jueves, 28 de marzo de 2019


Empeñarnos en superar tantas discriminaciones



Muchas realidades se podrían nombrar donde las discriminaciones están a flor de piel. A nivel político, por ejemplo, independiente de las políticas que puedan ser buenas o cuestionables, muchas veces la gente vota por el candidato que representa un tipo de superioridad, sea étnica, económica o cultural. Y esta misma actitud se repite en otros escenarios en los que los imaginarios, mentalidades, misoginias y discriminaciones que todavía vivimos en la sociedad, siguen presentes. Aunque algo se ha superado y va resultando más normal ver a mujeres o a negros o a indígenas aspirando a un cargo de representación o siendo protagonistas en diferentes estamentos, todavía sigue siendo difícil que estas discriminaciones -que se han consolidado con tanta fuerza a lo largo del tiempo- no condicionen esos procesos.


Martín Luther King, decía que tenía “el sueño de un mundo nuevo en el que la gente de color fuera juzgada por el contenido de su personalidad y no por el color de su piel” y tenía muchos otros sueños a favor de la fraternidad. Sería muy importante que todos también soñáramos con abolir todas esas discriminaciones, para que comience a ser un recuerdo "tan del pasado" que no escucháramos más que tal o cual persona es el “primer” negro, indígena o mujer que llega a una posición que ha sido por siglos, reservada a los varones blancos, ricos, etc. Pero para hacer realidad los sueños hay que trabajar por ellos, empujarlos, crear las condiciones para que se realicen.


Las llamadas “cuotas de participación” que se han establecido para garantizar que un porcentaje de personas que sufren algún tipo de discriminación, consigan algunas posibilidades, son criticadas por muchos diciendo que no se debe llegar a alcanzar un objetivo por una concesión en razón de algunas de las realidades anotadas, sino por sus propios méritos. Pero esto es muy ambiguo. Lógicamente, hay que contar con la preparación adecuada, pero si estructuralmente no se abren espacios y no se exige cumplirlos, será muy difícil que las realidades cambien. Las cuotas de participación nos alertan, nos interpelan y, de hecho, hacen efectivo, que un porcentaje que ha sido discriminado históricamente, pueda superar muchas dificultades y, tal vez, llegue a los espacios que de otra manera sería imposible alcanzar.


Los procesos sociales son muy lentos y la historia no se cambiará de la noche a la mañana. Pero los cristianos que decimos vivir el amor fraterno basados en que todos somos iguales ya que el “único” Maestro es Cristo, tendríamos que ser los promotores de esos cambios de manera más rápida y efectiva. Es urgente revisar todas nuestras actitudes y descubrir los rasgos de discriminación que podemos tener en ellas. Se ven muchas veces en nuestro actuar y se expresan en nuestros comentarios y uso del lenguaje


Pero también hay que revisar nuestras estructuras eclesiales. Ahí sí que deberían existir las “cuotas de participación” no sólo por justicia sino por el amor fraterno que decimos vivir, testimoniar y anunciar. Es la única manera para que los estamentos de decisión de la iglesia cuenten con verdadera representación de la mayoría del pueblo católico que, como bien sabemos, cada vez es más pluricultural, pluriétnico y plurirrelilgioso y, lo que es mejor, cada vez más consciente de su dignidad y de su derecho y deber de participar en la construcción de la Iglesia como miembro pleno, como auténtico discípulo/a misionero/a. Son tiempos propicios para crecer en “evangelio” porque hay muchos desafíos pendientes que no deberían estar tan lejos de alcanzarse. Pero hemos de transformar las mentalidades y las estructuras para hacerlos posibles.  


miércoles, 20 de marzo de 2019


La responsabilidad ecológica: dimensión constitutiva de nuestra fe


Los alarmantes cambios climáticos y sus nefastas consecuencias manifestadas en tantos desastres naturales que hemos vivido últimamente, han contribuido a despertar la conciencia ecológica y hoy somos más conscientes de la necesidad de cuidar el medio ambiente y de establecer otro tipo de relación con él. Lamentablemente, aún es necesario crecer en esa responsabilidad y, sobre todo, falta que los grandes emporios económicos sean capaces de cambiar de raíz sus formas de producción para que la preservación de la naturaleza sea una realidad a escala global. 


