martes, 31 de mayo de 2022

 

Muchos creyentes en Colombia están en aprietos frente a las elecciones presidenciales

 

Olga Consuelo Vélez

 

No pensé que escribiría tanto sobre las elecciones, pero es que me parece imposible dejar de hacerlo. Amo a mi país y no me da la mismo quién lo dirija en los próximos cuatro años. Por supuesto ya tengo una opción tomada desde el principio, opción cuestionada por algunas personas -porque la diversidad existe y es bueno para repensar, una y otra vez, si la opción escogida está bien- y apoyada por muchas otras personas porque tenemos un sueño similar sobre nuestro país.

Ahora bien, lo que hoy me hace escribir es que siento que algunos que hacen tanto alarde de ser creyentes, siempre enarbolan las banderas por el candidato que no apoye el aborto, ni los derechos de la comunidad de diversidad sexual, ni la ideología de género, ni la legalización de la marihuana y cosas de este estilo. Pero también son los que se declaran “antipetro” por su pasado guerrillero y por el comunismo y no se cuántas más frases vacías.  ¿Por quién votarán en estas elecciones? Increíble si lo hacen por Rodolfo Hernández. Serían incoherentes con lo que enarbolan como decisorio para sus opciones. Y todos los clérigos que desde el púlpito han hecho campaña (porque más de uno la hizo y algún pronunciamiento oficial que parece “neutro” tiene su tendencia), definitivamente ¡no pueden votar por Rodolfo Hernández!

Personalmente no son estas propuestas la que me llevan a no votar por Rodolfo porque siempre he mirado la totalidad del programa de los políticos para decidir cuál programa en su conjunto es mejor. Ningún programa es perfecto, ninguno responde a los deseos de todos, pero algunos, mirados en su conjunto, pueden ser más viables para optar por ellos. Y, precisamente esto es lo que me parece espantoso de Rodolfo Hernández. En su conjunto, su programa es una cantidad de afirmaciones de todo tipo y condición, respondiendo a lo que la gente quiere oír -es decir populista- sin desarrollar el cómo lo va a realizar y que imagen de país tiene para articular cada una de sus propuestas. Este programa no debe ser conocido por su fórmula a la vicepresidencia porque Marelen Castillo, siendo entrevistada ayer por una emisora de radio, dijo que ella no sabía de programas políticos y que, inicialmente, creía que era hacer un proyecto de investigación académico y que ahora se estaba enterando de qué se trataba, porque algunos asesores le estaban enseñando.

A mí me cuesta creer que haya gente que opte por Hernández, teniendo tantas pruebas de que fuera de decir que acabará con la corrupción y donará dinero para esto y aquello, no tiene un programa pensando a largo plazo que haga posible una Colombia distinta. Si desde el día que ganó el segundo lugar no ha hecho más que decir lo que se le ocurre -ese ha sido su estilo y cómo le ha dado réditos lo sigue implementando- no hay que pensar que gobernará de una manera distinta. Estaremos abocados a la improvisación, a los gritos, a las pataletas, a los discursos vacíos, a los decretos que se le ocurran, a vender lo que encuentre para dárselo a los pobres -populismo- sin tener planes y proyectos que garanticen la sostenibilidad de un programa de gobierno.

Pero los creyentes también han de abocarse a más aprietos. La Conferencia Episcopal de Colombia invitó a votar a conciencia, a discernir sobre los candidatos, a tener en cuenta la Doctrina Social de la Iglesia y, en fin, a tomarse en serio este momento. Y nada de esto parece que algunos cumplen porque sus posturas “antipetro” no tienen nada que ver con un discernimiento maduro ni con la fe cristiana. No logró entender porqué invocan tantas veces que Petro fue guerrillero. ¿No logran entender que “fue” y que se reinsertó y desde entonces ha hecho con su vida lo mejor que ha podido, entregándola al servicio de la política? A no todos les tiene por qué gustar lo que ha dicho o ha hecho como político pero lo que no puede negarse es que ha vivido en la legalidad y se ha dedicado a servir al país desde el ingrato camino que él escogió: la política. Sin embargo, ¿cómo es posible que desde la fe no se logre acoger de nuevo al que tomo un camino y lo rectificó? ¿de que valen tantas meditaciones del hijo pródigo y todos esos textos de la misericordia de Dios que se predican domingo a domingo si siguen empeñados en satanizar el pasado guerrillero de Petro?

