domingo, 26 de noviembre de 2017


A propósito del Día internacional de la NO VIOLENCIA contra las mujeres
Hace unos meses una compañera de trabajo estaba comentándole a un colega que la violencia contra los hombres era muy grande. Que muchas mujeres golpeaban a sus maridos y que eso no se tenía en cuenta cuando se hablaba de la violencia que sufrían las mujeres. Más aún, que cuando ellos iban a poner la denuncia no les creían o minimizaban la gravedad del hecho. De una manera muy “mal educada” de mi parte (posteriormente pedí disculpas a los dos colegas por esto), al haber escuchado ese argumento, me “entrometí” en esa conversación y argumenté que la situación era muy distinta porque a los hombres se les pega, maltrata, etc., porque hay maldad, rabia o descontrol, también ejercido por las mujeres y, de hecho, se golpea a muchos varones. Pero que en el caso de las mujeres no solamente se dan las causas que acabamos de señalar sino que a las mujeres se les golpea por “ser mujeres”, es decir, en razón de su género. Este es el argumento de la ley de Feminicidio aprobada en 2015 en Colombia, llamándola, “Ley Rosa Elvira Cely” en recuerdo de esta mujer que fue brutalmente vejada y asesinada por un conocido en el Parque Nacional en el año 2012. La ley consagra el feminicidio como “un delito autónomo, para garantizar la investigación y la sanción de los actos violentos contra las mujeres por motivos de género y discriminación”. Como yo me había entrometido en la conversación, mis reflexiones molestaron doblemente y me dijeron que la conversación era entre ellos (con razón lo hicieron) pero desde aquel día me quedó la inquietud de volver a plantear el argumento y me parece oportuno (esta vez ya sin entrometerme en la conversación de otros) hacerlo con ocasión del 25 de noviembre –Día internacional de la No violencia contra las Mujeres-.

Este día lo estableció la ONU en 1993, en recuerdo de las hermanas Mirabal que fueron asesinadas por luchar contra la dictadura de Trujillo en República Dominicana el 25 de noviembre de 1960. La ONU aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la violencia contra la mujer, violencia basada en el género que tiene como resultado un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción y hasta la privación de la libertad tanto en el ámbito público como en el privado. En este último ámbito se ejerce cotidianamente y todavía hay mucho trabajo por hacer para despertar la conciencia sobre esta realidad y para combatirla definitivamente. Según Medicina legal, en Colombia en el 2016 se presentaron 731 casos de feminicidio y este año, entre enero y octubre, se contabilizan 758 casos. Y son muchas más las noticias que cada día vuelven sobre este hecho. Todavía vivimos en una sociedad patriarcal y machista y no nos damos cuenta de cuan hondo nos moldea a varones y mujeres. Ni somos conscientes de las miles de violencias cotidianas que con comentarios, actitudes y hechos, -varones y mujeres- cometemos contra las mujeres. Pero cuando se toma conciencia es como si se cayera ese velo de los ojos y se ve, una a una, todas esas realidades. Pero esto molesta a los varones. Algunos reclaman “yo no soy así y ustedes nos acusan a todos los varones”. Sin duda muchos varones no ejercen violencia contra las mujeres “conscientemente” pero ellos también tienen que reconocer que como hijos de un sistema patriarcal si no la ejercen, la permiten y si no la reconocen –como sociedad- son también cómplices de ella. Y las mujeres, con más razón. Claro que nos cuesta reconocer que permitimos esa violencia y que –de hecho- se ha ejercido contra nosotras. Y más cuesta que nos digan que por qué reclamamos sobre ese asunto. Sí, es más fácil, no denunciar nada porque así la aceptación de los demás está garantizada pero cuando nos atrevemos a levantar la voz y hacer caer en cuenta de un hecho y de otro, nos ganamos burlas, mala fama y hasta enemigos.

