Cuaresma: tiempo de seguir tras de Aquel que ya nos
dio alcance (Fp 3, 12)
Ya entramos en
tiempo de Cuaresma, tiempo propicio para crecer en nuestra fe, para renovar el
seguimiento, para fortalecer la entrega, en otras palabras, para revitalizar la
vida cristiana.
La vida
cristiana es una vida de fe. Esto supone que nos abrimos a acoger el misterio
absoluto de nuestro Dios, no con las certezas de quien puede probar los
fundamentos de sus creencias sino con la confianza del que se ha sentido
llamado y responde con generosidad y riesgo. La vida cristiana es una aventura
de amistad y la amistad sólo es posible por la fe. Ésta es la que mantiene la
llama del amor encendida en los momentos de más dificultad, en los dolores y
pérdidas que no dejan de acompañar el caminar humano. Pero la fe es también la
que permite gozar del encuentro gratuito y sosegado con el Dios de la vida a
través de la naturaleza, en el hecho de existir, en su Palabra, en todos los
dones que recibimos y en los hermanos y hermanas -especialmente en los más
pobres y necesitados- que comparten con nosotros esta casa común.
La vida
cristiana es una vida de seguimiento. En la espiritualidad de décadas pasadas
se habló mucho de la “imitación” de Cristo como paradigma de vida cristiana. En
los últimos tiempos se habla más de “seguimiento” para recuperar lo esencial de
la vocación cristiana que supone discernir las mejores respuestas para los
desafíos de cada tiempo presente. Las circunstancias de la época de Jesús son
diferentes a las nuestras pero las respuestas de fe son igualmente válidas para
este momento actual. Hoy nosotros tenemos que ser ese Jesús que sigue
“sintiendo compasión por el dolor de la gente, agobiada por nuevas y complejas
situaciones y que no pasa de largo sino que atiende a todos en su realidad
concreta” (Cf. Mc 6, 34ss).
La vida
cristiana es una vida de entrega. El amor es entrega desde cualquier punto que
se le mire. Supone la capacidad de apertura y salida de sí. Nadie ama si no es
capaz de mirar a los otros, sentir con los otros, responder a las necesidades
de los otros. Y ese movimiento supone entrega de uno mismo y capacidad de
compartir lo que se es. El amor no es dar cosas sino darse a sí mismo. Basta
comprobar en la propia experiencia como las cosas no bastan y que lo que todos
precisamos es la presencia y compañía de los demás para sentirnos amados. Por
eso la entrega compromete nuestra vida y nos marca el camino irrefutable del
amor: la capacidad de darse y disponerse al servicio sin límites en todas las
ocasiones.
Cuaresma -tiempo
de conversión- no significa tanto un volver sobre los errores y limitaciones
(realidades que muchas veces llamamos pecado y que no tienen nada que ver con
eso) sino disponernos a seguir más y mejor a Aquel que nos amó primero y nos
llamó a compartir su misma vida divina. Que podamos vivir este tiempo litúrgico
-como discípulos y discípulas de Jesucristo- con la radicalidad de quien quiere
crecer en la vida cristiana porque se sabe alcanzado por el Amor incondicional
y sin límites de Dios mismo, hecho historia y compañero de camino.
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