Me parece muy bien que esgriman razones de peso para no estar de acuerdo con Petro pero que no invoquen mentiras. Pueden no estar de acuerdo con que a los ricos del país se les deje de exonerar los impuestos, o que se proponga el derecho de educación gratuita para la juventud, o que se invierta en el agro, o que se implementen seriamente los acuerdos de paz, o que se busquen maneras de cambiar el sistema de salud para que sea eficiente y así una a una las propuestas del programa de Petro. Pero que digan que no votan a Petro porque fue guerrillero, es comunista, va a expropiar, nos va a robar las pensiones y todas las demás mentiras que se invocan, no tiene nada que ver con lo que nos piden los obispos colombianos: “Es importante discernir a conciencia entre las ‘opciones reales’ que se tienen para poner un presidente en la dirección del país”.

No sé cómo ese tipo de creyentes a los que me refiero -gracias a Dios no son todos, ni tal vez la mayoría, pero si muchos que conozco y me duelen- van a salir de esta encrucijada que vivimos para la segunda vuelta. Más les valdrá que no voten y que revisen, de una vez por todas, si son capaces de pensar en el bien común, como sería lo lógico desde la fe que dicen profesar para que su voto ciudadano no fuera fruto de opciones irracionales sino de argumentos verdaderos y fundamentados.  

domingo, 29 de mayo de 2022

 

¡Y vamos por la segunda vuelta!

 

Olga Consuelo Vélez

 

Las elecciones en Colombia de este domingo 29 de mayo dieron como resultado una segunda vuelta con un primer candidato, Gustavo Petro, y un segundo, Rodolfo Hernández; este último, un casi desconocido personaje que con una campaña totalmente populista, ganando con su manera de ser desobligante, grosera, de improvisación, con muy poca preparación política, manejándose con un discurso anti corrupción -discurso que no está claro que él mismo encarne según los resultados de su gestión política como alcalde- pero que convence a los electores que han sido incapaces de liberarse de los imaginarios “antipetristas” y pensar seriamente en el país.

De las cosas positivas de esta elección, podemos señalar algunas, especialmente, la derrota del uribismo. Por lo menos, eso es una buena señal, porque ya es “justo y necesario” salir de las “garras” de esa visión de país que nos ha llevado a lo que hoy tenemos hoy: un país en el que no se ha logrado consolidar la paz y un país cada vez más empobrecido porque lo único que la línea uribista tiene claro es mantener sus privilegios a costa de sembrar miedos en la gente para que no se atrevan a soñar con ningún cambio.

Otra cosa positiva es la cantidad de gente que quiere un cambio y que seguimos empeñados en lograrlo. No hay que bajar la guardia y serán tres semanas de mucho esfuerzo para consolidar que gane Gustavo Petro quien verdaderamente está preparado para asumir los destinos de nuestro país.

Pero el no haber podido ganar en primera vuelta revela los imaginarios de tantos colombianos que personalmente creo, impidieron que Petro lo lograra. Un primer imaginario es resistirse a votar por Petro por haber sido guerrillero. Muestra la incapacidad de tanta gente -y desgraciadamente muchos diciéndose creyentes- de aceptar la reincorporación de los guerrilleros a la vida pública, el valorar la capacidad de rectificar sus opciones; pero, sobre todo, de una persona que ha seguido luchando por el país, aportando desde lo que él es, sabe y puede, toda su vida al servicio de los demás.

Ahora bien, lo que más me preocupa es el machismo y racismo que han mostrado estas elecciones. Escuché a demasiadas personas hablando mal de Francia Márquez diciendo que era negra e inculta. No había manera de que entendieran que ella es abogada, líder social, activista medioambiental, defensora de los derechos humanos, una persona que desde su condición socio económica de mujer pobre, ha sabido superar todas las adversidades y tener tantos logros personales y sociales. Pero una mujer todavía no está en los imaginarios de mucha gente que pueda ocupar los principales puestos en el país y menos si es una mujer negra y pobre. Esto me ha dolido mucho en este tiempo de campaña porque fueron muchos los comentarios que oí en este sentido.

También he constatado cómo tanta gente repite esos slogans falsos de que el país había que salvarlo del comunismo, del socialismo, del castro chavismo, etc. Y, en el momento que escribo esto, alguno de los candidatos está diciendo que se adhiere a la campaña de Rodolfo Hernández, invocando que no se dejarán quitar a Colombia para que caiga en el socialismo. Definitivamente es difícil entender que tanta gente que parece tan inteligente en muchos aspectos, no pueda tener la madurez suficiente de hacer críticas al programa de Petro, sin esos slogans falsos sino mostrando razones válidas. Los debates presidenciales mostraron como los otros candidatos basaron sus discursos en repetir esas fórmulas.