Ayer, en Bogotá, hubo una marcha con motivo de esa conmemoración. No fueron multitudes pero si un grupo significativo (3 cuadras a lo largo de la carrera 7). Y eran muchos jóvenes –varones y mujeres-. Esto mantiene la esperanza de que las cosas, sí van cambiando. Anima mucho esa conciencia, especialmente, en los/las jóvenes. Y, al final de la noche, fue muy grato recibir de un estudiante (agradeciéndome la conciencia que había adquirido a través de las clases) un video en que muchos varones afirman “soy feminista”, contradiciendo aquello de que los varones no pueden ser feministas porque no son mujeres y mostrando que esto no es cuestión solo de las mujeres sino de todos aquellos que reconocen que la violencia contra las mujeres es una realidad que se ha ejercido a lo largo de los siglos y es una exigencia ética de todos y todas trabajar por terminarla. Ojala se acabe todo tipo de violencia pero ojala termine -de una vez por todas- la violencia contra las mujeres que se ejerce -repito una vez más- no por la maldad humana que se da en tantos contextos, sino porque se ha creído que la mujer es un ser de segunda categoría, alguien que puede ser objeto de otro, a la que se le puede golpear y matar por ser mujer.
Foto tomada de: http://www.thepanamadigest.com/wp-content/uploads/2010/11/femicide.jpg

sábado, 18 de noviembre de 2017

¿Qué pidió el Papa para esta I Jornada Mundial de los pobres?

Como lo comentamos hace pocos días, hoy -19 de noviembre- conmemoramos la I Jornada Mundial de los pobres a la que convocó el Papa Francisco. No sé qué tanta referencia se esté haciendo de ella en nuestras comunidades particulares. Tampoco sé si se estará haciendo lo que el Papa propuso: “Este domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos (… ) Sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre”. Si hemos hecho esto hoy, estaremos contentos de haber respondido a la propuesta del Papa. Y si no lo hemos hecho, todavía estamos a tiempo de unirnos con lo fundamental que el Papa propuso: “que esta jornada nos estimule a reaccionar ante la cultura del descarte y del derroche y hagamos nuestra la cultura del encuentro. Y que nos dispongamos con cualquier acción solidaria para realizar signos concretos de fraternidad”.

Esta propuesta es muy necesaria porque los tiempos actuales nos llevan a colocar a las cosas por encima de las personas y a  despertar en nosotros el deseo de acumular sin ningún compromiso por el compartir. Aprovechemos, por tanto, esa iniciativa papal para que los pobres estén efectivamente en nuestro corazón, como lo están en el corazón de Dios, y nuestra preocupación por cambiar su situación, sea efectiva y afectiva. Rezar el Padre Nuestro pidiendo el pan “nuestro” de cada día, nos ayudará a recordar que ser hijos del mismo Padre implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esa oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para que haya pan para todos. Y esto, en otras palabras, significa preguntarnos por qué existe tanta pobreza y empeñarnos en transformar sus causas. Dios no quiere la pobreza que padecen tantos. Transformarla es nuestro compromiso. Ojala este sea el fruto que nos quede de esta jornada.

martes, 14 de noviembre de 2017


I Jornada Mundial de los Pobres




El papa Francisco propuso celebrar la “I Jornada Mundial de los pobres” el próximo 19 de noviembre. Es una iniciativa que surge como consecuencia de la orientación que le ha dado a su Pontificado, centrado en los pobres –en los que Cristo está presente y nos pide encontrarlo- y en la urgencia de dar un testimonio de Iglesia pobre y comprometida con los pobres. Ahora bien, esa iniciativa no es un invento suyo. La primera carta de Juan (3,18) nos desafía profundamente: “Hijitos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Así comienza el Papa el mensaje con el que propuso esta Jornada mundial diciéndonos que Dios no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de seguir su ejemplo y este consiste en amar en primer lugar a los pobres y darlo todo por ellos, incluso hasta la propia vida. Pero esto no es un imperativo ético que debemos cumplir como obligación. Por el contrario, parte de la experiencia del amor de Dios que nos amó primero. Quien reconoce este amor, no puede menos que responder con todas sus fuerzas porque ese amor es gratuito y llega a todos independiente de sus faltas y pecados. Y, precisamente, por esa misericordia recibida es que se siente la urgencia, el deseo, la voluntad de hacer lo mismo con los demás. Y, ¿por qué ese primacía de los pobres? Porque Jesús los proclamó como bienaventurados y herederos del Reino de los Cielos no porque ellos sean mejores que los demás sino, precisamente, porque su precariedad, su falta de posibilidades, hace que la misericordia divina se vuelque sobre ellos y busca  que todos los demás entiendan esa lógica divina de comenzar por los últimos para  que nadie se quede por fuera de la mesa del reino. Preparémonos, entonces para esta celebración tan central en la propuesta cristiana.



viernes, 10 de noviembre de 2017


Tomémonos a Jesús en serio

Es tiempo de vivir en fidelidad a los misterios centrales de nuestra fe y de dar testimonio de aquello que decimos creer. Pero ¿por qué se hace tan difícil vivir con radicalidad el evangelio? ¿por qué hay miedos excesivos de ir hasta el fondo en el amor, el compromiso, la solidaridad, la entrega? ¿por qué no nos desprendemos definitivamente de los honores y riquezas de este mundo que tanto mal nos hacen?

