La responsabilidad ecológica: dimensión constitutiva
de nuestra fe
Los alarmantes
cambios climáticos y sus nefastas consecuencias manifestadas en tantos desastres
naturales que hemos vivido últimamente, han contribuido a despertar la
conciencia ecológica y hoy somos más conscientes de la necesidad de cuidar el
medio ambiente y de establecer otro tipo de relación con él. Lamentablemente, aún
es necesario crecer en esa responsabilidad y, sobre todo, falta que los grandes
emporios económicos sean capaces de cambiar de raíz sus formas de producción
para que la preservación de la naturaleza sea una realidad a escala global.
Esta
conciencia ecológica también ha estado ausente, de muchas maneras, de la vida
de la iglesia sobre todo porque al poner como centro al ser humano se fue
dejando de lado, la relación más afectiva y efectiva con la naturaleza,
reduciéndola a algo instrumental o “de este mundo” que no era importante para ganar
el “otro mundo” (el cielo) que la fe nos invita a esperar.
Pero
ahora se va rescatando todo el potencial revelador que la misma Sagrada
Escritura posee sobre la naturaleza y la necesaria comunión con ella. Desde el
mismo texto creador de Génesis, los cinco días que anteceden a la creación del
ser humano no son días menores que el sexto, ni son opacados por este. Cuando
Dios descansa el séptimo día, contempla toda la obra de sus manos y, Dios ve “que
todo era bueno”. Desde este horizonte creador, se comprende mejor la finalidad
recapituladora de todo en Cristo, tal y como lo afirma, la carta de San Pablo a
los Romanos: “Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre
dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias
del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de
nuestro cuerpo” (Rom 8, 22-23). Es decir, toda la creación –cosmos y seres
humanos- estamos llamados a esa redención en Cristo, a la comunión de vida con
Él.
Ese
rescate de la responsabilidad ecológica desde la fe ha sido impulsado por la
teología contextual llamada “Ecoteología” que, teniendo diferentes vertientes y
énfasis, busca responder a esta problemática, rescatando el designio universal
de Dios sobre toda su creación y despertando en los creyentes la
responsabilidad cristiana por la “casa común” (el planeta) que habitamos.
En el
mismo sentido el “”Ecofeminismo” también surge como una respuesta a esta
situación pero conectando la dominación de las mujeres con la dominación de la
naturaleza, es decir, buscando denunciar esa mentalidad patriarcal o de dominio
que ha constituido las relaciones entre los seres humanos y entre estos y la
naturaleza para proponer unas relaciones de equidad, de comunión, de servicio y
respeto entre todos los seres humanos y entre estos y toda la creación. Con
esto se busca proponer un nuevo concepto de lo humano, más integrador, que
rompa las dicotomías clásicas del pensamiento occidental (naturaleza/cultura) y
permita situar al ser humano a la altura de la naturaleza, no por encima de
ella.
El ecofeminismo
reconoce que la naturaleza es condición para la supervivencia humana y lo biológico
es condición de posibilidad de lo cultural. La cultura se construye a partir de
lo vivo y ha de interpretarse a partir de la vida y no como una entidad ajena
por completo a la dimensión natural.
El
ecofeminismo se concibe como expresión de las preocupaciones por la dignidad de
las mujeres y de todo el ecosistema; una nueva referencia para entender las
relaciones humanas; una opción de sanación de la tierra y sus habitantes y una
opción social y política en la perspectiva de cambios radicales en nuestra
manera de vivir. De hecho, las mujeres, los niños, las poblaciones de origen
africano e indígena son las primeras víctimas y, por tanto, los primeros en ser
excluidos de los bienes producidos por la Tierra. Son ellos también los que
ocupan los lugares más amenazados del ecosistema y los que viven más
fuertemente en el cuerpo el peligro de la muerte que el desequilibrio ecológico
les impone.
Estos y
otros aspectos se están desarrollando en el trabajo teológico. Por ahora basta
señalar que vivimos tiempos de urgente compromiso eclesial con el planeta que
habitamos, no como un mero altruismo de quien comienza a mirar con respeto la
naturaleza sino como quien entiende que la fe está implicada en el cuidado del
cosmos. De nuestra implicación en estas cuestiones, depende que demos un testimonio
de fe comprometida con la creación, de una vida cristiana que efectivamente responde
a los desafíos actuales.
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