Creo que ha llegado el momento de la verdad. Los que seguimos con Petro, no decaeremos en nuestros sueños y seguiremos poniendo todo para hacer posible un cambio. Veremos si todos los demás prefieren tener un voto “contra Petro” y dejar el país en manos de una persona que ha mostrado la inmadurez de su propuesta política para afrontar una Colombia tan necesitada de paz, de justicia social, de ponerse a la altura de los cambios que se requieren en el contexto mundial.

Y, como siempre digo en mis escritos por mi postura creyente, veremos si los que decimos tener fe, seguimos empeñados en excluir a las personas por su pasado, incapaces de superar el clasismo, el racismo, el patriarcado, el neoliberalismo, en otras palabras, esa mirada tan lejana del Reino de Dios, anunciado por Jesús, que parece no conocen tantos que comulgan a diario o que se glorían de la fe que dicen profesar.

lunes, 23 de mayo de 2022

 

Hagamos posible “el cambio por la vida”

Olga Consuelo Vélez

Es bien difícil escribir sobre las elecciones para presidente que tendremos en Colombia el próximo 29 de mayo. Cada cuatro años debemos asumir la responsabilidad de elegir a quien conducirá al país y, es válido afirmar que tenemos muy poca cultura política para hacerlo a conciencia. Esto no solo pasa en Colombia. Es un problema que se percibe en muchos lugares y responde a la inmediatez e individualismo con el que mucha gente vive, sin tomarse en serio el compromiso de construir el bien común que, en otras palabras, es lo propio de la política.

Tampoco tenemos una formación sólida en lo que supone la Democracia. Ni los elegidos responden a lo que prometieron -y por lo que fueron elegidos-, ni los que los elegimos sabemos exigir democráticamente que cumplan cabalmente aquello que prometieron. Pero tampoco podemos exigir esa “madurez” política porque son muchas las circunstancias que no ayudan, entre ellas, que el voto es optativo y, por lo tanto, la abstención es grande. Sin embargo, así como se dice que “cada pueblo tiene el dirigente que se merece” -haciendo alusión a lo que acabamos de decir-, también podemos constatar que hay momentos de avance, de cambios, de logros. Algunas cosas se consiguen -con todas las limitaciones inherentes a lo humano- como, por ejemplo, la constitución de 1991 y el Proceso de paz firmado en 2016, que han sido logros recientes en Colombia. Pero sigue siendo un desafío inmenso lo que Juan Pablo II decía en 1979: “entre nosotros hay ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres”

Estas elecciones son una nueva oportunidad de soñar con un país mejor en el que los más pobres puedan tener un futuro distinto. Y hay signos de esperanza muy fuertes. Esta campaña presidencial está mostrando que hay más gente entusiasmada por un cambio. Colombia ha sido un país gobernado siempre por la derecha. En la época del Frente Nacional, cambiábamos de color de partido -rojo o azul- pero no de propuestas políticas, continuando -unos y otros- profundizando las desigualdades sociales. Y con la larga permanencia del uribismo en el poder, esa lógica se ha perpetuado acrecentando, además, la lógica de la guerra, de la corrupción, y encarnando todo aquello que dicen, es propio de los de las izquierdas: “populismo, polarización y posverdad”, pero que, para nuestro caso, lo han encarnado las derechas que han gobernado este país desde siempre. No es difícil concluir que “si estamos como estamos” es porque así nos han gobernado los de siempre, y es más que sensato cambiar.

Ahora bien, en las elecciones del próximo domingo nos jugamos la capacidad de romper con el continuismo -que nos tiene como nos tiene- y apostar por posibles cambios. Muchas invocan que atrevernos a cambiar será avocarnos a acabar con la democracia. Pero, ante esto, no se muestran razones válidas, sino slogans sin sustento en la realidad, mostrando la incapacidad de discutir con fundamentos y no con imaginarios falsos o montados por la llamada posverdad, tan en boga en nuestros días. De ahí que no sobre contar el por qué, personalmente elijo votar por los candidatos del Pacto Histórico, ya que en la medida que se exponen nuestras comprensiones, podemos contribuir al discernimiento propio y al de los demás.