No hay fórmulas para dar respuesta a estos y otros interrogantes parecidos. Pero algo que puede ayudarnos a responder, es entender que la experiencia de fe se vive de muy diversas formas pero, a manera de ejemplo –cayendo en el estereotipo- podemos reconocer dos estilos que conducen a resultados distintos. El primero,  -que podríamos caracterizar como más centrado en el bienestar personal, en la búsqueda de protección y ayuda divina para que todo lo que se vive marche bien y se puedan superar las dificultades que se presentan en el camino-, no se hace las preguntas que antes formulábamos. Lo que interesa a las personas que así configuran su fe, es pedir a Dios “bendiciones” y vivir con ese espíritu positivo de sentirse protegido y acompañado por la divinidad, disponiéndose con buen ánimo a realizar las tareas de cada día. Estas personas se les puede reconocer como “muy” religiosas porque parece que la presencia de Dios fluye con facilidad en sus vidas, se muestran respetuosas de lo sagrado e irradian armonía y buen clima a su alrededor.

El segundo estilo de vivir la fe -al que podríamos llamar de compromiso, de profetismo, de libertad evangélica- es el que no pide bendiciones sino que se deja afectar por la realidad y se pregunta cómo y por qué hay tanta injusticia en el mundo. Son las personas que se sienten movidas por su fe a estar atentos a la situación económica, política, social y su impacto en los más pobres. Son las personas que siguen al Jesús de los evangelios y tienen claro que la vida cristiana no es cuestión de recibir bendiciones de Dios sino de hacer posible el reino en el aquí y ahora de nuestra historia. Las personas que enfatizan este aspecto resultan incómodas y molestas para los que viven a su lado porque denuncian las injusticias, cuestionan las riquezas que sólo generan beneficios personales, evitan caer en la lógica de los honores que hacen que unos estén por encima de otros y, en definitiva, viven en todas sus opciones la indisolubilidad entre seguimiento y compromiso con los más pobres, entre evangelio y conciencia profética frente a la realidad, entre comunidad cristiana y entrega desinteresada a favor del bien común.

Estos dos estilos que hemos caracterizado no son dos estilos paralelos con igual validez. En realidad no se dan en estado puro y no deben darse. La petición de muchas bendiciones no siempre se olvida de la realidad social y los comprometidos con los pobres no pueden ser ajenos a la relación personal con Dios. Pero sin duda, el segundo estilo debería marcar con más fuerza la experiencia cristiana sí es que en verdad nos tomamos en serio el seguimiento de Jesús. El evangelio no se acomoda al orden establecido. El evangelio inquieta, desinstala, incomoda, cuestiona, interpela.  El evangelio no hace alianzas, ni busca honores. El evangelio se inclina por los últimos y son ellos  los que deberían “preocupar” y “ocupar” a los que se dicen ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Como dijo Benedicto XVI, “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica (Documento de Aparecida, 392) y por eso no se entiende por qué cada vez que se enfatiza la dimensión del compromiso con los más pobres salen algunos a invocar la mal entendida “pobreza de espíritu” o la típica frase de que “Dios también es para los ricos”, rebajando así la audacia, radicalidad y profecía que conlleva el evangelio. Tomémonos a Jesús en serio para no rebajar su mensaje y permitir que, efectivamente, interpele y desinstale a los poderosos de cada tiempo presente.

viernes, 3 de noviembre de 2017


El compromiso político de los creyentes

Los seres humanos no podemos evadir la dimensión política de nuestra existencia porque vivimos en sociedad y la política hace posible la búsqueda del bien común. Por eso, la relación fe y política la hemos de asumir con más responsabilidad porque de la manera como lo vivamos dependerá nuestro futuro. Y este tema nos interesa a los colombianos porque ya comenzaron las encuestas donde se perfilan los próximos candidatos y hemos de pensar en cómo será nuestra participación.