Esta conciencia ecológica también ha estado ausente, de muchas maneras, de la vida de la iglesia sobre todo porque al poner como centro al ser humano se fue dejando de lado, la relación más afectiva y efectiva con la naturaleza, reduciéndola a algo instrumental o “de este mundo” que no era importante para ganar el “otro mundo” (el cielo) que la fe nos invita a esperar.


Pero ahora se va rescatando todo el potencial revelador que la misma Sagrada Escritura posee sobre la naturaleza y la necesaria comunión con ella. Desde el mismo texto creador de Génesis, los cinco días que anteceden a la creación del ser humano no son días menores que el sexto, ni son opacados por este. Cuando Dios descansa el séptimo día, contempla toda la obra de sus manos y, Dios ve “que todo era bueno”. Desde este horizonte creador, se comprende mejor la finalidad recapituladora de todo en Cristo, tal y como lo afirma, la carta de San Pablo a los Romanos: “Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8, 22-23). Es decir, toda la creación –cosmos y seres humanos- estamos llamados a esa redención en Cristo, a la comunión de vida con Él. 


Ese rescate de la responsabilidad ecológica desde la fe ha sido impulsado por la teología contextual llamada “Ecoteología” que, teniendo diferentes vertientes y énfasis, busca responder a esta problemática, rescatando el designio universal de Dios sobre toda su creación y despertando en los creyentes la responsabilidad cristiana por la “casa común” (el planeta) que habitamos. 


En el mismo sentido el “”Ecofeminismo” también surge como una respuesta a esta situación pero conectando la dominación de las mujeres con la dominación de la naturaleza, es decir, buscando denunciar esa mentalidad patriarcal o de dominio que ha constituido las relaciones entre los seres humanos y entre estos y la naturaleza para proponer unas relaciones de equidad, de comunión, de servicio y respeto entre todos los seres humanos y entre estos y toda la creación. Con esto se busca proponer un nuevo concepto de lo humano, más integrador, que rompa las dicotomías clásicas del pensamiento occidental (naturaleza/cultura) y permita situar al ser humano a la altura de la naturaleza, no por encima de ella. 


El ecofeminismo reconoce que la naturaleza es condición para la supervivencia humana y lo biológico es condición de posibilidad de lo cultural. La cultura se construye a partir de lo vivo y ha de interpretarse a partir de la vida y no como una entidad ajena por completo a la dimensión natural.


El ecofeminismo se concibe como expresión de las preocupaciones por la dignidad de las mujeres y de todo el ecosistema; una nueva referencia para entender las relaciones humanas; una opción de sanación de la tierra y sus habitantes y una opción social y política en la perspectiva de cambios radicales en nuestra manera de vivir. De hecho, las mujeres, los niños, las poblaciones de origen africano e indígena son las primeras víctimas y, por tanto, los primeros en ser excluidos de los bienes producidos por la Tierra. Son ellos también los que ocupan los lugares más amenazados del ecosistema y los que viven más fuertemente en el cuerpo el peligro de la muerte que el desequilibrio ecológico les impone.


Estos y otros aspectos se están desarrollando en el trabajo teológico. Por ahora basta señalar que vivimos tiempos de urgente compromiso eclesial con el planeta que habitamos, no como un mero altruismo de quien comienza a mirar con respeto la naturaleza sino como quien entiende que la fe está implicada en el cuidado del cosmos. De nuestra implicación en estas cuestiones, depende que demos un testimonio de fe comprometida con la creación, de una vida cristiana que efectivamente responde a los desafíos actuales.


miércoles, 13 de marzo de 2019


Convertirnos: ¿a qué o a quién?