Votaré por estos candidatos porque su programa me parece coherente, claro, esperanzador, fundamentado, audaz. Veo cambios y es lo que espero que los candidatos ofrezcan. Los slogans de que la libre competencia mejorará las condiciones de los pobres o de que no podemos salirnos de lo establecido por los países más ricos, sí benefician a unos pocos -los mismos de siempre- pero muy poco, por no decir nada, a las grandes mayorías. Sé muy bien que no es fácil enfrentar este sistema neoliberal que impera en el mundo y que controlan las grandes potencias, sé que los intentos que se han hecho en Latinoamérica para buscar otros caminos han sido demonizados, pero no me resigno a que no podamos seguir soñando que otras maneras posibles de organizar la economía, es posible.

Votaré por el Pacto Histórico porque creo que Gustavo Petro es una persona coherente con una visión de país y su vida lo sostiene. El que haya sido guerrillero y se haya reinsertado -en lugar de ser un impedimento como muchos invocan- para mí es garantía de alguien que ha tenido ideales, convicciones, errores y capacidad de rectificar el camino; además, otros países como Brasil y Uruguay han tenido presidentes que fueron guerrilleros y sus gobiernos tuvieron logros considerables (aunque también persecución y desprestigio por aquellos que, de ninguna manera, quieren un cambio). Creo, además, que Francia Márquez es una mujer comprometida con la realidad, una líderesa social, defensora del medio ambiente, de los derechos humanos y de los pueblos y comunidades históricamente discriminados en la historia colombiana. Además, en nuestra sociedad racista, clasista y patriarcal, que una mujer como ella llegue a la vicepresidencia, es una posibilidad real de comenzar a transformarla.

Por supuesto no espero que el país se transforme en cuatro años. Si gana el Pacto Histórico -ojalá así suceda- la oposición será férrea -y con frecuencia insensata- como se ve ha ocurrido en tantos países de nuestra América Latina. Cualquier intento por cambiar contará con la resistencia de aquellos que hoy se benefician de las cosas como están, pero también de tantas otras personas que, sin tener sus derechos cubiertos, tienen la mente colonizada por la sociedad clasista y defienden a aquellos que solo les tiran algunas dádivas para que sobrevivan. Personalmente quiero apostar por un horizonte distinto donde se intente hacer florecer el agro, comenzar a trabajar por las energías limpias, seguir luchando por los derechos humanos y por la consolidación de la paz y todo esto desde una clara y firme opción por los pobres, coherente con la opción cristiana que profeso.

Ninguno de los otros candidatos apunta tan alto. Medianamente tienen algunas políticas similares porque hay cosas que son tan evidentes que imposible no hablar de ello. Pero es fácil saber quién representa el continuismo. También quien puede decir algunas verdades, pero no tiene al país en su cabeza. Y alguno que tal vez hubiera podido ser mejor candidato, pero que ha mostrado que, al final, se inclina también por el continuismo.

Ahora bien, aunque en teoría cada persona puede votar por quien quiera, en la realidad, si nos tomamos en serio la responsabilidad social, esto no es posible. Y menos si decimos tener fe en el Dios de Jesús. Pero, lamentablemente, muchos cristianos representan la defensa del status quo y están afincados en votar por los candidatos que solo defienden la vida de los no nacidos, pero matan a todos los nacidos con sus políticas de hambre, de guerra, de venganza, de incapacidad de perdonar y de construir la paz. Pero, afortunadamente, no todas las personas y, entre ellas, no todos los creyentes, se conforman con lo que hay, sino que creen que otra Colombia es posible. “Vivir sabroso” nos lo merecemos y “quien quita” -como decimos en Colombia- que esta vez lo consigamos.

Nota: El cierre de campaña de Petro y Francia en la Plaza de Bolívar ayer domingo 22 de mayo, expresa mucho mejor porque vale la pena votar por esta visión de país. Si ese horizonte no está en sintonía con lo que predicamos los cristianos, no sé que evangelio vivimos. Muchas veces los que nos decimos Iglesia hemos estado en la acera equivocada. Ojalá está vez, estemos en el lugar correcto.

 

 

jueves, 19 de mayo de 2022

 

¿Cómo va el Sínodo de la sinodalidad?

