos los miembros del Pueblo de Dios y si no se acoge su voz en el laicado la iglesia no puede ser conducida por el Espíritu. Es muy importante que se vaya plasmando esta reforma eclesial porque hemos tomado más conciencia de la urgencia de la misma. Las palabras del papa Francisco al inicio de su pontificado “quiero una iglesia pobre y para los pobres” (Evangelii Gaudium. 2013, n. 198) marca el camino de la reforma y del camino sinodal que estamos procurando.

Podríamos seguir enumerando realidades que quisiéramos que terminen y los deseos que tenemos de un mundo más justo y en paz. Pero lo importante es que cada persona haga su propia lista y comience el año con el compromiso de trabajar por hacerla realidad. El Señor está de nuestra parte y nos llena de bendiciones para vivir a plenitud este nuevo año que gratuitamente nos ha dado.