Estamos en el tiempo de cuaresma: momento de conversión, de cambio, de nuevos horizontes. Pero ¿qué significa “convertirnos”? o mejor ¿a qué nos convertimos? Normalmente hacemos buenos propósitos que, sin lugar a dudas, favorecen nuestro bienestar personal y el bien común: más fidelidad a nuestros compromisos, más excelencia en lo que hacemos, menos actitudes negativas y más calidad en nuestras relaciones. Ahora bien, todo eso se puede hacer en nombre de una autenticidad con uno mismo y, cuando se es creyente, en nombre también del Dios en quien creemos. Sin embargo, desde la experiencia cristiana, el significado de la conversión adquiere una perspectiva nueva. Si hay algo definitivo y central en la confesión de nuestra fe, es la persona de Jesucristo que, como decimos en el credo “se hizo hombre”. Un Dios humano en medio de nosotros. Una persona viva que, por la resurrección, se ha quedado definitivamente entre nosotros. Esto introduce una nueva dinámica en la experiencia de conversión. Para el cristiano la conversión pasa por buenos propósitos porque los seres humanos los necesitamos y ellos nos hacen crecer. Sin embargo, lo esencial de la conversión es el “volvernos” hacia una persona, Dios mismo y convertirnos a su mirada, a sus sentimientos, a su vida. 


En ese sentido la conversión deja de ser el esfuerzo personal por crecer y madurar y pasa a ser la respuesta espontánea y gozosa de amor ante Aquel que nos atrae y nos cautiva. Por algo los contemporáneos del tiempo de Jesús le reprochaban que sus discípulos no ayunaban. El les respondió: “no pueden ayunar los amigos del novio cuando El está con ellos” (Mc 3, 19). El crecimiento que surge del amor, de la relación cálida, se convierte en fiesta y regocijo. 


La conversión cristiana, entonces, está lejos de ser una lista de propósitos para ser mejores. Es una experiencia de afectos que nos hacen vivir de una manera nueva. La conversión no se realiza a punta de fuerza de voluntad para cumplir con lo establecido sino con la alegría y vitalidad de quien ama con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas (Dt 6, 5).


Por lo tanto, la pregunta más apropiada será ¿A quién nos convertimos? y esto nos remite a Jesucristo y su mismo talante de vida, de afectos, de opciones. Cuando la conversión es a Alguien y no simplemente a las prácticas o actitudes cristianas, la conversión es de todos los días y no hay nada establecido. Porque las personas somos realidad actuando a diferencia de las prácticas o leyes que se fijan y pueden permanecer inmóviles durante mucho tiempo. En este sentido cada cuaresma es tiempo de novedad y de apertura total.
¿Qué quieres de mi? Deberíamos decir cada día y, especialmente, en este tiempo de cuaresma. No temer que lo que hemos creído como verdadero, definitivo o inmutable, hoy lo veamos diferente. Especialmente en todo lo que tiene que ver con las personas: esos “nunca” perdonaré, aceptaré, cambiaré, solo necesitan de un amor que se haga presente en nuestra vida, para pensar distinto, para sentir de manera nueva. 

“Volvernos” efectivamente hacia Jesucristo es dejarnos envolver por su amor sin condiciones ni límites. Que su amor nos inunde para ver todo desde El. Entonces seremos testigos del Dios cristiano, que siempre favorece la vida, la defiende, la sustenta, la cuida, la cura, la promueve. No hay leyes que valgan ni tradiciones que se sostengan cuando de optar por la vida se trata. 

En estos tiempos que vivimos donde es tan difícil construir la paz se hace urgente esta conversión a Alguien: a Jesús, Dios de la vida, que deja de lado la fuerza y los deseos de exterminar a los malos de la faz de la tierra y se empeña decididamente porque la vida crezca en abundancia.

jueves, 7 de marzo de 2019


DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER


El 8 de marzo se celebra el Día internacional de la mujer. La conmemoración nació como fruto de las luchas que las mujeres emprendieron desde el inicio del S. XX por el reconocimiento de sus derechos en igualdad de condiciones que los varones. Derecho al voto, derecho al trabajo, derecho a salarios justos, derecho a ocupar puestos de responsabilidad, por nombrar algunos. Oficialmente fue refrendado por la ONU en 1975 cuando este organismo declaró el “Año internacional de la mujer”. 