 

El año pasado, cuando el papa Francisco inauguró el Sínodo sobre la Sinodalidad (9-10 de octubre), hubo un gran movimiento. A la semana siguiente (17 de octubre) se inauguró en las Iglesias particulares y, a partir de ahí, se hicieron conferencias, encuentros, oraciones, foros, etc. En algunos lugares, se realizó la llamada “etapa de consulta” a todos los miembros del pueblo de Dios y sus aportes se enviaron a las Conferencias Episcopales. Estas deben estar enviando la síntesis de dichos aportes a la secretaria del Sínodo para que allí se elaboré el primer documento de trabajo (Instrumentum Laboris 1). Con este documento se pasará a la etapa de reuniones de las Conferencias episcopales y, a partir de los aportes que salgan de dichas reuniones, se elaborará el segundo documento de trabajo (Instrumentum laboris 2). Después de ese recorrido se completará la experiencia sinodal con la reunión presencial de obispos en octubre del próximo año (2023) en Roma.

En otros lugares, la etapa de consulta no ha sido tan fecunda. Algunas parroquias, comunidades religiosas y otros colectivos que podrían haber realizado la fase de escucha, no lo hicieron. Bastantes personas no han participado de ningún encuentro sinodal y, prácticamente, no han oído hablar del sínodo (siendo personas que asisten a la parroquia). No se ve demasiado movimiento en algunas Conferencias Episcopales sobre este proceso, ni en las noticias eclesiales que se publican.

La Secretaría del Sínodo continúa animado el proceso y en el pasado mes de abril se reunieron en Roma las cuatro comisiones encargadas de llevar adelante el sínodo: la de Metodología, de Espiritualidad, de Comunicación y de Teología. Según algunas noticias que se publicaron sobre dicha reunión, fue una experiencia de sinodalidad entre las personas de cada comisión. El objetivo de ese encuentro fue analizar la Constitución Apostólica Episcopalis Communio, publicada por Francisco en 2018, buscando leerla a la luz del camino sinodal.

Ante este panorama que acabamos de describir, la pregunta sobre ¿Cómo va el Sínodo de la sinodalidad? Se responde de diversas maneras según del lado del que estemos. Los que se lograron involucrar, siguen comprometidos con el proceso. Pero está quedando la sensación de que muchos no fueron convocados y, una vez más, los procesos eclesiales no logran tener la trascendencia que nos gustaría.

De todas maneras, tenemos que recordar que la propuesta de Francisco va más allá de la misma realización del Sínodo. Es una oportunidad de repensar nuestra manera de ser Iglesia y buscar caminos concretos para la conversión eclesial que nos urge. Justamente, el título del sínodo -Por una Iglesia sinodal-, no pone en camino para preguntarnos qué necesitamos hacer para que la Iglesia sea verdaderamente sinodal.

Los tres términos que acompañan el título, nos dan pistas para recorrer ese camino. Estos términos son: “Comunión, Participación, Misión”.

Una Iglesia comunión significa que se viva efectivamente la fraternidad/sororidad, es decir, el amor mutuo con todo lo que ello significa. De los primeros cristianos decían: “miren cómo se aman” (Tertuliano, S. II) y eso era lo que cuestionaba a los paganos. La conversión sinodal a la que estamos llamados puede hacerse preguntas en este sentido: cuándo los que no pertenecen a la Iglesia nos observan, ¿se asombran del amor que nos tenemos? ¿se da ese conocimiento mutuo, esa preocupación por los demás, esa ayuda concreta en nuestras comunidades eclesiales? ¿Es verdad aquello de que amamos a Dios en el hermano que vemos ya que en ellos se hace presente el Señor al que no vemos?

Sobre el término “Participación” también tenemos un desafío inmenso. Nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener espacios de participación de todo el pueblo de Dios. La forma piramidal que ha configurado a la Iglesia durante tantos siglos no se ha podido abandonar -hasta el día de hoy- aunque ya llevamos más de 50 años de la celebración de Vaticano II, en el que se definió a la Iglesia como pueblo de Dios, donde todos por el Bautismo, participamos de la misma dignidad y, por tanto, del sacerdocio, profetismo y realeza de Cristo. La participación no es posible sin erradicar el clericalismo. Pero tampoco es posible sin un laicado que se sienta responsable del caminar eclesial. Por una parte, se necesita invertir papeles: que el clero recupere su vocación al servicio y el laicado su responsabilidad frente a la misión recibida. Por otra parte, se necesita caminar juntos, como bien lo expresa la sinodalidad, donde cada una recuperando lo esencial de su vocación en la Iglesia, vive la corresponsabilidad eclesial.