Sobre el tema de la política la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontifica para América Latina que tuvo lugar en el Vaticano el año pasado, hizo afirmaciones fundamentales para la vida cristiana: “la iglesia no se desinteresa de la política. Ella misma está implicada en la vida y destino de las naciones. No se deja encerrar en los templos y las sacristías y menos reducir el evangelio al solo dominio de la vida privada”. De ahí que permanecer ajenos a esta realidad es evadir un compromiso social pero también creyente.

Y la reciente visita del Papa Francisco nos mostró la necesidad de implicarnos en el ámbito político. Sus palabras nos orientaron para responder a esa tarea. Fijémonos  en el discurso que dio el primer día a las autoridades, al cuerpo diplomático y a algunos representantes de la sociedad civil. Después de saludar muy cordialmente y recordar que Colombia es una nación bendecida de muchas maneras por su naturaleza pródiga, su biodiversidad y, sobre todo, por su gente, se refirió al tema central de nuestra realidad colombiana: la urgencia de poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. Valoró muy positivamente los pasos que se han dado. Sin duda, aunque no lo dijo explícitamente, se refería a la firma de los Acuerdos de paz. Como bien sabemos, Él había dicho que vendría cuando ese acuerdo se firmara y cumplió su palabra.

Continúo su discurso llamando a las autoridades a construir la “cultura del encuentro” que ayude a superar los diferentes puntos de vista y las tensiones y discrepancias que se han vivido frente al proceso de paz. Consciente de que la paz no se construye de manera mágica, habló de la urgencia de “resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia porque la inequidad es la raíz de los males sociales”. Es decir, construir la paz pasa por la transformación de las estructuras de manera que estas garanticen la justicia social.

Pero lo más interesante de su discurso a las autoridades es que les pidió que no crearan leyes para organizar la sociedad sino para resolver los problemas de injusticia. Y que su perspectiva, su punto de vista, su horizonte para ejercer la política fuera “la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”. Ahondó más el tema poniéndole rostro a estos excluidos: las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos, los más débiles, los que son explotados y maltratados, los que no tienen voz porque se les ha privado o no se les ha dado y la mujer con su aporte, su talento, su ser madre en las múltiples tareas. Y no se cansó de insistir: “por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida y de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz (como dice la letra de nuestro himno nacional).

No sabemos si los políticos pondrán en práctica estas palabras tan claras, tan evangélicas. Pero  ¿y nosotros? ¿Será ese nuestro criterio para buscar el bien común? ¿Pondremos en el centro a los pobres para apoyar las leyes y políticas sociales que busquen solucionar su realidad? Creo que este es el criterio que ha de guiarnos en nuestras opciones políticas.

Con la propaganda por las candidaturas que se perfilan, viene el despertar de sentimientos a favor o en contra de los candidatos/as motivados por las ideas que se han tejido frente a ellos. Nos influirá su afiliación política, religiosa o su condición sexual o su pasado o sus posturas a favor de algunos principios, etc. Sin duda esto tiene un peso y hay cosas que son innegociables. Pero una postura política madura y responsable nos invita a prestar atención a los programas sociales que propongan en sus candidaturas y quiénes van a ser los más favorecidos con ellas. Esto es lo que en realidad nos debe mover a la hora de optar políticamente. No podemos ejercer nuestro compromiso político con base en ideas o slogans que se repiten con fundamentos vagos o alimentados por la propaganda electoral o por la “posverdad” (esas afirmaciones que siendo mentira, se venden como verdad y, lamentablemente, ¡nos las creemos y las defendemos!).

Tener una postura política es una responsabilidad. Por eso, si en verdad queremos vivir la fe cristiana y acoger lo que el Papa nos dijo, nuestro compromiso ha de ser con los programas de los candidatos/as que más miren a los pobres, busquen superar la injusticia estructural y sigan apostando por la reconciliación y la paz. ¿Mucho pedir? Sí, por supuesto, pero esto es evangelio, esto es cristianismo. Que el inicio de esta contienda política, sea iluminado por criterios tan evangélicos, como la centralidad de los pobres y la construcción de la paz. De esta manera la política podrá tomar su rumbo apropiado y nuestra fe estará siendo testimonio del Dios de la vida que nunca deja de la mano a los más pobres porque ellos son sus preferidos. Y, por tanto, nuestro seguimiento no puede ir por un camino distinto.