Este día sigue siendo una oportunidad de renovar el compromiso con las mujeres y seguir trabajando porque la igualdad con el varón sea una realidad no solo a nivel de legislación –en la que se ha avanzado mucho- sino principalmente en la práctica, en la cotidianidad de cada día, donde el machismo sigue cobrando muchas víctimas. 

Pero ¿qué tiene que ver esta conmemoración con la fe? ¿Tiene sentido que hablemos de esta realidad en un espacio dedicado a la espiritualidad? ¡Por supuesto que sí! La fe no puede ser ajena a ninguna realidad humana y menos a esta que afecta a la mitad de la humanidad. Lamentablemente tenemos que reconocer, aún hoy, que en los ámbitos eclesiales la situación de la mujer no ha sido mejor que en la sociedad e incluso, se ha invocado el nombre de Dios para no permitir que algunas situaciones cambien. 

De todos es conocido, que la violencia doméstica fue, muchas veces, una de las realidades en que la iglesia, en aras de mantener el matrimonio, decía a las mujeres que se lo ofrecieran a Dios como parte de la cruz que debían cargar. Hoy en día hay más conciencia de que dicha violencia ni todas las demás violencias contra la mujer, es querida por Dios. Por el contrario, la mujer es imagen de Dios al igual que el varón y por eso su dignidad ha de ser plenamente reconocida y defendida. No pasemos de largo ante esta realidad, antes bien, desde la fe, comprometámonos con ella.     

martes, 5 de marzo de 2019


Cuaresma es tiempo de anunciar la Buena Nueva del Reino

Cuando a Jesús le preguntaron “por qué los fariseos y los discípulos de Juan ayunan y tus discípulos no” él respondió “porque no se puede ayunar mientras se está con el novio en las bodas” (Cf. Lc 5, 30-35). Con esas palabras Jesús mostraba que el reinado de Dios estaba llegando en Él y su presencia hacía nuevas las prácticas judías de su tiempo.

Nosotros seguimos en ese tiempo nuevo instaurado por Jesús. El está presente y nuestras prácticas han de estar impregnadas de los valores del reino y no del ritualismo en el que se ha caído tantas veces.

El ayuno cristiano no puede centrarse en dejar de comer determinados alimentos. En realidad esa práctica pierde todo su sentido, si detrás no se tiene el horizonte de la mortalidad que aún poblaciones enteras sufren porque realmente “pasan hambre”. No podemos “comer y beber” de espaldas a esa situación. El ayuno por tanto significa compromiso con la búsqueda de medios para que las necesidades básicas de todos los seres humanos estén cubiertas.

La limosna no se limita a hacer alguna obra de caridad o a una contribución en momentos puntuales. Tampoco a simplemente implementar la práctica judía del diezmo. La limosna ha de mostrar nuestra capacidad de compartir todo lo que tenemos de manera que “nadie de la comunidad pase necesidad” (Cf. Hc 4, 34). Supone desprendimiento, generosidad y entrega. Pero sobretodo descubrir el valor del compartir por encima del acaparar o asegurar. Siempre podemos dar mucho más de lo que creemos y sólo dando se descubre “la alegría del que lo vende todo para adquirir el campo” (Cf. Mt 13, 44-46).

El sacrificio no consiste en soportar las pruebas que nos manda Dios -ya que él no pone condiciones para merecer su amor- sino -como dice Jesús en este texto que venimos considerando- “días vendrán en que el esposo les será quitado, entonces, en aquellos días, ayunarán”. Es decir, el sacrificio proviene de la persecución y la incomprensión que sufren los que buscan vivir los valores del reino no de aquellas cargas pesadas que nos imponemos muchas veces a nosotros mismos por falta de aceptación de las propias limitaciones o por los egoísmos y orgullos que nos esclavizan produciendo sufrimientos innecesarios y que, por lo mismo, no pueden ser redentores.