La “misión” es la razón de ser de la Iglesia. Sin embargo, a veces creemos que la finalidad de la Iglesia es conseguir que se construyan templos y que se tenga poder social para garantizar su existencia, incluso económicamente. Sin negar que la estructura visible es necesaria, no se puede invisibilizar lo único esencial: el anuncio de la Buena Noticia del reino de Dios. Un reino donde el Dios Padre/Madre es misericordia infinita y su opción por los últimos es inherente a su mensaje. Una misión que no se centra en la doctrina o los ritos -aunque ellos sean parte necesaria de la organización eclesial- sino en el compromiso transformador del mundo en el que vivimos para que sea mesa para todos y todas, experiencia de amor, servicio sin límite, ni medida.

Muchas otras cosas sería importante reflexionar sobre el Sínodo de la Sinodalidad. Pero ante la pregunta ¿cómo va el sínodo? Podemos decir que independiente de lo que se diga al finalizar la reunión de obispos el próximo año, desde ahora podemos ir implementando la sinodalidad en nuestras propias comunidades eclesiales, en los sentidos que hemos dicho y en otros aspectos que se podrían nombrar. Esta es la tarea en la que nos podemos involucrar aquí y ahora para que el Sínodo de la sinodalidad no se quede en una idea o en una experiencia vivida por unos pocos, sino que dé frutos eclesiales de conversión y cambio, tan urgentes en la configuración eclesial que hoy vivimos -distante de la concepción eclesial de Vaticano II- pero sobre todo, tan ajena a esa Iglesia de los orígenes en la que “tenían un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hc 4, 32).

 

viernes, 13 de mayo de 2022

 

A quince años de la Conferencia de Aparecida: muchos desafíos pendientes

 

Olga Consuelo Vélez

 

El 13 de mayo de 2007 se inauguró la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Han pasado quince años y muchos desafíos siguen pendientes. Conviene destacar algunos de los aspectos positivos de dicha conferencia. Con ella, se continuó la tradición latinoamericana de celebrar conferencias en el propio continente, ayudando así a la descentralización de la iglesia. Es bueno saber que, en un primer momento, Juan Pablo II quería que la conferencia se realizará en Roma. Lo que significaría mantener la hegemonía romana y quitar protagonismo a las Iglesias particulares. Pero, al final, se aprobó que se realizará en Aparecida (Brasil). Juan Pablo II murió en 2005 y fue Benedicto XVI quien vino a inaugurar esta conferencia.

Otro aspecto muy significativo de Aparecida fue recuperar la continuidad con la tradición teológica latinoamericana. En la IV Conferencia de Santo Domingo, el documento final invirtió el método latinoamericano (ver-juzgar-actuar), colocando en primer lugar el juzgar, mostrando con esto la ruptura con el método de Medellín y Puebla. Además, la consulta a teólogos y teólogas de la línea de la liberación fue prohibida. Pero Aparecida no solo mantiene el método, sino que afirma “En continuidad con las anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano este documento hace uso del método ver, juzgar y actuar. (…) Muchas voces venidas de todo el Continente ofrecieron aportes y sugerencias en tal sentido, afirmando que este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra vocación y misión en la Iglesia, ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral, y en general ha motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones concretas de nuestro continente” (n. 19).

Aparecida fue también una oportunidad de reafirmar la opción preferencial por los pobres. El mismo Benedicto XVI en el discurso inaugural así lo expresó: “Nuestra fe proclama que Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso ‘la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza” (Discurso Inaugural y DA n. 392).

Quienes estuvimos cerca de la realización de la Conferencia de Aparecida pudimos ser testigos de que más allá del desarrollo de la conferencia hasta el día 31 de mayo, hubo un movimiento de personas esperanzadas en la trascendencia que podía tener ese acontecimiento. Por parte de teólogas y teólogos convocados por Amerindia (Red de católicos con espíritu ecuménico e interreligioso en perspectiva liberadora) no se escatimaron esfuerzos en apoyar con nuestra producción teológica el desarrollo de los temas y, muchos de nuestros aportes quedaron plasmados en el documento final. Además, se vivió un ambiente de fe y compromiso tanto en la llamada “tienda de los mártires” (una carpa instalada en las afueras de la Basílica de Aparecida) en la que todas las noches algún obispo o presbítero celebraba la Eucaristía. Cabe anotar que quienes presidieron esas celebraciones eran los que en verdad estaban comprometidos con el caminar latinoamericano, la mayoría tal vez, ni estaban de acuerdo, ni les interesaban estas expresiones del pueblo de Dios, de ahí que, aunque el documento pueda tener muy buenas aportaciones, su puesta en práctica distó mucho de lo que hubiera podido hacerse. Es lógico que quienes no vibraron por lo que el documento contiene, no pudieron comunicarlo para entusiasmar a sus respectivas iglesias locales. Y, esto fue lo que en realidad pasó, al final de la Conferencia. Los obispos volvieron a sus diócesis, hubo un impulso inicial al promover la llamada “Misión Continental” pero se fue diluyendo “en lo que siempre se ha hecho así” y, pasados estos quince años, muchas iglesias locales conocen muy poco y, por supuesto, no han asumido, lo propuesto por esta conferencia.

