viernes, 24 de febrero de 2017

Cuaresma: tiempo de seguir tras de Aquel que ya nos dio alcance (Fp 3, 12)

Ya entramos en tiempo de Cuaresma, tiempo propicio para crecer en nuestra fe, para renovar el seguimiento, para fortalecer la entrega, en otras palabras, para revitalizar la vida cristiana.
La vida cristiana es una vida de fe. Esto supone que nos abrimos a acoger el misterio absoluto de nuestro Dios, no con las certezas de quien puede probar los fundamentos de sus creencias sino con la confianza del que se ha sentido llamado y responde con generosidad y riesgo. La vida cristiana es una aventura de amistad y la amistad sólo es posible por la fe. Ésta es la que mantiene la llama del amor encendida en los momentos de más dificultad, en los dolores y pérdidas que no dejan de acompañar el caminar humano. Pero la fe es también la que permite gozar del encuentro gratuito y sosegado con el Dios de la vida a través de la naturaleza, en el hecho de existir, en su Palabra, en todos los dones que recibimos y en los hermanos y hermanas -especialmente en los más pobres y necesitados- que comparten con nosotros esta casa común.
La vida cristiana es una vida de seguimiento. En la espiritualidad de décadas pasadas se habló mucho de la “imitación” de Cristo como paradigma de vida cristiana. En los últimos tiempos se habla más de “seguimiento” para recuperar lo esencial de la vocación cristiana que supone discernir las mejores respuestas para los desafíos de cada tiempo presente. Las circunstancias de la época de Jesús son diferentes a las nuestras pero las respuestas de fe son igualmente válidas para este momento actual. Hoy nosotros tenemos que ser ese Jesús que sigue “sintiendo compasión por el dolor de la gente, agobiada por nuevas y complejas situaciones y que no pasa de largo sino que atiende a todos en su realidad concreta” (Cf. Mc 6, 34ss).
La vida cristiana es una vida de entrega. El amor es entrega desde cualquier punto que se le mire. Supone la capacidad de apertura y salida de sí. Nadie ama si no es capaz de mirar a los otros, sentir con los otros, responder a las necesidades de los otros. Y ese movimiento supone entrega de uno mismo y capacidad de compartir lo que se es. El amor no es dar cosas sino darse a sí mismo. Basta comprobar en la propia experiencia como las cosas no bastan y que lo que todos precisamos es la presencia y compañía de los demás para sentirnos amados. Por eso la entrega compromete nuestra vida y nos marca el camino irrefutable del amor: la capacidad de darse y disponerse al servicio sin límites en todas las ocasiones.

Cuaresma -tiempo de conversión- no significa tanto un volver sobre los errores y limitaciones (realidades que muchas veces llamamos pecado y que no tienen nada que ver con eso) sino disponernos a seguir más y mejor a Aquel que nos amó primero y nos llamó a compartir su misma vida divina. Que podamos vivir este tiempo litúrgico -como discípulos y discípulas de Jesucristo- con la radicalidad de quien quiere crecer en la vida cristiana porque se sabe alcanzado por el Amor incondicional y sin límites de Dios mismo, hecho historia y compañero de camino. 

viernes, 3 de febrero de 2017


No manipular a Dios sino seguirle en justicia y verdad

Las parroquias en las que se promocionan novenas a determinado santo o misas de sanación empiezan a tener más feligreses y los encargados de celebrar esas liturgias ganan fama por sus predicaciones. Tanto los feligreses como los celebrantes comienzan a sentir la seguridad de poder “palpar” la presencia divina y la fama se extiende por los alrededores. Pero esas manifestaciones multitudinarias dejan también una pregunta muy legítima: ¿Será ese el culto y la ofrenda que el Señor desea? (Cf. Is 58,6)

No hay duda que detrás de esos movimientos están los seres humanos que tenemos necesidades de muchos tipos y buscamos por todas partes una ayuda a tantos males. Sea la salud, los problemas económicos, las relaciones interpersonales, la realidad social o la experiencia de la muerte, lo cierto es que los problemas a los que nos enfrentamos despiertan en nosotros esa urgencia de confiar en algo que nos dé una salida. Por eso no es de extrañar que en el lugar donde ofrezcan cualquier tipo de ayuda o soporte emocional, las personas acudan en masa y, muchas veces, encuentren lo que buscan.

Jesús invitó a la oración confiada ante las necesidades “pidan y se les dará” (Mt 7,7) y dijo que no hay que cansarse de pedir -la parábola del que pide en tiempo inoportuno y aunque sea por no ser molestado, se levanta para dar lo que le piden- (Lc 11, 5-8). Por tanto, es normal que ante nuestras necesidades confiemos incondicionalmente en Dios porque sabemos que de Él viene la auténtica esperanza y que allí donde no encontramos una respuesta humana, la presencia divina no se aparta de nuestro lado.

Sin embargo, es importante preguntarnos una y otra vez en qué centramos nuestra relación con Dios. La primera tentación que nos relata Mateo (4,4) en la que el tentador le propone a Jesús convertir las piedras en pan para calmar su hambre, algunos teólogos la han considerado como la “tentación de la religión”, es decir, usar la relación con Dios para alterar la condición humana en beneficio propio, eludiendo la propia responsabilidad en la solución de sus necesidades. Y es más, la misma Palabra de Dios nos hace caer en la cuenta que no es ese tipo de peticiones las que Dios espera escuchar de nosotros. “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo” (Is 58, 6). Y también el profeta Míqueas dice algo similar: “Ya te he dicho lo que es bueno y lo que el Señor te pide: tan sólo que practiques la justicia, que sepas amar y te portes humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8).

No es que se quiera oponer la oración de petición a lo que el Señor quiere de nosotros. Pero sí es urgente profundizar en lo que sustenta nuestra experiencia de fe. La petición tiene sentido cuando no evade de las propias responsabilidades. Porque la fe cristiana nos invita a la construcción de este mundo con lo que somos y tenemos, a encarnar en nuestra vida el amor y la justicia, a hacer creíble al Dios vivo a través de nuestra solidaridad efectiva con nuestros hermanos. Sería muy interesante que surgieran parroquias que congregaran multitudes entusiasmadas con la responsabilidad social, con la ética, la ciudadanía, la justicia, la libertad del poder, el servicio a los otros. Más aún, sería testimonio de que a Dios no se le manipula con rezos sino que se le sigue en justicia y verdad.