Jesús termina este pasaje bíblico, haciéndonos caer en cuenta que “nadie pone un pedazo de un vestido nuevo en un vestido viejo, ni echa vino nuevo en odres viejos” porque el vestido y los odres viejos se rompen (Cf. Lc 5, 36-39). El tiempo de cuaresma, por tanto, nos invita a liberarnos de toda práctica vacía y a vivir la novedad del anuncio del reino para desde ahí vivir el compromiso y la fidelidad al Espíritu. En otras palabras, cuaresma es tiempo de contemplar la praxis histórica de Jesús para hacer que la solidaridad, el compartir de bienes y el compromiso con la vida de todos y todas, sean nuestras prácticas cuaresmales, prácticas que como claramente afirma el profeta Isaías, constituyen el ayuno, la limosna y el sacrificio que el Señor quiere (Cf. Is 58, 6-7).


viernes, 1 de marzo de 2019


¿El Feminismo es un machismo con faldas?

El próximo 8 de marzo celebraremos el Día internacional de la mujer, y, una vez más, surge la pregunta: ¿qué significa este día? Se pueden dar varias respuestas. Por una parte, hay avances. Se nota mayor conciencia sobre la realidad de subordinación, maltrato, invisibilización que las mujeres han vivido a lo largo de la historia y se hacen esfuerzos por superar esa situación. Las jóvenes comienzan a tener otra visión del mundo donde ellas tienen más cabida y no dudan en querer ocupar los lugares que antes estaban reservados exclusivamente a los varones. La conciencia feminista crece en muchos ambientes y se hace cada vez más difícil tolerar los abusos y discriminaciones que en razón de su sexo han sufrido. En según qué ambientes, hasta una cree que en verdad todo ha cambiado y estamos viviendo en un mundo inclusivo para las mujeres.

Pero, por otra parte, no todo es optimismo y aún se nota la necesidad de seguir trabajando por crecer en la conciencia feminista. Especialmente entre las clases más desfavorecidas, la realidad subordinada de las mujeres ha cambiado muy poco. Su acceso a la educación es muy deficiente y sus posibilidades de vida y desarrollo en iguales condiciones que los varones, no es nada promisorio. Capítulo aparte es la violencia que sigue atacando a las mujeres en tantos frentes. Cada día se tiene más conciencia de que lo que se creía que no era abuso, ¡sí lo es! Por eso los movimientos como por ejemplo, “#me too”, han visibilizado aquellos abusos que parecían hasta ‘normales’ en según qué medios (artísticos, deportivos, etc.) y han permitido que muchas mujeres digan lo que nunca creyeron iban a decir y levanten denuncias concretas de los abusos sufridos, sin importar que hayan pasado muchos años. Es que hasta ahora fueron capaces de romper ese silencio que se impone y que hace tan difícil reconocer que también ellas han sido abusadas.

Ahora bien, lo que todavía “clama al cielo” es la situación de las mujeres dentro de la Iglesia. Las palabras muy desafortunadas del Papa Francisco en la cumbre contra la pederastia, son un ejemplo muy claro de lo poco que se entiende esta realidad y de lo lejos que se está de superarla. En dicha cumbre, participó Linda Ghisoni, experta en Derecho Canónico y subsecretaria del Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida. Una vez que terminó su intervención el Papa dijo que “invitar a hablar a una mujer no es entrar en la modalidad del feminismo eclesiástico, porque a fin de cuentas “todo feminismo termina siendo un machismo con faldas”. No podemos entrar en lo que el papa tiene en su corazón, ni en su entendimiento sobre el tema de las mujeres. Nos fijamos solo en las palabras dichas sabiendo que se podrían hacer salvedades si se consideran otros aspectos. Pero, en primer lugar, el papa habla de “invitar” a una mujer a hablar. O sea, es claro que en la iglesia y en sus grandes problemas (como es el de los abusos, que no solo afecta a los niños, sino también a las religiosas y a las mujeres en general, como ha ido saliendo cada vez con más fuerza), las mujeres solo son “invitadas”. No se tiene una palabra de autoridad qué decir, no se tiene derecho a intervenir por su propia iniciativa, sino cuando el clero crea que conviene escucharnos. Pero la cosa no termina ahí. Como si fuera un problema, un descrédito o una situación extraña (de hecho lo es porque este tipo de invitaciones a hablar al clero no es muy común) el papa deja claro que no se crea que eso es “feminismo eclesiástico”. Parece que abrir espacios a las mujeres es caer en el feminismo. ¿Habrán entendido los jerarcas qué es el feminismo? Por lo que sigue diciendo el papa sobre el machismo con falda, no se ha entendido.