Las comunidades Eclesiales de Base del Brasil hicieron una peregrinación hasta Aparecida. A su llegada pocos obispos las recibieron en la celebración eucarística que se hizo en la Basílica. Una muestra más de que una cosa es escribir: “En la experiencia eclesial de algunas Iglesias de América Latina y de El Caribe, las Comunidades Eclesiales de Base han sido escuelas que han ayudado a formar cristianos comprometidos con su fe, discípulos misioneros del Señor, como testimonia la entrega generosa, hasta derramar su sangre, de tantos miembros suyos. Ellas recogen la experiencia de las primeras comunidades” (n. 178) y otra caminar con el pueblo de Dios, en las formas que encuentra para vivir su fe. Sabemos que por esos años se apoyaban a los llamados “Nuevos movimientos eclesiales” y muchos obispos los consideraban la esperanza de la Iglesia. Tristemente, bastantes de estos movimientos han mostrado sus fundamentos casi prevaticanos, pero lo que es más doloroso, los escándalos de muchos de los fundadores y también de algunos de sus miembros, especialmente, en lo que se refiere a la pederastia. Aún hoy, algunas iglesias locales ponen su esperanza en movimientos de carácter retardatario, fundamentalista y moralista, pero como parece que convocan gente, los apoyan sin la mirada crítica que deberían tener.

Pero volvamos a Aparecida. El CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) actualmente está intentando organizarse y proyectarse a la luz de las líneas trazadas por Aparecida. Es valioso el esfuerzo, pero sin duda, las circunstancias cambian más rápido de lo que pensamos y hoy se nos plantean nuevos desafíos. El protagonismo del laicado, expresado en Aparecida como discipulado misionero, hoy se hace más claro con la apuesta por la sinodalidad. En una Iglesia sinodal todos hemos de caminar juntos, el clero debe recuperar su ministerio de servicio para ir adelante, en medio, pero sobre todo detrás del pueblo -para entenderlo y acoger el sensus fidei que este posee- para discernir lo que realmente viene de Dios (Evangelii Gaudium n. 31; 119); y el laicado ha de decir su palabra y, sobre todo, responsabilizarse de la misión evangelizadora de la Iglesia que es un encargo de Jesús para todos y, no solo para el clero.

Hacer memoria de este acontecimiento sirve para reconocer los avances, pero también los retrocesos.  Ahora bien, lo más importante es que sirva para relanzar una vez más “las redes” (Lc 5,5) no por las aguas del tradicionalismo, del fundamentalismo, del moralismo, del conservadurismo, del clericalismo, sino por aquellas que siempre marca el Espíritu de Dios y que Francisco ha expresado como este corazón misionero que “nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu y entonces, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (Evangelii Gaudium n. 45.). Ojalá una iglesia en salida que abra puertas y ventanas para que entre el soplo del Espíritu fuera realidad en este tiempo que vivimos. Falta mucho, pero ojalá que todas estas reflexiones que hacemos, nos ayuden a seguir empeñados en hacerla posible.

jueves, 5 de mayo de 2022

 

María, modelo de discipulado para varones y mujeres

 

Latinoamérica se ha caracterizado por ser un continente mariano. En sus diferentes advocaciones, las personas de cada país han mantenido una presencia cercana y confiada a María y algunas, aunque no participen de otros espacios eclesiales, visitan los santuarios marianos porque saben que allí pueden expresar sus necesidades y confían en una respuesta positiva hacia ellas. Por eso el mes de mayo se reconoce, en algunos ambientes, como un mes mariano que congrega y aviva la devoción a María.

Sin embargo, es importante ir resignificando su figura si queremos que más personas encuentren en ella una referencia válida para sus vidas, especialmente las mujeres más jóvenes. Esto es necesario por varias razones, entre ellas, porque las comprensiones bíblicas y teológicas actuales ofrecen un mejor acercamiento a la figura de María, pero también porque las sociedades van cambiando y los estereotipos de qué es ser mujer y qué es ser varón, se van transformando más rápido de lo que pensamos. En este sentido a María se le ha identificado con lo que en la sociedad patriarcal debe ser una mujer (no es la imagen que nos dan los textos bíblicos) pero que ha hecho daño al reafirmar para las mujeres esa imagen.

Las sociedades patriarcales son aquellas en las que se da preeminencia a lo masculino porque en los varones reside la razón y la fuerza y lo femenino es el complemento, atribuyéndole la intuición y la delicadeza. Esta simple descripción (en realidad es más compleja) nos sirve para explicar que lo femenino, en esa distribución de roles, se toma como secundario, menos valioso, subordinado y por eso las mujeres han tenido tantas puertas cerradas durante siglos y, aún hoy, hay muchos espacios impenetrables para ellas, además de la violencia de todo tipo que sufren, incluido el feminicidio.

Volvamos a la figura de María según los textos bíblicos. En el texto de la anunciación que nos relata Lucas (1, 26-38), la predicación más generalizada pone la fuerza en la aceptación de María al plan de Dios. Y esto es importantísimo y decisivo. Pero se olvida lo que también el texto dice de María. Ella pregunta: ¿cómo podrá ser eso si no conozco varón? Y de esa manera rompe la lógica de las muchachas de aquel tiempo a las que se les organizaba el matrimonio sin que ellas pudieran intervenir o tener algún cuestionamiento frente al destino que les marcaban. Pero el evangelista nos la muestra como una joven muy despierta, asertiva y dispuesta a entender bien lo que se le propone. O sea, en María podemos alabar su disponibilidad a Dios, pero también su capacidad de preguntar para responder libremente. Si remarcáramos también esta actitud de María, posiblemente tantas mujeres no serían tan sumisas, tan conformes, tan resignadas.

Muy interesante es también el conocido texto del Magnificat (Lc 1, 46-56) porque si en las predicaciones se ha aducido tanto al supuesto “silencio de María” (tal vez haciendo alusión a aquel texto de que María guardaba todo en el corazón”, Lc 2, 51), el Magnificat la muestra como una mujer capaz de tener voz, pero más aún, de alzar la voz. Lo que dice no es irrelevante sino bastante profético e interpelante: La misericordia de Dios es infinita, pero en esa misericordia “Él derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los despide vacíos”. Nada de resignación frente a la situación social que se vive en su tiempo. Por el contrario, profetiza que la voluntad de Dios exige un cambio y para conseguirlo, la opción es ponerse del lado de los más pobres.

Por su parte el evangelista Juan nos relata las bodas de Caná (2, 1-12). En las predicaciones muchas veces se enfatiza en el servicio de María, en no hacer quedar mal a los novios, en tener la intuición de salir al paso de las necesidades, etc. Pero en realidad, lo que interesa en este texto es la actitud de discípula que María muestra, invitando a que también los demás la tengan: “Hagan lo que Él les diga”. A partir de ahí Jesús hará signos a través de los cuales podrán creer los discípulos en Jesús mientras llega la hora en la cual se les manifestará plenamente y allí, al pie de la cruz (Jn 19, 25-27), María dará comienzo a la nueva comunidad de los discípulos.

En este sentido del discipulado, María es modelo para varones y mujeres y no solo para las mujeres. Este es otro de los aspectos que es necesario potenciar para no caer en esa división que la sociedad patriarcal ha proyectado sobre María -modelo para las mujeres- y, desde ahí, se nos dice que no aspiremos a más participación en la Iglesia porque ya tenemos en María la plenitud del ser mujer. Esto no es así. En ella tenemos la plenitud del discipulado, como ya lo dijimos, para varones y mujeres. Los rasgos femeninos o masculinos que la sociedad patriarcal determina, son más culturales que esenciales y los y las jóvenes de hoy no están aceptando esos estereotipos, reclamando una humanidad más en reciprocidad que en complementariedad, más en plenitud personal que en división de roles, más de colaboración y cooperación que en mantener una asimetría de géneros.

Sería muy bueno que en este mes descubramos a la María que emerge de los evangelios que, como dijo el Documento de Aparecida, ella aparece como “mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre” (n. 266); “María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión” (n. 268), “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros (n. 269).

En definitiva, la transformación de la sociedad patriarcal no depende solo de las movilizaciones sociales sino también de un recuperar la figura de María que quiebra con estereotipos de género y nos impulsa a la construcción de esa igualdad fundamental entre varones y mujeres, propio del ser cristiano porque “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28).