Cansa explicar una y otra vez lo obvio. Pero toca seguir haciéndolo. El Feminismo no es lo contrario del machismo. En estricto orden, no es machismo Vs feminismo. Es machismo Vs hembrismo. Esta última palabra es rara, poco conocida, pero es la que corresponde al machismo ejercido por las mujeres. El feminismo, por el contrario, es un movimiento social que ha permitido que las mujeres alcancen derechos civiles, sociales, culturales, sexuales, etc. Sin el feminismo no hubiera sido posible romper con esa visión limitada de la mujer, negándole su identidad igual que el varón. Pero aunque la afirmación de esa igual dignidad no se niega, las prácticas cambian lentamente y si en la sociedad han avanzado, en la iglesia, como acabamos de constatar, lo han hecho muy pero muy poco. Sí, en el vaticano y en otras instancias eclesiales va entrando el feminismo, el auténtico, el que inquieta la conciencia de los clérigos y les pregunta: ¿cuándo tendremos voz y voto en la instancia eclesial? ¿cuándo nuestra palabra será escuchada con todo respecto por nuestra condición de mujeres con igual dignidad que los varones? Pero más aún, ¿cuándo no seremos tratadas como una imagen “decorativa” para que la “feminidad” entre a la iglesia?

Y esto último es otro punto que tampoco logra entenderse y al que también el Papa hizo referencia: “Invitar a hablar a una mujer sobre las heridas de la Iglesia es invitar a la Iglesia a hablar sobre sí misma, sobre sus heridas”, y añadió que lo que se debe hacer es adoptar el estilo de una “mujer, esposa y madre”. “Sin este estilo hablaremos del pueblo de Dios como organización, fuerza sindical, pero no como la familia nacida de la madre Iglesia”. Está bien que se reconozca que la Iglesia es madre pero sin olvidar que la iglesia somos todos, por lo tanto, varones y mujeres de iglesia hemos de tener las actitudes de la madre, no solamente la mujer. Y en estas expresiones esta la ambigüedad con la que la jerarquía trata a las mujeres. Al decirle que la iglesia es como una madre, está diciendo que no levantemos más la voz por espacios de participación porque a fin de cuentas la iglesia se identifica con la mujer. Es lo mismo que se ha hecho desde siempre cuando dicen que las mujeres somos imagen de la Virgen María y ella es la más importante en la Iglesia, por lo tanto, no hay lugar tampoco a ninguna otra petición especial, porque ya tenemos a quien imitar y eso debe ser suficiente para nosotras.

Nada de lo dicho es desconocido para las mujeres y varones que tienen conciencia feminista y están construyendo una sociedad y una iglesia distinta. Pero todo esto, tan obvio, es desconocido por muchos jerarcas en la iglesia y por eso, conmemorar el día internacional de la mujer, una vez más, no puede menos que volver a interpelar los ambientes eclesiales: ¿cuándo escucharán la voz de las mujeres? ¿cuándo cambiarán la estructura clerical, machista y patriarcal que hoy es claro, caracteriza a la iglesia? ¿cuándo podremos ser verdaderamente una iglesia inclusiva? Falta mucho en la sociedad pero falta mucho más en la iglesia. Por eso, volvamos a levantar la voz en este 8 de marzo y no dejemos de soñar y hacer todo lo posible porque algún día todo lo que falta se haga realidad.